La participación, clave de un nuevo servicio multimedia que reconstruya el espacio público


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Fuente Mèta-Media

Los servicios públicos multimedia no pueden reemplazar a las redes sociales, pero deben ser una alternativa democrática, como sustentadores de un espacio digital común, un ciberespacio común, que reconstruya la esfera pública fragmentada.

Las plataformas sociales se han convertido en un nexo básico de nuestra sociabilidad y el canal por el que, de modo creciente, el público llega a las informaciones periodísticas, sobre todo en el caso de los jóvenes.

He razonado en una anterior entrada las razones para una regulación de estas plataformas en el derecho comunitario como servicios económicos de interés general. Pero ¿qué ocurriría si un día Twitter se cierra porque no cumple las expectativas de sus accionistas? O, algo que ya ocurre, ¿qué pasa si el algoritmo de Facebook reduce nuestra dieta de noticias, porque le resulta más rentable la interacción de los contenidos creados por los usuarios?

En toda Europa, las corporaciones públicas de radio y televisión hace mucho que entraron en la creación de contenidos multimedia y en su difusión en las distintas plataformas. Los académicos han pasado de referirse a los PSB (Public Systems Broadcasting, servicios públicos de difusión por radio y televisión) a hacerlo a los PSM (Public System Media, sistemas públicos multimedia).

El principal fundamento que legitima el cambio es el repensar el principio de universalidad: dar ahora a todos, en cualquier tiempo, en cualquier lugar, y en cualquier canal o plataforma contenidos e informaciones de calidad, imprescindibles para su vida como ciudadanos en una sociedad democrática.

Hasta aquí se trata de una adaptación del sistema de difusión vertical (audiencias) a un sistema de difusión personalizado. Pero la radiotelevisión pública ha sido más que un suministrador de contenidos, ha sido el principal delimitador del espacio público en las siete últimas décadas. Sigue siéndolo todavía, porque no olvidemos que congrega audiencias masivas. Pero gran parte de la conversación social, sobre todo de los más jóvenes, se ha trasladado a las plataformas tecnológicas. Unas plataformas que, en lugar de hacer realidad la utopía de una perfecta comunicación horizontal, han parcelado Internet en jardines vallados (dixit Tim Berners-Lee).

Por eso hoy esa función de foro público exige plantear los servicios públicos de comunicación como una manifestación de lo que se llamado public digital commons (Murdock, 2005).

Parte esta teoría de la distinción entre public goods, bienes públicos esenciales que requieren una intervención pública para su administración, de los common goods, bienes comunes, bienes también esenciales, que pueden ser directamente gestionados por los ciudadados. De modo que los primeros se gestionan en función del principio de autoridad, y los segundos en función de los principios de cooperación y participación. Evidentemente, estos bienes comunes exigen una continua negociación entre sus usuarios y en la mayor parte de los casos con las autoridades públicas, que pueden supervisar la cooperación.

Las redes sociales se basan en la colaboración y la participación, pero las conforman en función de los beneficios que obtienen recabando datos personales. Por eso, promueven con sus algoritmos las interacciones que más información facilitan del usuario y los contenidos que durante más tiempo le mantienen en ese jardín vallado.

El reto de los servicios públicos multimedia es gestionar la participación y la cooperación para crear un ciberespacio público de referencia, enlazado con el clásico espacio público de las grandes audiencias.

El nuevo PSM tiene que ser una mixtura entre el servicio público vertical (hijo de la Ilustración) y un servicio participativo basado en el ciberespacio, donde usuarios y comunidades negocien la participación. Un punto de entrada común, seguro, fiable, a un espacio digital en el que también pueden colaborar instituciones públicas y culturales: museos, universidades, archivos, bibliotecas.

Esquemáticamente, el servicio público multimedia como espacio digital común supone:

  • Enlazar el espacio público de las audiencias, esto es, la transmisión lineal de los contenidos, con la personalización de los contenidos interactivos;
  • Recuperar y reforzar el tradicional derecho de acceso a la programación de grupos significativos con la promoción de contenidos creados por ciudadanos, movimientos y organizaciones, distribuidos en línea de forma personalizada;
  • Enlazar y cooperar en este espacio común con instituciones públicas que promuevan contenidos culturales y de interés para el debate público;
  • Conocer y poner en el centro de toda su estrategia al ciudadano (prefiero ciudadano a usuario) para lo que es necesario recabar sus datos;
  • Utilizar los datos personales solo en el propio ámbito, por tiempo limitado, siempre con expresa autorización del particular y sin posiblidad de explotación ulterior comercial o política;
  • Centrar todos los contenidos en la óptica de la mejora personal y social, nucleados en torno a las grandes cuestiones de debate público;
  • Servir a las grandes audiencias formación, entretenimiento e información de calidad, buscando el alcance y el servicio, no el share en prime time;
  • Lograr la difusión personalizada de los contenidos sin caer en la viralidad;
  • Experimentar narrativas y lenguajes;
  • Llevar la participación a la gestión del propio servicio.

Todo ello no es nada fácil. En primer lugar el deseo de participación que se le supone al público está sobrestimado. Dar al botón de «Me gusta», colgar un selfie o reenviar un meme no es creación colaborativa ni participación en el debate público.

Una estrategia puede ser crear su propia plataforma social: un perfil  que diera acceso a los contenidos de vídeo y audio bajo demanda, invitara a participar en debates lineales o no lineales, a producir contenidos, responder a cuestiones estratégicas sobre el servicio e incluso elegir representantes para órganos de participación ciudadana.

Por el momento, los servicios públicos europeos no puede prescindir de las redes sociales, especialmente Facebook, YouTube, Twitter y otras en menor medida. Algunos servicios usan las redes sociales para remitir a sus sitios web, otros crean marcas nuevas (Funk en Alemania, Playz en España). No cabe duda que para llegar a los sectores más jóvenes hoy el canal más eficaz es YouTube.

En principio, al servicio público le importa el alcance, no porque canal se llega al público. Pero, la estrategia off-site tiene riesgos indudables: adaptar las narrativas a la lógica comercial, perder la marca pública y hacerse dependiente de estrategias y algoritmos creados por las plataformas. ¿Y si, por ejemplo, YouTube, decide expulsar un día a los canales públicos, o, cómo ya hace, los agrega un aviso que les estigmatiza como financiados públicamente?.

Estamos todavía en los primeros pasos de la transformación de los PSB en PSM. Para que los viejos servicios públicos de la radiotelevisión construyan ese nuevo ciberespacio común se requiere un notable esfuerzo de gestores y creativos, transparencia en la gestión, reequlibrio de los recuros entre canales lineale y no lineales, y, sobre todo, un importante debate público. Pero solo el servicio público hará lo que el mercado ya ha demostrado que no puede hacer.

Fuentes

En esta larga entrada he preferido no incrustar enlaces. Recojo, a cambio, aquí, una serie de trabajos académicos recientes, que he tenido en cuenta para redactar estas reflexiones.

 

 

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La revolución de las clases medias: del ciberespacio al espacio público


Vivimos un ciclo de movilizaciones sociales sin parangón desde los años 60.

Entonces, como ahora, parecía como sin el virus de las protestas saltara de un país a otro: movimientos por los derechos civiles en Estados Unidos e Irlanda del Norte,  la primavera de Praga, revueltas estudiantiles en toda Europa occidental coronadas por su canto del cisne, el mayo parisino.

Ahora, el plena globalización, el ciclo actual presente dura ya varios años (y esto en una época de aceleración temporal) y tiene caracter casi universal: de las revoluciones árabes, a los indignados españoles, norteamericanos o israelíes, los estudiantes chilenos o las más recientes protestas de Turquía y Brasil. Su protagonista, la clase media. Y ahora, como entonces, su punta de lanza la juventud.

La clase media ha sido tradicionalmente el soporte de la democracia representativa. Su extensión ha garantizado la estabilidad social y política. El debate público vehiculado a través de los medios masivos se ha articulado en torno a los intereses de la clase media. Sin ser en exceso participativa, sus elementos más activos han nutrido los partidos políticos y ha suministrado masivamente los cuadros medios y técnicos que han permitido funcionar al estado de derecho.

Cuando en los 30 la clase media se vio amenazada, giró masivamente hacia el autoritarismo, alimentando los movimientos fascistas. Después de la guerra, el pacto social garantizó un moderado progreso y ascenso social a amplias capas populares, que ensancharon las clases medias.

Ese pacto social se ha roto en Europa (antes en Estados Unidos), mientras que en los llamados países emergentes, millones de personas llegan a la clase media. Mientras unos se empobrecen y ven como se destruye el estado del bienestar, otros aspiran a romper ataduras dictatoriales o culturales y a construir los servicios sociales que garanticen la igualdad y sirvan de eficaz ascensor social.

Esas demandas sociales no encajan en los designios del capitalismo financiero, pero más que contra el sistema económico los que salen a la calle se revuelven contra la élite política, contra su corrupción y su falta de representatividad. La democracia representativa tiene que repensarse si no quiere perder a las clases medias.

Las circunstancias son distintas en cada lugar y el éxito de las protestas también.

Es más fácil tumbar unas dictaduras decrépitas (Túnez, Egipto) que cambiar un sistema económico. Es más factible lograr reivindicaciones concretas (hipotecas) que cambiar el sistema político. Allí, como en Irán, donde un régimen religioso, pero con apoyo en las clases populares, se resiste, el movimiento se invisibiliza y luego vuelve a resurgir. Donde una dictadura reprime a sangre y fuego las protestas incipientes se termina en una guerra civil sectaria, como en Siria. Es más fácil lograr los objetivos cuando al frente del gobierno está una demócrata progresista (Dilma) que un conservador religioso autoritario (Erdogan). Y, por ahora, parece imposible una movilización de la creciente clase media en China, donde el estado combina eficazmente represión, vigilancia y control social del ciberespacio con un espectacular crecimiento económico.

El fulminante de las protestas es algún hecho concreto (la inmolación de un vendedor callejero, la subida del precio del transporte, la destrucción de un parque público), la movilización se genera en las redes sociales, pero no tiene efecto hasta que no conquista el espacio público.

En el ciberespacio se genera la discusión previa y, lo que es más importante, las emociones que alimentan la movilización que se organiza con las nuevas herramientas interactivas. Pero lo decisivo es conquistar la calle.

Y en la calle y en el espacio público tradicional (interrelación de los medios masivos y los agentes políticos y sociales) se juega el éxito de la revolución. Los jóvenes tuiteros egipcios o tunecinos cuentan ahora poco en países que se enfrentan a la integración de creencias religiosas que se pretenden absolutas en sistemas democráticos.

Quizá la mayor paradoja de nuestro tiempo es que el cibererspacio es, al mismo tiempo un espacio de libertad y un espacio de vigilancia y control; un espacio de creatividad y de explotación económica. Millones y millones de personas construyen sus vidas en una interacción continua, en general libre, pero vigilada por los estados y explotada económicamente por empresas con ínfulas tecnoutópicas, que ni siquiera pagan impuestos.

Los movimientos de los 60 rompieron algunas cadenas mentales, pero no cambiaron el sistema. Este ciclo de movilizaciones ha terminado con dos dictaduras, y ahora consigue un gran logro con el anuncio de un referendum de reforma política en Brasil. Veremos si Dilma Rouseff es capaz de sacar la iniciativa adelante y no naufraga en la procelosas aguas de la fragmentada política brasileña. En unos lugares las protestas se apagarán, en otros conseguirán victorias parciales.

Si las clases medias no encuentran satisfacción a sus demandas de progreso, igualdad y libertad, las mismas herramientas de movilización (lo hemos visto en Francia con las protestas contra el matrimonio homosexual) puede ponerse al servicio de la intolerancia, la xenofobia y el odio.

[Sólo un par  de fuentes. «Cómo se organizaron las manifestaciones callejeras en Brasil: la protesta en acción en las redes sociales» en el blog Crisis de Reputación Online de Carlos Víctor Costas (de donde he sacado también la foto) y el análisis de Manuel Castells, reseñado en Fronteiras do Pensamento, en la línea de su libro Redes de indignación y esperanza (Alianza, 2012)]

 

 

 

 

Las redes sociales y la universalidad de la web


¿Os acordáis cuando navegábamos por Internet? Eramos internautas; hoy somos usuarios de las redes sociales.

Esta reflexión viene a cuento de una avalancha de estudios que no hacen sino poner de manifiesto cómo para muchos internautas hoy el ciberespacio se resume en su red social:

Durante un tiempo pensé que las redes sociales no hacían más que fragmentar el ciberespacio, pero las revoluciones árabes y el movimiento del 15-M me convencieron de que pueden ser el vínculo que enlace el espacio público, el espacio mediático y el ciberespacio.

No obstante, las aplicaciones comerciales de redes sociales ponen en riesgo uno de los principios fundacionales de Internet: la universalidad. Cito a Tim Berners-Lee, en un importante artículo publicado el pasado diciembre. Para el creador de la web, nuestros datos quedan cercados, confinados en las redes sociales, fuera de la universalidad de la web.

«Several threats to the Web’s universality have arisen recently. Cable television companies that sell Internet connectivity are considering whether to limit their Internet users to downloading only the company’s mix of entertainment. Social-networking sites present a different kind of problem. Facebook, LinkedIn, Friendster and others typically provide value by capturing information as you enter it: your birthday, your e-mail address, your likes, and links indicating who is friends with whom and who is in which photograph. The sites assemble these bits of data into brilliant databases and reuse the information to provide value-added service—but only within their sites. Once you enter your data into one of these services, you cannot easily use them on another site. Each site is a silo, walled off from the others. Yes, your site’s pages are on the Web, but your data are not. You can access a Web page about a list of people you have created in one site, but you cannot send that list, or items from it, to another site.»

Desde un  punto de vista práctico es estupendo compartir la información con la comunidad de nuestros amigos y colegas. Pero, justamente, el carácter exclusivo de cada sitio social, nos obliga a mantener una conversación  abierta en cada uno de ellos, con la consiguiente fatiga informativa.

Estupendo que llegue Amazon a España, pero yo no puedo por menos de desconfiar de los gigantes, que imponen sus condiciones a los pequeños. Facebook, Google, Apple… cada cual con su filosofía (prefiero la abierta de Google a la cerrada de Apple), pero todos intentando convertirnos no ya en clientes sino en datos manejables a su gusto.

Ahora echaré un vistazo a Facebook y Twitter, pero, que queréis, sigo enciendo la televisión y haciendo zapping, a ver que que nos ponen los programadores (aunque sean tan poco recomendables como los de la tele privada española). Me parece un poco cansino que, por ejemplo, Google Tv me recomiende lo que me va a gustar. ¿Dónde queda la sorpresa?

Complemento esta entrada con un artículo de Dan Gilmor The Facebook template: when net freedom meets market forces

Otras entradas sobre estos temas:

El acceso a Internet, un derecho fundamental

¿Amenaza Google la neutralidad de la red?

El movimiento 15-M y la nueva esfera pública


Este fin de semana se ha levantado la acampada de los indignados en muchas plazas españolas. Durante cuatro semanas han ocupado  espacios públicos con alto valor simbólico y ahora quieren convertir en itinerante su protesta. La presencia del movimiento en el espacio público, en el espacio mediático y en el espacio virtual o ciberespacio delimita una nueva forma de configurarse la esfera pública en la que se desarrolla la vida democrática.

Jürgen Habermas acuñó el concepto de «esfera pública» hace tres décadas. En esencia, y dentro de su teoría general de la acción comunicativa, Habermas entiende por esfera pública un ámbito de deliberación pública que aparece en la Europa burguesa de finales del XVIII entre la vida privada y el ámbito estatal y que tiene dos instrumentos esenciales, los nacientes periódicos por un lado, y los cafés, salones y clubs, por otro.

Como ocurre con las grandes ideas, a partir de este concepto son muchos los estudiosos de las ciencias sociales que hacen su propia interpretación de esta teoría. En general, se concibe la esfera pública como el ámbito de deliberación en el que se discuten las grandes opciones y que permite que cristalice la opinión pública.

Durante el siglo XX ese ámbito de deliberación ha venido determinado por los medios de comunicación masiva, prensa, radio y televisión. Si en democracia el foro en el que se delibera para tomar decisiones es el parlamento, esa deliberación debe de estar conectado con la opinión pública y las decisiones deben hacerse llegar a la opinión pública para ganar su aceptación y, en definitiva, legitimidad. Esta ha sido la función de los medios, el «parlamento de papel» (y de las ondas).

La llegada de Internet parecía propiciar la fragmentación de esa esfera pública en comunidades aisladas por afinidades ideológicas, religiosas o  de intereses. He defendido que una de las misiones del periodismo cívico es unir esos nichos para reconstituir la esfera pública.

Las redes sociales pueden fomentar ese aislacionismo social, pero el movimiento del 15-M, como las revoluciones de Túnez y Egipto, están demostrando que puede convertirse en un elemento de conexión de los tres ámbitos que configuran hoy la esfera pública: el ciberespacio, el espacio mediático y el espacio público.

Las aplicaciones  de redes sociales ofrecen antes que nada una conexión con alguien con el que mantenemos algún tipo de proximidad (más o menos remota) o afinidad. Permiten compartir información, sí, pero sobre todo experiencias. Por eso pueden convertirse en un confortable nicho en el que vivimos con «los nuestros» e ignoramos (o vilipendiamos) a «los otros». Las experiencias compartidas invitan a una movilización propiciada por la instantaneidad y la interactividad. Es muy fácil movilizar a los nuestros y muy difícil llegar a los otros.

Cuando una corriente profunda remueve la sociedad las redes pueden sacarla a la luz. Y eso es lo que ha ocurrido con el movimiento del 15-M. Todos sabíamos del hartazgo y la indignación generalizada. Muchos periodistas extranjeros se preguntaban ¿cómo es posible que no estalle España con ese paro masivo? Y por fin llegó, si no una explosión, al menos una buena tormenta.

El movimiento 15-M pudo eclosionar debido, entre otros, a estos factores:

– Un nuevo relato de la globalización construido por obras como ¡Indignaos! o Inside Jobs

– La movilización propiciada por las redes sociales

– El trabajo de tres lustros de los movimientos altermundistas

Las redes sociales sacaron a la calle a los jóvenes de la primera manifestación y a los miles y miles que se fueron sumando después del intento de desalojo de Sol de la noche del 15 de mayo. Durante estas semanas las redes han alimentado el movimiento y en concreto Twitter ha sido la manifestación de su pulso y el aviso de emergencia ante cualquier intento de agresión. Las redes han sido el sistema nervioso de la protesta.

Pero hoy no estaríamos hablando si el movimiento no hubiera tomado la calle, y en especial un espacio público tan simbólico como la Puerta del Sol… La carga de los Mamelucos… la proclamación de la II Repúbica… el Km. 0 de la España radial…

Lo realmente revolucionario es la nueva forma de ocupar el espacio público. No es la primera vez que se establecen campamentos en la calle (por ejemplo, Sintel). Lo nuevo son dos hechos:

– Convertir estos espacios en ámbito de deliberación

– Y convertir en inaplicable la legislación de desarrollo de los derechos de reunión y manifestación.

Los derechos de reunión y manifestación son esenciales derechos cívicos, pero como todos los derechos, ni son absolutos ni pueden ejercerse sin una regulación, que equlibre su ejercicio con  otros derechos legítimos. El espacio público no puede ocuparse de manera permanente o de forma transitoria pero absoluta (aunque todo el mundo considera normal las fiestas populares, que cada 15 días la Castellana se convierta en un gran aparcamiento de los que acuden al fútbol, o que después de cada «victoria histórica» futbolística energúmenos se encaramen a fuentes monumentales y las dañen).

Esas normas que rigen desde la Transición no pudieron aplicarse (y menos la desmesurada decisión de la Junta Electoral Central) no ya sólo por prudencia y para evitar males mayores, sino porque los indignados en realidad estaban ejerciendo otro derecho más radical y más básico, un derecho último que entra en juego cuando los demás derechos quedan vacíos de contenido: el derecho de resistencia.

El movimiento es la expresión de la resistencia a la ruptura del pacto social y a sus consecuencias de creciente desigualdad y falta de futuro para una sociedad basada hasta ahora en un moderado ascenso social de las clases populares y medias. De ahí su legitimidad expresada por el apoyo masivo detectado por las encuestas.

Esa legitimidad no se habría logrado sin la presencia del movimiento en el espacio mediático. Un 72% de los españoles ha seguido estos acontecimientos y un 77%  lo han hecho por la televisión (Havas Media); un 52% lo conocieron a través de la televisión (The Cocktail Analysis). Por mucho que los acampados se hayan quejado primero de falta de atención y luego de manipulación, la representación general de los medios ha sido bastante equilibrada y positiva (cuanto más a la derecha, más negativa). Y, sobre todo, han mostrado su capacidad de organización, civismo, resistencia pacífica… que sin duda han sido factores esenciales para la legitimación del movimiento.

Hay acontecimientos que ocurren en el espacio público de los que nadie sabe. Otros que hacen bullir las redes sociales (por ejemplo, la burla por la desarticulación policial de la «cúpula» de Anonymus en España). Otros que se construyen para los medios masivos por políticos y agencias de comunicación. Sólo cuando se produce una conjunción e interrelación del espacio público, el espacio mediático y el ciberespacio el acontecimiento tiene capacidad de cambiar nuestra vidas.

La democracia nació en el ágora y el 15-M ha  recuperado nuestras calles y plazas como espacio de deliberación democrática. Ahora el movimiento se fracciona (o expande). Desde el punto de vista de las fuerzas de orden público estas pequeñas protestas son más manejables. Puede haber tentaciones por un lado y otro de forzar la cuerda y buscar el enfrentamiento. Sería un desastre. El bosque está muy seco y una chispa puede extender un incendio devastador.

(Algunas lecturas y fuentes complementarias. Un portal sobre Habermas. «La teoría de la esfera pública» de J. B. Thompson (pdf). Mi trabajo sobre Ciberacontecimientos (pdf). Otras entradas sobre el 15-M en este blog: El 15-M y la democracia líquida; Un programa de regeneración democrática; La Puerta del Sol no es la Plaza Tahir… por el momento)

¿Ciberespacio transparente?


Julian Assange es un militante de la transparencia absoluta y su herramienta es WikiLeaks.

Gracias a WikiLeaks hoy sabemos que hubo ejecuciones extrajudiciales en Kenia; hemos confirmado que Afganistán e Irak suponen un desastre estratégico y una violación sistemática de los derechos humanos; hemos visto a nuestros gobernantes desnudos mendigar una foto con el emperador y plegarse a los designios de los procónsules; hemos asistido con escándalo a la connivencia de los fiscales para negar justicia a un español… Gracias WikiLeaks.

Pero no podemos vivir en un mundo absolutamente transparente.

En el mundo real nuestras relaciones sociales se basan en respetar ámbitos de privacidad e intimidad. Hasta en las relaciones más cercanas e íntimas siempre existe un reducto inaccesible al otro. El Derecho ha protegido tradicionalmente frente a intromisiones ilegítimas la privacidad, la intimidad, nuestro derecho a una personalidad (el derecho a la imagen, el derecho al honor) y ha adaptado estos derechos con la protección frente a nuevas vulneraciones, con el desarrollo del derecho a la protección de los datos personales.

En el campo público, la lucha por la democracia es la lucha por una mayor transparencia de la actuación de los poderes. Desde su origen en la noche de los tiempos, los poderes han tendido a revestirse con imágenes simbólicas y a actuar en la oscuridad. En las sociedades modernas los medios de comunicación han ido arrojando luz sobre estas zonas de sombra y los poderes se han defendido asegurando que la información podía comprometer la seguridad pública. Pero cuando todo se clasifica como secreto es evidente que se está ampliando abusivamente ese ámbito de seguridad. Así lo falló el Tribunal Supremo de Estados Unidos en el caso de los Papeles del Pentágono (NEW YORK TIMES CO. v. UNITED STATES, 403 U.S. 713,1971).

Las leyes del derecho de acceso o de transparencia pretenden abrir toda la información generada por los poderes públicos a los ciudadanos, con las salvedades de la protección de la privacidad y la seguridad pública, en los términos definidos por las leyes.

Hasta aquí el debate en el mundo real y mediático. ¿Valen estas reglas para el ciberespacio? Parece que no.

Las aplicaciones de redes sociales ponen en cuestión la privacidad y los derechos de autor de sus participantes. El fundador de Facebook dice que a los jóvenes no les interesa la privacidad ni la propiedad intelectual (eso sí él patenta la palabra «face» para que no pueda ser utilizada como raíz de ninguna marca comercial). Y nuestra huella digital nos hace sombra durante toda nuestra vida.

WikiLeaks nos demuestra que información hasta ahora reservada o secreta puede fluir libremente en cantidades ingentes, en un fenómeno que supera los supuestos de las leyes de transparencia.

¿Debe (poder ya se ve que se puede) ser accesible cualquier conversación privada, cualquier reunión, cualquier acto deliberativo de una institución pública? En mi opinión tiene que ser accesible toda información de interés pública con sus antecedentes, pero es necesario reservar un espacio para que las deliberaciones puedan hacerse sin la presión mediática.

En la encuesta que encontraréis en este blog 10 lectores se han manifestado a favor de WikiLeaks y dos en contra por considerar que las relaciones internacionales se harán más peligrosas. Gana la transparencia.

Tampoco me entusiasman las multitudes inteligentes (smart mobs) porque hoy pueden defender a WikiLeaks y ayer movilizar por sms contra la mentira del gobierno de Aznar en el 11-S, pero mañana pueden lanzarnos contra los inmigrantes, los catalanes o los españoles.

A todo esto la respuesta tendría que darla el Derecho. Pero ¿cómo puede actuar el Derecho en un espacio sin espacio o en un espacio con centenares de jurisdicciones? Las iniciativas jurídicas, desgraciadamente, van en la línea de limitar el libre flujo de información por la vía de la censura o a merced de los intereses de las empresas que quieren poner fina a la neutralidad de la Red.

No hay respuestas. Mejor que el ciberespacio sea transparente, pero, yo, personalmente, procuraré defender mi reducto estrictamente personal.

La agenda de los nuevos y los viejos medios


La agenda de los medios sociales es distinta a la de los medios tradicionales

El Pew Research Center’s Project for Excellence in Journalism ha dado respuesta a lo que muchos nos preguntamos desde la explosión de los medios sociales ¿qué informaciones comparte el público en el nuevo ecosistema informativo? Durante un año ha estudiado tres plataformas sociales en Estados Unidos: la blogosfera, YouTube y Twitter (sólo 7 meses) y el resultado es un informe (resumen, pdf) cuya conclusión principal es que la agenda de los medios y cibermedios profesionales difiere de la de los medios sociales y estos, a su vez, tienen su propia agenda y su lógica diversa.

En Estados Unidos la mitad del público dice depender de otras personas para la mitad de las informaciones que semanalmente reciben. Los líderes de opinión operan ahora a través de los medios sociales, pero los intereses son distintos. Sólo en una semana sobre 29 coincidieron los medios tradicionales y las tres plataformas estudiadas en centrar la atención en un mismo acontecimiento: la ola de protestas que siguieron a las elecciones iraníes en junio de 2009.


Fuente PEJ

Como se aprecia en el anterior cuadro, los medios tradicionales tienen una agenda más equilibrada entre los asuntos políticos y las cuestiones sociales, con una menor atención a la tecnología que los medios sociales. Los medios sociales están más polarizados. Ni tampoco que, en todas partes, los blogs difunden y discuten preferentemente acontecimientos nacionales.

Los blogs se centran en informaciones con una carga emocional, que afectan a individuos o grupos que reivindican sus derechos y que desatan pasión ideológica. No es una sorpresa constatar que la blogesfera está altamente ideologizada.

La agenda de Twitter está polarizada en la tecnología, en gran medida de carácter autorreferencial sobre la propia plataforma.

En YouTube no se comenta, sólo se comparte y se comparte aquellas vídeos chocantes y llamativas, imágenes glocales cuyo localización es irrelevante, da la misma que sea de nuestra ciudad, de nuestro país o del cualquier lugar del mundo, lo que cuenta es que nos sorprendan y nos entretengan.

Otra de las conclusiones es que los medios sociales (sobre todo los blogs) dependen más de los medios tradicionales que a la inversa. Sólo en una cuestión, el llamado Climagate, los medios sociales fueron una semana por delante de los medios tradicionales, que no tuvieron más remedio que hacerse eco de la polémica desatada en el ciberespacio.

Mi conclusión personal: los medios sociales cumplen preferentemente funciones sociales (movilizarnos, divertirnos, reafirmarnos en nuestras convicciones) que aparentan ser funciones sociales.

Ciberacontecimientos y conocimiento compartido


Mi aportación al III Congreso de Periodismo en Red, celebrado la pasada semana en la Universidad Complutense, ha sido una comunicación titulada «La formalización de la realidad: noticias, acontecimiento mediático, ciberacontecimiento». Quiero hacer un experimento con la difusión de este trabajo: por un lado, que siga el circuito académico, por otro, darlo a conocer directamente en la red.

Empezaré por sintetizar su contenido, aquí, en el blog. El periodismo ha construido la realidad convirtiendo los fenómenos en noticias y formalizando estos en noticias. Ha falseado la realidad con los pseudoacontecimientos y la escenificado en los acontecimientos mediáticos; la ha amplificado mediante los hiperacontecimientos. Ahora, los fenómenos sociales se manifiestan directamente en la red y en la misma red se generan también fenómenos propios. Propongo el concepto de ciberacontecimiento como aquella información difundida masiva e instantáneamente en el ciberespacio que por su gran impacto termina por convertirse en noticia. El ciberacontecimiento es un icono que explota en el ciberespacio y llega a invadir el espacio mediático. La comunicación explora, aplicando las teorías de la construcción de la realidad, este nuevo fenómeno y las relaciones que implica entre espacio mediático y ciberespacio. Se trata de un trabajo conceptual, una invitación para ulteriores trabajos empíricos.

Circuito académico

Primero presenté un resumen o abstract de la comunicación a la organización del Congreso. El coordinador del grupo correspondiente lo aprobó. También se revisó la versión final. Hay que decir que estas revisiones lo fueron sólo para verificar si la comunicación se ajustaba a la temática del Congreso y si cumplía las normas de estilo. No es una revisión, pues, en sentido estricto, de contenido. El día 22 se expuso en el correspondiente grupo de trabajo, junto con otras comunicaciones y finalmente se mantuvo un debate con la docena de asistentes. Dentro de unos meses, la organización del Congreso publicará un libro. El libro tendrá una circulación reducida, pero su publicación permitirá que ponentes y comunicantes arañen unas décimas en los diversos procesos de evaluación a que están sometidos profesores universitarios e investigadores.

Como la publicación del libro se demora y además su circulación se reducirá a algunos departamentos y bibliotecas universitarias, en este caso, como en otros, suelo utilizar la herramienta de difusión que ofrece la Universidad Complutense para esta «literatura gris»: el archivo institucional E-Prints. Los documentos se depositan y la Biblioteca verifica la autoría y la conformidad a las normas de estilo. En este caso he depositado no sólo la comunicación, sino también la presentación en PowerPoint, como documento secundario. En esta dirección pueden encontrarse otros trabajos que he depositado en este archivo.

En el circuito académico lo más valorado es la publicación en revistas científicas. En ellas, el trabajo se somete a un proceso de revisión ciega por dos evaluadores que realizan ya una validación desde el punto de vista de contenido y no sólo de aspectos formales. Por tanto, lo que más se valora en la evaluación de los académicos es la publicación en estas revistas, conforme su índice de impacto, es decir, de citas en otras publicaciones semejantes. El sistema parece impecable, pero tiene serios fallos. En primer lugar, que la selección no es tan objetiva como parece. En muchos casos los investigadores pagan por la publicación en las revistas más prestigiosas. Las publicaciones en español no tienen prácticamente impacto. Además, a esta revistas se accede a través de base de datos con un alto precio de suscripción. En el caso de las ciencias sociales, al rebufo de las ciencias de la naturaleza, se privilegian los estudios empíricos, a veces muy limitados, olvidando los trabajos conceptuales. Y, finalmente, el proceso de difusión es muy lento. Estas revistas son anuales o bisemestrales y la revisión y admisión del trabajo puede demorarse meses.

Conocimiento compartido en el ciberespacio

Bueno, he comenzado por presentar el trabajo aquí en el blog. Ya sé que una entrada en un blog debe ser más breve y directa, pero a lo mejor alguien lee hasta aquí. Ya veremos cuantas visitas reune.

Y he decidido utilizar una herramienta para mi novedosa, Sribd. Un formato para documentos de textos e imágenes basado en flash y denominado i-Paper. Tiene una prestación muy vistosa, la posibilidad de incrustar el documento, como si fuera un vídeo, en una página html. Lamentablemente, WordPress no permite incrustar flash más que desde algunas plataformas. Así que aquí recojo sólo los enlaces: comunicación (pdf) (es posible que algunos ya hayan abierto este documento desde el enlace incluidos en el primer párrafi) y presentación (ppt). Desde esos enlaces pueden descargarse los documentos en sus formatos originales. Sribd permite cargar documentos sin límites de espacio y ofrece funciones como la creación de grupos y comunidades. Los documentos pueden ser clasificados en categorías y etiquetas. Por cierto, que he puesto etiquetas en español y en inglés. Pueden gestionarse también las licencias de reproducción. En dos días, la comunicación tiene 14 visitas y la presentación 2.

También en este mismo blog, en la página curriculum, pueden descargarse prácticamente todas mis publicaciones académicas (si algún enlace no funciona, ruego se me advierta), publicaciones académicas, porque mi trabajo periodístico de tres décadas está en el archivo de TVE…

Más adelante haré balance de este experimento.

221 millones de chinos en el ciberespacio


No me gusta ser simple eco de las noticias, pero voy a romper mi propia regla. China acaba de superar en número de internautas a Estados Unidos (Reuters). Ya hay 221 millones de chinos que acceden regularmente al ciberespacio, según las autoridades chinas. China se convierte en el país con el mayor número de internautas. La proporción sobre la población total (16%) está todavía por debajo de la media mundial (19,1%, España casi un 50%). Ese bajo porcentaje augura, precisamente, un rápido crecimiento. Piénsese que sólo con llegar a esa media mundial, China sumaría otros 45 millones de internautas.

La noticia no es sino un síntoma más del liderazgo de China en esta era de globalización. El inglés sigue dominando en la red porque es el idioma universal, pero crear contenidos en chino es proyectar un producto a la mayor masa de internautas con una lengua y una cultura común (con su propia diversidad, claro está) en un mismo espacio público. Hasta ahora, las autoridades chinas han logrado controlar parcialmente los contenidos, pero, sobre todo, controlar a los internautas, contando para ello con los grandes compañías de la red (Yahoo, Google). Pero ese esfuerzo cada vez será más costoso, no sólo en términos de recursos empleados en el propio control, sino, sobre todo, en la pérdida de oportunidades y creatividad. La revolución terminará llegando a China por el ciberespacio. No será, claro, una explosión violenta, sino una progresiva construcción de un espacio público más abierto a través de las comunidades creadas en la red.

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