Las crisis globales del siglo XXI


La crisis climática es la más decisiva de la múltiples crisis que coinciden en este primer cuarto del siglo XXI

Un amigo, todavía en activo, pero en edad de jubilación, se confesaba el otro día desanimado por la pérdida de la calidad en todos los ámbitos de la vida y el reinado de la mediocridad.

Hay una discusión entre los que sostienen que nunca hemos vivido mejor y los que ponen de manifiesto las injusticias y brutalidades de nuestro tiempo;

  • Pinker («Los ángeles que llevamos dentro») sostiene que nunca la violencia ha sido menor
  • Rosling Factfulness») defiende la idea de que muchas veces subestimamos el progreso real que ha tenido la humanidad en áreas como la reducción de la pobreza, la mejora de la salud y el aumento de la esperanza de vida.
  • Ridley («The rational optimist») considera que el intercambio de bienes e ideas ha sido el motor de la prosperidad global.

En contra, los que critican las desigualdades generadas por la globalización y el capitalismo, como Chomsky o Naomi Klein.

Piketty ha demostrado cómo la desigualdad se redujo drásticamente en Occidente después de la II Guerra Mundial. Tras los «treinta gloriosos», a partir de los 80, la desigualdad no ha dejado de crecer pulverizando a las clases medias del primer mundo.

«Desde 2020, la riqueza conjunta de los cinco hombres más ricos del mundo se ha duplicado. Durante el mismo período, la riqueza acumulada de cerca de 5000 millones de personas a nivel global se ha reducido. Las penurias y el hambre son una realidad cotidiana para muchas personas alrededor del mundo. A este ritmo, se necesitarán 230 años para erradicar la pobreza; sin embargo, en tan solo 10 años, podríamos tener nuestro primer billonario». (Informe Oxfam 2024)

Así que para saber si vivimos mejor o peor que generaciones pasadas hay que saber dónde hemos nacido y en qué clase social. 

Cómo nos recordó el aventurero español, Santiago Sánchez, liberado después de un año preso en Irán «no sabemos la suerte que tenemos de haber nacido en España». O cómo, siempre decía el cámara Evaristo Canete, después de la cobertura de alguna guerra o catástrofe, «cuánto me alegro de haber nacido en San Adrián» (su pueblo de la Rivera navarra).

Vivamos mejor o peor es cierto que entre nosotros se ha asentado un estado de pesimismo existencial, que tiene su causa en el estado de policrisis en que vivimos. Como todas la crisis, suponen situaciones cambiantes, a peor o mejor, que en tanto se resuelven causan inestabilidad e inseguridad, La mayor parte son claramente crisis del siglo XXI, aunque algunas tienen su origen en el siglo XX.

Crisis de exaltación de la competitividad

A partir de los 80 del pasado siglo, el neoliberalismo triunfante con Reagan y Thatcher, pone por encima de las personas el beneficio económico de las corporaciones. La economía se financiariza. No es que antes no fuera así, pero el «valor al accionista» no era el principal objetivo. La «satisfacción del cliente» se reduce, ahora, a métricas ilusorias y se produce una degradación del servicio de las empresas privadas y, por extensión, de las públicas, que se ven obligadas a competir con las privadas en un terreno que no es el suyo y son forzadas a sucesivas externalizaciones, dañinas para la organización y sus usuarios.

Piénsese, por ejemplo en el caso del Post Office británico. Las oficinas pequeñas se privatizan y sus gestores se ven obligados a convertirse en empresarios autónomo y a utilizar un software , que les descuadra las cuentas, les arruina y les lleva a los tribunales, acusados de fraude.

Globalización, crisis migratoria

Desde finales del siglo pasado se acelera la globalización, con un nuevo reparto de cartas económicas. Se empobrece la clase media de los países ricos, mientras millones salen de la pobreza extrema en lo que hoy llamamos «sur global».

Las deslocalizaciones destruyen industrias y restan importancia al trabajo. Los sindicatos se ven debilitados y el trabajador pierde su orgullo (recordemos, por ejemplo, la película «Full Monty»).

La globalización también supone mejores comunicaciones, físicas y simbólicas. que favorecen los flujos migratorios hacia países cada vez más desindustrializados, pero muy ricos en comparación con los de origen; lo que supone enormes desafíos de acogida e integración de esta nueva población, un importante activo económico y social en sociedades envejecidas,

La crisis de los derechos fundamentales, el 11-S

El siglo se abre con un acontecimiento capital, los atentados yihadistas del 11-S contra el Imperio norteamericano.

La respuesta es la «war on terror» decretada por Bush en la que se dejan en suspenso los derechos más fundamentales, con la complicidad de una serie de gobiernos amigos de Washington. Sus episodios más ominosos fueron AbuGhraib y Guantánamo.

La pretensión de que los derechos humanos más fundamentales pueden suspenderse ante amenazas terroristas han dejado una profunda herida en nuestra civilización y ha aumentado, exponencialmente, el peligro terrorista en nuestras sociedades. Podríamos resumir que esta crisis supuso una GRAN INVOLUCIÓN CIVILIZATORIA. Y ha reducido la credibilidad de Occidente, cuando predica por el mundo la democracia y los derechos humanos.

Crisis financiera y derechos sociales

El segundo gran shock del siglo llegó 6 años después del 11-S. En 2007 se pinchó la burbuja inflada durante 25 años de desregulación financiera. Fue la GRAN RECESIÓN.

En España la crisis fue especialmente dolorosa por afectar a un bien básico como la vivienda. Cientos de miles perdieron su hogar.

La respuesta para sanear el sistema financiero fue que el dinero público rescatara las entidades sistémicas. Ello requirió rescates financieros y medidas de austeridad impuestas por los países acreedores. Los servicios públicos se vieron arrasados y los derechos sociales volvieron a ser una pura declaración formal.

Cuando en 2020 llegó el tercer shock, la pandemia, los servicios públicos todavía no se habían recuperado, pero una política de gasto y una actuación colectiva europea nos permitió salir de una crisis, que podría haber sido exterminadora,

Crisis política

La crisis financiera y los efectos de la globalización propician en toda Europa la aparición de nuevos partidos y movimientos, más radicales, a derecha e izquierda. Se rompen consensos y la fragmentación dificulta la consecución de mayorías de gobierno.

Crisis de identidad

De sociedades homogéneas, blancas y con los roles de género muy establecidos, pasamos a sociedades diversas multiétnicas, en las que la mujer tiene un papel cada vez más activo, al tiempo que aparecen nuevos modelos de comportamiento sexual (LGTBI+).

Ello crea inseguridad en parte de la población masculina. Un 44% de los hombres sienten que los avances del feminismo los discrimina (encuesta CIS), pese a la gran brecha que todavía existe entre hombres y mujeres, que se manifiesta en la misma encuesta.

España tiene también un problema de identidad nacional. Porcentajes significativos de vascos, catalanes y, en menor medida, gallegos, no se sienten españoles.

En los últimos tiempos hay quien parece interesado en abrir una brecha generacional, culpando a las generaciones mayores de disfrutar de privilegios que impiden que los jóvenes gocen de sus derechos.

Con esta lógica de enfrentamiento intergeneracional se trata de tapar la explotación de los trabajadores más jóvenes y la falta de inversión, pública y privada, en innovación; condición para que la generación mejor cualificada pudiera desarrollar toda su potencial. En España la emancipación se retrasa hasta los 30 años.

Crisis comunicativa

De lo analógico, hemos pasado a lo digital. Del cara a cara a las pantallas. De la reflexión pausada al «me gusta» instantáneo. De la confianza en el mediador experto, a creer al primer indocumentado, que nos emocione.

La aldea global hoy es Internet. que ha creado un nueva mundo vicario del real. Durante la pandemia pudimos seguir siendo sociales confinados en nuestros hogares, pero conectados con el mundo.

Cada vez tenemos más acceso a más y mejor información, pero preferimos intoxicarnos con la mentira que mejor satisface nuestras posiciones. El esfuerzo de distinguir la verdad de la mentira nos tensa, nos hace pesimistas y genera desafección en las instituciones.

Para el Foro de Davos, la desinformación es la mayor amenaza global para los dos próximos años.

Es difícil evaluar el alcance de esta revolución, que a los más mayores genera inseguridad, mientras que para los más jóvenes es elemento esencial de desarrollo y sociabilidad. Ya son muchos los expertos que alertan de la necesidad de volver a una educación en la que la pantalla sea un auxiliar, pero no el centro del proceso educativo.

Estamos a las puertas de otro desafío, la implantación de la inteligencia artificial. Sin duda hará avanzar las ciencias y el progreso, pero su efecto puede ser devastador: según el FMI. un 60% de los empleos de las economías avanzadas se verán afectados.

Crisis geopolítica

De un mundo bipolar, hemos pasado a un mundo multipolar. De un equilibrio nuclear entre dos gigantes, ahora estamos en una competencia entre una decena de potencias nucleares.

La caída de la URSS produjo la ilusión del «fin de la Historia» (Fukuyama), entendido como la victoria del capitalismo y las democracias liberales, en un mundo con una potencia hegemónica, Estados Unidos.

Durante unos años parecía que ese hegemon no tenía rival. Pero toda una serie de errores cometidos con Rusia han conducido a que Putin intente reconstruir «el mundo ruso» (como trasunto de la URSS). La consecuencia, la guerra de Ucrania.

La guerra de Gaza (convertida en un genocidio) tiene su origen en el conflicto secular palestino, pero es también manifestación del desafío de Irán a Estados Unidos.

El tercer gran actor geopolítico es China, por ahora rival económico, social y económico de Estados Unidos y Europa. Pero si EEUU apoya abiertamente la independencia de Taiwan y arma a la isla -como podría hacer Trump- la rivalidad podría convertirse en hostilidad militar.

Crisis climática

De todas estas crisis, la más grave es el calentamiento global, provocado por el hombre por su consumo de combustibles fósiles durante los últimos 150 años.

Este cambio climático, junto con la destrucción de los hábitats naturales pone a la especie humana al borde de la extinción. Si se supera el límite de +1.5 grados sobre las temperaturas de la era preindustrial, nadie sabe como reaccionará el clima.

Nadie serio niega ya el fenómeno, pero son todavía mayoría los que piensan que se puede combatir el peligro consumiendo como hasta ahora, haciendo algunos cambios para adoptar fuentes de energía sostenible.

La realidad es que consumimos más de lo que la tierra puede soportar. Tendremos que hacer cambios radicales, lo que no quiere decir vivir peor, sino vivir de otra manera menos depredadora y con otras satisfacciones más allá del consumo.

Estos cambios tienen que hacerse con justicia para que no se lleven la peor parte los más débiles.

El mejor y el peor de los tiempos

En medio de todas estas crisis globales, nuestro tempo es el mejor y el peor de los tiempos, Dicken dixit.

«Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación».

Charles Dickens – Historia de dos ciudades

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