Poder constituyente


Madrid, 14 de abril de 1931 – Alfonso Sánchez Portela

España se acostó monárquica y se levantó republicana. El 14 de abril de 1931 las masas recogieron el poder constituyente en la calle. Las candidaturas republicanas habían vencido en las grandes ciudades en aquellas elecciones municipales del domingo 12 de abril. Allfonso XIII entendió el mensaje y se marchó -«no se ha marchao, que le hemos hechao», decían las gentes en las calles.

Cuando la multitud empezó a concentrarse en la Puerta del Sol el 13 de abril el capitán al mando de la Guardia Civil se negó a sacar las tropas a la calle porque sus hombres no iban a obedecerle. La legitimidad monárquico-constitucional había quedado seriamente dañada por el apoyo del rey a la Dictadura de Primo de Rivera. El Comité Revolucionario toma el poder. El general Sanjurjo, director de la Guardia Civil, se cuadra ante Miguel Maura.

Un  cambio de legitimidad convierte al poder en constituyente, esto es, con la capacidad suficiente para delimitar las grandes líneas de la convivencia política y social plasmadas en una nueva constitución. La legitimidad cambia la mayor parte de las veces por una revolución (más o menos violenta, más o menos pacífica) o  más raramente por un proceso de consenso entre las fuerzas políticas.

Ese consenso constitucional se produjo en la España de la Transición.  Sin una ruptura formal con el orden anterior se llegó a una legitimidad democrática a lo largo de un tortuoso camino que desembocó en la Constitución de 1978. Desde luego que ese proceso no fue una hoja de ruta pensada por Juan Carlos de Borbón y ejecutada por Adolfo Suárez. Fue un proceso de negociación política a muchas bandas que no se hubiera producido sin la presión popular en la calle.

En una revolución el poder constituyente puede imponer una constitución. Eso en teoría, porque en la práctica entre las fuerzas revolucionarias suele haber pluralidad de criterios e intereses y muchas veces la discusión de la constitución fragmenta el concurso social que trajo la revolución. En cualquier caso, una constitución impuesta por una parte de la sociedad (más o menos mayoritaria) al resto sólo puede mantenerse por la fuerza o se disuelve en una sucesión de conflictos que termina por traer otra legitimidad.

Una constitución requiere un consenso tan mayoritario como para que no queden fuera más que fuerzas marginales, enemigas acérrimas de la nueva legitimidad. El poder constituyente se convierte en poder constituido con la proclamación de la constitución, pero para preservar el sistema logrado mediante pactos es necesario que el poder constituido (gobierno, parlamento) no puedan cambiar mediante un proceso legislativo ordinario la norma fundamental.

Todas las constituciones formales tienen alguna forma de blindaje. El problema es que si el blindaje es muy riguroso («constituciones rígidas») la reforma resulta casi imposible y, por tanto, en lugar de su puesta al día la única alternativa es abrir un nuevo proceso constituyente… pero para eso hace falta una ruptura y un cambio de legitimidad.

Los constituyentes del 78 establecieron (Título X) un proceso de reforma muy rígido, que exige siempre el acuerdo de las fuerzas parlamentarias mayoritarias (3/5 de las cámaras) y un mecanismo reforzado para la revisión total o una parcial que afecte a la definición del Estado, los derechos fundamentales y libertades públicas y la Corona: disolución de las Cortes por mayoría de 2/3, elecciones a cortes constituyentes, aprobación por mayoría de 2/3 y referendum.  Podría decirse que, en este paquete, si para unos se garantizaba que no se tocaran los derechos fundamentales, para otros, a cambio, se blindaba la monarquía.

Y en esta encrucijada nos encontramos. La legitimidad de 1978 se ha visto erosionada. La ruptura del pacto social ha dejado en la cuneta a gran parte de nuestra sociedad. Con nocturnidad y alevosía PP y PSOE se pusieronde acuerdo para modificar el art. 135, en teoría una norma de regulación de los presupuestos públicos, pero que, en la práctica al someter la política fiscal al dogma del déficit cero, supone la desnaturalización del estado social y democrático consagrado en el art. 1. La partitocracia ha arruinado la vida democrática.

La abdicación de Juan Carlos plantea de nuevo la cuestión de la forma de gobierno. La sociedad española está dividida por líneas ideológicas que hunden sus raíces en República y la Guerra y fragmentada por la crisis, con riesgo para la cohesión social. Por eso la causa republicana aglutina no sólo a los republicanos sino a muchos de los que llevan años defendiendo en la calle el estado social. Puede ser un proyecto ilusionante, pero también un espejismo: ¿y si detrás de la fachada de una república el edificio siguiera teniendo los mismos problemas estructurales?.

Las encuestas dicen que una mayoría está a favor de un referendum para decidir entre monarquía y república. En principio podría recurrirse al referendum consultivo del art. 92, pero constitucionalmente sería más que dudoso, en cuanto que  lo que se pregunta atañe a una de las instituciones  protegidas por el procedimiento de reforma reforzada. Pero imaginemos que se convoca tal referendum y gana la opción republicana. Evidentemente, entonces no tendría ningún sentido poner en marcha una reforma constitucional: estaríamos ante una nueva legitimidad y se abríría un proceso constituyente. ¿Habría consenso para desarrollarlo?.

Otro tanto pueede ocurrir con la consulta catalana. El próximo 9 de noviembre en Cataluña puede haber otra legitimidad. La proclamación unilateral de independencia resultaría imparable. ¿Habría consenso interno en Cataluña? ¿Lo habría en el resto de España para negociar la separación e iniciar nuestro propio proceso constituyente?.

Me temo que a la vista de resultados electorales y encuestas en España es muy difícil alcanzar un consenso para regenerar el sistema político. ¿Podría hacernos reaccionar un trauma grave y repentino como la separación de Cataluña?

De lo único que estoy seguro es que no hay soluciones milagrosoas; que ni un rey ni un presidente de la república pueden en un régimen parlamentario liderar esa regeneración. Por eso me preocupan artículos como el de Josep Colomer que en la práctica aboga por una reedición del 23-F con Felipe VI al frente.

 

 

 

 

 

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Claves de las revoluciones árabes (y II)


En el momento en que escribo esta entrada hay una enorme confusión sobre lo que ocurre en Libia. Al Yazira habla de ataques con artillería y disparos desde helicópteros contra los manifestantes. Dimiten el ministro de Justicia y varios embajadores. Nada menos que el Secretario del Foreing Offce asegura que Gadafi huye a Venezuela y desde Caracas le desmienten.

En la anterior entrada sostenía que una de las claves para el triunfo de estas revueltas es la debilidad del régimen. También, como parece demostrar el caso de Libia, la represión sin medida ni control puede originar un caos que hunda al régimen.

Con total humildad y a sabiendas de que el viento impetuoso de la Historia puede dejar sin sentido este ejercicio, ahí va la aplicación de las claves generales a la situación de cada país. Pero antes no puedo por menos de expresar mi vergüenza por la actuación de las diplomacias europeas y de la española en particular. Por menos de lo que ha ocurrido en Libia ya se le amenazaba a Milosevic con bombardearle.

Marruecos

En Marruecos se dan gran parte de los factores para un cambio de régimen, pero paradójicamente alguno de ellos juega en contra de que las protestas se conviertan en revolución.

El factor clave el rey. Mohamed VI puso en marcha a su llegada al trono una transición sui generis, cuyo mayores logros fueron el estatuto de la mujer y la reparación para las víctimas de los años de plomo. Pero bajo la apariencia de pluralismo y elecciones multipartidistas el poder ha seguido donde solía, en el majzen, el núcleo de poder de la corte que se extiende por todo el país por medio de redes clientelares. Como hacía su padre, Mohamed VI se ha servido de fieles y amigos para constituir el partido del poder, bajo la capa del partido de los independientes.

La pseudo transición y la mejora de la economía han hecho crecer las capas ilustradas, pero también han restado la presión social imprescindible para las protestas.

Por el momento, los manifestantes piden una monarquía constitucional. Parece que ese rey tan moderno no ha sido capaz de entender que como mejor se sirven los intereses de su dinastía es reinando, no gobernando y menos gobernando a través de una camarilla de jóvenes amigos. Es como si fuera incapaz de desligarse de un atavismo medieval. Su carácter de jefe religioso refuerza su carisma sobre todo en el Marruecos profundo. ¿Alguno de sus consejeros o de sus vecinos será capaz de recordarle que Marruecos ya ha salido de la Edad Media?.

Otro factor en contra del triunfo de la revolución es el eterno irredentismo. Mohamed VI puede en momentos de peligro revivir las causas del Sahara, Ceuta y Melilla.

Libia

En Libia es quizá uno de los lugares donde los factores descritos son, a priori, más débiles. Paternalismo económico. Sociedad poco estructurada. Gran poder de los tribus. Fortaleza represiva… Pero esa represión llevada al extremo y el desafío chulesco de Saif El Islam que la ha precedido puede ser el suicidio de Gadafi y su régimen.

Si la revolución fracasa y Gadafi sigue imperando sobre un campo de cadáveres será la hora de que la ONU se planteé la aplicación de la responsabilidad de proteger. Desde luego, Muamar El Gadafi es más que nunca el «perro rabioso» -como le calificó Reagan como justificación a sus bombardeos- pero hoy muerde a su pueblo, no a los intereses occidentales.

Argelia

Población ilustrada, un autócrata enfermo y sin sucesión clara, unas condiciones sociales semejantes a las de Túnez y Egipto… todo ello apunta a la victoria de una revolución. Pero los argelinos tienen todavía marcada en su piel el terror de la guerra civil y la amenaza todavía presente del yihadismo. El miedo puede retraer a las masas de la calle. Y las heridas de aquella guerra todavía dividen a religiosos y laicos.

En Argelia el ejército ha sido, al menos desde la muerte de Bumedian, el verdadero poder. No un ejército disciplinado y obediente a su jefe en la cúspide del poder, como en Egipto, sino un ejército que ha quitado y puesto presidentes, profundamente comprometido en la represión y la corrupción. Difícilmente los militares seguirían la conducta seguida por sus colegas de Túnez e incluso de Egipto.

Jordania

El factor clave para que la revuelta no triunfe en Jordania es la división de la sociedad entre palestinos y jordanos de origen. Las tribus beduinas  mostraron siempre una fidelidad feudal a la monarquía, pero recientemente y de forma institucional han criticado las actividades de la Reina Rania. Parece que los cambios de gobierno del Rey Abdala van más encaminados a tapar este agujero que ha propiciar una transición democrática como piden los no muy numerosos manifestantes de Amman.

Bahrein

Aquí el peso de las protestas lo están llevando las clases populares de confesión chií. Hombres, mujeres y niños claman contra la marginación contra la dinastía sunní de los Al Jalifa. Todos somos bareníes -dicen, pero seguramente la mayor parte de los sunníes verán con desconfianza sus protestas.

Un factor que indica debilidad y, por tanto, potencialidad para el triunfo de la revuelta, son la vacilaciones en la represión -tan pronto se dispara con fuego real, como las fuerzas represivas desaparecen.

En contra del cambio, el valor estratégico de la isla. Estados Unidos no puede perder la base desde la que su Flota controla el Golfo Pérsico. Irán intentará influir sobre los chiíes. Arabia Saudí intentará por todos los medios que la revuelta no se contagie a sus provincias chiíes.

Yemen

El presidente Saleh ha dado evidente signos de debilidad, pero Yemen es un país desestructurado, con una estructura tribal, dividido entre el norte y el sur, con zonas controladas por grupos yihadistas y con el menor porcentaje de población educada… Un panorama que apunta más a una descomposición como la de Somalia, que a modelos de transición como los de Túnez y Egipto.

Siria

Tiene todos los factores de unidad, educación, orgullo… de Túnez y Egipto. Pero Bachir el Assad no ha dado ninguna muestra de debilidad y, al menos como imagen, ha insuflado juventud al viejo aparato represivo y corrupto puesto en pie por su padre Hafed, uno de los mejores estrategas del trágico tablón de ajedrez de Oriente Próximo. El viejo Assad no dudo en asolar ciudades enteras en caso de revuelta, algo que parece difícil que hoy pudiera hacer su hijo.

Los Assad son alauís, secta minoritaria en Siria. Quizá por eso han sido el fiel de la balanza entre sunníes, cristianos, chiíes y kurdos, manejando tanto el palo como la zanahoria.

Palestina

La sociedad palestina, bajo la cruel ocupación israelí, ha estado al borde de una guerra civil, que se ha resuelto con el dominio de Fatah en Cisjordania y Hamas en Gaza. Hasta ahora han sido muy limitadas las protestas en ambas zonas. En Gaza, las protestas tendrían muy difícil enfrentarse a la represión de Hamas. En Cisjordania, con Abbas sin  legitimidad alguna, las elecciones convocadas pueden convertirse en el imán que aglutine las protestas, con resultados inciertos.

El Líbano

Nadie ha salido a la calle libanesas. Quizá tendría que haber antes una revolución en cada una de las comunidades en que se divide el país de los cedros para que hubiera una revolución libanesa. El espíritu de unión con el que se respondió a la agresión israelí duró poco. Los viejos señores de la guerra cristianos o drusos, los jóvenes cachorros financieros sunníes, los ayatolás de Hezbolá siguen haciendo sus tratos, sus enjuagues, sus guerras particulares y pocos o nadie hablan de una revolución democrática.

Arabia Saudí

Un país gobernado por una casta de príncipes que no cesa de crecer; una sociedad atenazada por una interpretación rigorista del Islam; vigilada por una policía religiosa de las costumbrePero también una sociedad rica, educada, con inmejorables servicios. Los Saud al menos han repartido mejor la riqueza del petróleo que otros autócratas.

Esa prosperidad, a veces ostentosa e impúdica, se basa también en una dualidad social, en Arabia y en todos los países del Golfo, entre nacionales y extranjeros. Verdaderos metecos, son los filipinos, paquistaníes o bangladesies los que hacen funcionar el país mientras viven con total carencia de derechos.

Más que de las protestas el cambio tendrá que venir del lento cambio social.

Irak

No está el país para revoluciones. Lo que los iraquíes piden es que se deje atrás la guerra sectaria y se recupere un cierto equilibrio entre comunidades. Si en algún sitio puede haber protestas es en el más estable y «democrático» kurdistán, donde la sociedad civil ha crecido, pero el poder político sigue monopolizado por los dos grandes partidos-movimiento.

Más allá del mundo árabe, poco espacio hay para revoluciones, a pesar de lo que pueda parecer en Irán.

Irán

La ola revolucionaria difícilmente prenderá en Irán. Las protestas actuales conectan con el movimiento opositor que generó el fraude electoral y tiene su propia dinámica, por más que los acontecimientos en el mundo árabe puedan haber servido de acicate.

Por supuesto Ahmedinejad desató una represión contra sus oponentes, salidos todos del mismo régimen. Pero sigue teniendo grandes apoyos populares en las capas populares y en todo el país en la medida que la población entiende como una injerencia intolerable la presión occidental en la cuestión nuclear.  Y sigue contando con el apoyo del Líder Supremo, Jamenei.

El fraude electoral y la subsiguiente represión fueron en realidad un golpe de estado, atentatorio contra los propios principios democráticos tal y como los entiende el régimen de los ayatolás.

La oposición y la población más occidentalizada están exhaustos. El cambio no llegará de la calle, pero la sociedad está cambiando y las próximas elecciones presidenciales, y no digamos ya la muerte de Jameini, traerán una profundización democrática. ¿Desaparecerá la preponderancia de lo religioso sobre lo civil? Imposible saberlo.

Afganistán

Ya sabemos que no estamos allí para quitar el burka a los mujeres, garantizar los derechos humanos o construir un atisbo de democracia. Estamos para que Afganistán no sea un estado yihadista. Así que haber si encontramos pronto a los buenos talibanes para que repartan el pastel con Karzai y nos vamos cuanto antes… Esto sí que es realpolitik

Pakistán

Potencia nuclear al borde del abismo. Las oligarquías que han monopolizado el poder económico, con sus rencillas y corrupción, entregaron el poder hace viente años a los militares y estos sólo se retiran de vez en cuando para que los civiles jueguen a una democracia corrupta y altamente impopular. Mientras la sociedad es rehén de los radicales religiosos que imponen su ley. ¿Cuánto tardará el próximo general en tomar el poder formal?

Túnez, Egipto o los países del Mageb nada tienen que ver con Pakistán, pero si las transiciones se hacen mal al final los militares pueden ser el verdadero poder en la sombra.

Y para quien quiera una medida más cuantitativa, remito al Índice de Lanzamientos de Zapatos, con el que The Economist, medio en serio medio en broma, ha querido medir el potencial de revuelta en el mundo árabe.

Claves de las revoluciones árabes (I)


No soy arabista ni especialista en el mundo árabe. Pero creo que las revueltas árabes entrañan algunas claves que nos pueden ayudar a entender cuándo estas protestas pueden llegar a convertirse en una revolución, cuándo es probable que sean reprimidas y cuándo pueden disolverse por si mismas.

Revoluciones árabes

Todos los musulmanes comparten un sentimiento de pertenencia a la unmma, la comunidad de los creyentes, por encima de estado y nacionalidad. Pero donde este sentido de pertenencia es más intenso es entre los árabes, que comparten cultura, una lengua de base y unas sociedades con rasgos semejantes.

Los pueblos del Magreb y de muchos de los estados de Oriente Próximo han pasado por la experiencia de la colonización, de regímenes nacionalistas que han degenerado en cleptocracias, que han manipulado la religión, aceptando un conservadurismo creciente al tiempo que reprimían a los movimientos integristas y yihaditas.

Las sociedades árabes son mayoritariamente sunníes y aunque la influencia de los predicadores es grande, no existe el encuadramiento social que lleva consigo el chíismo con su ideología milenarista y el poder de los ayatolás.

Son sociedades tradicionales, pero con una gran población urbana educada. Las masas juveniles se encuentran condenadas al paro. La aplicación de políticas neoliberales han liquidado la estabilidad económica de las clases medias.

Todos los árabes se ven como próximos, de aquí el contagio de las revueltas.

Conciencia nacional

En el Magreb y Oriente Próximo a la pertenencia nacional se suman diversas pertenencias comunitarias: de religión, secta, clan o tribu. Para que las revueltas se conviertan en revolución, para que no se ahogen en si mismas, o, lo que es peror no degeneren en luchas sectarias, el sentido y hasta el orgullo nacional. El fuego de la revolución sólo puede prender si estas diferencias estamentales pueden dejarse en segundo plano y recuperar un cierto orgullo nacional.

Sociedades estructuradas

A mayor educación, mayores posibilidades de que las revoluciones triunfen.

Los grandes impulsores de las revueltas están siendo los jóvenes urbanos con acceso a las nuevas tecnologías de la información. Pero lo único que están haciendo es enlazar el hartazgo de las clases medias, las reivindicaciones de los trabajadores y el hartazgo de toda una sociedad. Pero más allá de una movilización en la calle para que la revolución triunfe tienen que existir organizaciones sociales: asociaciones, ongs, sindicatos, partidos.

La mayor parte de estas organizaciones fueron vampiririzadas por las dictaduras. Ahora se enfrentan a un proceso de regeneración.

Dictaduras débiles

No tanto que se trate de dictablandas, esto es regímenes con un grado limitado de represión, como que su legitimidad se esté agrientando. Un régimen es débil cuando el tirano, anciano y achacoso, no tiene una sucesión clara, por mucho que él piense que lo tiene todo «atado y bien atado».

Pierden también legitimidad las dictaduras cuando no pueden mantener las redes clientelares por divisiones internas o por incapacidad de engrasarlas con dinero y prebendas.

Tienen en cambio una legitimidad más sólida aquellos que se envuelven en una legitimidad religiosa o en un carisma especial.

Y los pueblos perciben a los tiranos como débiles cuando éstos se humillan ante un poder exterior.

Implicación extranjera

En la medida que el régimen sea más dependiente de una potencia exterior, el dictador puede caer en cuanto ese poder externo muestre alguna duda en su apoyo. Pero también cuanto más intereses estratégicos tenga ese otro país (Estados Unidos o Irán) más difícil y condicionada será la transición.

Como la entrada ya es muy larga, dejo para otra próxima la aplicación de estas claves a los distintos países.

(Puedes seguir el resto de las entradas de este tema con la etiqueta «revoluciones árabes»)

Justicia y democracia en las revoluciones árabes


Hay dos hipótesis sobre las revoluciones árabes. Para unos, el motor de las revueltas está en el ansia de libertad y dignidad de los jóvenes urbanos (Olga Rodríguez, Vicenç Navarro). Para otros, en las reivindicaciones laborales y sociales de una población empobrecida.

Muchos han olvidado que el primer grito llegó del Sahara Occidental. Los acampados en Gdeim Izik pedían condiciones de vida dignas y no discriminatorias. El régimen marroquí ahogó este grito con represión policial y social,  a cargo ésta última de los colonos. En el Sahara bajo la superficie estaba la cuestión de la autodeterminación nacional, pero la protesta era en su origen social y reflejaba la degradación de la situación de las capas populares.

Las primeras protestas en Túnez también pedían mejores condiciones sociales. La subida del precio de los alimentos está siendo el catalizador primero de las revueltas. Su acelerador son los nuevos medios sociales. Pero lo que persiguen todos, jóvenes y viejos, laicos y religiosos, pobres y acomodados es terminar con la hogra, esa palabra árabe de difícil traducción que indica la humillación infligida por el poderoso, ya sea el majcen marroquí, la familia Tablesi o cualquier otro clan político-económico.

Lo que quieren los manifestantes es que ser reconozca su dignidad y libertad. No ser sometidos a medidas arbitrarias. No ser humillados por cualquier funcionario con gorra de plato de los innumerables cuerpos policiales. Ser tratados como personas maduras, que pueden decidir su futuro en elecciones libres. Quieren, desde luego, terminar con la corrupción. Y, cómo no, trabajo para tener un proyecto de vida propio. Quieren, en definitiva, libertad y justicia.

La libertad se institucionaliza en la democracia y el estado de derecho. El estado de derecho tiene que reconocer y garantizar los derechos humanos. Si algo demuestran estas revoluciones es que los derechos humanos son un anhelo universal.

No hay estado de derecho sin respeto de la ley (rule of law) y mecanismos de alternancia en el poder a través de elecciones. Las elecciones no son toda la democracia, pero son condición de democracia. En los casos de Túnez y Egipto las elecciones generales consagrarán una nueva legitimidad. Pero no se acaban las condiciones, que se enlazan como cerezas. Las elecciones tienen que ser libres y limpias. Esto exige libertad de asociación, reunión y expresión; un sistema electoral equitativo; equidad en el acceso de las distintas opciones a los medios de masas.

Una democracia es, en último término, un procedimiento para resolver pacíficamente y con libertad los conflictos y asignar el poder político, económico y social. Sin democracia no hay justicia, pero la democracia no garantiza la justicia. Que en una democracia se alcance un nivel aceptable de justicia; que haya un reparto de poder razonable; que a todos se garanticen unos servicios básicos… depende del equilibrio de fuerzas. Si las reglas procedimentales son equitativas y razonables, cada cual tendrá un cauces para luchar por sus derechos e intereses y para unirse con otros en la prosecución de sus fines esenciales.

Una dictadura es como es el tapón de la botella de champán (así se veía Fernando VII a si mismo) que cuando se descorcha deja salir toda la presión acumulada. En las transiciones árabes se acompasará la lucha por la democracia con las reivindicaciones sociales. No es raro que, como lo fue en España, transición sea sinónimo de movilización y lucha social.

No sé si los blogeros volverán a casa. Desde luego los trabajadores tendrán que salir a la calle. Las huelgas paralizarán más o menos la economía y crearán molestias a los turistas, pero permitirán a estos pueblos mejorar su nivel de vida, maltrecho por la corrupción y la carestía de los alimentos. Para no entrar en una espiral inflacionaria al pacto político tendrá que acomparñar el pacto (o muchos pactos) social. Muchos prefieren aprovechar el vacío de poder y salta a la otra orilla. (Nada que ver este éxodo con el albanés de los 90, por muchos que Berlusconi y Maroni manipulen el caso).

Lamentablemente la democracia no trae aparejada automáticamente riqueza ni justicia. Llegará el desencanto. Los nuevos dirigentes, tanto los transitorios como los que salgan de las elecciones no deberán olvidar el frente social o las masas populares darán la espalada a la incipiente democracia. Ya que Europa ha apoyado hasta el último día a los tiranos, por lo menos que tire ahora de chequera.

Sin pan no puede haber elecciones, pero sin elecciones no se puede ganar el pan dignamente.

 

P. S En cualquier caso la prueba del 9 de estas transiciones es el respeto de los derechos humanos. Las organizaciones de derechos humanos culpan a los militares de torturas y desapariciones.

 

Los vídeos de Vodpod ya no están disponibles.

(Otras entradas relacionadas.  Revoluciones y transicionesRevolución en Egipto: el papel de los medios (tradicionales y sociales)¿Quién informa ya de Túnez?,  Revolución árabe: la fina línea entre la opresión y la libertadTúnez: más tareas para la transiciónTúnez: los dilemas de la transición,Difícil transición en TúnezTúnez, la rabia de los universitarios)

Revoluciones y transiciones


Puede que todo esté dicho sobre los extraordinarios acontecimiento de Túnez y Egipto. La mayoría de los analistas se ufanan prediciendo el pasado. El tono general es optimista. Los análisis de detalle, de los verdaderos especialistas, son más útiles que los grandes frescos de los generalistas, llenos de lugares comunes.

Lo siento. Yo también me sumo a la ceremonia de la confusión con algunas reflexiones generales sobre las revoluciones árabes, que, para no cansar, dividiré en esta entrega, otra sobre justicia y democracia y una última dedicada a porque unas revoluciones triunfan y otras no

Lo que uno ha visto en medio siglo

Como cualquiera de mi generación he sido testigo de varias olas revolucionarias.

De adolescente, me inicié en el interés por la política y el cambio social con las revoluciones del 68. Aparecían como revoluciones juveniles para cambiar de sistema, para arrumbar el conservadurismo, la guerra fría, el capitalismo, el comunismo soviético, para llegar a un nuevo paraíso ácrata.

Las revoluciones del 68 no fueron sólo la de París. También las marchas de los derechos civiles en Irlanda del Norte, el movimiento de los derechos civiles de Estados Unidos, la primavera de Praga… Las revoluciones de los 60 obviamente no fueron genuinas revoluciones políticas, porque no produjeron un cambio de poder. El poder político y económico siguió en las mismas manos, pero los valores cambiaron:  costumbres más libres, cuestionamiento de la tradición y la autoridad, liberación de la mujer, laicidad… Hoy, los que entonces abandonaron asustados el progresismo, como Ratzinger, combaten codo con codo con muchos de aquellos radicales el «relativismo moral».

En realidad las revoluciones de mayo murieron trágicamente más tarde. En Europa con la locura homicida de la Baader-Meinhof, las Brigadas Rojas, los años de plomo. En España, con ETA, que todavía sigue ahí… Con el terrorismo revolucionario y el terrorismo de Estado. Murió también el espíritu de mayo asesinado por Pinochet y Videla. Lo vivimos como un fracaso y luego poco a poco conocimos el horror y el genocidio.

La que vivimos como una revolución de verdad fue la Revolución de los Claveles.Por fin, un atisbo de luz en el tardo franquismo. Nos sabíamos hasta la tendencia del último capitán y los fines de semana se organizaban expediciones a Lisboa.

La portuguesa fue una revolución de verdad, porque puso fin a un peculiar régimen autoritario. Como muchas revoluciones pasó por distintas etapas. El poder lo asumió una junta militar, pero no la cúpula del poder militar de la dictadura como en Egipto. En ella convivían militares de confianza de los capitanes con el conservador general Spínola, que salió huyendo en cuanto la cosa se radicalizó. Después de la fiebre revolucionaria, vino la institucionalización del Movimiento de las Fuerzas Armadas y por fin la democracia civil. El poder se hizo democrático, pero la revolución social y económica se frustró.

Por fin Franco se nos murió en la cama, así que no tuvimos revolución, ni siquiera ruptura y nos contentamos con una transición, que hoy se nos vende como modélica, pero que entonces nos originó no poco sufrimiento. El motor de la transición no fue el Rey sino la movilización popular. El Rey fue el estabilizador del proceso. Tuvimos que acostumbrarnos a negociar y a aceptarnos. El cambio de poder fue gradual, negociado y salpicado de involuciones. No cambiaron los poderes sociales y económicos, pero nos dimos una ordenación de la convivencia bastante razonable.

Transición fue la de Argentina, de Galtieri a Alfonsín, que vivimos con gran esperanza. Habría que esperar hasta finales de los 80 para que llegara la transición en Chile.

Otra revolución de libro fue la de Irán, que hizo bueno aquello de que las revoluciones devoran a sus propios hijos. Una revolución popular derroca al Sha, pero como en la Rusia de 1918, una vanguardia revolucionaria se hace con el poder. Detrás hay un líder (Jomeini), una religión-ideología (el milenarismo chií), una iglesia-partido (los ayatolás), una alianza de la burguesía conservadora (los bazaríes) con las masas desposeídas. La burguesía laica es sacrificada y se impone una teocracia, con un extremo conservadurismo social, un populismo económico y un compromiso con la revolución islámica global.

En realidad la gran revolución de nuestras vidas ha sido una contrarrevolución y ha sido no política, sino social y económica. Empezó con Reagan y Thatcher y hoy vuelve triunfante, con la espuma de la Gran Recesión. La Gran Contrarrevolución ha supuesto una gigantesca transferencia de poder económico de las clases medias a los magnates financieros. No ha habido cambio formal del poder político, pero los fundamentos de la democracia se han deteriorado con una desigualdad creciente. Vivimos en sistemas de democracia de baja intensidad.

Revolución política, económica y social fue la caída del Muro y la implosión del sistema comunista. Durante unos meses, quizá sólo semanas, pudo parecer que cabía un socialismo democrático. Pero pronto se vio que el comunismo operaba con tal fuerza como contramodelo que se imponía su más terrible contraimagen, el capitalismo salvaje.

Hay analogías con las revoluciones árabes. Como éstas, las de la Europa comunista fueron revoluciones populares, en gran medida espontáneas (sin despreciar la influencia de la CIA y el Vaticano). Fueron revoluciones porque el sistema se cayó, pero también fueron transiciones porque la transferencia de poder se hizo en muchos lugares, como Polonia, Hungría, de forma negociada. La mayor parte de los líderes espontáneos desaparecieron en el anonimato y surgieron nuevos que habían estado agazapados disfrutando de las prebendas del sistema, como Vaklav Klaus. Frente a una derecha radical se alineó una izquierda moderada, en general salida de los partidos comunistas, en muchos casos corrupta e incompetente. Así que si la revolución duró dos semanas, la transición política un año y la transición jurídica una década, la transición a una sociedad democrática (como demuestra el caso de Hungría) todavía no ha terminado.

De la que sí que fui testigo directo fue de la caída de Milosevic, que inaguró las revoluciones de colorines (la Naraja, la de los Tulipanes, las de las Rosas etc). Milosevic cayó porque perdió las guerras que desató, pero de hecho fueron grupos de conspiradores los que organizaron la toma del Parlamento de Belgrado. Se abrió luego una transición con episodios como el asesinato de Djindjic y que, desde el punto de vista político, Boris Tadic parece haber concluido.

Digo que la caída de Milosevic sirvió de modelo para revueltas organizadas por partidos políticos o grupos de intereses como la de Ucrania. Bendecidas por Washington para robarle terreno a Moscú en su patio trasero, los medios las enaltecieron. No eran más que un «quítame tú, que me pongo yo».

Las revoluciones de Túnez y Egipto lo son porque suponen un cambio de legitimidad y su trascendencia reside en que establecen un nuevo paradigma dentro de la cultura musulmana, que se ve como la umma, la gran comunidad política de todos los creyente.

El fundamento del poder ya no se halla en el carisma de un padre de la patria que asegura la estabilidad y una cierta prosperidad, sino en la voluntad de libertad y dignidad del pueblo. El poder de hecho se encuentra ahora en Túnez en manos de tecnócratas del viejo régimen. En Egipto lo detenta la vieja cúpula militar de Mubarak. Se abre una transición política llena de peligros e incógnitas. ¿Serán capaces los jóvenes de encontrar nuevas organizaciones mediadoras? ¿Alguno de ellos se consolidará como líder o volverán a la soledad en compañía de Facebook?. ¿Cómo se mantendrá la presión popular?

Tunecinos y egipcios ya han ganado la dignidad. Ahora tienen que conquistar la democracia en difíciles transiciones.

Revolución en Egipto: el papel de los medios (tradicionales y sociales)


La revolución de Twitter… La revolución de Facebook… La revolución de YouTube… No, la revolución del pueblo egipcio. (¿Revolución? Dejo esa discusión para otra entrada).

Que los medios sociales han tenido un papel relevante en la revuelta en Egipto es evidente. Tan evidente como que el ciclostil y la pintada fueron herramientas de movilización social y política en la España del último franquismo. Como indiscutible es que Al Yazira ha sido la ventana por la que la mayoría de los egipcios han accedido a la imagen de la movilización callejera.

El papel de los medios tradicionales y de los medios sociales (y su interrelación) en estos acontecimientos requiere de una investigación seria. No sé si algún académico egipcio o extranjero la está ya desarrollando.

Los medios sociales son herramientas insuperables para la interacción y por tanto para la movilización para un objetivo concreto, ya sea manifestarse, reunir firmas, hacer un boicot a un producto o comprarlo. Los medios sociales promueven conductas instantáneas y acciones «líquidas». Los medios sociales están siendo el catalizador y el acelerador de las revueltas y llenan el vacío dejado por la censura en los medios de masas.
Pero desde la revuelta popular hasta la democracia hay un largo camino, una transición, que requiere grupos homogéneos, organizados en torno a ideas e intereses, con liderazgo, que representen amplias capas sociales. Esa acción consciente, comprometida, a medio y largo plazo, con objetivos y planificación se realiza en el terreno de la acción política clásica: reuniones, debates, afiliación, congresos etc. Y son esos grupos organizados los que terminan por crear opinión pública en los medios de comunicación de masas, que construyen el relato social que comparte la mayoría.

Dejo aquí algunas piezas de información que pueden servir para entender el papel de unos y otros medios en estos acontecimientos.

The New York Times ha producido este vídeo del ambiente en un piso de El Cairo desde el que un grupo de jóvenes alienta la revuelta desde las redes sociales. Nada que ver con la conspiración internacional que vende el régimen.

La segunda pieza de información viene de Media Tenor. Es un breve estudio (pdf) sobre la información de dos cadenas de televisión occidentales (CNN y BBC) y dos panarabes (Al Arabiya y Al Jazira) sobre Egipto y Mubarak antes del estallido de las revueltas. El resultado es que las televisiones occidentales fueron muy críticas de Mubarak, con un 50% de las informaciones sobre el «rais» de carácter negativo. En cambio, las televisiones árabes dieron de él una imagen positiva.

 

Fuente: Media Tenor

Media Tenor llega a la conclusión de que no se puede acusar a las televisiones occidentales de connivencia con la dictadura y que las televisiones árabes están mucho más vinculadas y condicionadas por los poderes locales. Habría que hacer una análisis cualitativo para ver si detrás de las informaciones negativas de BBC y CNN hay verdadera crítica o sólo perjuicios occidentales. Pero de lo que no cabe duda es de Al Jazira ha educado a las sociedades árabes en el debate, base de cualquier democracia.

Vuelvo al principio. Esta es la revolución de los egipcios, pobres y clases medias, jóvenes y maduros, religiosos y laicos, musulmanes y coptos. Itxa en su blog está recogiendo ese pálpito popular. De ella tomo este vídeo de Nawal El-Saadawi vieja luchadora feminista, que encarna como nadie la resistencia del mejor Egipto.

(Una última actualización. Según el News Coverage Index (PEW Project for Excellence in Journalism) la revuelta en Egipto es la noticia internacional con mayor seguimiento en los últimos cuatro años y en este período ocupa además el cuarto lugar entre todas las noticias, nacionales e internacionales. Sin más análisis los datos indican la importancia que para sus intereses estratégicos conceden al acontecimiento los medios de Estados Unidos.)

¿Quién informa ya de Túnez?


La revolución en Egipto ha eclipsado por completo a la revolución tunecina

Apenas hace diez días, Túnez era primera página y abría todos los informativos. Hoy, los medios españoles no informan sobre Túnez, sus enviados especiales han regresado o se ha ido a Egipto.

Ciertamente, Egipto es el gran país árabe y Mubarak mantiene el pulso, mientras Estados Unidos busca alternativas para mantener el status quo favorable a Israel. Estamos de acuerdo, hoy Egipto es la gran noticia. Pero en Túnez todo sigue abierto, sin encontrar una vía clara hacia la democracia. Nadie nos lo cuenta. Por lo que veo en medios sociales como Nawaat los que con sus protestas derrocaron a Ben Ali sienten que su revolución les esta siendo robada ante la indiferencia del mundo, que durante diez días ensalzó su revuelta.

Información espectáculo

Juan Goytisolo narra en «Señas de identidad» como su protagonista, joven exilado del franquismo, es acogido con entusiasmo a su llegada a París a finales de los 50. Hasta que sus nuevos amigos dejan de atenderle, porque hay otras causas más urgentes, creo recordar que la de la independencia argelina.

Las opiniones públicas y las opiniones públicas progresistas son por naturaleza inconstantes en sus intereses y compromisos con el resto del mundo.

En la sociedad del espectáculo los medios promueven ese interés voluble. La «tribu» de corresponsales, cámaras y enviados especiales se mueve de un escenario a otro de conflicto, siempre buscando la tensión, la imagen dramática.

En época de recortes económicos, resulta escandaloso que las radios desplacen a los conductores de sus informativos para hacer en directo desde El Cairo sus diarios hablados. Estos paracaidistas no saben nada del país, necesitan asistencia de los periodistas que están allí, convierten en noticia su llegada y peripecias en las aduanas y se ven obligados a volver a contar lo obvio. ¿No sería más económico y eficaz mantener en un lugar de uno, dos enviados especiales por el tiempo que fuera necesario, en vez de hacer grandes despliegues?

La revolución en los países árabes ha tomado a todo el mundo por sorpresa. Un nuevo estudio de Media Tenor (pdf) demuestra que en los últimos cinco años las grandes televisiones de referencia dedicaron un interés decreciente a los grandes conflictos, ignorando prácticamente a Egipto.

Este informe muestra también como para los pequeños países del sur la única manera de aparecer en la tele es mediante una explosición de violencia. Afganistán, en cambio, ha polarizado la atención, me atrevería a decir que no tanto por el conflicto en si, como por la presencia de tropas (y los informadores empotrados que les acompañan) de los países de las televisiones de referencia.

(Véase también sobre este tema Guerra y paz en las televisiones de referencia)

Fuente: Media Tenor

(Cuando escribí esta entrada no había visto que también TVE enviaba a El Cairo a una de las presentadoras de sus telediarios. La gran aportación consiste en dar paso a la corresponsal Rosa Molló, que está en el mismo set informativo, ambas con el Nilo a la espalda.)

Revolución árabe: la fina línea entre la opresión y la libertad


Mubarak advirtió el viernes a los egipcios, en el que puede ser su último discurso, que hay «una fina línea entre la libertad y el caos». En realidad, quería decir «yo o el caos».

En entradas anteriores, reflexioné sobre las posibilidades de la transición en un  país, Túnez, en el que la revuelta de la calle ha derrocado a la cabeza de un régimen opresivo, pero donde queda un largo e incierto camino para llegar a la democracia.

Hoy, me sitúo en un momento anterior, en el que se encuentra Egipto, en esa sutil línea que separa una autocracia opresiva y la libertad.

En el punto de partida existe un régimen que anula los derechos humanos, especialmente los políticos, que se sustenta sobre la represión y un partido único o hegemónico, aunque intente ganar legitimidad con un relato mítico (en el caso de Mubarak el aviador invicto que garantiza la estabilidad y la prosperidad) y satisfaciendo las necesidades sociales básicas. Con el paso del tiempo, el relato legitimador se difumina en la medida en la que se degrada el nivel de vida de las clases populares y, sobre todo, de las clases medias.

El apoyo exterior no es un factor despreciable. En este caso Mubarak ha contado con el apoyo de Europa y, sobre todo de Estados Unidos, con un mil millones dólares anuales de ayuda militar durante un cuarto de siglo.

Cualquier intento de desafiar al régimen es reprimido con todo el poder judicial y policial. Todos tienen miedo y la oposición se debilita después de cada ola represiva.

Pero un día la gente, todavía con mucho miedo, se atreve a salir a la calle a pedir que se vaya el tirano. En el caso de Egipto, hay rabia por el alza de precios de los alimentos, por la corrupción, por el fraude en las elección y, de modo especial, indignación porque Mubarak quiera investir como sucesor a su hijo Gamal en las previstas elecciones presidenciales. Pero el factor decisivo es ver lo logrado en la calle por los tunecinos. Si ellos lo han consegudo ¿por qué no los egipcios?.

Y entonces empieza un desafío en la calle que siempre es sangriento. El autócrata aplica la represión de rigor. Pero mientras las protestas crecen y las calles se llenan de jóvenes, mujeres, profesionales… se ve en el dilema de ordenar un baño de sangre total. Es entonces cuando los gobiernos que le apoyaron cuando era fuerte le piden hipócritamente que se contenga.

La partida se juega en la calle. ¿Quieren los policías morir matando? ¿Se arriesgarán su jefes a ser objeto de la ira de la multitud o del nuevo gobierno si la revolución triunfa? ¿Tomará el lugar represor de la policía el ejército? Y en ese momento un policía o un soldado pone en la bocacha del fusil un clavel o un pañuelo verde y la multitud le aupa y le aclama. Y entonces la represión ya no es posible.

En Egipto se está cruzando esa línea sutil, pero Mubarak se aferra al poder. Tiene más agallas y controla mejor los resortes que Ben Ali. Pero sobre todo los que le apoyaron, Washington y Tel Aviv, no pueden consentir una salida que no garantice sus intereses. Hay que encontrar una alternativa ¿Puede ser Omar Suleiman, el todopoderoso jefe de los servicios secretos, el que garantice un status quo con Israel? ¿O puede ser Baradei con su Nobel de la Paz, un líder diplomático, occidentalizado, pero poco capaz de aglutinar a la oposición?.

Con respecto a la actitud de Estados Unidos, viene a cuento la frase de Kennedy (que recuerda Jean-Paul Marthoz) en relación a la dictadura de Trujillo: «Hay tres posibilidades, en orden decreciente de preferencia. Un régimen democrático decente, una continuación del régimen de Trujillo o un régimen castrista. Deberíamos favorecer la primera, pero no podemos renunciar a la segunda si no estamos seguros de evitar la tercera.

Hoy el equivalente a un régimen castrista no sería tanto un régimen islamista, como un régimen, religioso o laico, que no guarde las espaldas a Israel. Aunque no se trataría de mantener a Mubarak como de buscar esa otra alternativa segura.

Todavía ayer oí a Jaime Peñafiel quejarse de que Carter hubiera dejado caer a un «personaje histórico» como el Sha de Irán. Carter invocó su política de derechos humanos para no sostener a Reza Palevi y Somoza («nuestro hijo de puta»), pero la línea se había cruzado y ni un baño de sangre hubiera mantenido a esos dictadores, que durante décadas fueron los «guardianes de Occidente».

Hoy pasa lo mismo. Aunque Obama quisiera mantener a Mubarak no podría. Pero cruzada la línea de la opresión, antes de llegar a la libertad, puede pasarse por un periodo de caos. Eso es lo que desea cualquier régimen que se tambalea y eso es lo que tiene que evitar una sociedad que quiera libertad.

Y superado el caos queda luego un largo camino a una libertad institucionalizada en una democracia… una batalla que se da tanto en la calle como en los despachos.

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