Otra vez las pruebas opacas cuando no prefabricadas; otra vez los argumentos humanitarios; otra vez los análisis sin fin, los mapas de objetivos y despliegues. Ruido, mucho ruido y me parece que en este caso pocas nueces.
¿Bombardeará Estados Unidos Siria? ¿Es legítima una intervención? ¿Explotaría el polvorín de Oriente Próximo en caso de bombardeo? Muchas preguntas para que las responda alguien no experto como yo, pero no me resisto a dejaros mi reflexión.
Legitimidad
Una intervención unilateral de Estados Unidos, sólo o en una coalición ad hoc (eso que en la jerga intervencionista se llama coalición de voluntarios) no está respaldada por el derecho internacional.
Podría tener tres fundamentos. Uno, que el régimen sirio estuviera poniendo en peligro la paz internacional y entonces la intervención caería dentro del capítulo VII de la Carta de ONU y tendría que estar autorizada por el Consejo de Seguridad. Nadie plantea que exista ese supuesto.
Dos, basada en la obligación de proteger. Es claro que el régimen sirio está cometiendo actos criminales contra su propio pueblo que justificarían una intervención, pero ésta tendría que ser proporcionada y dirigida específicamente a proteger a los civiles y estar aprobada por el Consejo de Seguridad. Desde luego que un bombardeo con misiles de crucero en absoluto va a terminar con las masacres y no hay ninguna posibilidad de que sea aprobada por el Consejo de Seguridad, una instancia todo lo oligárquica que se quiera, pero la única legitimada en nuestro muy imperfecto derecho internacional.
Y tres, y más específico, como una respuesta por la violación de la Convención contra la Armas Químicas. Este tratado no prevé ninguna represalia militar en caso de violación, por lo que no habría más fundamento que los que enumerado como uno o dos.
El lenguaje a veces es transparente. Tanto desde Washington como desde París se ha hablado de represalia. En definitiva, potencias que quieren arrogarse el papel de policías del mundo que nadie les ha conferido.
Habría no obstante, un argumento moral a favor de la intervención, si aún no cumpliendo los requerimientos del derecho internacional un ataque pudiera poner fin a los crímenes contra la población. Los argumentos morales son siempre reversibles y susceptibles de utilizar a conveniencia y, por tanto, no conducen en el mejor de los casos más que a la tiranía benévola. Pero es que dadas las características de este conflicto ninguna intervención -limitada o amplia- puede parar la carnicería, más bien al contrario.
Y todo ello sin olvidar cómo Estados Unidos miró para otro lado cuando su entonces aliado Sadam Husein gaseó a los kurdos de Halabja o los soldados iraníes.
Las pruebas ¿A quién beneficia el bombardeo químico?
Estados Unidos dice tener como pruebas del uso de gas sarín contra la población civil muestras biológicas del personal sanitario que atendió a los civiles. En cuanto al origen del ataque, alega observaciones de satélite sobre el emplazamiento de los combatientes. Y en lo demás, se remite a pruebas recabadas por los servicios secretos que no se pueden revelar por motivos de seguridad. En esta ocasión nos han evitado un espectáculo como el de Colin Power con sus vídeos en la ONU. Lo de Francia es todavía más ingenuo: sus pruebas son los vídeos que circulan desde el primer momento con cadáveres y personas con convulsiones.
Que existió un ataque con gas tóxico a posiciones controladas por los rebeldes con concentración de población civil parece fuera de duda. Pero los detalles sólo pueden establecerlos equipos independientes como los de la ONU. Y como en Irak, Estados Unidos no está dispuesto a someterse a esa verificación independiente.
Es cierto que los inspectores de la ONU en ningún caso establecerán el origen del ataque. Aquí surgen distintos relatos a modo de novela policíaca: ¿a quién favorece el bombardeo?.
Para Estados Unidos, es claro que Asad quiere desafiar a la comunidad internacional para ver hasta donde puede llegar en el uso de estas armas en la limpieza de focos de resistencia. Para Putin es absurdo que cuando el régimen sirio está consiguiendo llevar la iniciativa militar vaya a caer en esta trampa. Un stringer de una periodista de AP asegura haber recogido testimonios entre los rebeldes que aseguran que la munición química fue entregada por el ministro de defensa saudí a los rebeldes y que a estos les explotó por inexperiencia.
Y hay quien, por fin, asegura que todo es una provocación de Asad para ser bombardeado y desatar una conflagración en todo Oriente Próximo, que es por cierto lo que éste ha dicho en una entrevista para el diario Le Figaro. La lógica apunta a esta última hipótesis, pero ¿quién sabe? como ocurre tantas veces todo puede deberse a una cadena de errores e incompetencias de unos u otros.
Bombardeará Estados Unidos. Sí, por su reputación
Estados Unidos bombardeará Siria porque se juega su reputación como potencia.
La reputación era para la Monarquía Hispánica el correlato público de la honra y muchas de sus actuaciones (sobre todo en su decadencia) se llevaron a cabo no tanto por defender la fe católica o por razones estratégicas, sino por mantener la reputación, sin la que una potencia no es nada. Hoy la reputación se llama credibilidad.
El secretario de estado, John Kerry, lo dijo paladinamente: Estados Unidos se juega su credibilidad. Barack Obama estableció una línea roja, el uso de armas químicas cuando tal línea parecía lejana y ahora se ve en la necesidad de hacer efectiva su amenaza.
¿Por qué estableció esa línea? En la administración Obama hay una facción (Susan Rice es una de sus más destacadas figuras) partidaria de que la defensa de los derechos humanos en el mundo es un interés esencial de Estados Unidos. El Obama presidente, cauto y precavido por naturaleza, se encuadra más en la corriente realista, pero como en el caso de esta línea roja autoimpuesta, hace concesiones, más retóricas que efectivas, a los idealistas.
El interés estratégico de Estados Unidos es que el régimen de Asad no se desplome caóticamente, lo que entregaría gran parte del país a grupos yihadistas afiliados a Al Qaeda. Castigar, debilitar a Asad sí, derrocarlo, al menos ahora, sin un alternativa unida y confiable para Estados Unidos, no. No faltan informaciones que aseguran que los yihadistas temen que en realidad se termine por bombardear sus posiciones.
Con el apoyo ya de los líderes demócratas y republicanos Obama seguramente ordenará un bombardeo limitado la próxima semana. En cuanto al pequeño François, dispuesto a emular al pequeño Nicolas en la recuperación de la grandeur mezclada con argumentos humanitarios, puede que le siga, pero no parece que por eso vaya a mejorar su popularidad interna. No contará Obama en este caso con el primo británico, después de ser Cameron derrotado en el parlamento (¡eso es un parlamento!)
¿Polvorín o laberinto?
Si Estados Unidos bombardea -ha dicho Asad- el polvorín de Oriente Próximo estallará. Una conflagración general no es 100% descartable, pero es que en realidad esa guerra ya se libra en una multiplicidad de conflictos enlazados, donde los actores intercambian aliados.
Leo estos días Jerusalén: la biografía, de Simon Sebag Montefiore, y muchas de las luchas por la Ciudad Santa, con sus guerras, alianzas, tratados y equilibrios de poder entre imperios parecen referirse al día de hoy. Oriente Próximo es la bisagra del mundo, un laberinto de luchas estratégicas, pero no un polvorín que pueda estallar con una chispa ni siquiera con un misil de crucero.
Hay una guerra por la implantación del islam político como fuerza predominante en las transiciones democráticas árabes. Turquía, los Hermanos Musulmanes y Catar son en este caso los aliados, mientras que Arabia Saudí es enemiga de cualquier forma de democracia, aunque la fuerza predominante sea islámica. El golpe de estado de Egipto ha supuesto un paso atrás gigantesco en la adaptación del islam a la democracia. El famoso discurso de Obama en El Cairo que era el engarce para que Estados Unidos aceptara al islam político ya no tiene ningún valor, tras el apoyo de Washington al golpe. En esta batalla son ganadores Arabia Saudí, los salafistas y los yihadistas (enemigos por cierto de la Casa de Saud).
Otra guerra evidente es entre chiíes y sunníes, que se libra en Siria, Líbano e Irak. No son guerras de religión, sino de poder. Se trata de que una comunidad u otra controle los resortes del estado y de la economía. Las dictaduras árabes -como el Imperio Otomano- garantizaban un precario equilibrio, imprescindible sobre todo para las comunidades minoritarias (cristianos, kurdos, drusos). Ahora las dos grandes comunidades islámicas luchan por la preponderancia, al tiempo que funcionan como agentes de la coalición sunní (monarquías del Golfo, Arabia Saudí) o (los chiíes) de irán.
Hay una guerra por la hegemonía regional. Turquía, Arabia Saudí, Catar e Irán son los actores de este conflicto. Cada uno usa sus peones más poderosos. Turquía su diplomacia y su integración en el mundo occidental, su desarrollo económico. Catar una diplomacia de chequera y de apoyo a los Hermanos Musulmanes y grupos yihadistas. Arabia Saudí su peso religioso y su apoyo a todas las formas de islam más conservador y retrogrado. Irán, su enorme potencial, su posición estratégica, su guía sobre todos los chiíes.
Otra manifestación de esta guerra global es el conflicto palestino-israelí. El interés estratégico de Israel es tener vecinos débiles, pero estables. Mejor un Asad debilitado que una Siria yihadista. Las conversaciones con los palestinos puestas en marcha por Kerry serán una vez más un elemento cosmético para no ceder ni un milímetro de tierra.
En Siria se cruzan ahora todos estos conflictos -más la rivalidad Estados Unidos-Rusia. El régimen de los Asad ha sido una dictadura, pero su legitimidad se basó en garantizar el equilibrio entre comunidades, sin perjuicio de los privilegios de la propia, los alauís. Asad sigue contando con el apoyo de las comunidades minoritarias. Por eso y por la existencia de un estado organizado y unas fuerzas armadas fieles y entrenadas en la lucha insurgente en el Líbano Asad ha resistido y en los últimos tiempos con ayuda de Hezbolá está logrando una cierta ventaja militar.
Ni Asad ni sus enemigos pueden ganar la guerra. Sólo una negociación puede poner fin a la carnicería. Pero para ello es necesario que las potencias implicadas en este conflicto global acepten que sus intereses estarán mejor servidos por una Siria unida.
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