Conflicto de Ucrania: la visión tranquilizadora de Javier Solana


Solana en el coloqio

Europa En Suma mantuvo el lunes vía zoom un interesante coloquio con Javier Solana. El ex secretario general de la OTAN ve la sitación como un conflicto con múltiples capas, de las que las económicas no son las menos importantes, un conflicto que solo se puede deasarmar con una diplomacia paciente, como se desarma una bomba de relojería. No se puede resolver con una única acción ni diplomática ni militar de ninguna de las partes. Ucrania lleva años en la mesa diplomática y puede seguir siendo un punto de fricción con Rusia durante años.

Pantalla de zoom de los participntes en el coloquio

Solana insistió en los costes militares y económicos que para Rusia supondría la ocupación de Ucrania. Reconoció que no sabemos si ha habido algún acuerdo entre Putin y Xi, del tipo «mientras tú enredas a EE.UU en Ucrania, yo ocupo Taiwan», lo que parece improbable -es mi opinión- por sus consecuencias desestabilizadoras y por la importancia que para China tiene la economía europea.

Lo cierto es que esa invasión, que según los servicio secretos estadounidenses iba a tener lugar el día 16 de febrero no se ha producido y aunque «los tanques rusos no teman al barro», a la terrible raspútitsa, que puede dominar las estepas, en cuanto la primavera venza al invierno la estepa será intransitable, así que para Putin la ventana ideal para la invasión se está estrechando,

Solana reconoció que el principio soberano de que en un estado puede integrarse en la alianza que quiera está limitado por los legítimos interese de sus vecinos. Dio a entender que Ucrania o Georgia no entrarán nunca en la OTAN.

Solana descartó paralelismos con la crisis de los misiles. En mi opinión, puede terminar como aquella, con concesiones casi secretas por ambas partes. Rusia retiró los misiles de Cuba («Nikita, mariquita, lo que se da no se quita», cantaban los cubanos por las calles de La Habana). Y casi de tapadillo Washington retiró sus misiles de Turquía.

Ahora Putin parece comenzar una desescalada con la retirada de algunas tropas. Son retiradas tácticas, la entrega de algunos peones para consolidar posiciones esenciales , en primer lugar Crimea y en segundo lugar el Donbass. Ahora con todos los ojos puestos en el conflicto, Kiev no puede plantearse reconquistas militares y tendrá que terminar por reconocer una amplia autonomía para los territorio rusófilos del Donbass.

Rusia puede conseguir concesiones norteamericanas en materia de desarme.

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Apuntes y lectura de la pandemia: la globalización


mundo conectado

La pandemia en un mundo hiperconectado

Vuelvo sobre la relación entre el coronavirus y la globalización, después de una primera aproximación, el 28 de febrero, cuando la enfermedad todavía no era una pandemia.

Dicen que esta es la pandemia de la globalización. Que el virus pondrá fin a la globalización. Veremos…

La globalización no es la causante de la pandemia, pero sí, esta es la pandemia de la globalización.

Las pestes de otras época se propagaban a paso de caballo o de camello, a la velocidad de barcos de vela. La gripe española lo hizo con el tempus del ferrocarril y los barcos de vapor, transmitida por los soldados desmovilizados y las poblaciones desplazadas. En enero de 2020 un portador del virus podía dar tres o cuatro veces la vuelta al mundo durante el periodo de incubación, contagiando a centenares o miles antes de que la enfermedad se manifestara.

En estos apuntes de hoy os traslado el precipitado de mis lecturas de estos días sobre los distintos tipos de respuesta, en función de la cultura y el sistema político; de la dolorosa y cínica inacción de la UE; y, en fin, de lo que se atisba pueden ser cambios en la globalización. Al final, unas lecturas escogidas. Y antes unas observaciones generales, sobre el sesgo y el lenguaje bélico.

El pensamiento confinado: el sesgo

Toma la expresión prestada de Laurent Joffrin, el director de Libération. En la avalancha de reflexiones de pensadores de todo signo, el pensamiento parece seguir estando confinado por el sesgo de cada uno. Los nacionalistas piden más fronteras. Los liberales un estado más ágil. Los altermundistas otra globalización. Los religiosos conservadores unas costumbres menos liberales. Los partidarios de lo público culpan a la liberalización de los servicios sanitarios. Para unos el responsable es Trump; para otros Sánchez, o, al otro lado del espectro, Esperanza Aguirre y Díaz Ayuso… Ninguno somos capaces de escapar de nuestro marco mental. Yo tampoco. No obstante, propongo algunos posibles puntos de acuerdo:

  • Las pandemias son un elemento natural más del ecosistema Tierra;
  • Este coronavirus no está fabricado en un laboratorio. Es un caso más de zoonosis, aunque no esté claro si el virus mutó en un huésped animal antes de saltar a un humano o mutó en un huésped humano (contagiado por un animal) antes de tener capacidad de contagiar a otros seres humanos. Harán falta todavía muchos estudios, pero valga por el momento el artículo de Nature, que incluyo más abajo en lecturas;
  • Las sociedades responden con sus recursos conforme a su cultura;
  • Los gobernantes improvisan en una situación inédita, balanceando la vida, la economía y su propia supervivencia política y, según el peso de cada factor, así es la respuesta, que debemos criticar en caliente, pero que solo seremos capaces de valorar más adelante (Capítulo aparte: Bolsonaro, Trump, López Obrador, ejemplos de estulticia criminal);
  • Cuando todo termine debieran de abrirse espacios institucionales (nacionales e internacionales) de reflexión para determinar que sociedad queremos.

Esto no es una guerra

Es muy comprensible el recurso de políticos, médicos o periodistas a calificar esta situación excepcional como una guerra. Hasta el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, dice que estamos perdiendo esta guerra. La III Guerra Mundial. Una guerra contra un enemigo invisible; en la que debemos permanecer unidos; una guerra que venceremos. La excepcionalidad de la pandemia se acomoda bien a la excepcionalidad de la guerra.

Pero no, no es una guerra. Ningún estado ataca a otro, no hay enemigos humanos, no hay -no debe haber- odio. Ningún ser humano va a ser obligado a matar a otro, aunque los doctores tienen puedan tener que decidir a quien dan prioridad en sus tratamientos. Ninguna infraestructura debe ser destruida; ningún estado o ideología erradicada; ninguna nación sacrificada. Sí debiera servir para parar las guerras o, al menos, como pide Guterres, decretar un alto el fuego inmediato y global.

Las palabras modelan la acción. La palabra guerra nos convoca a la unidad, al coraje,  a la resistencia personal y colectiva, a la búsqueda de soluciones inéditas. Pero también activa emociones excluyentes y, esto es lo peor, puede servir para justificar el sacrificio de sectores sociales o la adopción de medidas antidemocráticas, como acaba de hacer Orban en Hungría.

Un problema global, respuestas nacionales

Una pandemia como esta manifiesta la dramática ausencia de instituciones de gobernanza global.

En el sistema multilateral de Naciones Unidas, la Organización Mundial de la Salud (OMS-WHO)  promueve la salud de todos los pueblos, «una condición fundamental para lograr la paz y la seguridad y depende de la más amplia cooperación de las personas y de los Estados». Con 7000 funcionarios elabora directrices y normas sanitarias, asesoran a los países, promueven la investigación y refuerzan  los sistemas de salud de los países más débiles. A la OMS compete lanzar alarmas de emergencia o declarar una pandemia. Pero la respuesta sigue siendo nacional. Cada país ha reaccionado conforme su cultura, sistema político y recursos sanitarios.

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Chiang Mai (Tailandia), marzo 2019. Foto propia

China, Japón y Corea han aplicado soluciones distintas, aparentemente efectivas, pero ahora corren el riesgo de un segundo brote, como advirtió el estudio del Imperial College. Cualquiera que haya viajado por Asia Oriental habrá constatado la omnipresencia de la mascarilla. En Bangkok o Pekín protegen de una contaminación asfixiante, pero en todas partes, hasta en los mercados más abarrotados, los asiáticos parecían ser conscientes de que tarde o temprano habría otra epidemia vírica. En Asia estalló el SARS (primo de este SARS-CoV-2), la gripe aviar, el Mers, las grandes epidemias del siglo XX (salvo el ébola), que afortunadamente no se convirtió en pandemia.

Por eso, porque esperaban otra epidemia,  la respuesta asiática ha sido más rápida y aparentemente más eficaz.

China aplicó medidas draconianas con un confinamiento de una provincia de 60 millones de personas y medidas de aislamiento y vacaciones de tres semanas en todo el país. A pesar de las graves distorsiones de su economía, de las que tardará mucho en recuperarse, la inmensa China ni se vio por igual afectada, ni se paralizó totalmente.

El régimen ha coreografiada una cuidadosa propaganda de su eficacia y lo cierto es que, aparentemente, el contagio comunitario ha terminado. La superioridad -dicen también fuera de China- del autoritarismo. Pero fue el autoritarismo, la supresión de la crítica, la falta de libertad de expresión, la ocultación, la que hizo que el virus se propagara. Para Reporteros Sin Fronteras «si la prensa china fuera libre, el coronavirus no sería una pandemia».

The New York Times ha analizado como se propagó el virus antes del cierre de Wuhan utilizando los datos publicados por Waidu, el operador chino de telecomunicaciones. Desde que el 31 de diciembre China advirtió a la OMS que tenía un brote de un nuevo virus, prevenible y controlable hasta que se cerró la ciudad el 23 de enero, 7 millones de viajeros, coincidiendo con el año nuevo chino, salieron de la ciudad, extendiendo la epidemia por las grandes ciudades chinas y desde allí a grandes zonas metropolitanas de todo el mundo.

China ha logrado controlar la epidemia con confinamientos drásticos, parada parcial de la producción y control social. Control tradicional a partir de la policía, el encuadramiento en las organizaciones del partido y los comités de barrio. Control cibernético, a partir del big data, cámaras de vigilancia, reconocimiento facial, carnets por puntos de buena conducta y salvoconductos digitales. En fin, un conjunto de políticas intrusivas. Y poniendo a pleno rendimiento su enorme capacidad fabril de material sanitario, lo que ahora la coloca en posición dominante en el mercado mundial. Las medidas de distancia se levantan poco a poco, con enormes precauciones.

Corea del Sur ha controlado el virus sin paralizar su economía. Una semana después del primer positivo, las autoridades requirieron a la industria farmacéutica que produjeran test a gran escala. Los tests se aplicaron a cualquier sospechoso incluidos aquellos con síntomas leves, con celeridad, en centros en la calle habilitados para ello. Mediante el uso de los datos telefónicos se geolocalizó el movimiento de los pacientes, se advirtió del peligro de zonas de contagio, se dio la atención médica a todos los pacientes. Y lo más importante, desde el primer momento se protegió al personal sanitario, sin permitir que colapsara el sistema.

Japón comenzó por gestionar desastrosamente el caso del crucero Diamond Princess con una cuarentena a bordo que multiplicó el número de contagiados. Después combatió con éxito un brote en Osaka (el virus se propagó entre chicas que asistían a conciertos en la noche de San Valentín) con asistencia médica a los enfermos más grave y tratando al resto en casa. No se han tomado más medidas restrictivas que el cierre de los colegios durante un mes, aunque puede que el distanciamiento social, propio de la cultura japonesa, haya tenido un importante papel en la ralentización de los contagios. De mala gana ha aceptado el retraso en un año de los los Juegos Olímpicos. Ahora los casos crecen en Tokio y las autoridades no descartan ya cerrar la capital.

En Europa, la UE ha fracasado estrepitosamente. La Comisión von der Leyen, que se jactaba de tener una visión estratégica, ha sido incapaz de garantizar que los países no bloquearan el comercio de suministros sanitarios (no digamos ya coordinar el cierre de las fronteras en el marco del acuerdo de Schegen) o proponer una estrategia común (el tema económico lo dejo para otro post). Dentro de quince días llegaran los productos sanitarios comprados conjuntamente, lo que está muy bien, pero durante todo la crisis los ciudadanos europeos están teniendo sola la referencia protectora -con todos sus fallos y negligencias- de su estado nacional, no de la Unión -por no mencionar los insultos calvinistas a los vagos católicos mediterráneos.

La respuesta europea más eficaz parece haber sido la de Alemania, mientras que Italia, primero y España, después, se han hundido en el marasmo. Es un misterio la baja letalidad del virus en Alemania ¿se registran todos los muertos? ¿no hay interacción entre jóvenes y ancianos y por tanto estos últimos son más preservados del contagio? Parece muy probable que Alemania haya sido uno de los focos más tempranos en Europa, como demuestra que los primeros casos importados en España fueran alemanes. Pero lo decisivo, sin duda, ha sido la masiva realización de test y la atención adecuada a los enfermos: por cada 100.000 habitantes Alemania tiene 29,2 camas de cuidados intensivos, España 9,7, esto es, tres veces menos. Ahora, visto lo visto en Italia y España, todos los países adelantan y endurecen las medidas de confinamiento y hasta el inefable Boris abandona precipitadamente su criminal idea del contagio e inmunización grupal. El éxito dependerá de la fortaleza de los sistemas sanitarios, de la capacidad de liderazgo y de la unidad de las sociedades.

Como a todos los virus, al SARS-CoV-2, le gustan las concentraciones y la interacción humana y, por tanto, prolifera en las metrópolis. Después de Lombardía, Madrid y Cataluña, Nueva York ahora es el pricipal foco. Estados Unidos es el primer país en contagios. La plaga será terrible por la inexistencia de un sistema público de salud. Aún con seguro médico, los copagos pueden arruinar a muchas familias de rentas medias. En un país federal la respuesta será muy distinta de unos lugares a otros. Tienen una gran ventaja: al igual que China es un país inmenso donde la epidemia no castigará del mismo modo y al mismo tiempo en todas partes, así que podrá mantener al menos parcialmente su -mermada por la deslocalización- capacidad productiva.

En India, 1.300 millones de personas tiene orden de quedarse en sus casas. Millones de agricultores, y todos los que viven en la calle y de la economía informal, tendrán que elegir entre confinarse o morir de hambre.

En Latinoamérica han tenido dos, tres semanas, para mirarse en Italia y España. Las medidas de confinamiento son más o menos rígidas, pero los sistemas de salud son frágiles y, sobre todo, la dependencia de la economía informal hacen difícil el distanciamiento.

Qué decir de África, donde el lavarse la manos puede ser un lujo. Pero los africanos si saben lo que es un virus mortal. Se han enfrentado al ébola y por eso sus sistemas sanitarios, por precarios que sean, están ya orientados hacia estas emergencias y la población sabe la importancia de respetar la distancia social.

Ruptura de la lógica de la globalización y cambios geoestratégicos

En un mundo físicamente detenido -aunque virtualmente conectado- el comercio y las cadenas de producción se rompen. La globalización está en hibernación. ¿Se retomará cuando, poco a poco, vuelva la normalidad? ¿Cómo se alteraran los equilibrios estratégicos?

La globalización de 1870-1914 estaba basada en la extracción colonial y en el libre comercio entre los imperios. En la actual, con una red de transportes de máxima eficacia económica (y mínima eficiencia energética), y un comercio multilateral regulado por acuerdos comerciales entre bloques o por las normas mínimas de la OMC, la producción también está globalizada. Las cadenas de producción están distribuidas a lo largo de todo el globo, buscando que cada elemento se produzca en el lugar en el que se presente una ventaja competitiva: menor precio de la mano de obra, menor coste de transporte, mejores infraestructuras, más concentración de conocimiento, mayor proximidad. Objetivo: maximación de los beneficios. Y también bajos precios de venta. Beneficio para los consumidores, reducción de la pobreza extrema, crecimiento de las clases medias de los países emergentes, dualización en los países centrales.

En general, los elementos de menor valor añadido se han confiado a los países más pobres, con manos de obra barata o casi esclava, mientras que los países centrales (Europa, Estados Unidos) se ha reservado las tareas de mayor valor añadido, como el diseño, o servicios especializados, como los financieros. Y todo con una sincronía temporal de modo que cada elemento estuviera en el lugar adecuado en el momento oportuno, con los minimos stocks. En este esquema, China se convirtió en la fábrica del mundo. Al tiempo, con el enorme poder de su Estado detrás, fue creciendo en investigación y diseño, con el claro designio de independizarse o al menos competir ventajosamente con los países centrales.

Antes de la pandemia las cadenas de valor ya estaban recolocándose. China, con su mejora del nivel de vida, ya no era el productor competitivo para los productos de menor valor añadido. Incluso, inversores chinos fabrican productos de valor tecnologico medio en otros países, mientras el gobierno apuesta a tope por la róbotica e inteligencia artificial. Las guerras comerciales y las políticas agresivas de Trump anunciaban relocalizaciones.

Por mucho que durante el pasado año se hablará de «desacople» o «desglobalización», lo cierto es que estas semanas se ha demostrado que China sigue siendo la fábrica de algo tan estratégico como suministros sanitarios básicos.

Ahora, además de la relocalizaciones por razones ecnómicas o por el simple caos causado por la pandemia, es de esperar que los estados redefinan un conjunto de productos y servicios esenciales estratégicos. No se puede depender de proveedores externos, sobre todo cuando lo que aparece en el horizonte es una fragmentación en bloques geoestratégicos. No para bienes como medicamentos, y menos para infraestructuras determinantes, como las redes 5G. Ello requeriría ingentes inversiones públicas y privadas, poco probables en en un panorama de sobreendeudamiento público y privado.

No, la globalización no se desmontará, porque es el sistema sanguíneo de nuestro mundo. Pero las cadenas de valor se redistribuirán más equitativamente. No será tan importante el just in time, como la seguridad del suministro.

No se vislumbra, desgraciadamente, nuevas instituciones que gobiernen la globalización. Quizá se refuerce la OMS, pero poco más.

En los equilibrios estratégicos,  Estados Unidos, ya antes en fase de repliegue de su poder blando para apostarlo todo al poder duro, va a sufrir mucho, en términos de muertos, pérdidas económicas y destrucción de la confianza. Aparentemente China sale reforzada de esta crisis. Intenta jugar el papel líder, al que Estados Unidos ha renunciado. Presenta su -relativa- eficacia para combatir la epidemia, su solidaridad con el envío de productos sanitarios y médicos a los países más afectados. Nada dice de los abusos de sus empresas. Pero su talón de Aquiles es, justamente, su proyecto estrella, la nueva Ruta de la Seda. Basado en la conexión del mundo entero con China mediante la construcción de infraestruturas duras (puertos, ferrocarriles, carreteras). ¿Seguirán interesados los países «beneficiados» en endeudarse con China en el marasmo económico que puede seguir a la pandemia?. Por su parte, la UE es un elefante lento (y no sé si seguro). Su maquinaria es poderosa, pero le falta espíritu. Tiene que decidir si quiere regresar al puro mercado único o convertirse en una verdadera unión de ciudadanos.

(P.S. Una manifestación de la globalización que ahora es decisiva es la colaboración internacional entre científicos. Igual que las cadenas de producción son globales, así también las cadenas de investigación. Una vacuna no será ni china ni norteamericana, será el fruto de la colaboración entre distintos institutos de investigación a lo largo del mundo. Los científicos ahora están compartiendo sus resultados de forma libre, sin esperar a la lenta publicación en las revistas prestigiosas. Lo cuenta The New York Times.)

LECTURAS

Recomiendo la suscripción a Coronavirus Readings by The Syllabus (Suscripción/ Archivo) de donde he sacado muchas de estas lecturas. La mayoría no son de prensa española, que doy por supuesto que son más conocidas.

(Otras entradas en el blog en este enlace)

Bombardear Siria o la reputación de Estados Unidos


Otra vez las pruebas opacas cuando no prefabricadas; otra vez los argumentos humanitarios; otra vez los análisis sin fin, los mapas de objetivos y despliegues. Ruido, mucho ruido y me parece que en este caso pocas nueces.

¿Bombardeará Estados Unidos Siria? ¿Es legítima una intervención? ¿Explotaría el polvorín de Oriente Próximo en caso de bombardeo? Muchas preguntas para que las responda alguien no experto como yo, pero no me resisto a dejaros mi reflexión.

Legitimidad

Una intervención unilateral de Estados Unidos, sólo o en una coalición ad hoc (eso que en la jerga intervencionista se llama coalición de voluntarios) no está respaldada por el derecho internacional.

Podría tener tres fundamentos. Uno, que el régimen sirio estuviera poniendo en peligro la paz internacional y entonces la intervención caería dentro del capítulo VII de la Carta de ONU y tendría que estar autorizada por el Consejo de Seguridad. Nadie plantea que exista ese supuesto.

Dos, basada en la obligación de proteger. Es claro que el régimen sirio está cometiendo actos criminales contra su propio pueblo que justificarían una intervención, pero ésta tendría que ser proporcionada y dirigida específicamente a proteger a los civiles y estar aprobada por el Consejo de Seguridad. Desde luego que un bombardeo con misiles de crucero en absoluto va a terminar con las masacres y no hay ninguna posibilidad de que sea aprobada por el Consejo de Seguridad, una instancia todo lo oligárquica que se quiera, pero la única legitimada en nuestro muy imperfecto derecho internacional.

Y tres, y más específico, como una respuesta por la violación de la Convención contra la Armas Químicas. Este tratado no prevé ninguna represalia militar en caso de violación, por lo que no habría más fundamento que los que enumerado como uno o dos.

El lenguaje a veces es transparente. Tanto desde Washington como desde París se ha hablado de represalia. En definitiva, potencias que quieren arrogarse el papel de policías del mundo que nadie les ha conferido.

Habría no obstante, un argumento moral a favor de la intervención, si aún no cumpliendo los requerimientos del derecho internacional un ataque pudiera poner fin a los crímenes contra la población. Los argumentos morales son siempre reversibles y susceptibles de utilizar a conveniencia y, por tanto, no conducen en el mejor de los casos más que a la tiranía benévola. Pero es que dadas las características de este conflicto ninguna intervención -limitada o amplia- puede parar la carnicería, más bien al contrario.

Y todo ello sin olvidar cómo Estados Unidos miró para otro lado cuando su entonces aliado Sadam Husein gaseó a los kurdos de Halabja o los soldados iraníes.

Las pruebas ¿A quién beneficia el bombardeo químico?

Estados Unidos dice tener como pruebas del uso de gas sarín contra la población civil muestras biológicas del personal sanitario que atendió a los civiles. En cuanto al origen del ataque, alega observaciones de satélite sobre el emplazamiento de los combatientes. Y en lo demás, se remite a pruebas recabadas por los servicios secretos que no se pueden revelar por motivos de seguridad. En esta ocasión nos han evitado un espectáculo como el de Colin Power con sus vídeos en la ONU. Lo de Francia es todavía más ingenuo: sus pruebas son los vídeos que circulan desde el primer momento con cadáveres y personas con convulsiones.

Que existió un ataque con gas tóxico a posiciones controladas por los rebeldes con concentración de población civil parece fuera de duda. Pero los detalles sólo pueden establecerlos equipos independientes como los de la ONU. Y como en Irak, Estados Unidos no está dispuesto a someterse a esa verificación independiente.

Es cierto que los inspectores de la ONU en ningún caso establecerán el origen del ataque. Aquí surgen distintos relatos a modo de novela policíaca: ¿a quién favorece el bombardeo?.

Para Estados Unidos, es claro que Asad quiere desafiar a la comunidad internacional para ver hasta donde puede llegar en el uso de estas armas en la limpieza de focos de resistencia. Para Putin es absurdo que cuando el régimen sirio está consiguiendo llevar la iniciativa militar vaya a caer en esta trampa. Un stringer de una periodista de AP asegura haber recogido testimonios entre los rebeldes que aseguran que la munición química fue entregada por el ministro de defensa saudí a los rebeldes y que a estos les explotó por inexperiencia.

Y hay quien, por fin, asegura que todo es una provocación de Asad para ser bombardeado y desatar una conflagración en todo Oriente Próximo, que es por cierto lo que éste ha dicho en una entrevista para el diario Le Figaro. La lógica apunta a esta última hipótesis, pero ¿quién sabe? como ocurre tantas veces todo puede deberse a una cadena de errores e incompetencias de unos u otros.

Bombardeará Estados Unidos. Sí, por su reputación

Estados Unidos bombardeará Siria porque se juega su reputación como potencia.

La reputación  era para la Monarquía Hispánica el correlato público de la honra y muchas de sus actuaciones (sobre todo en su decadencia) se llevaron a cabo no tanto por defender la fe católica o por razones estratégicas, sino por mantener la reputación, sin la que una potencia no es nada. Hoy la reputación se llama credibilidad.

El secretario de estado, John Kerry, lo dijo paladinamente: Estados Unidos se juega su credibilidad. Barack Obama estableció una línea roja, el uso de armas químicas cuando tal línea parecía lejana y ahora se ve en la necesidad de hacer efectiva su amenaza.

¿Por qué estableció esa línea? En la administración Obama hay una facción (Susan Rice es una de sus más destacadas figuras) partidaria de que la defensa de los derechos humanos en el mundo es un interés esencial de Estados Unidos. El Obama presidente, cauto y precavido por naturaleza, se encuadra más en la corriente realista, pero como en el caso de esta línea roja autoimpuesta, hace concesiones, más retóricas que efectivas, a los idealistas.

El interés estratégico de Estados Unidos es que el régimen de Asad no se desplome caóticamente, lo que entregaría gran parte del país a grupos yihadistas afiliados a Al Qaeda. Castigar, debilitar a Asad sí, derrocarlo, al menos ahora, sin un alternativa unida y confiable para Estados Unidos, no. No faltan informaciones que aseguran que los yihadistas temen que en realidad se termine por bombardear sus posiciones.

Con el apoyo ya de los líderes demócratas y republicanos Obama seguramente ordenará un bombardeo limitado la próxima semana.  En cuanto al pequeño François, dispuesto a emular al pequeño Nicolas en la recuperación de la grandeur mezclada con argumentos humanitarios, puede que le siga, pero no parece que por eso vaya a mejorar su popularidad interna. No contará Obama en este caso con el primo británico, después de ser Cameron derrotado en el parlamento (¡eso es un parlamento!)

¿Polvorín o laberinto?

Si Estados Unidos bombardea -ha dicho Asad- el polvorín de Oriente Próximo estallará. Una conflagración general no es 100% descartable, pero es que en realidad esa guerra ya se libra en una multiplicidad de conflictos enlazados, donde los actores intercambian aliados.

Leo estos días Jerusalén: la biografía, de Simon Sebag Montefiore, y muchas de las luchas por la Ciudad Santa, con sus guerras, alianzas, tratados y equilibrios de poder entre imperios parecen referirse al día de hoy. Oriente Próximo es la bisagra del mundo, un laberinto de luchas estratégicas, pero no un polvorín que pueda estallar con una chispa ni siquiera con un misil de crucero.

Hay una guerra por la implantación del islam político como fuerza predominante en las transiciones democráticas árabes. Turquía, los Hermanos Musulmanes y Catar son en este caso los aliados, mientras que Arabia Saudí es enemiga de cualquier forma de democracia, aunque la fuerza predominante sea islámica. El golpe de estado de Egipto ha supuesto un paso atrás gigantesco en la adaptación del islam a la democracia. El famoso discurso de Obama en El Cairo que era el engarce para que Estados Unidos aceptara al islam político ya no tiene ningún valor, tras el apoyo de Washington al golpe. En esta batalla son ganadores Arabia Saudí, los salafistas y los yihadistas (enemigos por cierto de la Casa de Saud).

Otra guerra evidente es entre chiíes y sunníes, que se libra en Siria, Líbano e Irak. No son guerras de religión, sino de poder. Se trata de que una comunidad u otra controle los resortes del estado y de la economía. Las dictaduras árabes -como el Imperio Otomano- garantizaban un precario equilibrio, imprescindible sobre todo para las comunidades minoritarias (cristianos, kurdos, drusos). Ahora las dos grandes comunidades islámicas luchan por la preponderancia, al tiempo que funcionan como agentes de la coalición sunní (monarquías del Golfo, Arabia Saudí) o (los chiíes) de irán.

Hay una guerra por la hegemonía regional. Turquía, Arabia Saudí, Catar e Irán son los actores de este conflicto. Cada uno usa sus peones más poderosos. Turquía su diplomacia y su integración en el mundo occidental, su desarrollo económico. Catar una diplomacia de chequera y de apoyo a los Hermanos Musulmanes y grupos yihadistas. Arabia Saudí su peso religioso y su apoyo a todas las formas de islam más conservador y retrogrado. Irán, su enorme potencial, su posición estratégica, su guía sobre todos los chiíes.

Otra manifestación de esta guerra global es el conflicto palestino-israelí. El interés estratégico de Israel es tener vecinos débiles, pero estables. Mejor un Asad debilitado que una Siria yihadista. Las conversaciones con los palestinos puestas en marcha por Kerry serán una vez más un elemento cosmético para no ceder ni un milímetro de tierra.

En Siria se cruzan ahora todos estos conflictos -más la rivalidad Estados Unidos-Rusia. El régimen de los Asad ha sido una dictadura, pero su legitimidad se basó en garantizar el equilibrio entre comunidades, sin perjuicio de los privilegios de la propia, los alauís. Asad sigue contando con el apoyo de las comunidades minoritarias. Por eso y por la existencia de un estado organizado y unas fuerzas armadas fieles y entrenadas en la lucha insurgente en el Líbano Asad ha resistido y en los últimos tiempos con ayuda de Hezbolá está logrando una cierta ventaja militar.

Ni Asad ni sus enemigos pueden ganar la guerra. Sólo una negociación puede poner fin  a la carnicería. Pero para ello es necesario que las potencias implicadas en este conflicto global acepten que sus intereses estarán mejor servidos por una Siria unida.

 

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