Decir intelectual era casi decir comunista en la Europa entre 1920 y 1980.
La despedida a Semprún todavía está fresca cuando Francisco Rodríguez Pastoriza me hace llegar uno de sus artículos para los viernes del Faro de Vigo, su revisión de tres intelectuales europeos del siglo XX, Gramsci, Semprún y Aleksander Wat, todos ellos conectados con el comunismo. Gramsci, el gran teórico del comunismo humanista, víctima del fascismo. Semprún-Federico Sánchez, resistente, deportado, organizador comunista, víctima del nazismo y (de forma menos cruenta) del estalinismo. Wat, intelectual humanista polaco, compañero de camino, víctima del estalinismo.
¡Qué terribles experiencias las suyas y las de tantos otros (por ejemplo, Artur London) entregando su vida a una causa que traicionaba su ideal de solidaridad!
Os dejo aquí el texto.
———————
VIAJE AL COMUNISMO
(IDA Y VUELTA)
Biografías, cartas y memorias de dirigentes y ex-comunistas revisan los años dorados de un fantasma que recorrió la Europa del siglo XX
FRANCISCO R. PASTORIZA (*)
PARA LA LIBERTAD
La lectura de las cartas que Antonio Gramsci (1891-1937) escribió a lo largo de más de diez años desde las distintas cárceles por las que pasó, condenado por el régimen fascista de Mussolini, proporciona una dimensión exacta de su tragedia personal y provoca en el lector desasosiego, impotencia, indignación hacia sus verdugos. Sus textos transmiten, además, una vívida sensación de opresión y de falta de libertad. Gramsci, condenado en 1926 a 20 años de cárcel sólo por sus ideas (debemos impedir que ese cerebro funcione durante veinte años, dijeron las autoridades que lo condenaron) y por su carácter de dirigente del incipiente comunismo italiano, demuestra a lo largo de esta escritura, recogida en Cartas desde la cárcel (Veintisiete letras), una fuerte personalidad, una voluntad de hierro, un carácter indomable en una humanidad que no cabía en los estrechos márgenes de las celdas en las que transcurría su existencia de penado.
A través de las cartas se percibe poco a poco su deterioro físico, atacado su ya débil organismo por las enfermedades, el frío y la mala alimentación. Sin embargo, sus convicciones, la curiosidad y el interés por lo que pasa en el mundo, sobre todo en el mundo de las ideas y de la cultura, no decayeron ni siquiera en los últimos meses de su vida: fue en la cárcel donde redactó sus famosos Cuadernos de la cárcel, una larga reflexión teórica sobre la renovación del marxismo (Berlinguer los utilizaría en los 70 para elaborar la doctrina eurocomunista). Las lecturas que hace en la cárcel, su amplia cultura literaria y sus conocimientos de filosofía aparecen entre la prosa cálida e íntima con la que escribe a sus familiares más cercanos.
Las cartas están dirigidas preferentemente a su esposa Julia Schucht (Yulca), a su cuñada Tatiana (Tania), a su madre hasta la muerte de ésta (se le ocultó durante meses para no agravar su salud) y a sus hijos Delio y Giuliano, a quienes “ve” crecer en la distancia y a quienes sólo conoció por las fotografías que le enviaban (tampoco volvió a ver a Julia desde su detención). Es precisamente la preocupación por la formación y el crecimiento de sus hijos la que empaña la mayor parte de las cartas que dirige a su esposa y a Tania, convertida esta última en su mejor interlocutora y a quien dirige todos los encargos (Julia se instaló en Rusia con los hijos tras la detención de Gramsci, lo que dificultó sus comunicaciones).
A medida que uno se va internando en la lectura de estas cartas se afianza el convencimiento de la gran injusticia que supone para un ser humano verse privado de libertad durante tanto tiempo sólo por sus ideas políticas. El gran amor que siente por su esposa, la ternura por sus hijos y por los familiares, el cariño que muestra a Tania y a sus hermanos, la amistad hacia sus compañeros (espléndida la carta a Piero Sraffa)… todo transmite sensaciones de impotencia y de frustración. Una tragedia sin ningún sentido. Uno se pregunta, además, hasta dónde llegaría la evolución y la producción intelectual de Antonio Gramsci si, aún con su obra interrumpida, se le considera uno de los grandes teóricos del comunismo europeo. Sus discrepancias con la III Internacional, el calificativo de “déspota” dirigido a Stalin, la ruptura con Togliatti y sus sospechas sobre la actitud de algunos compañeros del partido (un juez instructor llegó a advertirle de las consecuencias que iba a tener sobre la sentencia una carta de Ruggiero Greco, sugiriendo que algunos de sus amigos políticos preferían mantenerle en la cárcel) han sembrado de especulaciones su posible evolución ideológica. Lo único cierto es que Gramsci mantuvo hasta el final sus convicciones revolucionarias.
MEMORIAS DE UN HOMBRE DE ACCIÓN
No es fácil escribir una biografía de Jorge Semprún y aportar aspectos nuevos o desconocidos de su vida y de su obra. Y no lo es porque sobre Jorge Semprún está ya casi todo dicho: lo ha dicho él mismo. Semprún era uno de los mejores escritores memorialistas contemporáneos. La materia de sus libros es su propia vida. Y no sólo por sus memorias (Autobiografía de Federico Sánchez, Adiós luz de veranos, La escritura o la vida…) sino porque también en sus novelas y en sus guiones para el cine (La guerra ha terminado, de Alain Resnais), los personajes, las situaciones, los escenarios, los sentimientos… nos remiten a él mismo y a su circunstancia. Incluso cuando ha escrito biografías como la de Yves Montand no ha podido evitar introducir muchos datos de la suya propia. Es todo un acierto, pues, que la periodista alemana Franciska Augstein, destaque este aspecto que funde realidad y ficción en su libro Lealtad y traición. Jorge Semprún y su siglo (Tusquets), una, por lo demás, documentada biografía de un personaje cuya vida ha sido tan fascinante como la de algunos protagonistas de sus novelas.
La vida de Jorge Semprún quedó marcada para bien y para mal por dos acontecimientos que han condicionado toda su trayectoria: su paso por el campo de concentración alemán de Buchenwald durante la segunda guerra mundial y su protagonismo como dirigente del PCE (con su etapa de clandestinidad en España en los años 50) y su posterior expulsión del partido, junto con Fernando Claudín, por su heterodoxia ideológica (hasta ese momento ambos habían sido los cerebros teóricos del PCE). Su auténtica carrera literaria no comenzó hasta que pudo liberarse de las ataduras que suponían por una parte el recuerdo de Buchenwald y por otra la ortodoxia estalinista de su pensamiento político. Le costó distanciarse de una y otra. Aunque el campo de concentración ya aparece en su primera novela, El largo viaje, publicada en 1963, sus auténticos recuerdos de Buchenwald no pudo ponerlos por escrito hasta 1980, en Aquel domingo.
De familia de la alta burguesía (descendiente de Antonio Maura, ministro de Alfonso XIII y de Miguel Maura, ministro de la República), hijo de un exiliado de la guerra civil, Semprún cimentó su formación intelectual estudiando Filosofía en París y leyendo a Malraux, Sartre, Louis Guilloux y sobre todo a Michel Leiris, a quien admiraba. En su novela Netchaiev ha vuelto rinde homenaje a Paul Nizan, otro de los escritores que influyeron en su formación. Fue entonces cuando descubrió Historia y conciencia de clase, de George Lukács y se hizo partidario de la revolución como método idóneo para aplicar una de las tesis de Marx sobre Feuerbach: Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo, pero de lo que se trata es de cambiarlo. Para conseguirlo se hizo comunista, primero en el PC francés y pronto en el PCE de Santiago Carrillo: A pesar de mi ‘problemático’ origen burgués, que nunca oculté, me aceptaron. Sólo callé que había leído a Trotsky (P. 93).
Durante la ocupación nazi de París Semprún luchó en la resistencia con los comunistas franceses. Fue detenido en octubre de 1943, torturado e internado en Buchenwald como prisionero político. Liberado el campo por los americanos en 1945, se instala en Saint Germain-des-Prés, el barrio de París en el que campaban Sartre y los existencialistas. Entra a formar parte de la célula del PCF en la que militaba una buena parte de la intelectualidad de izquierdas: Edgar Morin, Henri Lefevbre, Loleh Bellon, una actriz que se convirtió en su primera esposa, y Marguerite Duras (algunos acusaron a Semprún de la expulsión de Duras del PCF; él lo niega, aunque entonces Semprún fuera el más estalinista de todos). Entró en el PCE para dirigir la revista Cultura y Democracia y muy pronto fue escalando posiciones hasta convertirse en miembro de los comités Central y Ejecutivo. Carrillo, que buscaba a alguien que agitase la guerra cultural contra el franquismo, vio en Semprún a la persona idónea para dirigir la clandestinidad del PCE en España. Vivió en esta situación con varios nombres falsos, sobre todo el de Federico Sánchez, durante nueve años, sin ser descubierto ni detenido ni una sola vez. Encontró un PCE al borde de la desaparición y consiguió para el partido un protagonismo excepcional durante las huelgas de los años 50 y la revuelta universitaria del 56 (escribiría sobre todo ello en Autobiografía de Federico Sánchez, premio Planeta en 1977). Su solidez estalinista comenzó a resquebrajarse tras el informe de Jruschov en el XX congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, pero su distanciamiento del PCE iba aún a demorarse. Un encuentro en 1960 con Mijaíl Suslov, el ideólogo del PCUS, en el que éste instaba a los comunistas españoles a tomar las armas y a abandonar la doctrina de la reconciliación nacional, le decidió a plantearse el abandono del partido: se terminó, punto final, con esta gente no se puede dar ni un paso más (p.340). Sin embargo, seguía considerándose comunista y únicamente fueron sus desavenencias ideológicas con Santiago Carrillo las que propiciaron su expulsión del partido en 1964 (unas “desavenencias” que años más tarde Carrillo utilizó para elaborar el eurocomunismo, según Semprún). Su ideología continuó tan viva como siempre, manifestándose en sus libros y en Cuadernos del Ruedo Ibérico, la revista que fundó con Claudín y José Martínez. Hasta los años 80 estas convicciones no se desmoronaron por completo. En 1988 Felipe González lo nombró ministro de Cultura de su gobierno. En el 94 publicó La escritura o la vida (reeditada ahora por Tusquets), donde se mostró partidario de la teoría del totalitarismo según la cual fascismo y estalinismo son lo mismo desde el punto de vista estructural. Ni siquiera considera que si bien el estalinismo representó una perversión criminal de unas ideas originalmente universales y humanitarias, el fascismo, por el contrario, despreció al ser humano y pretendió el exterminio de razas que consideraba inferiores. Esto no mejora las cosas para Semprún ya que, si bien tuvo desde siempre como enemigos a los fascistas, se sintió traicionado por el comunismo.
POLONESA
Al contrario que Semprún, el polaco Aleksander Wat nunca fue dirigente, ni siquiera llegó a militar en el partido comunista de su país. Únicamente fue un ardiente simpatizante del comunismo durante el régimen autoritario de Pilsudski, hasta que decidió, según sus palabras, sustituir los signos de exclamación por los interrogantes. Intelectual reconocido, poeta, escritor, Wat dirigió durante años la publicación filocomunista Miesiecznik Literacki, una revista de gran proyección social. Sorprendentemente fue esta actividad la que decidió su encarcelamiento, acusado de revisionista por los artículos publicados aquí. En Mi siglo. Confesiones de un intelectual europeo (Acantilado), Wat recoge sus vivencias personales (en parte redactadas y en parte dictadas en largas sesiones a Czeslav Milosz, quien años más tarde sería premio Nobel) durante los años de su coexistencia con el comunismo y su etapa de disidente, centrándose en su paso por las cárceles estalinistas de Rusia y Polonia y reflexionando sobre un régimen que le llevó a él y a su familia a la depravación más absoluta. Iniciado en el futurismo de Mayakovsky (no el de Marinetti), Wat introdujo en Polonia el surrealismo y el dadaísmo y dio a conocer las corrientes vanguardistas y revolucionarias de la izquierda política de los primeros años del siglo XX. Su posición en el mundo literario ya estaba consolidada cuando comenzó a dirigir la revista que le costó la libertad (antes ya había sido responsable de otras publicaciones). Su distanciamiento del comunismo se produjo cuando percibió una acción conjuntada de comunistas y nazis en Alemania para tumbar al gobierno socialdemócrata prusiano bajo la consigna “el enemigo está a la izquierda”: el nazismo me apartó del comunismo porque empecé a ver las similitudes, las analogías (p.330). Aunque conservó un gran respeto por el comunismo y por algunos de sus intelectuales, sus críticas se centraron en el terror estalinista, sus purgas y sus métodos totalitarios. Fue detenido por los comunistas en enero de 1940, cuando ya habían sido ejecutados todos los que habían tenido algún contacto con Miesiecznik Literacki, acusado de actitud hostil hacia la Unión Soviética, a partir de las confesiones de algunos de sus colegas escritores. También de sionista (Wat era judío), de trostkista e incluso de espía del Vaticano. Lo ingresaron en la cárcel de Lvov, un establecimiento deplorable, poblado de millones de chinches y de piojos, en cuyas celdas abarrotadas (28 personas en poco más de once metros) pasó frio y hambre y donde nunca tuvo noticias de su mujer y de su hijo durante todo el tiempo que permaneció allí. Cuando fue trasladado a la cárcel de Lubianka, en Moscú, las condiciones de aquel establecimiento le sorprendieron: higiene, una celda personal o en compañía de uno o dos presos, buena comida, acceso a libros, trato amable… hasta que se dio cuenta de que todo obedecía a un proceso de desintegración síquica, de atrofia; un ingenioso método de exterminio de la vida interior. La incomunicación, los interrogatorios ante las autoridades de la NKVD sin ningún sentido y sin ninguna esperanza (a veces se demoraban meses), los compañeros de celda, en realidad confidentes (tres de cada cuatro lo eran), terminaron por provocar su petición de ser devuelto a Lvov. Por el contrario, su siguiente destino fue la cárcel de Sarátov, en donde coincidió con políticos izquierdistas y ex dirigentes comunistas. De nuevo el hambre y el frío, de nuevo los piojos y las chinches, otra vez las enfermedades, que esta vez minaron seriamente su salud.
Gracias a la proclamación de una amnistía, cuando Rusia y Polonia se unieron contra los nazis, Aleksander Wat fue puesto en libertad. Enfermo, agotado, sin medios, lo primero que hizo fue trasladarse a Alma-Ata en busca de su mujer y de su hijo, a quienes sabía en aquella zona del Kazajistán soviético. Polonia lo nombra entonces su representante diplomático en Uchkurgan, en unas penosas condiciones de vida. En la cercana Ili pasó otros tres años y medio hasta su regreso a Polonia, desde donde decidió exiliarse a Europa. Se suicidó en París en 1967.
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...