Memoria del 11-S – y IV


MEMORIA DEL 11-S. IV. CONTRA LA CULTURA

 FRANCISCO RODRÍGUEZ PASTORIZA

Otra de las víctimas de todas las guerras es siempre la cultura, sobre todo la más inconformista y comprometida. Después del 11-S se vigilaron con especial atención los productos audiovisuales de cine y televisión y la música pop-rock, pero también en el  mundo del arte comenzaron a producirse fenómenos como la valoración de las expresiones patrióticas como las que mostraban los dibujos de Norman Rockwell, objeto de una amplia retrospectiva en el Guggenheim de Nueva York en noviembre de 2001.

 

CUANDO LA REALIDAD SE ACERCA A LA FICCIÓN

Películas como “Estado de sitio” (Edward Zwick, 1998) y novelas como “Deuda de honor” de Tom Clancy, se habían acercado sorprendentemente a las circunstancias en las que se produjeron los acontecimientos del 11 de septiembre, pero sin atreverse a plantear las dimensiones que la realidad adquirió finalmente, una vez más superando a la ficción. Umberto Eco dijo que ningún director de Hollywood habría podido imaginar lo de las Torres Gemelas. El escritor Frederick Forsyth confesaba que había descartado en una de sus novelas la destrucción de un edificio por un avión secuestrado, convencido de que el lector occidental nunca creería semejante historia. Hasta ahora, el tratamiento dado por Hollywood a los enemigos de los Estados Unidos (Gaddafi, Sadam Hussein, los palestinos) que habían sustituido a los comunistas de la guerra fría, no eran más que una excusa para poner en las pantallas las escenas de violencia que la sociedad reclamaba en los últimos años, desde las producciones de Tarantino hasta el cine gore, las snuff movies y los videojuegos violentos que tenían como protagonistas negativos a intérpretes de rasgos árabes. Este tipo de relatos era muy frecuente en la producción industrial-cultural de los Estados Unidos, como si sus guionistas y escritores quisieran advertir de la posibilidad de un acontecimiento similar y quisieran conjurarlo: para algunos analistas, el consumo de violencia se corresponde con el deseo de protegerse de las amenazas del exterior. Si se pensaba en la posibilidad de que ocurriera ¿se creía igualmente que existían razones para que fuera así, para pensar que los Estados Unidos habrían generado un odio suficiente para esperar un castigo tal?

Afectados por el complejo de haber podido inspirar hechos como los atentados del 11-S a través de las películas de violencia, los estudios de producción de cine y video revisaron sus proyectos para evitar comparaciones y paralelismos. De este modo la censura también se manifestó en los productos culturales, súbitamente secuestrados por la Historia. El cine y la música padecieron los primeros embates de un planteamiento patriótico que confundió algunas de las manifestaciones del arte y de la cultura con peligrosos argumentos a favor de los movimientos terroristas. “La ciencia-ficción se ha hecho realidad”, declaraba el secretario general de la OTAN George Robertson después de los atentados. “Esta vez, las imágenes fueron reales”, titulaba su artículo en el New York Times (16-9-01) el analista Neal Gabler, en un intento de explicar la inaprensible potencia de unas imágenes demasiado parecidas a las que los guionistas de Hollywood habían imaginado para sus películas de catástrofes de todo tipo sobre las grandes ciudades y los grandes símbolos de los Estados Unidos. Y, lo más sorprendente: “Las películas han proporcionado el ejemplo a las personas que han cometido los atentados, que no han hecho más que copiarlas”, decía el director de cine Robert Altman. Consecuencias de este estado de cosas: estrenos de películas suprimidos (“Gangster”, “Nose Bleed”, “Windtalkers”) o aplazados por contener alusiones al terrorismo (“Bad Company”, “Tick, Tock”, “Big Trouble” de Barry Sonnenfeld), rodajes suspendidos por albergar secuencias que se desarrollaban en el World Trade Center (“Hombres de negro II”) o en un aeropuerto (un episodio de la serie “Friends”), escenas de violencia en Nueva York (“Daños colaterales”) o imágenes dudosamente patrióticas, como la de una bandera norteamericana colocada al revés (“The last castle”), películas retocadas y escenas suprimidas por el hecho de aparecer en ellas imágenes de las Torres Gemelas (“Spiderman”, “La máquina del tiempo”), videojuegos transformados (“Alerta Roja 2”) o prohibidos (“Majestic”) por sus escenas de destrucción en la ciudad de Nueva York, programaciones de televisión alteradas para evitar emitir películas o series que de alguna manera pudieran ser relacionadas con la situación que vivían los Estados Unidos (“World War III”, “Ley y orden”, en la que se hablaba de bioterrorismo, “Sexo en la ciudad”, “The Agency”, en uno de cuyos episodios se aludía a Bin Laden, “24”, “Third Watch”, “Nose Bleed”) y espacios televisivos de gran audiencia suprimidos, como el de Jay Leno (NBC) y David Letterman (CBS) para evitar contenidos frívolos o poco respetuosos con la situación que estaba viviendo el país. La serie de televisión “Band of brothers”, producida por Steven  Spielberg y Tom Hanks bajó de forma estrepitosa sus índices de audiencia tras el 11 de septiembre, después de un estreno, dos días antes, en el que había superado las mejores expectativas. La ABC retiró de la programación “The runner”, un espacio en el que se trata de dar caza a un hombre que viaja por todos los Estados Unidos, a causa de la imagen que se pudiera transmitir a la audiencia sobre las dificultades de detener a una persona que intenta escapar de sus perseguidores y por los fuertes controles en todos los aeropuertos norteamericanos. Los guionistas, mientras tanto, se apresuraron a retocar sus futuras producciones  y a elaborar historias edulcoradas y de evasión no violenta. Los sicólogos previeron un notable descenso de la violencia en las películas y series de televisión norteamericanas, como así ocurrió.

No se tardó mucho tiempo en aprovechar el acontecimiento e introducir en las narraciones episodios relacionados con los atentados, como la serie “El ala oeste de la Casa Blanca”, de la NBC, que recrea el funcionamiento de la sede  de la presidencia norteamericana, que llegó a retrasar el estreno de una nueva temporada al 4 de octubre para adecuar la trama de su primer capítulo a los atentados (en noviembre esta serie sería galardonada con cuatro premios Emmy  de televisión): unos 25 millones de espectadores premiaron la iniciativa. Los guionistas de otra serie de la misma cadena, “The Third Watch”, anunciaban para próximos capítulos historias humanas de bomberos, policías y afectados por el ataque a las Torres Gemelas. También “N.Y.P.D. Blue” y “Doc” introdujeron los sucesos en algunos de sus episodios. Por su parte, “La Agencia”, la nueva serie de espionaje de la cadena CBS, contó en uno de sus capítulos los efectos de las esporas de ántrax en una instalación militar.

EL PENTÁGONO TOMA LA INICIATIVA

La crisis tuvo una inesperada sorpresa para los guionistas de Hollywood. El Pentágono reclutó a algunos de los mejores para que previesen en sus guiones posibles atentados terroristas e imaginasen los medios para evitarlos (una estrategia anticipada ya, por cierto, en la película de Barry Levinston “La cortina de humo”). El historiador militar Lawrence H. Suid afirma en su libro “Guts & Glory, the Making of American Military Image in Film” que el Pentágono y Washington buscaron siempre el apoyo de Hollywood en tiempos de Guerra. Para este historiador, los ataques a las Torres Gemelas y al Pentágono suponen la reconciliación cinematográfica de una nación con su pueblo, de la misma manera que la película “Top Gun” marcó el fin del divorcio en las pantallas –en el periodo de la guerra de Vietnam- entre los Estados Unidos y su ejército. Steven DeSouza (“La jungla de cristal”), Joseph Vito (“Delta Force One” y “Desaparecido en combate”), Randall Kleiser (“Grease”) y David Engelbach (“MacGyver”) fueron algunos de los guionistas que se reunieron con responsables de la inteligencia militar en el Institute for Creative Technologies, un departamento de la Universidad Southern California, para este fin. Pero también se sospecha que en estas reuniones los guionistas hubieran sido presionados para que escribieran historias cargadas de patriotismo, en un momento en el que estaban a punto de estrenarse filmes bélicos como “Windtalkers”, de John Woo, centrado en la Segunda Guerra Mundial, y en tiempos políticamente incorrectos para el momento que se vivía. Mientras tanto, “Black Hawk Down”, de Ridley Scott, sobre la operación militar norteamericana en Somalia en 1993, adelantó su estreno previsto para febrero de 2002 a diciembre de 2001. Se trata de una película patriótica, elogiada por el Pentágono por “(…) describir el valor ejemplar de nuestros soldados durante las operaciones en Somalia (…) así como en situaciones inciertas a las que nuestras fuerzas armadas se ven enfrentadas en cualquier parte del mundo”. “La suma de todos los miedos”, de Phil Alden Robinson, la versión cinematográfica de una novela de Ton Clancy, estrenada en mayo de 2002, colaboró a mantener la alarma entre la sociedad y llegó a mencionar directamente “el eje del mal”, una expresión utilizada por George Bush para aludir a un supuesto eje que formarían los países Afganistán-Irak-Irán-Corea del Norte. Otra convocatoria, esta vez en el despacho del abogado Bruce Ramer, reunió a 40 ejecutivos de la industria de Hollywood con Adam Goldman y Chris Henick, representantes de la Casa Blanca, para hablar de las próximas producciones audiovisuales que habrían de conformar una respuesta al terrorismo. La dificultad de los mensajes a elaborar se manifestó aquí mayor que durante la guerra fría, ya que se trataba ahora de un enemigo difuso y difícil de identificar. Después, Bush enviaría a Hollywood a su asesor de imagen Kart Rove para una reunión con los más altos empresarios de la meca del cine: Jack Valenti (representante de los estudios), Summer Redstone y Jonathan Dolgen (Viacom), Sherry Lansing (Paramount), Bob Iger (Disney), Amy Pascal (Sony), además de distribuidores, propietarios de salas de exhibición, etc.. Siete temas fueron los que se trataron en esta reunión: guerra contra el terrorismo, guerra contra el Mal, llamamiento a los voluntarios, aliento a las tropas, carácter global del ataque, tranquilizar a la población y sobre todo a los niños y, por último, nada de propaganda: información concreta contada honestamente. El deseo del Gobierno, según palabras de Karl Rove tras la reunión, era compartir con la industria los ideales que se trataba de comunicar: tolerancia, coraje y patriotismo. Jack Valentí, representante de la industria cinematográfica, fue más explícito: se trataba de enviar a las bases americanas películas de estreno, de incentivar la participación de estrellas del cine en espacios publicitarios, de realizar documentales sobre la guerra y contra el terrorismo, para proyectarlos antes de las películas, al modo que en España se hacía con el No-Do… Algunos analistas anticiparon la aparición de una serie de filmes en la tradición de los que durante la Segunda guerra Mundial realizaron directores como Frank Capra, John Houston o William Wyler, en una época en la que el presidente Roosevelt calificaba a Hollywood como una “industria esencial para la guerra”. Al parecer, según el Sunday Times, Silvestre Stallone se decidió a preparar su cuarta entrega de “Rambo” luchando al lado de los rebeldes de la Alianza del Norte contra los talibanes, sus aliados de una entrega anterior, cuando se enfrentaban a los soviéticos. La primera consecuencia de esta reunión fue la elaboración de un cortometraje de cuatro minutos, “El espíritu de América”, que sería distribuido a todos los cines y televisiones de los Estados Unidos y después a todo el mundo. Se trata de un vertiginoso montaje compuesto por imágenes de 110 películas de la historia del cine norteamericano seleccionadas por el cineasta Chuck Workman ( había ganado un Oscar en 1986 por “Precious images”, una película en la misma línea de este corto), que comienza y termina con escenas de “Centauros del desierto”, de John Ford, e incluye otras de “¡Que bello es vivir!”, “Nacido el 4 de julio”, “Ciudadano Kane”, “Solo ante el peligro”…

 

TAMBIÉN LAMÚSICA

 

Peor, sin embargo, fue una primera reacción de los medios audiovisuales en lo que se refiere a la emisión de canciones. La Clear Channel Communications, que agrupaba entonces a 1170 estaciones de radio, algunas de ellas fuera de los Estados Unidos, sugirió la prohibición de más de 150 canciones, entre las que figuraban temas de Frank Sinatra (“New York, New York”), Bob Dylan, The Beatles, Led Zeppelín, Simon and Garfunkel, Neil Diamond, The Doors (“The end”), Bruce Sprinsgsteen (“War”), AC/DC (“Seek and destroy”), Queen, Louis Armstrong (“What a wonderfull world”), Jon Lennon (“Imagine”) y todo el repertorio de Rage Against the Machine. A las listas de éxitos comenzaron a llegar temas patrióticos, como los de Whitney Houston (“The star-spangled banner”), Lee Greenwood (“God bless the USA”) y Michael Jackson (“Invincible”) y recopilatorios como “United we stand”. Más tarde la música fue el elemento que aglutinó al mundo ante los televisores a través de grandes conciertos como America: a tribute to heroes, un homenaje a las víctimas de los ataques terroristas en el que participaron artistas como Bruce Springsteen, Celine Dion, Enrique Iglesias, Neil Young… y que emitieron simultáneamente más de 30 canales de televisión a más de 60 millones de espectadores sólo en los Estados Unidos, y que fue editado en un doble CD. Este concierto recaudó unos 200 millones de euros. Neil Young compuso “Let’s roll”, inspirada en una de las frases pronunciadas por los pasajeros del avión que se estrelló en Pennsilvania, en homenaje a estas víctimas, y Paul McCartney cedió los derechos de su tema “Freedom” a los herederos de los bomberos y policías norteamericanos fallecidos en los atentados. Artistas latinos como Gloria Estefan, Celia Cruz y Chayanne cedieron también los derechos de una grabación conjunta titulada genéricamente “El último adiós”. Y Bruce Sprinsgsteen  dedicó su álbum “The rising” a las víctimas del 11-S. frpastoriza@wanadoo.es

 

 

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Memoria del 11-S – III


MEMORIA DEL 11-S.

FRANCISCO RODRÍGUEZ PASTORIZA

III. CENSURA Y MANIPULACIÓN

 

 

El 11 de septiembre de 2001 es ya una fecha para la posteridad. El ataque terrorista de ese día utilizando aviones civiles contra las Torres Gemelas de Nueva York y contra el edificio del Pentágono de Washington, junto al intento de estrellar otros dos aparatos contra la Casa Blanca y el Capitolio, han fijado un antes y un después en el devenir de los tiempos como sólo pueden hacerlo los grandes acontecimientos que marcan el ritmo de la historia. Estos hechos tuvieron a la televisión como un fascinante testigo que fijó para siempre en nuestras retinas una nueva dimensión del acontecimiento, inédita e inolvidable. La televisión tuvo aquel día el privilegio de haber protagonizado la información de unos acontecimientos trascendentales de manera simultánea a cómo se producían. Un 81 por ciento de norteamericanos declaró haberse enterado de los ataques del 11-S a través de la televisión frente al 11 por ciento que lo hicieron a través de la radio y el 1 por ciento a través de la prensa, porcentajes extrapolables prácticamente también a Europa. No es extraño que este protagonismo haya convertido a la televisión, junto a los poderes políticos, en uno de los objetivos del los inmediatos ataques terroristas con ántrax. Esto aún en el caso de que este episodio constituyera un montaje mediático para distraer a la opinión pública de los efectos de los primeros bombardeos sobre Afganistán y para mantener en estado de alerta a una sociedad atemorizada[1]. En todo caso, este episodio sirvió para alertar a la sociedad internacional de la existencia real de un nuevo peligro terrorista, bautizado como bioterrorismo.

Este estado de alerta y temor permanentes fue con claridad uno de los objetivos que el Gobierno norteamericano quiso conseguir con la ayuda de la televisión después del shock traumático del 11-S y que, entre otras cosas,  propició la aceptación por el 59 por ciento de los norteamericanos, según una encuesta del diario Los Angeles Times, del control estrecho que el Pentágono ejerció sobre la cobertura mediática del conflicto. Esta situación justificaba declaraciones como las de Marvin Kalb, director del Shorenstein Center of the Press, Politics and Public Policy de Washington: “Si el gobierno ve la necesidad de proporcionarme una información engañosa de vez en cuando en su persecución de Al Qaeda y Bin Laden, le concedo ese margen de maniobra”. Estas actitudes fomentaron iniciativas como la del Pentágono, revelada por el New York Times, de crear en febrero de 2002 la Oficina de Influencia Estratégica, con el fin de colocar noticias favorables a los intereses de los Estados Unidos en los medios de comunicación internacionales; noticias que podrían ser verdaderas o falsas y afectar a países amigos o enemigos, con el fin de crear un ambiente propicio a las intervenciones bélicas en Afganistán. Y la decisión de situar al frente de esta agencia a un militar, el general de aviación Simon Worden. Cuando la opinión pública conoció estos planes el presidente Bush se apresuró a desautorizar el proyecto. Pero realmente ¿alguien duda de que oficinas como ésta funcionan habitualmente en casos de guerra o en este tipo de situaciones?.  El coronel de Inteligencia español Enrique Polanco señalaba en unas declaraciones: “Estados Unidos necesita a los medios para ganar la guerra. Sin ellos perdería apoyo interior e internacional y, por eso, tiene que alimentarlos con acciones y alarmas”.

 

 

En la información televisiva se teme tanto a la manipulación de las imágenes como a su inexistencia. Falsas escenas como la de los cormoranes afectados por el petróleo durante la primera Guerra del Golfo, que en realidad pertenecían a un vertido petrolero causado por un naufragio en las costas de Canadá, o los cadáveres de Timisoara durante la revolución rumana contra Ceaucescu, que habían sido sacados de sus tumbas y mostrados a las cámaras de televisión como víctimas de la represión, engañaron a la opinión pública mundial, entremezcladas con el incesante flujo de imágenes emitidas durante aquellos episodios. En otros contextos, falsas entrevistas como la del periodista francés Patrick Poivre d’Arbor a Fidel Castro, presentada como una exclusiva, que resultó ser una manipulación de las respuestas del mandatario cubano entresacadas de una rueda de prensa, se recuerdan como episodios de manipulación informativa audiovisual. De manera similar, hubo un intento de hacer pasar por falsas las imágenes emitidas por la CNN a las pocas horas del ataque a las Torres Gemelas, en las que se mostraba el júbilo de algunos palestinos por el ataque terrorista, imágenes rodadas en Jerusalén Este y en los campos de refugiados de Sabra y Chatila (la revista alemana Stern recogía el testimonio de una mujer palestina que había sido invitada a participar en la manifestación sin saber lo que había ocurrido) horas después de los atentados del 11 de septiembre. Una fuente con origen en la universidad estatal de Campinas, en Brasil, aseguraba que estas imágenes se habían rodado diez años atrás, cuando los palestinos celebraban la invasión de Kuwait que originó la Guerra del Golfo. La utilización de esas imágenes, por lo tanto, sería una maniobra para acentuar el odio a los palestinos por parte de los israelíes y de algunos sectores sociales de los Estados Unidos y del mundo occidental. La presunta manipulación fue posteriormente desmentida tanto por la universidad brasileña como por la CNN. Pero el riesgo es permanente. En España, Antena 3 y la autonómica catalana TV3 emitieron el 11 de octubre unas imágenes distribuidas por la agencia APTN, que las había comprado en Afganistán, que supuestamente correspondían a los últimos acontecimientos de la guerra y que en realidad habían sido grabadas hacía más de un año durante un enfrentamiento entre el ejército talibán y la opositora Alianza del Norte. La cadena francesa LCI emitió las primeras imágenes de lo que supuestamente había sido la primera ofensiva de la Alianza del Norte… pero que en realidad correspondían a una grabación de 1997. El Periódico de Catalunya (7-10-01) publicaba unas fotografías de niños heridos por los bombardeos  sobre Afganistán, en cuyos vendajes, muy aparatosos, no se veían manchas de sangre, sugiriendo que las heridas podrían no existir.

Toda falsificación, aunque mínima, contamina la percepción real de la información, y más en una situación en la que la audiencia la reclama. Por eso, una de las comentaristas políticas del norteamericano Daily News, Arianna Huffington, denunciaba a las cadenas de televisión todo noticias: “La bestia televisiva sedienta de noticias –escribía- ha sacrificado el rigor en aras del rumor. El baño de desinformación en el que vivimos los estadounidenses no tiene precedente (…) un efecto hipnótico al que es difícil sustraerse”.

 

         La primera víctima de la guerra es la verdad. Esta afirmación del senador norteamericano Hiram Jonson, pronunciada en 1917 con motivo de la Primera Guerra Mundial, continúa siendo una de las realidades más evidentes de cada conflicto bélico. Junto a la verdad, la libertad de informar es siempre otra víctima fatal de la guerra. Otro senador, el demócrata Patrick Leahy, decía, ante la avalancha de medidas tomadas por la Administración Bush después de los acontecimientos de 11-S: “No podemos emprender una guerra en defensa de nuestros valores y al mismo tiempo renunciar a ellos”.

En los Estados Unidos, los medios de comunicación en general y las televisiones en particular, aceptaron autoimponerse una férrea censura para no ser calificados de informadores subversivos e incluso llegaron a postularse como centinelas de la observancia del más estricto patriotismo. Esta fiebre patriótica se extendió a todas las televisiones, junto al espíritu religioso-conservador que llevó a utilizar expresiones como “cruzada” por el propio George Bush, o “guerra santa americana” (el ex secretario de Defensa William S. Cohen publicó un artículo con este título en el Washington Post el 12 de septiembre de 2001). Desde el día siguiente al 11-S todas las grandes network norteamericanas  sobreimpresionaron la imagen de la bandera de los Estados Unidos sobre sus logotipos. La CNN suprimió en reemisiones posteriores las declaraciones que había difundido en directo de la viuda de una de las víctimas de las Torres Gemelas, que criticaba las represalias que se planeaban por el atentado. La emisora internacional de radio Voice of America[2] emitió una entrevista telefónica de 12 minutos con el líder talibán Mohamed Omar a los pocos días del atentado de Nueva York, que costó la destitución a su director a pesar de que su línea editorial se había hecho con una gran credibilidad internacional por servir de plataforma a todas las posturas en conflicto, fueran o no amigos de los Estados Unidos. Bill Maher, presentador del programa “Políticamente incorrecto” en la ABC, y Peter Jennings, de la NBC, uno de los periodistas más populares en Norteamérica, con un prestigio ganado a través de una carrera sin fisuras, recibieron miles de llamadas de protesta por preguntar desde sus respectivos programas dónde estaba el presidente Bush en las horas posteriores al atentado. Fueron acusados de antipatriotas y de informadores subversivos (a Hill Maher, anunciantes como Sears y Federal Express le retiraron la publicidad de sus programas y doce cadenas locales filiales de la ABC rechazaron difundir la emisión de su espacio), aunque no llegaron a rescindirles sus contratos, como ocurrió con dos periodistas de Texas y Oregón que criticaron en sus columnas del Texas City Sun y el Daily Courier esa misma actitud del presidente norteamericano. Muchos presentadores de televisión aparecieron en pantalla en los días posteriores al atentado mostrando la bandera americana en insignias y lazos. Dan Rather, director de telediario nocturno de la CBS, declaraba (“El Mundo”, 13-10-01): “(…) tenemos que estar muy atentos e intentar ser patriotas, escépticos e independientes”, mientras criticaba que la CNN hubiera emitido imágenes de Al Yazira. Y en la Fox News Channel, la cadena ultraconservadora del magnate Ruper Murdoch, cuyo jefe de informativos Roger Ailes fuera estratega de las campañas electorales de los presidentes Nixon y Bush padre, el periodista Hill O’Reilly minimizaba los efectos de los bombardeos sobre la población civil de Afganistán.  Esta cadena envió al país a Geraldo Rivera, presentador de un ‘reality show’ de éxito, que presumía de llevar una pistola en su cinto para pegarle un tiro a Bin Laden si se ponía a su alcance. Con personajes como éste, o como Brit Hume, su presentador más reaccionario[3], la Fox superaba en audiencia a la CNN[4], a pesar de que algunos comentaristas de esta última, como Tucker Carlson, justificaran el recurso a la tortura y a pesar de la consigna dada por su jefe de informativos Walter Isaacson ordenando a los redactores de la CNN destacados en Afganistán que cada imagen de víctimas civiles de las zonas controladas por los talibanes se acompañase de un recuerdo ritual de que “los talibanes protegen a los terroristas responsables de la muerte de 5.000 personas inocentes”. Leslie Moonves, un alto cargo de la CBS, declaró, dirigiéndose a las autoridades norteamericanas: “Dígannos qué hacer. Nosotros no pilotamos cazas pero hay talentos que pueden ser de mucha utilidad aquí”. Todas las cadenas de televisión aceptaron emitir gratuitamente eslóganes con el anuncio “Soy un americano”. Fue este tipo de actitudes las que denunciaba el profesor de la Universidad de Georgetown Norman Birnbaum al calificar a las cadenas de televisión norteamericanas como  estaciones de repetición y propaganda al servicio del mensaje del imperio. Birnbaum escribía (“Atenas y Roma, ¿otra vez?”. El País, 21-9-01): “(…) nuestros medios de comunicación de masas se han erigido en Ministerio de Propaganda y manipulan la rabia, la ansiedad, la credulidad, la ignorancia y la autocompasión de la opinión pública para fabricar un consenso nacional de extraordinaria crudeza y enormes contradicciones (…)”. En su editorial del 26 de septiembre, el periódico de Nueva York The Village Voice advertía del regreso de la censura a los medios de comunicación americanos. Más comprensible fue la iniciativa del portavoz de la Casa blanca Ari Fleischer reuniendo a los responsables de los principales medios de comunicación para solicitar que no informasen sobre viajes, comparecencias públicas o lugares de reunión del presidente Bush y del vicepresidente Dick Cheney, por motivos de seguridad. Antes, el diario USA Today había sido acusado de comportamiento antipatriótico por haber divulgado informaciones militares calificadas de confidenciales: que fuerzas norteamericanas estaban ya en Afganistán desde finales de septiembre. Mientras tanto, se especulaba con el daño que puede hacer al prestigio de independencia de los medios de comunicación norteamericanos la aceptación de no emitir los comunicados  de Bin Laden, solicitada a las cadenas de televisión por la Consejera de Seguridad Nacional Condoleeza Rice. La excusa, según los responsables políticos norteamericanos, aconsejados por el FBI, era que estos mensajes podían incluir información codificada e incluso subliminal, o instrucciones dirigidas a posibles comandos terroristas. Las cinco grandes cadenas de televisión acordaron aceptar la petición del Gobierno, calificada de patriótica (aunque la CNN no había desistido de su intención de concertar una entrevista con Bin Laden, a quien había hecho llegar seis preguntas a través de Al Yazira) y el magnate de las comunicaciones Ruper Murdoch se unía a esta decisión y decidía aplicarla a todos sus medios. “Somos periodistas pero también somos ciudadanos responsables y no vamos a poner a nuestro país en peligro”, declaró Neal  Saphiro, jefe de informativos de la NBC. “No vamos a preocuparnos ahora por los problemas de competencia entre nosotros cuando está en peligro la seguridad del Estado y la vida de los americanos”, añadía el mismo cargo de la cadena Fox, Roger Ailes. La prensa, sin embargo, no se manifestó tan sumisa en este sentido ante la petición del portavoz de la Casa Blanca Ari Fleischer para que los periódicos no reprodujesen íntegramente los mensajes de Bin Laden. Frank Rich, del New York Times, ironizaba: “Ahora sabemos que si el Gobierno no puede capturar a Bin Laden, vivo o muerto, todavía puede aplicarle la pena capital al estilo americano: no dejarle aparecer en la televisión”. Pocos días después, tras los primeros bombardeos sobre Afganistán, el presidente Bush pedía a las cadenas de televisión que mantuvieran su programación convencional para transmitir a la ciudadanía una impresión de normalidad. Cuarenta ejecutivos, entre ellos altos cargos de las cadenas de televisión CBS y Fox, se ofrecieron al Gobierno para emitir programas instructivos y patrióticos.

Las televisiones europeas, por el contrario, decidieron seguir emitiendo las imágenes de Bin Laden (con alguna excepción como la italiana TG-4 y la holandesa NOS, que advirtió que examinarían los videos antes de emitirlos) y así una reunión de Alistair Campbell, convocada en la residencia de Tony Blair en Downing Street con los responsables de las tres grandes cadenas de televisión británicas (BBC, ITN y Sky News) para limitar la difusión de los videos de Bin Laden, encontró una respuesta unánime de los emisores, quienes afirmaron que eran ellos quienes decidían lo que se debe emitir, rechazando de este modo que nadie dictase su línea informativa. Es un insulto a la inteligencia del público –señalaron- creerle incapaz de formarse un juicio a partir de una información completa; una creencia antidemocrática y derrotista. En un comunicado conjunto señalaban que tendrían en cuenta las cuestiones relacionadas con la seguridad nacional e internacional y que eran conscientes del impacto que las emisiones podían tener sobre las diferentes comunidades y culturas, pero destacaban la necesidad de una información independiente e imparcial como aspecto fundamental de las sociedades libres y democráticas. Las televisiones europeas preferían tomar otro tipo de medidas, como la suspensión de la serie “That’s my Bush”, que ridiculizaba al presidente norteamericano, el programa de guiñoles o el programa o el espacio “Burger Quizz” (todos de Canal + Francia) o aplazar la emisión de películas como “Trampa de cristal” o “58 minutos”, sobre atentados terroristas en Norteamérica[5].

Los Estados Unidos tampoco quisieron que se viesen las imágenes de los daños causados por los bombardeos en la población civil afgana, aunque sí que se conociera que existían estos bombardeos y que eran muy intensos[6]. Los medios de comunicación norteamericanos obviaron hasta donde les fue posible las consecuencias de la guerra sobre la población civil (un periódico que publicó la fotografía de un niño afgano muerto recibió una cascada de cartas recriminándolo y tachándolo de antipatriótico). El Pentágono compró en exclusiva los derechos de las fotografías del satélite privado Ikonos, propiedad de Space Imaging, que permite distinguir incluso números de matrículas de coches y hasta el tipo de ropa que visten las personas fotografiadas: lo hizo para controlar su difusión. Fue el mismo Pentágono que difundió las imágenes de los disparos de misiles desde las cubiertas de los navíos de guerra, el despegue de los cazas desde los portaaviones y el video del embarque de las primeras tropas norteamericanas hacia Afganistán, todas ellas repetidas hasta la saciedad. El general Richard Myers, de la Junta de Jefes de Estado Mayor,  explicó a los periodistas el éxito de esta primera misión en territorio talibán, pero no mostró en ningún momento imágenes de sus efectos. Pero todo esto al parecer no era suficiente. A iniciativa de Alistair Campbell, uno de los más cercanos asesores de Blair, los gobiernos inglés y norteamericano decidieron crear tres oficinas de contrapropaganda, en Islamabad, Washington y Londres, para suministrar noticias a las televisiones las 24 horas del día, con el fin de contrarrestar la propaganda talibán, protagonizada por el embajador del régimen en Pakistán, Abdul Salam Saif, y sobre todo la información generada por Al Yazira.

Aprovechando el río revuelto, George Bush puso en marcha iniciativas que en otras circunstancias le sería difícil incluso proponer, como el fin de la transparencia que tradicionalmente se venía dando a los papeles de trabajo de anteriores presidentes, impuesta por el Congreso en 1978 tras la finalización del escándalo Watergate; el abandono del tratado ABM firmado con la URSS por Richard Nixon en 1972 (el anuncio se hizo el mismo día en que se decidía difundir el video de Bin Laden en que este asumía su responsabilidad en los atentados), la derogación de la decisión que prohibía a la CIA asesinar a dirigentes extranjeros, el recorte de determinadas garantías constitucionales, la suspensión de libertades civiles, el establecimiento de tribunales militares secretos para juzgar actos y personas supuestamente terroristas[7] y de cortes marciales itinerantes (sobre todo en Pakistán y Afganistán) sin las garantías procesales del sistema judicial norteamericano, que podían dictar penas de muerte, o la llamada Operación TIPS (Sistema de Prevención e Información contra el Terrorismo), que consistiría en convertir a millones de trabajadores en confidentes del Gobierno… iniciativas, algunas, seguidas también por Tony Blair, que propuso la detención indefinida para los sospechosos de terrorismo y la suspensión del artículo 5º de la Convención Europea de Derechos Humanos que garantiza el derecho a la libertad y prohíbe la detención sin proceso judicial. Las medidas del presidente Bush fueron respaldadas por sesenta intelectuales cercanos al Gobierno (Huntington, Fukuyama, Moyniham, Michael Walzer…) que redactaron el manifiesto “La carta a América. Razones de un combate”, impulsada por el Instituto de los Valores Americanos, en la que justificaban la intervención norteamericana en Afganistán, citando a San Agustín y su concepto de “guerra justa”. Otros intelectuales, como Noam Chomsky, Edward Saïd, Martin Luther King III, Jeremy Pikser y el actor Ed Asier firmaban otro manifiesto en el que denunciaban la “guerra sin límites” declarada por George Bush.

Claro que la censura total es la que el régimen talibán imponía a la población de Afganistán, país en el que estaban prohibidos el cine y la televisión, como expresión de su iconoclastia (hay que recordar la destrucción de las estatuas de los Buda de Bamiyán unos meses antes de los atentados de Nueva York y Washington), así como los dibujos y fotografías, además de no poderse escuchar ningún tipo de música. Aunque esta iconoclastia no parece estar en concordancia con los objetivos de Bin Laden, a estas alturas convertido ya en uno de los líderes mediáticos cuya imagen ha sido más difundida (desde Nasser no se habían visto tantas manifestaciones con retratos de un líder árabe), ni con las imágenes y fotografías de los efectos de los bombardeos sobre la población civil, que los talibanes mostraban a los reporteros occidentales en expediciones organizadas por el régimen. Sólo se permitía la escucha de una emisora de radio, que emitía las 24 horas del día las consignas del régimen talibán, que tenían, además, una elevada audiencia[8]. La gran diferencia entre los regímenes dictatoriales y los democráticos, incluso durante las grandes crisis, es la existencia o no de una opinión pública libre y crítica.

Para los periodistas occidentales que cubrieron el conflicto de Afganistán no fue nada fácil. Todos fueron víctimas de la intransigencia de los talibanes, cuando no de su violencia. Nick Robertson, el corresponsal de la CNN en Kabul, personificó una de las primeras. El régimen talibán lo expulsó de Afganistán una semana después de los atentados. A él le seguirían todos los corresponsales de los medios de comunicación occidentales. La periodista Ivonne Ridley, del Sunday Express, fue detenida por entrar en el país sin visado y oculta en un burka, acusada de espionaje y liberada tras 11 días de un cautiverio que ella misma relató para su periódico (dos periodistas franceses, Olivier Ravenello y Jerôme Marcantetti, de LCI, que fueron encarcelados durante tres días a comienzos de octubre de 2001 por una de las tribus pakistaníes, decidieron guardar silencio sobre este incidente para evitar problemas). Peor suerte tuvo el periodista francés de Paris Match, Michel Peyrard, detenido con otros dos  profesionales paquistaníes que le servían de guía (uno de ellos, Mukkaram Kham, de Nawa-i-Waqt, y el otro Irfan Qureshi) en la localidad afgana de Ghosta, a 35 kilómetros de Jalalabad, disfrazado también con un burka, acusado de espionaje y expuesto a la multitud enfurecida en Jalalabad, que incluso intentó lapidarlo. Peyrard tiene una larga trayectoria profesional en la cobertura de conflictos, desde Nicaragua a Rumanía, de Kosovo a Chechenia, de Bosnia al Golfo Pérsico. Estuvo casi un mes en poder de los talibán, que lo liberaron gracias a las presiones occidentales (en España, el diario La Vanguardia recogió su odisea, que el periodista relató para Paris Match). Mukkaram Khan y Quereshi fueron liberados más tarde, mientras el japonés Daigen Yanagida permaneció como prisionero de los talibanes durante semanas. Otro periodista francés, del Figaro Magazine, Aziz Zemuri, que había entrado en Afganistán con pasaporte argelino, fue también detenido. No era extraño que el régimen talibán desconfiara de los profesionales de la información, cuando ellos mismos habían utilizado a dos falsos periodistas de televisión para asesinar al líder de la opositora Alianza del Norte, Ahmed Shah Masud, haciendo explosionar la cámara con la que fingían entrevistarle, dos días antes del 11 de septiembre[9].

Pero lo peor aún estaba por llegar. Las primeras víctimas mortales entre los profesionales de la información que cubrían el conflicto de Afganistán fueron dos periodistas franceses, Johanne Sutton, de Radio Francia Internacional, Pierre Billau, de la RTL, y el alemán Volker Handloik, de la revista Stern. Fueron víctimas de una emboscada en Dashti Jala el 11 de noviembre, cuando viajaban con la Alianza del Norte hacia Toloqán, aunque la CNN informó que fueron fusilados por los talibanes. Pocos días después la tragedia alcanzaba al periodismo español con la muerte del enviado especial de El Mundo, Julio Fuentes, junto a otros tres periodistas: la italiana del Corriere della Sera Maria Grazia Cutuli, el cámara australiano Harry Burton y el fotógrafo afgano Azizullah Haidari, estos últimos de la Agencia Reuters. Al parecer las circunstancias de su muerte fueron similares a las de los tres anteriores. No serían las últimas víctimas. Pocos días después era el cámara sueco Ulf  Stroemberg quien caía abatido en Afganistán, mientras Ken Hetchman, del canadiense Montreal Mirror era secuestrado el 27 de noviembre en Spin Boldak por los talibanes, que lo utilizaron como escudo humano en su huida a Kandahar. En enero de 2002 era secuestrado el periodista de The Wall Street Journal Daniel Peral, asesinado después de un mes de cautiverio. Su muerte se grabó en un video posteriormente enviado a la embajada de Estados Unidos en Islamabad, en el que se podía ver cómo era degollado con un cuchillo y su cabeza separada del cuerpo[10], un método que posteriormente se utilizaría con frecuencia por los grupos terroristas. Algunas fotografías de este crimen fueron publicadas por el Boston Phoenix, que rompió  un pacto establecido por los periódicos y revistas de no hacer públicas estas instantáneas. Su cadáver no fue encontrado hasta el mes de mayo de 2002.


[1] En diciembre de 2001 el FBI apuntaba a una campaña de las compañías farmacéuticas que desarrollaban vacunas contra el ántrax y a empresas dedicadas a la desinfección de lugares contaminados con bacterias nocivas y descartaba ya las hipótesis que sostenían una relación con  los acontecimientos del 11-S. En febrero de 2002 el mismo FBI señalaba la posibilidad de que la difusión de ántrax fuese responsabilidad de un científico norteamericano, un nuevo ‘Unabomber’ (el profesor Theodore Kaczynski, que durante 18 años, desde su cabaña de Montana envió paquetes-bomba a distintas personas e instituciones causando tres muertos). Más tarde, esporas de ántrax fueron descubiertas en un laboratorio militar de Fort Detrick, en Maryland. En junio de ese año, la doctora Barbara Rosenberg, directora del grupo de trabajo sobre armas biológicas de la Federación de Científicos Americanos, aseguraba que el FBI conocía la identidad del autor de los atentados con ántrax, pero que no lo había detenido porque “sabía demasiado”. La doctora apuntaba a un norteamericano de mediana edad, con el grado de doctor, experiencia en el manejo de agentes biológicos peligrosos y relacionado con el Instituto de Investigación Médica de Enfermedades Infecciosas del Ejército de los Estados Unidos (USAMRIID). Finalmente, el FBI dirigió sus acusaciones contra Steven J. Hatfill, un científico ligado a la CIA y al Pentágono, que en los años setenta había sido acusado de haber causado el mayor brote de ántrax entre 10.000 campesinos negros de Rhodesia (hoy Zimbabe). Hatfill negó su implicación en el asunto y acusó al FBI de buscar en él un chivo expiatorio. Por otra parte, la revista norteamericana Newsweek divulgó en septiembre de 2002 que en diciembre de 1983 Donald Rumsfeld fuera enviado por el presidente Reagan a Bagdad para ofrecer el apoyo de los estados Unidos en su guerra contra Irán. Este apoyo incluía armas bacteriológicas, incluido el ántrax.

[2] Fundada en febrero de 1942 para acompañar las acciones de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, Voice of America depende del Departamento de Estado y tiene su sede principal en la base del Capitolio. Se financia con más de 130 millones de dólares de los fondos federales.

[3] Es también curioso el caso del comentarista experto en cuestiones militares de esta misma cadena, Joseph A. Cafasso, un personaje que se hizo pasar por coronel en la reserva de las Fuerzas Especiales de los Estados Unidos, ex combatiente en Vietnam y miembro de la misión que intentó el rescate de los rehenes norteamericanos en la embajada de los Estados Unidos en Irán durante la revolución jomeinista. Él mismo diseñaba los mapas sobre los que hacía sus comentarios. Pero todo este pasado resultó ser falso: ni era lo que decía ni había participado en Vietnam ni en Irán. Pese a todo, la Fox tardó en despedirlo y no lo hizo hasta abril de 2002.

[4] La competencia entre las cadenas de televisión norteamericanas, que conoció una tregua inédita durante los atentados a las Torres Gemelas, en que llegaron a intercambiarse gratuitamente imágenes y videos, se trasladó al frente de Afganistán, a donde fueron enviados algunos de sus mejores profesionales.. Steve Harrigan llevaba diez años como corresponsal de la CNN en Moscú cuando su empresa lo envió con las tropas de la Alianza del Norte en Afganistán. El 30 de septiembre se despidió de sus jefes al tiempo que enviaba su último reportaje para su cadena. Al día siguiente comenzó a trabajar para Fox News, que llevaba así su pequeña venganza  unas semanas después de que la CNN le arrebatara a su presentadora estrella Paula Zahn. En enero de 2002 la Fox había superado la audiencia de la CNN y su show más visto, el de Hill O’Reilly había sustituido al programa de Larry King en las preferencias de los norteamericanos.

[5] Sin embargo, en las televisiones europeas se echó en falta la emisión de programas de debate, como se había hecho en otros conflictos, como la Guerra del Golfo. Tal vez las televisiones temían que se repitieran situaciones como la del espacio “Question Time”, emitido apenas 48 horas después del atentado a las Torres Gemelas, donde parte del público presente en el estudio mostró su hostilidad hacia los Estados Unidos, a quien responsabilizaban en parte de lo sucedido. El antiguo embajador norteamericano en Londres, Philip Lader, presente en los estudios de la BBC, no pudo contener las lágrimas. Por primera vez, un director general de la cadena pública británica, entonces Greg Dyke, se vio obligado a pedir disculpas públicamente.

[6] La escritora Susasn Sontag interpretaba que el verdadero fin de estos bombardeos era su alta eficacia sicoterapéutica para los norteamericanos

[7] La Patriot Act del 26-10-01 permitía al ministro de Justicia John Ashcroft detener y encarcelar por tiempo indefinido a cualquier sospechoso sin que pudiera recurrir a la asistencia de un abogado. Esta medida permitió la detención de numerosas personas de origen árabe o musulmanes. La juez de Nueva York Shira Scheindlin dictaminó inconstitucionales estas detenciones.

[8] La penetración de la radio en los países árabes decidió a los Estados Unidos a concebir durante el conflicto afgano un gigantesco plan de emisiones en estos países a través de millonarias financiaciones en Westwood One, la mayor cadena radiofónica estadounidense, de propiedad privada.

[9] La periodista de origen español Maria Rose Armesto, reportera de la televisión privada belga RTL-TV publicó el testimonio de la esposa de uno de los asesinos de Masud (“Son mari a tué Massoud”. Ed. Balland).

[10] Este video circuló por internet en los sitios http://www.ogrish.com y www.prohoster.com, lugares de la red que se dedican a mostrar imágenes de hechos violentos..

Memoria del 11-S – II


 MEMORIA DEL 11-S. II.

FRANCISCO RODRÍGUEZ PASTORIZA

NUEVOS MEDIOS, NUEVAS ESTRATEGIAS

AL YAZIRA. UNA NUEVA ESTRELLA EN EL FIRMAMENTO MEDIÁTICO

 

         Justo un mes antes del fatídico 11 de septiembre, el diario El País publicaba en su suplemento cultural Babelia (11-8-01) una entrevista con el analista y experto en el mundo árabe Gilles Kepel, autor de “La Yihad. Expansión y declive del islamismo (Atalaya, Península, 2001), en la que este autor aseguraba que una de las causas de la decadencia de los movimientos islámicos estaba en la penetración de la televisión: “(…) Ahora la televisión ha estallado en todos los países. Ningún régimen puede controlarla ya. En Teherán, todo el mundo sintoniza las emisoras de radio de la BBC y ve su televisión por satélite, escuchan Teheran Jeles Music, música hecha por iraníes en Los Angeles (…)”. Los clérigos iraníes atribuyen las protestas que cada vez con más frecuencia se registran entre los jóvenes, aprovechando acontecimientos como los partidos de fútbol, a la influencia de los canales de televisión que se reciben desde occidente. Es esta una de las causas de que la mayor parte de los regímenes de los países árabes prohíban la instalación de antenas parabólicas y traten de desmantelar las existentes. Quieren que únicamente se vean sus cadenas estatales, muy controladas, que no plantean el más mínimo desviacionismo con el Islam, con sus costumbres y su cultura ni con la política de sus regímenes. De este panorama únicamente se salvaba entonces Al Yazira, una cadena de televisión con base en el pequeño emirato de Qatar, que emite por satélite desde el momento de su fundación, el 1 de noviembre de 1996 (durante la Operación Zorro del Desierto contra Irak) y que se define como la primera televisión moderna, independiente, laica y panarabista de la zona. De hecho, ha denunciado con frecuencia la corrupción y la falta de democracia en algunos países árabes como Arabia Saudí, que ha prohibido que se instale una corresponsalía en su país[1], o Kuwait, que la ha denunciado ante los tribunales. Argelia retiró de Qatar a su embajador durante un año a causa de un debate sobre los derechos humanos en ese país, en el que tomaban la palabra miembros de la oposición argelina[2]. Su línea informativa, que rompe los estereotipos de las televisiones oficiales árabes, sumisas o controladas por los poderes políticos, provocó que gobiernos como el de Jordania y Marruecos expulsaran de estos países a sus corresponsales, mientras Bahrein, Argelia y Arabia Saudí ni siquiera permitieron que se instalasen los periodistas de Al Yazira en sus capitales.

Su estilo de realización, con el mismo tratamiento de planos y tomas a los entrevistados y a los entrevistadores, escandaliza a una sociedad acostumbrada a contemplar un tratamiento servil de los periodistas hacia los políticos y los líderes religiosos. En su programa “La sharia y la vida”[3] se trata una amplia gama de cuestiones, desde el sexo a las fatwas.

A pesar de sus orígenes oficiales (fue fundada por el emir Sheik Hamad Ben Califa, que accedió al gobierno del país después de un golpe de mano pacífico contra su padre[4] en 1995, que fue respaldado por los Estados Unidos), Al Yazira es uno de los más importantes instrumentos de la modernización y liberalización puestas en práctica por el emir de Qatar en este país. Está regida por un Consejo de Administración presidido por un miembro de la familia real y comenzó a funcionar con una financiación estatal de 140 millones de dólares. Desde 2001 se financia con publicidad (entre sus anunciantes, General Motors, Nissan, Procter & Gamble). Al frente de la cadena, Mohamed Jassem Al Alí. Comenzó sus emisiones con 11 boletines informativos diarios de 15 minutos, otros nueve de media hora y dos de hora y media. En sus pantallas se ven tantas mujeres como hombres presentando la información, y ninguno muestra signos ostentosos de arabismo, como velos, chadores, etc.. En Al Yazira trabajan periodistas libaneses, sirios, jordanos, palestinos, egipcios… casi todos musulmanes, aunque también hay cristianos, formados en su mayoría en el servicio árabe de la BBC. Uno de los más destacados en estos años era Tayseer Alouni, el periodista al que el gobierno afgano permitió permanecer en Kabul desde el inicio de la crisis de Afganistán y que fue el depositario exclusivo de los primeros videos de Bin Laden. Alouny es un periodista de origen sirio, estudiante de Ciencias Económicas en la Universidad de Damasco, que obtuvo la nacionalidad española gracias a su matrimonio con una ciudadana ceutí. Trabajó como redactor del servicio de traducción de árabe de la Agencia Efe en Granada hasta febrero de 2000. Otra de las estrellas de la cadena, la presentadora Khadidja Benguenna, una antigua conductora del programa “20 Horas” de la televisión argelina, había recibido amenazas de muerte procedentes del mundo musulmán.

La señal de Al Yazira comenzó llegando a unos 30 ó 40 millones de espectadores en todo el mundo, en su mayor parte árabes. De hecho su señal puede ser captada en la práctica totalidad del mundo árabe y también en Europa y gran parte de África y Norteamérica. Esta cadena fue la fuente de la que partieron las imágenes de la destrucción de las gigantescas estatuas de los Budas de Bamiyán en marzo de 2001, que desacreditó en todo el mundo al régimen de los talibanes. Antes del 7 de octubre de 2001, fecha del comienzo de los bombardeos sobre Afganistán, Al Yazira era considerada por Occidente como la única ventana de expresión democrática en el mundo árabe. El monopolio de la presencia de Al Yazira en Afganistán cuando se desató la crisis tras los bombardeos norteamericanos la convirtió en referente dominante de las imágenes del conflicto durante un tiempo: el diario francés Le Monde mantuvo durante semanas una sección diaria –Vu sur Al-Jazira– de análisis de las imágenes emitidas por esta cadena. Por primera vez, “el enemigo” disponía de la misma arma mediática que siempre había tenido Occidente, que por primera vez no dominaba la totalidad de la información audiovisual en un conflicto armado. Osama Bin Laden ya la había utilizado en varias ocasiones antes del 11 de septiembre, para hacer llegar sus mensajes antiamericanos a los países árabes (el 25 de diciembre de 1998 había pedido a través de Al Yazira “matar a todos los americanos”) y después, para hacer un llamamiento a la resistencia a los pakistaníes cuando el presidente Musharraf decidió apoyar a los Estados Unidos contra los talibán. Fue asimismo la cadena que el mismo día en que comenzaron los bombardeos contra Afganistán, el 7 de octubre de 2001, emitió un video en el que, según algunas interpretaciones, Bin Laden reivindicaba tácitamente los atentados del 11 de septiembre y amenazaba a los Estados Unidos con nuevas acciones terroristas; un video grabado previamente por la organización Al Qaeda, que lo hizo llegar a Al Yazira dos horas antes de su emisión.

Si la Guerra del Golfo fue el gran impulsor para la cadena de televisión norteamericana CNN (Peter Arnett, Bernard Show y John Holliman se convirtieron en los más famosos reporteros el 16 de enero de 1991 cuando retransmitieron en directo los primeros bombardeos sobre Kuwait desde la novena planta del Hotel Al-Rashid), hasta el punto de convertirse desde entonces a la cadena en un icono de los estados Unidos, como Hollywood o la Coca-Cola, Al Yazira, con la que la propia CNN firmó un contrato a través de la filial News Gathering para poder utilizar sus imágenes (a 2.000 dólares el minuto, según algunas fuentes) fue el gran descubrimiento televisivo internacional en esta nueva crisis. ABC, CBS, NBC y Fox conectaban también con la señal de satélite de la cadena qatarí hasta que decidieron aceptar una propuesta del Gobierno americano para dejar de emitir sus imágenes. A pesar del gozar del único permiso para rodar y emitir desde territorio afgano, Al Yazira trató de mantener una línea independiente y liberarse de la acusación de ser portavoz del régimen talibán y brazo armado mediático de Bin Laden. Hibraim Helal, jefe de informativos de Al Yazira, calificó abiertamente los acontecimientos del 11-S como “ataques terroristas” , durante la celebración del Foro Económico Madrid celebrado en Nueva York a comienzos de febrero de 2002, mientras el periodista de la cadena Youssef Al-Qardhawi emitió una declaración condenando los atentados suicidas. Después de la emisión del video de Bin Laden del día en que comenzaron los bombardeos sobre Afganistán, sus periodistas preguntaban a Mollah Tour Ali, viceministro de Defensa del gobierno talibán, “¿No es esta la prueba que ustedes exigían a los americanos para expulsar de su país a Bin Laden?”. Ese mismo día Al Yazira entrevistaba también al ministro para Asuntos Exteriores del grupo de la oposición afgana Alianza del Norte. Sami Haddad, uno de los responsables de Al Yazira en Londres, se defendía de las acusaciones de los detractores de la cadena, señalando que, efectivamente, los mensajes de Bin Laden eran retóricas de guerra, pero expresiones como “cruzada”, “vivo o muerto” o “la guerra del bien contra el mal” pronunciadas por George Bush, no eran precisamente retóricas de paz, y Al Yazira también las había difundido. Además, Al Yazira suprimió de uno de los videos de Bin Laden (el emitido el 3 de noviembre en el que al parecer desafiaba a la ONU y la culpaba de los bombardeos contra Afganistán) amenazas y pasajes considerados excesivamente violentos. Al Yazira se prestó a emitir el dramático llamamiento del director de la revista francesa Paris Match para que los talibanes liberaran a uno de sus periodistas, detenido bajo la acusación de espionaje. Lo que realmente parecía molestar a los Estados Unidos era la línea informativa de la cadena y que desde sus emisiones se lanzaran acusaciones a los media estadounidenses: “Todos los medios de comunicación norteamericanos no hablan más que del ántrax. ¿No es esta una buena manera de desviar a la opinión pública americana de su atención a las víctimas civiles en Afganistán?”, decía Al Yazira en una de sus emisiones. El régimen afgano, a pesar de ser contrario a la divulgación de imágenes, permitió la presencia de Al Yazira en el país como mal menor, ya que los talibanes eran conscientes de que de otro modo, la imagen internacional del conflicto estaría en manos occidentales. Tayseer Alouni se convirtió en el corresponsal más popular de esta guerra, al ser el único que filmó el cielo de Kabul y retransmitió desde su oficina los bombardeos del 7 de octubre, el único que pudo acceder a los hospitales donde estaban las víctimas afganas de las bombas y los misiles, el que rodó las imágenes de los 35 muertos de un autobús de civiles alcanzado por las bombas americanas y el que hizo llegar estas imágenes a Occidente con la advertencia del presentador tunecino de Al Yazira, Mohamed Krichene, de que podían herir la sensibilidad de los espectadores. Al Yazira, a la que no se permitió tener ningún corresponsal en la zona controlada por opositora la Alianza del Norte, entrevistaba sin embargo con frecuencia a los principales responsables de este grupo afgano, aunque a veces no tanto, ciertamente, por prurito profesional, cuanto por hacerles caer en sus propias contradicciones.

A los Estados Unidos no le gustaba, evidentemente, la línea informativa de Al Yazira y así se lo hizo saber Colin Powell al Gobierno de Qatar a través de una carta de protesta en la que se denunciaba la “retórica incendiaria” de la cadena, a la que se acusaba de suministrar una información sesgada sobre los sucesos del 11 de septiembre y de alentar sentimientos antiamericanos en Oriente Medio. Colin Powell llegó a pedir al emir de Qatar que utilizase su influencia para cambiar la línea informativa de la cobertura que Al Yazira hacía del conflicto. Las presiones del gobierno americano sobre las autoridades de Qatar, un país amigo y aliado, dieron algunos frutos, como el de que, a partir de un determinado momento los videos de Bin Laden fuesen visionados previamente a su emisión por expertos americanos y británicos y la propuesta de comparecencias de personalidades de Inglaterra y de los Estados Unidos en antena después de cada intervención de Al Qaeda. Pero la línea informativa de Al Yazira, como hemos dicho, tampoco fue del agrado de Gobiernos como los de Kuwait o Libia, que amenazaron incluso con retirar a sus representantes diplomáticos de Qatar como medida de protesta por algunas informaciones. Ante la imposibilidad de ejercer algún tipo de presión o censura, los Estados Unidos llegaron a contemplar la posibilidad de emitir anuncios a través de Al Yazira para contrarrestar los mensajes del régimen talibán. Así, Colin Powell, Donald Rumsfeld y Condoleeza Rice comenzaron a conceder entrevistas a los periodistas de la cadena, dentro de un plan estratégico para mejorar la imagen de los Estados Unidos en el mundo árabe, plan en el que se contempló la posibilidad de que se entrevistase incluso al presidente George Bush.

Al Yazira es, como queda dicho, un oasis en el panorama informativo del mundo árabe, donde el resto de las televisiones están fuertemente controladas, que además prohíben o censuran los contenidos de las televisiones occidentales para evitar su penetración en las sociedades islámicas. Sin embargo, Occidente no parece entender el papel de Al Yazira en el mundo árabe, más allá de la crisis. Opiniones de intelectuales (Bernard Henri-Lévy la llamó “cadena de Bin Laden”, José Vidal-Beneyto, dijo que era el “brazo mediático de Bin Laden”), restricciones a sus periodistas (Ahmed Kamal, el corresponsal de Al Yazira en Bruselas fue objeto de un “secuestro de la peor especie”, en el aeropuerto de Ginebra, según la Federación Internacional de Periodistas, cuando se disponía a cubrir la cumbre de la Organización Mundial del Comercio, y otro de sus periodistas era detenido en Waco, Texas, por haber utilizado una tarjeta de crédito que había sido usada previamente en Afganistán cuando regresaba de Washington de cubrir una cumbre entre Putin y Bush).

Al Yazira tiene planes para instalar dos nuevas cadenas, una de información económica y otra de programas culturales y documentales, mientras su página web (aljazeera.net) recibía a partir del 11 de septiembre una media de 250.000 visitantes cada día, a pesar de estar escrita en árabe.

Otros intereses amenazan la existencia de Al Yazira, ya que supone una fuerte competencia para algunas cadenas árabes, como Al Mustakilá, TV Orient o la MBC (Middle East Broadcasting Centre), la televisión saudí pionera de las emisiones por satélite en el mundo árabe, con varias sedes en Europa y América[5]. Pero también es el ariete que ha forzado una cierta apertura en programas de otros países árabes, como sucedió en Redactor Jefe, del segundo canal de la televisión egipcia, presentado por el veterano periodista Hamdi Kandil o con el lanzamiento de la cadena  Hiya en Beirut, la primera televisión árabe dedicada a la mujer en el mundo islámico, un proyecto del empresario libanés Nicolas Abu Samah, cuyo objetivo era llegar a Libano, Siria, Jordania, Arabia Saudí y Dubai. Un año después del 11-S, el rey de Marruecos Mohamed VI anunciaba la creación de radios y televisiones privadas, lo que rompía el monopolio público en uno de los países árabes con una de las más férreas censuras.

Después de la toma de Kabul, las informaciones sobre Al Yazira pasaron a ser prácticamente inexistentes durante meses: que los bombardeos destruyeron completamente su sede en la capital afgana. El director de la cadena, Mohamed Jassem al Alí denunció que los americanos sabían perfectamente dónde estaba el edificio que albergaba la cadena. El periodista Tayssir Allouny se trasladó a Pakistán y desde allí a Doha, en Qatar, donde se reunió con su familia. Sólo en algunas ocasiones Al Yazira volvía a reclamar la atención de Occidente, como cuando en septiembre de 2002, pocos días antes del primer aniversario del 11-S, su programa mensual “Top Secret”, conducido por Yosri Fonda, emitió una entrevista con Khaled Sheij Mohamed y Ramzi Binalshib, dos de los miembros más buscados de Al Qaeda, en la que reconocían su participación en la preparación de los atentados y aseguraban que Bin Laden seguía con vida[6]. Ramzi Binalshib sería detenido pocos días después en Pakistán.

LOS VIDEOS DE BIN LADEN Y OTROS NUEVOS PORODUCTOS AUDIOVISUALES

Antes que nada, hacer notar la contradicción de que un líder integrista islámico, contrario a la reproducción y emisión de cualquier tipo de imagen a través de los media, utilice la suya para transmitir mensajes, aunque sea con la finalidad de que sean acogidos como emanados de una autoridad divina, como fatwas de un dios de la guerra, que los musulmanes estarían obligados a cumplir. La interpretación del islamismo que preconiza el movimiento al que pertenece Bin Laden es iconoclasta hasta prohibir la fotografía, el cine y la televisión, pero no duda en utilizar esos mismos referentes para hacer llegar sus mensajes y sus amenazas, en lo que algunos analistas han apreciado un fuerte narcisismo homoerótico, y en sus intervenciones parece ser tan consciente de la presencia de la cámara como un actor de cine, aprovechando su magnetismo para fascinar y seducir. Los mensajes de Bin Laden se emitían rodeados de una singular parafernalia de elementos diversos. Su primer video, divulgado el 7 de octubre de 2001, el día en que se iniciaron los bombardeos americanos sobre Afganistán, se rodó al aire libre en un paisaje identificado con las montañas de la zona donde se le suponía refugiado, una naturaleza inhóspita que quiere transmitir conscientemente un mensaje de dificultad de acceso y de duras condiciones de supervivencia. Ataviado con la toga y el turbante árabes, añade elementos militares, como guerrera de camuflaje, que le identifican con la indumentaria de las guerrillas de los tradicionales ejércitos de liberación y de sus líderes (Che Guevara, el Comandante Marcos, Manuel Marulanda Tirofijo). A su lado un kalashnikov,  el fusil de asalto ruso, que muestra ostentosamente como un botín de su antigua lucha victoriosa contra los invasores soviéticos y que a algunos ha recordado su antigua colaboración con la CIA en aquel conflicto. Su reloj de pulsera, claramente visible, denota el control del tiempo y le sitúa fuera de la época medieval en la que se instalan gran parte de los elementos visibles, y en la que se quiere situar su ideología, y resalta a la vez la conjunción de lo atávico y lo moderno, lo militar y lo religioso, al modo como en las imágenes de la contienda conviven kamikazes y aviones, tanques y caballos. En este primer video se hizo acompañar de varios líderes, para trasladar la idea de que su mensaje no es la ocurrencia de un iluminado solitario, sino que cuenta con un fuerte respaldo de influyentes cabecillas capaces de movilizar a grandes masas de seguidores.

El segundo video se emitió el 21 de octubre por la CNN. Es parte de una entrevista a Bin Laden del corresponsal de Al Yazira en Kabul, que la cadena qatarí no emitió “por carecer de valor informativo”, según su director. No se supo cómo la CNN consiguió una copia de esta entrevista, pero los métodos utilizados no gustaron a los responsables de Al Yazira, que desde ese momento rompieron el contrato de exclusividad que mantenían con la CNN. En esta entrevista, en su tono habitual, Bin Laden amenazaba a los Estados Unidos, se burlaba de quienes pensaban que sus videos contenían mensajes codificados, y declamaba una terrible sentencia: “Si matar a quienes matan a nuestros hijos es terrorismo, entonces dejemos que la Historia sea testigo de que somos terroristas”. En esta entrevista Bin Laden vestía las mismas ropas y portaba el mismo reloj y el mismo anillo que en el primer video. Movía sus manos elevando el dedo índice de la derecha para dar más fuerza a sus recriminaciones. El decorado, ahora, es una tela de color verde oscuro situada detrás, que oculta el paisaje real, con el fin de evitar una eventual localización de su situación, como se había especulado al analizar el paisaje del video anterior: las autoridades norteamericanas contrataron al geólogo Jack Shroder para analizar las rocas que se veían a la espalda de Bin Laden en el primero de los videos, en un intento de identificar el lugar en el que se había grabado.  En esta ocasión, en la que Bin Laden anuncia una “tormenta de aviones” sobre América, su mensaje estaba envuelto en una prosa sagrada, expresión de su mesianismo, convertido en mediático, que aludía a lugares santos profanados y a tierra incendiada bajo los pies.

Un nuevo video, emitido el 3 de noviembre por Al Yazira, fue recortado y expurgado de ciertos gestos y expresiones. Sobre estos cortes se hicieron diversas hipótesis y especulaciones.

A diferencia de estos primeros videos, cuidadosamente preparados en su iconografía, en su puesta en escena y en el contenido de sus mensajes, de calculada ambigüedad en relación con la responsabilidad de Bin Laden en los atentados del 11-S, la emisión de un cuarto video, difundido por el Pentágono a través de la CNN el 14 de diciembre de 2001, parece ser la prueba definitiva de su implicación. El 9 de ese mes, el vicepresidente Dick Cheney anunció la existencia de esta grabación, encontrada por las tropas norteamericanas durante una búsqueda rutinaria en Jalalabad. En ella se demostraría la implicación directa de Bin Laden en los atentados contra las Torres Gemelas. En esta grabación, que fue la más difundida, realizada el 9 de noviembre  por un videoaficionado con una cámara familiar y de calidad deficiente, se muestra al líder de Al Qaeda en conversación distendida durante una reunión privada con su consejero espiritual Ayman al Zawari, con el portavoz de la organización, Abu Gaita y con un jeque saudí. Varios expertos y traductores tardaron días en descifrar las palabras pronunciadas por Bin Laden durante esta reunión, y de ellas se puede concluir su responsabilidad en los atentados y su conocimiento previo de los hechos[7]. Sobre la autenticidad de este video se hicieron numerosas especulaciones, desde la duda de que se hubiera permitido grabar una reunión en esas condiciones, hasta la indumentaria de los participantes, que añade al portador de un anillo supuestamente inusual en los islamistas, y la correcta traducción de los diálogos[8].  Posteriormente se supo que se habían eliminado del video las alusiones a la colaboración de Arabia Saudí e Irán con Al Qaeda (uno de los participantes en la reunión decía que había entrado en Afganistán con ayuda iraní). Al Yazira también difundió este video, aunque no se pronunció sobre su autenticidad: “no es nuestro trabajo”, declaró uno de los responsables de la cadena.

El 26 de diciembre de 2001 al Yazira emitió un nuevo video de Bin Laden, rodado dos semanas antes, en el que el líder islamista evocaba el significado de los acontecimientos del 11-S. Con la misma parafernalia religioso-militar de su primera aparición, incluido el fusil kalashnikov, esta grabación fue registrada en exteriores y a plena luz del día. Se aprecia un rostro de Bin Laden más delgado que en las anteriores apariciones y muy demacrado, de aspecto enfermizo. La inmovilidad de su brazo izquierdo hace suponer que se encuentra herido (meses más tarde, Abdelbari Atwan, director del periódico árabe  con sede en Londres Al Quds al Arabi, aseguraba que, efectivamente, Bin Laden había resultado herido en un hombro durante uno de los ataques aliados a Afganistán. Su lenguaje, con utilización de diversas parábolas,  tiene como objeto un llamamiento a la guerra santa contra los Estados Unidos, país al que anuncia un fin próximo. Califica de héroes a los autores de los atentados contra las Torres Gemelas. Se humedece con frecuencia los labios con la lengua, un gesto habitual en los musulmanes que siguen el Ramadán.

El 14 de abril de 2002 Al Yazira emitió un nuevo video en el que Bin Laden aparece al lado de su lugarteniente Ayman al Zawahiri, aunque en esta ocasión Bin Laden permanece callado mientras su compañero se felicita nuevamente por los ataques a los Estados Unidos. Ha cambiado su indumentaria militar por vestimentas completamente religiosas y se toca con un turbante blanco. La emisión de este video se lleva a cabo en un programa en el que también se incluye el testimonio de uno de los pilotos suicidas del 11-S (Ahmed al Haznawi, del avión que se estrelló en Pensilvania) anticipando los ataques a las Torres Gemelas. Esta intervención había sido grabada seis meses antes de estos acontecimientos y se editó con un tratamiento de postproducción en el que aparecían las Torres Gemelas incendiadas, como un kromakey, a la espalda del piloto suicida. Una versión ampliada de estas grabaciones (una hora de duración) se emitió en el programa “Bajo el microscopio”, de la misma cadena árabe, el 18 de abril. Parte de la emisión fue recogida por la cadena árabe MBC (Middle East Broadcasting Center), que por primera vez accedía a difundir imágenes procedentes de Al Yazira.

Una semana más tarde, el 23 de abril de 2002, la agencia APTN difundió un nuevo video de Bin Laden encontrado casualmente en Kabul. Según las fuentes, el original contiene una hora de grabación en la que hacía un nuevo llamamiento a la guerra santa y movía las dos manos, por lo que se sospechaba que era una grabación anterior a las últimas conocidas.

Después, un largo silencio instaba a especular con la probable muerte de Bin Laden durante los bombardeos sobre Afganistán. Pero cuando una gran parte de la opinión pública mundial parecía convencida de su desaparición entre las ruinas de Tora-Bora (Dale Watson, responsable de la unidad antiterrorista del FBI había asegurado públicamente que Bin Laden estaba muerto), en mayo de 2002 un nuevo video vino a ponerlo de actualidad, aunque sin despejar las dudas sobre su estado. Al parecer, podría tratarse de una grabación realizada dos meses antes en Spin Boldak, en la frontera con Pakistán. En esta ocasión, el líder de Al Qaeda volvía a su uniforme militar de guerrillero, esta vez tocada su cabeza con un takul, la típica gorra afgana. Aquí hablaba con sus seguidores sobre la guerra santa y el martirio, y en una entrevista de 40 minutos aludía a las cruzadas medievales “(…) que lideraron Ricardo Corazón de León, Barbarroja de Alemania y Luis de Francia. En nuestros tiempos se han reagrupado detrás de Bush”. Después de sus conocidas condenas a Israel y a quienes les ayudan, sus amenazas se amplían a “otros países” además de los Estados Unidos y el Reino Unido. Sorprendió la aparición de este nuevo video de Bin Laden coincidiendo con las graves acusaciones a George Bush y a los servicios secretos norteamericanos de haber conocido con anterioridad la preparación de atentados en los Estados Unidos, y más teniendo en cuenta las declaraciones  del redactor jefe de Al Yazira, Ibrahim Helal, de que la cadena árabe conocía la existencia de este video desde hacía meses y que probablemente hubiera sido grabado en octubre de 2001. La difusión de la cinta coincidió también con las declaraciones del muláh Omar desde la fecha de los primeros bombardeos (algunas fuentes también lo daban por muerto), en las que el dirigente talibán aseguraba que Bin Laden seguía vivo. Esta entrevista fue difundida por el diario árabe Shark Al Awasat, que se edita en Londres. Poco tiempo después, el 23 de junio de 2002, Al Yazira emitía una grabación con un mensaje de Suleiman Abu Ghaith, en el que este portavoz de Al Qaeda aseguraba que Bin Laden y el muláh Omar estaban vivos, y anunciaba la reaparición de Bin Laden en un próximo video, al tiempo que reivindicaba un atentado terrorista contra una sinagoga, que se había producido en la isla de Yerba, en Túnez, en la que murieron 17 turistas.

En las proximidades del primer aniversario del 11-S, el 9 de septiembre de 2002, Al Yazira emitió un nuevo video de Bin laden con un supuesto mensaje de agradecimiento y homenaje a los pilotos suicidas. Este video se componía de una postproducción con los rostros de los terroristas kamikazes de Al Qaeda en el que una voz en off, supuestamente de Bin Laden aunque nunca se llegó a confirmar, rendía un heroico homenaje a Mohamed Atta, Ziad Al Jarrah, Marwan Al Shehi y Hani Hanjour, los pilotos suicidas de los cuatro aviones estrellados un año antes. Para aumentar la confusión, Al Yazira emitió al día siguiente un video, a todas luces muy anterior a los hechos del 11-S, en el que Bin Laden pedía la liberación del jeque Omar Abderramán y de los ulemas de las mezquitas de La Meca y Medina. También solicitaba la liberación del jeque Said Ben Zair, detenido hacía ocho años en la capital saudí.

En agosto de 2002 la CNN había difundido una serie de videos de Al Qaeda en los que se podían ver con todo lujo de detalles los experimentos que la organización terrorista llevaba a cabo con armas químicas, así como diversas escenas de adiestramiento de sus militantes. Algunos contenían antiguos mensajes de Bin Laden. Según la cadena de televisión, los videos formaban parte de una partida de 250 que las tropas norteamericanas habían encontrado en una casa de Afganistán. El periodista de la cadena, Nick Robertson, describió detalladamente la odisea del traslado de estos videos[9]. Su difusión coincidió con la revelación de la situación desesperada de los presos confinados en Guantánamo (muchos de ellos intentaron suicidarse) y con la noticia de que cientos de presos talibanes habían muerto por asfixia durante su traslado en contenedores a prisiones afganas. También esos días se conocía la decisión de importantes inversores saudíes de retirar sus fondos de diversos bancos norteamericanos (se hablaba de 200.000 millones de dólares retirados) a raíz de que 700 familiares de víctimas del 11-S demandaran a siete banqueros saudíes y otras instituciones de ese país como presuntos cómplices del terrorismo y exigían una indemnización de un billón de dólares. Otra partida de videos emitidos por la CNN en septiembre de 2002 recogía el entrenamiento de terroristas de Al Qaeda y pruebas de los efectos de armas químicas realizadas con perros. La cadena pagó 30.000 dólares a un intermediario anónimo de Afganistán por 64 de esas cintas. La CNN ofreció a la Casa Blanca el visionado previo a la emisión de las cintas a condición de que se permitiesen grabar las reacciones de George Bush y Concoleeza Rice durante ese visionado. La contestación fue contundente: “El presidente no es un propagandista para un programa de telerrealidad”, decía la nota enviada a la CNN.

El video fue una de las nuevas armas utilizadas por ambos bandos durante la crisis. Las tropas de la Alianza del Norte descubrieron en una escuela abandonada en las cercanías de Kabul, una cinta que contenía la grabación de un ensayo de atentado para llevar a cabo durante la celebración de un torneo de golf y contra una caravana de automóviles oficiales en Washington. La grabación, de seis horas, fue emitida parcialmente por la Australian Broadcast Corporation.

Además, en enero de 2002, las tropas norteamericanas localizaron entre los escombros del domicilio de Mohamed Atef, uno de los jefes militares de Bin Laden, situado en un recinto militar, varias grabaciones más. En una de ellas, un piloto suicida que no pudo participar en los atentados del 11-S anunciaba nuevas acciones del mismo estilo. Esta información dio pie a que John Ashcroft advirtiera que estos hombres pueden estar en cualquier parte del mundo. Un periodista del Wall Street Journal descubrió, en el disco duro de un ordenador comprado en Kabul, 23 minutos de una grabación de Bin Laden en la que denunciaba la cruzada anunciada por los Estados Unidos contra el Islam.

A todas estas grabaciones hay que añadir los videos, incautados a las células de Al Qaeda en diferentes países europeos, en los que se grababan mensajes para captar nuevos militantes e instrucciones para llevar a cabo atentados. En algunas mezquitas de Inglaterra se distribuyeron videos con imágenes espeluznantes de matanzas y torturas. En España, el juez Garzón calificaba de “información preliminar” a los atentados del 11-S los contenidos de los videos incautados a una de las células de Al Qaeda en nuestro país. Desde este momento el video se revelaba como  una nueva arma en el mundo de la comunicación y su utilización no ha dejado de producirse, de perfeccionarse, de sofisticarse, desde entonces.


[1] Durante una cumbre del Consejo de Cooperación del Golfo, en enero de 2002, el príncipe heredero saudí Abdalá Ben Abdel acusó a Al Yazira, en presencia del emir de Qatar, de ser una tribuna de terroristas.

[2] Se trata del programa de debate “La dirección contraria”, un popular espacio que también dedicó varias de sus emisiones al conflicto de Oriente Medio, con participación de palestinos y judíos, y al de Marruecos y el Sáhara, con representantes marroquíes y del Frente Polisario.

[3] “La sharia y la vida” está dirigido y presentado por Youssef Al-Qardhawi, un antiguo militante de Los Hermanos Musulmanes egipcios, encarcelado durante el régimen de Nasser, huido posteriormente a Qatar, que le proporcionó su nacionalidad, e influyente guía espiritual de los jóvenes militantes islamistas europeos. Es lo más parecido a lo que en los Estados Unidos es un telepredicador.Al Qardhawi condenó los atentados terroristas a las Torres Gemelas; no así el terrorismo palestino contra Israel.

[4] En 1997 el padre del emir, Hamad Bin Jalifa Al-Thaní fue vinculado, junto con miembros de la familia real saudí con la organización de una red de prostitución de lujo cuya sede estaba instalada en el Hotel Crillón de París desde 1995.

[5] Promovida por el magnate saudí Saleh Kamel en 1991, sus contenidos están próximos al de una televisión occidental, pero mantiene fuertes restricciones religiosas e ideológicas.. La MBC no emitió los primeros videos de Bin Laden para que no figurase el logotipo de Al Yazira en sus pantallas. Sin embargo, parece ser que fue la que introdujo en Inglaterra el video de Bin Laden emitido en mayo de 2002, en plena crisis del Gobierno Bush por las revelaciones de que conocía previamente al 11-S los planes de Al Qaeda para atentar en territorio de los Estados Unidos.

[6] El diario “El Mundo” difundió el contenido íntegro de las entrevistas en su edición del domingo 8 de septiembre de 2002

[7] Una amplia transcripción de las palabras de Bin laden puede consultarse en la edición del 14 de diciembre de 2002 de los periódicos “El País”, “El Mundo” y “ABC”.

[8] Sobre estas dudas se pueden consultar los artículos de Mark Lawson (“El Mundo”, 16-12-01), Carlos París (“La Razón”, 17-12-01) y Carlos Boyero (“El Mundo”, 17-12-01).

[9] “Las cintas del terror”. Los domingos de ABC (8-9-2002)

Memoria del 11-S. I


En estos días publicaré un extenso trabajo del profesor Rodríguez Pastoriza titulado «Memoria del 11-S» y que sin duda terminará

 

 

MEMORIA DEL 11-S.

FRANCISCO RODRÍGUEZ PASTORIZA

I. TERRORISMO EN DIRECTO

 

 

 

 

El 11 de septiembre de 2001 todas las televisiones, incluidas las españolas, emitieron los telediarios más largos de su historia (el de TVE fue de 430 minutos ininterrumpidos; el de Antena 3 de 360. El consumo de televisión ese día en España fue de 229 minutos por persona, un 24,5 por ciento más que lo habitual). El acontecimiento cogió a la práctica totalidad de las televisiones de nuestro país y a las europeas en plena emisión de las ediciones de mediodía de sus telediarios (en Asia coincidió con la emisión de los telediarios de la noche) y sus responsables decidieron prolongar su duración, en muchos casos durante el resto de la jornada, suspendiendo incluso todo tipo de publicidad, con lo que esta decisión conlleva en miles de millones de pérdidas económicas[1]. Además, el intervalo de 18 minutos entre el primer y el segundo impacto de los aviones en las Torres Gemelas hizo que las televisiones de todo el mundo tuviesen los objetivos de sus cámaras en directo pendientes de la acción terrorista. Nadie puede afirmar que esta circunstancia formase parte de las previsiones de los terroristas, pero no es descabellado suponerlo. Robert Thompson, director del Center for the Study of Popular Culture, de la Universidad de Siracusa, cree que las televisiones estuvieron controladas por los terroristas durante las primeras horas y que hemos visto exactamente lo que ellos querían que viésemos, que las televisiones no tenían otra alternativa que la de mostrar esas imágenes: “(…) es como si los piratas del aire hubiesen producido y realizado un espectáculo televisado, calculando incluso el plazo de 18 minutos entre los dos ataques para asegurarse que el segundo avión fuese filmado perfectamente”. Las imágenes que ya permanecerán para siempre en el imaginario colectivo de toda una generación, repetidas incluso obsesivamente, son las de las torres incendiadas. La CNN puso en funcionamiento una cámara automática[2] exactamente un minuto después del primer impacto, que recogía en un largo plano fijo la primera torre ya dañada de muerte y la de su gemela, en una seductora imagen de dos cubos humeantes recortados sobre un cielo intensamente azul. Ningún telespectador vio en directo el impacto del primer avión, pero no tardaría mucho en divulgarse esa imagen desde otro punto de vista, situado en la calle, de unos ciudadanos que contemplaban atónitos cómo un avión se empotraba en el edificio[3]. De pronto, cuando todo parecía indicar la posibilidad de un dramático accidente, un objeto brillante que parecía otro avión se aproximó peligrosamente a la segunda torre y se precipitó sobre ella. Sólo desde ese momento se hizo evidente la certeza de un atentado terrorista. Este segundo impacto se vería después desde otro punto de vista, un contrapicado que recogía la reacción de un testigo que giraba bruscamente su cabeza ante una gran explosión, que no se escucha. Esta toma fue filmada por un cámara independiente que circulaba en su coche por las cercanías del World Trade Center. Mientras tanto, las imágenes en directo de cuerpos humanos que se precipitaban desde los pisos superiores de los edificios incendiados proporcionaban una cierta idea del infierno que se vivía en su interior. Después, el hundimiento de una torre y en pocos minutos, el de la otra, que arrastraba consigo a una de las cámaras situada en su parte superior, inmediatamente relevada por otra en el Empire State. Antes, el Pentágono en llamas. Esta última imagen, sin insistencia y nunca desde cerca. ¿Tal vez para preservar a la visión del mundo los daños causados al edificio-símbolo del poder militar de los Estados Unidos?. En ambos casos, por exceso y por defecto, se manifiesta el poder abstracto de las imágenes. La cadena de televisión ABC ordenaba que todos los profesionales que supiesen manejar una cámara, incluidos los que tuvieran un equipo de video familiar, se trasladaran lo más cerca que les fuera posible del lugar para filmar lo que pudiesen. Por su parte, la CNN puso en marcha el mismo dispositivo del día que comenzó la guerra del Golfo de 1990 y movilizó a todo su personal. Se trataba de conseguir todos los planos, todo el material para el montaje posterior de las secuencias de una película que podría ser una ficción verosímil pero que iba a ser el gran reportaje de una dramática realidad.

En los Estados Unidos todas las grandes televisiones generalistas (ABC, CBS, NBC, Fox) se convirtieron a partir de las nueve de la mañana, hora del atentado en Nueva York, en cadenas 24 horas todo noticias, cual si fueran nuevas CNN, que a su vez dedicaba toda su programación a este acontecimiento bajo el título genérico de  “America Under Attack” y superaba, gracias a esto, una larga crisis de audiencia, que había alcanzado los 240 millones de espectadores en todo el mundo. Por su parte, nuevas cadenas todo noticias como MSNBC y Fox News tuvieron aquí su bautismo de fuego. Las estrellas de los informativos Dan Rather, Peter Jennings y Tom Brokaw, se transformaron en las principales fuentes de información para millones de norteamericanos que siguieron, entre incrédulos y aterrorizados, los ataques terroristas. Cadenas de deportes como ESPN, musicales como la MTV o VH1 conectaron con las cadenas de información, mientras los canales de televenta interrumpían sus emisiones. Puede que la sofisticación de este atentado incluyese, en efecto, la previsión de que cientos de millones de espectadores estuvieran ante las pantallas de televisión en el momento de los ataques y fuera en aumento en las horas siguientes. La realidad es que el impacto mediático se multiplicó por el hecho de contemplar en directo una buena parte de los atentados terroristas, como el choque de uno de los aviones sobre la segunda Torre, y sobre todo sus efectos: el derrumbamiento de los edificios, el pánico de la gente, las reacciones de los líderes mundiales y de la opinión pública… La fascinación de las imágenes impregnó también en buena medida a los medios impresos, cuyas ediciones, desde el mismo día del atentado y en los días posteriores, plantearon un tratamiento icónico espectacular, desde sus portadas a sus páginas interiores, y en algunos casos publicaron cuadernos y revistas especiales en cuyos contenidos predominaban los elementos iconográficos, emulando así el tratamiento televisivo del acontecimiento.

 

UNA MASACRE SIN VÍCTIMAS. LA ELIPSIS DE LA MUERTE Y EL SILENCIO DE LAS IMÁGENES

 

Uno de los episodios del tratamiento informativo que más se destacaron en los días posteriores a los atentados contra las Torres Gemelas fue la no utilización por las televisiones de las imágenes más violentas y desagradables de la catástrofe: cadáveres, cuerpos mutilados, restos humanos… ni siquiera heridos. Imágenes que a buen seguro e inevitablemente tendrían que haber sido tomadas durante la cobertura panóptica de este trágico episodio por cientos de cámaras de televisión de la que es capital mediática del mundo y uno de los centros de la industria audiovisual televisiva. Apenas algunos funerales y entierros, casi siempre sin féretros. Víctimas invisibles, ocultadas, terror opaco, sufrimiento inexistente a los ojos del mundo. El siquiatra norteamericano Harold Eist afirmaba que si se hubiesen mostrado estas imágenes la población enloquecería porque no estaba preparada para ver este tipo de atrocidades. La cadena ABC incluso decidió, a partir de un determinado momento, evitar la repetición de los aviones impactando contra las torres mientras no fuera estrictamente necesario. La tendencia a mostrar imágenes de las víctimas, insinuada en un principio por las tomas de algunas de las personas que se precipitaron al vacío desde las torres, fue cortada de manera fulminante. El portavoz de la CBS Sandy Genelius alegaba que se habían mostrado los planos de la gente arrojándose por las ventanas, pero no los cuerpos estrellándose contra el suelo. Se trata de una gran tragedia, silente además en muchos de sus episodios, hasta el punto de que una cadena de televisión local llegó a emitir las imágenes de la catástrofe acompañada de la música de “Raging Bull”, la película de Martin Scorsese, mientras un reportaje de la CBS enlazaba los testimonios de supervivientes y de familiares de las víctimas con imágenes sobre un fondo sonoro de música clásica. No se ha explicado suficientemente si la decisión de no emitir las imágenes más duras fue tomada por los responsables de las cadenas de televisión, en un inédito ejercicio de autocontrol (como sugieren las declaraciones del presidente de la cadena MSNBC Eric Sorenson), se debió a la imposibilidad de los equipos de las televisiones no institucionales para penetrar en la zona del desastre, la llamada Zona Cero; por el temor a que las familias de las víctimas impusieran denuncias contra los medios que divulgaran estas imágenes, como han sugerido algunos analistas, o fue solicitada por el Gobierno de los Estados Unidos para evitar los efectos incontrolables que podrían haber provocado en la población, lo que puede llevar a pensar, en este último caso, que su utilización podría reservarse para el futuro si fuese necesario movilizar a la opinión pública. La CNN señaló también que no quería que sus periodistas se expusiesen al peligro de nuevos derrumbamientos. Sólo la MSNBC ofreció las primeras imágenes de lo que quedaba de las Torres, rodadas durante la primera noche después de la tragedia, cuando uno de sus equipos pudo evadir los cordones de seguridad. Durante las 48 horas que siguieron al atentado, agunos pool de televisiones americanas a los que se permitió acercarse a la Zona Cero,  junto a un equipo de la ABC, fueron escoltados y canalizados por la policía y los bomberos de Nueva York y autorizados sólo a filmar las ruinas desde una considerable distancia durante diez minutos. El caso es que, a diferencia de otros reciente conflictos (la antigua Yugoslavia, Chechenia, Ruanda, Somalia, Timor Oriental y los permanentes de Oriente Próximo) y de tragedias naturales como terremotos o inundaciones, las televisiones (y sobre todo las americanas, que en el caso del 11-S mostraron una moderación sorprendente y desconocida hasta entonces) no han prescindido nunca de este tipo de imágenes, sino que incluso muchas veces se han regocijado en ellas. Sea cual fuere la causa, este hecho ha sido analizado como una de las decisiones mediáticas más polémicas. Para el director de Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet “(…) Washington intentó responder –creemos que equivocadamente- prohibiendo enseñar los cuerpos de las víctimas, para no dar a los autores de la agresión el placer de contemplar el aspecto más trágico de la vulnerabilidad norteamericana”.  El filósofo francés Paul Virilio declaró que las  imágenes se mostrarán “(…) cuando se haya identificado al enemigo real o supuesto, y se haya decidido el tipo de reacción” (“El País”, Babelia, 22-9-01). Para el comunicólogo francés Dominique Wolton, “(…) hay dos pesas y dos medidas para las imágenes. Para no disgustar más a América, no se enseñan los muertos. ¿porqué?. Pero entonces por qué no hay el mismo pudor en la forma de enseñar las masacres ajenas? (…”). (“Terrorisme et communication politique”. Le Monde, 25-10-01). Nadie ha podido ver los efectos de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington en los seres humanos, como tampoco nadie había visto los efectos de los bombardeos sobre Irak durante la primera Guerra del Golfo, más allá de las luces de los fuegos y las bengalas y las “imágenes de videojuego” que los militares norteamericanos distribuían entonces a los medios de comunicación. Cuando las televisiones occidentales pudieron emitir las imágenes de los efectos de una de las bombas sobre la población civil resguardada en el refugio irakí de Al Ameriya, que provocó importantes protestas en las opiniones públicas de los países que formaban parte de la coalición que se había formado para expulsar a Irak de Kwait, se precipitó el final de la guerra, de la misma manera que las retransmisiones televisivas de las llegadas de los féretros de los marines muertos en Vietnam había acelerado el final de aquel conflicto bélico, o cuando las televisiones mostraron las imágenes de víctimas americanas en los combates de sus tropas en Somalia, el presidente Clinton decidió dar por terminada la presencia de tropas americanas en la zona. En relación con la tragedia del 11-S no toda la opinión pública coincidió con la decisión de que no se emitieran las imágenes de los efectos sobre los seres humanos: “(…) el frío silencio de las imágenes de la catástrofe, sin muertos visibles y sin dolor ante los ojos, no es un legítimo acto de supervivencia frente al sufrimiento, sino una engañosa operación por mantener intacta esa ilusión de poder y hegemonía que se ha revelado, en apenas unas horas, frágil y vulnerable (…) convertir el sufrimiento en invisible no sólo es un desmentimiento de la verdad de las imágenes, sino quizás la forma más definitiva de bloquear el paso al ejercicio de la razón” (Xavier Antich. La Vanguardia, 19-9-01). Coincide esta opinión con la del filósofo francés Bernard-Henry Levy (El Mundo, 8-10-01): “(…) comenzar por mostrar los cuerpos, comenzar,  como en todas las carnicerías del mundo, por publicar los rostros y deletrear los nombres y después, sólo después, el, monumento”. Por su parte, Eduardo Haro Tecglen escribía (El País, 13-10-01): “(…) que no se vea el destrozo, que no miremos los muertos, que se prohíban en Occidente las imágenes de Bin Laden, que no se vea el destrozo de la bomba (…) Unos inocentes murieron en Nueva York: matamos otros inocentes en Afganistán. Pero sin verlos, que son feos”. En Le Monde (8-11-01) Alain Kirili escribía (L’art contre les deux integrismes) : (…) la complacencia mórbida habría sido indecente, pero es otra cosa la que manifiesta esta increíble elipsis de la muerte “(…) la estética de la ‘belleza convulsa’ del siglo XX (…) la violencia de la omisión es una negativa salvaje a lo que hace esencial al arte (…) más allá de las consecuencias de una recesión económica o de posibles disgustos militares, América va irremisiblemente a su ruina si se prohíbe Guernica”. En fin, el escritor Manuel Rodríguez Rivero escribía en la revista Libros (octubre 2001) que “(…) hemos visto la tragedia en directo, pero no hemos visto morir a nadie. En esta sociedad en la que todo parece estar gobernado por el espectáculo, la muerte, igual que en la Guerra del Golfo, sucedía fuera de campo, como si esas explosiones ámbar, naranja y negro y la nube gigantesca de humo de color platino sobre Manhattan no tuvieran nada que ver con ella”. Para Román Gubern (El País, 7-4-02), “(…) cuando no se muestran cadáveres, cuando se le distrae a la sociedad el horror del hecho, se acaba adoptando la lógica terrorista”.

Puede parecer curioso, pero después hubo otros silencios menos espectaculares aunque no por ello menos enigmáticos. Así, aunque el periodista Jean Paul Mari narra con todo lujo de detalles  los restos de la matanza de Qala-i-Janghi, la fortaleza-prisión de Mazar-i-Sharif en Afganistán, y señala que allí estaban las cámaras de televisión (“Yo ví a dos estadounidenses allí, filmaban y hacían fotos… un cámara francés, Daniel Dagueldre, filmó la escena…”. El País, 25-2-02), nadie ha visto jamás esas imágenes en las pantallas[4].

 

 

 

 

 

 

 

 


[1] Se calcula que las televisiones españolas perdieron ese día alrededor de cinco millones de euros en ingresos por publicidad.

[2] La CNN tiene desplegadas un gran número de cámaras de este tipo sobre lugares estratégicos de todo el territorio de los Estados Unidos. Se trata de cámaras rotatorias situadas en puntos fijos y manejables desde el control central de la cadena. La que captó las imágenes de las Torres Gemelas para esta cadena estaba situada a unos tres kilómetros de allí. La CBS posee un dispositivo similar.

[3] Estas imágenes habían sido captadas por los hermanos Jules y Gedeon Naudet, dos cineastas franceses que se encontraban  rodando cerca de las Torres Gemelas un documental sobre el trabajo de los bomberos de Nueva York. El video fue incautado por el FBI y posteriormente emitido en un largo reportaje por la CBS el 10 de marzo de 2002. En España Tele 5 lo emitió completo el 11 de septiembre de 2002.

[4] El periodista británico Jaime Doran denunció en junio de 2002 la matanza de miles de presos tras la batalla de Kunduz, presentando un video en la sede del Partido del Socialismo Democrático Alemán (excomunistas), en el que se incluyen testimonios espeluznantes de varios testigos. Las víctimas habían sido trasladadas desde la fortaleza de Qala-i-Janghi. El documental fue difundido en Estrasburgo por el GUE (Izquierda Unitaria Europea).

convirtiéndosse en un libro

Los mismos desafíos diez años después del 11-S


Lo siento. Voy a incurrir en el vicio de las efemérides. Estos días se va a mirar la primera década del siglo XXI desde la óptica de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Y no me resisto a añadir mi voz a este ruido universal.

Mi idea es muy simple. Los atentados y lo que siguió no han sido más que una distracción de los grandes desafíos globales que afrontamos en esta primera parte del siglo.

A las 14:45 de aquel día hablaba por teléfono con un colega húngaro para organizar en su país el rodaje de una parte del reportaje de En Portada dedicada a la ampliación de la Unión Europea («La Europa que viene» se llamó). Ni que decir que dejamos la conversación y nos entregamos desconcertados y fascinados al seguimiento informativo del acontecimiento. Lo cuento porque en algún momento se pensó suspender la producción del reportaje previsto, porque parecía que hablar de un tema como la ampliación de la Unión Europea estaba fuera de lugar. Afortunadamente el reportaje se hizo y la ampliación también. Europa se dividió desde Washington en la nueva y la vieja Europa. La cuña no hizo sino debilitar el proyecto europeo, pero desde luego ni Rumsfeld ni Bush son responsables de las dificultades que hoy vivimos. El euro y la ampliación, indudables saltos adelante, llevaban en su seno tan potentes contradicciones que tenían que estallar tarde o temprano, con o sin 11-S, con o sin guerra de Irak.

Cuando regresé de aquel viaje encontré algunas modificaciones de mobiliario en la redacción. A mi comentario espontáneo -¡Cómo ha cambiado ésto»- un directivo de TVE que andaba por allí me apostilló: «ha cambiado y han cambiado muchas cosas; el mundo ha cambiado».

Ese era el espíritu, el mundo ha cambiado y las viejas reglas de la civilización ya no sirven. O dicho de manera castiza, dejémonos de las gilipolleces de los derechos humanos.

En el otoño del 20o1 apenas barruntábamos lo que se nos venía encima, no ya violaciones sistemáticas de los derechos humanos, sino el intento de revertir todo el desarrollo civilizatorio del último medio siglo. La foto del trío de las Azores fue el icono de ese proyecto. Y las fotos de Abu Ghraib su reverso icónico. The War on Terror de Bush y sus mamporreros mediáticos fue un gran fiasco. Con Obama pensamos que se revertía completamente aquella tendencia, pero  no ha podido o no ha querido terminar como prometió con una de sus manifestaciones más infames, Guantánamo. Y para colmo, el broche final de la ejecución extrajudicial de Bin Laden.

Hemos recuperado el relato de los derechos humanos, pero, una vez más, cada cual lo manipula a su conveniencia. Pero al menos no se cuestionan de modo radical las viejas reglas de la civilización.

Vuelvo al principio. Los desafíos son los mismos de 2001, pero más dramáticos. El mayor, la crisis energética-climática e íntimamente relacionada a ésta la crisis del sistema capitalista, despilfarrador y no ya injusto, sino sacrificando la producción al casino financiero. Poco antes del 11-S en Estados Unidos empezaba a engrosarse la burbuja inmobiliaria para -en una carrera suicida-neutralizar las consecuencias negativas del pinchazo de otra burbuja, la punto.com.

No se ha producido el choque de civilizaciones, sino, más bien, la implosión del sistema capitalista. En 10 años no afrontamos el calentamiento climático, abandonamos los objetivos del milenio, llenamos de fronteras crueles e ineficaces la fortaleza del mundo rico, seguimos despilfarrando recursos, permitimos una multiplicación estratosférica de la desigualdad… mientras nos distraían con guerras que sólo sirvieron para llevar el caos a esos países y reforzar el terrorismo yihadista. O para ser más exactos, guerras que alimentaron la crisis de las deudas soberanas. Ha sido una década perdida.

Hoy vivimos dos fenómenos conectados: una crisis sistémica y una nueva ola democratizadora, que se extiende por el mundo árabe-musulman y que se manifiesta entre nosotros en el movimiento de los indignados, que no sabemos si serán una verdadera fuerza de cambio o terminará por convertirse en un simple movimiento populista antipolítica.

En esa década perdida fueron inmoladas miles, centenares de miles, de víctimas inocentes en Nueva York, Madrid, Londres, Bali o Estambul, pero también desde luego en Irak, Afganistán, Yemen o Pakistán. Mi homenaje a todas ellas.

(Una obra visionaria, cuyo diagnostico no comparto en su radicalidad, pero que vale la pena leer: «La quiebra del capitalismo global: 2000-2030», del desaparecido Ramón Fernández Durán).

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