Robert Capa y Gerda Taro, entre el mito y la realidad


El Museo Nacional de Arte de Cataluña acaba de abrir una doble exposición dedicada a dos de los grandes mitos del fotoperiodismo, Robert Capa y  su compañera Gerda Taro. Están abiertas hasta el 27 de septiembre, así que es una buena excusa para darse una vuelta por Barcelona.

La trágica muerte de ambos en el desempeño activo de su oficio no podía por menos que convertirlos en mito. Se publican ahora unas memorias de Capa y una novela de Susana Fortes. Paco Rodríquez Pastoriza me autoriza a reproducir su colaboración en el Faro de Vigo.

SE PUBLICA POR PRIMERA VEZ EN ESPAÑA “LIGERAMENTE DESENFOCADO”, LAS MEMORIAS DE GUERRA DEL FOTÓGRAFO ROBERT CAPA. COINCIDE CON UNA NOVELA DE SUSANA FORTES SOBRE SU BIOGRAFÍA Y LA DE SU COMPAÑERA GERDA TARO.

Dice el periodista Jean Lacouture en el prólogo a Robert Capa (Lunwerg. Photopoche) que André Friedmann, el fotógrafo nacido en Hungría y nacionalizado americano, conocido por su seudónimo de Robert Capa, tenía la audacia del actor Errol Flynn, la locuacidad del novelista Joseph Kessel, la jovialidad de Ernest Hemingway y la fantasía del actor Yves Montand. Además, habría que añadir, un marxista (de Groucho Marx) sentido del humor y un desapego a la vida cuando menos desconcertante, a juzgar por su pasión por las mujeres, el juego y el alcohol. Hay una biografía excelente de Capa escrita por Richard Whelan, que recorre sus pasos desde su salida de Budapest, desde el momento en que Hitler se anexionó Hungría (mi ascendencia judía estaba bien cubierta con dos abuelos judíos por cada costado), hasta su muerte en 1954 al pisar una mina cuando hacía un reportaje sobre la guerra de Indochina para la revista Life. Ahora se publica Ligeramente desenfocado (La Fábrica), un relato autobiográfico que cubre su actividad en varios frentes de la Segunda Guerra Mundial, desde 1942 hasta la liberación de Berlín en 1945.

Dicen quienes lo conocieron que su vida cambió cuando su compañera, la también fotoperiodista Gerda Taro, murió en Brunete, aplastada accidentalmente por un tanque republicano durante la guerra civil española. Capa nunca superó el trauma de esta pérdida, que le empujó al juego, al alcohol y a las mujeres, en las que siempre buscó a Gerda. Se incluye un romance con la actriz Ingrid Bergman (que inspiró a Hitchcock el guión de su película La ventana indiscreta) y otro más duradero con Elaine, la esposa del actor John Justin. Elaine, a la que Capa cita en estas memorias con el nombre de Pinky, estuvo a punto de casarse con el fotógrafo, pero al final de la guerra se fue con Chuck Romine, un amigo de Capa. Para entonces, el hombre de acción, que no se acostumbró a vivir en tiempos de paz, había eclipsado al amante. Pensó que ya no podría soportar una aburrida vida de familia.

Su participación en la segunda guerra mundial se inició con la propuesta de la revista Collier’s cuando Capa estaba a punto de ser expulsado de los Estados Unidos. Desde entonces cubrió en varias etapas y para otras revistas (Life, Weekly Illustrated, etc.) algunos de los frentes más destacados de la contienda: el norte de África (fue el único fotógrafo que consiguió una imagen de la captura de Rommel), Sicilia (se lanzó en paracaídas con los soldados que tomaron la isla), Nápoles y sobre todo el desembarco en las playas de Normandía el 6 de junio de 1944, acompañando en la primera oleada a los soldados de la compañía E. El capítulo IX de estas memorias, dedicado a este episodio, resume el estilo, la personalidad y la manera de trabajar de este fotógrafo. Incluso su sentido del humor, que tiende a manifestarse en los momentos más dramáticos (veo a mi madre en el porche de mi casa, saludándome y agitando mi póliza de seguros. P.171; tropas anfibias quería decir una sola cosa: pasarlo mal en el agua o pasarlo mal en tierra firme. P.166). Entró en el París liberado a bordo de un tanque estadounidense pilotado por republicanos españoles.

UN ROBERT CAPA DE NOVELA

A pesar de seguir fielmente la trayectoria biográfica de sus protagonistas, hay que decir que Esperando a Robert Capa (Planeta) es por encima de todo una novela. Se cuenta aquí un tramo de la vida del fotógrafo y de su compañera Gerda Taro. La escritora Susana Fortes (Pontevedra, 1959) se introduce en el cuerpo y en el alma de esta última para narrar con gran verosimilitud las relaciones amorosas y profesionales de ambos personajes, su peripecia vital desde el momento en que se conocen (en un París lleno de refugiados que huyen de los totalitarismos) hasta la trágica muerte de ambos. Se relatan las tensiones de una vida profesional, que se desarrolla en los límites mismos de la muerte (No me satisface observar los acontecimientos desde un lugar seguro. Prefiero vivir las batallas como las vive un soldado. Es la única forma de comprender la situación, escribió Gerda Taro en su diario. P.213), en paralelo a las relaciones entre un hombre y una mujer en las que el orgullo impide a veces el paso a la ternura. Valiéndose de una amplia y bien manejada documentación, la imaginación de la escritora desliza sobre estos sólidos cimientos una historia de amor que es al mismo tiempo un drama en el que el lector percibe cada vez con más intensidad la cercanía inexorable de la tragedia.

La novela es también un homenaje a muchas cosas: a una intelectualidad comprometida con la república española, a unos profesionales del periodismo que se juegan la vida todos los días, a las brigadas internacionales… Hay una referencia a un bebé recién nacido durante el sitio del Alcázar de Toledo, defendido por los franquistas. Se llamaba Restituto Valero, hijo de un teniente del bando nacional, que fue con los años uno de los miembros de la Unión Militar Democrática, la UMD, la organización militar antifranquista en la que también estaba el padre de Susana Fortes… (Muchos años después… ese niño se jugaría la piel y la carrera junto a otros nueve compañeros de armas por defender la democracia frente a la dictadura de aquel general Franco que un día lo sacó en pañales del Alcázar. P.158). Homenaje, pues, también, a la UMD, tantos años después.

Esperando a Robert Capa es también, como escenario en el que se desarrolla la historia de sus protagonistas, el retrato en blanco y negro de unos años que decidieron el rumbo de la historia del siglo XX. París era entonces la capital del mundo y allí se encontraron, junto a los refugiados, la intelectualidad más brillante del siglo, las ideas políticas más revolucionarias y el arte más vanguardista. Los nombres de Picasso, Matisse, Malraux, Bretón, Man Ray… salpican estas páginas en las que el telón de fondo es la aventura de una época irrepetible. España resultó ser el banco de pruebas para que el fascismo ejercitase el último ensayo antes de la traca final. Capa y Gerda Taro lo vieron en los ojos de los refugiados, en París. Pero sobre todo, en la España en guerra: en los frentes de Madrid, de Barcelona, de Valencia, de Brunete, en la mirada perdida de los niños, en las víctimas de un enfrentamiento civil sin sentido que enloqueció al país durante tres años (La guerra de España nos ha hecho algo a todos. Ya no somos los mismos. P.185) y dejó una secuela de miedo y de tristeza otros cuarenta.

Francisco Rodríguez Pastoriza.

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¿Para qué vuelven los españoles a Guinea Ecuatorial?


El ministro de Asuntos Exteriores del Reino de España visita Guinea Ecuatorial acompañado de una amplia delegación de parlamentarios y empresarios. Parece que el Gobierno Zapatero se ha acordado de pronto que hay un pequeño país en África que habla español.

Hasta ahora la antigua colonia había quedado fuera de la nueva política africana de España, dirigida, ante todo, a colaborar con el desarrollo de los países de África Occidental de los que parten los miles de inmigrantes que intentan llegar a nuestras costas, aún a riesgo de perder la vida. De Guinea Ecuatorial no llegan inmigrantes… porque entre un tercio y la mitad de los ecuatoguineanos ya viven en España desde hace muchos años.

Es difícil que entre una metrópoli y su colonia se establezcan relaciones justas y equilibradas. Tras la independencia llegó el neocolonialismo: la metrópoli siguió ejerciendo una tutela política y militar y explotando los recursos económicos mediante las élites interpuestas. Francia es el modelo de este neocolonialismo, con intervenciones militares llegado el caso.

No ha sido el caso de España con Guinea Ecuatorial. Tras la independencia, Francisco Macías se hizo violentamente con el poder y eliminó a la pequeña élite pro española. España, en los estertores del franquismo, aceptó  los hechos. Luego, todavía en la transición, llegó el golpe militar -«el golpe de la libertad» como lo llama el régimen- del sobrino de Macías, Teodoro Obiang, un militar formado en los valores franquistas de la Academia Militar de Zaragoza.

Los últimos gobiernos de UCD y los primeros gobiernos socialistas abrieron los brazos a Obiang. En los 80, Guinea Ecuatorial se llevaba una parte sustancial de la todavía pequeña cooperación española. Pero España nunca recuperó su influencia. Los roces por pequeñas cuestiones fueron permanentes. Y Francia ofreció lo que España no podía ofrecer, la integración en su comunidad francófona y una plataforma para que Obiang pudiera gastar su dinero en París.

A lo largo de los 80, España fue perdiendo su influencia mientras enterraba dinero que la corrupción local se zampaba. Los gobierno de González no apoyaron nunca abiertamente a la oposición radicada en España, por entonces principalmente el Partido del Progreso de Severo Moto. Tampoco dio un cheque político en blanco a Obiang. El país se hundió en una dictadura y en una pobreza absoluta.

Cuando apareció el petróleo, España estaba fuera. Pero no fue tampoco Francia la principal beneficiaria, sino las compañías norteamericanas extractoras. Las regalías del petróleo no van al presupuesto nacional, sino a las cuentas personales de Teodoro. Su hijo Teodorín ya se encarga de gastarlo en las joyerías de París o la Costa Azul.

En los últimos años, las migajas del petróleo han llevado algunas infraestructuras construidas por China. España ahora quiere hacer negocios y para eso el gobierno Zapatero parece dispuesto a endosar las pseudo aperturas democráticas de Obiang. Es la hora de la política exterior realista.

España nunca debió de abandonar Guinea Ecuatorial,  como nunca podrá dar la espalda a Cuba, sean cuales sean sus regímenes. Es una prioridad estratégica. Ello requiere un diálogo crítico con los gobiernos y un apoyo a las sociedades y a los grupos que luchan por la democracia y la justicia.

Otros países dejaron en sus colonias escuelas y hospitales. España dejó iglesias y órdenes religiosas que durante muchos años han sido las únicas que han ofrecido a la población los servicios mínimos que debía prestarles el Estado. Con todo, la imagen de España no es mala. Durante la realización de un reportaje para TVE, una anciana preguntó a José Antonio Guadiola ¿cuándo vuelven los españoles?. Los españoles ahora quieren volver para hacer negocios. Sería grave que, en nombre del realismo, el gobierno español olvidara la defensa de los derechos humanos. Sería un nueva traición.

La fractura latinoamericana


Varias fallas tectónicas recorren el subcontinente americano. Periódicamente esas fallas se abren y dejan salir la lava de los volcanes o en su entorno se producen terribles terremotos. Pero la falla más divisoria, más trágica y más mortal es la desigualdad. Pobreza asentada en la exclusión de las poblaciones originarias. Pobreza cultivada por las élites criollas después de la independencia.

Muchas revoluciones intentaron llenar esa falla. Unas fueron ahogadas en sangre por oligarquías locales y la intervención del imperio del norte. Otras se institucionalizaron y se convirtieron en vehículo de opresión. Pero la respuesta más propia y autóctona a la pobreza y la desigualdad ha sido el populismo. Populismo que promete terminar con la desigualdad a cambio de la adhesión inquebrantabable a un caudillo carismático. Populismo que reparte las migajas a través de redes clientelares. Populismo que desprecia las «formalidades» de la legalidad o la conforma a su capricho. Ha habido caudillos crueles y benévolos. Y algunos repartieron más de lo que las oligarquías estaban dispuestas a soportar. La respuesta fueron dictaduras, casi siempre militares. Aparecen, así, ciclos repetitivos. Populismo-Dictadura-Instauración Democrática sin igualdad-Populismo…

En los 90 Latinoamérica vivió uno de esos periodos de reinstauración democrática con exclusión creciente. Fueron estos países alumnos aventajados del consenso de Washington y el resultado fue una década perdida. Y en esto llegó el teniente coronel Chávez, arrasó electoralmente repetidas veces en Venezuela y propusó su modelo de «socialismo del siglo XXI» a las «naciones hermanas».

El socialismo de Chávez lucha contra la desigualdad, con discutible eficiencia y forzando mediante los votos las instituciones básicas de la democracia. Porque democracia no es sólo respetar la voluntad del pueblo sino también que esta voluntad se conforme a unas reglas admitidas por todos. La limitación de los mandatos electivos del máximo mandatario es una de esas reglas.  Los caudillos del siglo XIX se hacía reelegir una y otra vez. Por eso en México una de las reivindicaciones de la revolución liberal era «no reelección». Muchas constituciones consagraron esa no reelección. Pero a los nuevos caudillos les molesta esa limitación de mandatos. El primero de estos caudillos que la eliminó fue el colombiano Uribe. Y le siguió Chávez.

En Honduras, Zelaya, salido de las filas de la oligarquía y convertido al populismo, quiso seguir la senda. Pero la relación de fuerzas, sin unas masas encuadradas, le fue desfavorable. En Honduras renace el tradicional golpe militar con el apoyo de la jerarquía católica.

Algunos quieren ver el continente dividido en dos mitades, chavistas y no chavistas. Pero cada país es una realidad y sus gobernantes deben ser juzgadoas por sus ciudadanos en elecciones limpias y regulares. No hay atajos para luchar contra la desigualdad. El Estado de Derecho no es una formalidad molesta. El Estado de Derecho es la base sólida sobre el que se puede incluir un sistema de justicia e inclusión.

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