América Latina: líneas de falla y respuestas fracasadas


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Luis Fernando Camacho, el Bolsonaro boliviano, en las protestas en La Paz contra Evo Morales

En América Latina se suceden las convulsiones político-sociales.

Perú, Ecuador, Chile y ahora Bolivia. Por no hablar de Venezuela o Nicaragua, o los cambios políticos en Argentina, Colombia y Brasil. Cada país tiene sus propias peculiaridades que requieren un análisis específico.

Estos seísmos (o sismos, como dirían allí) tienen unas fallas, unas líneas de ruptura, que recorren el continente: pobreza y desigualdad, corrupción, instituciones deficientes y militarismo, racismo, machismo  y fundamentalismo religioso.

Después de la ola democratizadora de los 90, neoliberalismo y populismo han fracasado en cerrar estas brechas divisivas.

¿Tienen algo en común las protestas latinoamericanas con otras a lo largo del mundo, como las que sacuden a países árabe-islámicos, HongKong o hasta Cataluña. He leído infinidad de análisis  y la conclusión más común es que estas explosiones son la respuesta a bloqueos políticos o sociales. Añadiría la capacidad de movilizarse aparentemente sin líderes en virtud de las redes sociales, la capacidad de influencia subrepticia de poderes extranjeros y la fascinación por la violencia de algunas minorías juveniles.

Bolivia

Antes de analizar las líneas divisorias y las respuestas fallidas unas palabras sobre Bolivia

Sí, hay un golpe de Estado cuando los militares fuerzan la dimisión del presidente de un país, de su gobierno y de los cargos institucionales, como los presidentes de las cámaras parlamentarias. Y cuando una presidenta asume sin el quorum parlamentario exigido. Golpe blando, pero golpe al fin.

Y, sí, también en Bolivia hubo irregularidades en las elecciones presidenciales, según el informe preliminar de la OEA, cuestionado, es cierto, por otro del The Center for Economic and Policy Research, un centro progresista estadounidense. Pero, en cualquier caso, Evo Morales permitió la auditoría externa y terminó por admitir la celebración de unos nuevos comicios. Previamente, violó la Constitución presentándose a la reelección con el respaldo de sentencias del Tribunal Constitucional y el Tribunal Superior Electoral, bajo su control.

En las calles se ha vivido una situación de preguerra civil. Milicias paramilitares dando caza a los partidarios de Morales en Santa Cruz. Indígenas de El Alto atacando comisarías, dispuestos a tomar el Palacio de Gobierno (el Palacio Quemado) para defender a Evo y su Movimiento al Socialismo. Y un líder carismático, Luis Fernando Camacho, el Bolsonaro boliviano, invocando la legitimidad de los comités cívicos nacidos en Santa Cruz y rodeado de parafernalia religiosa, uno de cuyos grandes objetivos ha sido reinstaurar (sic) la biblia en el Palacio de Gobierno.

Bolivia ilustra esas fallas: desigualdad, racismo, corrupción, intolerancia religiosa y regreso de los militares. Y el fracaso de una de las respuestas, el populismo.

(Lo mejor que he leído sobre Bolivia son estas Lecciones de la tragedia boliviana de Arturo López-Levy)

Las fallas

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Extraído del Orden Mundial con datos del Banco Mundial

La pobreza es estructural en América Latina, con grandes diferencias entre países, pero marcada en todas partes por una economía informal, bajos salarios, pobre educación y deficientes servicios públicos. La pobreza extrema hace a una parte de la población extremadamente dependiente de programas de asistencia social.

También es una de las regiones más desiguales del mundo.El índice Gini (0 sería la igualdad perfecta, más desigualdad cuanto mayor sea este índice) va del del 39,5 de Uruguay al 53’3 de Brasil (España 36,2).

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Fuente: blog Diálogo a Fondo (FMI), con datos del Banco Mundial

El auge del precio de materias primas, de las que son grandes exportadores redujo la pobreza durante dos décadas, pero a partir de 2015 su hundimiento vuelve a hacer crecer la pobreza y desigualdad, y más en tres países protagonistas de convulsiones, Brasil, Ecuador y Bolivia. El problema sigue siendo la dependencia extrema de la exportación de materias primas, y, como consecuencias, el poder de las oligarquías exportadoras y la destrucción del medio ambiente.

(CEPAL es la mejor fuente sobre economía latinoamericana)

Racismo y machismo están íntimamente vinculados con la pobreza y el subdesarrollo. Los afrodescendientes tienen casi tres veces más posibilidades de vivir en la pobreza, tienen menos acceso a la educación y al empleo y están poco representados en cargos de toma de decisiones.

En los países andinos, las repúblicas criollas perpetuaron y radicalizaron una segregación que viene desde la colonia. Pero es en este mundo donde las comunidades indígenas tienen mayor grado de organización e influencia. En Ecuador, terminaron con las presidencias de Bucaram y Mahuad. Y la Bolivia de Morales se convirtió en Estado Plurinacional. En buena parte, el estallido actual de Bolivia viene explicado por esta línea de división. Algunos policías se arrancaban de sus uniforme el distintivo de la whipala, la bandera símbolo de esa plurinacionalidad.

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Mural Francisco I. Madero, Sufragio efectivo, no reelección (1969). Juan O’Gorman

El Estado tradicionalmente ha sido débil e incluso ni siquiera ha podido o querido ejercer el monopolio de la violencia sobre todo el territorio. Sus clases dirigentes, siempre clientelares y apegadas a un ejercicio leguleyo de la política, no han sido capaces de establecer administraciones públicas profesionales, eficaces y neutrales.

Se ha entendido la victoria política como un todo o nada, lo que viene favorecido por sus sistemas presidencialistas y la tradición caudillista. Por eso, para que los gobernantes elegidos no se perpetúen en el poder, en todo el continente las fuerzas democráticas han luchado por la no reelección presidencial. «Sufragio efectivo, no reelección» -exigía ya Madero en 1910 en su campaña contra el tirano Díaz. Un solo mandato como garantía

Después de la caída de las dictaduras militares muchas constituciones prohibieron la reelección presidencial. Correa modificó la Constitución ecuatoriana para permitir la reelección indefinida y Lenín Moreno, después, consiguió en referendum abrogarla. Morales perdió su referendum, pero después el Tribunal Constitucional consideró que la prohibición constitucional de no reelección vulneraba los derechos políticos reconocidos por la Convención Americana de Derechos Humanos.  Parecidos subterfugios siguieron Óscar Arias en Costa Rica, Daniel Ortega en Nicaragua y el año pasado Juan Orlando Hernández en Honduras. Y hasta López Obrador ha tenido que firmar una declaración prometiendo que no promoverá la reelección, verdadero tabú en México.

Instituciones débiles son el caldo de cultivo de una corrupción endémica. Los grandes casos de corrupción tenían antes un marco nacional: malversación gubernamental, expolio de las empresas públicas, sobornos por empresas y potentados nacionales o concesionarios extranjeros.

En la última década la hidra de la corrupción ha tomado forma continental con terminales en múltiples países. El caso Odebrecht (en Brasil, Lava Jato), la empresa constructora brasileña que corrompió a la clase política de todo el continente: Brasil, Ecuador, Colombia, México, Panamá, Chile, Argentina, Venezuela, Uruguay y Perú con tres expresidentes procesados (Alan García se suicidó antes de ser detenido) y un presidente, Pedro Pablo Kuczynski, destituido.

No menos grave es la corrupción de cada día que afecta al ciudadano común, que alimenta su irritación y desafección política. Los datos sobre opiniones y experiencias de corrupción medidas por el barómetro de Transparencia Internacional son demoledores. Uno solo: 1 de cada 4 encuestados ha recibido propuestas de compra de voto.

Otra falla es el fundamentalismo religioso. Costó mucho la separación de la Iglesia y el Estado en los jóvenes repúblicas independientes (guerras incluidas, entre otras la cristera en México, de 1926 a 1929). Más allá de las leyes, hasta los 70 del siglo XX la influencia de la Iglesia en la vida social y política fue enorme. A partir de la Conferencia Episcopal de Medellín de 1968 la Iglesia oficial intenta acercarse a los más pobres y una parte abraza la teología de la liberación, que alimenta y apoya la revolución sandinista. Juan Pablo II siega de raíz esta tendencia y las comunidades populares y los teólogos de la liberación son marginados, mientras se refuerza una jerarquía conservadora.

Esa falta de proximidad a las clases populares se llena por el pentecostalismo carismático conservador. No cabe aquí discutir si este desarrollo fue espontáneo o favorecido desde la política de seguridad nacional de Washington, pero el hecho es que estas iglesias conservadoras son un factor político de primera magnitud. Son decisivas en Guatemala, en Brasil fueron esenciales en la elección de Bolsonaro y en Colombia en el resultado adverso al acuerdo de paz en el referendum.

Se propagan con sus liturgias emocionales. A la teología de la liberación de los pobres oponen la de la prosperidad de los ricos. Su causa es la de la lucha contra el aborto, el matrimonio homosexual, la que llaman ideología de género, la defensa del creacionismo y la imposición de la biblia por encima de las leyes y la constituciones. Un torpedo en la línea de los estados laicos. El «Brasil por encima de todo y Dios por encima de todos» de Bolosonario explica a la perfección la alianza entre nacionalismo y religión, que enlaza con la contrarrevolución mundial de Steve Bannon.

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Luis Fernando Camacho leyendo la Biblia en el Palacio Quemado después de la caída de Morales. en la camiseta la cruz de una oscura organización Orden de los Caballeros de Oriente

La novedad en el caso de Bolivia es el fundamentalismo católico. Luis Fernando «Macho» Camacho, empresario de Santa Cruz, líder de los comités cívicos, carismático, histriónico, prometió devolver a Dios y la Biblia al Palacio Quemado, como desagravio al reconocimiento por Morales de las religiones tradicionales indígenas. Como Salvini,  muestra en sus arengas un rosario y sus partidarios enarbolan vírgenes y toda la imagenería clásica católica.  También los fundamentalistas protestantes están fuertes. El pastor de origen coreano Chi Hyun Chung, fue el tercer candidato presidencial más votado, tras una campaña misógina y homófoba. Fundamentalismo, nacionalismo y racismo se cruzan y realimentan. Manifestación criolla del fascismo 3.0.

Vuelven los militares, si es que alguna vez se marcharon. Tras la caída de las dictaduras militares en los 80 y 90, los uniformados se retiraron a los cuarteles y aceptaron formalmente la primacía del poder civil. Simbólicamente, sin embargo, siguieron siendo los depositarios de las esencias nacionales.

Hugo Chávez los llevó al poder con su movimiento cívico-militar y son en Venezuela la columna vertebral del régimen. En las nuevas crisis han jugado un papel destacado. En Perú y Ecuador apoyaron a los presidentes Vizcarra y Moreno y en Bolivia, a pesar de haber sido mimados por Morales, el jefe del ejercito, general Williams Kaliman, le sugirió que debía dimitir. La nueva presidenta Jeanine Áñez, ha cambiado la cúpula militar para asegurarse el respaldo de las Fuerzas Armadas, el único poder realmente efectivo en este momento en Bolivia.

Los militares son agente esencial en los nuevos golpes blandos, en los que apoyan a alguna de las fuerzas que luchan por el poder en una situación de crisis institucional. Antecedentes de golpes blandos, los que sufrieron Oviedo en Paraguay (2012) y Zelaya en Honduras (2017).

Soluciones fracasadas

Desde las caídas de las dictaduras se han ensayado en América Latina dos tipos básico de soluciones político-económicas: neoliberalismo y populismo. No me gustan ninguna de las dos denominaciones, porque son clichés cargados de significaciones negativas que simplifican políticas diversas. Pero no soy capaz de encontrar otras mejores. No es tampoco el lugar de profundizar en estos sistemas. Pretendo simplemente mostrar como soluciones que pudiéramos llamar neoliberales y populistas han fracasado este siglo en América Latina.

En los 90 predominaron gobiernos plegados a los que se llamó consenso de Washington. Privatizaciones, liberalización de los mercados y exportación de materias primas, reducción de los servicios públicos y eliminación de subsidios. Políticamente, democracias representativas, altamente corruptas y con escasa representación de las clases populares. En épocas de bonanza la economía parecía boyante, pero las crisis se resolvían con ajustes brutales que terminaban en explosiones sociales: el caracazo, la caída de Bucaram y Mahuad, el corralito argentino.

Estas convulsiones trajeron en la primera década del siglo XXI gobiernos de izquierdas, de origen y trayectorias muy distintas: peronismo en Argentina, Partido de los Trabajadores en Brasil, revolución bolivariana en Venezuela, Frente Amplio en Uruguay, revolución cívica en Ecuador, el indigenismo del Mas en Bolivia… Todos llegaron al poder mediante elecciones democráticas y enorme apoyo popular. Todos rompieron el consenso de Washington y lanzaron políticas de redistribución. Pero su evolución y desempeño fue desigual.

Hugo Chávez, de la cepa de los caudillos latinoamericanos, pronto desnaturalizó la democracia representativa. La voluntad del pueblo, expresada por él mismo, se puso por encima de cualquier institución, todas ellas controladas por sus fieles. Los altos precios del petróleo mantuvieron la bonanza económica, pero su caída y una cadena de decisiones económicas desastrosas condujeron a la penuria actual y a una crisis política sin salida aparente, agravada por la incompetencia y el sectarismo de Maduro y la oposición. Venezuela y la Nicaragua de Ortega (exrevolucionario aliado de la Iglesia conservadora y los empresarios más reaccionarios) muestran el fracaso absoluto de cualquier solución que pase por la anulación de las instituciones de la democracia representativa.

No en todas partes han fracasado los gobiernos de izquierdas. Uruguay con la sucesión de Tabaré Vázquez, Pepe Mújica y de nuevo Vázquez camina en una línea progresista avanzada, con total respeto a las instituciones democráticas. De Argentina es imposible hablar en una línea, pero en general puede decirse que la presidencia de Néstor Kirchner hizo avanzar el progreso y la justicia social.

En Ecuador, Brasil y Bolivia, Correa, Lula y Evo sacaron de la pobreza a una parte importante de la población, hicieron crecer por abajo las clases medias, reforzaron los servicios públicos y realizaron en general políticas económicas responsables, aceptables para los inversores extranjeros (que le pregunten a Brufau sobre Bolivia) y que en general hicieron progresar a estos países, hasta que en 2012 la onda de la Gran Recesión los  golpeó de lleno. No obstante, la lucha contra la pobreza se cifró sobre todo en programas asistenciales y subvenciones a productos básicos y mucho menos en inversiones productivas.

Más allá de sus políticas económicas, sus pecados son políticos: corrupción, sectarismo, polarización, clientelismo. A  pesar de todo, hoy Lula, Morales y Correa debieran jugar un papel en defensa de las clases populares, pero para ello tendrían que reconocer sus errores y pedir perdón, lo que resulta imposible cuando luchan por su supervivencia política y hasta personal.

Hacen falta nuevos Lulas, jóvenes, preparados, salidos de las clases populares, sin las cargas de la corrupción y el sectarismo, respetuosos del Estado de Derecho. Por el momento, habrá que esperar que Alberto Fernández no recaiga en los vicios de Cristina y que López Obrador comprenda que por el mero hecho de que el sea presidente nada se soluciona sin políticas efectivas.

Para terminar el caso de Chile. Laboratorio social en el que la dictadura de Pinochet impuso el liberalismo extremo de la escuela de Chicago. Siempre puesto de ejemplo de estabilidad y progreso económico, dos décadas de democracia condicionada por una Constitución que guarda elementos todavía de la dictadura,  con gobiernos de centro-izquierda y derecha, Chile ha estallado por una subida de los billetes de metro.

Más allá de los disturbios, está el hartazgo de las clases populares y media (la mayor del continente junto con Uruguay) con un sistema con buenas cifras macroeconómicas, pero donde la sanidad y educación de calidad son privadas y cada vez más inalcanzables.

El caso de las pensiones es paradigmático. La dictadura, justamente el ministro Piñera, hermano del actual presidente, impuso el paso del sistema de reparto a uno de capitalización. Con bajas aportaciones de trabajadores y empresarios, la reducción mundial de  la rentabilidad de los activos financieros está condenado ahora a la miseria a muchos nuevos pensionistas. Aviso a navegantes para los que aquí propugnan el sistema de reparto.

Chile es ejemplo palmario del fracaso del modelo neoliberal fuera de los países hegemónicos. O un anticipo a que extremos llevan las privatizaciones. En Chile los créditos universitarios condenan a la pobreza a los jóvenes licenciados; en Estados Unidos las familias ya tienen que elegir entre mantener los seguros de salud, la casa familiar o la universidad de los hijos.

Las respuestas a la crisis en Chile se están produciendo a tres niveles. La violencia se mantiene en niveles altos y aparentemente sin control, al tiempo que aumentan las denuncias de excesos y brutalidades por parte de las fuerzas del orden. Institucionalmente, se abre paso el consenso sobre la apertura de un proceso constituyente, seguramente imprescindible, pero lento y que no resolverá mágicamente los problemas económicos y sociales. Y popularmente se desarrolla un proceso pacífico de participación, los cabildos, con similitudes con el movimiento de las plazas del 15-M español. Quisiera pensar que en Chile se esté gestando un nuevo modelo justo, eficiente e inclusivo, sin las viejas cortapisas de la dictadura y con un Estado de Derecho más participativo.

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¡Ay Venezuela!


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Los ojos de Chávez, que todo lo vigilan

Sólo unas elecciones libres, legislativas y presidenciales, pactadas con mediación internacional y celebradas simultáneamente pueden dirimir el duelo de las dos legitimidades que se disputan el alma de Venezuela.

Declaración previa de principios

He dudado mucho antes de escribir sobre Venezuela. Es entrar en un territorio minado, en el que es difícil decir algo nuevo. Demasiadas lecciones desde la barrera se dan ya estos días. Pero tengo una especial vinculación con el país. Mi padre, como tantos españoles, fue emigrante allí. Conservo familiares y he tenido alumnos venezolanos. Así que, con el mayor respeto para todos los venezolanos, dejo aquí mis modestas reflexiones, que en este caso no irán respaldadas por fuentes. Por favor, críticas sí, insultos no.

Detesto a todo tipo de caudillos, civiles y militares. Aborrezco a los salvadores y mesías. No creo en los pueblos como unidades místicas.

No me gustó Chávez, desde que en aquel febrero ya tan lejano febrero de 1992 le vi por primera vez en el vídeo de su rendición. Tampoco siento ninguna simpatía por Maduro, una versión más burda de su mentor -en la entrevista de Évole tengo que reconocer que resultó ingenuo y candoroso.

Creo que las llamadas libertades formales (los derechos cívicos) son absolutamente sustanciales para garantizar la dignidad y permitir la conquista de los derechos sociales y económicos. Y que los fines no justifican nunca los medios.

Dos legitimidades

Maduro y Guaidó se consideran presidentes legales. Maduro, como vencedor en unas elecciones presidenciales. Guaidó, como «presidente encargado», que reconoce esas elecciones y considerar usurpada la presidencia por Maduro, alegando una alambicada interpretación de la Constitución. Ambos, más allá de razones jurídicas, invocan legitimidades más profundas.

Maduro, el pueblo, la revolución, la transformación del país (siempre esgrime índices internacionales de desarrollo favorables a Venezuela), la resistencia contra el imperialismo del que la oposición es lacayo, la insurrección («guarimbas») contra el gobierno legítimo. En definitiva, el carácter redentor de la revolución bolivariana.

Guaidó y la oposición, el sectarismo, la desestructuración social, la militarización, la corrupción, el abuso de poder, el caos económico, los presos políticos, los asesinatos por las fuerzas del orden y paramilitares, la corrupción, la emigración masiva. En resumen, su legitimidad no es redentora, como la de los bolivarianos, sino que se basa en la rebelión frente a la tiranía.

Desde el punto de vista de la legalidad, el chavismo ha roto el equilibrio de poderes, si bien es cierto que la Constitución no puede ser más farragosa.

De la manera más ingenua, Maduro explicó a Évole como después de la victoria de la oposición en las legislativas buscó en la Constitución la manera de neutralizar la situación. Y lo hizo convocando al poder constituyente en unas elecciones que, por primera vez desde la llegada de Chávez, reciben denuncias muy serias de fraude. Previamente, el Tribunal Supremo declaró en desacato a la Asamblea Nacional por no reconocer su fallo sobre tres escaños en disputa. Los intentos de poner en marcha un referéndum revocatorio fueron obstaculizados de todas las maneras posibles desde el poder electoral, controlado por el chavismo. Y partidos y candidatos de la oposición fueron inhabilitados electoralmente.

La oposición, o sus sectores más radicales, preconstituyeron desde el principio la prueba para declarar fraudulentas las elecciones presidenciales, algo de lo que, por cierto, advirtió en su día Rodríguez Zapatero. Llamaron al boicot, pero según las cifras oficiales votó más del 46%, casi el 68% por Maduro. Participación desde luego baja para Venezuela, pero homologable a nivel internacional.

A buen seguro en esas elecciones se registrarían irregularidades (por mucho que se realizaran no sé si 16 auditorías informáticas), pero entonces hay que denunciar esas irregularidades concretas y no darlas por supuesto antes de comenzar las votaciones. En cualquier caso, admitiendo todas esas irregularidades, tanto en lo referente a las condiciones de partida, como en el mismo proceso de sufragio, no se pueden ignorar los más de 6 millones de votos y el apoyo popular al chavismo.

Fuente de legitimidad chavista fue durante años la prosperidad del país, basada en la bonanza petrolífera. Y el reparto de esa riqueza hacia los más desfavorecidos. El progreso social de aquellos años no puede negarlo nadie. Pero el planteamiento de las «misiones» con una mentalidad militar concentra las fuerzas en un objetivo que una vez logrado no requiere mayor mantenimiento. No son derechos, es asistencialismo clintelar.

A la inversa, el caos de los últimos años  erosiona la legitimidad chavista. Maduro esgrime una supuesta guerra económica del Imperio. Desde 2015 Estados Unidos y la Unión Europea han bloqueado las cuentas de altos cargos chavistas, medidas que en nada afectan a la economía nacional. Es en agosto de 2017 cuando la administración Trump impone la primera sanción financiera verdaderamente perjudicial para la economía venezolana,  al prohibir la emisión de bonos por el gobierno de Venezuela y PDVSA. Cierto es también que una página web de Miami ha jugado un papel muy poco transparente en el desplome de la divisa venezolana.

Sí, se ha despilfarrado la riqueza petrolífera, lo que no es nada nuevo en Venezuela. Hace 80 años Uslar Pietri proponía «sembrar el petróleo», pero siempre el país ha dependido de la renta petrolífera y de las importaciones del extranjero. Lo mismo con la inseguridad. Desde los años 60, Caracas, ha sido siempre una de las capitales más peligrosas del mundo.

Dos legitimidades, en definitiva, cada una con sus apoyos populares, su invocación a la justicia y sus argumentos jurídicos.

El alcance de los reconocimientos

Un gobierno puede optar por aceptar o no a una determinada legitimidad en otro territorio. En los usos diplomáticos, si la acción de un gobierno extranjero es contraria a los intereses o principios de otro, lo común es romper relaciones y retirar al embajador, en la mayor parte de los casos con una previa llamada a consultas -como ha hecho este jueves Francia con su embajador en Roma.

El axioma diplomático dice que se reconocen estados, no gobiernos. Franco, después del incidente del embajador Lojendio, no dejo de reconocer al gobierno de Castro, que era el que de hecho ejercía el poder en Cuba, simplemente retiró al embajador durante una temporada. Durante la guerra española, Francia y Reino unido mantuvieron un representante ante el gobierno de Burgos, pero no reconocieron a Franco hasta la caída de Cataluña y la huída del gobierno de la República a Francia. En otras palabras, el reconocimiento es enviar embajadores ante el gobierno que ejerce el poder efectivo, lo que no es el caso de Guaidó.

Vale la pena recordar la doctrina Estrada, que López Obrador recupera después de unos años de activismo de la diplomacia mexicana. Así la formuló el 29 de septiembre de 1930 el canciller Genaro Estrada ante los representantes diplomáticos de los países latinoamericanos:

«El gobierno de México no otorga reconocimiento porque considera que esta práctica es denigrante, ya que a más de herir la soberanía de las otras naciones, coloca a éstas en el caso de que sus asuntos interiores pueden ser calificados en cualquier sentido por otros gobiernos, quienes, de hecho, asumen una actitud de crítica al decidir favorable o desfavorablemente sobre la capacidad legal de regímenes extranjeros. El gobierno mexicano sólo se limita a mantener o retirar, cuando lo crea procedente, a sus agentes diplomáticos, sin calificar precipitadamente, ni a posteriori, el derecho de las naciones para aceptar, mantener o sustituir a sus gobiernos o autoridades»

Se ha invocado estos días por los partidarios de Guaidó la llamada doctrina Betancourt, que informó dutante los sesenta la política exterior venezolana. Puede resumirse en esta cita del primer discurso presidencia de Rómulo Betancourt en 1959:

“Regímenes que no respeten los derechos humanos, que conculquen las libertades de los ciudadanos y los tiranicen con respaldo de policías políticas totalitarias, deben ser sometidos a riguroso cordón profiláctico y erradicados mediante acción pacífica colectiva de la comunidad jurídica interamericana”

La doctrina Betancourt ha inspirado la acción de la OEA contra golpes de estado (derrocamiento de Aristide, autogolpe de Fujimori,  intento de golpe de Lino Oviedo en Paraguay) y favoreció el reforzamiento de las competencias de su secretario general, hoy el uruguayo Luis Almagro, uno de los más enérgicos acusadores de Maduro.

El reconocimiento del autoproclamado Guaidó tiene indudables efectos políticos – deslegitima y aisla a Maduro- pero ninguno diplomático, en tanto no se retiren los embajadores de Venezuela y se de el placet a los diplomáticos nombrados por Guaidó en estados y organizaciones internacionales. El arma más terrible de los países que han reconocido a Maduro es la imposición de sanciones financieras y congelación de cuentas estatales y de PDVSA.

La injerencia de Estados Unidos y la guerra fría

Todo indica, y así lo han reconocido destacados miembros de la oposición, que esta operación se ha fraguado en Washington. Y detrás de ella, además del estulto Trump, como ideólogo está John Bolton, que ya lo fuera de la invasión de Irak, y como ejecutor designado Elliot Abrams, quien también lo fue de la Operación Irak-Contra. ¿A dónde se puede ir con estos mentores?

Estados Unidos va a dar la batalla a Rusia y China en Venezuela. Venezuela paga los créditos rusos con petróleo y la rusa Rosfnet tiene importantes explotaciones en Venezuela. La deuda de Caracas con Pekín es de 60.000 millones de dólares. Cuba controla los servicios de seguridad. Según la agencia Reuters, que cita fuentes rusas, en Venzuela estarían destacados mercenarios del grupo Wagner para reforzar la seguridad de Maduro.

Los defensores internacionales de Maduro siempre sostienen que de lo que trata Estados Unidos es de hacerse con el petróleo de Venezuela. El petróleo venezolano ya no es una prioridad estratégica: supone un 7% de las importaciones norteamericanas (un 30% de las exportaciones para Venezuela) y es fácilmente sustituible en un contexto de creciente autosuficiencia de Estados Unidos. Pero sigue siendo un codiciado negocio para las empresas norteamericanas. Escuché en la radio una declaración de Guaidó en la que prometía mantener el caracte estatal de PDVSA, pero abrir el sector a la inversión privada. La misma política de la ley de hidrocarburos de Peña Nieto en México, que ahora López Obrador va a revertir.

En definitiva, un complicado tablero geopolítico lleno de trampas explosivas, que los países verdaderamente amigos de Venezuela debieran tratar de desactivar y no cebar.

No, no se dan las condiciones para una intervención internacional

En Washington se repite machaconamente «todas las opciones están abiertas», como un eufemismo de intervención militar. Bolton muestra en su cuaderno ante los periodistas, de forma más provocativa que inadvertida, el enunciado «5.000 tropas a Colombia».

Fuera de Estados Unidos nadie apoya formalmente una intervención militar, pero no faltan voces que defienden una ingerencia llamada humanitaria.  La idea de una injerencia justificada en razones humanitarias nació en los 90, ante el escándalo por la pasividad internacional por los crímenes cometidos en la antigua Yugoslavia y Ruanda.

En 2005 la ONU reconoció la doctrina de la responsabilidad de proteger: si los estados son soberanos, el reverso de esa soberanía es su deber de proteger a sus ciudadanos contra crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra y genocidio. Si el estado no cumple con su responsabilidad la intervención está justificada, siempre que se den estas condiciones: Causa Justa, Intención Acertada, Último Recurso, Medios Proporcionales, Perspectivas Razonables y Autoridad Apropiada.

El secretario de la OEA, Luis Almagro, envió en junio de 2018, un informe a la fiscalía del Tribunal Penal Internacional un informe en el que se sostiene que en Venezuela se han cometido crímenes de intencionalidad política que pudieran constituir crímenes de lesa humanidad. La fiscalía no se ha pronunciado, pero en cualquier caso estos crímenes se sustanciarían ante el TPI. Solo la persistencia de su comisión y el cumplimiento de los otros requisitos mencionados legitimaría una intervención en nombre del principio de la responsabilidad de proteger.

Estados Unidos ha puesto en marcha una operación de envío de suministros (alimentos, medicamentos, suplementos nutricionales) por un valor de 20 millones de dólares. El primer envío ya está en Cúcuta, en la frontera entre Venezuela y Colombia y se anuncian otros envíos desde la frontera con Brasil y desde alguna isla del Caribe.

Que Venezuela está en una situación humanitaria límite es indudable. Si fuera inteligente Maduro dejaría pasar estas mercancías y exigiría que fueran repartidas con transparencia por una organización que nada tuviera que ver con la oposición y fuera aceptada por todos (¿Cáritas?). Prohibir el paso por «dignidad» es el mejor escenario para Estados Unidos y Guaidó. Ya tenemos un casus belli.

La situación me recuerda a la de los inspectores internacionales en Irak. Sadam Husein se negaba a las inspecciones a las que estaba obligado por la legislación internacional por ser una ingerencia a su soberanía. Bajo una presión brutal, por fin permitió la entrada de los inspectores, que certificaron que no había armas de destrucción masiva, pero la administración Bush siguió adelante con su campaña de embustes (recuerdo la bochornosa intervención de Powell ante el Consejo de Seguridad) y finalmente desató una invasión, con las consecuencias conocidas (destrucción y guerra sectaria en Irak, explosión del yihadismo, guerra de Siria).

¿Y ahora qué?

Cuando dos legitimidades se enfrentan en un país, si ambas son solidas, están bien cohesionadas, con apoyos externos bien definidos y sin vías de entendimiento lo más probable es el enfrentamiento prolongado con resultados terribles. Pero también  puede que uno de los bloques no sea tan solido y se derrumbe, bien de modo dramático, bien mediante un lento deterioro durante el cual va perdiendo adhesiones.

La Historia nos deja imágenes emocionantes de soldados o policías que se niegan a disparar contra una manifestación, haciendo colapsar un régimen opresivo. También la de la de generales que ayer adulaban al tirano y hoy le suplantan, juntas de jóvenes oficiales que apelan al pueblo y, la más dramática, ejércitos de lealtades partidas que se enfrentan en guerra civil.

Hasta ahora el apoyo de la cúpula militar a Maduro ha sido férreo, la disciplina de los uniformados se ha mantenido y los militares parecen haber hecho oidos sordos a la oferta de amnistía de Guaidó. Un golpe militar, por mucho que se hiciera bajo la promesa de elecciones no haría más que perpetuar el papel de la milicia en la vida política. Y peor podría ser un desplome de la línea de mando, que podría traer el enfrentamiento entre unidades y un caos generalizado, con grupos paramilitares sembrado el terror.

Las sanciones económicas serán devastadoras para la pauperizada Venezuela. Están diseñadas para que el régimen colapse… a costa de maás sufrimiento para los venezolanos.

La única salida sería la convocatoria simultánea de elecciones legislativas y presidenciales, propiciadas por el Grupo de Contacto (UE) y el Mecanismo de Montevideo (México, Uruguay y países del Caribe). Las posiciones de estas dos iniciativas diplomáticas son distintas, pero no divergentes. En la reunión de Montenvideo de este jueves el Grupo de Contacto defendió la celebración de elecciones libres y el Mecanismo de Montevideo la negociación entre gobierno y oposición.

No soy diplomático, pero se de las dificultades que tiene cualquier salida pactada a una crisis interna. Con todo, me permito pensar en una ruta que condujera a unas elecciones legislativas y presidenciales libres, para que el pueblo venezolano dirima el duelo de legitimidades.

Esta hoja de ruta podría pasar por la suspensión condicionada de las sanciones por tres meses, durante los que gobierno y oposición negocien el proceso electoral. Si se han conseguido resultados, la suspensión  se prolongaría otros tres meses hasta la celebración efectiva de las elecciones y la aceptación de los resultados por todos.

La negociación, facilitada por el Grupo de Contacto y el Mecanismo de Montenvideo, exigiría renovar el Consejo Nacional Electoral, con personalidades prestigiosas aceptadas por todos, garantías en la actualización del censo electoral y observación internacional.

El gobierno debiera de aceptar también la apertura urgente de canales de ayuda humanitaria gestionados por organizaciones independientes. Otro elemento sería la puesta en libertad de todos los detenidos sin cargos por manifestaciones de protesta, la aceleración de procesos y la mejora de las condiciones carcelarias. También se podría acordar la negociación después de las elecciones de soluciones de justicia restaurativa y una negociación económica al estilo de los Pactos de la Moncloa.

Y que sean los venezolanos los que decidan su futuro en paz.

 

 

 

 

Hugo Chávez, el mito


Hugo Chávez se muere; el mito se consolida.

El mito nació hace mucho y ha sido la fuerza esencial en la vida política y social de Venezuela desde hace más de una década. La muerte le daría el aura de los santos, de los profetas que dejan una misión inacabada. San Hugo Chávez subirá a los altares de los cultos sincréticos. Sus fieles rezarán a su espíritu y le rogarán toda clase de mercedes, espirituales y ya no sólo materiales, como hasta ahora pedían a su encarnación corpórea en el Alo Presidente.

Chávez ha sido más que un caudillo con carisma político o militar. Con su inteligencia natural, sus cantos y bailes, sus inteminables discursos, su talento como polemista,  el comandante ha encarnado el espíritu de un pueblo desposeído y burlado. A su vez, lo ha poseído y manipulado, pero le ha dado reconocimiento, orgullo y le ha hecho partícipe de la riqueza del país a través de la renta petrolera.

Chávez ha gobernado Venezuela navegando esa ola de identificación popular, ganando incuestionablemente elección tras elección. Ha mantenido las instituciones del estado democrático y hasta sobre el papel las ha reforzado con formas de participación popular. En realidad, la división de poderes ha desaparecido porque nada se le puede negar al espíritu del pueblo.

Chávez ha administrado el país como un cuartel. Ha manejado unos recursos excepcionalmente altos. Indudablemente los indicadores sociales y económicos han mejoradao espectacularmente durante el chavismo.Hubo una época en que todas sus comparecencias comenzaban con un «y el petróleo sigue subiendo». La renta petrolera ha dado para todo: para comprar armas, para crear una esfera de influencia continental, para engrasar la corrupción y para dar unas prestaciones sociales a los más desfavorecidos a través de las misiones.

La misma denominación, misiones, transparenta su concepto militar. Un objetivo que hay que cumplir, no un servicio ciudadano y social que hay que mantener.  Las misiones son débiles porque no tienen detrás una financiación estable, basada en la tributación sino en recursos fiscales contingentes, ni una gestión profesional. Las misiones, como las empresas nacionalizadas, están permeadas por los militares.

¿De que vivirá Venezuela si como se anuncia Estados Unidos es autosuficiente en petróleo en pocos años gracias a la técnica del fraccionamiento hidraúlico? La Venezuela de Chávez ha sido un nuevo capítulo de la Venezuela saudí, sólo que ahora las clases populares también han estado invitadas al festín. Y eso hay que reconocérselo a Chávez.

A la muerte de Chávez el ejército será el poder en la sombra, pero difícilmente mantendrá su unidad. Las milicias chavistas serán un factor de inestabilidad, fácilmente manipulables por alguno de los posibles sucesores.

Venezuela necesita desmilitarizarse, convertir las misiones en servicios públicos, buscar fuentes de riqueza alternativas al petróleo, reconstruir el Estado de Derecho. ¿Será capaz la oposición de mantenerse unida? ¿Renunciará la burguesía a la venganza si la oposición conquista el poder? Chávez deja también un  pueblo más politizado, a favor y en contra de su persona, y su obra no podrá ser enterrada facilmente.

Sus enemigos ya bailan sobre su tumba, pero todavía el comandante puede dar una última sorpresa y recuperarse. Sería un milagro que no haría más que confirmar su condición de ungido.

Lo que es seguro es que Chávez seguirá dando batallas después de muerto. Lo que no es tan seguro es que las gane.

PS. Recojo el artículo del profesor Vicenç Navarro «La demonización de Chávez», en el que denuncia el sesgo anti Chávez de los medios españoles y el artículo que cita de Mark Weisbrot, en el que se analizan los logros económicos del Chavismo.

http://www.nytimes.com/roomfordebate/2013/01/03/venezuela-post-chavez/venezuelans-will-vote-with-their-wallets

La fractura latinoamericana


Varias fallas tectónicas recorren el subcontinente americano. Periódicamente esas fallas se abren y dejan salir la lava de los volcanes o en su entorno se producen terribles terremotos. Pero la falla más divisoria, más trágica y más mortal es la desigualdad. Pobreza asentada en la exclusión de las poblaciones originarias. Pobreza cultivada por las élites criollas después de la independencia.

Muchas revoluciones intentaron llenar esa falla. Unas fueron ahogadas en sangre por oligarquías locales y la intervención del imperio del norte. Otras se institucionalizaron y se convirtieron en vehículo de opresión. Pero la respuesta más propia y autóctona a la pobreza y la desigualdad ha sido el populismo. Populismo que promete terminar con la desigualdad a cambio de la adhesión inquebrantabable a un caudillo carismático. Populismo que reparte las migajas a través de redes clientelares. Populismo que desprecia las «formalidades» de la legalidad o la conforma a su capricho. Ha habido caudillos crueles y benévolos. Y algunos repartieron más de lo que las oligarquías estaban dispuestas a soportar. La respuesta fueron dictaduras, casi siempre militares. Aparecen, así, ciclos repetitivos. Populismo-Dictadura-Instauración Democrática sin igualdad-Populismo…

En los 90 Latinoamérica vivió uno de esos periodos de reinstauración democrática con exclusión creciente. Fueron estos países alumnos aventajados del consenso de Washington y el resultado fue una década perdida. Y en esto llegó el teniente coronel Chávez, arrasó electoralmente repetidas veces en Venezuela y propusó su modelo de «socialismo del siglo XXI» a las «naciones hermanas».

El socialismo de Chávez lucha contra la desigualdad, con discutible eficiencia y forzando mediante los votos las instituciones básicas de la democracia. Porque democracia no es sólo respetar la voluntad del pueblo sino también que esta voluntad se conforme a unas reglas admitidas por todos. La limitación de los mandatos electivos del máximo mandatario es una de esas reglas.  Los caudillos del siglo XIX se hacía reelegir una y otra vez. Por eso en México una de las reivindicaciones de la revolución liberal era «no reelección». Muchas constituciones consagraron esa no reelección. Pero a los nuevos caudillos les molesta esa limitación de mandatos. El primero de estos caudillos que la eliminó fue el colombiano Uribe. Y le siguió Chávez.

En Honduras, Zelaya, salido de las filas de la oligarquía y convertido al populismo, quiso seguir la senda. Pero la relación de fuerzas, sin unas masas encuadradas, le fue desfavorable. En Honduras renace el tradicional golpe militar con el apoyo de la jerarquía católica.

Algunos quieren ver el continente dividido en dos mitades, chavistas y no chavistas. Pero cada país es una realidad y sus gobernantes deben ser juzgadoas por sus ciudadanos en elecciones limpias y regulares. No hay atajos para luchar contra la desigualdad. El Estado de Derecho no es una formalidad molesta. El Estado de Derecho es la base sólida sobre el que se puede incluir un sistema de justicia e inclusión.

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