Imágenes insoportables


El cadáver de un hombre con las manos atadas a la espalda yace en un calle de la pequeña localidad ucraniana de Bucha, cerca de Kiev. EFE/EPA/MIKHAIL PALINCHAK ATTENTION: GRAPHIC CONTENT

Hemos oído estos días calificar de insoportables a las imágenes que nos llegan de Bucha. El «caracter insoportable» de estas imágenes, testimonia los aparentes crímenes de guerra del ejército ruso contra la población civil de Ucrania. Crímenes aparentes: las imágenes podrían ser pruebas de cargo en un proceso, los testimonio recogidos por los reporteros internacionales también, pero es necesaria una investigación imparcial, como la que debería estar desarrollando ya el Tribunal Penal Internacional.

Lo que quiero subrayar en esta breve entrada es cómo los dirigentes europeos invocan es «carácter insoportable» para justificar una nueva ola de sanciones a Rusia. Lo que implícitamente están diciendo es que no actúan tanto por el crímen en sí, sino porque su representación visual es insoportable para sus opiniones públicas. Como ocurriera con la foto del pequeño Aylan, ahogado en una playa turca, hay un antes y un después de estas imágenes. A diferencia de la pipa de Magritte, estas imágenes en la práctica suplantan al acontecimiento.

Fotorreporteros y videorreporteros son el último eslabón de creadores, que empieza en Goya con sus Desastres de la Guerra, que representan el dolor de los otros para que tomemos conciencia y luchemos contra los criminales. El riesgo es que en nuestra civilización del espectáculo se banalicen y sean un entretenimiento más.

LECTURA RECOMENDADA

Susan Sontag Ante el dolor de los demás. De Bolsillo (2010) (una relectura del libro por AnaÏs Varo)

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La fotografía de guerra nació en la guerra de Crimea


El valle de la sombra de la muerte, de Roger Fenton, 1855

(Esta entrada es un pequeño homenaje a fotógrafos y reporteros gráficos, que se juegan la vida para hacernos llegarlas imágenes del dolor de los otros)

Estamos saturados de imágenes de la guerra de Ucrania. Muchas son producidas por los propios ucranianos y difundidas por las redes sociales, pero la más poderosas son de origen profesional. La fotografía de conflictos nació en la guerra de Crimea (1853-1856).

EL Imperio Otomano se tambaleaba y Rusia, con la justificación de proteger a los cristianos ortodoxos, se expandía por el vacío dejado por los turcos. Las potencias occidentales no podían consentirlo. Cuando Moscú ocupa los principados de Danubio, Francia, Gran Bretaña y Piamonte se alían con el sultán y montan una expedición para conquistar Crimea. Los aliados sufren enfermedades y reveses militares y la guerra se hace impopular en Europa. El corresponsal de The Times William Howard Rusell lo cuenta, sin educorar la realidad, de modo que la guerra se hace todavía más impopular en Londres. Entonces el Príncipe Alberto encarga a su amigo Roger Fenton que vaya a fotografiar la guerra. Le pone como condición no mostrar soldados británicos muertos.

Fenton es el primer reportero «empotrado», esto es, encuadrado en una unidad militar, que facilita y condiciona su trabajo.

Se dedica, sobre todo, a fotografiar posando a los militares en sus actividades cotidianas. Fotografiar combates era imposible, con tiempos de exposición de varios minutos. Pero produce la imagen icónica, que abre esta entrada. En la batalla de Balaclava se produce el desastre de la carga de la Brigada Ligera. Teneyson cantó el hecho en un famoso poema. La carnicería fue tal, que el lugar comezó a llamarse «El Valle de la Sombra de la Muerte». La imagen de Fenton muestra los restos de los proyectiles de la artillería rusa, que masacraron a los británicos. No hay un solo muerto, pero el fantasma de la muerte aletea en medio de la desolación.

Mis amigos y antiguos compañeros de TVE, en el frente. Felidades y gracias por vuestro trabajo.

Ontañón: el cazador y el fotógrafo


F. Ontañón. Del reportaje «La caza menor» en la Actualidad Española, luego convertido en libro (Destino, 1964)

¡Qué obviedad! ¿Cazador de imágenes? Todos los fotógrafos son cazadores de imágenes. Cazadores y fotógrafos proyectan el corazón con el vector del ojo para conseguir en, un caso, una pieza, en el otro, una imagen que congela un instante y le hace eterno.

Francisco Ontañón (1930-2008), como presenta la exposición Francisco Ontañón: oficio y creación (en la Sala Canal Isabel II, Madrid, hasta el 3 de noviembre) fue un fotógrafo de múltiples oficios, con una ambición creativa en todos ellos, productor de grandes imágenes. Pero no fue ni un fotorreportero con imágenes icónicas de grandes conflictos, ni un ladrón de instantes decisivos al modo de Cartier-Bresson. Y sin embargo, en la exposición encontramos un buen ejemplo de esa actitud del fotógrafo-cazador.

Ontañón acompaño a Delibes en sus partidas de caza entre 1961 y 1964 y fruto de su colaboración fueron primero un reportaje para la Actualidad Española y más tarde un libro sobre la caza menor.

En la vitrina la revista luce descolorida. Se puede leer el texto de Delibes. Cito de memoria. El pájaro había sido alcanzado. Los perros iban a recoger la pieza, pero el bicho seguía vivo, dando saltos para escapar escondiéndose entre la hojarasca. Allí estaba el fotógrafo, disparando sin descanso, muy cerca de la pieza. Los cazadores le gritaban  -¡cógela. cógela!. Pero el seguía apretando el disparador, con gran enfado de la partida, que no entendían como el fotógrafo no cobraba la pieza y dejaba que se perdiera.

Delibes y Ontañón desarrollaron una amistosa colaboración. En una carta se identifica como el fotógrafo, ante el cazador, Delibes (veáse el vídeo insertado al final). De ahí el título de esta entrada.

Medio siglo de oficio, de oficios fotográficos, dan para mucho. Expresión artística, en AFAL y LaPalangana. Reporterismo en Europa Press. Reportajes en la Actualidad Española. Retratos y portadas de discos. Fotolibros.  Portadas de libros. Fotoensayos en El País Semanal. Y colaboración con grandes escritores, periodistas y diseñadores: Delibes, Hermida, Manuel Vicent.

El artista

Aquel grupo genial (Cualladó, Masats, Pérez Siquier, Ontañon) abominaban de la calificación de artistas. Hoy vemos sus trabajos como una expresión humanista, de enorme autenticidad, en definitiva, imágenes artísticas, aunque no fueran concebidas como tales.

De la primera etapa de Ontañón (finales de los 50 y comienzos de los 60) me quedo con su autorretato, con evidentes afinidades con el Cualladó de la misma época y su retrato de una familia andaluza, en el que no sé si pudo influir la familia italiana de Paul Strand.

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Autorretratos de Ontañon (1962) y Ontañon (1958)

Dos países mediterráneos, mundos rurales -más mísero el español-, siempre la madre en el centro. Que cada cual juzgue cuál es mejor fotografía. El posado más elaborado de Strand, el más espontáneo de Ontañon.

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F. Ontañón, Familia andaluza (1960) / P. Strand, Familia italiana (1953)

El reportero gráfico

Ontañón se inicia profesionalmente como fotorreportero en Europa Press, entre 1958 y 1961 y durante los 60 y los 70 en la Actualidad Española, la gran revista gráfica de nuestro país, junto con la Gaceta Ilustrada. Por cierto, viendo los viejos ejemplares se aprecia la escasa calidad de las imágenes fotográficas. Las recordaba con más definición, al menos en la Gaceta.

El caso es que Ontañón venía de la escuela de los grandes contrastes como forma de expresión, y aquellas imágenes en las que el blanco se contrastaba con el negro encajaban mal en los requerimientos de la escala de grises que exigían los editores, dando lugar a constantes conflictos.

En su trabajo como reportero Ontañón destaca por la precisión, la exactitud, la imagen informativa, perfectamente encuadrada y siempre funcional.

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Marlene Dietrich en Madrid, 1960, un buen ejemplo del Ontañón foto reportero

El creador de iconos

Como reportero de la Actualidad Española sigue a las estrellas emergentes de aquella España que apenas salía de la miseria. De esta faceta destaco sus fotografías de El Cordobés.

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El Cordobés, 1964

En esa creación de los nuevos iconos populares destaca el trabajo de Ontañón con los jóvenes cantantes de los 60 y los 70. En la industria discográfica española todo estaba por inventar y el fotógrafo encuentra un estilo natural y directo, en exteriores, fuera del estudio, que es lo que estos jóvenes necesitaban. Esas imágenes se convierten en portadas de discos y Ontañon logra la confianza de los nuevos artistas, a los que irá siguiendo a lo largo de su carrera.

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Portadas de discos de Ontañón

Mi generación tuvo acceso al pensamiento esencial gracias a los libros de bolsillo de Alianza Editorial. Sus portadas eran  toda una declaración conceptual y convertían al libro en un icono.  Estas portadas era fruto de la colaboración del diseñador Daniel Gil y Ontañón. Valga por todas la del superventas de las 1000 recetas de Simone Ortega.

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Fotoensayos y grandes reportajes

Desde mediados de los 80 Ontañón trabajó casi en exclusiva para El País Semanal. De aquellos reportajes de la Actualidad Española, en blanco y negro, en el los que formatos no se respetaban y las fotos eran poco más que ilustraciones, se pasa en los 80 a la foto en color o blanco y negro concebida como un icono en si mismo para encajar (y a veces llenar) la página.

Realiza fotoensayos (la foto predomina sobre el texto), reportajes (fotos y texto se combinan) y fotos como punto de partida de un pequeño ensayo literario, como la serie que realizó con Manuel Vicent. En este oficio, la capacidad expresiva y la exactitud funcional se funden en grandes imágenes.

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Página de El País Semanal

Y como cierre, el pequeño documental producido para la exposición.

 

 

 

Paul Strand: de un país, un lugar


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Luzzara, 1953

Pero, ¿es que acaso Paul Strand fue fotoperiodista?

Era en las pruebas de habilitación para profesores titulares de Periodismo. El candidato que exponía su investigación sobre Strand tuvo que improvisar para responder al tribunal que, no, ciertamente, Strand no era un fotoperiodista, pero que su obra aportaba una visión profunda de los cambios sociales del siglo XX, o sea, que en cierto modo Strand tenía que ver con el periodismo, o con una forma superior de periodismo…

He recordado la anécdota al visitar la exposición de Strand en la Sala Mapfre (Al que esté en Madrid en agosto, hasta el 23, que no se la pierda y el que no pueda acudir tiene esta estupenda visita virtual).

Paul Strand es uno de esos grandes de la fotografía que recorre el siglo XX, de la fotografía social a la fotografía directa, del pictorialismo al cubismo. Dos fotos, Manhattan (1915) y Ciega (1916) sintetizan para mi la esencia de  Strand: el hormiguero social y la grandeza del individuo más allá del estereotipos y estigmas.

Ese hormiguero humano, esa ciudad que nunca duerme fue retratada en su grandeza en el documental Manhatta (se incrusta al final) y la epopeya del esfuerzo humano colectivo en The Waves (vídeo también incrustado).

De un país, un lugar

Pero lo que más me interesó de su exposición fueron sus fotolibros: Nueva Inglaterra, Luzzara (Italia), Ghana, Francia, Rumanía. Como hiciera en Mahatta, Strand pone en sincronía sus fotos con los textos de autores literiarios (Zavattini en el caso de Luzzara). Dos discursos distintos que se potencian mutuamente para mostrar esa vinculación única entre los lugares y sus gentes.

Maravillosos los retratos de personas y objetos -los objetos en la fotografía de Strand también tienen alma. Y entre todos esa familia de Luzzara, en Italia, la foto que encabeza esta entrada, que a algunos les recuerda el cartel de la película «Los Santos Inocentes». Pero las diferencias entre el norte de Italia en los 50 y Extremadura en los 60 eran grandes. La Italia de Luzzara era una tierra de pequeños campesinos orgullosos a punto de convertirse en empresarios. La bicicleta perfectamente cromada está ahí para sugerirlo. La España de los Santos Inocentes era todavía la de los siervos de la gleba en grandes latifundios.

De cada lugar, un espíritu, una gente. Eso es lo que siempre han intentado retratar los fotodocumentalistas. Así lo vimos también en la exposición de la agencia Magnum. El problema es con la globalización se pierde lo distinto, lo único, todo es igual.

Un reto para los jóvenes fotógrafos que empiezan: encontrar lo distinto. Y buscar un compañero literario. Hoy, afortunadamente producir un fotolibro está prácticamente al alcance de cualquiera.

(Algunos recursos: La carta de Strand a los jóvenes fotógrafos. El ibro En el principio fue Manhattan. Y la primera parte de 6 del documental Paul Strand: under the darkcloth de Tom Johnston e incrustado los vídeos de Manhatta (1921) y The Wave (1936).)

El mundo de Enrique Meneses


Enrique Meneses para Jot Down

El reportero débil con los débiles, fuerte con los fuertes

La frase resuena en el espacio rotundo del viejo depósito de agua. «Sed débiles con los débiles, fuertes con los fuertes». El consejo dirigido por Meneses a los jóvenes es todo un precipitado de ética periodística. Impresiona escuchar otra vez esa voz, rodeado de sus fotos expuestas en la Sala Canal.

Meneses, cargado con su bombona de oxígeno, pasó sus últimos años recorriendo las universidades españolas alentando a los jóvenes a convertirse en reporteros. Haced como yo -venía a decirles- buscar vuestra Sierra Maestra.

En 1957 Enrique pudo pasar cuatro meses en la guerrilla con Fidel y el Che, sacar sus carretes en la enagua de una guajira, vender las fotos y colocarlas en la portada de París Match. Hoy, el joven reportero que llegara a Sierra Maestra se encontraría a Fidel tuiteando y al Che cargando vídeos en YouTube, gracias al teléfono satélite suministrado por una embajada. La portada de Paris Match sería para Carla Bruni y Sarkozy, en páginas interiores encontraríamos un foto y en la edición digital una galería de los «barbudos». Por 10 fotos la revista pagaría 250 €.

El contexto del periodismo hoy es otro, pero el oficio sin los reporteros muere. El testigo de Menses lo han tomado esos jóvenes reporteros españoles jugándose la vida en Siria a 50 € la crónica. Enrique Meneses vivió su vida como una aventura y convirtió el reporterismo en su religión. Fue el reportero que hubiéramos querido ser (como Legineche, como Cuadra-Salcedo, éste más aventurero que reportero). Un gran contador de historias.

De Meneses nos queda su testimonio de entrega y honradez profesional… y sus fotos, un testimonio potente de mundos que ya no existen.  Meneses fue reportero multimedia avant la lettre. Utilizó los lenguajes a su alcance, los de la foto, el texto, el cine, la televisión. No era un fotográfo técnico ni con pretensiones artísticas. Sus fotos son directas, pero no son fotos de oficio, cada una de ellas es una tarea única, un soplo de vida. Meneses estaba donde había que estar, presto a apretar el disparador. Y allí está un pedazo de vida, un fragmento de historia, un instante decisivo.

Los mundos de Meneses

Los tiempos de Meneses fueron los de la Guerra Fría: el egipto de Nasser, la revolución cubana, la guerra de Biafra, los derechos civiles, el asesinato de Kennedy, las bodas de Fabiola y Balduino, y Juan Carlos y Sofía y el glamour de Dalí y Dominguín.

El mundo árabe laico y nacionalista

No localizo ahora ninguna de las fotos del Egipto de Nasser, en el que Meneses se inición como periodista y fotógrafo. Pero la exposición se encuentran algunas instantáneas magníficas del culto al Rais, de muchachas vestidas a la occidental por las calles del Cairo. De aquel mundo no queda nada. La modernización y el socialismo se convirtieron en corrupción clientelista. Las derrotas del nacionalismo propiciaron el ascenso de islamismo social y finalmente, la victoria y derrota de los Hermanos Musulmanes. Hoy el dictador Al Sisi, que se pretende un nuevo Nasser, gobierna tiránicamente un Egipto desestructurado con la bendición de los poderes occidentales.

Los Castro

Castro a la luz de una vela, una de las fotos de las que Meneses se encontraba técnicamente más satisfecho

Son los únicos supervivientes de la Guerra Fría. Más de medio siglo después, Raúl negocia con Estados Unidos y reconoce que Obama es un hombre honrado. Las fotos de Sierra Maestra catapultaron a Meneses a la primera categoría del periodismo, pero nunca volvió a Cuba ni se dejó a seducir por la dictadura en que mutó la revolución nacionalista. Grandes fotos, como la de la coqueta Vilma Espín sonriendo a la cámara o Castro leyendo Kaputt de Curcio Malaparte.

Los derechos civiles

«I have a dream» – 28 de agosto de 1963 – Dylan, Baez y Seeger en el Lincoln Memorial

Para mi la mejor época fotográfica de Meneses. La foto de Luther King es antológica, pero me quedo con la de estos tres juglares de los derechos civiles. Son las canciones de mis quince años. Seeger, el activista que venía de la luchas de la Depresión murió hace mucho. Baez a los 70 mantiene la frescura. Y Dylan… el ego mata el arte. El movimiento de los derechos civiles cambió Estados Unidos y tuvo sus réplicas en Irlanda, en cierto modo en el Mayo francés. Hoy un negro está en la Casa Blanca, pero Estados Unidos sigue dividido por una fractura racial.

El glamour

Meneses estaba allí «Estaba siguiendo la temporada de Dominguín, yo no soy fotógrafo de toreros… Pero se abrió la puerta y apareció Picasso»

Las celebrities de los 60 y 70 eran famosas por que había logrado relevancia en alguna actividad. Meneses cultivó a esa jet set. Dominguín, Dalí -grandes fotos de lo que llamaríamos hoy un making of de una sesión fotográfica de Dalí con Avendon. Eran los tiempos de los paparazzi. Meneses no tenía que robar ninguna foto porque estaba allí y era capaz de darlas un valor periodístico. Nada que ver con el mundo actual de las exclusivas.

Juan Carlos de Borbón

Compromiso oficial – Lausana, 13 de septiembre de 1963

Si en la exposición hay un instante decisivo es éste. La poderosa Federica aleccionando a su futuro yerno, el buena pieza de Juanito. Ya sabemos que fue de la romántica pareja.

Cabría seguir. El África virgen que Meneses recorrió del Cairo al Cabo y que hoy es un territorio devastado por las guerras, sin santuarios vírgenes…

Para terminar, os dejo el documental de Georgina Cisquella «Oxígeno para vivir» e inserto la introducción a la exposición de su comisario, Chema Conesa.

Cartier-Bresson, el gran mirón


Cartier-Bresson, Bruselas, 1932

Cartier-Bresson, Bruselas, 1932

Entro en la sala y la primera foto se me aparece como una síntesis de toda la obra de Cartier-Bresson. Un hombre mira por el agujero de una valla, quizá a un espectáculo, puede que una obra, o, simplemente, un solar baldío. El otro, que quizá espera su turno, mira desconfiado al fotógrafo. Por la época, podría identificarse con el movimiento de la «candic photo», pero no es una foto robada, nada tiene que ver con Erich Solomon. El mirón cazado por el fotógrafo (mirón a su vez), el juego de miradas entre el fotógrafo y el segundo hombre, la curiosidad como el gran motor de la acción… el «instante decisivo» antes de que el fotógrafo lo teorizara.

Los  madrileños y los visitantes tienen hasta el 7 de septiembre para ver esta exposión en la Fundación Mapfre. En la presentación se insiste en que no se busca tanto dar una visión unificadora del gran fotógrafo, sino en mostrar los distintos Cartier-Bresson. Me remito al análisis de Franciso Rodríguez Pastoriza. Por mi parte me limitaré al comentario de algunas fotos.

De Cartier-Bresson siempre me ha maravillado su capacidad para la composición y al mismo tiempo su poder para dar vida a esa composición. Y como ejemplo, dos fotos de su primer viaje a España, en los primeros años de la II República.

Cartier-Bresson, Madrid, 1932

Cartier-Bresson, Madrid, 1932

Cartier-Bresson, Sevilla, 1932

Cartier-Bresson, Sevilla, 1932

Son dos muestras de su técnica de utilizar un fondo o pantalla con gran potencia compositiva (el maestro fue un gran estudioso de la proporción áurea), que el fotógrafo vigila como un cazador a la espera de la presa, hasta que esa escena se llena de acción. En este caso, esa vida nos da cuenta del desamparo, pero también de la libertad, de esa infancia de los barrios populares de la España de los treinta.

Cartier-Bresson, URSS. 1954

Cartier-Bresson, URSS. 1954

En esta foto percibimos, casi podemos sentir, la atmósfera cargada, recalentada, de la cantina en la que jóvenes trabajadores hacen una pausa en el duro trabajo. Stalin ya ha caído, pero hay está, en el mural que preside la sala, en fotos en la que el «padrecito» y Lenin vigilan para que los muchachos no caigan en conductas impropias.

No es un posado. El mirón observa desde el otro lado del dintel.  No es, desde luego, la mirada que penetra la intimidad en «La araña del amor», pero siempre es la mirada del no participante. Por cierto, que en esta famosa foto Cartier-Bresson juega también con el contraste entre lo estático (la colcha, los cortinajes) y lo dinámico (los movimientos de las amantes, resaltados por la baja velocidad de obturación).

Cartier-Bresson, México, 1934

Cartier-Bresson, México, 1934

El mirón mira a los mirones. Así, en la coronación de Jorge VI adopta un punto de vista revolucionario para un reportaje de actualidad. Retratar a la multitud (y a los artilugios que emplean para ver el cortejo). De este modo, el reportaje nos dice más de aquella Inglaterra, que las fotos del evento. Por supuesto, Cartier-Bresson realizó grandes reportajes de actualidad entre 1945 y los noventa, pero siempre con el acontecimiento en segundo término (aunque también podemos ver en la exposición una serie de manifiestaciones a lo largo de 30 años que podrían catalogarse dentro del fotoperiodismo más clásico).

Cartier-Bresson, Londres, 1938

Cartier-Bresson, Londres, 1938

Hay en la exposición un extracto de un curioso reportaje sobre el artista. Vemos a Cartier-Bresson en acción por las calles de París. Observa, con movimientos de bailarin se aproxima a la presa y dispara su inseparable y discreta Leica. Por cierto, que trabajaba con un patrón fijo de exposición, lo que permitía gran libertad para disparar en el momento preciso.

Con los años, Cartier regresa a su vocación de origen, la pintura. «Si la foto es la acción inmediata -dice- el dibujo es la reflexión». Una idea que se expone en el siguiente autorretrato.

Cartier-Bresson, Paris, 1992

Cartier-Bresson, Paris, 1992

La foto, la acción inmediata, nos muestra la imagen, mediada por el espejo, de un hombre mayor, bien conservado, de mirada inquisitiva y algo escéptica. El dibujo nos deja el rostro de un anciano, cargado del peso de la vida. Rodríguez Pastoriza cuenta como en una entrevista se negó airadamente a ser rodado mientras caminaba. El mirón, en sus últimos años, no quería ser mirado.

El periodismo al servicio del público


CapturaSe celebran estos días en Segovia las VII Jornadas de Periodismo en lo Global, organizadas como cada año en torno al Premio Cirilo Rodríguez por la Asociación de la Prensa y la Universidad de Valladolid. Esta vez el lema de la convocatoria ha sido El periodismo de servicio público.

Prefiero hablar del periodismo como una actividad al servicio del público mejor que de periodismo como servicio público.

El periodismo como servicio público tiende a confundirse con el servicio público del periodismo, y en la tradición europea (sobre todo latina) un servicio público es una actividad reservada al Estado, que éste presta bien directamente, bien indirectamente a través de concesionarios particulares.

Evidentemente, ese entendimiento como una actividad estatal es incompatible con la consideración del periodismo como una actividad en la que confluyen el ejercicio de un derecho fundamental y una actividad profesional. Pero ese derecho fundamental de los profesionales está en absoluta correlación con el derecho de todos los ciudadanos a informarse y a informar, de modo que el ejercicio profesional, si se requiere reivindicar como algo más que una actividad comercial, no puede ser entendido de otra forma más que como un servicio al  público, como una actividad con una función pública esencial para la democracia.

Creo que así lo han entendido los organizadores, estructurando las jornadas en torno al periodismo internacional (lógico, en cuanto que están relacionadas con el premio Cirilo Rodríguez que premia el mejor trabajo de un periodista español en el extranjero) y a las radiotelevisiones públicas, especies ambas que muchos querrían extinguir.

Cuando uno asiste a este tipo de jornadas a veces se tiene la sensación de que los defensores esa función pública hablamos para convencidos (y para nuestros alumnos que en la mayor parte de los casos se mantienen en una actitud pasiva) y que los enemigos, los que quieren un periodismo espúreo, al servicio de sus intereses económicos y políticos, están bien parapetados en sus torres de poder, a salvo de nuestros inofensivos dardos.

En todo caso, siempre se producen algunos destellos que pueden esclarecernos.

En primer lugar, el mérito de la Asociación de la Prensa de Segovia por mantener el premio Cirilo Rodríguez en una época en la que conseguir apoyos económicos para estas actividades es muy difícil.

Agustín García Matilla reivindicó una radiotelevisión pública para las mayorías y las inmensas minorías con la referencia del modelo de la BBC. Por cierto, que debiéramos revisar la crisis de la BBC para aprender no sólo de sus aciertos, sino también de sus errores.

En la mesa que compartí sobre RTVE con Manuel Aguilar y Alicia G. Montano hablamos, como no, de manipulación y de la triste herencia de valores subvertidos por el franquismo, primero, y el partidismo, después. Los retos inmediatos a los que se enfrenta la Corporación son a) una financiación suficiente y sostenible y una gestión transparente y profesional b) recuperar la independencia y la credibilidad y c) redefinir el servicio público para pasar del servicio público audiovisual al servicio público multimedia.

En la mesa de las televisiones autonómicas se mostraron los procesos de regubernamentalización y externalización (Maribel Fernández-Alonso), los desastres y despropósitos de cada día en la disección sarcástica de Mariola Cubells, el cuestionamiento de una televisión al servicio del poder desde la experiencia propia de Javier Mayoral y la defensa por parte de su  director, Eduarda Álvarez, del peculiar modelo de la Radio Televisión de Castilla-León, una privada con 65% de financiación pública.

En la tarde los destellos fueron más rotundos. Allí estaban Gervasio Sánchez, siempre explosivo, y el contenido y austero Ricardo García Vilanova.

Ricardo no habló de su «accidente laboral». Como puso de manifiesto Gervasio, los tres periodistas españoles secuestrados y liberados, han sido un ejemplo de dignidad, sin aspavientos, sin entrevista, sin exclusivas sobre si mismos, sin una palabra hasta que el resto de los compañeros secuestrados en Siria no recobren la libertad.

Ricardo nos mostró sus fotos y vídeos de Siria. Con Gervasio vimos su Imprescindibles. Por supuesto, tanto Ricardo como Gervasio, hablaron de las penosas condiciones de los freelance y de los que se quieren cargar el periodismo internacional, pero me quedo con sus reflexiones sobre la relación con las víctimas.

Ricardo: no mostrar lo que no quisieras que fuera mostrado de ti o de tu familia. Gervasio: la proximidad, la empatía, el respeto a sus decisiones (dejarse o no fotografiar) y a su dignidad.

(Mi agradecimiento a Pilar San Pablo, Agustín García Matilla y Aurelio Martín por las Jornadas, que hoy 29 de mayo seguirán ya dedicadas plenamente al periodismo intenacional).

Aquí dejo un resumen en Storyfy de la jornada.

El mundo antes de la globalización en las fotos de Magnum


Magnum First – El embalaje original

Ahí está. La caja que durante 60 años preservó olvidadas las fotos de los maestros de Magnum. Y en las paredes colgados los positivos con sus montajes originales. Es Magnum First, la primera exposición colectiva de los fotógrafos de la agencia, ahora recuperada y que puede visitarse en Madrid en la Fundación Canal.

Hubo un tiempo en que cada lugar era cada lugar. Mayfair, en Londres era una cosa y otra el Wienerwald, de Viena.  No era lo mismo Delhi que Split, Budapest que El Cairo o Biarritz. Cada sitio tenía su olor y color, era propio y distinto. No existían la cultura pop, las franquicias globales ni, desde luego Internet. Así era todavía en los años 50. A partir de los 60 se expandirá desde Estado Unidos una mancha pegajosa, un barniz homogéneo, que tapa las realidades profundas.

Ese mundo todavía relativamente estático y genuino de los 50 fue retratado por los fotógrafos de la agencia  Magnum en su primera exposición colectiva. Aquellos fotógrafos y fotoperiodistas buscaron su independencia profesional fundando la agencia y reivindicaron su libertad creativa a través de exposiciones.

Esta primera se montó en Austria en 1955 y fue circulando por varias sedes del Instituto Francés, hasta que, finalmente, quedó olvidada en sus embalajes en el Instituto Francés de Innsbruck. Se denominó «Gesicht der Zeit», el rostro del tiempo, y este título, que indica toda una voluntad de destacar el instante en el marco de la marcha del tiempo,  cobra hoy un nuevo valor, cuando la casualidad permitió recuperar las cajas con las series y los montajes intactos.

Demos una vuelta a ese mundo de los fotógrafos de Magnum.

Inge Morath – Buckingham Palace, 1953

Inge Morath. La exclusividad de Mayfair. Londres todavía no se había recuperado del todo de los bombardeos. En el Reino Unido se construía el estado del bienestar y los sindicatos eran más poderosos que nunca. Pero el lujo y el glamour de otro tiempo se mostraba a la cámara de Morath en el exclusivo barrio de Mayfair.

Robert Capa – Biarritz, 1951

Robert Capa. Biarritz, elegante y folkórico. Capa vuelve al País Vasco francés, tan cerca de España. Son sólo tres fotos en las que retrata una sesión de danzas tradicionales., en un ambiente relajado, veraniego, en el que tradición y modernidad se dan la mano.

Werner Bischof – Camino de Cuzco (Perú), 1954

Werner Bischof. De Perú a Japón, pasando por Hungría. La serie más «cosmopolita» de países que no lo eran. Lugares genuinos. Personajes, niños sobre todo, retratados con enorme respeto.

Henri Cartier-Bresson – Cremación de Gandhi

Henri Cartier-Bresson. El reportaje del asesinato de Gandhi. El antes y el después del magnicidio. Uno de los mejores trabajos periodísticos del maestro de la fotografía. La atmósfera que rodeaba al padre espiritual de la India en las horas anteriores al asesinato. El dolor de las multitudes. La cremación.

Erich Lessing – Wienerwald, 1954

Erich Lessing. Niños vieneses. Son la primera generación nacida después de la guerra. Puede que Viena sea ese lugar tenebroso que viera Welles en el Tercer Hombre. La mirada de Lessing es luminosa. Niños perfectamente vestidos que juegan en el decorado espectacular de la Viena imperial

Ernst Haas – Rodaje de Tierra de Faraones (Egipto), 1954

Ernst Haas. Tierra de Faraones. Haas fotografió el rodaje dirigido por Howard Hawks. Es la serie más impresionante de toda la exposición. El ojo de Haas no nos retrotrae al Egipto de los 50, sino al de los faraones. Las condiciones del rodaje, con miles de extras, no parecen muy distintas a las de los esclavos que edificaron las pirámides. Mientras los esclavos descansan, el hombre blanco los vigila a caballo.

Jean Marquis – Ruinas del puente Isabelm (Budapest), 1954

Jean Marquis. Hungría. La foto lo dice todo: el puente fastuoso todavía en ruinas y en primer término un niño que rebusca ¿comida? ¿unas tablas para improvisar un juguete?. Fiesta de Adviento, ritos religiosos, vestidos de fiesta y un busto del camarada Stalin adornado con Flores.

Marc Riboud – Dalmacia, 1951

Marc Riboud. Dalmacia. Las imágenes de Riboud nos muestran un mundo rural, cerrado, pobre. En el ferry de Split a Trogir dos mujeres enlutadas. Quizá hoy podría capturarse la misma imagen en el mismo barco, pero al abrir el plano el bullicio de los turistas lo llenaría todo.

De la maleta mexicana a Instagram


Exiliados republicanos en el campo francés de Barcarès en marzo 1939 – Robert Capa

Navacerrada, junio 1937 – Gerda Taro

Misa en el frente vasco, febrero 1937 – Chim

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Allí están las tres cajas de cartón en una vitrina. En su interior, perfectamente ordenados, los rollos de película que nos cuentan historias de una vieja guerra y de un país, España.

Es la maleta mexicana. Su rocambolesca trayectoria y la importancia de estas tres cajas para la historia de la fotografía han sido sobradamente contadas (en este blog lo hizo Francico Rodríguez Pastoriza). Ayer tuve oportunidad de ver la exposición itinerante que ha recalado en el madrileño Círculo de Bellas Artes.

Imagino la emoción cuando este tesoro llegó a las manos de los investigadores. Para mi fue como recuperar esas cajas de cartón llenas de viejas fotos que aparecen en el fondo de un armario familiar.

Fotos que vuelven a la vida y a la juventud a los que ya no están. En este caso, imágenes que nos retrotraen a un tiempo no vivido -el de la guerra civil- que ha gravitado, sin embargo, tan directamente en nuestra generación, la de los hijos de los protagonistas. Fotos que hacen vivir a tantos jóvenes que vieron sacrificadas sus vidas. Y a tres jóvenes fotógrafos, Chim, Taro y Capa, que se convirtieron en mitos con estas instantáneas. Una oportunidad para que los jóvenes (mayoría ayer entre los asistentes) recupen las instantáneas de la tragedia.

Emoción para alguien como yo, hijo del viejo oficio de fotógrafo, al ver los rollos y los contactos, las marcas comerciales (Agfa, Gevaert, Kodak) y los términos técnicos  (pancromática) barridos por la revolución tecnológica.

Madre amamantando a su hijo en un mitin, Badajoz, 1936 – Chim

Los editores gráficos hicieron bien su oficio.

Los de Life construyendo el mito del profesional  heroico que arriesga para dar testimonio de lo nunca visto («la cámara de Life más cerca que nunca de los combates», eslogan tan semejante al de Capa «si la foto no es buena es porque no estás suficientemente cerca»); los de las publicaciones francesas mostrando el sufrimiento de un pueblo y construyendo otro mito, el de la revolución obrera.

En cualquier caso, unos y otros, seleccionaron las mejores instantáneas, las fotos con más contenido icónico e histórico, alguna de las cuales, como las de esa madre amamantando a su hijo durante un mitin sobre la reforma agraria, forman parte de nuestra memoria del conflicto.

En esos 80 rollos quedaron también enterrados centenares de momentos de la vida cotidiana, que nos dan una imagen más real y menos mítica de aquella España.

Emocionan la alegría de aquellos reclutas y la desolación de las ciudades bombardeadas, las colas de familiares ante los depósitos de cadáveres, la humillación de los refugiados.

Lorca fotografiado por Chim, Madrid, primeros meses de 1936

Emocionan la normalidad de las semanas previas a la catástrofe, con esas instantáneas de Lorca hablando con un desconocido, probablemente en una esquina de la calle Alcalá, puede quizá incluso después de pasar un rato por el Círculo.

Los tres jóvenes fotógrafos estaban descubriendo y revolucionando el oficio de fotoperiodista, arriesgando sus vidas hasta la muerte en el caso de Gerda Taro.

Trabajaban con la pequeña Leica e impresionaban el mejor material sensible de la época. «Empotrados» en alguna unidad se aproximaban al frente y en unos pocos días realizaban un reportaje en cinco o seis rollos, dos centenares de negativos, que luego clasificaban cuidadosamente.

Los rollos dan testimonio de que, a pesar de la economía de material propia de la fotografía analógica y más en una situación de guerra, repetían varias tomas del mismo sujeto, como las de Capa, con unas tomas picadas de Líster (otra construcción de un mito). Que seguían las corrientes estéticas como en el constructivismo con encuadres  geométricos. Y que los maestros también cometían erores de exposición, con negativos sobre o sub impresionados.

En definitiva, el tiempo capturado en instantáneas, congelado durante décadas en la maleta y ahora descongelado en exposiciones, libros y documentales (al final de esta entrada, trailer de esta entrada he incrustado el trailer del de Trisha Ziff).

Salgo a la calle. Decenas, centenares de miles de ciudadanos cabreados protestan. Vivimos la peor crisis involutiva de los últimos cuarenta años. Algunos hablan de «guerra de baja intensidad».

Entre la masa se mueven fotoperiodistas y videoperiodistas. Cámara profesionales DRL captando fotos y grabando vídeo, cámaras pesadas de televisión, cámaras ligeras de vídeo, cámaras de aficionados de fotos y vídeo. Y la omnipresente cámara del teléfono. Miles de horas de vídeo, centenares de miles de imágenes subidas al ciberespacio, compartidas en YouTube, Flickr, Facebook, Twitter o Instagram.  ¿Cuantos lemas y pancartas encontraremos en Pinterest? Ya no se captura el instante, el tiempo es un flujo permanente de imágenes que se consumen ávidamente. Nuestra memoria es ahora líquida.

¿Habrá en el ciberespacio alguna maleta que preserve las imágenes esenciales para las generaciones futuras?

(Algunos enlaces a la Maleta Mexicana: International Center of Photography; Magnum; Museo Nacional de Arte de Cataluña)

La maleta mexicana: el tiempo descongelado


Una serie de peripecias casi novelescas permitieron recuperar una maleta llena de negativos de tres de los grandes fotoperiodistas de la Guerra Civil, Capa, Taro y Chim.

Un tesoro para los estudiosos del fotoperiodismo y un regalo para los amantes de la fotografía que nos devuelve a un episodio esencial de nuestra historia, que queramos o no no, sigue pesando sobre el presente. Esa serie de «instantes decisivos» apresados hace 75 años cobran nueva vida. El tiempo preservado en la maleta se descongela.

Periodismo Global acoge de nuevo un texto de Francisco Rodríguez Pastoriza, en este caso sobre la maleta mejicana, originalmente publicado en los Sábados del Faro de Vigo, el pasado 5 de noviembre (PDF)

Aquí dejo los enlaces a la exposición que puede verse en el Museo Nacional de Arte de Cataluña hasta el 12 de enero (¿vendrá a Madrid?), al blog desarrollado en torno a la exposición y al documental dirigido por Trisha Ziff.

(¿Mejicana o mexicana? Paco Audije me recuerda que la grafía que recomienda la RAE es mexicana, pues «Aunque son también correctas las formas con j, se recomiendan las grafías con x por ser las usadas en el propio país y, mayoritariamente, en el resto de Hispanoamérica.». Vale. Lo cambio).

Chim (David Seymour). Federico García Lorca, Madrid, abril de 1936. © Estate of Chim (David Seymour) / Magnum Photos

LA MALETA MEXICANA

 

Se publican las 4.500 fotografías de la guerra civil española descubiertas en México después de 70 años desaparecidas

Un documental de Trisha Ziff cuenta todo el proceso del hallazgo de las fotos

Francisco R. Pastoriza (*)

En 1995, un visitante a una exposición de fotografías de Robert Capa en Ciudad de México se dio cuenta de que aquellas instantáneas, su estética, su composición y los escenarios en los que se desenvolvían sus protagonistas, se parecían a los de una colección de negativos que una tía suya le había dejado hacía años como parte de una herencia. Los organizadores de la exposición se quedaron atónitos cuando aquel hombre, un cineasta mexicano llamado Benjamín Tarver, les enseñó una muestra de su colección de negativos. Pertenecían a un tesoro que muchos investigadores habían estado buscando durante sesenta años: más de 4500 negativos de fotografías de la guerra civil española hechas por Robert Capa, su compañera Gerda Taro y el fotógrafo David Seymour, Chim. Estaban guardados en tres cajas en las que fueron transportados desde Europa, aunque cuando hablaban de ellos, los investigadores siempre se referían a una maleta. De ahí que a la colección se la conozca como La Maleta Mexicana. En 2007 Tarver entregó la totalidad de los negativos a la Fundación de los tres fotógrafos, entonces presidida por Cornell Capa quien, poco antes de morir, pudo ver cumplido el sueño de contemplar la tan buscada obra de su hermano.

La tía de Tarver resultó ser una hija del general Francisco J. Aguilar, embajador de México en Francia durante el régimen de Vichy, a quien alguien, no se sabe por qué, decidió confiar las tres cajas que contenían los negativos para ponerlos a salvo de los nazis. Capa ya había intentado sacarlos de París sin conseguirlo y cuando salió de Francia en 1939 encargó a su amigo Emérico Chiki Weisz su custodia. Cuando el ejército alemán entró en París Weisz consiguió huir llevando consigo las tres cajas de negativos que Capa le había confiado. Todo el material está muy bien conservado gracias al clima seco de Ciudad de México, pero aún así se emplearon las técnicas más modernas para desplegar los rollos. La editorial La Fábrica acaba de publicar la totalidad de estas fotografías en La Maleta Mexicana. Las fotografías redescubiertas de la guerra civil española de Robert Capa, Chim y Gerda Taro, dos volúmenes que recogen además artículos y comentarios de historiadores, investigadores y expertos en fotoperiodismo, que contextualizan las circunstancias de tan fabulosa colección. Estos días se estrena en España el documental La maleta mexicana, de Trisha Ziff, realizadora británica afincada en México, en el que se cuenta todo el proceso del rescate de las fotografías y se aborda también el apoyo de este país a la República española durante la guerra civil.

LAS CLAVES DEL TESORO

Los 4500 negativos cubren todo el desarrollo de la guerra civil española y además son un testimonio impagable de la metodología profesional de los primeros reporteros de guerra. Su trabajo no estaba pensado para mostrarse en exposiciones de museos y centros culturales, como viene haciéndose últimamente, sino dirigido a los lectores de diarios y revistas de los emergentes medios de comunicación gráficos. En la guerra civil española estuvo el germen del fotoperiodismo moderno y estas fotografías lo demuestran. Capa, Taro y Chim se convirtieron en estrellas del periodismo gráfico gracias a las imágenes captadas durante esta contienda. Una parte de las fotografías de la Maleta Mexicana habían sido publicadas en conocidas revistas de aquellos años: las francesas Vu, Regards y Ce Soir, las norteamericanas Life y Weekly Illustrated, la alemana Die Volks, las británicas Picture Post y London Illustrated… pero de sus negativos nunca más se supo. Hasta ahora. La única frustración de los investigadores fue la de constatar que tampoco en la Maleta Mexicana estaba el negativo de la famosa fotografía de Capa del miliciano herido de muerte en Cerro Muriano.

UN PAÍS EN GUERRA

Las fotografías son un testimonio de los frentes de guerra, de las ciudades sitiadas y bombardeadas, de muertos y heridos, de las penurias de los combatientes y de la población civil, de los refugiados en los campos franceses… Hay desfiles y grandes batallas, retratos de autoridades políticas y líderes revolucionarios, tanques reventados y ruinas humeantes. Pero el objetivo de los fotógrafos se preocupó también por registrar las escenas de la vida cotidiana en tiempos de guerra: gente poniendo la mesa, hombres leyendo el periódico, niños jugando, campesinos recogiendo las cosechas… violencia y tensión mezclada con la continuidad de una vida que se manifiesta en su normalidad. A veces la guerra inunda la cotidianidad, como cuando los soldados ayudan a los campesinos en la cosecha del trigo: hombres, mujeres, niños y soldados pertrechados de horcas y trillos, acompañados de asnos y perros, entremezclados en las labores del campo.

A veces se hace difícil asignar una autoría certera a algunas de estas fotografías (muchas de las publicadas estaban firmadas por Capa & Taro) ya que para los fotógrafos éste era un asunto secundario, pero algunas tienen el sello inconfundible de sus autores. Unas 800 fueron hechas por Gerda Taro, que estuvo en los frentes de Valencia y Córdoba, en la sierra de Madrid y en la batalla de Brunete, en la que perdió la vida. Suyas son las fotos de la ciudad de Madrid sitiada (entre ellas la de la estatua de la Cibeles fortificada para protegerla de los bombardeos), las de los soldados republicanos marchando al frente y las últimas de la batalla de Brunete, justo antes de su muerte. En la Maleta se incluyen también las fotografías que Capa inmortalizó de la batalla del Segre, su reportaje más extenso y dramático, las de la batalla de Cataluña, que cubrió impostado en el Quinto Cuerpo del general Líster, y sobre todo los 17 rollos de fotografías de la batalla de Teruel, en la misma secuencia cronológica en que fueron captadas, en la que acompañó a los dinamiteros que minaron las murallas de la ciudad e inmortalizó sus rostros para siempre. Y los de los soldados republicanos en plena lucha, casa por casa, para hacer salir de sus escondites a las tropas franquistas. Y las del asalto al cuartel de la guardia Civil.

En la maleta se guardaban también las fotografías de un episodio poco conocido de la guerra civil, las que Chim hizo a las fuerzas regulares indígenas, marroquíes captados por el bando franquista, a quienes se hizo creer que luchaban en una yihad contra los infieles rojos. Soldados anónimos que lucharon por una causa que no era la suya, que fueron utilizados como carne de cañón, murieron por miles y que, tras la victoria de Franco, fueron deportados en masa y devueltos a su país con una ínfima pensión. Chim inmortalizó también los sucesos de 1937 en el País Vasco y Asturias, hizo fotografías de Guernica antes y después del bombardeo, de niños jugando en las ruinas de Gijón, de mujeres de mineros asturianos ocupándose del trabajo de sus maridos mientras estaban en el frente.

LAS PRIMERAS FOTOS DE REFUGIADOS

Aunque la Primera Guerra Mundial también había provocado desplazamientos masivos, los de la guerra civil española fueron los primeros que cubrieron extensamente los medios impresos y audiovisuales. Capa, Taro y Chim fueron los autores que ilustraron el nacimiento gráfico del refugiado moderno, con sus fotografías del éxodo de miles de personas cruzando los pasos de montaña en los Pirineos, caminando sobre la  nieve, arrastrando sus enseres, hasta su hacinamiento en los campamentos improvisados que acogieron en Francia a los republicanos que huían de la persecución fascista. Campos de refugiados de Argelès-sur-mer, les Bacarès, Bram… donde se hacinaban miles de hombres, de mujeres y de niños en condiciones miserables y en donde morían diariamente decenas de refugiados (el día que Robert Capa llegó a Bram había aquí 17.000 refugiados y 44 fosas abiertas en el cementerio cercano para acoger los muertos de ese día). Las fotografías de Capa contribuyeron a sensibilizar las conciencias de todo el mundo ante el nuevo fenómeno y consiguieron movilizar a gran parte de la izquierda europea y americana en ayuda de los refugiados.

Hay también fotos inéditas de personajes conocidos: posiblemente las últimas de Federico García Lorca, otras nunca publicadas de Pasionaria, de Líster con Hemingway y con Malraux, de Largo Caballero, de Ilya Ehrenburg, de Alberti y María Teresa León, de Companys…

UN REGALO INESPERADO

En la Maleta Mexicana se encontraron también algunas fotografías inesperadas y desconocidas de Fred Stein, otro fotógrafo, amigo de Capa, Chim y Gerda Taro, prisionero de los nazis en diferentes campos de concentración en Francia, y que triunfó en los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. Entre ellas, muchas hechas a  Gerda Taro que seguramente Capa había guardado con los negativos de la guerra civil española en recuerdo de su amada, muerta hacía unos meses en España. Es la colección que recoge más fotografías de Gerda como nunca la habíamos visto, en diferentes escenarios y en actitudes inéditas: leyendo, escribiendo a máquina, haciendo muecas, guiñando un ojo, con su habitual cigarrillo, acompañada de amigos… y algunas de las pocas que se le hicieron en compañía de Robert Capa, en el Café du Dôme. En una de ellas, Capa y Gerda Taro se cruzan una mirada llena de ternura. Fueron hechas en el intervalo entre la subida de Hitler al poder en 1933, que provocó un éxodo de ciudadanos judíos procedentes de Alemania y los países centroeuropeos (el propio Stein huyó con su esposa Lilo) y el comienzo de la guerra en España. Además hay otras de escenas cotidianas, tomadas por la cámara de Stein en las calles de París, de músicos callejeros, de exiliados judíos en los cafés de Montparnasse, de muros cubiertos de carteles de propaganda política, de un ambiente en el que ya se avizoraba el fantasma de la guerra.frpastoriza@wanadoo.es

(*) Profesor de Información cultural

      de la Universidad Complutense de Madrid

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