Fotografía de Lartigue, escogida para la presentación de la exposición
Soy de la vieja escuela que ama la fotografía en blanco y negro. En comparación con la foto en color, el blanco y negro (y la infinita gama de grises) me parece que aportan mayor expresividad a la representación de la realidad.
Podemos ver en Madrid la exposición «Lartigue, el cazador de instantes felices. Fotografías a color». Lartigue, un longevo fotógrafo, que desarrolló su obra, entre amateur y profesional, desde finales del XIX hasta el último tercio de XX, ha sido siempre definido por su posición personal (de clase acomodada y siempre en relación con la élite) como un antecedente de Cartier Bresson, pero congelando instantes de felicidad
En esta exposición, de entre toda su vasta producción, se ha escogido una amplia representación de su obra en color. Esto es, un universo de felicidad… en colores. A comienzos de siglo, mientras experimentaba con la captura del movimiento (con los altos tiempos de exposición de la época y encuadres arriesgados (ejemplo, la foto del «coche deformado», que se copia a continuación), comenzó a trabajar con “estéreo-autocromos”, patentados por los hermanos Lumière, el único procedimiento para captar el color, existente entonces.
«El coche deformado», fotografía de Lartigue de 1912, cuando tenía 18 años
Cuando después de la guerra, llega el Kodachrome exclama emocionado:
“Dios mío, desde que tenía cinco años vengo pidiéndote: ¡por favor, déjame fotografiarlo todo en color.»
Ahí empieza una larga trayectoria, con instantáneas de brillante color y una dedicación más profesional al mundo de la moda y a la colaboración con las grandes revistas gráficas de la época. muy centrado en la burbuja feliz de la Costa Azul y con su esposa Florette .como constante modelo. Esta etapa es a la que se dedica la exposición sobre todo a través de diapositivas proyectadas en un tamaño comedido y con gran definición, lo que las hacen muy atractivas.
Volviendo al principio, si queremos mostrar un mundo feliz nuestra elección fotográfica tiene que ser el color. Pero el blanco y negro sigue siendo un lenguaje apropiado para la expresividad, los matices, las dudas y las preguntas.
El cadáver de un hombre con las manos atadas a la espalda yace en un calle de la pequeña localidad ucraniana de Bucha, cerca de Kiev. EFE/EPA/MIKHAIL PALINCHAK ATTENTION: GRAPHIC CONTENT
Hemos oído estos días calificar de insoportables a las imágenesque nos llegan de Bucha. El «caracter insoportable» de estas imágenes, testimonia los aparentes crímenes de guerra del ejército ruso contra la población civil de Ucrania. Crímenes aparentes: las imágenes podrían ser pruebas de cargo en un proceso, los testimonio recogidos por los reporteros internacionales también, pero es necesaria una investigación imparcial, como la que debería estar desarrollando ya el Tribunal Penal Internacional.
Lo que quiero subrayar en esta breve entrada es cómo los dirigentes europeos invocan es «carácter insoportable» para justificar una nueva ola de sanciones a Rusia.Lo que implícitamente están diciendo es que no actúan tanto por el crímen en sí, sino porque su representación visual es insoportable para sus opiniones públicas. Como ocurriera con la foto del pequeño Aylan, ahogado en una playa turca, hay un antes y un después de estas imágenes. A diferencia de la pipa de Magritte, estas imágenes en la práctica suplantan al acontecimiento.
Fotorreporteros y videorreporteros son el último eslabón de creadores, que empieza en Goya con sus Desastres de la Guerra, que representan el dolor de los otros para que tomemos conciencia y luchemos contra los criminales.El riesgo es que en nuestra civilización del espectáculo se banalicen y sean un entretenimiento más.
El valle de la sombra de la muerte, de Roger Fenton, 1855
(Esta entrada es un pequeño homenaje a fotógrafos y reporteros gráficos, que se juegan la vida para hacernos llegarlas imágenes del dolor de los otros)
Estamos saturados de imágenes de la guerra de Ucrania. Muchas son producidas por los propios ucranianos y difundidas por las redes sociales, pero la más poderosas son de origen profesional. La fotografía de conflictos nació en la guerra de Crimea (1853-1856).
EL Imperio Otomano se tambaleaba y Rusia, con la justificación de proteger a los cristianos ortodoxos, se expandía por el vacío dejado por los turcos. Las potencias occidentales no podían consentirlo. Cuando Moscú ocupa los principados de Danubio, Francia, Gran Bretaña y Piamonte se alían con el sultán y montan una expedición para conquistar Crimea. Los aliados sufren enfermedades y reveses militares y la guerra se hace impopular en Europa. El corresponsal de The Times William Howard Rusell lo cuenta, sin educorar la realidad, de modo que la guerra se hace todavía más impopular en Londres. Entonces el Príncipe Alberto encarga a su amigo Roger Fenton que vaya a fotografiar la guerra. Le pone como condición no mostrar soldados británicos muertos.
Fenton es el primer reportero «empotrado», esto es, encuadrado en una unidad militar, que facilita y condiciona su trabajo.
Se dedica, sobre todo, a fotografiar posando a los militares en sus actividades cotidianas. Fotografiar combates era imposible, con tiempos de exposición de varios minutos. Pero produce la imagen icónica, que abre esta entrada. En la batalla de Balaclava se produce el desastre de la carga de la Brigada Ligera. Teneyson cantó el hecho en un famoso poema. La carnicería fue tal, que el lugar comezó a llamarse «El Valle de la Sombra de la Muerte». La imagen de Fenton muestra los restos de los proyectiles de la artillería rusa, que masacraron a los británicos. No hay un solo muerto, pero el fantasma de la muerte aletea en medio de la desolación.
Mis amigos y antiguos compañeros de TVE, en el frente. Felidades y gracias por vuestro trabajo.
Clifford fotografió Cibeles cuando todavía era una fuente funcional, en la que se suministraban los aguadores.
Pocos gobiernos tan conservadores como el de Bravo Murillo (1851-52). Como todos los gobiernos conservadores, el de Bravo Murillo fue un gobierno de obras, en un momento, en que la España de Isabel II pugnaba por modernizarse, a través de losferrocarriles y las obras hidraúlicas. Se recurre para ello a empresas e ingenieros franceses.
Charles Clifford, uno de los pioneros de la fotografía desarrolla su trabajo en España en esa época. Fuera de Madrid fotografía los grades monumentos, pero en la capital -entonces, un poblachón manchego- documenta el proceso de modernización: el recién construido Congreso de los Diputados, la remodelación de la Puerta del Sol, la llegada del ferrocarril del Norte y la construción del Canal de Isabel II. Todo ello lo podemos ver en una exposición en la fundación Canal.
Usaba la técnica de colodión húmedo, que exigía extender una sustancia húmeda sobre una placa de cristal y hacer la foto antes de que esta emulsión se secara. Se realizaba con placas y cámaras de gran formato y el positivo se conseguía por contacto. Los largos tiempos de exposición imponían la inmovilidad de los modelos y objetos fotografiados. En exteriores, Clifford usa grandes panorámicas e impone a la multitud que va aparecer el posado sin movimiento. Hoy la ventaja de aquel formato es que se pueden hacer grandes ampliaciones, sin perder calidad.
La construcción del Puente de los Fraceses
Para que el ferrocarril del Norte llegue a la estación del Príncipe Pío hay que salvar el Manzanares con un puente, cuya construcción dirigen ingenieros franceses. Ni rastro de trabajadores, pero los franceses posan satisfechos con sus altos sombreros de copa.
La construción del canal de Isabel II trae el agua del río Lozoya a Madrid. Los madrileños tenemos que estarle agradecido a Bravo Murillo, porque sin esta obra la ciudad no sería lo que es. Clifford fue contratado para documentar el proceso constructivo. Sus fotos nos muestran una obra titánica, en la que personas y bestias partipan en condiciones que no debían ser mucho mejores que en la época de los romanos. La siguiente foto del Pontón de la Oliva, la primera presa del canal, así lo muestra.
Acueducto de la Retuerta (Pontón de la Oliva)
La serie de fotos de canal se muestra en un antiguo depósito de agua del s. XX, pero construido con bóvedas de ladrillo, como los acueductos fotografiados por Clifford.
Como final, dejo el vídeo introductorio del comisario de la exposición
Nuestra memoria del siglo XX está en gran medida vinculada a imágenes fotográficas producidas por la saga de lo alfonsos, como la que encabeza esta entrada de la proclamación de la II República en la Puerta del Sol. Ahora tenemos la oportunidad de hacer un recorrido por esta fotografías en la exposición ALFONSO:CUIDADO CON LA MEMORIA (enla Sala Canal de Isabel II). Su trabajossiempre estuvieron presidido por su caracterísco logo modernista,
Alfonso Sánchez García
El fundador de la saga comienza su andadura profesional con un trabajo pictorialista tadío, premiado en Nueva York, su mujer lavando en su casa de la call Fuencarral.
En esa misma casa de la calle Fuencarrall abre su primer estudio ,al que pronto acuden la élites madrileñas. Pero Alfonso también saca fuera del estudio la cámara de fuelle y placasde gran formato para producir composiciones para retratos colectivos como la lección de anatomía de Ramón y Cajal, que compositivamente no desmerece de la de Rembrandt, o estampas populares como la vendedora navideña de pavos.
La agencia de noticias
Alfonso siempre había colaborado con la prensa madrileña, pero en 1915 da un paso más y crea una agencia de prensa. En un Madrid donde pasaba todo lo que ocuría en España, en un ciudad en la que era posible llegar en 10 minutos a cualquier lugar, Alfoso, sus hijos o colaboradores documentan lo acontecimientos del final de reinado de Alfonso XIII, como el asesinato de Canalejas.
También atienden al emergente proceso de modernización.
Retratos
Todas las grades figuras de la edad de plata posan ante su cámara, en estudio o exteriores. Cuualquier estudiante ha visto estas imágenes en los libros de bachillerato. Me quedo con el retrato de Antonio Machado en en el café de las Salesas, que ademá de retratar al personaje, retrata el ambiente y la luz de los cafés, una institución entonces central en la vida cultural. Por cierto que tradicionalmente se eliminó del encuadre a la joven periodista que iba a entrevistar al maestro.
Los retratos colectivos
Prsonalmente me gustan más lo retratos colectivos, que antes y después de la proclamación de la Republica expresan la vitalidad popular.
Las ópticas luminosas y el gran tamaño de las placas permiten identificar a individuos entre grandes multitudes, como en esta manifestación conmemorativa del primer aniversario de la República.
Alfonsito en el Rif
Alfonso Sánchez Portela, «Alfonsito», obtiene un notable éxito profesional durante, hace ahora un siglo, la campaña del Rif y en concreto con sus fotos de Abdel Krim.
La guerra
Durante la guera , los alfonso siguen haciendo lo que habín hecho siempre, documentar acontecimientos y publicar en la prensa de Madrid, entonces en manos de lo partidos del Frente Popular. De esta época me quedo con dos imágenes, los cadáveres esparcidos en el patio de Cuartel de la Montaña, después de ser tomado por las milicias populares. Y el pueblo de Madrid, que huye de los bombardeos, durmiendo en el Metro.
Cuidado con la memoria
El título de la eposición recuerda una columna sin firmadel diario El Alcázar del 30 de julio de 1942, titulada “Cuidado con la memoria”. En ella se aludía al silencio y discreción con el que debía trabajar la firma, privada ahora de los permisos para ejercer el fotoperiodismo con el fin de evitar “provocar a los que tienen memoria, ofensas que perdonar y agravios que vencer”.
A partir de ahí Alfonso Sánchez Portela se centra en el retrato en su estudio de la Gran Vía por el quesigue pasando la socida madrileña. Con el paso del tiempo estos retratos van perdiendo frescura. Alfonsito es un personaje de otra época.
De exposición e n exposición, de foto en fot. Autorretrato – Torija (2019)
Si algo es la fotografía es perpetuación del pasado en una imagen, una lucha contra el paso del tiempo. Desde sus orígenes hasta el explosión de la imágenes digitales, el fotógrafo, profesional o aficionado, era muy consciente de esta dimensión casi mágica; gran parte de la producción fotográfica tenía como finalidad conservar un momento, preservar y compartir la imagen de un ser querido ¡Cuántas veces no habremos oído eso de «una foto de recuerdo»! Y como tal memoria del pasado se conservaban las fotografías.
Hoy la imagen fotográfica, banal y efímera, tiene como función esencial divertirnos. La mayoría de nuestras imágenes se olvidan tan pronto como se consumen. En el mejor de los casos quedan sumergidas en soportes físicos que pronto se pierden o en esa nube misteriosa explotada para todo tipo de fines por las empresas tecnológicas, sin que seamos conscientes de ello. Quizá algún día esas imágenes vuelvan a emerger y nos cuente una historia del pasado.
Eso es lo que hace una exposición fotográfica. Ya sea una antológica de un autor, ya una muestra temática, la sucesión de imágenes ordenadas con una cierta intención nos cuenta historias del pasado que irremediablemente se proyectan en el presente, mostrándonos un espejo en el que mirarnos y reconocernos.
En Madrid siempre hay al menos media docena de exposiciones fotográficas valiosas. Permanentemente en la Sala Canal de la Comunidad de Madrid, la Fundación Mapfre, a menudo el Círculo de Bellas Artes, la Fundación Canal, o La Fábrica, nos presentan muestras que van de las antológicas de autores nacionales o extranjeros, la fotografía artística. la callejera o el fotoperiodismo.
En el mes pasado he visitado algunas exposiciones que me han permitido vagabundear por el pasado, cual flâneur, que describiera Baudelaire y filosofara Walter Benjamin. Una exploración gozosa y arbitraria por otros tiempos y otros mundos a través de fotografías, de las que, a mi vez, tomo mis propias imágenes -sí, con el teléfono-: documentación y recuerdo de la actividad de mirar.
Aquí dejo las impresiones y las imágenes de esas exposiciones. Siento que alguna ya no esté disponible.
La fotografía prepara el terreno a los impresionistas: una inmersión en el mundo burgués
Paralelismo entre los estudios de movimiento de Muybridge y las bailarinas de Degas
En su primer medio siglo, la fotografía experimenta distintos procedimientos y soportes para fijar la imagen, todos ellos artesanales y laboriosos: daguerrotipos, cianotipos, papel a la albúmina, colodión húmedo.
Impresiona que en esta era primitiva, una verdadera edad de oro, la fotografía desarrollara todos los estilos y géneros -retrato, paisaje, fotografía documental y científica, foto artística, etnográfica y hasta fotoperiodismo, dejándonos el testimonio del mundo del siglo XIX en colecciones de imágenes de altísima calidad.
A partir de 1888 Eastman, su cámara Kodak y su película en rollo pondrán al alcance de amplias capas de aficionados la fotografía. En los años 20 ópticas luminosas y películas más sensibles conquistarán el gran reto pendiente: la verdadera instantánea.
Las primeros fotógrafos, unos provenientes del mundo científico, otros del mundo artístico, tienen a su disposición la herencia estética de la pintura. Aplican de forma natural las reglas de la composición y la perspectiva. Pero aportan planteamientos nuevos: la fragmentación de la mirada, la experimentación con la luz, la búsqueda del instante aunque se falsee con el posado, la congelación del tiempo (la cronofotografía de Muybridge). Y además de temáticas clásicas, como el retrato o el desnudo, cultivan nuevos temas, como el paisaje, las ciudades, los monumentos.
Los impresionistas y la fotografía, la exposición en el museo Thyssen (hasta el 26 de enero), hace dialogar a los maestros impresionistas con los fotógrafos contemporáneos, mostrando la similitudes en miradas, puntos de vista y temas.(Aquí el catálogo interactivo de la exposición)
¿Habría existido el impresionismo sin la fotografía?. Es una pregunta sin respuesta, pero que la fotografía influyó en los impresionistas está fuera de duda. Y, en paralelo, algunos fotógrafos, los pictorialistas, siempre deseosos de ver reconocido su trabajo como arte, siguieron la estela de ese mirada de impresiones para convertir sus imágenes en trasunto de pinturas. El pictorialismo, aclamado en su época, fue contestado por su artificiosidad desde comienzos del siglo XX por los defensores de la fotografía como mirada de la autenticidad. En España, siempre con retraso, el gran pictorialista fue Ortiz de Echagüe, un anacronismo, sí, pero con obras de gran belleza.
Si siempre resulta agradable contemplar a los impresionistas, en este caso es un placer observar los paralelismos entre fotógrafos y pintores y admirar copias originales de maestros como Nadar.
En mi particular viaje al pasado, fotos y pinturas me trasladan al universo burgués de la Francia del II Imperio y la III República, un mundo de caballeros y damas elegantes, que pasean entre el ajetreo de la ciudad, observan las grandes catedrales y se deleitan en contacto con la naturaleza. Una representación del mundo en el que el proletariado no existe, muy distinto del la novela naturalista imperante en la misma época.
Degas retrata a Rodin y Mallarmé
Me quedo con el retrato-autorretato de Degas a su amigos Rodin y Mallarmé, realizada en 1895 con una cámara Kodak recién adquirida. Un diálogo entre los tres personajes, en el que podemos atisbar reminiscencias de Las Meninas, y que, con toda su artificiosidad, nos retrotrae en el pasado para introducirnos en la intimidad de los artistas.
En búsqueda de la instántanea: de Galdós a Sorolla
Manuscrito de la Corte de Carlos IV (fotografía propia)
Me confieso galdosiano. Adolescente leí los Episodios Nacionales, que marcaron mi interés por la literatura y la historia. La exposición en la Biblioteca Nacional, que conmemora el centenario de la muerte de Galdós (hasta el 16 de febrero) es una oportunidad para explorar su rico universo. Emociona ver en las vitrinas los manuscritos de sus obras, resmas de cuartillas con una escritura rápida, corregida sobre la marcha.
El relato expositivo y el conjunto de objetos nos introduce en el rico universo galdosiano, popular y burgués a partes iguales. Sin embargo, las fotografías, la mayor parte de Frazen, nos remiten al mundo de los salones burgueses. Es notable el intento de conquistar la instantánea, mediante el posado, puesto que los tiempos de exposición no permitían todavía captar el instante.
Galdós lee una de sus obras en el salón del doctor Tolosa Latour – Frazen (1997)
Más elaborado todavía es el posado-autorretrato de la familia de Sorolla, realizado por su suegro el fotógrafo Antonio García Peris (de pie, en el centro) y que pude ver el año pasado en la exposición de Sorolla y la fotografía. En la fotografía de Frazen el posado pretende captar la expectación que causa la lectura del novelista; en la de García Peris, la cotidianidad de una familia de artistas. Pero ambas imágenes intentan representar el instante.
La familia de Sorolla – García Peris (1907)
En la exposición de la Biblioteca Nacional encontramos finalmente una genuina y magnífica instantánea. Galdós en 1915, anciano, casi ciego, acaricia a su perro en el jardín de su casa. El que lo ha sido todo, el que sigue siendo referente del republicanismo, el amante inconstante, se encuentra solo. «¿De soledad me va a hablar Vd. a mi que llevo enterrados tres perros?». La técnica ya lo permite y Alfonso consigue congelar el instante. En un montaje audiovisual que se muestra en la exposición se puede ver algunos segundos de metraje cinematográfico del novelista jugueteando con el perro.
Galdós y su perro – Alfonso (1915)
Caminando por la España de los 40 y los 60
Cela por los caminos de la Alcarria
Echarse al camino a andar y ver. Camilo José Cela recorrió las tierras de la Alcarria entre el 6 de y el 15 de junio de 1946 y de este viaje salió el que propio autor consideraba uno de sus mejores libros. Lo que no es muy conocido es que con el escritor anduvieron dos fotógrafos Karl Wlasak y Conchita Stichaner, que mostraron esa España rural apenas salida de la guerra a través de las fotografías que acompañaban el relato.
He descubierto la dimensión gráfica del famoso viaje en el museo de Torija dedicado al libro, al que llegué desde Brihuega después de asistir de a la entrega del premio Manu Leguineche a mi amigo José Antonio Guardiola. Allí, en Torija, junto los facsimiles de los cuadernos del viaje y objetos de aquel mundo perdido se encuentran las fotos del viaje.
Aquella España rural no la conocí, porque yo era uno de los pocos niños madrileños de aquella época «que no tenía pueblo», toda mi familia era madrileña. Pero desde luego no me resulta extraña. Las fotos me retrotraen a una España de penurias, extrema austeridad y de una normalidad impostada: pareciera que nunca había pasado nada, que la guerra no había tenido lugar o que, al menos, no mencionándola se conjuraban sus más terribles consecuencias.
De las imagenes que cuelgan en el museo he realizado con mis propias fotos este mosaico. En la foto del grupo de la escuela de niñas (desde las más pequeñas a adolescentes) todas modestamente vestidas, dominan las miradas tristes, hasta torvas. Y al lado, el poder duro del pueblo, el jefe local del movimiento, la guardia civil, los alguaciles. Falta en la imagen el poder blando, el cura del pueblo.
Collage de las fotos expuestas en el museo del Viaje a la Alcarria (Torija) (fotos propias)
Casi 20 años pasaron hasta que otro caminante llegara a Toledo, en 1962. Åke Åstrand, un joven sueco estudiante de fotografía viaje por España y pasa unos días en la Ciudad Imperial. Practica la fotografía callejera, desdeña los monumentos, busca fragmentos de vida en aquella ciudad pueblerina, con un incipiente turismo, que a aquel joven sueco le parecería el colmo del subdesarrollo, pero que mira con enorme ternura.
Åke fue luego director de fotografía, documentalista y piloto. Jubilado, ordena miles de fotografías y un buen día, a sus más de 80 años, se presenta en el Ayuntamiento de Toledo con un álbum, sus fotos de hace más de medio siglo: un regalo que hace presente el pasado. Este es su álbum y esta su historia.
Por aquellos años conocí Toledo, en un viaje escolar, en el que, por cierto, estaba el amigo que me ha hecho llegar este regalo. Quedé impresionado por su arte y por su magia, también un poco más adelante por el relato de la convivencia entre culturas (¿seguro?), por la visión de la Generación del 98, por la Casa Museo de Victorio Macho… Pero las fotos de Ake me llevan al mundo provinciano de aquella España que se quería desarrollar, pero que seguía siendo la de picaresca. Como muestra, la rifa de un 600.
Rifa de un Seat 600 en Toledo – Åke Åstrand (1962)
Viaje por la literatura latinoamericana
Borges – Daniel Morzinski (1978)
Con una simple visita a la Casa de América pude viajar de la mano de Daniel Mordzinski a la historia de la literatura latinoamericana de los últimos cuarenta años. Con 18 años, estudiante de cine, aprovechando un encuentro con Borges durante la realización de un documental, realizó una foto antológica. Con ella Mordzinski inauguraba una obra de retratos de escritores, que hoy es esencial como documento gráfico de nuestra literatura. Con un poco de audacia consiguió luego fotografiar a Cortázar y subido en la ola del boom se hizo imprescindible en cualquier acontecimiento literario.
Mordzinski tiene grandes retratos sobrios, como los de Cela, Ángel González u Octavio Paz en los que los ojos del personaje lo dicen todo. Pero quizá lo que más le caracteriza es lo que se ha dado en llamar «fotisnki», retratos que pretenden capturar la esencia del retratado a través de la puesta en escena. Los resultados son imágenes deslumbrantes, pero personalmente me interesa mucho menos estas aproximaciones a los personajes pensadas y preparadas que la instantánea que capta la verdad más allá de la máscara.
De estas «fotisnki» quizá una de las más conocidas sea la de Vargas Llosa escribiendo arrebujado en la cama a la luz de una vela, como el peruano hacía (con una linterna, no una vela) en su juventud. A mi la que más me gustó es un gran plano general de Sergio Ramírez sobre uno de los volcanes de su Nicaragua.
Me quedo de la exposición, por conocimiento del personaje, y por su espontaneidad con la de Francisco Ayala, de pie, como inquieto a la espera de algo, contemplado por su mujer Carolyn Richmond.
Francisco Ayala en Granada – Daniel Mordzinski
En esa lucha contra el pasado de todo fotógrafo, Mordzinski sufrió una derrota inesperada. El fotógrafo argentino tenía su archivo particular en un armario en el espacio que el diario francés tenía cedido a El País. En unas obras alguien decidió que en esta era digital aquellas antiguallas analógicas, los miles de negativos, copias en papel y diapositivas de Mordzinski, debían de ir a la basura. Algunos centenares de estos retratos habían sido digitalizados para su publicación en libros o periódicos, otros podrán recuperarse de copias en papel, no ya del negativo original, pero otros se habrán perdido para siempre.
Como la exposición ya está cerrada dejo este conversatorio con el fotógrafo.
Vivir es fotografiar
Autorretrato múltiple – Carlos Saura
Dejo para el final la exposición Carlos Saura, fotógrafo (Círculo de Bellas Artes, hasta el 12 de enero) porque para el cineasta vivir es fotografiar. Lo hizo como aficionado, como en ese soberbio autorretato familiar, como profesional un par de años, como observador de la España de los 50, voyeur de sus relaciones sentimentales y familiares, documentalista de su trabajo cinematográfico. Que el ojo active el corazón y el cerebro controle el encuadre: un disparo y ya está, el pasado capturado.
La familia Saura en Santander (1954)
De esa España de los 50 me quedo con esta foto de un Baroja ya gravemente enfermo, entrevistado en el lecho por Fernando Rey en lo que seguramente era un intento de documental dirigido por Bardem. Me emociona ver a Don Pío en tal estado y me produce ternura aquella forma de rodar, tomando foco según la distancia que se mide con una cinta métrica (colgando de la cámara). No he podido encontrar el documental, si es que acaso se llegó a terminar.
Baroja, Fernado Rey, Bardem, en una foto de Saura (foto propia tomada en la exposición)
Luego, un paseo por su producción cinematográfica, que a mi generación nos marcó. Pippermint Frapé, Ana y los lobos, Cría cuervos… Carmen y sus sucesivas obras musicales… Geraldine Chaplin, la niña Ana Torrent, Antonio Gades…
Descanso en el rodaje de Ana y los lo, bos (1972)
Y en fin, de cierre, el fotógrafo, el mirón, reflejado en los espejos múltiples de Las Meninas en uno de sus dibujos, los fotosaurios. Fotografía y pintura, siempre en paralelo, siempre de la mano.
Uno de los Fotosaurios (2016) (fotografía propia tomada en la exposición)
F. Ontañón. Del reportaje «La caza menor» en la Actualidad Española, luego convertido en libro (Destino, 1964)
¡Qué obviedad! ¿Cazador de imágenes? Todos los fotógrafos son cazadores de imágenes. Cazadores y fotógrafos proyectan el corazón con el vector del ojo para conseguir en, un caso, una pieza, en el otro, una imagen que congela un instante y le hace eterno.
Francisco Ontañón (1930-2008), como presenta la exposición Francisco Ontañón: oficio y creación (en la Sala Canal Isabel II, Madrid, hasta el 3 de noviembre) fue un fotógrafo de múltiples oficios, con una ambición creativa en todos ellos, productor de grandes imágenes. Pero no fue ni un fotorreportero con imágenes icónicas de grandes conflictos, ni un ladrón de instantes decisivos al modo de Cartier-Bresson. Y sin embargo, en la exposición encontramos un buen ejemplo de esa actitud del fotógrafo-cazador.
Ontañón acompaño a Delibes en sus partidas de caza entre 1961 y 1964 y fruto de su colaboración fueron primero un reportaje para la Actualidad Española y más tarde un libro sobre la caza menor.
En la vitrina la revista luce descolorida. Se puede leer el texto de Delibes. Cito de memoria. El pájaro había sido alcanzado. Los perros iban a recoger la pieza, pero el bicho seguía vivo, dando saltos para escapar escondiéndose entre la hojarasca. Allí estaba el fotógrafo, disparando sin descanso, muy cerca de la pieza. Los cazadores le gritaban -¡cógela. cógela!. Pero el seguía apretando el disparador, con gran enfado de la partida, que no entendían como el fotógrafo no cobraba la pieza y dejaba que se perdiera.
Delibes y Ontañón desarrollaron una amistosa colaboración. En una carta se identifica como el fotógrafo, ante el cazador, Delibes (veáse el vídeo insertado al final). De ahí el título de esta entrada.
Medio siglo de oficio, de oficios fotográficos, dan para mucho. Expresión artística, en AFAL y LaPalangana. Reporterismo en Europa Press. Reportajes en la Actualidad Española. Retratos y portadas de discos. Fotolibros. Portadas de libros. Fotoensayos en El País Semanal. Y colaboración con grandes escritores, periodistas y diseñadores: Delibes, Hermida, Manuel Vicent.
El artista
Aquel grupo genial (Cualladó, Masats, Pérez Siquier, Ontañon) abominaban de la calificación de artistas. Hoy vemos sus trabajos como una expresión humanista, de enorme autenticidad, en definitiva, imágenes artísticas, aunque no fueran concebidas como tales.
De la primera etapa de Ontañón (finales de los 50 y comienzos de los 60) me quedo con su autorretato, con evidentes afinidades con el Cualladó de la misma época y su retrato de una familia andaluza, en el que no sé si pudo influir la familia italiana de Paul Strand.
Autorretratos de Ontañon (1962) y Ontañon (1958)
Dos países mediterráneos, mundos rurales -más mísero el español-, siempre la madre en el centro. Que cada cual juzgue cuál es mejor fotografía. El posado más elaborado de Strand, el más espontáneo de Ontañon.
F. Ontañón, Familia andaluza (1960) / P. Strand, Familia italiana (1953)
El reportero gráfico
Ontañón se inicia profesionalmente como fotorreportero en Europa Press, entre 1958 y 1961 y durante los 60 y los 70 en la Actualidad Española, la gran revista gráfica de nuestro país, junto con la Gaceta Ilustrada. Por cierto, viendo los viejos ejemplares se aprecia la escasa calidad de las imágenes fotográficas. Las recordaba con más definición, al menos en la Gaceta.
El caso es que Ontañón venía de la escuela de los grandes contrastes como forma de expresión, y aquellas imágenes en las que el blanco se contrastaba con el negro encajaban mal en los requerimientos de la escala de grises que exigían los editores, dando lugar a constantes conflictos.
En su trabajo como reportero Ontañón destaca por la precisión, la exactitud, la imagen informativa, perfectamente encuadrada y siempre funcional.
Marlene Dietrich en Madrid, 1960, un buen ejemplo del Ontañón foto reportero
El creador de iconos
Como reportero de la Actualidad Española sigue a las estrellas emergentes de aquella España que apenas salía de la miseria. De esta faceta destaco sus fotografías de El Cordobés.
El Cordobés, 1964
En esa creación de los nuevos iconos populares destaca el trabajo de Ontañón con los jóvenes cantantes de los 60 y los 70. En la industria discográfica española todo estaba por inventar y el fotógrafo encuentra un estilo natural y directo, en exteriores, fuera del estudio, que es lo que estos jóvenes necesitaban. Esas imágenes se convierten en portadas de discos y Ontañon logra la confianza de los nuevos artistas, a los que irá siguiendo a lo largo de su carrera.
Portadas de discos de Ontañón
Mi generación tuvo acceso al pensamiento esencial gracias a los libros de bolsillo de Alianza Editorial. Sus portadas eran toda una declaración conceptual y convertían al libro en un icono. Estas portadas era fruto de la colaboración del diseñador Daniel Gil y Ontañón. Valga por todas la del superventas de las 1000 recetas de Simone Ortega.
Fotoensayos y grandes reportajes
Desde mediados de los 80 Ontañón trabajó casi en exclusiva para El País Semanal. De aquellos reportajes de la Actualidad Española, en blanco y negro, en el los que formatos no se respetaban y las fotos eran poco más que ilustraciones, se pasa en los 80 a la foto en color o blanco y negro concebida como un icono en si mismo para encajar (y a veces llenar) la página.
Realiza fotoensayos (la foto predomina sobre el texto), reportajes (fotos y texto se combinan) y fotos como punto de partida de un pequeño ensayo literario, como la serie que realizó con Manuel Vicent. En este oficio, la capacidad expresiva y la exactitud funcional se funden en grandes imágenes.
Página de El País Semanal
Y como cierre, el pequeño documental producido para la exposición.
Emociona ver desarrollarse ante nuestros ojos una nueva técnica expresiva.
En estos tiempos todos los días descubrimos nuevas formas de relato (de Twitter a YouTube, pasando por las stories de Instagram o los vídeos de 360º) que muchas veces desaparecen antes de que las hayamos dominado (Second Life, por ejemplo). En este presentismo no somos consciente del cambio revolucionario que supuso la eclosión de la fotografía a mediados del siglo XIX. La captación y reproducción de visitas de la realidad inauguró una nueva civilización, la Civilización de la Imagen.
Jean Laurent fue uno de los pioneros de la fotografía en España. Francés, instalado en España, primero como fabricante de papeles de lujo y luego como fotógrafo, cubre con su actividad tres décadas decisivas de la Historia de España, del reinado de Isabel II, la Gloriosa Revolución de 1868, Amadeo de Saboya, la I República hasta la Restauración alfonsina. Época de cambio político, de nuevas infraestructuras, de revolución industrial y de descubrimiento de España como destino éxotico y tesoro artístico.
En la exposición que pude visitar en Madrid en la Academia de Bellas Artes se realiza una reconstrucción casi arqueológica de las técnicas que empleó. Básicamente, para los negativos colodión húmedo y para los positivos papel albuminado. La muestra se cerró el 3 de marzo. Pido perdón por hacerme eco del acontecimiento demasiado tarde, porque erróneamente pensaba que estaba abierta hasta el 31 de marzo.
El colodión era una disolución de nitrato de celulosa en alcohol y éter que se extendía sobre una placa de vidrio y mientras estaba húmeda se sensibilizaba con un baño de yoduro de plata y se exponía antes de que se secara. Esto obligaba a fabricar las placas in situ y utilizarlas antes de 15 minutos. Esta emulsión gana sensibilidad con respecto a procedimientos anteriores como el calotipo (netativo-positivo en papel). Los tiempos de exposición pasan de minutos a segundos. El retrato es más cómodo y en los vistas de ciudades empiezan a aparecer personas, que con tiempos de exposición superiores no eran captadas.
Roger Fenton acudió a la guerra de Crimea con una carreta laboratorio y Laurent utilizó un carro más pequeño para recorrer España y Portugal.
Los laboratorios móviles de Roger Fenton y Jean Laurent
El carro laboratorio de Laurent se ha reconstruido para la exposición. Es el objeto más espectacular, pero en ella encontramos también las placas originales, las cajas que se utilizaban para guardarlas, chasis, una cámara con trípode de la época y sobre todo copias originales, albumes y documentación.
Cámara para la toma de varias imágenes sobre un mismo negativo
Laurent introdujo en España las fotografía múltiples en formato de tarjeta de visita, inventado por esos años en Francia por Disderi. Se utilizaban cámaras con varios objetivos, de modo que un mismo negativo pudiera impresionarse sucesivamente, lo que abarataba el proceso. El tamaño reducido de las copias dio origen a un género propio, la tarjeta de visita con el propio retrato, que la burguesía iba distribuyendo en su deambular por los salones.
En tres lustros, la fotografía fue capaz de afinar su relato en géneros propios, en gran parte deudores de la herencia pictórica, pero que adquieren sentidos y funcionalidades propias.
El gran retrato, con pretensiones de replicar a la pintura (pictorialismo) y su democratización en formatos como la tarjeta de visita. El paisaje como obra de arte, pero también como testimonio documental o simple postal turística. Las escenas cotidianas convertidas en documento etnográfico. Las imágenes incorporadas a objetos cotidianos, como abanicos. La búsqueda de la tridimensionalidad, con las primera cámaras esteorocópicas…. Todos estos géneros cultivó Laurent en sus treinta años de trabajos en España y de ellos se dan magníficos ejemplos en la exposición.
Si algo maravilla desde un punto de vista técnico es la calidad de la fotografías que pudimos ver en la exposición, la mayoría copias originales. Es en los paisajes donde se muestra la alta resolución propia de las placas de gran formato, 27×36 cm., positivadas en su momento a este mismo tamaño, pero que hoy permiten copias espectaculares, como una panorámica del puerto de Santander. Para la llegada de la película pancromática habría que esperar todavía varias décadas, y pues la emulsión de colodion no era sensible a la luz azul, los cielos aparecen permanente nublados.
Vista panorámica del puerto de Santander
La industria
Laurent, como los fotógrafos de la época, fue una mezcla de inventor, artesano, artista e industrial. Y esa actividad industria y comercial hizo -por decirlo en nuestros términos- sostenible la técnica.
La actividad comercial de Laurent tiene una primera pata en el estudio. Por el estudio pasan los grandes personajes para ser retratados, pero poco a poco los precios se abaratan y, por ejemplo, un pequeño artesano acudirá a retratarse el día de su boda. Y el estudio se convierte también en cenáculo artístico. El fotógrafo saca sus cámaras del estudio para retratar a Isabel II o al gobierno prosional de la Revolución del 68. Y, sobre todo, para dejar testimonio de patrimonio artístico, de escenas cotidianas, de las nuevas infraestructuras o de la actividad de unidades militares o cuerpos civiles de ingenieros.
Laurent llega a acuerdos con instituciones religiosas, civiles o militares para representar fotográficamente sus tesoros y actividades. Las fotos se convertirán en albumes-documentos que conservarán las propias instituciones y en postales, catálogos de retratos de personajes y vistas o guías de turismo que venderá el fotógrafo en su estudio de la Carretra de San Jerónimo, en la tienda que mantenía en París en el Boulevard Richelieu y hasta en el propio Museo del Prado. Es en prinicpio una actividad altamente lucrativa, mantenida por sus herederos, pero estos no pueden realizar las inversiones necesarias para seguir produciendo industrialmente nuevas copias. El fondo se vende y es explotado por distintos fotógrafos, el último Ruiz Vernacci, uno de los grandes fotógrafos de los años 20. Finalmente, es adquirido en 1975 por el Ministerio de Cultura y custodiado por el Instituto del Patrimonio Cultural.
El retrato
Baldomero Espatero, retratado como Príncipe de la Paz
Laurent es un gran retratista de la élite y en menor medida de grupos y personajes populares. En ambos casos es un retrato más institucional (en el caso de las élites) o de representación folklórica (en las clases populares) que espontáneo. Si su contemporáneo Nadar es esforzaba en Francia por captar la personalidad psicológica de los personajes del momento (el llamado «panteón de Nadar), Laurent prefiere las tomas de cuerpo entero, sin ninguna aproximación psicológica, pero sin acudir tampoco a representaciones escenográficas, con forillos simbólicos. Son retratos de gran sobriedad y también de gran verismo, que sin ningún artefacto retórico, no dejan de mostrar de manera transparente la personalidad del retratado.
Una España en cambio representada estáticamente
En las tres décadas de trabajo de Laurent España pasara por una Revolución, de la monarquía de Isabel II a la de Amadeo, después la I República, el golpe de Pavía, la Restauración alfonsina, dos guerras carlistas, la rebelión cantonal, guerras coloniales en Marruecos, las primeras huelgas… No se pueden pedir mayores convulsiones políticas y sociales. Al mismo tiempo, el país desarrolla infaestructuras básicas, puentes, ferrocarriles, puertos. Y toma conciencia de su gran tesoro artístico, en gran parte abandonado después de la Desamortización.
Esta España dinámica va a ser documentada por Laurent. Pero la técnica no permite todavía mover la cámara, acercarse a los movimientos de masas, captar el instante dramático. Por eso, vistas hoy esta fotos nos dan la imagen de un mundo estático, en orden, donde todo está en su sitio. Las pocas fotos de concentraciones humanas (como un homenaje en Madrid a Calderón) son grandes planos generales, donde la multitud son una sucesión de puntos casi sin definición.
Una de las tomas de Laurent de las pinturas negras todavía en las paredes de la Quinta del Sordo
A pesar del estatismo, el registro documental de Laurent tiene un valor incalculable. Un solo ejemplo, Laurent documento las pinturas negras de Goya antes de ser retiradas de la Quinta del Sordo, seguramente utilizado iluminación eléctrica. Las imágenes de Laurent nos muestran un espacio tenebroso en el que al entrar el espectador se sentiría sobrecogido.
Puesto que ya no es posible visitar la exposición aquí dejo el vídeo de la misma.
Tablón de anuncios de un pueblo de Lérida. 19 de abril 2018. Foto del autor
Una imagen -dicen- vale más que mil palabras.
Recordé esta imagen cuando ayer en un telediario escuché a una madre de alumnos del Instituto de San Andreu de la Barca (Barcelona) pedir que la política quede fuera de las aulas. La declaración venía a cuento de la denuncia de la Fiscalía en la que acusa a los profesores de ese Instituto de hacer comentarios humillantes sobre los guardias civiles, padres de alumnos, que intervinieron en la represión del referendum del 1 de octubre.
No puedo estar más de acuerdo -pensé. En los espacios educativos no se puede adoctrinar. Pero luego fui matizando mi pensamiento. Al margen de lo que dijeran o no los profesores, de si humillaron a los chicos y sus padres y de si tales conductas merecen una sanción penal, está claro que los alumnos de Secundaria o Bachillerato tienen que conocer y discutir los problemas de su sociedad. Cuando las posiciones están muy radicalizadas pueden aparecer tensiones. La función de los profesores es dar información no sesgada y lo más completa posible y neutralizar las tensiones, reconduciéndolas para construir valores comunes y puntos de entendimiento.
Vuelvo a la imagen. Los dibujos corresponden, sin duda, a niños pequeños, seguramente de primaria. No sabemos si dibujaron en la escuela o en su casa, animados por padres o profesores. Para todos aquellos que piensan que no existen tales «presos políticos», la foto es una prueba más de la intoxicación del independentismo desde la infancia.
Personalmente creo que lo que están mostrando es que esos niños se solidarizan con lo que perciben en su ambiente como un grave injusticia, lo mismo que lo hacen cuando se produce una catástrofe natural, un atentado terrorista o viven una guerra. Los niños están expresando sus miedos, sus deseos, la conexión con su comunidad, lo mejor de sí.
Dibujo infantil relativo al atentado de la sala Bataclan
La foto que encabeza esta entrada esta tomada en un pueblo de la Lérida rural, que prefiero no identificar. La Cataluña interior ha desconectado de España y la foto es una muestra más. La reconexión será difícil, si no imposible, pero pasa, en primer lugar por la normalización política.
Más que valer por mil palabras una buena imagen suscita mil ideas.
Autorretrato. Las imágenes recogidas aquí se han tomado en la exposición con un iPhone SE
«Gabriel Cualladó, fotágrafo amateur». Así rezaba la tarjeta de visita de este artista que nunca vivió de la fotografía. Cualladó herredó de su tío una empresa de camiones, que convirtió en una importante empresa de transportes urgentes. Pero la fotografía fue, desde muy joven, su gran pasión. La afición convertida en arte.
Un bonito título ese de fotógrafo amateur, fotógrafo aficionado, que en aquellos tiempos (de mitad del siglo XX a comienzos del XXI) implicaba un dominio de la técnica fotográfica, incluido el laboratorio. Entonces, el amateur era casi profesional. Más allá quedaban todos aquellos que tenían una cámara para recordar sus escenas familiares, pero que dependían de un laboratorio ajeno y no daban mayor trascendencia a su tarea.
Por supuesto, hoy hay una gran cantidad de fotógrafos aficionados, que dominan la técnica y el revelado digital y tratan de que sus fotos expresen algo, ya sea una sensación, un sentimiento o una historia. Pero para la inmensa mayoría la fotografía se ha convertido en una acción rutinaria, vinculada a la diversión compartida y a la exhibición personal. Somos porque nos mostramos en imágenes.
Nada que ver un selfie exhibicionista con el retrato de Cualladó, que abre la exposición que hasta el 29 de abril se puede visitar en la madrileña Sala Canal de Isabel II. Un hombre todavía joven se muestra en su cotidianidad, en camiseta, como por entonces se estaba en casa en el verano. Mirada decidida y sincera, que entabla diálogo con el espectador. Claroscuro con una magnífica luz -siempre natural- lateral.
Apenas conocía la obra de Cualladó. Confieso que me interesa mucho más la fotografía social y narrativa de Català-Roca y de entre los de su generación Massat y Sanz Lobato. Como otros compañeros de su época, Cualladó trabaja en clave baja, pero hasta tal punto que las masas negras, que dan al escenario una testura material especialmente densa, prácticamente anulan el contexto. Sin duda es una técnica buscada para concentrarse en lo esencial, el personaje. Porque Cualladó es sobre todo un retratista que busca el diálogo de las miradas.
Retrato de la madre
En este retrato de su madre abre el plano para mostar la soledad de la anciana en la estancia desprovista de todo, sentada junto a la mecedora vacía, presencia del padre fallecido. Pero casi siempre la dedicación al sujeto es casi total. Mi mujer me hizo ver como, en la siguiente foto, hablan las retorcidas manos de esta niña, completamente concentrada en salvar ese sendero resbaladizo, que en su desvalimiento se clava las uñas en una peculiar forma de autodefensa.
Por supuesto, en la exposición podemos encontrar momentos decisivos , como esa mano indolente que sale de la ventana de la Cervecería Alemana, pero creo que al autor no le interesaba tanto como a Cartier-Bresson mostrar una conjunción de elementos visuales que revelen una dimensión especial de la realidad, simplemente respondía intuitivamente al estímulo. Lo que más me han gustado son sus encuadres, que rompen las reglas de la buena composición, pero que son tremendamente personales y efectivos, concentrados en atraer la atención a lo esencial.
Cervecería Alemana
Para cierre me quedo con una foto en la que el retrato sí está encuadrado en su contexto. La pareja de ancianos, concentrados en su merienda, en el que fue escenario de una fiesta de año nuevo, en el que flota la nostalgia del tiempo pasado. Tempus fugit.
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