Paseando por el pasado, de foto en foto


Auto Torija

De exposición e n exposición, de foto en fot. Autorretrato – Torija (2019)

Si algo es la fotografía es  perpetuación del pasado en una imagen, una lucha contra el paso del tiempo. Desde sus orígenes hasta el explosión de la imágenes digitales, el fotógrafo, profesional o aficionado, era muy consciente de esta dimensión casi mágica; gran parte de la producción fotográfica tenía como finalidad conservar un momento, preservar y compartir la imagen de un ser querido ¡Cuántas veces no habremos oído eso de «una foto de recuerdo»! Y como tal memoria del pasado se conservaban las fotografías.

Hoy la imagen fotográfica, banal y efímera, tiene como función esencial divertirnos. La mayoría de nuestras imágenes se olvidan tan pronto como se consumen. En el mejor de los casos quedan sumergidas en soportes físicos que pronto se pierden o en esa nube misteriosa explotada para todo tipo de fines por las empresas tecnológicas, sin que seamos conscientes de ello. Quizá algún día esas imágenes vuelvan a emerger y nos cuente una historia del pasado.

Eso es lo que hace una exposición fotográfica. Ya sea una antológica de un autor, ya una muestra temática, la sucesión de imágenes ordenadas con una cierta intención nos cuenta historias del pasado que irremediablemente se proyectan en el presente, mostrándonos un espejo en el que mirarnos y reconocernos.

En Madrid siempre hay al menos media docena de exposiciones fotográficas valiosas. Permanentemente en la Sala Canal de la Comunidad de Madrid, la Fundación Mapfre, a menudo el Círculo de Bellas Artes, la Fundación Canal, o La Fábrica, nos presentan muestras que van de las antológicas de autores nacionales o extranjeros, la fotografía artística. la callejera o el fotoperiodismo.

En el mes pasado he visitado algunas exposiciones que me han permitido vagabundear por el pasado, cual flâneur, que describiera Baudelaire y filosofara Walter Benjamin. Una exploración gozosa y arbitraria por otros tiempos y otros mundos a través de fotografías, de las que, a mi vez, tomo mis propias imágenes -sí, con el teléfono-: documentación y recuerdo de la actividad de mirar.

Aquí dejo las impresiones y las imágenes de esas exposiciones. Siento que alguna ya no esté disponible.

La fotografía prepara el terreno a los impresionistas: una inmersión en el mundo burgués

impresionistas

Paralelismo entre los estudios de movimiento de Muybridge y las bailarinas de Degas

En su primer medio siglo, la fotografía experimenta distintos procedimientos y soportes para fijar la imagen, todos ellos artesanales y laboriosos: daguerrotipos, cianotipos, papel a la albúmina, colodión húmedo.

Impresiona que en esta era primitiva, una verdadera edad de oro, la fotografía desarrollara  todos los estilos y géneros -retrato, paisaje, fotografía documental y científica, foto artística, etnográfica y hasta fotoperiodismo, dejándonos el testimonio del mundo del siglo XIX en colecciones de imágenes de altísima calidad.

A partir de 1888 Eastman, su cámara Kodak y su película en rollo pondrán al alcance de amplias capas de aficionados la fotografía. En los años 20 ópticas luminosas y películas más sensibles conquistarán el gran reto pendiente: la verdadera instantánea.

Las primeros fotógrafos, unos provenientes del mundo científico, otros del mundo artístico, tienen a su disposición la herencia estética de la pintura. Aplican de forma natural las reglas de la composición y la perspectiva. Pero aportan planteamientos nuevos: la fragmentación de la mirada, la experimentación con la luz, la búsqueda del instante aunque se falsee con el posado, la congelación del tiempo (la cronofotografía de Muybridge). Y además de temáticas clásicas, como el retrato o el desnudo, cultivan nuevos temas, como el paisaje, las ciudades, los monumentos.

Los impresionistas y la fotografía, la exposición en el museo Thyssen (hasta el 26 de enero), hace dialogar a los maestros impresionistas con los fotógrafos contemporáneos, mostrando la similitudes en miradas, puntos de vista y temas.(Aquí el catálogo interactivo de la exposición)

¿Habría existido el impresionismo sin la fotografía?. Es una pregunta sin respuesta, pero que la fotografía influyó en los impresionistas está fuera de duda. Y, en paralelo, algunos fotógrafos, los pictorialistas, siempre deseosos de ver reconocido su trabajo como arte, siguieron la estela de ese mirada de impresiones para convertir sus imágenes en trasunto de pinturas. El pictorialismo, aclamado en su época, fue contestado por su artificiosidad desde comienzos del siglo XX por los defensores de la fotografía como mirada de la autenticidad. En España, siempre con retraso, el gran pictorialista fue Ortiz de Echagüe, un anacronismo, sí, pero con obras de gran belleza.

Si siempre resulta agradable contemplar a los impresionistas, en este caso es un placer observar los paralelismos entre fotógrafos y pintores y admirar copias originales de maestros como Nadar.

En mi particular viaje al pasado, fotos y pinturas me trasladan al universo burgués de la Francia del II Imperio y la III República, un mundo de caballeros y damas elegantes, que pasean entre el ajetreo de la ciudad, observan las grandes catedrales y se deleitan en contacto con la naturaleza. Una representación del mundo en el que el proletariado no existe, muy distinto del la novela naturalista imperante en la misma época.

Degas Rodin Mallarme

Degas retrata a Rodin y Mallarmé

Me quedo con el retrato-autorretato de Degas a su amigos Rodin y Mallarmé, realizada en 1895 con una cámara Kodak recién adquirida. Un diálogo entre los tres personajes, en el que podemos atisbar reminiscencias de Las Meninas, y que, con toda su artificiosidad, nos retrotrae en el pasado para introducirnos en la intimidad de los artistas.

En búsqueda de la instántanea: de Galdós a Sorolla

Episodios nacionales

Manuscrito de la Corte de Carlos IV (fotografía propia)

Me confieso galdosiano. Adolescente leí los Episodios Nacionales, que  marcaron mi interés por la literatura y la historia. La exposición en la Biblioteca Nacional, que conmemora el centenario de la muerte de Galdós (hasta el 16 de febrero) es una oportunidad para explorar su rico universo. Emociona ver en las vitrinas los manuscritos de sus obras, resmas de cuartillas con una escritura rápida, corregida sobre la marcha.

El relato expositivo y el conjunto de objetos nos introduce en el rico universo galdosiano, popular y burgués a partes iguales. Sin embargo, las fotografías, la mayor parte de Frazen, nos remiten al mundo de los salones burgueses. Es notable el intento de conquistar la instantánea, mediante el posado, puesto que los tiempos de exposición no permitían todavía captar el instante.

Galdos Frazen

Galdós lee una de sus obras en el salón del doctor Tolosa Latour – Frazen (1997)

Más elaborado todavía es el posado-autorretrato de la familia de Sorolla, realizado por su suegro el fotógrafo Antonio García Peris (de pie, en el centro) y que pude ver el año pasado en la exposición de Sorolla y la fotografía. En la fotografía de Frazen el posado pretende captar la expectación que causa la lectura del novelista; en la de García Peris, la cotidianidad de una familia de artistas. Pero ambas imágenes intentan representar el instante.

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La familia de Sorolla – García Peris (1907)

En la exposición de la Biblioteca Nacional encontramos finalmente una genuina y magnífica instantánea. Galdós en 1915, anciano, casi ciego, acaricia a su perro en el jardín de su casa. El que lo ha sido todo, el que sigue siendo referente del republicanismo, el amante inconstante, se encuentra solo. «¿De soledad me va a hablar Vd. a mi que llevo enterrados tres perros?». La técnica ya lo permite y Alfonso consigue congelar el instante. En un montaje audiovisual que se muestra en la exposición se puede ver algunos segundos de metraje cinematográfico del novelista jugueteando con el perro.

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Galdós y su perro – Alfonso (1915)

Caminando por la España de los 40 y los 60

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Cela por los caminos de la Alcarria

Echarse al camino a andar y ver. Camilo José Cela recorrió las tierras de la Alcarria entre el 6 de y el 15 de junio de 1946 y de este viaje salió el que propio autor consideraba uno de sus mejores libros. Lo que no es muy conocido es que con el escritor anduvieron dos fotógrafos Karl Wlasak y Conchita Stichaner, que mostraron esa España rural apenas salida de la guerra a través de las fotografías que  acompañaban el relato.

He descubierto la dimensión gráfica del famoso viaje en el museo de Torija dedicado al libro, al que llegué desde Brihuega después de asistir de a la entrega del premio Manu Leguineche a mi amigo José Antonio Guardiola. Allí, en Torija, junto los facsimiles de los cuadernos del viaje y objetos de aquel mundo perdido se encuentran las fotos del viaje.

Aquella España rural no la conocí, porque yo era uno de los pocos niños madrileños de aquella época «que no tenía pueblo», toda mi familia era madrileña. Pero desde luego no me resulta extraña. Las fotos me retrotraen a una España de penurias, extrema austeridad y de una normalidad impostada: pareciera que nunca había pasado nada, que la guerra no había tenido lugar o que, al menos, no mencionándola se conjuraban sus más terribles consecuencias.

De las imagenes que cuelgan en el museo he realizado con mis propias fotos este mosaico. En la foto del grupo de la escuela de niñas (desde las más pequeñas a adolescentes) todas modestamente vestidas, dominan las miradas tristes, hasta torvas. Y al lado, el poder duro del pueblo, el jefe local del movimiento, la guardia civil, los alguaciles. Falta en la imagen el poder blando, el cura del pueblo.

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Collage de las fotos expuestas en el museo del Viaje a la Alcarria (Torija) (fotos propias)

Casi 20 años pasaron hasta que otro caminante llegara a Toledo, en 1962. Åke Åstrand, un joven sueco estudiante de fotografía viaje por España y pasa unos días en la Ciudad Imperial. Practica la fotografía callejera, desdeña los monumentos, busca fragmentos de vida en aquella ciudad pueblerina, con un incipiente turismo, que a aquel joven sueco le parecería el colmo del subdesarrollo, pero que mira con enorme ternura.

Åke fue luego director de fotografía, documentalista y piloto. Jubilado, ordena miles de fotografías y un buen día, a sus más de 80 años, se presenta en el Ayuntamiento de Toledo con un álbum, sus fotos de hace más de medio siglo: un regalo que hace presente el pasado. Este es su álbum y esta su historia.

Por aquellos años conocí Toledo, en un viaje escolar, en el que, por cierto, estaba el amigo que me ha hecho llegar este regalo. Quedé impresionado por su arte y por su magia, también un poco más adelante por el relato de la convivencia entre culturas (¿seguro?), por la visión de la Generación del 98, por la Casa Museo de Victorio Macho… Pero las fotos de Ake me llevan al mundo provinciano de aquella España que se quería desarrollar, pero que seguía siendo la de picaresca. Como muestra, la rifa de un 600.

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Rifa de un Seat 600 en Toledo – Åke Åstrand (1962)

Viaje por la literatura latinoamericana

Borges

Borges – Daniel Morzinski (1978)

Con una simple visita a la Casa de América pude viajar de la mano de Daniel Mordzinski a la historia de la literatura latinoamericana de los últimos cuarenta años. Con 18 años, estudiante de cine, aprovechando un encuentro con Borges durante la realización de un documental, realizó una foto antológica. Con ella Mordzinski inauguraba una obra de retratos de escritores, que hoy es esencial como documento gráfico de nuestra literatura. Con un poco de audacia consiguió luego fotografiar a Cortázar y subido en la ola del boom se hizo imprescindible en cualquier acontecimiento literario.

Mordzinski tiene grandes retratos sobrios, como los de Cela, Ángel González u Octavio Paz en los que los ojos del personaje lo dicen todo. Pero quizá lo que más le caracteriza es lo que se ha dado en llamar «fotisnki», retratos que pretenden capturar la esencia del retratado a través de la puesta en escena. Los resultados son imágenes deslumbrantes, pero personalmente me interesa mucho menos estas aproximaciones a los personajes pensadas y preparadas que la instantánea que capta la verdad más allá de la máscara.

De estas «fotisnki» quizá una de las más conocidas sea la de Vargas Llosa escribiendo arrebujado en la cama a la luz  de una vela, como el peruano hacía (con una linterna, no una vela) en su juventud. A mi la que más me gustó es un gran plano general de Sergio Ramírez sobre uno de los volcanes de su Nicaragua.

Me quedo de la exposición, por conocimiento del personaje, y por su espontaneidad con la de Francisco Ayala, de pie, como inquieto a la espera de algo, contemplado por su mujer Carolyn Richmond.

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Francisco Ayala en Granada – Daniel Mordzinski

En esa lucha contra el pasado de todo fotógrafo, Mordzinski sufrió una derrota inesperada. El fotógrafo argentino tenía su archivo particular en un armario en el espacio que el diario francés tenía cedido a El País. En unas obras alguien decidió que en esta era digital aquellas antiguallas analógicas, los miles de negativos, copias en papel y diapositivas de Mordzinski,  debían de ir a la basura. Algunos centenares de estos retratos habían sido digitalizados para su publicación en libros o periódicos, otros podrán recuperarse de copias en papel, no ya del negativo original, pero otros se habrán perdido para siempre.

Como la exposición ya está cerrada dejo este conversatorio con el fotógrafo.

Vivir es fotografiar

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Autorretrato múltiple – Carlos Saura

Dejo para el final la exposición Carlos Saura, fotógrafo (Círculo de Bellas Artes, hasta el 12 de enero) porque para el cineasta vivir es fotografiar. Lo hizo como aficionado, como en ese soberbio autorretato familiar, como profesional un par de años, como observador de la España de los 50, voyeur de sus relaciones sentimentales y familiares, documentalista de su trabajo cinematográfico. Que el ojo active el corazón y el cerebro controle el encuadre: un disparo y ya está, el pasado capturado.

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La familia Saura en Santander (1954)

De esa España de los 50 me quedo con esta foto de un Baroja ya gravemente enfermo, entrevistado en el lecho por Fernando Rey en lo que seguramente era un intento de documental dirigido por Bardem. Me emociona ver a Don Pío en tal estado y me produce ternura aquella forma de rodar, tomando foco según la distancia que se mide con una cinta métrica (colgando de la cámara). No he podido encontrar el documental, si es que acaso se llegó a terminar.

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Baroja, Fernado Rey, Bardem, en una foto de Saura (foto propia tomada en la exposición)

Luego, un paseo por su producción cinematográfica, que a mi generación nos marcó. Pippermint Frapé, Ana y los lobos, Cría cuervosCarmen y sus sucesivas obras musicales… Geraldine Chaplin, la niña Ana Torrent, Antonio Gades…

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Descanso en el rodaje de Ana y los lo, bos (1972)

Y en fin, de cierre, el fotógrafo, el mirón, reflejado en los espejos múltiples de Las Meninas en uno de sus dibujos, los fotosaurios. Fotografía y pintura, siempre en paralelo, siempre de la mano.

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Uno de los Fotosaurios (2016) (fotografía propia tomada en la exposición)

De regalo este documental.

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El Génesis según Sebastião Salgado


Deslumbrado por las fotos de Salgado. Por la belleza de sus contrastes, de su gama de tonos casi infinitos entre el blanco y el negro… En el Caixaforum de Madrid podemos disfrutar del último proyecto del brasileño y reflexionar tanto sobre la relación hombre-naturaleza como sobre el poder de la imagen.

Génesis – S. Salgado – Río Cuiabá (Brasil) – 2011

El evangelio ecológico de Salgado

No es el «momento decisivo». Es el tiempo primigenio. O al menos eso es lo que pretende mostrarnos Salgado con este proyecto en el que ha empleado ocho año y ha recorrido 32 países en cinco continentes.

Agua, fuego, tierra se combinan en su paleta fotográfica para explorar los lugares más recónditos donde el hombre no ha llegado o permanece en equilibrio con la naturaleza… La vida que explota en los desiertos helados de las Shetland del Sur, en el Pantanal o la Amazonia brasileña, en la sabana africana. La vida que cuida a las crías. La vida que devora. Y los hombres que subsisten en las regiones heladas, en el aislamiento amazonico o en la selva de Sumatra o en los desiertos de Sudán.

El compromiso no es, como en los anteriores proyectos, con los trabajadores, con los sin tierra, con los migrantes, con los hombres, en definitiva, agentes y víctimas del progreso. Esta vez el compromiso es con la Madre Tierra. La buena nueva de Salgado es que el 46% de nuestro planeta subsiste como en el día del Génesis.

El fotógrafo brasileño se ha convertido en apóstol de la conservación. Y uso el término apóstol con toda intención. Salgado utiliza sus potentes imágenes para pedirnos que preservemos ese 46% en teoría intacto y que recuperemos lo que hemos destruido. Lo hace también con el ejemplo: ha reforestado su hacienda familiar  de 1.000 Ha. en Minas Gerais.

Lo explica, como un gurú global, en artículos y conferencias (por ejemplo The silent drama of photography, que está entre los vídeos de la lista de reproducción insertada al final de esta entrada):

He concebido este proyecto como un camino potencial para que la humanidad se redescubra en la naturaleza. Lo he denominado Génesis porque, en lo posible, quiero regresar a los inicios del planeta: al aire, el agua y el fuego que alumbraron la vida; a las especies animales  que han resistido la domesticación y permanecen todavía ‘salvajes’, a las tribus remotas cuya ‘primitiva’ forma de vida pervive todavía ampliamente originaria; a los ejemplos que perviven de las más primitivas formas de asentamiento y organización humana. Y eso para proponer que este mundo sin contaminar sea preservado y, donde sea posible, expandido, de modo que el desarrollo no conlleve automáticamente destrucción.

Mujeres de la etnia zo’e de Towari Ypy, amazonia (Brasil) – S. Salgado – Génesis

¿Como en el día del Génesis?

Salgado, por supuesto, incardina en su trabajo el desarrollo evolutivo de la naturaleza, que documenta en esas fotos de los caparazones de los enormes galápagos o las garras de grandes reptiles, en las especies alimentándose de otras especies.

Ese propósito de volver a lo primigenio no deja de ser ilusorio. Para fotografiar a los pingüinos de las Shetland del Sur  el fotógrafo ha navegado hasta las aguas árticas; usado globos aerostáticos o avionetas para sobrevolar los rebaños de la sabana; ha intervenido, en definitiva, en una naturaleza en la que el hombre está ya presente de una forma u otra. Contactar con los grupos humanos de la Amazonia es, se quiera o no, es insertarlos en la Historia.

Las imágenes nos trasladan al Paraíso. Pero un paraíso en el que también imperan -aunque no salgan en la foto- los parásitos, las enfermedades, las tradiciones brutales. ¿Es posible la mejora de las condiciones de vida de estas poblaciones ancestrales manteniendo su equilibrio con la naturaleza? Imposible con las leyes inmisericordes de la explotación capitalista. Difícil aún con la mejor voluntad.

Verdad, belleza y técnica

Que las fotos de Salgado son bellas, muy bellas, está fuera de duda.

¿Tan deslumbrantes que embellecen la realidad y, por tanto, mienten? Esta es la conocida acusación de Susan Sontag:

Una foto puede ser terrible y bella. Otra cuestión: si puede ser verdadera y bella. Este es el principal reproche a las fotografías de Sebastião Salgado. Porque la gente, cuando ve una de esas fotos, tan sumamente bellas, sospecha. Con Salgado hay otro tipo de problemas. Él nunca da nombres. La ausencia de nombres limita la veracidad de su trabajo. Ahora bien: con independencia de Salgado y sus métodos, no creo yo que la belleza y la veracidad sean incompatibles. Pero es verdad que la gente identifica la belleza con el fotograma y el fotograma, inevitablemente, con la ficción.

Las críticas de Sontag respecto a la calidad del trabajo documental de Salgado puede que tuvieran sentido en proyectos como Éxodos  o la Mina de oro de Serra Pelada, con un componente de denuncia social, pero no en Génesis. Y no obstante, persiste la pregunta fundamental ¿se traiciona la realidad cuando se muestra en sus registros más vibrantes, cuando el mundo se nos ofrece como un placer estético? Creo que no, que tanto nos solidarizamos con el otro cuando vemos el sufrimiento, como nos concienciamos de nuestra inserción en la natural cuando disfrutamos de bellas imágenes como estas. Pero el debate viene desde el origen de la fotografía y, desde luego, no se cerrará con Salgado.

El blanco y negro, los fuertes contrastes, las fotos a contraluz son parte del estilo de Salgado. Una técnica convertida en estilo, un estilo, en palabras otra vez de Salgado, al servicio del punto de vista:

La técnica es una variable que tú utilizas para expresar  ese punto de vista y sólo es importante hasta que la dominas completamente. Cuando la técnica deja de ser una variable y se transforma en una constante, porque la has asimilado de una forma personal y te sientes a gusto con ella, entonces se convierte en el papel sobre el que tú vas a escribir. Cada uno tiene su técnica, pero eso no es lo importante, igual que tampoco lo es la elección del blanco y negro o del color. Lo verdaderamente importante es cómo tú, persona implicada en el momento histórico, vas a recibir informaciones del mundo en el que estás viviendo, las vas a ecuacionar en tu cabeza y vas a intervenir en esa realidad a través de la materialización de todo ese proceso.

Para este proyecto Salgado abandonó la Leica y apostó por el medio formato, la cámara Pentax 645 y la película Tri-X 320. Lograba así el grado de detalle que requieren las grandes ampliaciones. Pero conforme el trabajo avanzaba el material planteaba serias problemas, con un cada vez más difícil suministro y, sobre todo, dificultades con los escáneres de los aeropuertos, llegando incluso al velado de rollos ya impresionados.

En la última parte del trabajo Salgado da el salto digital y el proyecto y las tomas se hacen con la cámara EOS-1Ds Mark III, simplificando y al mismo tiempo complicando el proyecto, pues a partir del archivo raw se produce un negativo clásico y desde ahí se amplía. El proceso está explicado en este artículo de Philippe Bachelier. Salgado no le ha hecho ascos a los filtros digitales DxO FilmPack para simular la textura del blanco y negro analógico, lo que no deja de suscitar escándalo de los puristas.

Para coleccionistas, el enlace a la editorial Taschen, donde podemos comprar un libro de los 50 a 3.000 €. Y para los demás, esta lista de reproducción de vídeos de Salgado.

España antes de la globalización en las fotos de Català-Roca


Català-Roca – El Piropo – Sevilla

No hay mejor radiografía de la España de los años 50 que esta fotografía de Francesc Català-Roca. Tarde de abril en Sevilla. Semana Santa. El mundo femenino cerrado en si mismo. La represión masculina.  Curas, policías y militares, omnipresentes, vigilantes. El fotógrafo podría haber retratado sólo alguno de estos mundos, pero tuvo el acierto de unirlos todos en una prodigiosa composición.

En los años 50 cada lugar del mundo era propio y distinto. La exposición Magnum First,  a la que dediqué la última entrada, me sugirió esta idea. He tenido ocasión de reafirmarla al visitar la exposición Catalá-Roca – Obras Maestras en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

Los reportajes fotográficos de Català-Roca de los años 50 nos muestran esa España genuina, la España diferente, no de las campañas turísticas de Fraga, no necesariamente la de fiestas arcaicas, sino  la de la vida, propia y distinta, que se manifestaba espontáneamente en las calles de las grandes ciudades. Por cierto, que estos reportajes de ciudades se realizaron como ilustración para las míticas guías turísticas de Destino.

Català-Roca – Señoritas paseando por la Gran Vía de Madrid

Catalá Roca – Organillero en Madrid

Català-Roca, uno de los grandes maestros de documentalismo español, fue muy consciente de que fotografiaba un mundo que se desvanecía ante sus ojos. Su papel es el testigo, sin veleidades artísticas ni fetichismo respecto a la obra única. Y sin embargo, sus fotos son verdaderas obras de arte, que ganan  cuando, como en la exposición, las vemos en su formato original, el formato medio.

Català Roca – Limpiabotas

Botijero, vendedor de canciones, afilador, lechera, aguador, organillero… son todos oficios desparecidos que vemos retratados en la exposición. Y es que, como indicaba el propio autor, en cinco años aquel mundo habría desaparecido.

Català Roca – Luis Miguel Dominguín – Carrascosa del Campo

La exposición recoge el reportaje del festival taurino que Luis Miguel Domínguín regaló a Carrascosa del Campo, Cuenca, en 1954. El pueblo engalana su miseria para recibir un rayo de glamaour (entonces se diría distinción) de Domiguín o Lucía Bosé y para disfrutar de la última faena del maestro Domingo Ortega.

Català-Roca – Madrinas de la corrida – Carrascosa del Campo

De  Catalá Roca a veces se ha dicho que es el Cartier-Bresson español. Yo creo que sus «instantes decisivos» son mucho más cotidianos y, por tanto, más verdad. Quizá porque siempre supo mantener la d con el sujeto:

«No he tenido problemas con la gente que fotografiaba, he tenido la intuición, sabía cuando pedirlo y cuando no» (Català-Roca)

Català-Roca – Esperando el Gordo en la Puerta del Sol

La anterior instantánea es un buen ejemplo de la justa medida de la distancia. Y de esta pobre España, que en siglo XXI como en el XX, sigue pendiente del Gordo.

(Y como compendio, el vídeo con el comisario de la exposición Chema Conesa) (Y para cerrar este ciclo de los años 50, la exposición de Nicolás Muller, por Francisco Rodríguez Pastoriza)

Sanz Lobato: la densidad del mundo


Bercianos de Aliste, 1971 – Rafael Sanz Lobato

Mira a la cámara con una mezcla de fastidio y aburrimiento. Es muy joven, pero ya forma parte de la hilera de  bultos negros de la procesión del Santo Entierro, en Berzianos de Aliste, allá por comienzos de los 70. ¿Qué habrá sido de esta mujer, hoy ya al borde de la vejez?  Seguramente se marchó del pueblo y ha pasado su vida en una ciudad dormitorio de Madrid, Barcelona o Bilbao. El corte moderno de su abrigo (negro, por supuesto) ya indica que es un electrón dispuesto a escaparse de la órbita de la tradición.

La fotografía documental de Rafael Sanz Lobato puede plantarnos preguntas como estas. Entre mediados de los 60 y mediados de los 70 Sanz Lobato recorrió muchas de las más genuinas fiestas populares españolas. Ahora pueden verse junto con una selección de otros trabajos creativos del autor (retratos, bodegones o naturalezas muertas) en una exposición retrospectiva en la Academia de Bellas Artes. Se proyecta también un excelente documental con guión de Publio Sánchez Mondéjar.

La Semana Santa de Aliste, la Caballada de Atienza, la Rapa das Bestas… Sanz Lobato pudo mostrarnos todavía la tradición encapsulada en su origen. Tradiciones que aprisionan como los ropones negros de las mujeres (no puedo por menos que recordar las fotos de Shirin Neshat de mujeres iraníes sepultadas por el negro), pero que crean tejido social y enlazan pasado y presente como en la Caballada, o que convierten un trabajo funcional (rapar a los caballos que pastan libres) en una fiesta que rompe la monotonía y desfoga pulsiones reprimidas.

Hoy se han convertido en «fiestas de interés turístico». Los ritos siguen transmitiéndose de padres o abuelos a hijos o nietos con una intensidad emocional que el forastero no puede compartir y que arraiga a estas gentes a la tierra. Pero al mismo tiempo, la fiesta es hoy espectáculo masivo, se ha mercantilizado, es ahora una de las principales fuentes de ingresos anuales para comarcas ya casi despobladas. Compárense las fotos de la Rapa das Bestas de Sanz Lobato con este reciente reportaje de Comando Actualidad (vídeo en YouTube).

La foto documental de Sanz Lobato tiene una densidad especial. El grano, los contrastes convierten estos blancos y negros impresos en haluro de plata en una decantación de la materia. Son fotos que parecen pedir ser acariadas. El fotógrafo lo explica en el documental: ante la realidad, ve la imagen mental que quiere mostrar y luego la reconstruye con la adecuada combinación de exposición y trabajo con la densitometría en el laboratorio. Ni que decir que para Lobato no cabe un uso creativo de la fotografía digital. En el polo contrario al contraste de sus fotos documentales, la luz plana y la bajísima densidad de sus naturalezas muertas, a imagen y semejanza de Giorgio Morandi.

Dejo esta entrevista en Ojos Rojos con el fotógrafo. Encuadre en apaisado siempre, buscando la proporción aúrea -nos dice. Y de cierre un paisaje lunar del campo castellano.

Utande (Guadalajara), 1970 – Rafael Sanz Lobato

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