El Génesis según Sebastião Salgado


Deslumbrado por las fotos de Salgado. Por la belleza de sus contrastes, de su gama de tonos casi infinitos entre el blanco y el negro… En el Caixaforum de Madrid podemos disfrutar del último proyecto del brasileño y reflexionar tanto sobre la relación hombre-naturaleza como sobre el poder de la imagen.

Génesis – S. Salgado – Río Cuiabá (Brasil) – 2011

El evangelio ecológico de Salgado

No es el «momento decisivo». Es el tiempo primigenio. O al menos eso es lo que pretende mostrarnos Salgado con este proyecto en el que ha empleado ocho año y ha recorrido 32 países en cinco continentes.

Agua, fuego, tierra se combinan en su paleta fotográfica para explorar los lugares más recónditos donde el hombre no ha llegado o permanece en equilibrio con la naturaleza… La vida que explota en los desiertos helados de las Shetland del Sur, en el Pantanal o la Amazonia brasileña, en la sabana africana. La vida que cuida a las crías. La vida que devora. Y los hombres que subsisten en las regiones heladas, en el aislamiento amazonico o en la selva de Sumatra o en los desiertos de Sudán.

El compromiso no es, como en los anteriores proyectos, con los trabajadores, con los sin tierra, con los migrantes, con los hombres, en definitiva, agentes y víctimas del progreso. Esta vez el compromiso es con la Madre Tierra. La buena nueva de Salgado es que el 46% de nuestro planeta subsiste como en el día del Génesis.

El fotógrafo brasileño se ha convertido en apóstol de la conservación. Y uso el término apóstol con toda intención. Salgado utiliza sus potentes imágenes para pedirnos que preservemos ese 46% en teoría intacto y que recuperemos lo que hemos destruido. Lo hace también con el ejemplo: ha reforestado su hacienda familiar  de 1.000 Ha. en Minas Gerais.

Lo explica, como un gurú global, en artículos y conferencias (por ejemplo The silent drama of photography, que está entre los vídeos de la lista de reproducción insertada al final de esta entrada):

He concebido este proyecto como un camino potencial para que la humanidad se redescubra en la naturaleza. Lo he denominado Génesis porque, en lo posible, quiero regresar a los inicios del planeta: al aire, el agua y el fuego que alumbraron la vida; a las especies animales  que han resistido la domesticación y permanecen todavía ‘salvajes’, a las tribus remotas cuya ‘primitiva’ forma de vida pervive todavía ampliamente originaria; a los ejemplos que perviven de las más primitivas formas de asentamiento y organización humana. Y eso para proponer que este mundo sin contaminar sea preservado y, donde sea posible, expandido, de modo que el desarrollo no conlleve automáticamente destrucción.

Mujeres de la etnia zo’e de Towari Ypy, amazonia (Brasil) – S. Salgado – Génesis

¿Como en el día del Génesis?

Salgado, por supuesto, incardina en su trabajo el desarrollo evolutivo de la naturaleza, que documenta en esas fotos de los caparazones de los enormes galápagos o las garras de grandes reptiles, en las especies alimentándose de otras especies.

Ese propósito de volver a lo primigenio no deja de ser ilusorio. Para fotografiar a los pingüinos de las Shetland del Sur  el fotógrafo ha navegado hasta las aguas árticas; usado globos aerostáticos o avionetas para sobrevolar los rebaños de la sabana; ha intervenido, en definitiva, en una naturaleza en la que el hombre está ya presente de una forma u otra. Contactar con los grupos humanos de la Amazonia es, se quiera o no, es insertarlos en la Historia.

Las imágenes nos trasladan al Paraíso. Pero un paraíso en el que también imperan -aunque no salgan en la foto- los parásitos, las enfermedades, las tradiciones brutales. ¿Es posible la mejora de las condiciones de vida de estas poblaciones ancestrales manteniendo su equilibrio con la naturaleza? Imposible con las leyes inmisericordes de la explotación capitalista. Difícil aún con la mejor voluntad.

Verdad, belleza y técnica

Que las fotos de Salgado son bellas, muy bellas, está fuera de duda.

¿Tan deslumbrantes que embellecen la realidad y, por tanto, mienten? Esta es la conocida acusación de Susan Sontag:

Una foto puede ser terrible y bella. Otra cuestión: si puede ser verdadera y bella. Este es el principal reproche a las fotografías de Sebastião Salgado. Porque la gente, cuando ve una de esas fotos, tan sumamente bellas, sospecha. Con Salgado hay otro tipo de problemas. Él nunca da nombres. La ausencia de nombres limita la veracidad de su trabajo. Ahora bien: con independencia de Salgado y sus métodos, no creo yo que la belleza y la veracidad sean incompatibles. Pero es verdad que la gente identifica la belleza con el fotograma y el fotograma, inevitablemente, con la ficción.

Las críticas de Sontag respecto a la calidad del trabajo documental de Salgado puede que tuvieran sentido en proyectos como Éxodos  o la Mina de oro de Serra Pelada, con un componente de denuncia social, pero no en Génesis. Y no obstante, persiste la pregunta fundamental ¿se traiciona la realidad cuando se muestra en sus registros más vibrantes, cuando el mundo se nos ofrece como un placer estético? Creo que no, que tanto nos solidarizamos con el otro cuando vemos el sufrimiento, como nos concienciamos de nuestra inserción en la natural cuando disfrutamos de bellas imágenes como estas. Pero el debate viene desde el origen de la fotografía y, desde luego, no se cerrará con Salgado.

El blanco y negro, los fuertes contrastes, las fotos a contraluz son parte del estilo de Salgado. Una técnica convertida en estilo, un estilo, en palabras otra vez de Salgado, al servicio del punto de vista:

La técnica es una variable que tú utilizas para expresar  ese punto de vista y sólo es importante hasta que la dominas completamente. Cuando la técnica deja de ser una variable y se transforma en una constante, porque la has asimilado de una forma personal y te sientes a gusto con ella, entonces se convierte en el papel sobre el que tú vas a escribir. Cada uno tiene su técnica, pero eso no es lo importante, igual que tampoco lo es la elección del blanco y negro o del color. Lo verdaderamente importante es cómo tú, persona implicada en el momento histórico, vas a recibir informaciones del mundo en el que estás viviendo, las vas a ecuacionar en tu cabeza y vas a intervenir en esa realidad a través de la materialización de todo ese proceso.

Para este proyecto Salgado abandonó la Leica y apostó por el medio formato, la cámara Pentax 645 y la película Tri-X 320. Lograba así el grado de detalle que requieren las grandes ampliaciones. Pero conforme el trabajo avanzaba el material planteaba serias problemas, con un cada vez más difícil suministro y, sobre todo, dificultades con los escáneres de los aeropuertos, llegando incluso al velado de rollos ya impresionados.

En la última parte del trabajo Salgado da el salto digital y el proyecto y las tomas se hacen con la cámara EOS-1Ds Mark III, simplificando y al mismo tiempo complicando el proyecto, pues a partir del archivo raw se produce un negativo clásico y desde ahí se amplía. El proceso está explicado en este artículo de Philippe Bachelier. Salgado no le ha hecho ascos a los filtros digitales DxO FilmPack para simular la textura del blanco y negro analógico, lo que no deja de suscitar escándalo de los puristas.

Para coleccionistas, el enlace a la editorial Taschen, donde podemos comprar un libro de los 50 a 3.000 €. Y para los demás, esta lista de reproducción de vídeos de Salgado.

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Virxilio Vietiz: el arte funcional del retratista


Emociona ver los útiles del retratista. La vieja cámara de madera del estudio de los años 50, la Vöiglander de los 60, la Nikon réflex de los 70… todo en una vitrina al comienzo de la exposición retrospectiva de Virxilio Vieitez en el Espacio de la Fundación Telefónica. Durante 30 años el fotógrafo de bodas, comuniones, bautizos y carnets supo -sin proponérselo expresamente- convertir el oficio del que vivía en una manifestación artística y un testimonio antropológico impagable.

El retrato. Sin pretensiones esteticistas integra el retrato en el paisaje, como en esta magnífica foto de comunión en la que juega con la profundidad de campo para lograr un leve desenfoque del fondo que realza al niño engalanado de almirante. La expresión del muchacho en sus ocho o nueve años apunta introspección, responsabilidad…

Foto-carnet. Vieitez retrató a jóvenes y viejos de todas su comarca. El franquismo implantó el documento nacional de identidad con una foto en la que había que mostrar el lóbulo derecho. Todos, hasta los más ancianos, necesitaban el documento que había que renovar cada cinco años.

El fotógrafo recorría los pueblos y con una sábana blanca por fondo fotografiaba a los vecinos. No se molestaba en encuadrar el rostro -ya lo haría luego al ampliar- y hoy podemos ver el contexto del retrato. Cientos de rostros ceñudos, con la huella del trabajo duro a la intemperie. Ellos, con una americana sacada del armario para la ocasión; ellas, al menos las mayores, indefectiblemente de negro.

Y luego los carnets, de familia numerosa. Padres sin duda todavía en la treintena, pero que parecen tener cincuenta. Los niños, con poca diferencia entre ellos. Y la abuela, en la foto que inserto, como añadida postizamente al grupo, pero con la determinación de quien lo ha vivido todo.

Bodas, comuniones y bautizos reunen a la familia. Vieitez llega a los postres, los reagrupa en torno a la mesa y deja en primer término las botellas de licor, que adquieren protagonismo propio. Ha cumplido el encargo. En la atmósfera, el calor de la comida y la bebida convive con la humedad que se filtra por las paredes.

Inmigración. Según el propio Vieitez miles de sus fotos andarían por América. Una razón del retrato es enviarlo a los hijos, al marido, al novio que anda ganándose la vida en América, primero, en Alemania o Suiza, después. La radio (con su voltímetro) que la mujer rodea maternalmente es testimonio del progreso conseguido, pero también metáfora de los ausentes.

Tensión tradición modernidad. Llegan primero los indianos con los haigas y luego los trabajadores de Alemania con Opel y Mercedes. La modernidad llega a una sociedad tradicional y lo hace de un modo caótico, sin una verdadera integración, en un proceso en el que poco a poco el plástico expulsa a los materiales tradicionales y el entorno rural se ve invadido por construcciones sin espíritu y adefesios de neón.

Vieitez retrata personajes, no tiene una voluntad documental, pero nos deja un testimonio de la evolución de una sociedad ancestral, con una relación muy especial con la muerte, que trabaja el campo con bueyes, y a la que vamos viendo poco a poco evolucionar. El coche como símbolo de estatus, la joven peluquera rodeada de secadores eléctricos y éxoticos productos de limpieza, la mejoría progresiva de las vestimentas, los peinados a la moda de las jóvenes, los tractores, las gasolineras… Los rostros ya no son tan adustos.

Del blanco y negro al color. El gran reclamo de los neumáticos en una gasolinera se convierte en el totem de modernidad ante el que se retratan las jóvenes de los setenta. El fotógrafo sigue la evolución tecnológica y las demandas de su mercado, y como no podía ser de otra manera se pasa en sus últimos años al color. Pero ahí quedaron para la posteridad esos modestos negativos en blanco y negro, captados en material sensible común y con cámaras nada especiales, destinados al DNI, pero que hoy puede ampliarse en copias de gran tamaño y calidad magnífica, testimonio de una Galicia que ya no existe.

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