¡Ay Venezuela!


ojos-de-chc3a1vez

Los ojos de Chávez, que todo lo vigilan

Sólo unas elecciones libres, legislativas y presidenciales, pactadas con mediación internacional y celebradas simultáneamente pueden dirimir el duelo de las dos legitimidades que se disputan el alma de Venezuela.

Declaración previa de principios

He dudado mucho antes de escribir sobre Venezuela. Es entrar en un territorio minado, en el que es difícil decir algo nuevo. Demasiadas lecciones desde la barrera se dan ya estos días. Pero tengo una especial vinculación con el país. Mi padre, como tantos españoles, fue emigrante allí. Conservo familiares y he tenido alumnos venezolanos. Así que, con el mayor respeto para todos los venezolanos, dejo aquí mis modestas reflexiones, que en este caso no irán respaldadas por fuentes. Por favor, críticas sí, insultos no.

Detesto a todo tipo de caudillos, civiles y militares. Aborrezco a los salvadores y mesías. No creo en los pueblos como unidades místicas.

No me gustó Chávez, desde que en aquel febrero ya tan lejano febrero de 1992 le vi por primera vez en el vídeo de su rendición. Tampoco siento ninguna simpatía por Maduro, una versión más burda de su mentor -en la entrevista de Évole tengo que reconocer que resultó ingenuo y candoroso.

Creo que las llamadas libertades formales (los derechos cívicos) son absolutamente sustanciales para garantizar la dignidad y permitir la conquista de los derechos sociales y económicos. Y que los fines no justifican nunca los medios.

Dos legitimidades

Maduro y Guaidó se consideran presidentes legales. Maduro, como vencedor en unas elecciones presidenciales. Guaidó, como «presidente encargado», que reconoce esas elecciones y considerar usurpada la presidencia por Maduro, alegando una alambicada interpretación de la Constitución. Ambos, más allá de razones jurídicas, invocan legitimidades más profundas.

Maduro, el pueblo, la revolución, la transformación del país (siempre esgrime índices internacionales de desarrollo favorables a Venezuela), la resistencia contra el imperialismo del que la oposición es lacayo, la insurrección («guarimbas») contra el gobierno legítimo. En definitiva, el carácter redentor de la revolución bolivariana.

Guaidó y la oposición, el sectarismo, la desestructuración social, la militarización, la corrupción, el abuso de poder, el caos económico, los presos políticos, los asesinatos por las fuerzas del orden y paramilitares, la corrupción, la emigración masiva. En resumen, su legitimidad no es redentora, como la de los bolivarianos, sino que se basa en la rebelión frente a la tiranía.

Desde el punto de vista de la legalidad, el chavismo ha roto el equilibrio de poderes, si bien es cierto que la Constitución no puede ser más farragosa.

De la manera más ingenua, Maduro explicó a Évole como después de la victoria de la oposición en las legislativas buscó en la Constitución la manera de neutralizar la situación. Y lo hizo convocando al poder constituyente en unas elecciones que, por primera vez desde la llegada de Chávez, reciben denuncias muy serias de fraude. Previamente, el Tribunal Supremo declaró en desacato a la Asamblea Nacional por no reconocer su fallo sobre tres escaños en disputa. Los intentos de poner en marcha un referéndum revocatorio fueron obstaculizados de todas las maneras posibles desde el poder electoral, controlado por el chavismo. Y partidos y candidatos de la oposición fueron inhabilitados electoralmente.

La oposición, o sus sectores más radicales, preconstituyeron desde el principio la prueba para declarar fraudulentas las elecciones presidenciales, algo de lo que, por cierto, advirtió en su día Rodríguez Zapatero. Llamaron al boicot, pero según las cifras oficiales votó más del 46%, casi el 68% por Maduro. Participación desde luego baja para Venezuela, pero homologable a nivel internacional.

A buen seguro en esas elecciones se registrarían irregularidades (por mucho que se realizaran no sé si 16 auditorías informáticas), pero entonces hay que denunciar esas irregularidades concretas y no darlas por supuesto antes de comenzar las votaciones. En cualquier caso, admitiendo todas esas irregularidades, tanto en lo referente a las condiciones de partida, como en el mismo proceso de sufragio, no se pueden ignorar los más de 6 millones de votos y el apoyo popular al chavismo.

Fuente de legitimidad chavista fue durante años la prosperidad del país, basada en la bonanza petrolífera. Y el reparto de esa riqueza hacia los más desfavorecidos. El progreso social de aquellos años no puede negarlo nadie. Pero el planteamiento de las «misiones» con una mentalidad militar concentra las fuerzas en un objetivo que una vez logrado no requiere mayor mantenimiento. No son derechos, es asistencialismo clintelar.

A la inversa, el caos de los últimos años  erosiona la legitimidad chavista. Maduro esgrime una supuesta guerra económica del Imperio. Desde 2015 Estados Unidos y la Unión Europea han bloqueado las cuentas de altos cargos chavistas, medidas que en nada afectan a la economía nacional. Es en agosto de 2017 cuando la administración Trump impone la primera sanción financiera verdaderamente perjudicial para la economía venezolana,  al prohibir la emisión de bonos por el gobierno de Venezuela y PDVSA. Cierto es también que una página web de Miami ha jugado un papel muy poco transparente en el desplome de la divisa venezolana.

Sí, se ha despilfarrado la riqueza petrolífera, lo que no es nada nuevo en Venezuela. Hace 80 años Uslar Pietri proponía «sembrar el petróleo», pero siempre el país ha dependido de la renta petrolífera y de las importaciones del extranjero. Lo mismo con la inseguridad. Desde los años 60, Caracas, ha sido siempre una de las capitales más peligrosas del mundo.

Dos legitimidades, en definitiva, cada una con sus apoyos populares, su invocación a la justicia y sus argumentos jurídicos.

El alcance de los reconocimientos

Un gobierno puede optar por aceptar o no a una determinada legitimidad en otro territorio. En los usos diplomáticos, si la acción de un gobierno extranjero es contraria a los intereses o principios de otro, lo común es romper relaciones y retirar al embajador, en la mayor parte de los casos con una previa llamada a consultas -como ha hecho este jueves Francia con su embajador en Roma.

El axioma diplomático dice que se reconocen estados, no gobiernos. Franco, después del incidente del embajador Lojendio, no dejo de reconocer al gobierno de Castro, que era el que de hecho ejercía el poder en Cuba, simplemente retiró al embajador durante una temporada. Durante la guerra española, Francia y Reino unido mantuvieron un representante ante el gobierno de Burgos, pero no reconocieron a Franco hasta la caída de Cataluña y la huída del gobierno de la República a Francia. En otras palabras, el reconocimiento es enviar embajadores ante el gobierno que ejerce el poder efectivo, lo que no es el caso de Guaidó.

Vale la pena recordar la doctrina Estrada, que López Obrador recupera después de unos años de activismo de la diplomacia mexicana. Así la formuló el 29 de septiembre de 1930 el canciller Genaro Estrada ante los representantes diplomáticos de los países latinoamericanos:

«El gobierno de México no otorga reconocimiento porque considera que esta práctica es denigrante, ya que a más de herir la soberanía de las otras naciones, coloca a éstas en el caso de que sus asuntos interiores pueden ser calificados en cualquier sentido por otros gobiernos, quienes, de hecho, asumen una actitud de crítica al decidir favorable o desfavorablemente sobre la capacidad legal de regímenes extranjeros. El gobierno mexicano sólo se limita a mantener o retirar, cuando lo crea procedente, a sus agentes diplomáticos, sin calificar precipitadamente, ni a posteriori, el derecho de las naciones para aceptar, mantener o sustituir a sus gobiernos o autoridades»

Se ha invocado estos días por los partidarios de Guaidó la llamada doctrina Betancourt, que informó dutante los sesenta la política exterior venezolana. Puede resumirse en esta cita del primer discurso presidencia de Rómulo Betancourt en 1959:

“Regímenes que no respeten los derechos humanos, que conculquen las libertades de los ciudadanos y los tiranicen con respaldo de policías políticas totalitarias, deben ser sometidos a riguroso cordón profiláctico y erradicados mediante acción pacífica colectiva de la comunidad jurídica interamericana”

La doctrina Betancourt ha inspirado la acción de la OEA contra golpes de estado (derrocamiento de Aristide, autogolpe de Fujimori,  intento de golpe de Lino Oviedo en Paraguay) y favoreció el reforzamiento de las competencias de su secretario general, hoy el uruguayo Luis Almagro, uno de los más enérgicos acusadores de Maduro.

El reconocimiento del autoproclamado Guaidó tiene indudables efectos políticos – deslegitima y aisla a Maduro- pero ninguno diplomático, en tanto no se retiren los embajadores de Venezuela y se de el placet a los diplomáticos nombrados por Guaidó en estados y organizaciones internacionales. El arma más terrible de los países que han reconocido a Maduro es la imposición de sanciones financieras y congelación de cuentas estatales y de PDVSA.

La injerencia de Estados Unidos y la guerra fría

Todo indica, y así lo han reconocido destacados miembros de la oposición, que esta operación se ha fraguado en Washington. Y detrás de ella, además del estulto Trump, como ideólogo está John Bolton, que ya lo fuera de la invasión de Irak, y como ejecutor designado Elliot Abrams, quien también lo fue de la Operación Irak-Contra. ¿A dónde se puede ir con estos mentores?

Estados Unidos va a dar la batalla a Rusia y China en Venezuela. Venezuela paga los créditos rusos con petróleo y la rusa Rosfnet tiene importantes explotaciones en Venezuela. La deuda de Caracas con Pekín es de 60.000 millones de dólares. Cuba controla los servicios de seguridad. Según la agencia Reuters, que cita fuentes rusas, en Venzuela estarían destacados mercenarios del grupo Wagner para reforzar la seguridad de Maduro.

Los defensores internacionales de Maduro siempre sostienen que de lo que trata Estados Unidos es de hacerse con el petróleo de Venezuela. El petróleo venezolano ya no es una prioridad estratégica: supone un 7% de las importaciones norteamericanas (un 30% de las exportaciones para Venezuela) y es fácilmente sustituible en un contexto de creciente autosuficiencia de Estados Unidos. Pero sigue siendo un codiciado negocio para las empresas norteamericanas. Escuché en la radio una declaración de Guaidó en la que prometía mantener el caracte estatal de PDVSA, pero abrir el sector a la inversión privada. La misma política de la ley de hidrocarburos de Peña Nieto en México, que ahora López Obrador va a revertir.

En definitiva, un complicado tablero geopolítico lleno de trampas explosivas, que los países verdaderamente amigos de Venezuela debieran tratar de desactivar y no cebar.

No, no se dan las condiciones para una intervención internacional

En Washington se repite machaconamente «todas las opciones están abiertas», como un eufemismo de intervención militar. Bolton muestra en su cuaderno ante los periodistas, de forma más provocativa que inadvertida, el enunciado «5.000 tropas a Colombia».

Fuera de Estados Unidos nadie apoya formalmente una intervención militar, pero no faltan voces que defienden una ingerencia llamada humanitaria.  La idea de una injerencia justificada en razones humanitarias nació en los 90, ante el escándalo por la pasividad internacional por los crímenes cometidos en la antigua Yugoslavia y Ruanda.

En 2005 la ONU reconoció la doctrina de la responsabilidad de proteger: si los estados son soberanos, el reverso de esa soberanía es su deber de proteger a sus ciudadanos contra crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra y genocidio. Si el estado no cumple con su responsabilidad la intervención está justificada, siempre que se den estas condiciones: Causa Justa, Intención Acertada, Último Recurso, Medios Proporcionales, Perspectivas Razonables y Autoridad Apropiada.

El secretario de la OEA, Luis Almagro, envió en junio de 2018, un informe a la fiscalía del Tribunal Penal Internacional un informe en el que se sostiene que en Venezuela se han cometido crímenes de intencionalidad política que pudieran constituir crímenes de lesa humanidad. La fiscalía no se ha pronunciado, pero en cualquier caso estos crímenes se sustanciarían ante el TPI. Solo la persistencia de su comisión y el cumplimiento de los otros requisitos mencionados legitimaría una intervención en nombre del principio de la responsabilidad de proteger.

Estados Unidos ha puesto en marcha una operación de envío de suministros (alimentos, medicamentos, suplementos nutricionales) por un valor de 20 millones de dólares. El primer envío ya está en Cúcuta, en la frontera entre Venezuela y Colombia y se anuncian otros envíos desde la frontera con Brasil y desde alguna isla del Caribe.

Que Venezuela está en una situación humanitaria límite es indudable. Si fuera inteligente Maduro dejaría pasar estas mercancías y exigiría que fueran repartidas con transparencia por una organización que nada tuviera que ver con la oposición y fuera aceptada por todos (¿Cáritas?). Prohibir el paso por «dignidad» es el mejor escenario para Estados Unidos y Guaidó. Ya tenemos un casus belli.

La situación me recuerda a la de los inspectores internacionales en Irak. Sadam Husein se negaba a las inspecciones a las que estaba obligado por la legislación internacional por ser una ingerencia a su soberanía. Bajo una presión brutal, por fin permitió la entrada de los inspectores, que certificaron que no había armas de destrucción masiva, pero la administración Bush siguió adelante con su campaña de embustes (recuerdo la bochornosa intervención de Powell ante el Consejo de Seguridad) y finalmente desató una invasión, con las consecuencias conocidas (destrucción y guerra sectaria en Irak, explosión del yihadismo, guerra de Siria).

¿Y ahora qué?

Cuando dos legitimidades se enfrentan en un país, si ambas son solidas, están bien cohesionadas, con apoyos externos bien definidos y sin vías de entendimiento lo más probable es el enfrentamiento prolongado con resultados terribles. Pero también  puede que uno de los bloques no sea tan solido y se derrumbe, bien de modo dramático, bien mediante un lento deterioro durante el cual va perdiendo adhesiones.

La Historia nos deja imágenes emocionantes de soldados o policías que se niegan a disparar contra una manifestación, haciendo colapsar un régimen opresivo. También la de la de generales que ayer adulaban al tirano y hoy le suplantan, juntas de jóvenes oficiales que apelan al pueblo y, la más dramática, ejércitos de lealtades partidas que se enfrentan en guerra civil.

Hasta ahora el apoyo de la cúpula militar a Maduro ha sido férreo, la disciplina de los uniformados se ha mantenido y los militares parecen haber hecho oidos sordos a la oferta de amnistía de Guaidó. Un golpe militar, por mucho que se hiciera bajo la promesa de elecciones no haría más que perpetuar el papel de la milicia en la vida política. Y peor podría ser un desplome de la línea de mando, que podría traer el enfrentamiento entre unidades y un caos generalizado, con grupos paramilitares sembrado el terror.

Las sanciones económicas serán devastadoras para la pauperizada Venezuela. Están diseñadas para que el régimen colapse… a costa de maás sufrimiento para los venezolanos.

La única salida sería la convocatoria simultánea de elecciones legislativas y presidenciales, propiciadas por el Grupo de Contacto (UE) y el Mecanismo de Montevideo (México, Uruguay y países del Caribe). Las posiciones de estas dos iniciativas diplomáticas son distintas, pero no divergentes. En la reunión de Montenvideo de este jueves el Grupo de Contacto defendió la celebración de elecciones libres y el Mecanismo de Montevideo la negociación entre gobierno y oposición.

No soy diplomático, pero se de las dificultades que tiene cualquier salida pactada a una crisis interna. Con todo, me permito pensar en una ruta que condujera a unas elecciones legislativas y presidenciales libres, para que el pueblo venezolano dirima el duelo de legitimidades.

Esta hoja de ruta podría pasar por la suspensión condicionada de las sanciones por tres meses, durante los que gobierno y oposición negocien el proceso electoral. Si se han conseguido resultados, la suspensión  se prolongaría otros tres meses hasta la celebración efectiva de las elecciones y la aceptación de los resultados por todos.

La negociación, facilitada por el Grupo de Contacto y el Mecanismo de Montenvideo, exigiría renovar el Consejo Nacional Electoral, con personalidades prestigiosas aceptadas por todos, garantías en la actualización del censo electoral y observación internacional.

El gobierno debiera de aceptar también la apertura urgente de canales de ayuda humanitaria gestionados por organizaciones independientes. Otro elemento sería la puesta en libertad de todos los detenidos sin cargos por manifestaciones de protesta, la aceleración de procesos y la mejora de las condiciones carcelarias. También se podría acordar la negociación después de las elecciones de soluciones de justicia restaurativa y una negociación económica al estilo de los Pactos de la Moncloa.

Y que sean los venezolanos los que decidan su futuro en paz.

 

 

 

 

Anuncio publicitario

Un programa de regeneración democrática


Este blog nació para hablar de periodismo, televisión, información internacional y globalización. En casi cuatro años no he entrado en temas españoles, salvo, claro, que se refirieran a esas cuestiones centrales del blog.  Pero, ahora, sin que sirva de precedente, ya que en comentarios a la anterior entrada deslicé el tema de la regeneración democrática, me atrevo a lanzarme a la palestra.

En primer lugar, hace dos días afirmaba que las movilizaciones de Sol carecían de un objetivo claro. Sigo pensando que están muy lejos de movilizar a todos los indignados de nuestra sociedad. Pero puede que este movimiento sea el revulsivo que estábamos necesitando. A través de las redes sociales y los pasquines de la Puerta del Sol se están empezando a desgranar propuesta. Vaya aquí la mía para una regeneración democrática.

Reforma de la ley electoral. Aumentar el número de diputados de 350 a 400 para que el voto de todos los españoles, vivan donde vivan, valga lo mismo. Abrir las listas (aunque no creo que los ciudadanos cambiaran mucho el orden).

Reforma federal. Convertir el Senado en Cámara Federal, no en Cámara de segunda lectura. Cerrar la distribución de competencias y modalidades de financiación. Crear conferencias de presidentes y consejeros autonómicos por políticas públicas.

Reforma municipal. Garantizar una financiación estable a los municipios y liberarlos de financiarse mediante el urbanismo.

Reforma fiscal. Aumentar la progresividad fiscal. Abrir la escala del impuesto de la renta aumentado el tipo máximo hasta el 50%. Establecer un impuesto especial sobre la banca (sin perjuicio de tasas internacionales sobre transacciones financieras que pudieran imponerse). Eliminar resquicios fiscales, imposiciones privilegiadas como las de las SICAV, reintroducción de los impuestos de patrimonio y sucesiones. Lucha contra el fraude.

Reforma de la justicia. Aumentar los recursos. Reformas los procedimientos con mayor uso de las nuevas tecnologías. Mayor atención a los justiciables y las víctimas. Gestión eficaz de la oficina judicial.

Cultural democrática. Todos los miembros de las altas instituciones y autoridades independientes a nombrar por el Congreso se someterán a un procedimiento de escrutinio mediante audiencias públicas y, en algunos casos, estableciendo baremos objetivos.

Como se ve, son medidas de gran calado, de gran complejidad, que requieren discusión y difícil articulación. No son blanco o negro. No tienen la simplicidad de una ciberacción. No se resuelven con un flashmob. Exigen un pacto social y político de dimensiones cuasi constitucionales (formalmente, sólo requeriría un cambio constitucional la reforma federal).

Queda un año hasta las próximas elecciones legislativas. Un Zapatero en retirada difícilmente puede liderar un proceso como éste. El PP cree que ya tiene en la mano el poder. ¿Serán -seremos- los indignados capaces de articular esta plataforma de regeneración democrática con propuestas y procesos de diálogo desde la base?


La Puerta del Sol no es la Plaza Tahir… por el momento


La policía ha desalojado esta madrugada a los jóvenes acampados en la Puerta del Sol. Parece que los poderes públicos no tienen otra respuesta. Puede que a través de la convocatoria en las redes sociales consigan concentrarse de nuevo en Sol o en algún otro lugar (¿se acuerdan los veteranos de los «saltos» de las movilizaciones durante la dictadura?), pero no parece que puedan convertir su protesta en un amplio movimiento popular.

#spanish revolution, una de las etiquetas que este movimiento de protesta juvenil ha utilizado en Twitter, puede ser trending topic global, pero no es una revolución, como la vivida en Egipto y que de alguna manera se quiere remedar.

En Egipto, la vanguardia organizada fueron unos jóvenes que manejando las redes sociales y después de meses de preparación lograron hacer visibles y acelerar unas movilizaciones sociales previas y catalizar la ira y la desesperanza de toda una sociedad. Se trataba, nada menos, que de hacer caer a un régimen dictatorial; un objetivo aparentemente inalcanzable, pero claro y movilizador.

En España, los jóvenes del #15m no tienen, ni pueden tener una meta nítida, porque no proponen más alternativa que la de no votar a PP, PSOE o CiU. Y aún en eso no está nada claro el acuerdo. La etiqueta #nolosvotes la pusieron en marcha los enemigos de la ley Sinde para castigar a los que apoyaron la norma, pero ha ido creciendo. Ayer por la tarde se notaba en Twitter una división izquierda-derecha. Los apolíticos denunciaban que IU y grupos ultraizquierdistas intentaban apropiarse de la movilización.

Claro que hay motivos para la indignación y no sólo entre los jóvenes, sino entre toda la sociedad. Pero convertir el cabreo en movilización exige ideas, organización, coherencia y mucho trabajo. Los cambios históricos no llegan con simples quedadas. En los últimos años, otros movimientos de contestación como el de los universitarios contra Bolonia no lograron cuajar. Los altermundistas tienen mucha experiencia de autogestión, ideas movilizadoras y propuestas alternativas concretas, pero no logran una movilización mayoritaria porque exigen un alto nivel de conciencia, entrega y militancia.

Las multitudes pueden ser inteligentes, pero también estúpidas; pueden sentirse fuertes para derribar las barreras de la opresión, pero también convertirse en turbas de linchadores. Las multitudes virtuales son crédulas, tienden a ser manipuladas y pueden convertirse en vehículos del ciberacoso.

Con todo, confiemos que de estas movilizaciones salgan líderes y organizaciones. Porque el otro manantial por el que el cabreo brota es el de la xenofobia, manifiesta ya en Cataluña y a la que los políticos catalanes se han entregado en esta camapaña.

La Puerta del Sol fue el 14 de abril de 1931 una fiesta. Pero hoy por hoy no parece que pueda convertirse en nuestra Plaza Tahir.

Túnez: los dilemas de la transición


La revolución del Jazmín, revolución popular

El pueblo de Túnez ha derrocado al dictador. La revolución es suya y sólo suya. No de Twitter ni de WikiLeaks; no de Anonymus; no del Departamento de Estado ni del Quay d’Orsay.

Como puede leerse en Nawaat, «del acto desesperado de Mohamed Bouazizi ha nacido una ola de indignación que se ha convertido en una fuente de esperanza». Por supuesto que los tunecinos (con un  nivel de desarrollo más que aceptable) han utilizado en su movilización los medios sociales, ante el silencio de los medios tradicionales censurados, pero el incendio se hubiera extendido del mismo modo sin Facebook ni Twitter en una sociedad de pequeñas ciudades y pueblos muy próximos, donde la calle y los cafetines siguen siendo el espacio público por excelencia.

El jazmín es el símbolo de Túnez, así que está bien bautizar a esta revuelta como la «revolución del jazmín». Pero no nos engañemos. El olor del jazmín puede disiparse enseguida.

El largo proceso a la democracia

Finalmente, la huida de Ben Alí ha abierto un escenario que es una mezcla entre el escenario democrático y el escenario continuista, que aventuraba en mi última entrada. La entrada en un gobierno de unidad nacional de los representantes de la oposición es más un símbolo que un cambio real de poder. El primer ministro, el ministro de defensa, el jefe del ejército… seguirán controlando los aparatos de poder político y económico, pero ya sin legitimidad, por lo que su decisiones serán difíciles de aplicar.

El peligro es que los viejos clanes se reciclen y «todo cambien para que todo siga igual», en poder de los mismos.

La clave de cualquier transición política son unas elecciones democráticas y la asunción de una Constitución que consagre la nueva legitimidad. No se pueden celebrar elecciones en 60 días, porque ninguna opción democrática estaría preparada y porque lo primero que tiene que cambiar es la ley electoral. Pero tampoco se puede elaborar y refrendar una Constitución (como por ejemplo se propone en Nawaat) porque sus redactores carecería de legitimidad democrática.

Estas son algunas ideas sacadas de la transición democrática, especialmente desde el referendum para la reforma política (el cambio de legitimidad) en diciembre de 1976 hasta las primera elecciones en junio de 1977.

– El gobierno de unidad nacional debiera centrarse en superar el caos y hacer funcionar el país. Tan pronto como la tranquilidad vuelva a las calles, debiera derogar todas las normas represivas y eliminar censuras en los medios privados y públicos,

– El gobierno, las fuerzas políticas y sociales tienen que negociar un calendario y una nueva ley electoral , pero esa negociación debiera de hacerse en una comisión amplia en la que todos estuvieran representados y no ser una decisión tomada en el seno del propio gobierno, que a la fuerza no podría ser neutral.

– El gobierno de unidad nacional debiera negociar un pacto social con el sindicato UGTT y los empresarios para evitar que la transición se lleve por delante la economía tunecina.

– Con libertad de expresión y un clima de efervescencia política surgirán nuevas opciones y nuevos líderes. Repásense esos seis meses de enero a junio de 1976 en España y se verá cómo pueden cambiar las cosas cuando una transición va en serio.

– Las elecciones conformarían un parlamento constituyente.

– En todo el proceso es básica la neutralidad del ejército. El nuevo gobierno tiene que encontrar mandos policiales con las manos no manchadas de sangre. Los responsables de las masacres de estas semanas podrían ser juzgados de inmediato, pero una Comisión de la Verdad, que hiciera la luz sobre un cuarto de siglo de represión, tendría que esperar a después de las elecciones.

– Paralelamente se podría constituir una comisión de investigación sobre la corrupción, pero no podría funcionar con verdadera independencia hasta que no se celebraran las elecciones democráticas. Más allá de confiscar las propiedades de Ben Alí, sólo será posible una limpieza a fondo una vez elegido un parlamento constituyente. Como me recuerda mi amigo Alberto Marinero no es despreciable el riego es que la revolución se reduzca a repartirse los bienes de Ben Ali entre nuevos clanes de poder.

– Los apoyos exteriores serán decisivos para la consolidación de la democracia y de las nuevas opciones. Los europeos debemos exigir a nuestros gobiernos un apoyo a todas las fuerzas sociales y políticas, en un amplio arco, siempre que estén seriamente comprometidos con la democracia. Y a la Unión Europea asistencia técnica y económica para paliar las consecuencias económicas de la revuelta y de esta difícil transición.

 

Difícil transición en Túnez


 

La imagen que no olvidaremos nunca… Con este titular acompaña el Nawaat.org (el blog esencial para seguir la revuelta en Túnez) esta imagen en la que un oficial del ejército saluda al cortej0 fúnebre de una de las víctimas de la represión. Todo un símbolo del cambio que vive el país. Ben Alí ha renunciado a un baño de sangre, pero el seguramente el ejército no le hubiera seguido si hubiera dado la orden de la represión indiscriminada.

El discurso televisivo de anoche, el segundo en 23 en el poder, no ha aquietado los ánimos. En el momento que escribo, mediodía en España, la multitud grita en las calles de la capital «Fuera Ben Ali». Nadie sabe lo que va a pasar y puede que esta entrada esté ya desfasado cuando se escribe. Pero me atrevo a aventurar algunos escenarios basados en situaciones semejantes.

Escenario rumano. Una camarilla del régimen se hace con el poder en las próximas horas, detiene a Ben Alí y a algunos de sus próximos y monta un juicio sumarísmo.

Escenario tunecino. Del mismo modo que mediante un golpe palaciego Ben Alí derrocó a Burguiba, ahora el ministro del Interior o el jefe del ejército toman el poder. Si Ben Alí mantuvo a Burguiba en un  confinamiento domiciliario hasta la muerte del anciano, este nuevo hombre fuerte pondría a Ben Alí en un avión camino de París.

Escenario democrático. Ben Alí huye y los militares entregan el poder a un comité cívico-militar, con presencia de la UGTT, el sindicato tunecino, la única institución independiente con capacidad organizativa.

Escenario continuista. Ben Alí sigue siendo formalmente presidente hasta el agotamiento de su mandato, pero el poder lo ejerce un nuevo hombre fuerte como primer ministro. Ben Alí se garantizaría imnunidad para él y su familia.

El más probable es el «escenario tunecino». En cualquiera de los casos, se desembocaría en unas elecciones; inmediatas y limpias en el «escenario democrático»; a corto plazo en el «escenario rumano»; a medio plazo en los otros escenarios. Lo más probable, por tanto, es que se abra un periodo de transición hasta las elecciones.

Los países europeos, especialmente los mediterráneos, que han apoyado por activa o por pasiva a Ben Alí, tendrían que exigir un proceso limpio que condujera a esos comicios y servir de apoyo a la sociedad civil para que construyera distintas alternativas políticas.

¿Será ingenuo soñar con un Túnez convertido en un ejemplo de democracia árabe laica?

 

Es la hora de la sociedad civil iraní


En Irán no se desarrolla estos días una nueva revolución de color, por mucho que los que protestan hayan adoptado el verde como símbolo

Lo de los colores viene de la Revolución Naranja de Ucrania, seguida por la Revolución de las Rosas en Georgia y otras revueltas populares identificadas con un color o símbolo. Aunque no tuviera color propio, la primera después de la caída del Muro fue la caída de Milosevic en Serbia. El modelo siempre es el mismo. Un régimen no homologable con las democracias liberales. La oposición no reconoce la victoria del candidato del poder, comienzan las movilizaciones con apoyo más o menos secreto del exterior, hasta que el régimen resulta desbordado y, o bien reconoce la victoria de la oposición, o bien es derrocado, como ocurrió en Serbia. Ucrania o Georgia, puestas como ejemplo por el Estados Unidos de Bush, han sido un gran fiasco.

La división dentro del régimen islámico

En las revoluciones de colores la oposición persigue un cambio de régimen. En Irán asistimos a una disputa dentro del régimen. Musaví no pone en cuestión la república islámica sino que denuncia que sus principios están siendo subvertidos con un pucherazo de Ahmedinejad.

Nadie pone la mano en el fuego por la victoria de Jamenei y si no véase la prudencia de Obama. Como José Antonio Guardiola recuerda Irán no es Teherán. Seguramente Ahmedinejad habrá ganado, pero alguien se le ha ido la mano y ha provocado la crisis.

El conflicto tendría que haberse sustanciado en el interior del régimen, caracterizado por una suerte de centralismo democrático: los teólogos discuten hasta la extenuación y la decisión es adoptada por el líder máximo, el jurisconsulto iluminado, que todos respetan. El régimen está ahora claramente dividido entre Jamenei-Ahmedinejad y Rasanjani-Musaví-Jatamí. ¿Pondrá la división en cuestión la autoridad esclarecida del líder máximo Jamenei?

La hora de la sociedad civil

Los manifestantes de Therán no tomarán el poder, pero han convertido a la sociedad civil urbana en el nuevo actor político que los ayatolás ya no podrán ignorar. Las clases medias han aprendido a organizarse con las nuevas tecnologías y buscar atajos tecnológicos a prohibiciones o censuras. Como dice Ana Blanco en su blog no se puede quitar los móviles a las multitudes de manifestantes.

Gobierne quien gobierne no podrá ignorar las demandas de este nuevo actor político. Si lo hace, el desafecto crecerá. Por el momento, es lo que está haciendo Ahmedinejad. El riesgo es que el país se divida en dos. Entonces tendríamos que hablar no de una revolución de colores, sino de una contrarrevolución sangrienta. Lo que está claro es que la república islámica no se disolverá como un azucarillo en una revolución de terciopelo.

(Y como siempre, la recomendación del especial de BBC on line)

India: victoria del Partido del Congreso y de la estabilidad


Abusando de su generosidad he pedido a Paco Audije un análisis sobre el resultado de las elecciones en India.

Las encuestas se equivocaron y venció la moderación, “el término medio”, dicen allí. En las elecciones indias, el primer partido ha sido el Congreso que obtuvo 206 escaños, en una cámara baja (Lokh Sabah) de 543 diputados. En cualquier otro país, parecería insuficiente, pero no en la India, donde ya gobernaba partiendo de una cifra mucho menor de diputados (145).

Porque desde que terminara el voto, desarrollado en cinco fases a lo largo de semanas, el partido de Sonia Gandhi y de Manmohan Singh ha ido sumando el apoyo de otras fuerzas hasta alcanzar una mayoría de 316 diputados. Otros pueden añadirse aún estos días.

Para el elegante profesor que es Manmohan Singh, de 78 años, es una victoria doble. Porque sus tres predecesores en el cargo, sobre todo Atal Bihari Vajpayee (BJP, conservador), perdieron cuando estaban a la cabeza del ejecutivo.

Es una señal de estabilidad y una sorpresa para los pronósticos, que coincidían en mostrar una Lokh Sabah aún más fragmentada. Y los partidos de casta y regionales, que parecían reforzarse durante la campaña, retroceden.

La fragmentación política no ha desaparecido, pero es menor. Y el electorado ha premiado:

-La imagen de estabilidad, a pesar de los problemas de la coalición anterior por la retirada de los comunistas, tras la firma del pacto nuclear con Estados Unidos.

– La imagen de honradez del propio Manmohan Singh, entre una clase política en gran parte salpicada por la corrupción. India, además, parece aguantar la crisis y Singh sigue mostrándose como paladín de la buena gestión y fiel reflejo de las nuevas clases urbanas.

-El apoyo presupuestario al campo y a la agricultura, donde el endeudamiento de muchos  campesinos, generó antes campañas de suicidios. Esa política también ha dado sus frutos, en las urnas, a favor del Congreso.

-La relativa recuperación  del Congreso como partido intercomunitario e interreligioso, al contrario que el nacionalista hindú BJP, que ha mostrado un líder (Advani) demasiado viejo y aún apegado a sus lemas tradicionales.

-La voz firme ante Pakistán, sin derivas extremistas tras los atentados de Mumbai (Bombay). Ese discurso se ha impuesto a las noticias de la continuación de la insurgencia y el terrorismo en los estados del este y noroeste del país, así como en Cachemira.

Los pronósticos de la prensa extranjera que convertían a la líder intocable (dalit), Mayawati, ministra principal de Uttar Pradesh, en árbitro de la situación no tuvieron en cuenta el daño a su imagen. Se trata de una intocable y se presenta como defensora de los más pobres, pero es megalómana y muestra una riqueza personal insultante para muchos indios. Quizá es ahora la imagen de un cierto reflujo de las fuerzas políticas basadas en la casta.

En aquel “caos que funciona”, nunca se puede estar seguro hasta el final, pero –como ha dicho Le Monde– el mundo ha recibido una buena noticia. Porque, en la mayor democracia, no ha prevalecido el desencanto, a pesar de la acumulación de fracturas.

Y en una región explosiva, los indios han votado por la serenidad y el laicismo. Una lección democrática contra las tendencias de dispersión y el discurso nacionalista puro, que prevalecieron durante las últimas dos décadas, cuando el hinduista Bharatiya Janata, de L. K. Advani, pareció doblegar para siempre a la India de Nehru.

PACO AUDIJE

El ovillo indio


«Los indios están votando en una crucial elección que puede ser la última». A esta desesperanzada y nada profética conclusión llegó un reportero de The Times que cubrió las elecciones indias de 1967. Cuatro décadas después, los indios no han dejado de votar regularmente y lo vuelven a hacer desde el pasado 16 de abril (hasta el 13 de mayo) en unas elecciones clave, no porque en ellas se juege la democracia, sino porque son las primeras en las que India es un actor global claramente reconocido. (Para seguirlas nada mejor que la cobertura de la BBC.)

La corrupción, el clientelismo y la desigualdad son males endémico de la India. Pero ningún otro país ha sido capaz de encauzar democráticamente la diversidad de un país gigantesco. La India es la mayor democracia del mundo, un caos que funciona y que en los últimos años ha sido capaz de generar una próspera clase media. En este sentido, India está mucho mejor preparada que China, con su sistema centralizado, para superar la crisis.

Inicio aquí la práctica de incluir firmas invitadas. Empiezo con Paco Audije, ex corresponsal, secretario general adjunto de la FIP y un verdadero especialista en India. Este es su análisis.

La madeja india

Paco Audije

Impredecible. Una madeja difícil de desenredar. Así describe el actual proceso electoral el semanario indio  Frontline .

Las elecciones y la votación implican a 714 millones de votantes para un parlamento en el que el principal partido –en la Lok Sabha, la cámara baja actual- apenas supera el 27 por ciento de los escaños. La expresión inglesa hung parliament, una cámara sin mayoría clara, es siempre realidad en Nueva Delhi: nunca hay posibilidad de mayoríaabsoluta. Los indios están acostumbrados a tener siempre una especie de permanente “hung parliament”.

La mayor parte de los sondeos favorecen al Congreso, pero incluso si eso se confirmara,  tampoco significaría otra cosa que lo habitual: el partido con mayor número de votos tendrá que negociar con multiples  aliados, algunos poco  fiables.

La fragmentación de los partidos

El panorama del mundo politico indio está ya muy lejos de la muy relativa uniformidad que le proporcionó el Congreso en las primeras etapas de la independencia, durante el período Nehru. La fragmentación es su característica principal. En dos niveles: continúa el reforzamiento de los partidos regionales y aumenta la importancia de líderes que representan  la lucha de las castas bajas, de los intocables o de las etnias y grupos considerados fuera del sistema de castas.

Los dos mayores partidos “nacionales”, el Congreso y el conservador Bharatiya Janata Party (BJP), parecen converger lenta, imperceptiblemente para algunos, en muchos puntos de sus programas. Mientras, las alianzas pueden ser múltiples y contradictorias. Una escisión del Congreso, el Nationalist Congress Party, reafirma que puede pactar en Maharashtra y Goa con el Congreso y –sin que nadie lo perciba como contradictorio- con sus rivales en otros estados, como Orissa. Entretanto, se sigue considerando libre de hacerlo con unos u otros, en la Lok Sabha.

Debates y banderas de la campaña

El Congreso mantiene la bandera del laicismo, de las mejoras económicas aparentemente no tan afectadas como en China por la crisis. El crecimiento sostenido en años pasados en torno al 8 por ciento decae y la bolsa de Bombay puede ver la situación con los ojos de Londres o Nueva York, pero la India agrícola y rural no lo ve de la misma manera. Esos votantes de la India perdida, de la persistente India de las aldeas, siguen votando en función de elementos locales, también de caciques, fracturas lingüísticas o del precio del kilo de arroz. El Congreso promete que lo tendrán a 3 rupias (un euro equivale a 65 rupias indias), el BJP afirma que lo tendrán  a  sólo 2  rupias (ver “714 millions de voix” )  Y aunque sus corrientes internas mantengan sus viejas tendencias prohinduistas (hindutva), el Bharatiya Janata está lejos o ha rebajado su perfil de partido del extremismo  hinduista: durante su paso por el gobierno central tuvo un comportamiento moderado. En esta campaña, sus líderes tratan de hacer al Congreso –retrospectivamente- corresponsable de los enfrentamientos comunitarios que giraron en torno a la destrucción de la mezquita de Ayodhya, hace once años (http://www.hinduonnet.com).

Las fuerzas políticas del llamado Tercer Frente, que agrupa a la miríada de partidos implantados en estados o territorios determinados, denuncian  el envejecimiento de los líderes del BJP y del Congreso, como  el primer ministro Manmohan Singh,76 años,o el propio Lal Krishna Advani, 82 años, que impulsó la destrucción de la mezquita de Ayodhya y un movimiento antimusulmán  que llevó al BJP al gobierno de la Unión India entre 1998 y 2004.

Los terrorismos y las elecciones

En términos indios, no hay grandes escándalos de corrupción y tras los atentados de Bombay,  en noviembre, otros recuerdan los que sufrió el país cuando el BJP ocupaba el poder. La seguridad es tema de preocupación, pero no está teniendo un impacto decisivo en el debate de las elecciones. No delimita divergencias fundamentales, ni está reforzando la desconfianza entre las distintas componentes comunitarias o religiosas.

Las diversas facciones del terrorismo maoista o naxalite (de Naxalbari, el lugar en el que actuaron por vez primera) actúan en diversos estados del golfo de Bengala, desde hace unas tres décadas. Un atentado acabó con la vida de 18 personas el pasado 16 de abril. Esas acciones se pierden en la galaxia dispersa de la India, tanto como otras insurgencias. El ULFA, United Liberation Front of Assam, está activo desde hace 30 años en el estado de ese nombre. Durante las largas campañas y los largos procesos de voto, esos grupos –apoyados permanente u ocasionalmente por los servicios de los países enemigos de la India- incrementan sus atentados. Forma parte del guión.

Evolución en Cachemira

En este sentido, hay que mirar hacia la evolución del problema de Cachemira. La política de Estados Unidos  ha tomado hace tiempo distancias con respecto a Pakistán (antes aliado; ahora aliado y problema serio para EEUU). Ese giro estadounidense –que tiene su origen en la guerra contra los talibanes y Al Qaeda- ha  favorecido a una India que si no ha resuelto el problema de Cachemira, puede al menos empezar a verlo en términos más políticos que militares (“Demain, la paix au Cachemire?”, Le Monde Diplomatique, abril 2009).

Dinastías políticas, liderazgo y tercera alternatiiva

Lo extraordinario del proceso indio es que Manmohan Singh y Advani son contemplados como líderes “provisionales”, cada uno por razones distintas. Singh mantiene, de todos modos, gran parte de su prestigio como gestor equilibrado, a pesar del ejercicio del poder.Y durante la campaña ha mostrado que puede responder agresivamente a su principal rival. Ha dejado ver que no es sólo el intelectual alejado  de los navajazos de la arena política india . Advani aparece ante buena parte de los indios como un dinosaurio, un Fraga de la  política india que conserva la fidelidad de los sectores más conservadores.

Pocos defienden abiertamente la vigencia de las dinastías, pero haberlas haylas. No solo la dinastía de los Gandhi-Nehru, sino también otras dinastías familiares que son parte esencial de la India en varios niveles.

El analista Hariraj Singh Tyagi afirma estos días: “Está muy difundida en el país la idea de que Sonia Gandhi es la líder de mayor talla política en esta elección y que el Congreso es el mayor partido, con sus puntos de vista moderados y situados a medio camino”. Las más recientes elecciones para asambleas de varios estados, a finales de 2008, dieron como resultado un refuerzo del Congreso con respecto al BJP (“Why India’s state elections matter”).

Regateo político mientras se vota

El Estado indio moviliza a dos millones de soldados y policias para que el voto tenga garantías de seguridad. Terminado el proceso en una parte del territorio, gran parte de esas unidades se desplazan a otro. La elección tiene lugar en cinco fases territoriales (hasta el 13 de mayo) en un total de 828.000 colegios electorales.

Naturalmente,  durante ese desarrollo, las fuerzas políticas siguen negociando y mirando de reojo los resultados. De modo que alguien como el Comunist Party of India (Marxist), que se distanció del Congreso en Delhi por discrepancias sobre lo que consideró cesiones a Estados Unidos en el tratado nuclear, y que gobierna en Bengala Occidental, Tripura y Kerala, puede decir que tienen  tiempo aún para derrotar el Congreso y formar esa Tercera Alternativa aún no creada formalmente. Algunos medios, especialmente occidentales, están haciendo de la líder Mayawati Kumari, llamada “reina de los intocables” y jefa del gobierno de Uttar Pradesh (182 millones de habitantes), la tercera en discordia (“India vota durante un mes para elegir nuevo Gobierno”, El País, 17 abril 2009).

Pero con tantas variantes y en unas elecciones tan complejas, el regateo y los cálculos políticos no terminan en la primera fase del voto. La democracia es negociación múltiple, casi inacabable. El Congreso es favorito, pero la forma en la que se desenredará el ovillo es díficil de anticipar. La mayor democracia del mundo vuelve a fascinarnos desenredando su caótica madeja sin perder su imperfecta imagen de estabilidad.

Las ideas perdidas


FAIR es una modélica organización norteamericana, que desde 1986 mantiene un escrutinio para denunciar la parcialidad de los medios y defender la pluralidad de voces en el espacio público. Como es lógico, hace un seguimiento exhaustivo sobre la campaña electoral.

El último informe de FAIR analiza la cobertura de las primarias en los informativos nocturnos de las tres principales cadenas de televisión. Su conclusión es que se ha perdido la oportunidad para dejar aflorar ideas y cuestiones controvertidas, en una fase, que por ser muy abierta, debiera de ser propicia para presentar nuevos puntos de vista. A esta conclusión llega al encontrar como asunto informativo dominante las cuestiones de estrategia electoral y al constatar la escasa cobertura de los candidatos de más bajo perfil informativo.

El estudio realiza un análisis de contenido para determinar la presencia de 7 encuadres informativos: análisis de la estrategia de campaña, noticias, votaciones y ambiente de los votantes, interés humano y color local, temas, publicidad y biografías. El enfoque dominante es el de estrategia de campaña, que está presente en el 86% de las informaciones y que resulta dominante en el 65% de todas aquellas en las que aparece. En cambio, los temas, esto es, las cuestiones políticas y sociales a debate en la campaña, aparecen en un 41% de las informaciones, pero sólo son dominantes en un 5%. Por tanto, la pauta es mostrar las elecciones primarias como una carrera, una pugna entre estrategias. Ya me referí en otra entrada («La credibilidad de los medios norteamericanos, en picado») a las consecuencias de estos enfoques informativos. Los estudios (resumidos por la profesora Berganza) relacionan la pérdida de credibilidad de medios y políticos con un “enfoque estratégico” de la información política y electoral, en detrimento de un “enfoque temático”.

En cuanto a los candidatos, el más mencionado es Obama, Clinton y McCain. FAIR se queja de que algunos candidatos, que obtuvieron buenos resultados en los caucus de Iowa, como el republicano Paul Ron, fueron completamente ignorados por los medios.

Nuevamente, vemos como las campañas electorales se convierten en ocasiones perdidas para debatir las opciones sobre las que los electores tienen que pronunciarse.

La otra Serbia


En cada elección celebrada en Serbia desde la caída de Milosevic hace 8 años entre un 40% y 45% de los votos va las formaciones nacional-populistas, ancladas en el victimismo nacionalista. De ese bloque, la fuerza hegemónica es el Partido Radical, con su líder histórico, Vojislav Seselj (acusado en La Haya de crímenes de guerra), se lleva un 30%, correspondiendo el resto al Partido Socialista de Milosevic, en franco declive. En ese electorado nacionalista cabe encuadrar buena parte de los votos obtenidos por el Partido Democrático de Serbia, de Vojislav Kostunica. En la primera vuelta de las elecciones del domingo el candidato del Partido Radical, Tomislav Nikolic, rozó el 40%, quedándose a 4 puntos el actual presidente, Boris Tadic, del Partido Democrático, el líder que intenta llevar a su país a Europa sin herir demasiado el maltrecho orgullo de los serbios.

La mayor parte de los analistas serbios -como se hace eco en su crónica en El País Ramón Lobo– consideran que, en estas condiciones Kostunica conserva su poder como árbitro del futuro, orientando los votos (un 7’6%) del que fue su candidato, Velimir Ilic, hacia Tadic. Otra es la visión del eslavista Eric Gordy en Open Democracy. Para este profesor, Nikolic no tiene capacidad de atraer más votos y los votos de Ilic irán hacia Tadic, o se abstendrán, de modo que Kostunica tiene poca capacidad de influir en el resultado de la segunda vuelta. Lo más interesante del análisis del profesor Gordy es su observación de que la existencia del Partido Radical ha impedido que los dos grandes partidos serbios actuales se definan conforme a criterios homologables: como conservador, el Partido Democratico de Serbia de Kostunica; como liberal, el Partido Democrático de Tadic.

Pero lo que más interesante me parece de la votación del domingo es el aumento de la participación, un 61%, que parece romper una tendencia de apatía política. Y vuelvo al principio de este comentario. El votante anclado en los mitos de la Gran Serbia, incapaz de reconocer los crímenes cometidos en el nombre de la Patria, ha sido fiel al Partido Radical. Las víctimas de la limpieza étnica en otras repúblicas es yugoslavas, los refugiados de Bosnia y Kosovo, también han votado por los radicales. Y muchos de los perdedores económicos de una transición caótica y sin decisión. En cambio, el electorado urbano, deseoso de mirar al futuro y no al pasado, no ha encontrado incentivos para votar a partidos formalmente europeistas, inmersos en batallas bizantinas e incapaces de romper radicalmente con el pasado. Tampoco ha ayudado la posición dubitativa de Europa. Parte de ese electorado ha vuelto el domingo a las urnas.

Para que esa otra Serbia sin ataduras con el pasado se reafirme sería necesario que la independencia de Kosovo no se imponga a Serbia como un trágala. Que la Unión Europea ofrezca financiación y apoyo para el proceso de integración. Que no se abandone la exigencia de entrega del criminal Mladic, porque es de justicia y porque la tolerancia en este asunto no hace más dar alas a los nacionalistas. Y que el electorado exija a sus políticas que abandonen de una vez por todas el victimismo y las eternos relatos conspirativos, tan caros en los Balcanes.

A %d blogueros les gusta esto: