De Siria a Túnez, imágenes que nos cuentan otra historia


Si antes de empezar a leer has visto el vídeo, habrás quedado atrapado en el dolor de esta madre. En mi caso, estas imágenes andan rondándome  por la cabeza desde hace unos días.

¿Por qué habéis matado a mi hijo? ha sido el grito desesperado de la mujer a lo largo de la historia. No hacen falta palabras ajenas que subrayen el dolor y la rabia, casi ni es necesario entender la pregunta desgarrada.  Son imágenes catárticas que responden a un código universal.

Como intento explicar a mis alumnos, en televisión, cuando las imágenes hablan, cállate y déjalas hablar por si mismas, no las anules o enturbies con palabras innecesarias. Pero también hay que desentrañar lo que las imágenes dicen más allá de lo evidente, lo que connotan, lo que esconden detrás de la emoción.

En este caso nos explican más de lo que parece la naturaleza de la guerra de Siria.

Diplomáticos y funcionarios apenas si se atreven a mirar a esta madre que les espera a la salida del hotel donde se desarrollan las conversaciones Ginebra II. ¿Sienten vergüenza o son indiferentes al dolor? No lo sabemos, pero por supuesto no han matado con sus manos al hijo de esta mujer, Abbas Khan, un médico ortopédico de nacionalidad británica, asesinado después de torturado, tras ser capturado cuando prestaba asistencia médica en una zona controlada por los rebeldes.

Ellos no le han matado, pero son, a su pesar o no, engranajes de un régimen asesino. Pueden ser burócratas obedientes o convencidos seguidores de Asad. Pueden ser sunníes o más probablemente alauíes. La dictadura de los Asad garantizaba estabilidad, protección a las minorías y tolerancia para las élites occidentalizadas. Ahora, seguramente algunos de estos funcionarios estarán horrorizados con los crímenes cometidos por el régimen, pero ahí siguen, por convicción, interés o miedo, tanto al propio régimen como, seguramente más, al califato yihadista.

Khan era uno de tantos inmigrantes, hijo de inmigrantes o vástago de las élites de países musulmanes que estudian en el Reino Unido y ejercen allí su profesión. Bachir el Asad podía seguir siendo a estas horas oftalmólogo en Londres si su hermano, el llamado a suceder a su padre, «el león de Damasco», no hubiera muerto. Abbas Khan escuchó la voz del deber (ético, profesional o religioso) para acudir a Oriente a salvar vidas. Bachir volvió a Damasco, pensábamos que para democratizar el régimen. En realidad regresó para convertirse en el carnicero de Damasco. Y, hoy por hoy, no parece que se pueda poner fin a la guerra sin algún pacto con él.

El Parlamento de Túnez aprueba su Constitución. Este segundo vídeo es, desde luego, menos impactante, pero para mi también emocionante. Aquí la empatía no nace de compartir el dolor, sino de compartir experiencia. También las imágenes cuentan una historia profunda (aunque en este caso el vídeo, por la forma en que está editado, no sea tan rotundo).

No he visto en ningún lugar que la aprobación de una ley o una constitución vaya acompañada de una emoción tan sincera. Esos hombres y mujeres que cantan el himno nacional y se abrazan están convencidos de vivir un momento histórico. No ha terminado la transición tunecina, que comenzó justo hace tres años con la caída de Ben Alí, pero se han superado momentos muy difíciles que podrían haber llevado al enfrentamiento entre islamistas y no islamistas. Unos y otros han cedido y han pactado. Es la esencia de un consenso constitucional.  Mañana comenzará la lucha política y ya veremos que apoyo electoral logra cada uno, pero ahí unas reglas comunes en las que todos están de acuerdo, sin exclusiones. ¡Qué diferencia con Egipto!

 

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Claves de las revoluciones árabes (I)


No soy arabista ni especialista en el mundo árabe. Pero creo que las revueltas árabes entrañan algunas claves que nos pueden ayudar a entender cuándo estas protestas pueden llegar a convertirse en una revolución, cuándo es probable que sean reprimidas y cuándo pueden disolverse por si mismas.

Revoluciones árabes

Todos los musulmanes comparten un sentimiento de pertenencia a la unmma, la comunidad de los creyentes, por encima de estado y nacionalidad. Pero donde este sentido de pertenencia es más intenso es entre los árabes, que comparten cultura, una lengua de base y unas sociedades con rasgos semejantes.

Los pueblos del Magreb y de muchos de los estados de Oriente Próximo han pasado por la experiencia de la colonización, de regímenes nacionalistas que han degenerado en cleptocracias, que han manipulado la religión, aceptando un conservadurismo creciente al tiempo que reprimían a los movimientos integristas y yihaditas.

Las sociedades árabes son mayoritariamente sunníes y aunque la influencia de los predicadores es grande, no existe el encuadramiento social que lleva consigo el chíismo con su ideología milenarista y el poder de los ayatolás.

Son sociedades tradicionales, pero con una gran población urbana educada. Las masas juveniles se encuentran condenadas al paro. La aplicación de políticas neoliberales han liquidado la estabilidad económica de las clases medias.

Todos los árabes se ven como próximos, de aquí el contagio de las revueltas.

Conciencia nacional

En el Magreb y Oriente Próximo a la pertenencia nacional se suman diversas pertenencias comunitarias: de religión, secta, clan o tribu. Para que las revueltas se conviertan en revolución, para que no se ahogen en si mismas, o, lo que es peror no degeneren en luchas sectarias, el sentido y hasta el orgullo nacional. El fuego de la revolución sólo puede prender si estas diferencias estamentales pueden dejarse en segundo plano y recuperar un cierto orgullo nacional.

Sociedades estructuradas

A mayor educación, mayores posibilidades de que las revoluciones triunfen.

Los grandes impulsores de las revueltas están siendo los jóvenes urbanos con acceso a las nuevas tecnologías de la información. Pero lo único que están haciendo es enlazar el hartazgo de las clases medias, las reivindicaciones de los trabajadores y el hartazgo de toda una sociedad. Pero más allá de una movilización en la calle para que la revolución triunfe tienen que existir organizaciones sociales: asociaciones, ongs, sindicatos, partidos.

La mayor parte de estas organizaciones fueron vampiririzadas por las dictaduras. Ahora se enfrentan a un proceso de regeneración.

Dictaduras débiles

No tanto que se trate de dictablandas, esto es regímenes con un grado limitado de represión, como que su legitimidad se esté agrientando. Un régimen es débil cuando el tirano, anciano y achacoso, no tiene una sucesión clara, por mucho que él piense que lo tiene todo «atado y bien atado».

Pierden también legitimidad las dictaduras cuando no pueden mantener las redes clientelares por divisiones internas o por incapacidad de engrasarlas con dinero y prebendas.

Tienen en cambio una legitimidad más sólida aquellos que se envuelven en una legitimidad religiosa o en un carisma especial.

Y los pueblos perciben a los tiranos como débiles cuando éstos se humillan ante un poder exterior.

Implicación extranjera

En la medida que el régimen sea más dependiente de una potencia exterior, el dictador puede caer en cuanto ese poder externo muestre alguna duda en su apoyo. Pero también cuanto más intereses estratégicos tenga ese otro país (Estados Unidos o Irán) más difícil y condicionada será la transición.

Como la entrada ya es muy larga, dejo para otra próxima la aplicación de estas claves a los distintos países.

(Puedes seguir el resto de las entradas de este tema con la etiqueta «revoluciones árabes»)

Justicia y democracia en las revoluciones árabes


Hay dos hipótesis sobre las revoluciones árabes. Para unos, el motor de las revueltas está en el ansia de libertad y dignidad de los jóvenes urbanos (Olga Rodríguez, Vicenç Navarro). Para otros, en las reivindicaciones laborales y sociales de una población empobrecida.

Muchos han olvidado que el primer grito llegó del Sahara Occidental. Los acampados en Gdeim Izik pedían condiciones de vida dignas y no discriminatorias. El régimen marroquí ahogó este grito con represión policial y social,  a cargo ésta última de los colonos. En el Sahara bajo la superficie estaba la cuestión de la autodeterminación nacional, pero la protesta era en su origen social y reflejaba la degradación de la situación de las capas populares.

Las primeras protestas en Túnez también pedían mejores condiciones sociales. La subida del precio de los alimentos está siendo el catalizador primero de las revueltas. Su acelerador son los nuevos medios sociales. Pero lo que persiguen todos, jóvenes y viejos, laicos y religiosos, pobres y acomodados es terminar con la hogra, esa palabra árabe de difícil traducción que indica la humillación infligida por el poderoso, ya sea el majcen marroquí, la familia Tablesi o cualquier otro clan político-económico.

Lo que quieren los manifestantes es que ser reconozca su dignidad y libertad. No ser sometidos a medidas arbitrarias. No ser humillados por cualquier funcionario con gorra de plato de los innumerables cuerpos policiales. Ser tratados como personas maduras, que pueden decidir su futuro en elecciones libres. Quieren, desde luego, terminar con la corrupción. Y, cómo no, trabajo para tener un proyecto de vida propio. Quieren, en definitiva, libertad y justicia.

La libertad se institucionaliza en la democracia y el estado de derecho. El estado de derecho tiene que reconocer y garantizar los derechos humanos. Si algo demuestran estas revoluciones es que los derechos humanos son un anhelo universal.

No hay estado de derecho sin respeto de la ley (rule of law) y mecanismos de alternancia en el poder a través de elecciones. Las elecciones no son toda la democracia, pero son condición de democracia. En los casos de Túnez y Egipto las elecciones generales consagrarán una nueva legitimidad. Pero no se acaban las condiciones, que se enlazan como cerezas. Las elecciones tienen que ser libres y limpias. Esto exige libertad de asociación, reunión y expresión; un sistema electoral equitativo; equidad en el acceso de las distintas opciones a los medios de masas.

Una democracia es, en último término, un procedimiento para resolver pacíficamente y con libertad los conflictos y asignar el poder político, económico y social. Sin democracia no hay justicia, pero la democracia no garantiza la justicia. Que en una democracia se alcance un nivel aceptable de justicia; que haya un reparto de poder razonable; que a todos se garanticen unos servicios básicos… depende del equilibrio de fuerzas. Si las reglas procedimentales son equitativas y razonables, cada cual tendrá un cauces para luchar por sus derechos e intereses y para unirse con otros en la prosecución de sus fines esenciales.

Una dictadura es como es el tapón de la botella de champán (así se veía Fernando VII a si mismo) que cuando se descorcha deja salir toda la presión acumulada. En las transiciones árabes se acompasará la lucha por la democracia con las reivindicaciones sociales. No es raro que, como lo fue en España, transición sea sinónimo de movilización y lucha social.

No sé si los blogeros volverán a casa. Desde luego los trabajadores tendrán que salir a la calle. Las huelgas paralizarán más o menos la economía y crearán molestias a los turistas, pero permitirán a estos pueblos mejorar su nivel de vida, maltrecho por la corrupción y la carestía de los alimentos. Para no entrar en una espiral inflacionaria al pacto político tendrá que acomparñar el pacto (o muchos pactos) social. Muchos prefieren aprovechar el vacío de poder y salta a la otra orilla. (Nada que ver este éxodo con el albanés de los 90, por muchos que Berlusconi y Maroni manipulen el caso).

Lamentablemente la democracia no trae aparejada automáticamente riqueza ni justicia. Llegará el desencanto. Los nuevos dirigentes, tanto los transitorios como los que salgan de las elecciones no deberán olvidar el frente social o las masas populares darán la espalada a la incipiente democracia. Ya que Europa ha apoyado hasta el último día a los tiranos, por lo menos que tire ahora de chequera.

Sin pan no puede haber elecciones, pero sin elecciones no se puede ganar el pan dignamente.

 

P. S En cualquier caso la prueba del 9 de estas transiciones es el respeto de los derechos humanos. Las organizaciones de derechos humanos culpan a los militares de torturas y desapariciones.

 

Los vídeos de Vodpod ya no están disponibles.

(Otras entradas relacionadas.  Revoluciones y transicionesRevolución en Egipto: el papel de los medios (tradicionales y sociales)¿Quién informa ya de Túnez?,  Revolución árabe: la fina línea entre la opresión y la libertadTúnez: más tareas para la transiciónTúnez: los dilemas de la transición,Difícil transición en TúnezTúnez, la rabia de los universitarios)

Revoluciones y transiciones


Puede que todo esté dicho sobre los extraordinarios acontecimiento de Túnez y Egipto. La mayoría de los analistas se ufanan prediciendo el pasado. El tono general es optimista. Los análisis de detalle, de los verdaderos especialistas, son más útiles que los grandes frescos de los generalistas, llenos de lugares comunes.

Lo siento. Yo también me sumo a la ceremonia de la confusión con algunas reflexiones generales sobre las revoluciones árabes, que, para no cansar, dividiré en esta entrega, otra sobre justicia y democracia y una última dedicada a porque unas revoluciones triunfan y otras no

Lo que uno ha visto en medio siglo

Como cualquiera de mi generación he sido testigo de varias olas revolucionarias.

De adolescente, me inicié en el interés por la política y el cambio social con las revoluciones del 68. Aparecían como revoluciones juveniles para cambiar de sistema, para arrumbar el conservadurismo, la guerra fría, el capitalismo, el comunismo soviético, para llegar a un nuevo paraíso ácrata.

Las revoluciones del 68 no fueron sólo la de París. También las marchas de los derechos civiles en Irlanda del Norte, el movimiento de los derechos civiles de Estados Unidos, la primavera de Praga… Las revoluciones de los 60 obviamente no fueron genuinas revoluciones políticas, porque no produjeron un cambio de poder. El poder político y económico siguió en las mismas manos, pero los valores cambiaron:  costumbres más libres, cuestionamiento de la tradición y la autoridad, liberación de la mujer, laicidad… Hoy, los que entonces abandonaron asustados el progresismo, como Ratzinger, combaten codo con codo con muchos de aquellos radicales el «relativismo moral».

En realidad las revoluciones de mayo murieron trágicamente más tarde. En Europa con la locura homicida de la Baader-Meinhof, las Brigadas Rojas, los años de plomo. En España, con ETA, que todavía sigue ahí… Con el terrorismo revolucionario y el terrorismo de Estado. Murió también el espíritu de mayo asesinado por Pinochet y Videla. Lo vivimos como un fracaso y luego poco a poco conocimos el horror y el genocidio.

La que vivimos como una revolución de verdad fue la Revolución de los Claveles.Por fin, un atisbo de luz en el tardo franquismo. Nos sabíamos hasta la tendencia del último capitán y los fines de semana se organizaban expediciones a Lisboa.

La portuguesa fue una revolución de verdad, porque puso fin a un peculiar régimen autoritario. Como muchas revoluciones pasó por distintas etapas. El poder lo asumió una junta militar, pero no la cúpula del poder militar de la dictadura como en Egipto. En ella convivían militares de confianza de los capitanes con el conservador general Spínola, que salió huyendo en cuanto la cosa se radicalizó. Después de la fiebre revolucionaria, vino la institucionalización del Movimiento de las Fuerzas Armadas y por fin la democracia civil. El poder se hizo democrático, pero la revolución social y económica se frustró.

Por fin Franco se nos murió en la cama, así que no tuvimos revolución, ni siquiera ruptura y nos contentamos con una transición, que hoy se nos vende como modélica, pero que entonces nos originó no poco sufrimiento. El motor de la transición no fue el Rey sino la movilización popular. El Rey fue el estabilizador del proceso. Tuvimos que acostumbrarnos a negociar y a aceptarnos. El cambio de poder fue gradual, negociado y salpicado de involuciones. No cambiaron los poderes sociales y económicos, pero nos dimos una ordenación de la convivencia bastante razonable.

Transición fue la de Argentina, de Galtieri a Alfonsín, que vivimos con gran esperanza. Habría que esperar hasta finales de los 80 para que llegara la transición en Chile.

Otra revolución de libro fue la de Irán, que hizo bueno aquello de que las revoluciones devoran a sus propios hijos. Una revolución popular derroca al Sha, pero como en la Rusia de 1918, una vanguardia revolucionaria se hace con el poder. Detrás hay un líder (Jomeini), una religión-ideología (el milenarismo chií), una iglesia-partido (los ayatolás), una alianza de la burguesía conservadora (los bazaríes) con las masas desposeídas. La burguesía laica es sacrificada y se impone una teocracia, con un extremo conservadurismo social, un populismo económico y un compromiso con la revolución islámica global.

En realidad la gran revolución de nuestras vidas ha sido una contrarrevolución y ha sido no política, sino social y económica. Empezó con Reagan y Thatcher y hoy vuelve triunfante, con la espuma de la Gran Recesión. La Gran Contrarrevolución ha supuesto una gigantesca transferencia de poder económico de las clases medias a los magnates financieros. No ha habido cambio formal del poder político, pero los fundamentos de la democracia se han deteriorado con una desigualdad creciente. Vivimos en sistemas de democracia de baja intensidad.

Revolución política, económica y social fue la caída del Muro y la implosión del sistema comunista. Durante unos meses, quizá sólo semanas, pudo parecer que cabía un socialismo democrático. Pero pronto se vio que el comunismo operaba con tal fuerza como contramodelo que se imponía su más terrible contraimagen, el capitalismo salvaje.

Hay analogías con las revoluciones árabes. Como éstas, las de la Europa comunista fueron revoluciones populares, en gran medida espontáneas (sin despreciar la influencia de la CIA y el Vaticano). Fueron revoluciones porque el sistema se cayó, pero también fueron transiciones porque la transferencia de poder se hizo en muchos lugares, como Polonia, Hungría, de forma negociada. La mayor parte de los líderes espontáneos desaparecieron en el anonimato y surgieron nuevos que habían estado agazapados disfrutando de las prebendas del sistema, como Vaklav Klaus. Frente a una derecha radical se alineó una izquierda moderada, en general salida de los partidos comunistas, en muchos casos corrupta e incompetente. Así que si la revolución duró dos semanas, la transición política un año y la transición jurídica una década, la transición a una sociedad democrática (como demuestra el caso de Hungría) todavía no ha terminado.

De la que sí que fui testigo directo fue de la caída de Milosevic, que inaguró las revoluciones de colorines (la Naraja, la de los Tulipanes, las de las Rosas etc). Milosevic cayó porque perdió las guerras que desató, pero de hecho fueron grupos de conspiradores los que organizaron la toma del Parlamento de Belgrado. Se abrió luego una transición con episodios como el asesinato de Djindjic y que, desde el punto de vista político, Boris Tadic parece haber concluido.

Digo que la caída de Milosevic sirvió de modelo para revueltas organizadas por partidos políticos o grupos de intereses como la de Ucrania. Bendecidas por Washington para robarle terreno a Moscú en su patio trasero, los medios las enaltecieron. No eran más que un «quítame tú, que me pongo yo».

Las revoluciones de Túnez y Egipto lo son porque suponen un cambio de legitimidad y su trascendencia reside en que establecen un nuevo paradigma dentro de la cultura musulmana, que se ve como la umma, la gran comunidad política de todos los creyente.

El fundamento del poder ya no se halla en el carisma de un padre de la patria que asegura la estabilidad y una cierta prosperidad, sino en la voluntad de libertad y dignidad del pueblo. El poder de hecho se encuentra ahora en Túnez en manos de tecnócratas del viejo régimen. En Egipto lo detenta la vieja cúpula militar de Mubarak. Se abre una transición política llena de peligros e incógnitas. ¿Serán capaces los jóvenes de encontrar nuevas organizaciones mediadoras? ¿Alguno de ellos se consolidará como líder o volverán a la soledad en compañía de Facebook?. ¿Cómo se mantendrá la presión popular?

Tunecinos y egipcios ya han ganado la dignidad. Ahora tienen que conquistar la democracia en difíciles transiciones.

¿Quién informa ya de Túnez?


La revolución en Egipto ha eclipsado por completo a la revolución tunecina

Apenas hace diez días, Túnez era primera página y abría todos los informativos. Hoy, los medios españoles no informan sobre Túnez, sus enviados especiales han regresado o se ha ido a Egipto.

Ciertamente, Egipto es el gran país árabe y Mubarak mantiene el pulso, mientras Estados Unidos busca alternativas para mantener el status quo favorable a Israel. Estamos de acuerdo, hoy Egipto es la gran noticia. Pero en Túnez todo sigue abierto, sin encontrar una vía clara hacia la democracia. Nadie nos lo cuenta. Por lo que veo en medios sociales como Nawaat los que con sus protestas derrocaron a Ben Ali sienten que su revolución les esta siendo robada ante la indiferencia del mundo, que durante diez días ensalzó su revuelta.

Información espectáculo

Juan Goytisolo narra en «Señas de identidad» como su protagonista, joven exilado del franquismo, es acogido con entusiasmo a su llegada a París a finales de los 50. Hasta que sus nuevos amigos dejan de atenderle, porque hay otras causas más urgentes, creo recordar que la de la independencia argelina.

Las opiniones públicas y las opiniones públicas progresistas son por naturaleza inconstantes en sus intereses y compromisos con el resto del mundo.

En la sociedad del espectáculo los medios promueven ese interés voluble. La «tribu» de corresponsales, cámaras y enviados especiales se mueve de un escenario a otro de conflicto, siempre buscando la tensión, la imagen dramática.

En época de recortes económicos, resulta escandaloso que las radios desplacen a los conductores de sus informativos para hacer en directo desde El Cairo sus diarios hablados. Estos paracaidistas no saben nada del país, necesitan asistencia de los periodistas que están allí, convierten en noticia su llegada y peripecias en las aduanas y se ven obligados a volver a contar lo obvio. ¿No sería más económico y eficaz mantener en un lugar de uno, dos enviados especiales por el tiempo que fuera necesario, en vez de hacer grandes despliegues?

La revolución en los países árabes ha tomado a todo el mundo por sorpresa. Un nuevo estudio de Media Tenor (pdf) demuestra que en los últimos cinco años las grandes televisiones de referencia dedicaron un interés decreciente a los grandes conflictos, ignorando prácticamente a Egipto.

Este informe muestra también como para los pequeños países del sur la única manera de aparecer en la tele es mediante una explosición de violencia. Afganistán, en cambio, ha polarizado la atención, me atrevería a decir que no tanto por el conflicto en si, como por la presencia de tropas (y los informadores empotrados que les acompañan) de los países de las televisiones de referencia.

(Véase también sobre este tema Guerra y paz en las televisiones de referencia)

Fuente: Media Tenor

(Cuando escribí esta entrada no había visto que también TVE enviaba a El Cairo a una de las presentadoras de sus telediarios. La gran aportación consiste en dar paso a la corresponsal Rosa Molló, que está en el mismo set informativo, ambas con el Nilo a la espalda.)

Revolución árabe: la fina línea entre la opresión y la libertad


Mubarak advirtió el viernes a los egipcios, en el que puede ser su último discurso, que hay «una fina línea entre la libertad y el caos». En realidad, quería decir «yo o el caos».

En entradas anteriores, reflexioné sobre las posibilidades de la transición en un  país, Túnez, en el que la revuelta de la calle ha derrocado a la cabeza de un régimen opresivo, pero donde queda un largo e incierto camino para llegar a la democracia.

Hoy, me sitúo en un momento anterior, en el que se encuentra Egipto, en esa sutil línea que separa una autocracia opresiva y la libertad.

En el punto de partida existe un régimen que anula los derechos humanos, especialmente los políticos, que se sustenta sobre la represión y un partido único o hegemónico, aunque intente ganar legitimidad con un relato mítico (en el caso de Mubarak el aviador invicto que garantiza la estabilidad y la prosperidad) y satisfaciendo las necesidades sociales básicas. Con el paso del tiempo, el relato legitimador se difumina en la medida en la que se degrada el nivel de vida de las clases populares y, sobre todo, de las clases medias.

El apoyo exterior no es un factor despreciable. En este caso Mubarak ha contado con el apoyo de Europa y, sobre todo de Estados Unidos, con un mil millones dólares anuales de ayuda militar durante un cuarto de siglo.

Cualquier intento de desafiar al régimen es reprimido con todo el poder judicial y policial. Todos tienen miedo y la oposición se debilita después de cada ola represiva.

Pero un día la gente, todavía con mucho miedo, se atreve a salir a la calle a pedir que se vaya el tirano. En el caso de Egipto, hay rabia por el alza de precios de los alimentos, por la corrupción, por el fraude en las elección y, de modo especial, indignación porque Mubarak quiera investir como sucesor a su hijo Gamal en las previstas elecciones presidenciales. Pero el factor decisivo es ver lo logrado en la calle por los tunecinos. Si ellos lo han consegudo ¿por qué no los egipcios?.

Y entonces empieza un desafío en la calle que siempre es sangriento. El autócrata aplica la represión de rigor. Pero mientras las protestas crecen y las calles se llenan de jóvenes, mujeres, profesionales… se ve en el dilema de ordenar un baño de sangre total. Es entonces cuando los gobiernos que le apoyaron cuando era fuerte le piden hipócritamente que se contenga.

La partida se juega en la calle. ¿Quieren los policías morir matando? ¿Se arriesgarán su jefes a ser objeto de la ira de la multitud o del nuevo gobierno si la revolución triunfa? ¿Tomará el lugar represor de la policía el ejército? Y en ese momento un policía o un soldado pone en la bocacha del fusil un clavel o un pañuelo verde y la multitud le aupa y le aclama. Y entonces la represión ya no es posible.

En Egipto se está cruzando esa línea sutil, pero Mubarak se aferra al poder. Tiene más agallas y controla mejor los resortes que Ben Ali. Pero sobre todo los que le apoyaron, Washington y Tel Aviv, no pueden consentir una salida que no garantice sus intereses. Hay que encontrar una alternativa ¿Puede ser Omar Suleiman, el todopoderoso jefe de los servicios secretos, el que garantice un status quo con Israel? ¿O puede ser Baradei con su Nobel de la Paz, un líder diplomático, occidentalizado, pero poco capaz de aglutinar a la oposición?.

Con respecto a la actitud de Estados Unidos, viene a cuento la frase de Kennedy (que recuerda Jean-Paul Marthoz) en relación a la dictadura de Trujillo: «Hay tres posibilidades, en orden decreciente de preferencia. Un régimen democrático decente, una continuación del régimen de Trujillo o un régimen castrista. Deberíamos favorecer la primera, pero no podemos renunciar a la segunda si no estamos seguros de evitar la tercera.

Hoy el equivalente a un régimen castrista no sería tanto un régimen islamista, como un régimen, religioso o laico, que no guarde las espaldas a Israel. Aunque no se trataría de mantener a Mubarak como de buscar esa otra alternativa segura.

Todavía ayer oí a Jaime Peñafiel quejarse de que Carter hubiera dejado caer a un «personaje histórico» como el Sha de Irán. Carter invocó su política de derechos humanos para no sostener a Reza Palevi y Somoza («nuestro hijo de puta»), pero la línea se había cruzado y ni un baño de sangre hubiera mantenido a esos dictadores, que durante décadas fueron los «guardianes de Occidente».

Hoy pasa lo mismo. Aunque Obama quisiera mantener a Mubarak no podría. Pero cruzada la línea de la opresión, antes de llegar a la libertad, puede pasarse por un periodo de caos. Eso es lo que desea cualquier régimen que se tambalea y eso es lo que tiene que evitar una sociedad que quiera libertad.

Y superado el caos queda luego un largo camino a una libertad institucionalizada en una democracia… una batalla que se da tanto en la calle como en los despachos.

«Tuitear» el consejo de ministros de Túnez ¿transparencia o banalidad?


Vuelvo a preguntarme a cuenta de la revolución de Túnez si todo debe ser sabido y conocido en el acto.

Slim Amamou es un bloguero que ha pasado prácticamente de la cárcel al gobierno de Túnez. Su notoriedad le ha llevado a la Secretaría de Estado de Juventud y Deportes. A pesar de ello, su Twitter original (@slim_amamou) sigue censurado y ha tenido que abrir una nueva cuenta  (@slim404), desde la que ayer «tuiteó» o retransmitió el primer consejo de ministros del gobierno de transición. (La noticia puede verse en el El Mundo y La Vanguardia).

Me imagino la cara de los viejos dinosaurios del régimen cuando su joven colega tuiteba desde un ordenador o un teléfono inteligente. Visto así es divertido y la información suministrada es, desde luego, significativa de lo caótica que es la transición. Pero ¿se puede trabajar seriamente en tales condiciones sabiendo que nuestras palabras van a ser reproducidas más o menos fielmente o filtradas con mayor o menor intención?

Un consejo de ministros es órgano colegiado que debe tomar decisiones previa deliberación. No se hace política tuiteando desde su mesa, si acaso, política espectáculo.

Twitter «remedia», es decir, reproduce, adapta y fusiona funciones de otros medios; «remedia» el cable de las agencias; «remedia» la retransmisión en directo de la televisión. Es hoy una herramienta informativa de primera magnitud, que nos permite conocer de la mano de protagonistas y testigos lo que está ocurriendo en este momento.

Se puede «tuitear» un partido de fútbol, una sesión parlamentaria y todo lo que es por esencia público y tiene un proceso de desarrollo. Cuanto más azaroso sea este proceso, más interés tendrá tuitearlo.

Cuando se trata de una sesión de trabajo no pública, el tuiteo lo único que hace es que los pavos reales luzcan sus plumas. Véase la reunión de internautas y creadores. Además, el «tuit» es un eco que distorsiona la misma discusión que está siendo retransmitida. «Acabas de tuitear algo que no he dicho…».

Más que transparencia, saber que Salim Amamou se va a poner corbata para complacer a su colega el ministro de justicia me parece una banalidad. Y anunciar por su propia cuenta en Twitter que se levanta el estado de alerta lo juzgo una temeridad.

Túnez: más tareas para la transición


Los más viejos se acordarán de aquel día  de 1977 en que el gran cangrejo del yugo y las flechas fue descolgado del edificio de la calle Alcalá 32, sede de la Secretaría General del Movimiento. Si uno se fija todavía se puede apreciar una tenue huella en la fachada (¿Será un símbolo de la sutil impregnación de nuestra democracia por el franquismo?).

Los símbolos del régimen tunecino a la basura - Fuente Nawaat

Los tunecinos han retirado por su cuenta los símbolos del partido único, el RCD, a su alcance, como este rótulo de una calle que conmemora una de sus fechas fundacionales. Pero ahora exigen la separación entre el partido y el Estado; una comisión que separe bienes y edificios, restituya a los funcionarios adscritos al partido a sus empleos públicos y la destitución de los directivos de la radiotelevisión pública pertenecientes al partido.

La Unión Constitucional Democrática, el RDC, el partido fundado por Burguiba, se había convertido en un partido único de hecho. Con dos millones de militantes, la afiliación resultaba imprescindible para cualquier empleo público. Seguramente, el partido se adaptará a la situación, con una nueva dirección y un abrazo formal a la democracia. Es más probable que se convierta en Alianza Popular que en UCD.

El nuevo gobierno, en el que los viejos ministros de Ben Alí controlan los resortes básicos del poder ha causado general insatisfacción en Túnez. En la entrada de ayer sobre la transición tunecina olvidaba que el gran motor de una transición donde los representantes del antiguo régimen no han sido defenestrados (en definitiva, una transición, no una revolución) es la presión popular continuada.

En España, la punta de lanza de esta presión fueron el Partido Comunista, CC.OO, UGT y en menor medida otros partidos y grupos de izquierda, con una no desdeñable capacidad de movilización. En Túnez no sé si la UGTT puede realizar esa función, pero desde luego no creo que la movilización catalizada por las redes sociales pueda mantener la presión si no surgen nuevas organizaciones.

Y obviamente otro de las tareas pendientes es la amnistía, que ya ha prometido el primer ministro Ganouchi, pero que sin movilización popular puede ser más que la condición para la liberación de presos y el retorno de los refugiados una carta de impunidad para los violadores de los derechos humanos.

Túnez: los dilemas de la transición


La revolución del Jazmín, revolución popular

El pueblo de Túnez ha derrocado al dictador. La revolución es suya y sólo suya. No de Twitter ni de WikiLeaks; no de Anonymus; no del Departamento de Estado ni del Quay d’Orsay.

Como puede leerse en Nawaat, «del acto desesperado de Mohamed Bouazizi ha nacido una ola de indignación que se ha convertido en una fuente de esperanza». Por supuesto que los tunecinos (con un  nivel de desarrollo más que aceptable) han utilizado en su movilización los medios sociales, ante el silencio de los medios tradicionales censurados, pero el incendio se hubiera extendido del mismo modo sin Facebook ni Twitter en una sociedad de pequeñas ciudades y pueblos muy próximos, donde la calle y los cafetines siguen siendo el espacio público por excelencia.

El jazmín es el símbolo de Túnez, así que está bien bautizar a esta revuelta como la «revolución del jazmín». Pero no nos engañemos. El olor del jazmín puede disiparse enseguida.

El largo proceso a la democracia

Finalmente, la huida de Ben Alí ha abierto un escenario que es una mezcla entre el escenario democrático y el escenario continuista, que aventuraba en mi última entrada. La entrada en un gobierno de unidad nacional de los representantes de la oposición es más un símbolo que un cambio real de poder. El primer ministro, el ministro de defensa, el jefe del ejército… seguirán controlando los aparatos de poder político y económico, pero ya sin legitimidad, por lo que su decisiones serán difíciles de aplicar.

El peligro es que los viejos clanes se reciclen y «todo cambien para que todo siga igual», en poder de los mismos.

La clave de cualquier transición política son unas elecciones democráticas y la asunción de una Constitución que consagre la nueva legitimidad. No se pueden celebrar elecciones en 60 días, porque ninguna opción democrática estaría preparada y porque lo primero que tiene que cambiar es la ley electoral. Pero tampoco se puede elaborar y refrendar una Constitución (como por ejemplo se propone en Nawaat) porque sus redactores carecería de legitimidad democrática.

Estas son algunas ideas sacadas de la transición democrática, especialmente desde el referendum para la reforma política (el cambio de legitimidad) en diciembre de 1976 hasta las primera elecciones en junio de 1977.

– El gobierno de unidad nacional debiera centrarse en superar el caos y hacer funcionar el país. Tan pronto como la tranquilidad vuelva a las calles, debiera derogar todas las normas represivas y eliminar censuras en los medios privados y públicos,

– El gobierno, las fuerzas políticas y sociales tienen que negociar un calendario y una nueva ley electoral , pero esa negociación debiera de hacerse en una comisión amplia en la que todos estuvieran representados y no ser una decisión tomada en el seno del propio gobierno, que a la fuerza no podría ser neutral.

– El gobierno de unidad nacional debiera negociar un pacto social con el sindicato UGTT y los empresarios para evitar que la transición se lleve por delante la economía tunecina.

– Con libertad de expresión y un clima de efervescencia política surgirán nuevas opciones y nuevos líderes. Repásense esos seis meses de enero a junio de 1976 en España y se verá cómo pueden cambiar las cosas cuando una transición va en serio.

– Las elecciones conformarían un parlamento constituyente.

– En todo el proceso es básica la neutralidad del ejército. El nuevo gobierno tiene que encontrar mandos policiales con las manos no manchadas de sangre. Los responsables de las masacres de estas semanas podrían ser juzgados de inmediato, pero una Comisión de la Verdad, que hiciera la luz sobre un cuarto de siglo de represión, tendría que esperar a después de las elecciones.

– Paralelamente se podría constituir una comisión de investigación sobre la corrupción, pero no podría funcionar con verdadera independencia hasta que no se celebraran las elecciones democráticas. Más allá de confiscar las propiedades de Ben Alí, sólo será posible una limpieza a fondo una vez elegido un parlamento constituyente. Como me recuerda mi amigo Alberto Marinero no es despreciable el riego es que la revolución se reduzca a repartirse los bienes de Ben Ali entre nuevos clanes de poder.

– Los apoyos exteriores serán decisivos para la consolidación de la democracia y de las nuevas opciones. Los europeos debemos exigir a nuestros gobiernos un apoyo a todas las fuerzas sociales y políticas, en un amplio arco, siempre que estén seriamente comprometidos con la democracia. Y a la Unión Europea asistencia técnica y económica para paliar las consecuencias económicas de la revuelta y de esta difícil transición.

 

Difícil transición en Túnez


 

La imagen que no olvidaremos nunca… Con este titular acompaña el Nawaat.org (el blog esencial para seguir la revuelta en Túnez) esta imagen en la que un oficial del ejército saluda al cortej0 fúnebre de una de las víctimas de la represión. Todo un símbolo del cambio que vive el país. Ben Alí ha renunciado a un baño de sangre, pero el seguramente el ejército no le hubiera seguido si hubiera dado la orden de la represión indiscriminada.

El discurso televisivo de anoche, el segundo en 23 en el poder, no ha aquietado los ánimos. En el momento que escribo, mediodía en España, la multitud grita en las calles de la capital «Fuera Ben Ali». Nadie sabe lo que va a pasar y puede que esta entrada esté ya desfasado cuando se escribe. Pero me atrevo a aventurar algunos escenarios basados en situaciones semejantes.

Escenario rumano. Una camarilla del régimen se hace con el poder en las próximas horas, detiene a Ben Alí y a algunos de sus próximos y monta un juicio sumarísmo.

Escenario tunecino. Del mismo modo que mediante un golpe palaciego Ben Alí derrocó a Burguiba, ahora el ministro del Interior o el jefe del ejército toman el poder. Si Ben Alí mantuvo a Burguiba en un  confinamiento domiciliario hasta la muerte del anciano, este nuevo hombre fuerte pondría a Ben Alí en un avión camino de París.

Escenario democrático. Ben Alí huye y los militares entregan el poder a un comité cívico-militar, con presencia de la UGTT, el sindicato tunecino, la única institución independiente con capacidad organizativa.

Escenario continuista. Ben Alí sigue siendo formalmente presidente hasta el agotamiento de su mandato, pero el poder lo ejerce un nuevo hombre fuerte como primer ministro. Ben Alí se garantizaría imnunidad para él y su familia.

El más probable es el «escenario tunecino». En cualquiera de los casos, se desembocaría en unas elecciones; inmediatas y limpias en el «escenario democrático»; a corto plazo en el «escenario rumano»; a medio plazo en los otros escenarios. Lo más probable, por tanto, es que se abra un periodo de transición hasta las elecciones.

Los países europeos, especialmente los mediterráneos, que han apoyado por activa o por pasiva a Ben Alí, tendrían que exigir un proceso limpio que condujera a esos comicios y servir de apoyo a la sociedad civil para que construyera distintas alternativas políticas.

¿Será ingenuo soñar con un Túnez convertido en un ejemplo de democracia árabe laica?

 

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