Memoria del 11-S – y IV


MEMORIA DEL 11-S. IV. CONTRA LA CULTURA

 FRANCISCO RODRÍGUEZ PASTORIZA

Otra de las víctimas de todas las guerras es siempre la cultura, sobre todo la más inconformista y comprometida. Después del 11-S se vigilaron con especial atención los productos audiovisuales de cine y televisión y la música pop-rock, pero también en el  mundo del arte comenzaron a producirse fenómenos como la valoración de las expresiones patrióticas como las que mostraban los dibujos de Norman Rockwell, objeto de una amplia retrospectiva en el Guggenheim de Nueva York en noviembre de 2001.

 

CUANDO LA REALIDAD SE ACERCA A LA FICCIÓN

Películas como “Estado de sitio” (Edward Zwick, 1998) y novelas como “Deuda de honor” de Tom Clancy, se habían acercado sorprendentemente a las circunstancias en las que se produjeron los acontecimientos del 11 de septiembre, pero sin atreverse a plantear las dimensiones que la realidad adquirió finalmente, una vez más superando a la ficción. Umberto Eco dijo que ningún director de Hollywood habría podido imaginar lo de las Torres Gemelas. El escritor Frederick Forsyth confesaba que había descartado en una de sus novelas la destrucción de un edificio por un avión secuestrado, convencido de que el lector occidental nunca creería semejante historia. Hasta ahora, el tratamiento dado por Hollywood a los enemigos de los Estados Unidos (Gaddafi, Sadam Hussein, los palestinos) que habían sustituido a los comunistas de la guerra fría, no eran más que una excusa para poner en las pantallas las escenas de violencia que la sociedad reclamaba en los últimos años, desde las producciones de Tarantino hasta el cine gore, las snuff movies y los videojuegos violentos que tenían como protagonistas negativos a intérpretes de rasgos árabes. Este tipo de relatos era muy frecuente en la producción industrial-cultural de los Estados Unidos, como si sus guionistas y escritores quisieran advertir de la posibilidad de un acontecimiento similar y quisieran conjurarlo: para algunos analistas, el consumo de violencia se corresponde con el deseo de protegerse de las amenazas del exterior. Si se pensaba en la posibilidad de que ocurriera ¿se creía igualmente que existían razones para que fuera así, para pensar que los Estados Unidos habrían generado un odio suficiente para esperar un castigo tal?

Afectados por el complejo de haber podido inspirar hechos como los atentados del 11-S a través de las películas de violencia, los estudios de producción de cine y video revisaron sus proyectos para evitar comparaciones y paralelismos. De este modo la censura también se manifestó en los productos culturales, súbitamente secuestrados por la Historia. El cine y la música padecieron los primeros embates de un planteamiento patriótico que confundió algunas de las manifestaciones del arte y de la cultura con peligrosos argumentos a favor de los movimientos terroristas. “La ciencia-ficción se ha hecho realidad”, declaraba el secretario general de la OTAN George Robertson después de los atentados. “Esta vez, las imágenes fueron reales”, titulaba su artículo en el New York Times (16-9-01) el analista Neal Gabler, en un intento de explicar la inaprensible potencia de unas imágenes demasiado parecidas a las que los guionistas de Hollywood habían imaginado para sus películas de catástrofes de todo tipo sobre las grandes ciudades y los grandes símbolos de los Estados Unidos. Y, lo más sorprendente: “Las películas han proporcionado el ejemplo a las personas que han cometido los atentados, que no han hecho más que copiarlas”, decía el director de cine Robert Altman. Consecuencias de este estado de cosas: estrenos de películas suprimidos (“Gangster”, “Nose Bleed”, “Windtalkers”) o aplazados por contener alusiones al terrorismo (“Bad Company”, “Tick, Tock”, “Big Trouble” de Barry Sonnenfeld), rodajes suspendidos por albergar secuencias que se desarrollaban en el World Trade Center (“Hombres de negro II”) o en un aeropuerto (un episodio de la serie “Friends”), escenas de violencia en Nueva York (“Daños colaterales”) o imágenes dudosamente patrióticas, como la de una bandera norteamericana colocada al revés (“The last castle”), películas retocadas y escenas suprimidas por el hecho de aparecer en ellas imágenes de las Torres Gemelas (“Spiderman”, “La máquina del tiempo”), videojuegos transformados (“Alerta Roja 2”) o prohibidos (“Majestic”) por sus escenas de destrucción en la ciudad de Nueva York, programaciones de televisión alteradas para evitar emitir películas o series que de alguna manera pudieran ser relacionadas con la situación que vivían los Estados Unidos (“World War III”, “Ley y orden”, en la que se hablaba de bioterrorismo, “Sexo en la ciudad”, “The Agency”, en uno de cuyos episodios se aludía a Bin Laden, “24”, “Third Watch”, “Nose Bleed”) y espacios televisivos de gran audiencia suprimidos, como el de Jay Leno (NBC) y David Letterman (CBS) para evitar contenidos frívolos o poco respetuosos con la situación que estaba viviendo el país. La serie de televisión “Band of brothers”, producida por Steven  Spielberg y Tom Hanks bajó de forma estrepitosa sus índices de audiencia tras el 11 de septiembre, después de un estreno, dos días antes, en el que había superado las mejores expectativas. La ABC retiró de la programación “The runner”, un espacio en el que se trata de dar caza a un hombre que viaja por todos los Estados Unidos, a causa de la imagen que se pudiera transmitir a la audiencia sobre las dificultades de detener a una persona que intenta escapar de sus perseguidores y por los fuertes controles en todos los aeropuertos norteamericanos. Los guionistas, mientras tanto, se apresuraron a retocar sus futuras producciones  y a elaborar historias edulcoradas y de evasión no violenta. Los sicólogos previeron un notable descenso de la violencia en las películas y series de televisión norteamericanas, como así ocurrió.

No se tardó mucho tiempo en aprovechar el acontecimiento e introducir en las narraciones episodios relacionados con los atentados, como la serie “El ala oeste de la Casa Blanca”, de la NBC, que recrea el funcionamiento de la sede  de la presidencia norteamericana, que llegó a retrasar el estreno de una nueva temporada al 4 de octubre para adecuar la trama de su primer capítulo a los atentados (en noviembre esta serie sería galardonada con cuatro premios Emmy  de televisión): unos 25 millones de espectadores premiaron la iniciativa. Los guionistas de otra serie de la misma cadena, “The Third Watch”, anunciaban para próximos capítulos historias humanas de bomberos, policías y afectados por el ataque a las Torres Gemelas. También “N.Y.P.D. Blue” y “Doc” introdujeron los sucesos en algunos de sus episodios. Por su parte, “La Agencia”, la nueva serie de espionaje de la cadena CBS, contó en uno de sus capítulos los efectos de las esporas de ántrax en una instalación militar.

EL PENTÁGONO TOMA LA INICIATIVA

La crisis tuvo una inesperada sorpresa para los guionistas de Hollywood. El Pentágono reclutó a algunos de los mejores para que previesen en sus guiones posibles atentados terroristas e imaginasen los medios para evitarlos (una estrategia anticipada ya, por cierto, en la película de Barry Levinston “La cortina de humo”). El historiador militar Lawrence H. Suid afirma en su libro “Guts & Glory, the Making of American Military Image in Film” que el Pentágono y Washington buscaron siempre el apoyo de Hollywood en tiempos de Guerra. Para este historiador, los ataques a las Torres Gemelas y al Pentágono suponen la reconciliación cinematográfica de una nación con su pueblo, de la misma manera que la película “Top Gun” marcó el fin del divorcio en las pantallas –en el periodo de la guerra de Vietnam- entre los Estados Unidos y su ejército. Steven DeSouza (“La jungla de cristal”), Joseph Vito (“Delta Force One” y “Desaparecido en combate”), Randall Kleiser (“Grease”) y David Engelbach (“MacGyver”) fueron algunos de los guionistas que se reunieron con responsables de la inteligencia militar en el Institute for Creative Technologies, un departamento de la Universidad Southern California, para este fin. Pero también se sospecha que en estas reuniones los guionistas hubieran sido presionados para que escribieran historias cargadas de patriotismo, en un momento en el que estaban a punto de estrenarse filmes bélicos como “Windtalkers”, de John Woo, centrado en la Segunda Guerra Mundial, y en tiempos políticamente incorrectos para el momento que se vivía. Mientras tanto, “Black Hawk Down”, de Ridley Scott, sobre la operación militar norteamericana en Somalia en 1993, adelantó su estreno previsto para febrero de 2002 a diciembre de 2001. Se trata de una película patriótica, elogiada por el Pentágono por “(…) describir el valor ejemplar de nuestros soldados durante las operaciones en Somalia (…) así como en situaciones inciertas a las que nuestras fuerzas armadas se ven enfrentadas en cualquier parte del mundo”. “La suma de todos los miedos”, de Phil Alden Robinson, la versión cinematográfica de una novela de Ton Clancy, estrenada en mayo de 2002, colaboró a mantener la alarma entre la sociedad y llegó a mencionar directamente “el eje del mal”, una expresión utilizada por George Bush para aludir a un supuesto eje que formarían los países Afganistán-Irak-Irán-Corea del Norte. Otra convocatoria, esta vez en el despacho del abogado Bruce Ramer, reunió a 40 ejecutivos de la industria de Hollywood con Adam Goldman y Chris Henick, representantes de la Casa Blanca, para hablar de las próximas producciones audiovisuales que habrían de conformar una respuesta al terrorismo. La dificultad de los mensajes a elaborar se manifestó aquí mayor que durante la guerra fría, ya que se trataba ahora de un enemigo difuso y difícil de identificar. Después, Bush enviaría a Hollywood a su asesor de imagen Kart Rove para una reunión con los más altos empresarios de la meca del cine: Jack Valenti (representante de los estudios), Summer Redstone y Jonathan Dolgen (Viacom), Sherry Lansing (Paramount), Bob Iger (Disney), Amy Pascal (Sony), además de distribuidores, propietarios de salas de exhibición, etc.. Siete temas fueron los que se trataron en esta reunión: guerra contra el terrorismo, guerra contra el Mal, llamamiento a los voluntarios, aliento a las tropas, carácter global del ataque, tranquilizar a la población y sobre todo a los niños y, por último, nada de propaganda: información concreta contada honestamente. El deseo del Gobierno, según palabras de Karl Rove tras la reunión, era compartir con la industria los ideales que se trataba de comunicar: tolerancia, coraje y patriotismo. Jack Valentí, representante de la industria cinematográfica, fue más explícito: se trataba de enviar a las bases americanas películas de estreno, de incentivar la participación de estrellas del cine en espacios publicitarios, de realizar documentales sobre la guerra y contra el terrorismo, para proyectarlos antes de las películas, al modo que en España se hacía con el No-Do… Algunos analistas anticiparon la aparición de una serie de filmes en la tradición de los que durante la Segunda guerra Mundial realizaron directores como Frank Capra, John Houston o William Wyler, en una época en la que el presidente Roosevelt calificaba a Hollywood como una “industria esencial para la guerra”. Al parecer, según el Sunday Times, Silvestre Stallone se decidió a preparar su cuarta entrega de “Rambo” luchando al lado de los rebeldes de la Alianza del Norte contra los talibanes, sus aliados de una entrega anterior, cuando se enfrentaban a los soviéticos. La primera consecuencia de esta reunión fue la elaboración de un cortometraje de cuatro minutos, “El espíritu de América”, que sería distribuido a todos los cines y televisiones de los Estados Unidos y después a todo el mundo. Se trata de un vertiginoso montaje compuesto por imágenes de 110 películas de la historia del cine norteamericano seleccionadas por el cineasta Chuck Workman ( había ganado un Oscar en 1986 por “Precious images”, una película en la misma línea de este corto), que comienza y termina con escenas de “Centauros del desierto”, de John Ford, e incluye otras de “¡Que bello es vivir!”, “Nacido el 4 de julio”, “Ciudadano Kane”, “Solo ante el peligro”…

 

TAMBIÉN LAMÚSICA

 

Peor, sin embargo, fue una primera reacción de los medios audiovisuales en lo que se refiere a la emisión de canciones. La Clear Channel Communications, que agrupaba entonces a 1170 estaciones de radio, algunas de ellas fuera de los Estados Unidos, sugirió la prohibición de más de 150 canciones, entre las que figuraban temas de Frank Sinatra (“New York, New York”), Bob Dylan, The Beatles, Led Zeppelín, Simon and Garfunkel, Neil Diamond, The Doors (“The end”), Bruce Sprinsgsteen (“War”), AC/DC (“Seek and destroy”), Queen, Louis Armstrong (“What a wonderfull world”), Jon Lennon (“Imagine”) y todo el repertorio de Rage Against the Machine. A las listas de éxitos comenzaron a llegar temas patrióticos, como los de Whitney Houston (“The star-spangled banner”), Lee Greenwood (“God bless the USA”) y Michael Jackson (“Invincible”) y recopilatorios como “United we stand”. Más tarde la música fue el elemento que aglutinó al mundo ante los televisores a través de grandes conciertos como America: a tribute to heroes, un homenaje a las víctimas de los ataques terroristas en el que participaron artistas como Bruce Springsteen, Celine Dion, Enrique Iglesias, Neil Young… y que emitieron simultáneamente más de 30 canales de televisión a más de 60 millones de espectadores sólo en los Estados Unidos, y que fue editado en un doble CD. Este concierto recaudó unos 200 millones de euros. Neil Young compuso “Let’s roll”, inspirada en una de las frases pronunciadas por los pasajeros del avión que se estrelló en Pennsilvania, en homenaje a estas víctimas, y Paul McCartney cedió los derechos de su tema “Freedom” a los herederos de los bomberos y policías norteamericanos fallecidos en los atentados. Artistas latinos como Gloria Estefan, Celia Cruz y Chayanne cedieron también los derechos de una grabación conjunta titulada genéricamente “El último adiós”. Y Bruce Sprinsgsteen  dedicó su álbum “The rising” a las víctimas del 11-S. frpastoriza@wanadoo.es

 

 

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Una respuesta to “Memoria del 11-S – y IV”

  1. Amparo Says:

    Un trabajo espléndido.


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