Memoria del 11-S. I


En estos días publicaré un extenso trabajo del profesor Rodríguez Pastoriza titulado «Memoria del 11-S» y que sin duda terminará

 

 

MEMORIA DEL 11-S.

FRANCISCO RODRÍGUEZ PASTORIZA

I. TERRORISMO EN DIRECTO

 

 

 

 

El 11 de septiembre de 2001 todas las televisiones, incluidas las españolas, emitieron los telediarios más largos de su historia (el de TVE fue de 430 minutos ininterrumpidos; el de Antena 3 de 360. El consumo de televisión ese día en España fue de 229 minutos por persona, un 24,5 por ciento más que lo habitual). El acontecimiento cogió a la práctica totalidad de las televisiones de nuestro país y a las europeas en plena emisión de las ediciones de mediodía de sus telediarios (en Asia coincidió con la emisión de los telediarios de la noche) y sus responsables decidieron prolongar su duración, en muchos casos durante el resto de la jornada, suspendiendo incluso todo tipo de publicidad, con lo que esta decisión conlleva en miles de millones de pérdidas económicas[1]. Además, el intervalo de 18 minutos entre el primer y el segundo impacto de los aviones en las Torres Gemelas hizo que las televisiones de todo el mundo tuviesen los objetivos de sus cámaras en directo pendientes de la acción terrorista. Nadie puede afirmar que esta circunstancia formase parte de las previsiones de los terroristas, pero no es descabellado suponerlo. Robert Thompson, director del Center for the Study of Popular Culture, de la Universidad de Siracusa, cree que las televisiones estuvieron controladas por los terroristas durante las primeras horas y que hemos visto exactamente lo que ellos querían que viésemos, que las televisiones no tenían otra alternativa que la de mostrar esas imágenes: “(…) es como si los piratas del aire hubiesen producido y realizado un espectáculo televisado, calculando incluso el plazo de 18 minutos entre los dos ataques para asegurarse que el segundo avión fuese filmado perfectamente”. Las imágenes que ya permanecerán para siempre en el imaginario colectivo de toda una generación, repetidas incluso obsesivamente, son las de las torres incendiadas. La CNN puso en funcionamiento una cámara automática[2] exactamente un minuto después del primer impacto, que recogía en un largo plano fijo la primera torre ya dañada de muerte y la de su gemela, en una seductora imagen de dos cubos humeantes recortados sobre un cielo intensamente azul. Ningún telespectador vio en directo el impacto del primer avión, pero no tardaría mucho en divulgarse esa imagen desde otro punto de vista, situado en la calle, de unos ciudadanos que contemplaban atónitos cómo un avión se empotraba en el edificio[3]. De pronto, cuando todo parecía indicar la posibilidad de un dramático accidente, un objeto brillante que parecía otro avión se aproximó peligrosamente a la segunda torre y se precipitó sobre ella. Sólo desde ese momento se hizo evidente la certeza de un atentado terrorista. Este segundo impacto se vería después desde otro punto de vista, un contrapicado que recogía la reacción de un testigo que giraba bruscamente su cabeza ante una gran explosión, que no se escucha. Esta toma fue filmada por un cámara independiente que circulaba en su coche por las cercanías del World Trade Center. Mientras tanto, las imágenes en directo de cuerpos humanos que se precipitaban desde los pisos superiores de los edificios incendiados proporcionaban una cierta idea del infierno que se vivía en su interior. Después, el hundimiento de una torre y en pocos minutos, el de la otra, que arrastraba consigo a una de las cámaras situada en su parte superior, inmediatamente relevada por otra en el Empire State. Antes, el Pentágono en llamas. Esta última imagen, sin insistencia y nunca desde cerca. ¿Tal vez para preservar a la visión del mundo los daños causados al edificio-símbolo del poder militar de los Estados Unidos?. En ambos casos, por exceso y por defecto, se manifiesta el poder abstracto de las imágenes. La cadena de televisión ABC ordenaba que todos los profesionales que supiesen manejar una cámara, incluidos los que tuvieran un equipo de video familiar, se trasladaran lo más cerca que les fuera posible del lugar para filmar lo que pudiesen. Por su parte, la CNN puso en marcha el mismo dispositivo del día que comenzó la guerra del Golfo de 1990 y movilizó a todo su personal. Se trataba de conseguir todos los planos, todo el material para el montaje posterior de las secuencias de una película que podría ser una ficción verosímil pero que iba a ser el gran reportaje de una dramática realidad.

En los Estados Unidos todas las grandes televisiones generalistas (ABC, CBS, NBC, Fox) se convirtieron a partir de las nueve de la mañana, hora del atentado en Nueva York, en cadenas 24 horas todo noticias, cual si fueran nuevas CNN, que a su vez dedicaba toda su programación a este acontecimiento bajo el título genérico de  “America Under Attack” y superaba, gracias a esto, una larga crisis de audiencia, que había alcanzado los 240 millones de espectadores en todo el mundo. Por su parte, nuevas cadenas todo noticias como MSNBC y Fox News tuvieron aquí su bautismo de fuego. Las estrellas de los informativos Dan Rather, Peter Jennings y Tom Brokaw, se transformaron en las principales fuentes de información para millones de norteamericanos que siguieron, entre incrédulos y aterrorizados, los ataques terroristas. Cadenas de deportes como ESPN, musicales como la MTV o VH1 conectaron con las cadenas de información, mientras los canales de televenta interrumpían sus emisiones. Puede que la sofisticación de este atentado incluyese, en efecto, la previsión de que cientos de millones de espectadores estuvieran ante las pantallas de televisión en el momento de los ataques y fuera en aumento en las horas siguientes. La realidad es que el impacto mediático se multiplicó por el hecho de contemplar en directo una buena parte de los atentados terroristas, como el choque de uno de los aviones sobre la segunda Torre, y sobre todo sus efectos: el derrumbamiento de los edificios, el pánico de la gente, las reacciones de los líderes mundiales y de la opinión pública… La fascinación de las imágenes impregnó también en buena medida a los medios impresos, cuyas ediciones, desde el mismo día del atentado y en los días posteriores, plantearon un tratamiento icónico espectacular, desde sus portadas a sus páginas interiores, y en algunos casos publicaron cuadernos y revistas especiales en cuyos contenidos predominaban los elementos iconográficos, emulando así el tratamiento televisivo del acontecimiento.

 

UNA MASACRE SIN VÍCTIMAS. LA ELIPSIS DE LA MUERTE Y EL SILENCIO DE LAS IMÁGENES

 

Uno de los episodios del tratamiento informativo que más se destacaron en los días posteriores a los atentados contra las Torres Gemelas fue la no utilización por las televisiones de las imágenes más violentas y desagradables de la catástrofe: cadáveres, cuerpos mutilados, restos humanos… ni siquiera heridos. Imágenes que a buen seguro e inevitablemente tendrían que haber sido tomadas durante la cobertura panóptica de este trágico episodio por cientos de cámaras de televisión de la que es capital mediática del mundo y uno de los centros de la industria audiovisual televisiva. Apenas algunos funerales y entierros, casi siempre sin féretros. Víctimas invisibles, ocultadas, terror opaco, sufrimiento inexistente a los ojos del mundo. El siquiatra norteamericano Harold Eist afirmaba que si se hubiesen mostrado estas imágenes la población enloquecería porque no estaba preparada para ver este tipo de atrocidades. La cadena ABC incluso decidió, a partir de un determinado momento, evitar la repetición de los aviones impactando contra las torres mientras no fuera estrictamente necesario. La tendencia a mostrar imágenes de las víctimas, insinuada en un principio por las tomas de algunas de las personas que se precipitaron al vacío desde las torres, fue cortada de manera fulminante. El portavoz de la CBS Sandy Genelius alegaba que se habían mostrado los planos de la gente arrojándose por las ventanas, pero no los cuerpos estrellándose contra el suelo. Se trata de una gran tragedia, silente además en muchos de sus episodios, hasta el punto de que una cadena de televisión local llegó a emitir las imágenes de la catástrofe acompañada de la música de “Raging Bull”, la película de Martin Scorsese, mientras un reportaje de la CBS enlazaba los testimonios de supervivientes y de familiares de las víctimas con imágenes sobre un fondo sonoro de música clásica. No se ha explicado suficientemente si la decisión de no emitir las imágenes más duras fue tomada por los responsables de las cadenas de televisión, en un inédito ejercicio de autocontrol (como sugieren las declaraciones del presidente de la cadena MSNBC Eric Sorenson), se debió a la imposibilidad de los equipos de las televisiones no institucionales para penetrar en la zona del desastre, la llamada Zona Cero; por el temor a que las familias de las víctimas impusieran denuncias contra los medios que divulgaran estas imágenes, como han sugerido algunos analistas, o fue solicitada por el Gobierno de los Estados Unidos para evitar los efectos incontrolables que podrían haber provocado en la población, lo que puede llevar a pensar, en este último caso, que su utilización podría reservarse para el futuro si fuese necesario movilizar a la opinión pública. La CNN señaló también que no quería que sus periodistas se expusiesen al peligro de nuevos derrumbamientos. Sólo la MSNBC ofreció las primeras imágenes de lo que quedaba de las Torres, rodadas durante la primera noche después de la tragedia, cuando uno de sus equipos pudo evadir los cordones de seguridad. Durante las 48 horas que siguieron al atentado, agunos pool de televisiones americanas a los que se permitió acercarse a la Zona Cero,  junto a un equipo de la ABC, fueron escoltados y canalizados por la policía y los bomberos de Nueva York y autorizados sólo a filmar las ruinas desde una considerable distancia durante diez minutos. El caso es que, a diferencia de otros reciente conflictos (la antigua Yugoslavia, Chechenia, Ruanda, Somalia, Timor Oriental y los permanentes de Oriente Próximo) y de tragedias naturales como terremotos o inundaciones, las televisiones (y sobre todo las americanas, que en el caso del 11-S mostraron una moderación sorprendente y desconocida hasta entonces) no han prescindido nunca de este tipo de imágenes, sino que incluso muchas veces se han regocijado en ellas. Sea cual fuere la causa, este hecho ha sido analizado como una de las decisiones mediáticas más polémicas. Para el director de Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet “(…) Washington intentó responder –creemos que equivocadamente- prohibiendo enseñar los cuerpos de las víctimas, para no dar a los autores de la agresión el placer de contemplar el aspecto más trágico de la vulnerabilidad norteamericana”.  El filósofo francés Paul Virilio declaró que las  imágenes se mostrarán “(…) cuando se haya identificado al enemigo real o supuesto, y se haya decidido el tipo de reacción” (“El País”, Babelia, 22-9-01). Para el comunicólogo francés Dominique Wolton, “(…) hay dos pesas y dos medidas para las imágenes. Para no disgustar más a América, no se enseñan los muertos. ¿porqué?. Pero entonces por qué no hay el mismo pudor en la forma de enseñar las masacres ajenas? (…”). (“Terrorisme et communication politique”. Le Monde, 25-10-01). Nadie ha podido ver los efectos de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington en los seres humanos, como tampoco nadie había visto los efectos de los bombardeos sobre Irak durante la primera Guerra del Golfo, más allá de las luces de los fuegos y las bengalas y las “imágenes de videojuego” que los militares norteamericanos distribuían entonces a los medios de comunicación. Cuando las televisiones occidentales pudieron emitir las imágenes de los efectos de una de las bombas sobre la población civil resguardada en el refugio irakí de Al Ameriya, que provocó importantes protestas en las opiniones públicas de los países que formaban parte de la coalición que se había formado para expulsar a Irak de Kwait, se precipitó el final de la guerra, de la misma manera que las retransmisiones televisivas de las llegadas de los féretros de los marines muertos en Vietnam había acelerado el final de aquel conflicto bélico, o cuando las televisiones mostraron las imágenes de víctimas americanas en los combates de sus tropas en Somalia, el presidente Clinton decidió dar por terminada la presencia de tropas americanas en la zona. En relación con la tragedia del 11-S no toda la opinión pública coincidió con la decisión de que no se emitieran las imágenes de los efectos sobre los seres humanos: “(…) el frío silencio de las imágenes de la catástrofe, sin muertos visibles y sin dolor ante los ojos, no es un legítimo acto de supervivencia frente al sufrimiento, sino una engañosa operación por mantener intacta esa ilusión de poder y hegemonía que se ha revelado, en apenas unas horas, frágil y vulnerable (…) convertir el sufrimiento en invisible no sólo es un desmentimiento de la verdad de las imágenes, sino quizás la forma más definitiva de bloquear el paso al ejercicio de la razón” (Xavier Antich. La Vanguardia, 19-9-01). Coincide esta opinión con la del filósofo francés Bernard-Henry Levy (El Mundo, 8-10-01): “(…) comenzar por mostrar los cuerpos, comenzar,  como en todas las carnicerías del mundo, por publicar los rostros y deletrear los nombres y después, sólo después, el, monumento”. Por su parte, Eduardo Haro Tecglen escribía (El País, 13-10-01): “(…) que no se vea el destrozo, que no miremos los muertos, que se prohíban en Occidente las imágenes de Bin Laden, que no se vea el destrozo de la bomba (…) Unos inocentes murieron en Nueva York: matamos otros inocentes en Afganistán. Pero sin verlos, que son feos”. En Le Monde (8-11-01) Alain Kirili escribía (L’art contre les deux integrismes) : (…) la complacencia mórbida habría sido indecente, pero es otra cosa la que manifiesta esta increíble elipsis de la muerte “(…) la estética de la ‘belleza convulsa’ del siglo XX (…) la violencia de la omisión es una negativa salvaje a lo que hace esencial al arte (…) más allá de las consecuencias de una recesión económica o de posibles disgustos militares, América va irremisiblemente a su ruina si se prohíbe Guernica”. En fin, el escritor Manuel Rodríguez Rivero escribía en la revista Libros (octubre 2001) que “(…) hemos visto la tragedia en directo, pero no hemos visto morir a nadie. En esta sociedad en la que todo parece estar gobernado por el espectáculo, la muerte, igual que en la Guerra del Golfo, sucedía fuera de campo, como si esas explosiones ámbar, naranja y negro y la nube gigantesca de humo de color platino sobre Manhattan no tuvieran nada que ver con ella”. Para Román Gubern (El País, 7-4-02), “(…) cuando no se muestran cadáveres, cuando se le distrae a la sociedad el horror del hecho, se acaba adoptando la lógica terrorista”.

Puede parecer curioso, pero después hubo otros silencios menos espectaculares aunque no por ello menos enigmáticos. Así, aunque el periodista Jean Paul Mari narra con todo lujo de detalles  los restos de la matanza de Qala-i-Janghi, la fortaleza-prisión de Mazar-i-Sharif en Afganistán, y señala que allí estaban las cámaras de televisión (“Yo ví a dos estadounidenses allí, filmaban y hacían fotos… un cámara francés, Daniel Dagueldre, filmó la escena…”. El País, 25-2-02), nadie ha visto jamás esas imágenes en las pantallas[4].

 

 

 

 

 

 

 

 


[1] Se calcula que las televisiones españolas perdieron ese día alrededor de cinco millones de euros en ingresos por publicidad.

[2] La CNN tiene desplegadas un gran número de cámaras de este tipo sobre lugares estratégicos de todo el territorio de los Estados Unidos. Se trata de cámaras rotatorias situadas en puntos fijos y manejables desde el control central de la cadena. La que captó las imágenes de las Torres Gemelas para esta cadena estaba situada a unos tres kilómetros de allí. La CBS posee un dispositivo similar.

[3] Estas imágenes habían sido captadas por los hermanos Jules y Gedeon Naudet, dos cineastas franceses que se encontraban  rodando cerca de las Torres Gemelas un documental sobre el trabajo de los bomberos de Nueva York. El video fue incautado por el FBI y posteriormente emitido en un largo reportaje por la CBS el 10 de marzo de 2002. En España Tele 5 lo emitió completo el 11 de septiembre de 2002.

[4] El periodista británico Jaime Doran denunció en junio de 2002 la matanza de miles de presos tras la batalla de Kunduz, presentando un video en la sede del Partido del Socialismo Democrático Alemán (excomunistas), en el que se incluyen testimonios espeluznantes de varios testigos. Las víctimas habían sido trasladadas desde la fortaleza de Qala-i-Janghi. El documental fue difundido en Estrasburgo por el GUE (Izquierda Unitaria Europea).

convirtiéndosse en un libro

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