El Davos de la desigualdad


Imagen de Portada del Informe de Oxfam presentado en Davos

Superada la pandemia la cita de los ricos y poderosos del mundo en la montaña suiza de Davos- la montaña mágica de Thomas Mann– ha vuelto a celebrarse en enero, cuando las bajas temperaturas y la nieve, garantizan un mayor aislamiento de los participantes, propicio para los negocios discretos.

Como el pasado año, el gran tema es la desglobalización o decoupling. La pandemia ha demostrado la necesidad de una independencia en productos estratégicos a nivel nacional y de grandes bloques geopolíticos. A nivel empresarial, como demuestra el caso de Apple y el iPhone fiar toda la producción a China supone una enorme vulnerabilidad.

En el último año, para afrontar la crisis energética y de inflación, EEUU y la UE ha puesto e marcha grandes proyectos proteccionistas de sus industrias. El de la UE ha sido presentado por la presidenta Van der Leyen en Davos. En la propia Unión las tensiones proteccionistas entre Estados crecen, con Alemania dedicando, gracias a sus superávits hasta 200.000 millones de euros en ayudas a sus empresas.

Intermon-Oxfam ha llevado a Davos un problema central de justicia y supervivencia económica: la desigualdad. En su informe La ley del más rico recoge los datos de la creciente desigualdad: El 1 % más rico ha acaparado casi dos terceras partes de la nueva riqueza generada desde 2020 a nivel global (valorada en 42 billones de dólares), casi el doble que el 99 % restante de la humanidad. De esta manera desparecen las clases medias, se destruye el estado del bienestar y aumenta la desafección hacia unas democracias, que no enfrentan el problema

Recojo algunos datos

Durante la última década, los súper ricos han acaparado el 50 % de la nueva riqueza generada, cifra que acaban de superar. 


La fortuna de los milmillonarios está creciendo a un ritmo de 2700 millones de dólares al día, al mismo tiempo que al menos 1700 millones de trabajadoras y trabajadores viven en países en los que la inflación crece por encima de los salarios.

Solo la Justicia fiscal puede revertir esta situación, Con la aplicación de un impuesto a la riqueza de hasta el 5 % a los multimillonarios y milmillonarios podrían recaudarse 1,7 billones de dólares anualmente, lo que permitiría que 2000 millones de personas salieran de la pobreza.

AQUÍ PUEDE DECARGARSE EL INFORME COMPLETO (PDF)

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El Davos de la desglobalización


Davos 2022 se abrió con la intervención del presidente Zelenski por videoconferencia

El Foro 2022 se ha retrasado este año a mayo, para aprovechar el mejor control de la covid. En primavera la montaña es menos mágica que en enero.

Y en lugar de confiar la conferencia inaugural a alguna de las instituciones económicas internacionales o a algún tech-star (por ejemplo, Elon Musk) fue Zelenski el invitado de honor. La geopolítica ocupa el lugar de los negocios. La Historia no había terminado

Si repasamos la agenda veremos que se repiten palabras como sostenibilidad, vacunas covid, clima, contrato social global, innovación y un tema, que es el que me interesa destacar «restaurar la confianza en el comercio global y en las cadenas de suministros».

Primero la pandemia y luego la guerra de Ucrania ha llevado a las democracias occidentales a tomar conciencia de la vulnerabilidad que supone depender totalmente de las cadenas de suministro globales en productos y servicios esenciales. Por si fuera poco, los salvajes confinamientos en China han reducido significativamente el comercio mundial.

La palabra ahora es relocalización. Productos y suministros más cercanos, con más calidad y menos incertidumbre… pero más caros, otro factor para alimentar la espiral inflacionista. Lógicamente, a mayor valor añadido, más interesa relocalizar; o en su defecto valor estratégico, como en los productos sanitarios. De ahí, la apuesta de la UE y de España por la fabricación de chips (valor añadido y valor estratégico) o porque se deberían mantener las fábricas nacionales de mascarillas, que se improvisaron en la pandemia (valor estratégico).

Apuntes y lectura de la pandemia: la globalización


mundo conectado

La pandemia en un mundo hiperconectado

Vuelvo sobre la relación entre el coronavirus y la globalización, después de una primera aproximación, el 28 de febrero, cuando la enfermedad todavía no era una pandemia.

Dicen que esta es la pandemia de la globalización. Que el virus pondrá fin a la globalización. Veremos…

La globalización no es la causante de la pandemia, pero sí, esta es la pandemia de la globalización.

Las pestes de otras época se propagaban a paso de caballo o de camello, a la velocidad de barcos de vela. La gripe española lo hizo con el tempus del ferrocarril y los barcos de vapor, transmitida por los soldados desmovilizados y las poblaciones desplazadas. En enero de 2020 un portador del virus podía dar tres o cuatro veces la vuelta al mundo durante el periodo de incubación, contagiando a centenares o miles antes de que la enfermedad se manifestara.

En estos apuntes de hoy os traslado el precipitado de mis lecturas de estos días sobre los distintos tipos de respuesta, en función de la cultura y el sistema político; de la dolorosa y cínica inacción de la UE; y, en fin, de lo que se atisba pueden ser cambios en la globalización. Al final, unas lecturas escogidas. Y antes unas observaciones generales, sobre el sesgo y el lenguaje bélico.

El pensamiento confinado: el sesgo

Toma la expresión prestada de Laurent Joffrin, el director de Libération. En la avalancha de reflexiones de pensadores de todo signo, el pensamiento parece seguir estando confinado por el sesgo de cada uno. Los nacionalistas piden más fronteras. Los liberales un estado más ágil. Los altermundistas otra globalización. Los religiosos conservadores unas costumbres menos liberales. Los partidarios de lo público culpan a la liberalización de los servicios sanitarios. Para unos el responsable es Trump; para otros Sánchez, o, al otro lado del espectro, Esperanza Aguirre y Díaz Ayuso… Ninguno somos capaces de escapar de nuestro marco mental. Yo tampoco. No obstante, propongo algunos posibles puntos de acuerdo:

  • Las pandemias son un elemento natural más del ecosistema Tierra;
  • Este coronavirus no está fabricado en un laboratorio. Es un caso más de zoonosis, aunque no esté claro si el virus mutó en un huésped animal antes de saltar a un humano o mutó en un huésped humano (contagiado por un animal) antes de tener capacidad de contagiar a otros seres humanos. Harán falta todavía muchos estudios, pero valga por el momento el artículo de Nature, que incluyo más abajo en lecturas;
  • Las sociedades responden con sus recursos conforme a su cultura;
  • Los gobernantes improvisan en una situación inédita, balanceando la vida, la economía y su propia supervivencia política y, según el peso de cada factor, así es la respuesta, que debemos criticar en caliente, pero que solo seremos capaces de valorar más adelante (Capítulo aparte: Bolsonaro, Trump, López Obrador, ejemplos de estulticia criminal);
  • Cuando todo termine debieran de abrirse espacios institucionales (nacionales e internacionales) de reflexión para determinar que sociedad queremos.

Esto no es una guerra

Es muy comprensible el recurso de políticos, médicos o periodistas a calificar esta situación excepcional como una guerra. Hasta el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, dice que estamos perdiendo esta guerra. La III Guerra Mundial. Una guerra contra un enemigo invisible; en la que debemos permanecer unidos; una guerra que venceremos. La excepcionalidad de la pandemia se acomoda bien a la excepcionalidad de la guerra.

Pero no, no es una guerra. Ningún estado ataca a otro, no hay enemigos humanos, no hay -no debe haber- odio. Ningún ser humano va a ser obligado a matar a otro, aunque los doctores tienen puedan tener que decidir a quien dan prioridad en sus tratamientos. Ninguna infraestructura debe ser destruida; ningún estado o ideología erradicada; ninguna nación sacrificada. Sí debiera servir para parar las guerras o, al menos, como pide Guterres, decretar un alto el fuego inmediato y global.

Las palabras modelan la acción. La palabra guerra nos convoca a la unidad, al coraje,  a la resistencia personal y colectiva, a la búsqueda de soluciones inéditas. Pero también activa emociones excluyentes y, esto es lo peor, puede servir para justificar el sacrificio de sectores sociales o la adopción de medidas antidemocráticas, como acaba de hacer Orban en Hungría.

Un problema global, respuestas nacionales

Una pandemia como esta manifiesta la dramática ausencia de instituciones de gobernanza global.

En el sistema multilateral de Naciones Unidas, la Organización Mundial de la Salud (OMS-WHO)  promueve la salud de todos los pueblos, «una condición fundamental para lograr la paz y la seguridad y depende de la más amplia cooperación de las personas y de los Estados». Con 7000 funcionarios elabora directrices y normas sanitarias, asesoran a los países, promueven la investigación y refuerzan  los sistemas de salud de los países más débiles. A la OMS compete lanzar alarmas de emergencia o declarar una pandemia. Pero la respuesta sigue siendo nacional. Cada país ha reaccionado conforme su cultura, sistema político y recursos sanitarios.

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Chiang Mai (Tailandia), marzo 2019. Foto propia

China, Japón y Corea han aplicado soluciones distintas, aparentemente efectivas, pero ahora corren el riesgo de un segundo brote, como advirtió el estudio del Imperial College. Cualquiera que haya viajado por Asia Oriental habrá constatado la omnipresencia de la mascarilla. En Bangkok o Pekín protegen de una contaminación asfixiante, pero en todas partes, hasta en los mercados más abarrotados, los asiáticos parecían ser conscientes de que tarde o temprano habría otra epidemia vírica. En Asia estalló el SARS (primo de este SARS-CoV-2), la gripe aviar, el Mers, las grandes epidemias del siglo XX (salvo el ébola), que afortunadamente no se convirtió en pandemia.

Por eso, porque esperaban otra epidemia,  la respuesta asiática ha sido más rápida y aparentemente más eficaz.

China aplicó medidas draconianas con un confinamiento de una provincia de 60 millones de personas y medidas de aislamiento y vacaciones de tres semanas en todo el país. A pesar de las graves distorsiones de su economía, de las que tardará mucho en recuperarse, la inmensa China ni se vio por igual afectada, ni se paralizó totalmente.

El régimen ha coreografiada una cuidadosa propaganda de su eficacia y lo cierto es que, aparentemente, el contagio comunitario ha terminado. La superioridad -dicen también fuera de China- del autoritarismo. Pero fue el autoritarismo, la supresión de la crítica, la falta de libertad de expresión, la ocultación, la que hizo que el virus se propagara. Para Reporteros Sin Fronteras «si la prensa china fuera libre, el coronavirus no sería una pandemia».

The New York Times ha analizado como se propagó el virus antes del cierre de Wuhan utilizando los datos publicados por Waidu, el operador chino de telecomunicaciones. Desde que el 31 de diciembre China advirtió a la OMS que tenía un brote de un nuevo virus, prevenible y controlable hasta que se cerró la ciudad el 23 de enero, 7 millones de viajeros, coincidiendo con el año nuevo chino, salieron de la ciudad, extendiendo la epidemia por las grandes ciudades chinas y desde allí a grandes zonas metropolitanas de todo el mundo.

China ha logrado controlar la epidemia con confinamientos drásticos, parada parcial de la producción y control social. Control tradicional a partir de la policía, el encuadramiento en las organizaciones del partido y los comités de barrio. Control cibernético, a partir del big data, cámaras de vigilancia, reconocimiento facial, carnets por puntos de buena conducta y salvoconductos digitales. En fin, un conjunto de políticas intrusivas. Y poniendo a pleno rendimiento su enorme capacidad fabril de material sanitario, lo que ahora la coloca en posición dominante en el mercado mundial. Las medidas de distancia se levantan poco a poco, con enormes precauciones.

Corea del Sur ha controlado el virus sin paralizar su economía. Una semana después del primer positivo, las autoridades requirieron a la industria farmacéutica que produjeran test a gran escala. Los tests se aplicaron a cualquier sospechoso incluidos aquellos con síntomas leves, con celeridad, en centros en la calle habilitados para ello. Mediante el uso de los datos telefónicos se geolocalizó el movimiento de los pacientes, se advirtió del peligro de zonas de contagio, se dio la atención médica a todos los pacientes. Y lo más importante, desde el primer momento se protegió al personal sanitario, sin permitir que colapsara el sistema.

Japón comenzó por gestionar desastrosamente el caso del crucero Diamond Princess con una cuarentena a bordo que multiplicó el número de contagiados. Después combatió con éxito un brote en Osaka (el virus se propagó entre chicas que asistían a conciertos en la noche de San Valentín) con asistencia médica a los enfermos más grave y tratando al resto en casa. No se han tomado más medidas restrictivas que el cierre de los colegios durante un mes, aunque puede que el distanciamiento social, propio de la cultura japonesa, haya tenido un importante papel en la ralentización de los contagios. De mala gana ha aceptado el retraso en un año de los los Juegos Olímpicos. Ahora los casos crecen en Tokio y las autoridades no descartan ya cerrar la capital.

En Europa, la UE ha fracasado estrepitosamente. La Comisión von der Leyen, que se jactaba de tener una visión estratégica, ha sido incapaz de garantizar que los países no bloquearan el comercio de suministros sanitarios (no digamos ya coordinar el cierre de las fronteras en el marco del acuerdo de Schegen) o proponer una estrategia común (el tema económico lo dejo para otro post). Dentro de quince días llegaran los productos sanitarios comprados conjuntamente, lo que está muy bien, pero durante todo la crisis los ciudadanos europeos están teniendo sola la referencia protectora -con todos sus fallos y negligencias- de su estado nacional, no de la Unión -por no mencionar los insultos calvinistas a los vagos católicos mediterráneos.

La respuesta europea más eficaz parece haber sido la de Alemania, mientras que Italia, primero y España, después, se han hundido en el marasmo. Es un misterio la baja letalidad del virus en Alemania ¿se registran todos los muertos? ¿no hay interacción entre jóvenes y ancianos y por tanto estos últimos son más preservados del contagio? Parece muy probable que Alemania haya sido uno de los focos más tempranos en Europa, como demuestra que los primeros casos importados en España fueran alemanes. Pero lo decisivo, sin duda, ha sido la masiva realización de test y la atención adecuada a los enfermos: por cada 100.000 habitantes Alemania tiene 29,2 camas de cuidados intensivos, España 9,7, esto es, tres veces menos. Ahora, visto lo visto en Italia y España, todos los países adelantan y endurecen las medidas de confinamiento y hasta el inefable Boris abandona precipitadamente su criminal idea del contagio e inmunización grupal. El éxito dependerá de la fortaleza de los sistemas sanitarios, de la capacidad de liderazgo y de la unidad de las sociedades.

Como a todos los virus, al SARS-CoV-2, le gustan las concentraciones y la interacción humana y, por tanto, prolifera en las metrópolis. Después de Lombardía, Madrid y Cataluña, Nueva York ahora es el pricipal foco. Estados Unidos es el primer país en contagios. La plaga será terrible por la inexistencia de un sistema público de salud. Aún con seguro médico, los copagos pueden arruinar a muchas familias de rentas medias. En un país federal la respuesta será muy distinta de unos lugares a otros. Tienen una gran ventaja: al igual que China es un país inmenso donde la epidemia no castigará del mismo modo y al mismo tiempo en todas partes, así que podrá mantener al menos parcialmente su -mermada por la deslocalización- capacidad productiva.

En India, 1.300 millones de personas tiene orden de quedarse en sus casas. Millones de agricultores, y todos los que viven en la calle y de la economía informal, tendrán que elegir entre confinarse o morir de hambre.

En Latinoamérica han tenido dos, tres semanas, para mirarse en Italia y España. Las medidas de confinamiento son más o menos rígidas, pero los sistemas de salud son frágiles y, sobre todo, la dependencia de la economía informal hacen difícil el distanciamiento.

Qué decir de África, donde el lavarse la manos puede ser un lujo. Pero los africanos si saben lo que es un virus mortal. Se han enfrentado al ébola y por eso sus sistemas sanitarios, por precarios que sean, están ya orientados hacia estas emergencias y la población sabe la importancia de respetar la distancia social.

Ruptura de la lógica de la globalización y cambios geoestratégicos

En un mundo físicamente detenido -aunque virtualmente conectado- el comercio y las cadenas de producción se rompen. La globalización está en hibernación. ¿Se retomará cuando, poco a poco, vuelva la normalidad? ¿Cómo se alteraran los equilibrios estratégicos?

La globalización de 1870-1914 estaba basada en la extracción colonial y en el libre comercio entre los imperios. En la actual, con una red de transportes de máxima eficacia económica (y mínima eficiencia energética), y un comercio multilateral regulado por acuerdos comerciales entre bloques o por las normas mínimas de la OMC, la producción también está globalizada. Las cadenas de producción están distribuidas a lo largo de todo el globo, buscando que cada elemento se produzca en el lugar en el que se presente una ventaja competitiva: menor precio de la mano de obra, menor coste de transporte, mejores infraestructuras, más concentración de conocimiento, mayor proximidad. Objetivo: maximación de los beneficios. Y también bajos precios de venta. Beneficio para los consumidores, reducción de la pobreza extrema, crecimiento de las clases medias de los países emergentes, dualización en los países centrales.

En general, los elementos de menor valor añadido se han confiado a los países más pobres, con manos de obra barata o casi esclava, mientras que los países centrales (Europa, Estados Unidos) se ha reservado las tareas de mayor valor añadido, como el diseño, o servicios especializados, como los financieros. Y todo con una sincronía temporal de modo que cada elemento estuviera en el lugar adecuado en el momento oportuno, con los minimos stocks. En este esquema, China se convirtió en la fábrica del mundo. Al tiempo, con el enorme poder de su Estado detrás, fue creciendo en investigación y diseño, con el claro designio de independizarse o al menos competir ventajosamente con los países centrales.

Antes de la pandemia las cadenas de valor ya estaban recolocándose. China, con su mejora del nivel de vida, ya no era el productor competitivo para los productos de menor valor añadido. Incluso, inversores chinos fabrican productos de valor tecnologico medio en otros países, mientras el gobierno apuesta a tope por la róbotica e inteligencia artificial. Las guerras comerciales y las políticas agresivas de Trump anunciaban relocalizaciones.

Por mucho que durante el pasado año se hablará de «desacople» o «desglobalización», lo cierto es que estas semanas se ha demostrado que China sigue siendo la fábrica de algo tan estratégico como suministros sanitarios básicos.

Ahora, además de la relocalizaciones por razones ecnómicas o por el simple caos causado por la pandemia, es de esperar que los estados redefinan un conjunto de productos y servicios esenciales estratégicos. No se puede depender de proveedores externos, sobre todo cuando lo que aparece en el horizonte es una fragmentación en bloques geoestratégicos. No para bienes como medicamentos, y menos para infraestructuras determinantes, como las redes 5G. Ello requeriría ingentes inversiones públicas y privadas, poco probables en en un panorama de sobreendeudamiento público y privado.

No, la globalización no se desmontará, porque es el sistema sanguíneo de nuestro mundo. Pero las cadenas de valor se redistribuirán más equitativamente. No será tan importante el just in time, como la seguridad del suministro.

No se vislumbra, desgraciadamente, nuevas instituciones que gobiernen la globalización. Quizá se refuerce la OMS, pero poco más.

En los equilibrios estratégicos,  Estados Unidos, ya antes en fase de repliegue de su poder blando para apostarlo todo al poder duro, va a sufrir mucho, en términos de muertos, pérdidas económicas y destrucción de la confianza. Aparentemente China sale reforzada de esta crisis. Intenta jugar el papel líder, al que Estados Unidos ha renunciado. Presenta su -relativa- eficacia para combatir la epidemia, su solidaridad con el envío de productos sanitarios y médicos a los países más afectados. Nada dice de los abusos de sus empresas. Pero su talón de Aquiles es, justamente, su proyecto estrella, la nueva Ruta de la Seda. Basado en la conexión del mundo entero con China mediante la construcción de infraestruturas duras (puertos, ferrocarriles, carreteras). ¿Seguirán interesados los países «beneficiados» en endeudarse con China en el marasmo económico que puede seguir a la pandemia?. Por su parte, la UE es un elefante lento (y no sé si seguro). Su maquinaria es poderosa, pero le falta espíritu. Tiene que decidir si quiere regresar al puro mercado único o convertirse en una verdadera unión de ciudadanos.

(P.S. Una manifestación de la globalización que ahora es decisiva es la colaboración internacional entre científicos. Igual que las cadenas de producción son globales, así también las cadenas de investigación. Una vacuna no será ni china ni norteamericana, será el fruto de la colaboración entre distintos institutos de investigación a lo largo del mundo. Los científicos ahora están compartiendo sus resultados de forma libre, sin esperar a la lenta publicación en las revistas prestigiosas. Lo cuenta The New York Times.)

LECTURAS

Recomiendo la suscripción a Coronavirus Readings by The Syllabus (Suscripción/ Archivo) de donde he sacado muchas de estas lecturas. La mayoría no son de prensa española, que doy por supuesto que son más conocidas.

(Otras entradas en el blog en este enlace)

La globalización en los tiempos del coronavirus


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Máscaras y mascarillas en el suspendido Carnaval de Venecia

Máscaras de carnaval en Venecia, referente icónico de fiesta oculta y sigilosa, de desfogue decadente en la Veccia Signora, la metrópoli capital de la globalización medieval y renacentista.

Mascarillas sanitarias en Venecia, referente icónico del el coronavirus COVID-219, el mal que nos aqueja insidiosamente estos días de globalización menguante.

La metáfora de la peste

El carnaval y  las grandes plagas del pasado tenían en común ser un tiempo suspendido en el que las normas quedaban entre paréntesis. Características excepcionales para convertirse en materia literaria.

Boccaccio (El Decamerón) hace que los diez jóvenes que huyen de la peste de la Florencia de 1348 se cuenten historias, que el florentino rescata en muchos casos de la tradición literaria oriental. Y tantos otros han tomado las plagas como ocasión o metáfora en las que reflejar nuestros vicios y virtudes, de pretexto para hacernos mirar en lo profundo de nuestro ser. Manzoni (Los novios) y García Márquez (El amor en los tiempos del cólera) nos hablan de la victoria del amor sobre la muerte. Mann y Visconti (Muerte en Venecia) de la decadencia y la atracción-rechazo entre vejez y juventud. Camus (La peste) y Saramago (Ensayo sobre la ceguera) de la fuerza de la solidaridad.

¿Estará generando alguno de los millones de personas hoy aisladas en China o en otros lugares del mundo una creación de un valor equiparable al Decamerón o alguna de esas grandes obras, escribiendo un diario, una novela o subiendo simplemente historias a sus canales sociales? ¿O nos bastamos hoy para matar el tiempo con series y videojuegos sin necesidad de una expresión que vaya más allá del postureo de Instagram?

Pandemia y globalización

En los viejos tiempos, las pestes, las epidemias, llegaban a Europa desde Oriente a los puertos mediterráneos. El comercio marítimo era la malla de la limitada mundialización y los puertos italianos, destacablemente Venecia, eran nodo central de esa red, por las que se movían mercancías, ideas, virus y bacterias. No por casualidad fue la República de Venecia la que en 1403 estableció la primera regulación del aislamiento durante 40 días de los viajeros sospechosos en una de las pequeñas islas de la laguna.

Hoy, en los tiempos de la globalización, desde China el coronavirus ha llegado al norte de Italia. ¿Pudo ser el paciente 0 un (imaginario) empresario textil regresado de China a su empresa de Lombardía, el Véneto o Piamonte, las regiones que todavía marcan las tendencias de la moda de las prendas que se confeccionan en Oriente? ¿O fue un estudiante italiano en China? ¿O un turista chino llegado a Milán atraído por las compras de lujo? Seguramente no lo sabremos, pero el hecho es que la epidemia ya se extiende por Europa (y por supuesto por España) desde el estratégico norte de Italia.

Contagio coronavirus¿Se convertirá en pandemia? Muy probablemente, dado su alto poder de contagio en un mundo físicamente hiperconectado. Lo confirma que ya se registran contagios comunitarios fuera de China. Pero no será una pandemia como la peste negra, que diezmó Europa en el siglo XIV. Tampoco como la gripe española, hija no del comercio sino de la guerra, la pandemia que en 1918 se propagó de Estados Unidos a Europa con el cuerpo expedicionario norteamericano y que se cebó en poblaciones debilitadas por el hambre y las penurias del conflicto, causando 20 millones de muertos, 300.000 en España. No, será como la gripe común, que el año pasado mató en España a 6.300 personas, sin que ello fuera ni por asomo noticia.

Tendrá su pico y su agotamiento, sin ocasionar una gran mortandad, salvo mutación del virus… O por su propagación en estados fallidos con inexistentes o muy frágiles sistemas de salud pública. Pero puede ser un factor, como lo fueron las grandes epidemias en el pasado de graves distorsiones sociales, no solo localmente, sino mundialmente.

Por de pronto, el virus de la desinformación hace estragos, propagando todo tipo de teorías conspiratorias sobre el origen del coronavirus, recomendando remedios o prácticas innecesarias, cuando no peligrosas. Aun si los medios, como TVE y RNE, no caen en el alarmismo amarillista, la información exhaustiva y la continua actualización de nuevos casos da una representación desmedida del acontecimiento y nos coloca en una burbuja de miedo que oculta cualquier otro asunto. ¿Quién informará de la epidemia cuando esté controlada en nuestros países, pero ocasione decenas de miles de contagios y decenas de muertos en las grandes urbes africanas?. Contra la desinformación, fuentes fiables como los que ha recopilado Carmela Ríos en este hilo de Twitter.

Miedo y desinformación exacerban los virus ya bien instalados del racismo, la xenofobia, el nacionalismo. Insultos a los chinos en las redes sociales, ataque en Ucrania a un autobús de evacuados de China, cierre de fronteras y redadas en Rusia … La enfermedad es una estupenda ocasión para que las democracias iliberales refuercen sus mecanismos autoritarios.

China ya alardea de haber controlado el problema con sus medidas de excepción. Ha sido la crisis más grave que ha tenido que afrontar Xi Jinping. Está por ver en que medida los errores cometidos en el origen de la epidemia erosionarán la confianza de la población en el comunismo capitalista autoritario y confuncionista de Xi.

Nadie es capaz de evaluar las consecuencias económicas de la paralización de China y de la extensión de la enfermedad a otros países. ¿Dos décimas menos de crecimiento mundial como predice el FMI? En plena ralentización de la economía mundial ¿la enfermedad puede ser el evento que nos hunda en una nueva recesión global?.

Aun sin recesión, los países europeos sufrirán un estrés económico y los servicios públicos de salud, tan castigados por los recortes, afrontarán una emergencia que puede debilitárlos aún más en su gestión cotidiana. Terreno abonado para el descontento en el que crece la ultraderecha.

El papel de la Organización Mundial de la Salud, una institución multilateral, es decisivo para evitar que el mal se convierta en pandemia. Pero los controles y cierres fronterizos, los bloqueos de población y la ruptura de las cadenas de valor mundiales pueden reforzar el proceso de desacoplamiento -palabra del año para The Financial Times– de las que las guerras comerciales de Trump y la creciente supremacía tecnológica china son la manifestación más evidente. Un mundo postglobal, con irrelevantes instituciones multilaterales, potencias con sus propias áreas de influencia política, económica, militar, informativa (fragmentación de Internet).

Quizás la Historia marque 2020, el año del coronavirus, como el punto de no retorno de la desglobalización. O quizás a fin de año no sea más que una pequeña muesca descendente en las curvas económicas y dentro de 5 años se recuerde como un episodio no más importante que el SARS. Crucemos los dedos.

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