Lesbos, Lampedusa, Arguineguín, cárceles migratorias, hitos en la historia de la infamia


Hasta 2.500 inmigrantes han llegado a hacinarse en el muelle de Arguineguín con evidente vulneración de sus derechos más elementales

Perdonaréis que esta entrada tenga un tono inusualmente polémico. No me indigno fácilmente, pero la llamada «crisis» migratoria de Canarias me subleva. Creo que las políticas migratoria europea y española son injustas, inhumanas, ineficientes y perjudiciales para nuestras democracias y economías. Pienso que el enmarque informativo predominante es acomodaticio, poco esclarecedor, cuando no directamente xenófobo. Propongo otros encuadres, pero en esta ocasión -es un desahogo personal- casi sin referencia a otras fuentes.

No, no es una invasión

Llegados a Canarias en lo que va de año: en torno a 18.500 migrantes. Población de Mogán (Arguineguín): 2517 habitantes. Población de Canararias: 2.153.000 habitantes. Población de España: 47.329.981 habitantes. Población UE: 448 millones de habitantes. Para un pequeño municipio la llegada de un contingente de personas que sextuplican su población es un trauma; para una región insular, asistir e integrar a nuevos inmigrantes que supone un 0,86% de su población es un muy difícil reto; pero para España(0,039%) y no digamos para la UE (0,0041%), estas cifras son insignificantes.

No, no es una crisis migratoria, es una crisis de gestión de la inmigración

Desde mediados de 2019 era evidente que, reforzado el control del Estrecho, del Mediterráneo central y del Mediterráneo oriental, la ruta atlántica se estaba reactivando. Y no se tomaron medidas para poner en servicio los mecanismos de acogida creados durante la llamada «crisis de los cayucos» en 2006, cuando en un año llegaron a las islas 36.000 migrantes, desmontados después por el Partido Popular. Clamorosa ha sido la descoordinación entre el Ministerio de Migraciones, con su escasa capacidad de generar recursos y partidario de los traslados a la Península, el del Interior, guardián de la cárcel canaria, el de Defensa, puesto de perfil en la cesión de instalaciones y el de Exteriores, que solo ha reactivado ahora los contactos con los países de origen.

La criminal política de los enclaves cárcel

Lampedusa primero, Lesbos después de manera muy destacada, Ceuta y Melilla siempre, y ahora Canarias, territorios de soberanía europea no continentales, se han convertido en cárceles migratorias. La Unión Europea y sus miembros han decidido que los migrantes no deben llegar a territorio continental para evitar su movilidad por territorio Schengen. Que los que desembarcan en Arguineguín no lleguen a Estocolmo, Amsterdam o Varsovia.

Dentro de estos enclaves se crean campamentos cárceles, se niega el futuro al migrante; se le somete a trato degradante (que es si no mantener a miles de personas hacinadas en muelle, con tres bocadillos al día, con váteres químicos saturados y sin duchas ni agua corriente, ¡con separación temporal de los niños de sus madres!); se les deshumaniza y se hace imposible que los que tengan derecho de asilo o protección puedan ejercerlo (imposible o ineficiente asistencia letrada, devoluciones en caliente tristemente legitimadas esta semana por el Tribunal Constitucional). Que sepan que no saldrán de estas cárceles más o menos acondicionadas.

No importa que de esta manera la acogida sea imposible, que la solidaridad se trueque en estos lugares en xenofobia y que se puedan generar agravios territoriales, que en el caso de Canarias pueden hacer renacer, incluso, sentimientos independentistas.

La política migratoria de la fortaleza europea

Los enclaves cárcel son una de las manifestaciones más extremas de la idea xenófoba de que hay que proteger la fortaleza europea, nuestra riqueza, nuestro modo de vida, nuestra superior cultura, de los bárbaros que acechan a las puertas.

Progresivamente la Unión ha ido ampliando sus competencias migratorias, sobre la base de la distinción entre inmigración regular e irregular y entre derecho de asilo e inmigración económica. La Unión establece las condiciones de entrada y residencia legal de nacionales de terceros países en un Estado miembro, pero son estos los que establecen los cupos de inmigración legal en su territorio. La UE refuerza las fronteras con su propia policía migratoria, Frontex.

Desde el Convenio de Dublín de 1995 se supone que los sistemas de asilo de todos los estados miembros comparten unos mismos estándares en materia de derecho de asilo y el Estado al que llega el solicitante de protección es el que debe decidir si tiene o no derecho a la misma. Cuando Merkel abrió las fronteras alemanas en 2015 a los refugiados sirios el sistema de Dublín saltó por los aires y se hizo patente la falta de solidaridad entre los miembros con el fracaso absoluto del reparto por cuotas propuesto por la Comisión.

La respuesta ha sido externalizar el control migratorio: dinero y cooperación policial para que los bárbaros no nos invadan. Ciertamente no es lo mismo los 6.000 millones de euros del acuerdo de Turquía, entregados en el marco de programas concretos de asistencia a los migrantes, que pagar a Libia por encarcelar y violar los derechos de los migrantes o los acuerdos de devolución con Marruecos, Senegal o Mauritania. Pero con esta externalización Europa es más frágil: está bajo el continuo chantaje de Erdogan, Mohamed VI o de los señores de la guerra de Libia, un chantaje en el que no solo está en juego dinero, sino complejos intereses geoestratégicos.

La Comisaria de Interior, la sueca Ylva Johansson, a la que competen las migraciones ha presentado un plan que está muy lejos de suscitar la unanimidad, ni siquiera la mayoría cualificada que requieren las políticas migratorias. Pasa por agilizar los procedimientos de asilo, garantizar la acogida y la integración de los asilados, que Frontex controle direcamente las fronteras, expulsiones inmediatas a los inmigrantes económicos irregulares y mecanismos voluntarios de solidaridad entre los Estados (cuotas de acogida o dinero para los acogedores). En su visita a Canarias los testigos se refieren a Johanson como «haciéndose la sueca» ante las demandas de solidaridad de las autoridades locales.

Estas políticas han convertido nuestros mares en cementerios, han deshumanizado a los inmigrantes a su llegada, han causado dolor, han favorecido la xenofobia y la explotación laboral de los clandestinos.

El falso efecto llamada

La derecha, la extrema derecha y hasta los gobierno de centroizquierda agitan una y otra vez el espantajo del efecto llamada para negar la acogida, la normalización y hasta el trato humano a los llegados. Si los tratamos bien, si les permitimos quedarse e integrarse -dicen- cada vez vendrán más y seremos invadidos.

La realidad es que estas llegadas masivas en un lugar y momento dado responden a un efecto llamada inverso: puesto que la fortaleza está cerrada a cal y canto, cualquier hueco debe ser aprovechado. En los lugares de origen se produce una histeria colectiva, es ahora o nunca. Cuando se tapa esa brecha se busca otro resquicio y otra vez a empezar. Si la migración fuera ordenada y existieran oportunidades reales de emigrar para los que cumplieran determinadas condiciones esta fiebre colectiva se atemperaría.

Las mafias y el negocio de los muros

Los gobiernos europeos no se cansan de proclamar su lucha contra las mafias, como si ese fuera todo el problema. Las mafias son parte del problema, pero no su origen. Si no puedes viajar legalmente no te queda más remedio que ponerte en sus manos.

Pueden ser grupos delincuentes que tanto trafican con drogas como con seres humanos, como en el norte de Marruecos, que de una manera u otra actúan en connivencia con policías en los países de origen y con otros delincuentes en los de llegada. Pueden ser, también, puras terminaciones de milicias o grupos políticos militares como en el Sahel y Libia. O, simplemente, un pescador de Senegal que ve una buena oportunidad de negocio o un buen día decide echarse al mar con sus amigos para buscar una nueva vida.

Luchar contra las mafias no es detener a los patrones de las pateras, es desmontar el entramado de poder que hay detrás de ellas y eso es imposible si Europa sigue financiando a gobiernos no democráticos y a los oscuros poderes (militares, policiales, religiosos) en los que se sustentan.

Hay otro negocio más lucrativo que el de las mafias y es la industria de las fronteras. Según estudio del Overseas Development Institute (ODI) entre 2014 y 2016 los países de la UE gastaron 1.700 millones de euros en vallas, muros y sistemas de vigilancia, y otros nada menos que 15.300 millones en acuerdos con los países de salida. En España, la investigación de la Fundación por Causa ha rastreado el negocio migratorio: 350 empresas distintas han participado en 943 contratos diferentes, a los que España ha destinado a lo largo de 15 años más de 1.000 millones de euros.

Son muchos, en fin, los intereses, económicos y políticos, que alimentan la infamia.

Ordenar una inmigración necesaria para la prosperidad global

Las migraciones han sido uno de los grandes motores de la historia de la humanidad. Siempre nos hemos movido y lo seguiremos haciendo huyendo de la violencia o la pobreza, buscando una vida mejor. En la actual globalización las mercancías circulan libremente, las personas no.

No defiendo un mundo sin fronteras, porque supondría que los estados no podrían ya ejercer sus funciones básicas. Defiendo un derecho de refugio y asilo, que puedan invocar no solo los que huyen de la guerra o la persecución, también los afectados por el cambio climático, los desastres naturales o las pandemias. Defiendo que, además, se consagre un derecho universal a la emigración, conforme al cual se pueda acceder a otro país siempre que se cumplan las cualificaciones educativas y laborales en los términos establecidos por cada estado en un sistema de cuotas de inmigración.

Europa es un continente envejecido, África es un continente joven. Hoy la prosperidad económica está en Europa, pero puede que mañana el dinamismo de una población joven cambie las tornas. La inmigración puede ser el motor de una prosperidad compartida.

La inmigración clandestina es la base de un sistema de explotación económica en los países ricos. En los países de origen cercena las posibilidades de desarrollo autónomo, pues son los más formados los que emigran. Las remesas económicas sostienen a las familias, pero las hacen dependiente, a ellas y al país, de un dinero ganado con enorme sufrimiento, que en su inmensa mayoría se destina directamente al consumo.

Es imprescindible que haya posibilidad de una inmigración legal cumpliendo unos requisitos razonables. Un sistema de pasarelas, de entrada y salida legal y flexible, vinculado a inversiones económicas y experiencias de educación compartida, que permitan que, por ejemplo, un joven reciba formación profesional reglada en su país, que le dé acceso en Europa a un trabajo en prácticas o a una residencia temporal que, en determinadas condiciones, pueda convertirse en permanente. Los sistemas de visados por puntos de los países anglosajones privilegian la entrada de migrantes muy cualificados e ignoran la realidad de los puestos de trabajo menos cualificados que los nacionales no quieren ocupar.

La integración no es fácil. En Alemania, del más del millón de personas llegadas en 2015 hoy más de la mitad tienen trabajo, pero son los primeros que lo están perdiendo con la pandemia. El comunitarismo anglosajón crea guetos culturales y el integracionismo republicano francés fracasa ante el hecho de que la discriminación económica y la falta de horizontes lleva a muchos jóvenes de segundas y terceras generaciones a la radicalización islamista. La integración requiere dinero y generosidad, un compromiso firme del Estado y la sociedad de acogida, pero también la exigencia firme del respeto a los derechos humanos, especialmente los de las mujeres, por parte de los inmigrantes y a la aceptación de que sus normas religiosas no pueden ser impuestas en un estado laico.

En un mundo con enormes desequilibrios demográficos y de desarrollo las migraciones seguirán imparables. Lo que tenemos que decidir es si queremos una prosperidad compartida o si preferimos, en nombre de la preservación de nuestra sacrosanta identidad, mantener un sistema criminal.

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La globalización en los tiempos del coronavirus


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Máscaras y mascarillas en el suspendido Carnaval de Venecia

Máscaras de carnaval en Venecia, referente icónico de fiesta oculta y sigilosa, de desfogue decadente en la Veccia Signora, la metrópoli capital de la globalización medieval y renacentista.

Mascarillas sanitarias en Venecia, referente icónico del el coronavirus COVID-219, el mal que nos aqueja insidiosamente estos días de globalización menguante.

La metáfora de la peste

El carnaval y  las grandes plagas del pasado tenían en común ser un tiempo suspendido en el que las normas quedaban entre paréntesis. Características excepcionales para convertirse en materia literaria.

Boccaccio (El Decamerón) hace que los diez jóvenes que huyen de la peste de la Florencia de 1348 se cuenten historias, que el florentino rescata en muchos casos de la tradición literaria oriental. Y tantos otros han tomado las plagas como ocasión o metáfora en las que reflejar nuestros vicios y virtudes, de pretexto para hacernos mirar en lo profundo de nuestro ser. Manzoni (Los novios) y García Márquez (El amor en los tiempos del cólera) nos hablan de la victoria del amor sobre la muerte. Mann y Visconti (Muerte en Venecia) de la decadencia y la atracción-rechazo entre vejez y juventud. Camus (La peste) y Saramago (Ensayo sobre la ceguera) de la fuerza de la solidaridad.

¿Estará generando alguno de los millones de personas hoy aisladas en China o en otros lugares del mundo una creación de un valor equiparable al Decamerón o alguna de esas grandes obras, escribiendo un diario, una novela o subiendo simplemente historias a sus canales sociales? ¿O nos bastamos hoy para matar el tiempo con series y videojuegos sin necesidad de una expresión que vaya más allá del postureo de Instagram?

Pandemia y globalización

En los viejos tiempos, las pestes, las epidemias, llegaban a Europa desde Oriente a los puertos mediterráneos. El comercio marítimo era la malla de la limitada mundialización y los puertos italianos, destacablemente Venecia, eran nodo central de esa red, por las que se movían mercancías, ideas, virus y bacterias. No por casualidad fue la República de Venecia la que en 1403 estableció la primera regulación del aislamiento durante 40 días de los viajeros sospechosos en una de las pequeñas islas de la laguna.

Hoy, en los tiempos de la globalización, desde China el coronavirus ha llegado al norte de Italia. ¿Pudo ser el paciente 0 un (imaginario) empresario textil regresado de China a su empresa de Lombardía, el Véneto o Piamonte, las regiones que todavía marcan las tendencias de la moda de las prendas que se confeccionan en Oriente? ¿O fue un estudiante italiano en China? ¿O un turista chino llegado a Milán atraído por las compras de lujo? Seguramente no lo sabremos, pero el hecho es que la epidemia ya se extiende por Europa (y por supuesto por España) desde el estratégico norte de Italia.

Contagio coronavirus¿Se convertirá en pandemia? Muy probablemente, dado su alto poder de contagio en un mundo físicamente hiperconectado. Lo confirma que ya se registran contagios comunitarios fuera de China. Pero no será una pandemia como la peste negra, que diezmó Europa en el siglo XIV. Tampoco como la gripe española, hija no del comercio sino de la guerra, la pandemia que en 1918 se propagó de Estados Unidos a Europa con el cuerpo expedicionario norteamericano y que se cebó en poblaciones debilitadas por el hambre y las penurias del conflicto, causando 20 millones de muertos, 300.000 en España. No, será como la gripe común, que el año pasado mató en España a 6.300 personas, sin que ello fuera ni por asomo noticia.

Tendrá su pico y su agotamiento, sin ocasionar una gran mortandad, salvo mutación del virus… O por su propagación en estados fallidos con inexistentes o muy frágiles sistemas de salud pública. Pero puede ser un factor, como lo fueron las grandes epidemias en el pasado de graves distorsiones sociales, no solo localmente, sino mundialmente.

Por de pronto, el virus de la desinformación hace estragos, propagando todo tipo de teorías conspiratorias sobre el origen del coronavirus, recomendando remedios o prácticas innecesarias, cuando no peligrosas. Aun si los medios, como TVE y RNE, no caen en el alarmismo amarillista, la información exhaustiva y la continua actualización de nuevos casos da una representación desmedida del acontecimiento y nos coloca en una burbuja de miedo que oculta cualquier otro asunto. ¿Quién informará de la epidemia cuando esté controlada en nuestros países, pero ocasione decenas de miles de contagios y decenas de muertos en las grandes urbes africanas?. Contra la desinformación, fuentes fiables como los que ha recopilado Carmela Ríos en este hilo de Twitter.

Miedo y desinformación exacerban los virus ya bien instalados del racismo, la xenofobia, el nacionalismo. Insultos a los chinos en las redes sociales, ataque en Ucrania a un autobús de evacuados de China, cierre de fronteras y redadas en Rusia … La enfermedad es una estupenda ocasión para que las democracias iliberales refuercen sus mecanismos autoritarios.

China ya alardea de haber controlado el problema con sus medidas de excepción. Ha sido la crisis más grave que ha tenido que afrontar Xi Jinping. Está por ver en que medida los errores cometidos en el origen de la epidemia erosionarán la confianza de la población en el comunismo capitalista autoritario y confuncionista de Xi.

Nadie es capaz de evaluar las consecuencias económicas de la paralización de China y de la extensión de la enfermedad a otros países. ¿Dos décimas menos de crecimiento mundial como predice el FMI? En plena ralentización de la economía mundial ¿la enfermedad puede ser el evento que nos hunda en una nueva recesión global?.

Aun sin recesión, los países europeos sufrirán un estrés económico y los servicios públicos de salud, tan castigados por los recortes, afrontarán una emergencia que puede debilitárlos aún más en su gestión cotidiana. Terreno abonado para el descontento en el que crece la ultraderecha.

El papel de la Organización Mundial de la Salud, una institución multilateral, es decisivo para evitar que el mal se convierta en pandemia. Pero los controles y cierres fronterizos, los bloqueos de población y la ruptura de las cadenas de valor mundiales pueden reforzar el proceso de desacoplamiento -palabra del año para The Financial Times– de las que las guerras comerciales de Trump y la creciente supremacía tecnológica china son la manifestación más evidente. Un mundo postglobal, con irrelevantes instituciones multilaterales, potencias con sus propias áreas de influencia política, económica, militar, informativa (fragmentación de Internet).

Quizás la Historia marque 2020, el año del coronavirus, como el punto de no retorno de la desglobalización. O quizás a fin de año no sea más que una pequeña muesca descendente en las curvas económicas y dentro de 5 años se recuerde como un episodio no más importante que el SARS. Crucemos los dedos.

Guerra ideológica. Argumentación contra algunos mensajes del odio (III)


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En la guerra ideológica que se desarrolla en las redes sociales lo más grave es la asunción con la mayor alegría por gentes «de orden» de mensajes de odio, dedicados a estimatizar y deshumanizar al diferente, ya sea por su sexo, opción sexual, religión u origen. La mayor parte de estos mensajes se centran en los inmigrantes. La inmigración es el campo de batalla en el que se decide el destino de Europa.

En esta tercera entrada modestamente argumentaré contra algunos de estos mensajes relacionados con la inmigración y la islamofobia. Debo advertir que una verdadera refutación exigiría el uso de datos y fuentes, que superan el objeto de esta entrada.

No, los inmigrantes musulmanes no vienen para conquistarnos e imponernos la sharía. Los musulmanes, como todo migrante hueye de la guerra, la inseguridad, la persecución, o, simplemente, busca una vida mejor y más digna. Circula un mensaje que asegura que conforme crece su presencia en la sociedad, exigen que se respeten sus prácticas, contrarias a una sociedad libre y a la dignidad de la mujer, primero en su comunidad, para terminar imponiéndolas a toda la sociedad. Es la tesis de Houellebecq en Sumisión. En tal mensaje se dan unos porcentajes de musulmanes en países europeos que no se corresponden con la realidad y menos las políticas que se dicen han impuesto.

Sí, la interpretación conservadora que domina hasta el Islam más moderado entra en conflicto con el respeto a la dignidad de la mujer, una concepción no tan alejada de la propia del nacionalcatolicismo. La imposición no es la solución. La raya roja son los derechos humanos y las reglas de la convivencia democrática. Es aceptable el hiyab hasta en la función pública. Es aceptable el burkini y más si de esta manera las musulmanas disfrutan de playas y piscinas. No es aceptable el burka o el nikab, porque anulan la personalidad de la mujer y crea desconfianza en las relaciones en el espacio público. Es perseguible penalmente la ablación porque es un atentado a la dignidad de las menores. Debe castigarse penalmente cualquier forma de matrimonio forzado.

No, en el Islam no existe una autoridad central religiosa como el papado. Ninguna autoridad religiosa o moral de esta creencia puede dar consignas a todos los musulmanes para que invadan Europa.

Sí, existe una corriente islámica, profunda pero minoritaria, que quiere destruir la sociedad abierta europea. Su fuente última es wahabismo gobernante en Arabia Saudí (nuestro aliado y socio comercial) y sus manifestaciones van de Al Qaeda al Estado Islámico, pasando por la proliferación de células espontánteas y lobos solitarios que periódicamente realizan acciones terroristas. Pero como nos ha enseñado la lucha contra el IRA o ETA, contra el terrorismo no hay atajos. La violación de los derechos de los terroristas alimenta una espiral sangrienta. Solo cabe la constante, medida y profesional acción policial y el trabajo de integración en nuestras sociedades, para demostrar a los musulmanes que su religión no es incompatible con la democracia.

Sí, la libertad religiosa supone también derechos para otras confesiones, no solo para la católica. Una consecuencia es, por ejemplo, menús halal en cárceles, hospitales, colegios. ¿Cómo escandalizarse en un país en el que los obispos seleccionan a los profesores de catolicismo que serán pagados por el Estado o en el que las imágenes religiosas reciben honores militares y condecoraciones policiales?.

Sí, la mayor parte de los crímenes machistas son cometidos por extranjeros. Pero no, los medios no deben indicar el origen como dato relevante en estas informaciones porque supondría estigmatizar a estas comunidades.

No, no hemos logrado integrar a la segunda y tercera generación. Por mucho que hablen y se comporten como nosotros siguen siendo el moro, el negrata, el sudaca.

No, los emigrantes no son un peligro para nuestro estado del bienestar. En cuanto que jóvenes hacen un menor uso de los recursos sociales. Aumentan la masa de cotizaciones. Con el crecimiento de la emigración crece el PIB.

Sí, tenemos un problema con la inmigración:

  • Porque hay una inmensa brecha entre Europa y África, de riqueza, seguridad y bienestar.
  • Porque en el origen de esa brecha está en la esclavitud, primero y el colonialismo, después.
  • Porque nuestra demografía es declinante y la del Sur creciente.
  • Porque las culturas no se integran fácilmente.
  • Porque hemos olvidado que ayer nosotros eramos emigrantes.
  • Porque solo permitimos que lleguen como ilegales, y les empujamos a la marginación y la delincuencia.

Sí, tenemos una gran oportunidad con la inmigración:

  • Porque es la única manera de rejuvenecer Europa.
  • Porque necesitamos la mezcla, el mestizaje, tanto para revitalizar nuestra cultura, como incluso desde el punto de vista genético.
  • Porque permite reequilibrar la riqueza entre países y regiones y hacer el mundo más seguro.

Sí, en un mundo global en el que mercancias y capitales circulan libremente, emigrar es un derecho, que tiene que ordenarse:

  • Frente a la ilegal, facilitar el asilo y crear pasarelas de inmigración legal. Centros de solicitud de asilo allí donde se concentran los refugiados. Inversión en formación en los países de origen, con oportunidades de emigración para los formados en todos los niveles (formación profesional, técnica, universitaria).
  • No, no es una solución comprar a tiranos y sátrapas para que retengan a los que huyen del horror o buscan una vida mejor. Es ponernos en sus manos y permitir que sean ellos los que regulen el flujo migratorio.
  • Repartir entre regiones y países los flujos migratorios cuando se produzcan episodios puntuales, como manifestación de la solidaridad nacional y europea.
  • Invertir en integración, no permitir que aparezcan guetos, perseguir la discriminación, establecer reglas de discriminación positiva, favorecer la diversidad.
  • Exigir el respeto a las leyes y valores nacionales, pero crear organismos de composición y mediación que detecten tempranamente los conflictos.

Terminaré con una estrofa que leí en 1970 inscrita en un pupitre de la Facultad de Derecho de la Complutense. Los versos son de Chicho Sánchez Ferlosio, aunque allí aparecían atribuidos a Miguel Hernández.

Dicen que la patria es
un fusil y una bandera.
Mi patria son mis hermanos
que están labrando la tierra.

OTRAS ENTRADAS DE ESTA SERIE

Guerra ideológica (I)

Guerra ideológica. Argumentación contra algunos mensajes sectarios (II)

 

Guerra ideológica (I)


util-e-interesante-whatsapp-como-enviar-varios-mensajes-al-mismo-tiempo-n312209-624x352-446748Cada día ese agujero negro que es WhatsApp escupe en nuestras pantallas mensajes de odio.

En las redes públicas (Twitter y, en menor medida Facebook) el control de a quién sigo (y supongo que los algoritmos) evita que me lleguen insultos, bulos o mensajes que destilen odio. A lo sumo, algún troll despistado.

WhatsApp es otra cosa. Muchos grupos se constituyen entre amigos, familiares, compañeros de trabajo o vecinos,  por razones funcionales (compartir fotos, documentos, establecer una reunión). Pero por esa red que se creó con un fin específico pronto empiezan a circular mensajes en el mejor de los casos partidistas, y a menudo directamente racistas, xenófobos o machistas. Supongo que será todavía peor en Snatchap, la mensajería de los adolescentes, donde los mensajes se borrran automáticamente al poco tiempo.

Son mensajes que los algoritmos no me harían llegar, porque los sistemas de búsqueda y las redes sociales están diseñados para crear una cámara de ecos, para alimentarte con lo que te gusta, con lo que estás de acuerdo, en la seguridad de que esta manera gastarás más tiempo y atención en la red y la respectiva compañía será más rentable.

Así que, gracias WhatsApp por permitirme atisbar la punta del iceberg del lado oscuro. Es doloroso, porque mensajes que chocan con tus convicciones llegan de personas que aprecias y a las que consideras razonables.

Está por hacer el estudio de estos mensajes sectarios, a pocos pasos o directamente más allá de la frontera del odio.

La mayor parte carecen de fuente y son corta y pega o reenvíos de un contenido que se ha convertido en viral. Unos son directamente bulos, otros una interpretación sesgada de una verdad o una media verdad. Suelen apelar  al «pásalo» para desesmascarar alguna conspiración del populismo o del «buenismo» progresista, que medios «izquierdistas» como TVE, El País o La Sexta ocultan. O, desde el otro lado de la línea del frente, el conspirador a denunciar es el capitalismo global, el Imperio (norteamericano, por supuesto) y el Patriarcado. Y siempre, conllevan una alta carga emocional.

Este flujo indica una cada día más peligrosa polarización. Estamos en un combate ideológico y la verdad y la razón no cuentan. Lo importante es descargar nuestra indignación. Y si es mentira, que rectifiquen, como se decía en uno de estos mensajes sobre unos sindicalistas que, supuestamente, se habían gastado miles de euros en una comilona.

En España, el franquismo es una grieta ideológica que nos divide. En realidad es una división mucho más antigua: afrancesados contra patriotas; liberales contra absolutistas; moderados contra progresistas; isabelinos contra carlistas; republicanos contra alfonsinos… Es una división con orígenes familiares y de clase social, pero en gran medida electiva. Y una vez hecha la elección, viene de suyo todo lo demás: nuestra opinión sobre cualquier medida de este u otro gobierno, la visión general del mundo, el aprecio de unos países y el desprecio de otros, el juicio sobre los personajes públicos. Y sobre esa grieta, o en su origen, otro factor de división es la Iglesia Católica.

En esta guerra idológica no es igual de grave el mensaje partidista, por mucho que mienta o retuerza la realidad, que aquellos que proyectan desprecio, cuando no odio hacia el otro, el distinto, el que supuestamente nos amenaza.

El racismo, la xenofobia, el nacionalismo han dejado de ser tabú -«vamos a hablar claro»- y son el combustible de los partidos de extrema derecha (por favor, no les llamemos populistas) que amenazan con terminar con la UE, acorazando las fronteras interiores y exteriores de Europa. Los derechos humanos son un molesto formalismo para estas fuerzas.

En las elecciones europeas de la próxima primavera, tan poco interesantes para los medios, siempre planteadas en este país con óptica hispano-española, nos lo jugamos todo. Y estos mensajes del odio se recrudecerán. Da lo mismo que se creen por extensiones del Kremlin (con un contenido muy burdo y un evidente desconocimiento del contexto español), por los gabinetes de los partidos, los medios partidistas, las agencias de comunicación al servicio de unos u otros o, simplemente, sean obra del gracejo y la mala baba de cualquier españolito. El resultado es siempre crispación, miedo, falsa indignación.

A título de desahogo realizaré una elemental refutación de algunas de las ideas que más se repiten en estos mensajes. Y como esta entrada es ya muy larga, dedicaré en los próximos días otras a los mensajes partidistas y a los mensajes del odio.

Una última petición. No compartamos mensajes anónimos, no contrastados, que insulten o desprecien al adversario, que atenten a la dignidad del otro, del distinto.

OTRAS ENTRADAS DE ESTA SERIE

Guerra ideológica. Argumentación contra algunos mensajes sectarios (II)

Guerra ideológica. Argumentación contra algunos mensajes del odio (III)

 

Josef Koudelka, nacionalidad dudosa


Praga – 1968 – Josef Koudelka

La invasión de Checoslovaquia fue uno de los acontecimientos que al final de la adolescencia despertaron mi interés por la política internacional. No puedo decir que guarde en la memoria una imagen en particular, pero si alguien ha forjado nuestro imaginario sobre aquellos días en los que las botas de los soldados del Pacto de Varsovia hollaron la utopía del «comunismo con rostro humano», ese es Josef Koudelka.

Emocionan todavía esas fotos cuando se visita la exposición de Koudelka en la Fundación Mapfre de Madrid. Durante varios días el joven Koudelka tomó frenéticamente instantáneas de unas tropas desconcertadas por la resistencia pacífica de la población (¡Les habían dicho que iban a liberar a los checoslovacos del fascismo¡). Koudelka hizo buena la máxima de Capa («si la foto no es buena es porque no te has acercado lo suficiente») y con su objetivo angular capta el dramatismo de cada escena al tiempo que las expresiones de soldados y héroes anónimos. ¡Qué maravilloso ejemplo de civismo el de las gentes de Praga aquellos días!

Sus fotos no se vieron hasta un año después. Koudelka abandonó Checoslovaquia y como no pudo renovar su pasaporte durante muchos años en su documentación apareció el sello de «nacionalidad dudosa». Ciertamente Koudelka es hijo de la cultura visual checa (véanse sus comienzos con la fotografía teatral), pero también es un ejemplo de un exilio permanente, de alguien que no es de ningún lugar y al tiempo de todos. Justamente lo contrario de lo que son hoy los países del centro y este de Europa, faro de cultura en el período de entreguerras y hoy estados sobre si mismos, celosos de identidades, reales o ficticias.

Eslovaquia – 1966 – Josef Koudelka

Me encanta esta foto. Transmite vida y es uno de los grandes ejemplos del uso del gran angular por Koudelka: ahí está todo, lo personal y lo colectivo. Y nos explica el mundo gitano en el centro y este de Europa, al que Koudelka se dedicó desde el 64 hasta el 70. Gitanos, romas, cíngaros, secularmente marginados y al tiempo imprescindibles con su música en cualquier fiesta familiar o popular. Los gitanos son húngaros, checos, eslovacos o rumanos, pero son una comunidad propia por cultura y segregación.

El primer ministro eslovaco, el socialdemóctrata Robert Fico, se niega a acoger refugiados porque Eslovaquia es -dice- una sola comunidad. ¿Qué hay de los gitanos, de los húngaros, de los checos?. He visto pueblos eslovacos donde los gitanos no pueden ser enterrados en el cementerio cristiano. Orban por su parte quiere hacer ciudadanos de la República de Hungría a los húngaros de cultura de los países vecinos. Todos se niegan a acoger a refugiados que no sean cristianos y la República Checa, denuncia la ONU, somete a los refugiados a trato vejatorio. ¿Qué fue de la rebelión pacífica del 68, de la Revolución de Terciopelo del 89?

Demasiada afirmación identitaria, demasiada soberbia de nuevos ricos, demasiada xenofobia.

  España – 1971 – Josef Koudelka

Con su dudosa nacionalidad a cuestas Koudelka desarrolló entre 1968 y 1994 el proyecto exilio, recorriendo España, Francia, Italia, Irlanda. Si bien acude a muchas romerías y fiestas populares no pretende documentar tradiciones o costumbres; busca momentos de expresión genuina y como dice que le dijo en una ocasión su mujer es capaz de capturar en cada instantánea de un modo natural la alegría y la tristeza. Es la visión del exiliado, del que mira desde fuera con empatía, queriendo comprender.

«La visión de Ulises» -Delta del Danubio – 1994

Esta última foto pertenece al último proyecto de Koudelka, «Caos». En los últimos años el checo trabaja con una cámara panorámica para fotografiar territorios devastados, minados, divididos. Esta imagen corresponde al rodaje de la maravillosa película «La mirada de Ulises», de Theodoros Angelopoulos. Una gigantesca estatua de Lenin navega por el Danubio. Los símbolos del totalitarismo se desmontaron rápidamente, en algunos casos se llevaron a cabo depuraciones hasta el nivel de funcionarios de poca categoría (las «lustraciones» en Polonia) y en otros no (como en Rumanía). Pero en ninguno de estos países se ha enfrentado al pasado como una catarsis, como lo ha hecho Alemania.

Demasiado patriotismo. Mejor una identidad dudosa.

(Koudelka dará una conferencia en la Fundación Mapfre de Madrid el 19 de noviembre a las 19:30. Dejo aquí esta entrevista realizada por Andrea Aguilar)

(Añado el punto de vista de Monica Zgustova, que en su «Crónica de la otra Europa» señala el sentimiento de victimismo como una de las causas del rechazo de los refugiados)

La lucha contra el fascismo


Vaya verano… La matanza de Noruega… Los disturbios y saqueos del Reino Unido… La crisis de la deuda soberana… La hambruna en Somalia. Y ahora el espectáculo de papolatría en Madrid.

La Gran Recesión parece más sistémica que cíclica. Sea o no el principio del fin del capitalismo, lo cierto es que sus efectos deterioran el clima social, rompen los amortiguadores sociales y ponen en evidencia males profundos, desde la disolución de las comunidades a un racismo y xenofobia criminal.

Tenía desde julio pendiente publicar la reseña de Francisco Rodríguez Pastoriza sobre tres libros de la lucha contra el nazismo (Los Sábados del Faro de Vigo, 16 de julio). Por razones personales he estado prácticamente ausente de este blog, pero hoy, después de leer la lección de Teun A. van Dijk sobre Racismo, discurs0 y política me ha parecido que era el momento de recuperar esa reseña.

El profesor van Dijk sostiene que «las ideologías racistas no son innatas sino que se aprenden, y se distribuyen en el grupo dominante a través del discurso público, especialmente por las élites simbólicas que controlan el acceso al discurso público, como las tres P: Políticos, Periodistas y Profesores». La idea de la superioridad blanca y occidental empapa el discurso público. En época de crisis, esa condescendencia puede convertirse en hechos criminales individuales o en un movimiento que termine por conquistar el poder (nazismo, fascismo) o vaciarlo de contenido (neofascismo).

Ahora es el momento de luchar contra el fascismo en el discurso público. Luego puede ser muy tarde. Con el nazismo ensoñoreándose de Europa, la respuesta vino en los 40 de la mano de Stalin sacrificando a diez millones de soviéticos, de la resistencia polaca, construyendo un estado clandestino, y de la ineficaz pero admirable resistencia interior alemana. De estos tres frentes históricos tratan los libros reseñados por Pastoriza.

 

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DESDE TODOS LOS FRENTES

 

Se recuperan importantes novelas que recogen episodios reales de la segunda guerra mundial

Francisco R. Pastoriza (*)

El escritor Vasili Grossman cubrió como reportero de guerra, desde la primera línea de fuego del ejército soviético, algunos de los más importantes episodios del enfrentamiento entre alemanes y rusos durante la segunda guerra mundial. En Años de guerra se recogen algunas de las crónicas que publicó en “Estrella Roja”, órgano de información y propaganda del ejército soviético cuando Grossman era todavía un acérrimo militante del estalinismo. Entre esas crónicas, la dedicada a Stalingrado mantiene aún, muchos años después de escrita, la emoción y el dramatismo de aquel episodio singular. Ahora, la editorial Gutenberg-Círculo de Lectores, que viene publicando toda la obra de Grossman en España, recupera la novela Por una causa justa, que recrea en  toda su dramática intensidad el sitio y la batalla de Stalingrado, uno de los episodios de la Operación Barbarroja, cuando cuatro millones de soldados alemanes desataron una guerra de exterminio contra la Unión Soviética.

GLORIA A LOS HÉROES DE STALINGRADO

En lo más agreste del medio rural, en plena guerra, el campesino Piotr Semiónovich Vavilov recibe el aviso de incorporarse al ejército. Antes de separarse de su mujer y de su hija (otro hijo ya está en el frente), dedica sus últimas horas a la casa familiar, terminando trabajos pendientes, con una mezcla de angustia y ansiedad.

En la ciudad, en Stalingrado, en casa de la anciana Alexandra Vladimorovna se celebra una comida familiar en la que se mezcla la alegría del reencuentro con su hija Zhenia, recientemente separada de su marido el teniente coronel Krimov, y la despedida a su nieto Tolia, que ese mismo día debe incorporarse a filas. Alrededor de la mesa se sientan su hija Marusia; su yerno, el ingeniero Stepán Fiódorovich, director de la central hidroeléctrica de Stalingrado; Vera, hija del matrimonio; Sofia Ósipovna, jefa de cirugía del hospital de la ciudad; Tamara Dmítriyevna Beriózkina, una amiga de la familia cuyo marido desapareció en combate al principio de la guerra; Pável Andréyev, un viejo amigo del difunto marido de Alexandra, y el anciano Mijaíl Mostovskoi, antiguo luchador contra el régimen del zar y convencido militante comunista. Grossman va a centrar en estos personajes y en los que con ellos se relacionan, el desarrollo de la trama de una novela que es un gran fresco de la batalla de Stalingrado, desde los primeros ataques del ejército alemán hasta el comienzo de la reacción soviética, cuando la ciudad estaba prácticamente tomada. La vida y el destino de estos personajes, la de quienes se cruzan en su camino, la de los hombres y mujeres que demostraron con sus vidas que la resistencia hasta el límite no fue inútil, desfilan a lo largo de las más de mil páginas de esta magna obra cuya lectura transmite con crudeza los sentimientos humanos ante la barbarie de la guerra. En sus páginas se mezclan el drama de la muerte de amigos y familiares con el momento feliz del reencuentro, el sentimiento de trágica certeza de los soldados que saben que van a morir en pocas horas, con el heroísmo de los que luchan para que nadie les robe su tierra y la de sus antepasados. Novelas como esta reafirman la voluntad de que la historia de los siglos venideros, cuando cuenten las grandes batallas, no se acuerden sólo de los generales y de las bellas gestas sino que tengan muy presentes las lágrimas y los lamentos, los susurros, los estertores agónicos, los gritos de dolor y desesperación, las últimas palabras de los muertos.

Para transmitir con mayor dramatismo el estupor de quienes se ven envueltos en la batalla, Grossman enfrenta con frecuencia los desastres de la guerra a la belleza del paisaje en el que se desarrollan las batallas: las llamas y las explosiones que invaden la belleza de una noche estrellada, los gritos de guerra en el silencio de un cielo intensamente azul… Y siempre, como el alma de los personajes encerrados en la ciudad sitiada, la presencia del Volga y su esplendorosa belleza, las nubes reflejadas en sus aguas durante el día y la luz de la luna rielando su superficie en las noches de vértigo. Vasili Grossman transmite al lector, con un realismo estremecedor, el sonido continuo de la guerra, los cañones de artillería, las explosiones de los bombardeos de la aviación y de los obuses, los disparos de los blindados… estallidos que barrenan el cráneo, arañan el cerebro, trastornan la mente, hieren los ojos, abrasan la piel, penetran hasta las entrañas, dificultan la respiración y alteran los latidos del corazón. Ese ruido ensordecedor y opresivo está presente a lo largo de toda la novela, que es, así, una banda sonora de todas las guerras.

Por una causa justa es la gran elegía al heroísmo de los hombres y de las mujeres que en el cerco de Stalingrado defendieron no unas ideas ni un régimen político, sino lo que creían firmemente que era lo más sagrado de la historia de su país: la libertad, el sueño de justicia, la alegría del trabajo, la lealtad a la patria y a la familia, el sentimiento maternal y la santidad de la vida (p. 624). Grossman se encargó de demostrarlo con más fuerza en Vida y destino, la otra gran novela en la que el autor, utilizando algunos de los personajes sobrevivientes de Por una causa justa (entre ellos el científico Shtrum, su alter ego), recrea la crónica de los años de acero del estalinismo que siguieron a la guerra.

UN ESTADO CLANDESTINO

Mientras los soldados soviéticos luchaban contra las fuerzas de ocupación alemanas, otra batalla, más subterránea, tenía lugar en otros territorios también ocupados por los nazis. Cuando Rusia y Alemania acordaron repartirse Polonia, surgió entre la población polaca un fuerte movimiento de oposición para evitar, por tercera vez en la historia, la desaparición del país. Una fuerte resistencia clandestina tejió una tupida red de colaboradores, tanto en el interior como fuera del territorio polaco, cuya heroica lucha es muy poco conocida en la Europa occidental. Porque rusos y alemanes querían hacer desaparecer el país, los resistentes tuvieron que crear un estado paralelo (con un parlamento, un gobierno, un poder judicial, un ejército y hasta un sistema educativo clandestino) para que siguiera existiendo. La lucha para conseguir este objetivo se cuenta en Historia de un estado clandestino (Acantilado) de Jan Karski, uno de los héroes de la Resistencia polaca, un libro de memorias narrado en forma de novela, que es a la vez un testimonio histórico.

Oficial del ejército polaco, prisionero primero de los soviéticos (consiguió huir de una operación similar a la de Katyn) y luego de los nazis, Jan Karski se hizo miembro de la Resistencia para luchar contra la ocupación alemana. Se relacionó con todos los grandes dirigentes de la clandestinidad, llevó a cabo misiones heroicas arriesgando su vida y la de sus familiares y amigos, fue hecho prisionero, torturado por la Gestapo y liberado en una operación rocambolesca. Karski, uno de los entrevistados por Claude Lanzman para su documental Shoah, fue testigo presencial de la situación de los judíos en el gueto de Varsovia, donde contempló el hambre y la miseria de sus ocupantes, escuchó los gemidos lastimeros de los niños agonizantes mezclados con la atroz pestilencia de los cuerpos en descomposición de cadáveres desnudos (aprovechaban sus ropas) que los familiares arrojaban  a las calles para evitar pagar el impuesto de sepultura a los alemanes. Asistió al espanto del asesinato de miles de judíos en el campo de exterminio de Izbika Lubelska, una experiencia que narra aquí con un realismo que estremece. Por todo ello fue encargado por la Resistencia polaca para transmitir sus experiencias a los aliados (llegó a entrevistarse con el presidente norteamericano Roosevelt) y dar testimonio de la barbarie nazi en Polonia. Gracias a sus denuncias, la reacción ante el holocausto fue un poco más expeditiva.

UN AUTOR POCO CONOCIDO

Rudolf Ditzen (firmaba sus novelas como Hans Fallada), escritor alemán nacido en 1893, fue un testigo privilegiado de los acontecimientos que sacudieron Alemania durante la primera mitad del siglo XX. Su novela Pequeño hombre, ¿y ahora qué? fue un éxito editorial en 1932, en vísperas de la llegada de Hitler al poder. Represaliado por el nacionalsocialismo, tuvo que retirarse a una pequeña finca de Feldberg, en Mecklenburgo, en la que sobrevivió sumido en una dramática penuria económica. Poco después de la guerra descubrió en las oficinas de la Gestapo un atestado con la documentación del caso de un matrimonio, los Hampel, ejecutados por distribuir en Berlín  postales con leyendas antinazis. En estos documentos, que se resumen en el epílogo de Solo en Berlín (Ed. Maeva), están todos los datos que Fallada recrea en esta novela que, después de más de sesenta años desde su publicación, está siendo un sorprendente best-seller en varios países europeos y en Estados Unidos. Hans Fallada, que escribió la obra en tan solo 24 días, no pudo verla editada, ya que murió de una sobredosis de morfina pocos meses antes de su publicación en 1947.

UNA HISTORIA DE AMOR Y MUERTE

Berlín, 1940. En plena guerra mundial, el matrimonio formado por Otto y Anna Quangel recibe la noticia de la muerte de su único hijo en el campo de batalla, a la mayor gloria de Adolf Hitler. Son personas pacíficas y sin ideología, pero el dolor por la pérdida de su hijo les plantea la duda de si es correcta esa actitud, que mantiene paralizada a la sociedad alemana, de no hacer nada contra Hitler y su régimen, de no denunciar la barbarie y la locura de los nazis, causantes de tantas muertes y de tantos dramas. Comienzan entonces una operación ingenua y poco arriesgada cual es la de depositar en lugares concurridos de algunos edificios de Berlín postales con escritos contra Hitler, en los que denuncian las mentiras de su propaganda y los métodos con los que el régimen atemoriza a la sociedad alemana y aplasta el menor atisbo de disidencia. Esta actividad, sin apenas repercusión entre la sociedad berlinesa, produce al régimen el efecto de la picadura de un mosquito en la piel de un rinoceronte, pero la Gestapo decide poner en marcha toda su maquinaria para descubrir a los autores de tamaño atentado contra el nacionalsocialismo. Como si se tratase de peligrosos terroristas, estas dos personas, muy entradas en la cincuentena, son detenidas, encarceladas, torturadas y finalmente ejecutadas.

En Solo en Berlín Fallada analiza la sociedad de la capital alemana durante los años de la segunda guerra mundial. Sometida al hambre y a la escasez, amenazada por los bombardeos, manipulada por la propaganda, vive además atemorizada por los métodos de la policía política, que mantiene una tupida red de vigilancia sobre toda la población (todo el mundo tenía algo que ocultar, dice Fallada) y utiliza la tortura y los campos de concentración contra la menor sospecha de disidencia. Fallada concentra esta sociedad en el microcosmos de un edificio de la calle Jablonski en cuyas plantas, además de los Quangel,  viven una familia de nazis militantes del Partido y de las juventudes hitlerianas, una anciana judía cuyo marido fue deportado a un campo de concentración, un soplón de la policía nacionalsocialista, pareja de una prostituta cuyo amante frecuenta los bajos fondos del lumpen, y un juez jubilado. Estos personajes, y aquellos con los que se relacionan, van tejiendo una red de actitudes y actividades que retratan la vida cotidiana de Berlín durante la guerra. Hans Fallada consigue transmitir la atmósfera opresiva que se respira en este ambiente y traza magistralmente los perfiles de unos personajes atrapados en el laberinto de la corrupción, la miseria y el terror. Un laberinto sobre el que discurre esta (además) bella y muy peculiar historia de amor y entrega.frpastoriza@wanadoo.es

(*) Profesor de Información cultural

      de la Universidad Complutense de Madrid

 

Crecen los mensajes que promueven el odio en internet


En el último número de The Economist podemos leer el artículo The braved new world of e-hatred que advierte del crecimiento de los mensajes que, desde premisas religiosas, nacionalistas, xenófobas o étnicas, promueven el odio contra el otro, sea éste inmigrante o imperialista, impío o fundamentalista religioso, turco o armenio, ruso o caucásico.

El dato más concreto que recoge proviene de un estudio del Centro Simon Wiesenthal que ha registrado 8.000 sitios que fomentan el odio y la violencia, con un crecimiento de un 30% en el último año. Los mismos instrumentos que propician una comunicación abierta y la movilización social pueden utilizarse con propósitos de cambio social o para instigar acciones violentas contra el otro. Los ejemplos recogidos por The Economist, desde videojuegos en los que hay que «cazar» al inmigrante hasta la propagación de cualquier teoría conspirativa. Las comunidades constituidas en torno al odio pueden ser pequeñas localmente, pero su conexión global potencian su activisimo.

Respecto a las teorías conspirativas, exotéricas o xenófobas, The Economist observan cómo han revivido en la red. Antes, por ejemplo, era extremadamente difícil encontrar en una biblioteca un ejemplar del panfleto de los Siete Sabios de Sión. Hoy está en la red y al igual que otras supercherías se analiza y se añaden nuevos argumentos en su defensa.

Ni los viejos ni los nuevos instrumentos de comunicación son angelicales. Todos pueden usarse para construir fraternidad o para promover el odio.

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