Vaya verano… La matanza de Noruega… Los disturbios y saqueos del Reino Unido… La crisis de la deuda soberana… La hambruna en Somalia. Y ahora el espectáculo de papolatría en Madrid.
La Gran Recesión parece más sistémica que cíclica. Sea o no el principio del fin del capitalismo, lo cierto es que sus efectos deterioran el clima social, rompen los amortiguadores sociales y ponen en evidencia males profundos, desde la disolución de las comunidades a un racismo y xenofobia criminal.
Tenía desde julio pendiente publicar la reseña de Francisco Rodríguez Pastoriza sobre tres libros de la lucha contra el nazismo (Los Sábados del Faro de Vigo, 16 de julio). Por razones personales he estado prácticamente ausente de este blog, pero hoy, después de leer la lección de Teun A. van Dijk sobre Racismo, discurs0 y política me ha parecido que era el momento de recuperar esa reseña.
El profesor van Dijk sostiene que «las ideologías racistas no son innatas sino que se aprenden, y se distribuyen en el grupo dominante a través del discurso público, especialmente por las élites simbólicas que controlan el acceso al discurso público, como las tres P: Políticos, Periodistas y Profesores». La idea de la superioridad blanca y occidental empapa el discurso público. En época de crisis, esa condescendencia puede convertirse en hechos criminales individuales o en un movimiento que termine por conquistar el poder (nazismo, fascismo) o vaciarlo de contenido (neofascismo).
Ahora es el momento de luchar contra el fascismo en el discurso público. Luego puede ser muy tarde. Con el nazismo ensoñoreándose de Europa, la respuesta vino en los 40 de la mano de Stalin sacrificando a diez millones de soviéticos, de la resistencia polaca, construyendo un estado clandestino, y de la ineficaz pero admirable resistencia interior alemana. De estos tres frentes históricos tratan los libros reseñados por Pastoriza.
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DESDE TODOS LOS FRENTES
Se recuperan importantes novelas que recogen episodios reales de la segunda guerra mundial
Francisco R. Pastoriza (*)
El escritor Vasili Grossman cubrió como reportero de guerra, desde la primera línea de fuego del ejército soviético, algunos de los más importantes episodios del enfrentamiento entre alemanes y rusos durante la segunda guerra mundial. En Años de guerra se recogen algunas de las crónicas que publicó en “Estrella Roja”, órgano de información y propaganda del ejército soviético cuando Grossman era todavía un acérrimo militante del estalinismo. Entre esas crónicas, la dedicada a Stalingrado mantiene aún, muchos años después de escrita, la emoción y el dramatismo de aquel episodio singular. Ahora, la editorial Gutenberg-Círculo de Lectores, que viene publicando toda la obra de Grossman en España, recupera la novela Por una causa justa, que recrea en toda su dramática intensidad el sitio y la batalla de Stalingrado, uno de los episodios de la Operación Barbarroja, cuando cuatro millones de soldados alemanes desataron una guerra de exterminio contra la Unión Soviética.
GLORIA A LOS HÉROES DE STALINGRADO
En lo más agreste del medio rural, en plena guerra, el campesino Piotr Semiónovich Vavilov recibe el aviso de incorporarse al ejército. Antes de separarse de su mujer y de su hija (otro hijo ya está en el frente), dedica sus últimas horas a la casa familiar, terminando trabajos pendientes, con una mezcla de angustia y ansiedad.
En la ciudad, en Stalingrado, en casa de la anciana Alexandra Vladimorovna se celebra una comida familiar en la que se mezcla la alegría del reencuentro con su hija Zhenia, recientemente separada de su marido el teniente coronel Krimov, y la despedida a su nieto Tolia, que ese mismo día debe incorporarse a filas. Alrededor de la mesa se sientan su hija Marusia; su yerno, el ingeniero Stepán Fiódorovich, director de la central hidroeléctrica de Stalingrado; Vera, hija del matrimonio; Sofia Ósipovna, jefa de cirugía del hospital de la ciudad; Tamara Dmítriyevna Beriózkina, una amiga de la familia cuyo marido desapareció en combate al principio de la guerra; Pável Andréyev, un viejo amigo del difunto marido de Alexandra, y el anciano Mijaíl Mostovskoi, antiguo luchador contra el régimen del zar y convencido militante comunista. Grossman va a centrar en estos personajes y en los que con ellos se relacionan, el desarrollo de la trama de una novela que es un gran fresco de la batalla de Stalingrado, desde los primeros ataques del ejército alemán hasta el comienzo de la reacción soviética, cuando la ciudad estaba prácticamente tomada. La vida y el destino de estos personajes, la de quienes se cruzan en su camino, la de los hombres y mujeres que demostraron con sus vidas que la resistencia hasta el límite no fue inútil, desfilan a lo largo de las más de mil páginas de esta magna obra cuya lectura transmite con crudeza los sentimientos humanos ante la barbarie de la guerra. En sus páginas se mezclan el drama de la muerte de amigos y familiares con el momento feliz del reencuentro, el sentimiento de trágica certeza de los soldados que saben que van a morir en pocas horas, con el heroísmo de los que luchan para que nadie les robe su tierra y la de sus antepasados. Novelas como esta reafirman la voluntad de que la historia de los siglos venideros, cuando cuenten las grandes batallas, no se acuerden sólo de los generales y de las bellas gestas sino que tengan muy presentes las lágrimas y los lamentos, los susurros, los estertores agónicos, los gritos de dolor y desesperación, las últimas palabras de los muertos.
Para transmitir con mayor dramatismo el estupor de quienes se ven envueltos en la batalla, Grossman enfrenta con frecuencia los desastres de la guerra a la belleza del paisaje en el que se desarrollan las batallas: las llamas y las explosiones que invaden la belleza de una noche estrellada, los gritos de guerra en el silencio de un cielo intensamente azul… Y siempre, como el alma de los personajes encerrados en la ciudad sitiada, la presencia del Volga y su esplendorosa belleza, las nubes reflejadas en sus aguas durante el día y la luz de la luna rielando su superficie en las noches de vértigo. Vasili Grossman transmite al lector, con un realismo estremecedor, el sonido continuo de la guerra, los cañones de artillería, las explosiones de los bombardeos de la aviación y de los obuses, los disparos de los blindados… estallidos que barrenan el cráneo, arañan el cerebro, trastornan la mente, hieren los ojos, abrasan la piel, penetran hasta las entrañas, dificultan la respiración y alteran los latidos del corazón. Ese ruido ensordecedor y opresivo está presente a lo largo de toda la novela, que es, así, una banda sonora de todas las guerras.
Por una causa justa es la gran elegía al heroísmo de los hombres y de las mujeres que en el cerco de Stalingrado defendieron no unas ideas ni un régimen político, sino lo que creían firmemente que era lo más sagrado de la historia de su país: la libertad, el sueño de justicia, la alegría del trabajo, la lealtad a la patria y a la familia, el sentimiento maternal y la santidad de la vida (p. 624). Grossman se encargó de demostrarlo con más fuerza en Vida y destino, la otra gran novela en la que el autor, utilizando algunos de los personajes sobrevivientes de Por una causa justa (entre ellos el científico Shtrum, su alter ego), recrea la crónica de los años de acero del estalinismo que siguieron a la guerra.
UN ESTADO CLANDESTINO
Mientras los soldados soviéticos luchaban contra las fuerzas de ocupación alemanas, otra batalla, más subterránea, tenía lugar en otros territorios también ocupados por los nazis. Cuando Rusia y Alemania acordaron repartirse Polonia, surgió entre la población polaca un fuerte movimiento de oposición para evitar, por tercera vez en la historia, la desaparición del país. Una fuerte resistencia clandestina tejió una tupida red de colaboradores, tanto en el interior como fuera del territorio polaco, cuya heroica lucha es muy poco conocida en la Europa occidental. Porque rusos y alemanes querían hacer desaparecer el país, los resistentes tuvieron que crear un estado paralelo (con un parlamento, un gobierno, un poder judicial, un ejército y hasta un sistema educativo clandestino) para que siguiera existiendo. La lucha para conseguir este objetivo se cuenta en Historia de un estado clandestino (Acantilado) de Jan Karski, uno de los héroes de la Resistencia polaca, un libro de memorias narrado en forma de novela, que es a la vez un testimonio histórico.
Oficial del ejército polaco, prisionero primero de los soviéticos (consiguió huir de una operación similar a la de Katyn) y luego de los nazis, Jan Karski se hizo miembro de la Resistencia para luchar contra la ocupación alemana. Se relacionó con todos los grandes dirigentes de la clandestinidad, llevó a cabo misiones heroicas arriesgando su vida y la de sus familiares y amigos, fue hecho prisionero, torturado por la Gestapo y liberado en una operación rocambolesca. Karski, uno de los entrevistados por Claude Lanzman para su documental Shoah, fue testigo presencial de la situación de los judíos en el gueto de Varsovia, donde contempló el hambre y la miseria de sus ocupantes, escuchó los gemidos lastimeros de los niños agonizantes mezclados con la atroz pestilencia de los cuerpos en descomposición de cadáveres desnudos (aprovechaban sus ropas) que los familiares arrojaban a las calles para evitar pagar el impuesto de sepultura a los alemanes. Asistió al espanto del asesinato de miles de judíos en el campo de exterminio de Izbika Lubelska, una experiencia que narra aquí con un realismo que estremece. Por todo ello fue encargado por la Resistencia polaca para transmitir sus experiencias a los aliados (llegó a entrevistarse con el presidente norteamericano Roosevelt) y dar testimonio de la barbarie nazi en Polonia. Gracias a sus denuncias, la reacción ante el holocausto fue un poco más expeditiva.
UN AUTOR POCO CONOCIDO
Rudolf Ditzen (firmaba sus novelas como Hans Fallada), escritor alemán nacido en 1893, fue un testigo privilegiado de los acontecimientos que sacudieron Alemania durante la primera mitad del siglo XX. Su novela Pequeño hombre, ¿y ahora qué? fue un éxito editorial en 1932, en vísperas de la llegada de Hitler al poder. Represaliado por el nacionalsocialismo, tuvo que retirarse a una pequeña finca de Feldberg, en Mecklenburgo, en la que sobrevivió sumido en una dramática penuria económica. Poco después de la guerra descubrió en las oficinas de la Gestapo un atestado con la documentación del caso de un matrimonio, los Hampel, ejecutados por distribuir en Berlín postales con leyendas antinazis. En estos documentos, que se resumen en el epílogo de Solo en Berlín (Ed. Maeva), están todos los datos que Fallada recrea en esta novela que, después de más de sesenta años desde su publicación, está siendo un sorprendente best-seller en varios países europeos y en Estados Unidos. Hans Fallada, que escribió la obra en tan solo 24 días, no pudo verla editada, ya que murió de una sobredosis de morfina pocos meses antes de su publicación en 1947.
UNA HISTORIA DE AMOR Y MUERTE
Berlín, 1940. En plena guerra mundial, el matrimonio formado por Otto y Anna Quangel recibe la noticia de la muerte de su único hijo en el campo de batalla, a la mayor gloria de Adolf Hitler. Son personas pacíficas y sin ideología, pero el dolor por la pérdida de su hijo les plantea la duda de si es correcta esa actitud, que mantiene paralizada a la sociedad alemana, de no hacer nada contra Hitler y su régimen, de no denunciar la barbarie y la locura de los nazis, causantes de tantas muertes y de tantos dramas. Comienzan entonces una operación ingenua y poco arriesgada cual es la de depositar en lugares concurridos de algunos edificios de Berlín postales con escritos contra Hitler, en los que denuncian las mentiras de su propaganda y los métodos con los que el régimen atemoriza a la sociedad alemana y aplasta el menor atisbo de disidencia. Esta actividad, sin apenas repercusión entre la sociedad berlinesa, produce al régimen el efecto de la picadura de un mosquito en la piel de un rinoceronte, pero la Gestapo decide poner en marcha toda su maquinaria para descubrir a los autores de tamaño atentado contra el nacionalsocialismo. Como si se tratase de peligrosos terroristas, estas dos personas, muy entradas en la cincuentena, son detenidas, encarceladas, torturadas y finalmente ejecutadas.
En Solo en Berlín Fallada analiza la sociedad de la capital alemana durante los años de la segunda guerra mundial. Sometida al hambre y a la escasez, amenazada por los bombardeos, manipulada por la propaganda, vive además atemorizada por los métodos de la policía política, que mantiene una tupida red de vigilancia sobre toda la población (todo el mundo tenía algo que ocultar, dice Fallada) y utiliza la tortura y los campos de concentración contra la menor sospecha de disidencia. Fallada concentra esta sociedad en el microcosmos de un edificio de la calle Jablonski en cuyas plantas, además de los Quangel, viven una familia de nazis militantes del Partido y de las juventudes hitlerianas, una anciana judía cuyo marido fue deportado a un campo de concentración, un soplón de la policía nacionalsocialista, pareja de una prostituta cuyo amante frecuenta los bajos fondos del lumpen, y un juez jubilado. Estos personajes, y aquellos con los que se relacionan, van tejiendo una red de actitudes y actividades que retratan la vida cotidiana de Berlín durante la guerra. Hans Fallada consigue transmitir la atmósfera opresiva que se respira en este ambiente y traza magistralmente los perfiles de unos personajes atrapados en el laberinto de la corrupción, la miseria y el terror. Un laberinto sobre el que discurre esta (además) bella y muy peculiar historia de amor y entrega.frpastoriza@wanadoo.es
(*) Profesor de Información cultural
de la Universidad Complutense de Madrid
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