El neofascismo de Bolsonaro arrasa en Brasil


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Jair Bolsonaro ha reunido tras de si a 18 millones de brasileños y se ha quedado a cuatro puntos de la mayoría absoluta para ganar la presidencia en la primera vuelta. Su triunfo en la segunda es casi seguro, pues, como apunta un analista brasileño que acabo de escuchar en RNE, ha logrado unir el voto antisistema con el voto anti PT.

El triunfo de este personaje atrabiliario, racista, misógino, homófobo, ignorante, defensor de la tortura, las ejecuciones extrajudiciales y la dictadura militar, tiene unas causas, en primer término, propias de Brasil: la corrupción de todos los partidos, la crisis vinculada a la caída de los precios de las materias primas, la movilización de las clases medias y alta contra la redistribución de los gobiernos del PT, la inseguridad y, destacadamente, el peso de los evangélicos y su visión conservadora de la familia.

Neofascismo vs. fascismo

El neofascismo (por favor, no le llamemos populismo) es un fenómeno global con una señas de identidad comunes, por mucho que en cada lugar adapten formas distintas.

El neofascismo, como el fascismo histórico, explota la inseguridad. Inseguridad económica: los perdedores de la globalización, el precariado de los países ricos después de décadas de políticas neoliberales. Inseguridad identitaria: sociedades multiculturales, cambio de roles de género. Inseguridad política: inestabilidad de los sistemas parlamentarios, pero esta es una característica no general.

El neofascismo, como el fascismo histórico, necesita un enemigo: el otro. El emigrante. El distinto en sus opciones sexuales. Las potencias extranjeras. Es, como en los años 30, ultranacionalista.

El neofascismo, como el fascismo histórico, apuesta por soluciones radicales, aparentemente eficaces a corto plazo, letales a medio y largo plazo. Proteccionismo, guerras comerciales, pena de muerte, violación de los derechos humanos.

El neofascismo, como el fascismo histórico, se aglutina en torno a personajes autoritarios. «Machos alfa» es una expresión repetida que los cuadra perfectamente.

El neofascismo, como el fascismo histórico, desata una guerra ideológica, en nombre de la restauración de los valores conservadores. Pero ahora el enemigo es difuso, líquido. No existen, ni a un lado ni a otro, movimientos organizados dispuestos a chocar violentamente.

El neofascismo, como el fascismo histórico, es transversal. Aglutina no solo a los perdedores de las clases trabajadoras, también a los sectores religiosos conservadores y a las clases medias educadas y cosmopolitas contrarias a políticas de redistribución, a jóvenes y viejos, hombres y mujeres. Y cuenta con el apoyo de la gran industra y los mercados financieros.

El neofascismo, a diferencia del fascismo histórico, no es totalitario. No pretende que el individuo se subsuma en el estado. Por el contrario, debilita el estado y le pone al servicio de grupos de intereses, conectados con el poder, al tiempo que favore el individualismo y mercantiliza toda la vida social, siguiendo la estela de las políticas neoliberales de las últimas décadas.

El neofascismo, a diferencia del fascismo histórico, mantiene una apariencia de estado de derecho. Llega al poder a través de las elecciones, no por golpes militares. Aparenta respetar la separación de poderes, pero controla de forma clientelista el judicial. No deroga las cartas de derechos fundamentales, pero introduce leyes de excepción que los restringen severamente. Denuncia las instancias interancionales de derechos humanos, como injerencias contra la soberanía. Mantiene un aparente pluralismo informativo, pero controla los medios públicos, y a través de testaferros o amigos políticos adquiere los medios privados. Las elecciones relativamente libres son el elemento más sustancial de estas democracias iliberales que dejan el estado de derecho convertido en una estructura vacía de sentido.

La historia, la estructura social y la solidez e independencia de las instituciones son decisivas para el desarrollo de este fenómeno global en cada lugar. Trump no puede actuar como Putin o Erdogan, porque está sometido a sistema de pesos y contrapesos. Salvini nunca tendrá el margen de maniobra de Orban, en un sistema parlamentario fragmentado como el italiano. Está por ver que Bolsonaro pueda seguir una política de crímenes de estado como la del filipino Duterte, en un Brasil como fuertes organizaciones sociales y jueces cada vez más celosos de su independencia. Pero si gana, esta nueva derecha brasileña llevará la guerra a las favelas y la muerte difícilmente quedará confinada en los barrios marginales, como ocurrió con la guerra al narco de Calderón en México.

Alguna lecciones comunicativas de la victoria de Bolsonaro

Bolsonaro, como antes Trump, era representado en un primer momento por los medios de referencia como un excéntrico, personaje políticamente irrelevante. Luego, como un peligro para la democracia, pero, finalmente, cuando obtiene el apoyo de grupos económicos y financieros se le presenta como el candidato de la derecha. En resumen, los medios de referencia normalizan el fascismo global.

Bolsonaro ha ganado las elecciones sin participar en un debate electoral en televisión. Esto no quiere decir que el poder de la televisión haya sido sustituido por la redes sociales. El candidato no ha estado en los debates, pero ha dominado la conversación pública tanto en las redes como en la televisión, sobre todo después de ser apuñalado. Ningún candidato ha tenido la cobertura televisiva de Bolsonaro.

No basta el activismo feminista para parar a estos personajes. Las mujeres brasileñas se organizaron en las redes y salieron a las calles por decenas, centenares, de miles, pero millones de brasileñas votaron por él. A lo que parece, su mensaje estrictamente de género no convenció a las mujeres que estaban dispuestas a votar a Bolsonaro por miedo a la inseguridad o rechazo al PT. ¿No debieran ser los movimientos contra el neofascismo transversales, inclusivos y dando respuesta a todos los desafíos que suponen? ¿Qué efecto tendrá en el voto de las norteamericanas el próximo 6 de noviembre la ratificación de un personaje como Kavanaugh como juez del Supremo?

En el Reino Unido no cesa la polémica sobre si la BBC cumplió su misión de servicio público sobre el referendum del Brexit. La Corporación respetó el pluralismo, dando voz a todas las opciones, pero mantuvo una falsa imparcialidad, sin contextualizar y sin someter las propuestas a un escrutinio riguroso que revelara las mentiras de las campañas pro salida de la UE.

En España lo sondeos apuntan a la consolidación electoral de la ultraderecha de Vox. ¿Debe darse cobertura a una formación extraparlamentaria cuando llena un gran recinto? Creo que sí, porque otra cosa significaría ignorar lo que se mueve en nuestra sociedad. Pero el riesgo es que, siguiendo con el periodismo de declaraciones, sin análisis, sin debate real, sin contraste con la realidad, estas propuestas conquisten la agenda y la conversación social. Que se normalicen las propuestas neofascistas, máxime cuando los partidos de centroderecha están en pleno giro a la pura derecha.

(Una lectura obligada, la conferencia de Umberto Eco Las 14 características del fascismo)

 

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Adiós al diploma: los periodistas brasileños ya no tendrán que ser titulados universitarios


Los periodistas brasileños han perdido una importante batalla. El Tribunal Supremo ha declarado inconstitucional la exigencia legal de un título universitario superior («el diploma» ) para ejercer la profesión de periodista. La mayoría del tribunal ha considerado este requisito (establecido por un Decreto-Ley en 1969, durante la dictadura militar) como contrario a la libertad de expresión, el libre ejercicio de un trabajo, oficio o profesión y como una restricción a estos derechos no establecida en la propia Constitución.

La sentencia acoge el recurso de los empresarios de los medios. Los sindicatos han defendido en estos 40 años que el diploma es imprescindible para una información de calidad y para dignificar las condiciones laborales y el ejercicio profesional. Su abogado invocó en la vista judicial un argumento clásico: a nadie se le impide ejercer la libertad de expresión y publicar en un periódico o aparecer en una radio o una televisión.  Por la parte contraria se llegó a comparar el periodismo con la gastronomía o la costura, profesiones que no requieren ningún tipo de estudios.

La Federación Internacional de Periodistas ha calificado la sentencia como un retroceso profesional de repercusión internacional. En Brasil la desaparición del diploma se enmarca en un proceso de desrregulación de la comunicación social. Los periodistas creen que sus condiciones laborales y profesionales se degradarán. Ya no recibirán la consideración de titulados universitarios, aunque lo sean, y sufrirán el intrusismo de los no diplomados. La exigencia del diploma ha favorecido durante estas cuatro décadas la creación de una plétora de escuelas de periodismo. Brasil es una potencia en los estudios de comunicación en el mundo latino.

La sentencia vuelve a plantear el viejo tema del acceso

¿Debe exigirse a los periodistas algún requisito o cualficación para ejercer una profesión con indudable trascendencia social?. Las respuestas son muy variadas.

– Colegiación obligatoria. Sigue el modelo de los colegios de abogados y médicos con una larga tradición. La colegiación es requisito habilitante para ejercer la profesión. La corporación ejerce el control deontológico sobre sus miembros. El sistema más cercano a este es el del Ordine italiano. En España los colegios de periodistas no son de colegiación obligatoria.

– Acreditación. Los sindicatos y empresarios en juntas mixtas expiden un carnet nacional a aquellos que acrediten el ejercicio del periodismo de modo habitual y como forma de ganarse la vida. Es el sistema francés.

– Sindicación. El ejercicio profesional no requiere habilitación ni acreditación. Los sindicatos y asociaciones profesionales acreditan a sus afiliados como periodistas, defienden sus condiciones profesionales, negocian (los sindicatos) sus condiciones profesionales y ejercen un control ético. Es el  sistema anglosajón y, con matizaciones, el de España.

Personalmente soy partidario de sistemas de acreditación, no de habilitación, con pluralidad de organizaciones coordinadas estatalmente y representadas en organismos universitarios.

En cuanto a la titulación, una cosa es exigirla como requisito para ejercer el periodismo y otra que las normas laborales de empresa (convenios colectivos) exijan la titulación para las categorías de redactor o informador. Lamentablemente, la interpretación que están haciendo las empresas que tienen tales cláusulas es exigir cualquier tipo de titulación universitaria y no específicamente la de periodismo.

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