Apuntes y lecturas de la pandemia: comunicación de crisis


 

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Comunicación de crisis: del relato a los hechos hay mucho trecho

Nunca como en una crisis de estas dimensiones es tan imprescindible que las autoridades e instituciones comuniquen  de forma directa, veraz, transparente, eficazmente. De ello depende en gran medida la respuesta responsable de la población.

En España, como en casi todas partes, esta comunicación de crisis se ha movido en dos planos, el de la información y el relato.

Primero una reflexión sobre liderazgo y relato. Perdón por esta larga introducción didáctica, que creo imprescindible.

Tradicionalmente, el líder político marcaba unos objetivos y bien por convencimiento, bien por la fuerza y el terror acomodaba toda la acción de la comunidad a esos objetivos.

En democracias, ya en la clásica Grecia, como en las muy imperfectas europeas del siglo XIX, el elemento esencial para forjar el consenso era el discurso, especialmente el oral.  Hitos históricos son, entre otros muchos, el discurso fúnebre de Pericles, el discurso de Lincoln en Gettysburg, o el de «sangre sudor y lágrimas» de Churchill. Estos líderes, discutidos y discutibles, unieron a sus pueblos para superar momentos de grave adversidad y sus discursos, piezas oratorias magníficas, son hoy todavía referentes morales y políticos.

Hasta, digamos, los años 60-70 del pasado siglo, el líder reunía a su autoridad sobre una parte importante de la población, su capacidad de conformar una unidad nacional en épocas de crisis, además del control de poderosas maquinarias partidistas.

En el último tercio del siglo XX, si no antes, el líder ya no fija el rumbo de acuerdo con unos objetivos estratégicos,  sino que acomoda estos a lo que le descubren las encuestas de opinión, o, simplemente, renuncia a tener una trayectoria propia y va cambiando de meta, cual veleta, según los resultados de las encuestas.

Los programas políticos se venden con herramientas de marketing y cambian como lo hacen los productos de consumo. Esto ocurre, además, en medio de una progresiva disolución de la fuerza organizativa de los partidos. Con una creciente semejanza en los mensajes de los partidos, diferenciados solo en matices, los ciudadanos votaban con menor fidelidad, cambiando de partido como de marca de detergente.

En el siglo XXI los políticos comprenden que hay que diferenciar claramente los mensajes. Se impone, así, la teoría y práctica del RELATO, el storytelling. La acción política no se apoya en la comunicación, la comunicación es la acción política.  Se trata de construir un buena historia y establecer una conexión emocional con el electorado.

Los spin doctors, los directores de comunicación que mueven la rueda del relato intentando acomodar los hechos a la historia contada, dominan la acción política, hasta el punto que hoy en España (Iván Redondo) y el Reino Unido (Dominic Cummings) son los jefes de gabinete de los primeros ministros y los poderes efectivos en la sombra.

La acción política se somete a los «argumentarios», catecismos de preguntas y respuestas, que todos repiten como papagayos.  Los líderes políticos ya no son los viejos movilizadores, ni siquiera los tecnócratas sin alma, no tienen más trayectoria profesional que la especialización práctica (y, en algunos casos, teórica) en comunicación.

Cuando se viven crisis divisivas -el 11-S, las guerras de Afganistán e Irak, el 11-M, la Gran Recesión- la mejor manera de lograr esa vinculación entre líderes y electorado es polarizar el relato.

Y aquí estábamos cuando el virus, el SARS-CoV-2, mandó a parar.

El primer relato fue «no tengamos miedo, estamos en la fase de contención, somos capaces de trazar los casos importados y aislarlos para evitar el contagio». Este relato se confió a un médico, el doctor Fernando Simón, un buen especialista y un gran comunicador, achicharrado por su excesiva exposición y ahora víctima de una miserable campaña de descrédito y burla por parte de la derecha y ultraderecha -por cierto a Simón le nombró como director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias el gobierno de Rajoy en 2012.

Los mensajes de Simón durante enero y febrero eran prácticamente una copia de los de la Organización Mundial de la Salud. El gobierno y sus asesores científicos aplicaron las recomendaciones internacionales, pero ni se fue capaz de detectar la circulación del virus por el vector de los asintomáticos, ni se tomaron las previsiones para lo que se avecinaba. Es de poco consuelo que en toda Europa (si se quiere con la discutible excepción de Alemania) los gobiernos fueran igual de improvisadores. Con todo, creo que el relato de la fase de contención no ocultó hechos, evitó el pánico y el desabastecimiento, pero tuvo la grave consecuencia de inducir una falsa confianza en la población.

Todo cambia cuando se pasa a la fase de contención y se declara el Estado de Alarma.  Ahora el mensaje principal es:

  • «Todos unidos venceremos»

Y los secundarios más importantes:

  • «Será muy duro, pero tenemos la sanidad y los científicos necesarios para vencer»
  • «Será muy duro, pero el Estado nos protegerá, nadie, ni sanitariamente, ni social, ni económicamente quedará detrás»
  • «Será muy duro, pero con la solidaridad de todos, vencemos»
  • «El Gobierno sigue las recomendaciones de los científicos»
  • «El Gobierno centraliza la lucha, pero se coordina con las comunidades autónomas»

Y uno de empatía, que se ha ido incorporando más tarde y que ahora abre prácticamente cualquier declaración, rueda de prensa o entrevista:

  • «Nuestras condolencias con los familiares y amigos de los fallecidos, nuestra solidaridad con sanitarios, policías, trabajadores sociales etc. etc.»

Este relato ha imbuido todos los mensajes oficiales y se ha desarrollado en dos planos, el de las declaraciones solemnes del presidente del Gobierno y las ruedas de prensa de las «autoridades competentes delegadas» establecida por el Decreto de Estado de Alarma (ministros de Interior, Transportes, Sanidad y ministra de Defensa).

Confieso que la primera comparecencia de Pedro Sánchez, el 13 de marzo, para anunciar la declaración del Estado de Alarma hasta me pareció «presidencial». Los mensajes eran los necesarios: la invocación a la unidad, la advertencia de que «vendrán días muy duros», la promesa de protección del Estado, con todos sus recursos bajo una única autoridad y la promesa de que «tardaremos semanas, pero pararemos unidos al virus». Y el tono de gravedad imprescindible. Hasta en ese momento -echándole mucha comprensión- pudiera justificarse en la improvisación la subsiguiente rueda de prensa con preguntas filtradas por el Secretario de Estado de la Información.

Empezó entonces el carrusel de ruedas de prensa diarias, a cargo de ministros y funcionarios, la mayor parte de ellos con limitadas capacidades comunicativas. Larguísimas declaraciones en las que se enuncia más intenciones que hechos. Y luego ruedas de prensa con las preguntas filtradas, que se responden vagamente o directamente se eluden, sin posibilidad de repregunta. Eso sí, un mensaje visual: el Estado centralizado vuelve con toda su pompa de uniformes y medallas.

Ocurre que la información que supuestamente posee la «autoridad competente», es insuficiente o directamente inexistente. Que las medidas se improvisan sobre la marcha. Que las estrategias hay que cambiarlas cada día. Que en el especulativo mercado internacional de suministros sanitarios España es impotente. Además, la capacidad de aplicar las medidas que se anuncian ni siquiera está en manos de la «autoridad competente», sino en gran medida de las comunidades autónomos (no se ha explicado bien que el control de las residencias de ancianos compete a las comunidades). Que las medidas sociales y económicas son de gran complejidad y nuestras administraciones, profesionales y honradas, pero lentas y poco adaptadas al cambio, no están preparadas para aplicarlas. Que los expertos no siempre están de acuerdo y que la ciencia no puede dar respuesta a una pandemia en una semana. Y, en cambio, resulta que ni ministros ni funcionarios tienen experiencia de crisis y no saben más que responder en una jerga burocrática que en nada ayuda.

El fallo garrafal de las ruedas de prensa filtradas se ha corregido al remolque de la protesta de los periodistas y sus organizaciones y del plante de algunos medios. Las preguntas recibidas y seleccionadas de antemano han dado una falsa seguridad a los comparecientes, que por mucho que hayan conocido previamente las preguntas no han sido capaces de dar respuestas concretas. En el caso del presidente del Gobierno pareciera que algunas respuestas estaban ya preparadas para ser leídas en el telepromter.

En buena práctica periodística, las preguntas se plantean después de las declaraciones, no antes, y pueden ser completadas con repreguntas. Desgraciadamente, es un un lugar común que los políticos, todos, no respondan a lo preguntado y que solo muy raramente se les repregunte. Dicho todo lo cual, creo que en estas ruedas de prensa se plantearon (filtradas y ordenadas) todas las preguntas relevantes y, desde luego, no puede hablarse de censura, ni de que el presidente del Gobierno no ha comparecido en ruedas de prensa. También cabe recordar que, a diferencia del resto de los presidentes autonómicos, la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, no da ruedas de prensa.

Sánchez ha abusado de este relato presidencial de unidad en lugar de dar cuentas y responder a las preguntas esenciales. No es de recibo hacer comparecencias de 40 minutos a las tres de la tarde, a la hora de los telediarios, para remachar el relato con mensajes manidos. Los españoles agradecen los mensajes de empatía, pero quieren saber porque las cosas se han hecho como se han hecho y, sobre todo, cómo se van a hacer. No basta reconocer genéricamente que se han cometido errores, hay que dar explicaciones coherentes de cuáles y por qué.

El relato del PP ha sido cambiante. De un primer enfásis en la unidad (por cierto, rídicula la aparición el 13 de marzo de un Casado «presidencial» inmediatamentes después de Pedro Sánchez, copiando el discurso churchilliano de «lucharemos en las playas…»). Luego, además de críticas más que justrificadas a la acción de gobierno, descalificaciones absolutas, en la lógica de la crispación, y, finalmente, la construcción de un nuevo relato: Podemos va dar un golpe de estado socioeconómico a través de las medidas de emergencia.

Vox es el partido que más se desmarca del relato de unidad (por mucho que su diputada contagiada, Macarena Olona, luzca la bandera de España en su mascarilla). Pide nada menos que la dimisión y enjuciamiento del Gobierno y la constitución de un ejecutivo de técnicos (¿qué técnicos?), mientra alienta el discurso del odio en las redes sociales desde sus cuentas automatizadas.

Ahora emerge otro relato, el de unos nuevos pactos de la Moncloa. Es claro que un acuerdo entre todos, partidos, Gobierno de España y de las comunidades autónomas, empresarios y sindicatos y organizaciones sociales es absolutamente imprescindible para salir a flote de la crisis. Lógico es que cada cual prepare sus reivindicaciones. No será -si es que se llega a poner en marcha- un proceso tan sencillo como los de los pactos de 1977. Lo que no es de recibo es que el PP construya de antemano su relato, acusando al Gobierno de tomar esos posibles pactos como una excusa para convertirnos en otra Venezuela. (PS. El Gobierno de Andalucía -no sé si otros gobierno autonómicos puedan estar haciéndolo también- recurre al publirreportaje para elogir su gestión de la crisis, luego con amplia repercusión en medios digitales afines y redes sociales).

En fin, ójala volvamos pronto a la normalidad para que los millones de españoles que ahora se creen expertos en epidemiología, salud pública y enfermedades infecciosas vuelvan a su estado natural de seleccionadores del equipo nacional de fútbol.

(Como ya es muy larga esta entrada dejo para la próxima la conducta y los cambios en los medios. Muy ligado a este tema está el de un mundo virtual, al que dedicaré otra distinta entrada más adelante.)

Otras entradas sobre la pandemia en este enlace.

LECTURAS

Antes de lecturas correspondiente al tema aquí desarrollado, algunas referencias a las reflexiones sobre otros asuntos que he encontrado estos días. Pongo *** a las lecturas que me parecen imprescindibles

El futuro

  • *** Harari, Yuvari. «El mundo después del coronavirus». La Vanguardia (5-04-20).
    • El texto del historiador israelí ha circulado profusamente. «En este momento de crisis, nos enfrentamos a dos elecciones particularmente importantes. La primera es entre vigilancia totalitaria y empoderamiento ciudadano. La segunda es entre aislamiento nacionalista y solidaridad mundial».

Lucha contra el virus

Comunicación

 

 

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Apuntes y lectura de la pandemia: la globalización


mundo conectado

La pandemia en un mundo hiperconectado

Vuelvo sobre la relación entre el coronavirus y la globalización, después de una primera aproximación, el 28 de febrero, cuando la enfermedad todavía no era una pandemia.

Dicen que esta es la pandemia de la globalización. Que el virus pondrá fin a la globalización. Veremos…

La globalización no es la causante de la pandemia, pero sí, esta es la pandemia de la globalización.

Las pestes de otras época se propagaban a paso de caballo o de camello, a la velocidad de barcos de vela. La gripe española lo hizo con el tempus del ferrocarril y los barcos de vapor, transmitida por los soldados desmovilizados y las poblaciones desplazadas. En enero de 2020 un portador del virus podía dar tres o cuatro veces la vuelta al mundo durante el periodo de incubación, contagiando a centenares o miles antes de que la enfermedad se manifestara.

En estos apuntes de hoy os traslado el precipitado de mis lecturas de estos días sobre los distintos tipos de respuesta, en función de la cultura y el sistema político; de la dolorosa y cínica inacción de la UE; y, en fin, de lo que se atisba pueden ser cambios en la globalización. Al final, unas lecturas escogidas. Y antes unas observaciones generales, sobre el sesgo y el lenguaje bélico.

El pensamiento confinado: el sesgo

Toma la expresión prestada de Laurent Joffrin, el director de Libération. En la avalancha de reflexiones de pensadores de todo signo, el pensamiento parece seguir estando confinado por el sesgo de cada uno. Los nacionalistas piden más fronteras. Los liberales un estado más ágil. Los altermundistas otra globalización. Los religiosos conservadores unas costumbres menos liberales. Los partidarios de lo público culpan a la liberalización de los servicios sanitarios. Para unos el responsable es Trump; para otros Sánchez, o, al otro lado del espectro, Esperanza Aguirre y Díaz Ayuso… Ninguno somos capaces de escapar de nuestro marco mental. Yo tampoco. No obstante, propongo algunos posibles puntos de acuerdo:

  • Las pandemias son un elemento natural más del ecosistema Tierra;
  • Este coronavirus no está fabricado en un laboratorio. Es un caso más de zoonosis, aunque no esté claro si el virus mutó en un huésped animal antes de saltar a un humano o mutó en un huésped humano (contagiado por un animal) antes de tener capacidad de contagiar a otros seres humanos. Harán falta todavía muchos estudios, pero valga por el momento el artículo de Nature, que incluyo más abajo en lecturas;
  • Las sociedades responden con sus recursos conforme a su cultura;
  • Los gobernantes improvisan en una situación inédita, balanceando la vida, la economía y su propia supervivencia política y, según el peso de cada factor, así es la respuesta, que debemos criticar en caliente, pero que solo seremos capaces de valorar más adelante (Capítulo aparte: Bolsonaro, Trump, López Obrador, ejemplos de estulticia criminal);
  • Cuando todo termine debieran de abrirse espacios institucionales (nacionales e internacionales) de reflexión para determinar que sociedad queremos.

Esto no es una guerra

Es muy comprensible el recurso de políticos, médicos o periodistas a calificar esta situación excepcional como una guerra. Hasta el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, dice que estamos perdiendo esta guerra. La III Guerra Mundial. Una guerra contra un enemigo invisible; en la que debemos permanecer unidos; una guerra que venceremos. La excepcionalidad de la pandemia se acomoda bien a la excepcionalidad de la guerra.

Pero no, no es una guerra. Ningún estado ataca a otro, no hay enemigos humanos, no hay -no debe haber- odio. Ningún ser humano va a ser obligado a matar a otro, aunque los doctores tienen puedan tener que decidir a quien dan prioridad en sus tratamientos. Ninguna infraestructura debe ser destruida; ningún estado o ideología erradicada; ninguna nación sacrificada. Sí debiera servir para parar las guerras o, al menos, como pide Guterres, decretar un alto el fuego inmediato y global.

Las palabras modelan la acción. La palabra guerra nos convoca a la unidad, al coraje,  a la resistencia personal y colectiva, a la búsqueda de soluciones inéditas. Pero también activa emociones excluyentes y, esto es lo peor, puede servir para justificar el sacrificio de sectores sociales o la adopción de medidas antidemocráticas, como acaba de hacer Orban en Hungría.

Un problema global, respuestas nacionales

Una pandemia como esta manifiesta la dramática ausencia de instituciones de gobernanza global.

En el sistema multilateral de Naciones Unidas, la Organización Mundial de la Salud (OMS-WHO)  promueve la salud de todos los pueblos, «una condición fundamental para lograr la paz y la seguridad y depende de la más amplia cooperación de las personas y de los Estados». Con 7000 funcionarios elabora directrices y normas sanitarias, asesoran a los países, promueven la investigación y refuerzan  los sistemas de salud de los países más débiles. A la OMS compete lanzar alarmas de emergencia o declarar una pandemia. Pero la respuesta sigue siendo nacional. Cada país ha reaccionado conforme su cultura, sistema político y recursos sanitarios.

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Chiang Mai (Tailandia), marzo 2019. Foto propia

China, Japón y Corea han aplicado soluciones distintas, aparentemente efectivas, pero ahora corren el riesgo de un segundo brote, como advirtió el estudio del Imperial College. Cualquiera que haya viajado por Asia Oriental habrá constatado la omnipresencia de la mascarilla. En Bangkok o Pekín protegen de una contaminación asfixiante, pero en todas partes, hasta en los mercados más abarrotados, los asiáticos parecían ser conscientes de que tarde o temprano habría otra epidemia vírica. En Asia estalló el SARS (primo de este SARS-CoV-2), la gripe aviar, el Mers, las grandes epidemias del siglo XX (salvo el ébola), que afortunadamente no se convirtió en pandemia.

Por eso, porque esperaban otra epidemia,  la respuesta asiática ha sido más rápida y aparentemente más eficaz.

China aplicó medidas draconianas con un confinamiento de una provincia de 60 millones de personas y medidas de aislamiento y vacaciones de tres semanas en todo el país. A pesar de las graves distorsiones de su economía, de las que tardará mucho en recuperarse, la inmensa China ni se vio por igual afectada, ni se paralizó totalmente.

El régimen ha coreografiada una cuidadosa propaganda de su eficacia y lo cierto es que, aparentemente, el contagio comunitario ha terminado. La superioridad -dicen también fuera de China- del autoritarismo. Pero fue el autoritarismo, la supresión de la crítica, la falta de libertad de expresión, la ocultación, la que hizo que el virus se propagara. Para Reporteros Sin Fronteras «si la prensa china fuera libre, el coronavirus no sería una pandemia».

The New York Times ha analizado como se propagó el virus antes del cierre de Wuhan utilizando los datos publicados por Waidu, el operador chino de telecomunicaciones. Desde que el 31 de diciembre China advirtió a la OMS que tenía un brote de un nuevo virus, prevenible y controlable hasta que se cerró la ciudad el 23 de enero, 7 millones de viajeros, coincidiendo con el año nuevo chino, salieron de la ciudad, extendiendo la epidemia por las grandes ciudades chinas y desde allí a grandes zonas metropolitanas de todo el mundo.

China ha logrado controlar la epidemia con confinamientos drásticos, parada parcial de la producción y control social. Control tradicional a partir de la policía, el encuadramiento en las organizaciones del partido y los comités de barrio. Control cibernético, a partir del big data, cámaras de vigilancia, reconocimiento facial, carnets por puntos de buena conducta y salvoconductos digitales. En fin, un conjunto de políticas intrusivas. Y poniendo a pleno rendimiento su enorme capacidad fabril de material sanitario, lo que ahora la coloca en posición dominante en el mercado mundial. Las medidas de distancia se levantan poco a poco, con enormes precauciones.

Corea del Sur ha controlado el virus sin paralizar su economía. Una semana después del primer positivo, las autoridades requirieron a la industria farmacéutica que produjeran test a gran escala. Los tests se aplicaron a cualquier sospechoso incluidos aquellos con síntomas leves, con celeridad, en centros en la calle habilitados para ello. Mediante el uso de los datos telefónicos se geolocalizó el movimiento de los pacientes, se advirtió del peligro de zonas de contagio, se dio la atención médica a todos los pacientes. Y lo más importante, desde el primer momento se protegió al personal sanitario, sin permitir que colapsara el sistema.

Japón comenzó por gestionar desastrosamente el caso del crucero Diamond Princess con una cuarentena a bordo que multiplicó el número de contagiados. Después combatió con éxito un brote en Osaka (el virus se propagó entre chicas que asistían a conciertos en la noche de San Valentín) con asistencia médica a los enfermos más grave y tratando al resto en casa. No se han tomado más medidas restrictivas que el cierre de los colegios durante un mes, aunque puede que el distanciamiento social, propio de la cultura japonesa, haya tenido un importante papel en la ralentización de los contagios. De mala gana ha aceptado el retraso en un año de los los Juegos Olímpicos. Ahora los casos crecen en Tokio y las autoridades no descartan ya cerrar la capital.

En Europa, la UE ha fracasado estrepitosamente. La Comisión von der Leyen, que se jactaba de tener una visión estratégica, ha sido incapaz de garantizar que los países no bloquearan el comercio de suministros sanitarios (no digamos ya coordinar el cierre de las fronteras en el marco del acuerdo de Schegen) o proponer una estrategia común (el tema económico lo dejo para otro post). Dentro de quince días llegaran los productos sanitarios comprados conjuntamente, lo que está muy bien, pero durante todo la crisis los ciudadanos europeos están teniendo sola la referencia protectora -con todos sus fallos y negligencias- de su estado nacional, no de la Unión -por no mencionar los insultos calvinistas a los vagos católicos mediterráneos.

La respuesta europea más eficaz parece haber sido la de Alemania, mientras que Italia, primero y España, después, se han hundido en el marasmo. Es un misterio la baja letalidad del virus en Alemania ¿se registran todos los muertos? ¿no hay interacción entre jóvenes y ancianos y por tanto estos últimos son más preservados del contagio? Parece muy probable que Alemania haya sido uno de los focos más tempranos en Europa, como demuestra que los primeros casos importados en España fueran alemanes. Pero lo decisivo, sin duda, ha sido la masiva realización de test y la atención adecuada a los enfermos: por cada 100.000 habitantes Alemania tiene 29,2 camas de cuidados intensivos, España 9,7, esto es, tres veces menos. Ahora, visto lo visto en Italia y España, todos los países adelantan y endurecen las medidas de confinamiento y hasta el inefable Boris abandona precipitadamente su criminal idea del contagio e inmunización grupal. El éxito dependerá de la fortaleza de los sistemas sanitarios, de la capacidad de liderazgo y de la unidad de las sociedades.

Como a todos los virus, al SARS-CoV-2, le gustan las concentraciones y la interacción humana y, por tanto, prolifera en las metrópolis. Después de Lombardía, Madrid y Cataluña, Nueva York ahora es el pricipal foco. Estados Unidos es el primer país en contagios. La plaga será terrible por la inexistencia de un sistema público de salud. Aún con seguro médico, los copagos pueden arruinar a muchas familias de rentas medias. En un país federal la respuesta será muy distinta de unos lugares a otros. Tienen una gran ventaja: al igual que China es un país inmenso donde la epidemia no castigará del mismo modo y al mismo tiempo en todas partes, así que podrá mantener al menos parcialmente su -mermada por la deslocalización- capacidad productiva.

En India, 1.300 millones de personas tiene orden de quedarse en sus casas. Millones de agricultores, y todos los que viven en la calle y de la economía informal, tendrán que elegir entre confinarse o morir de hambre.

En Latinoamérica han tenido dos, tres semanas, para mirarse en Italia y España. Las medidas de confinamiento son más o menos rígidas, pero los sistemas de salud son frágiles y, sobre todo, la dependencia de la economía informal hacen difícil el distanciamiento.

Qué decir de África, donde el lavarse la manos puede ser un lujo. Pero los africanos si saben lo que es un virus mortal. Se han enfrentado al ébola y por eso sus sistemas sanitarios, por precarios que sean, están ya orientados hacia estas emergencias y la población sabe la importancia de respetar la distancia social.

Ruptura de la lógica de la globalización y cambios geoestratégicos

En un mundo físicamente detenido -aunque virtualmente conectado- el comercio y las cadenas de producción se rompen. La globalización está en hibernación. ¿Se retomará cuando, poco a poco, vuelva la normalidad? ¿Cómo se alteraran los equilibrios estratégicos?

La globalización de 1870-1914 estaba basada en la extracción colonial y en el libre comercio entre los imperios. En la actual, con una red de transportes de máxima eficacia económica (y mínima eficiencia energética), y un comercio multilateral regulado por acuerdos comerciales entre bloques o por las normas mínimas de la OMC, la producción también está globalizada. Las cadenas de producción están distribuidas a lo largo de todo el globo, buscando que cada elemento se produzca en el lugar en el que se presente una ventaja competitiva: menor precio de la mano de obra, menor coste de transporte, mejores infraestructuras, más concentración de conocimiento, mayor proximidad. Objetivo: maximación de los beneficios. Y también bajos precios de venta. Beneficio para los consumidores, reducción de la pobreza extrema, crecimiento de las clases medias de los países emergentes, dualización en los países centrales.

En general, los elementos de menor valor añadido se han confiado a los países más pobres, con manos de obra barata o casi esclava, mientras que los países centrales (Europa, Estados Unidos) se ha reservado las tareas de mayor valor añadido, como el diseño, o servicios especializados, como los financieros. Y todo con una sincronía temporal de modo que cada elemento estuviera en el lugar adecuado en el momento oportuno, con los minimos stocks. En este esquema, China se convirtió en la fábrica del mundo. Al tiempo, con el enorme poder de su Estado detrás, fue creciendo en investigación y diseño, con el claro designio de independizarse o al menos competir ventajosamente con los países centrales.

Antes de la pandemia las cadenas de valor ya estaban recolocándose. China, con su mejora del nivel de vida, ya no era el productor competitivo para los productos de menor valor añadido. Incluso, inversores chinos fabrican productos de valor tecnologico medio en otros países, mientras el gobierno apuesta a tope por la róbotica e inteligencia artificial. Las guerras comerciales y las políticas agresivas de Trump anunciaban relocalizaciones.

Por mucho que durante el pasado año se hablará de «desacople» o «desglobalización», lo cierto es que estas semanas se ha demostrado que China sigue siendo la fábrica de algo tan estratégico como suministros sanitarios básicos.

Ahora, además de la relocalizaciones por razones ecnómicas o por el simple caos causado por la pandemia, es de esperar que los estados redefinan un conjunto de productos y servicios esenciales estratégicos. No se puede depender de proveedores externos, sobre todo cuando lo que aparece en el horizonte es una fragmentación en bloques geoestratégicos. No para bienes como medicamentos, y menos para infraestructuras determinantes, como las redes 5G. Ello requeriría ingentes inversiones públicas y privadas, poco probables en en un panorama de sobreendeudamiento público y privado.

No, la globalización no se desmontará, porque es el sistema sanguíneo de nuestro mundo. Pero las cadenas de valor se redistribuirán más equitativamente. No será tan importante el just in time, como la seguridad del suministro.

No se vislumbra, desgraciadamente, nuevas instituciones que gobiernen la globalización. Quizá se refuerce la OMS, pero poco más.

En los equilibrios estratégicos,  Estados Unidos, ya antes en fase de repliegue de su poder blando para apostarlo todo al poder duro, va a sufrir mucho, en términos de muertos, pérdidas económicas y destrucción de la confianza. Aparentemente China sale reforzada de esta crisis. Intenta jugar el papel líder, al que Estados Unidos ha renunciado. Presenta su -relativa- eficacia para combatir la epidemia, su solidaridad con el envío de productos sanitarios y médicos a los países más afectados. Nada dice de los abusos de sus empresas. Pero su talón de Aquiles es, justamente, su proyecto estrella, la nueva Ruta de la Seda. Basado en la conexión del mundo entero con China mediante la construcción de infraestruturas duras (puertos, ferrocarriles, carreteras). ¿Seguirán interesados los países «beneficiados» en endeudarse con China en el marasmo económico que puede seguir a la pandemia?. Por su parte, la UE es un elefante lento (y no sé si seguro). Su maquinaria es poderosa, pero le falta espíritu. Tiene que decidir si quiere regresar al puro mercado único o convertirse en una verdadera unión de ciudadanos.

(P.S. Una manifestación de la globalización que ahora es decisiva es la colaboración internacional entre científicos. Igual que las cadenas de producción son globales, así también las cadenas de investigación. Una vacuna no será ni china ni norteamericana, será el fruto de la colaboración entre distintos institutos de investigación a lo largo del mundo. Los científicos ahora están compartiendo sus resultados de forma libre, sin esperar a la lenta publicación en las revistas prestigiosas. Lo cuenta The New York Times.)

LECTURAS

Recomiendo la suscripción a Coronavirus Readings by The Syllabus (Suscripción/ Archivo) de donde he sacado muchas de estas lecturas. La mayoría no son de prensa española, que doy por supuesto que son más conocidas.

(Otras entradas en el blog en este enlace)

Apuntes y lecturas de la pandemia: la división


Coronoavirus_odio

Este tiempo suspendido del confinamiento se hace cada vez más espeso. El silencio de las calles se rompe cada poco por las sirenas de las ambulancias que se dirigen a uno de los grandes hospitales madrileños. El virus nos cerca y nos toca: el dolor por amigos o seres queridos afectados por el virus o por sus consecuencias económicas; muertes que crecen exponencialmente; desconcierto; vulnerables dejados a su suerte: solidaridad… y división.

En estos días es difícil mantener la cabeza fría. Intentaré mantener el blog con apuntes de mi reflexión a partir de la lectura de la ingente masa de información que nos llega. Voy a intentar ejercer esa labor de curaduría (sobre la que investigué en un artículo académico) compartiendo aquí, además de en Twitter (@rafaeldiazarias) las piezas reflexivas que me parezcan más valiosas. Pero ahora es imposible no manifestar los sentimientos ni los sesgos, que como todo el mundo tengo.

¿Desunidos venceremos?

Tiene todo el derecho este médico a indignarse.  Es legítimo su grito. Nuestros sanitarios son como los liquidadores de Chernobyl. Los hemos enviado a luchar contra un virus mortal sin los medios necesarios.

Lo que no es legítimo es la utilización partidista, agresiva, divisoria, de su grito. Una ola de indignación crece en las redes sociales a caballo de bulos y medias verdades, que,  manipulada puede llegar a convertirse en odio.

Toda crítica, por muy dura que sea, es legítima y necesaria en una democracia. El Gobierno toma todos los días decisiones extremas, unas más acertadas, otras menos, aunque su efectividad en la mayor parte de los casos se verificará en los próximos meses. Sánchez abusa de la retórica de la unidad para ocultar las carencias.

La oposición cumple con su función de controlar al Gobierno y formalmente adopta una actitud de Estado aprobando Decretos-Leyes, prorrogando el Estado de Alarma, pero PP y Vox vuelven al juego de las declaraciones descalificadoras, mientras su galaxia comunicativa (periodista digital, moncloa.es, okdiario etc.) lanzan mensajes envenenados, replicados en las redes sociales y, sobre todo, manipulan las expresiones más que justificadas de indignación. O, directamente, como Vox, estigmatiza a los emigrantes irregulares, exigiendo que se les niegue la gratuidad de la asistencia (aquí la verificación sobre esta información)

No es un consuelo que toda Europa lo esté haciendo tarde y mal. Seguramente en todas partes ha habido una tensión entre intentar parar de raíz la epidemia con medidas drásticas y el deseo de crear las menores disfunciones sociales y económicas. Los gobiernos, y no digamos la UE, no han estado a la altura, pero el problema es que las sociedades no estaban preparadas.

¿Alguien recuerda la airada reacción nacionalista (catalana o española) cuando se suspendió el Mobile? Parecía que era una conjura contra Barcelona, Cataluña, España (por ese orden). En las ruedas de prensa el Director General de la OMS, Tedros Adhanom, se limitaba a pedir que los países se preparasen. La declaración de emergencia internacional de la OMS del 30 de enero no obligaba más que a la coordinación entre países bajo el marco de la OMS en la elaboración y aplicación de medidas preventivas y planes de contingencia.

Incluso los mensajes que llegaban de la comunidad científica eran tranquilizadores. ¿Fueron mal asesorados los gobernantes o los asesores les dijeron lo que querían oír? ¿O, directamente, ignoraron de forma suicida las llamadas de atención?

Las sociedades europeas veían el mal como una más de las epidemias asiáticas, algo que, dada nuestra superioridad (moral, política, económica, sanitaria) no iba con nosotros.

Faltó liderazgo. Nuestros líderes no nos advirtieran y tomarán con anticipación y tranquilidad las medidas que han adoptado tarde y en peores condiciones. Y la ola de la epidemia ha roto contra el frágil dique de unos servicios de salud debilitados por los recortes en Italia y España (en este magnífico hilo de Rosa Medel se explica los estragos de las estrategias de privatización sobre el sistema de salud madrileño).

Cuando esto termine habrá que abrir comisiones de investigación serias (no el consabido pim pam pum de «y tú más») que determinen lo que falló, la responsabilidad de cada cual y, sobre todo, recomendaciones (y procesos para su aplicación) de lo que hay que hacer ante una pandemia (o una catástrofe medioambiental).

Son muchos los héroes anónimos, los que lo están entregando todo. No solo los sanitarios que están en primera fila; también todos los trabajadores que mantienen el país en funcionamiento y hacen posible que los supermercados funcionen. La mayor parte son jóvenes y precarios (empezando por el personal sanitario).

Los médicos voluntarios o los técnicos que altruistamente han montado el hospital de Ifema o los que organizan grupos de autoayuda en los barrios. A todos ellos hay que aplaudirles a las ocho de la tarde. Y también a los que hemos dejado a su suerte: los ancianos de las residencias, los confinados en los CIEs (qué cinismo el de Grande-Marlaska al decir que se estudiará caso a caso para ver a quien se puede devolver a su país),  los niños en riesgo de pobreza que han perdido su tabla de salvación de la escuela…

Acaba de terminar el aplauso de las ocho. Más o menos la mitad de las ventanas y balcones se han abierto. A las nueve llegará la cacerolada. Entonces, también a ojo de buen cubero, en este barrio acomodado de Madrid en el que PP y Vox acumulan más del 70% de votos, se abrirán una de cada tres ventanas.

¿Unidos venceremos?

(Esta entrada ya es demasiado larga, así que dejaré otros apuntes sobre la globalización para la próxima)

LECTURAS

Al menos una lectura, quizá la más general y comprensiva, las siete lecciones preliminares de Ivan Krastev: la pandemia reforzará a los poderes públicos (1), al estado nación (2), el nacionalismo (3), aumentará la confianza en los expertos (4), acentuará el uso del big data (5), afectará a las dinámicas intergeneracionales (6) y -más que una lección un hecho- habrá que elegir entre proteger a las personas y la economía (7). Por supuesto, recoger una lectura aquí no quiere decir compartir las conclusiones.

 

Ante el coronavirus distancia social, distancia reflexiva


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Aislamiento físico/comunicación virtual

Nos piden -y nos debemos a nosotros y a los demás- confinamiento y distancia social. Tiempo suspendido por la excepcionalidad de la epidemia. Tiempo de aislamiento social, pero de extrema comunicación virtual.

Vídeos, memes, útiles consejos, bulos, noticias urgentes, chistes (penosamente machistas muchos de ellos), interesantes análisis: información imprescindible, sí, pero también intoxicación y saturación informativa. Por cierto, esta explosión de interacciones es una mina para las tecnológicas (gran negocio) que tienen nuestros datos y es un terreno que exige investigaciones comunicativas, pues es la primera vez que nuestra sociabilidad se hace radicalmente virtual.

Sin dejar de atender a todas nuestras redes que sustituyen la imprescindible sociabilidad presencial, conviene tomar una cierta distancia en el análisis y la reflexión. Y desde luego no compartir cualquier cosa (en el infierno seguro que hay un lugar especial para el diseñador de esa flechita curva de «compartir» que aparece en el WhatsApp). Como todos, he recibido preocupantes mensajes de médicos que auguraban centenares de miles de muertos y otros también de sanitarios que decían que lo mejor era seguir con la vida cotidiana. En fin, contaminación informativa. Pero también agudos análisis, como este de Xavier Ferrás, que auna en una visión tecnológica y estratégica algunas de las tendencias que se apuntan estos días.

Con esta entrada pretendo, en primer lugar, serenarme escribiendo, y luego compartir lo que he ido aprendiendo estos días. Perdonad si con ello os agobio con un mensaje más.

Estrategias contra el virus

En primer lugar, mea culpa. Como tantos otros elogié y exigí una información serena que no alentara el miedo. Pero los medios responsables, lo mismo que el Gobierno, creo que mal asesorado por los expertos, no supieron anticipar la gravedad de la situación y crearon una falsa conciencia de seguridad entre la población, de que esto era como una gripe un poco más contagiosa. Y parecía haber un consenso entre los especialistas de que eran suficientes las medidas de contención: seguir los contagios y aislar los focos localizados.

Confieso que no empecé a preocuparme hasta ver el día 11 este análisis estadístico de Kiko Llaneras. Los números y los gráficos me mostraron que el virus era más contagioso y letal de lo que tenía asumido, y, sobre todo, que nuestra curva de crecimiento parecía estar condenada a dar el salto exponencial que ya habíamos visto en Italia.

Ese mismo miércoles 11 de marzo, el doctor Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias y estupendo comunicador, que día tras día insistía en tranquilizar a la población, explicó la estrategia de aplanar la curva, de modo que evitando un pico abrupto no se colapsara el sistema sanitario y los contagios progresivos pudieran recibir atención. El vídeo se convirtió en viral. Venía a decirnos que si respetábamos la distancia social limitaríamos la letalidad del virus y daríamos tiempo al sistema sanitario para ir poco a poco atendiendo a los contagiados.

Mientras el sábado 14 el Gobierno estaba reunido en Consejo de Ministros para declarar el Estado de Alarma, esclarecedora y preocupante me pareció esta entrevista con Santiago Moreno, jefe de servicio de enfermedades infecciosas en el hospital Ramón y Cajal de Madrid. Reconocía que la comunidad científica había pecado de exceso de confianza y que nuestra magnífica sanidad pública no estaba preparada para esto.

Entonces recordé la lucha de la Marea Blanca contra el previsto cierre del hospital Carlos III por el gobierno de Esperanza Aguirre en 2013 (consejero entonces de Sanidad Fernández Lasketty, hoy de Hacienda). El Carlos III, como centro de referencia de enfermedades infecciosas, se salvó porque nos salpicó el ébola. El caso es que nuestro sistema sanitario sigue enfocado al tratamiento de agudos,  un poco hacia las largas estancias y nada hacia unas enfermedades infecciosas, que parecía de otra época. Recordé también haber leído a un epidemiólogo que allá por 2009, cuando la gripe A, decía que lo cierto es que la pregunta no era si había otras pandemias, sino cuando llegarían. Había olvidado esa advertencia y como yo, parece,que también el sistema sociosanitario.

La información que me ha resultado más esclarecedora me ha llegado a través del chat de Europa En Suma. En un brillante análisis de Roberto Buffani, originariamente publicada en una web italiana de izquierdas, desarrolla la hipótesis (que advierte que no puede contrastar estadística y epidemiológicamente) de que existen dos aproximaciones en la lucha contra la enfermedad:

  • La que yo llamaría comunitaria, que es la de sacrificar la economía para salvar el mayor número de personas, lo que es coherente con el confucionismo-comunismo chino y con los valores familiares-católicos de los países mediterráneos.
  • La que podríamos llamar neoliberal, que hace un cálculo coste-beneficio y decide sacrificar a los más vulnerables, que no podrán ser atendidos por un sistema sanitario en emergencia, antes que paralizar la estructura productiva, confiando, además, que la extensión generalizada del virus termine por inmunizar a la población y la epidemia se detenga. Es el planteamiento del Reino Unido, y, en menor medida de Francia y Alemania -Merkel ha hablado de un contagio de un 70% de la población.

Italia (una sociedad fuerte con un estado débil) y España (una sociedad débil con un estado fuerte) han llegado tarde a la primera estrategia, por exceso de confianza y, seguramente, también por pensar que medidas draconianas no eran posibles más que en una dictadura como la China. Pero esa estrategia también era posible aplicarla tempranamente con transparencia (y tecnología), como ha hecho Corea del Sur, con indudable éxito.

Boris Johnson hablaba hasta ahora -como vimos aquí al doctor Simón- de aplanar la curva («aplastar el sombrero» decía), con el apoyo de asesores científicos de máximo prestigio. Le han llovido las críticas (los contagiados podrían llegar a los 8 millones y los muertos hasta los 300.000) y ha terminado por pedir medidas de distancia social, pero todavía ni siquiera cierra las escuelas. Trump también pide confinamientos voluntarios. Me da la impresión que la fuerza de las cosas obligará en estos países a ir mutando de la estrategia neoliberal a la estrategia comunitaria.

El virus del odio

Hemos hablado mucho del virus del miedo, pero poco del virus del odio, que es su consecuencia. La ultraderecha europea no para y con toda su poderosa artillería en las redes sociales vincula pandemia y emigración. Trump aprovecha para cargar contra la UE y los chicos de Bolsonaro consideran la pandemia castigo divino Dejo aquí este excelente hilo en Twitter de Carles Planas.

 

Nada será igual

Vivimos un tiempo extraordinario, histórico. Por todas partes leo que «ya nada será igual». Seguro, pero no tenemos perspectiva para saber cómo será el tiempo nuevo después de la plaga. Cuidado con los discursos performativos y distópicos.

También sabíamos que todo sería distinto después del 11-S y de la caída de Lehman Brothers. Los discursos inmediatos, entonces como ahora pretendían predeterminar el futuro.

Recuerdo como inmediatamente después de la caída de las Torres Gemelas había una pulsión entre la derecha española para proclamar que esa gilipollez de los derechos humanos se había acabado. Y luego vino la foto de las Azores, la War on Terror, la invasión de Irak, el 11-M, las fotos de Abu Grhaib, el Estado Islámico… Sí, se cometieron graves violaciones de los derechos humanos, pero no se logró destruir completamente la protección del derecho internacional -debilitada, pero ahí está la Corte Penal Internacional- ni el ideal de respeto a la dignidad personal por encima de los intereses de Estado. Sí, se asoló Oriente Próximo, se cambiaron los equilibrios estratégicos y después de varias guerras sin victoria, Estados Unidos, que sigue siendo la primera e indiscutible potencia militar ha perdido su liderazgo mundial.

¿En que quedó aquello de Sarkozy de «refundar el capitalismo»? En una destrucción del tejido social, en un crecimiento de la desigualdad sin precedentes y dentro de la UE en unas tímidas reformas, que apenas si pueden ahora garantizar la supervivencia del euro (lo que no es poco), pero que resultan patéticamente incapaces de gestionar una respuesta comunitaria a la crisis actual desde valores solidarios.

Mientras crecía la pandemia la señora von der Leyen revisaba desde un helicóptero el cierre de la frontera de Grecia no al virus, sino a los refugiados lanzados por Turquía hacia Lesbos o al confín del río Evros. Grecia -dijo- es nuestro escudo… para negar los derechos internacionalmente reconocidos a los parias de las guerras de ese mundo que cambio el 11-S. Nunca me he sentido tan avergonzado de la UE

Si alguna vez la Unión tuvo liderazgo hoy parece que no queda ni traza del mismo. El problema no es que se reinstauren las fronteras, el problema es que se haga desordenadamente por cada Estado. No basta con permitir saltarse los límites del déficit o con rescatar 37.000 millones no gastados de los fondos estructurales. Se requiere urgentemente un plan de choque para producir y adquirir el material sanitario necesario y, cuando se levanten los confinamientos, un gran plan de inversiones. Alemania ya ha anunciado que movilizará su enorme superávit dentro de sus fronteras, pero o existen planes comunes y solidarios europeos o la Unión dejará de tener sentido y terminará por ser una simple área de libre comercio, como desean los países del Norte.

En este confinamiento he tenido tiempo para entrar más a fondo en el libro de Thomas Piketty «Capital e ideología», en el que hasta ahora no había avanzado. Estos días se habla de la lucha contra la epidemia como una guerra (Macron), pues bien, los países europeos salieron de la II Guerra Mundial con unas deudas públicas descomunales (200% en el caso del Reino Unido) ¿Cómo se disminuyeron en pocos años? Con aportaciones extraordinarias sobre el capital, impuestos realmente progresivos sobre la renta y el capital… e inflación. Soluciones extraordinarias para tiempos extraordinarios.

No tenemos ni idea qué mundo saldrá de la pandemia. ¿Más virtual? ¿Más justo? ¿Más multilateral? ¿Menos consumista? De lo que no hay duda es que cuando volvamos a salir a la calle, cuando despertemos de este sueño social que es el confinamiento, los problemas seguirán ahí: desigualdad, nacionalismo, xenofobia, crisis de la democracia, globalización, adaptación a un entorno virutal, emergencia climática, destrucción del ecosistema, limitación de recursos, crisis demográficas.

El futuro no está escrito.

Imágenes de la globalización: la nueva gripe


La pandemia ya está aquí. Viene del cerdo, y no de las aves, y de América, y no de Asia, como nos habían anunciado. Todo está ya dicho y hasta la saciedad de esta nueva gripe. Sólo quiero aquí incidir en dos aspectos: su dimensión global y su tratamiento informativo.

Dimensión global

Por definición, una pandemia es una enfermedad contagiosa que se extiende por el mundo entero o por amplias regiones. En la Antigüedad se desarrollaron un buen número de ellas, colonizando el mundo conocido merced al comercio y las guerras. En la Edad Media, en el siglo XIV toda Europa se ve castigada por la peste negra, quizá un tipo de peste bubónica, quizá una forma de fiebre hemorrágica tipo Ébola. La peste negra causó enormes pérdidas demográficas y un estallido de religiosidad popular. Durante toda la Edad Moderna Europa sufrió el azote de las plagas. En el siglo XIX las olas de cólera se sucedieron. En la década de 1890 el cólera mató en España a 120.000 personas. La gripe española en 1918-1919 mató a 40 millones de personas en todo el mundo.

La mayor parte de estas olas han viajado de Este a Oeste, de China e India a Europa, de Europa a América. Los españoles llevaron sus enfermedades a América, la gripe común y la viruela, que diezmaron a las poblaciones indígenas. De América vino la sífilis, con un primer infectado, Martín Alonso Pinzón (aunque otra teoría afirma que la enfermedad ya existía antes en Europa). Ahora, América es origen de una nueva pandemia.

Las pandemias han advertido desde siempre de la unicidad del género humano, sometiendo a las misma amenaza a todos, sea cual fuera su lugar y su riqueza. La velocidad de transmisión ha ido creciendo conforme el mundo, merced a transportes más rápidos y frecuentes, ha ido empequeñeciéndose. Si algo nos enseña la Historia es el fracaso de las estragias de aislamiento de ciudades o regiones.

Todas las pandemias han sido seguidas de graves dificultades económicas, muchas fueron acompañadas de tumultos y disturbios. A menudo la pandemia cambió los valores y la cultura de las sociedades afectadas. En este caso, puede que la nueva gripe no tenga más trascendencia que la de cualquiera de las gripes habituales. Pero en aún en ese supuesto, en el actual estado previo, las consecuencias económicas ya están ahí. Caída del valor de las acciones de compañías turísticas y de aviación, elevación del precio de los valores de las compañías farmaceúticas. México, como otros países emergentes, está sufriendo con retrasos las consecuencias de la crisis económica. La gripe, sin duda, agravará esta tendencia.

Las pandemias encienden todas las alarmas. Pero la humanidad convive con epidemias, como la malaria que castiga a las poblaciones más pobres o empobrecidas (el dengue en Argentina), sin que los recursos movilizados alcancen el punto crítico para erradicar estas enfermedades.

Tratamiento informativo

¿Gripe mexicana, gripe porcina, gripe nueva, gripe A? La propia denominación de la enfermedad se ha convertido en una cuestión controvertida en los medios de comunicación. De acuerdo con la teoría del enfoque o framing etiquetar los nuevos fenómenos es una de las formas más evidentes de interpretarlos. En un primer momento, predominó el término de gripe porcina, indicando su origen. Esta es la tendencia dominante en los medios anglosajones, que no han dejado de usar desde el principio el término swine flu. Pero como las denominaciones no son nunca neutras, los productores de cerdos protestaron por tal etiqueta, considerando que podría perjudicar a su negocio. Algunos medios, por ejemplo, Telecinco, empezaron a usar gripe mexicana, denominación que no deja de estigmatizar al país de origen. Por cierto, que estos días hemos oído comentarios «patrióticos» quejándose de que la gripe de 1918 se calificara de española… Así que se ha ido asentado el término de nueva gripe, como denominación políticamente correcta. Por su parte, la Organización Mundial de la Salud propone una designación más técnica, gripe A, que hoy ya veo reflejada, por ejemplo en los periódicos franceses.

El otro debate, más decisivo, se refiere al nivel informativo y el grado de alarma que se puede generar. La población necesita información completa, pero la saturación informativa y sobre todo el amarillismo pueden crear un estado de pánico. En general, la información ha resultado responsable, nada alarmista, pero sí excesiva y reiterativa. Cómo se preguntaba ayer Iñaki Gabilondo, ¿qué sucedería si fueramos contando caso por caso de la gripe común?

Este debate se refleja en el blog de los editores de la BBC. Informar de lo que se sabe, pero también de lo que se ignora y de las incógnitas, es el principio que dicen haber seguido. Interesante también el blog abierto por la Asociación Mexicana de Derecho a la Información. Aimée Vega Montiel se pregunta porque siguen muriendo personas en México de una enfermedad por el momento bastante benigna. Larespuesta -dice- es obvia: por la brecha de desigualdad global, reflejada en el empobrecimiento brutal de la mayor parte de las personas que habitamos este planeta.

(Actualizo esta entrada con la referencia a la información de Periodistas En Español que recoge una guía de recursos para informar de la pandemia)

(Nueva actualización 2-5-09. Manuel Castells publica hoy en La Vanguardia su Observatorio Global bajo el título Pandemia. Lo siento, no está en la edición en línea. Su tesis es  que la pandemia es una consecuencia más de una alimentación químico-genética-industrial que nos expone a cualquier contaminación que se produzca en un punto de la cadena.)

(Otras entradas de la serie Imágenes de la globalización: Piratas del Índico, Refugiados, Sri Lanka, Pakistán)

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