Reputación y líneas rojas en Siria


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Otra vez el espectáculo de los misiles. El rayo hendiendo el cielo. La retórica de los de los cohetes inteligentes, de la precisión quirúgica. Una vez más el dedo que oculta la luna a la que apunta.

La operación  de Estados Unidos y sus aliados británicos y franceses ni tiene por objetivo terminar con el uso de las armas químicas, ni cambia el equilibrio estratégico de la guerra, favorable a Assad y sus valedores, Rusia e Irán. La razón última es preservar la reputación de los dirigentes y los países.

Antes unas reflexiones sobre el ataque químico en Duma y la legitimidad de la intervención.

¿Existió un ataque químico contra la población civil en Duma el pasado 6 de abril? Salvo, teorías conspirativas, propaladas por medios de la órbita del Kremlin, que sostienen que todo fue un montaje en vídeo, parece fuera de duda que los civiles sufrieron las consecuencias de un ataque con cloro y posiblemente sarín.

¿Quién fue responsable del ataque? No hay respuesta fiable hasta que la misión de la Organización contra la Proliferación de las Armas Químicas (OPCW) pueda realizar su inspección sobre el terreno. No caben más que hipótesis:

  1. Fue el Ejército de Assad el que bombardeó con armas químicas. La ventaja táctica obtenida sería irrelevante, porque el mismo resultado podía obtenerse con bombardeos convencionales, pero en cambio, con la guerra orientada a su favor, el ataque podría desatar, como así ha sido, una intervención. Desde luego, poca ventaja táctica para tanto riesgo estratégico. Por supuesto a Assad le trae sin cuidado la opinión pública de Europa y Estados Unidos, pero es un personaje racional, así que más que un desafío podría haberse tratado de una decisión sobre el terreno de algún mando militar.
  2. Las bombas de Assad volaron un almacén de sustancias químicas que se encontraba en poder de los rebeldes, que todavía controlaban una pequeña parte de Duma.
  3. Fueron los propios rebeldes los que hicieron explotar el almacén y orquestaron la consiguiente operación de propaganda.

Sin un informe experto e independiente no sabemos lo que ocurrió. Lo que está claro es que las supuestas pruebas que dice poseer Francia no existen. Caso contrario se mostrarían, aunque fueran un montaje tan poco afortunados como aquellos vídeos que mostró Powell ante el Consejo de Seguridad de la ONU, en las vísperas de la invasión de Irak.

Sin ese informe y sin una resolución del Consejo de Seguridad la acción es claramente ilegal. Pero hay quien -sostiene- que es éticamente legítimo ante el bloqueo del Consejo de Seguridad, porque un ataque químico viola las convenciones internacionales y sobrepasa los límites -la linea roja– de la decencia. Para que ello fuera así, primero, la responsabilidad del régimen sirio tendría que estar probada. Segundo, ser proporcionada y eficaz para evitar ulteriores usos de las armas químicas. Y, tercero, exigiría que se hubiera respondido con la misma decisión a gravísimas violaciones de las leyes de la guerra perpetradas por el ejército sirio, como, por ejemplo, el bombardeo desde helicópteros con bidones explosivos.  Eso sin hablar las muertes civiles ocasionadas por los bombardeso rusos y norteamericanos. No, la intervención ni fue legal, ni está legitimada éticamente.

Las líneas rojas no son éticas, son de reputación. Como ya he explicado en otras entradas, a menudo una gran potencia tiene que desarrollar una acción arriesgada que ni siquiera sirve a sus intereses estratégicos para demostrar que su poder es efectivo. La reputación era una idea fuerza de la política imperial de los Austrias. El cálculo erróneo de las potencias centrales al servicio de su reputación llevó a la Gran Guerra.

La principal línea roja en este caso es la de la reputación imperial de Estados Unidos. Rusia e Irán están siendo los vencedores estratégicos de esta guerra y el ataque con misiles no es más que una llamada escenográfica de atención, un aviso de que de esa victoria no pueden extraerse otras consecuencias más allá de Siria. Todo parece indicar que han sido los propios militares los que han impuesto la contención. Las previas declaraciones del Secretario de Estado Mattis, advirtiendo de los riesgos de desestabilización internacional, fueron significativas.

Claro que Donald Trump tenía su propia línea roja, no dar marcha atrás donde su antecesor reculó. En 2013 Obama también estableció la línea roja del empleo de armas químicas. Pero después, a pesar de poner en juego su credibilidad, adoptó una posición pragmática, negoció con Putin y logró un acuerdo multilateral que hizo posible la destrucción del arsenal químico (o buena parte de él) de Assad. Burlarse de Obama (una de sus obsesiones) lanzando «bonitos e inteligentes misiles» era una tentación muy fuere para Trump, pero los militares le refrenaron.

Para el Reino Unido la línea roja era mostrar que seguía siendo el aliado preferente de Washington, ahora, justamente cuando se prepara para romper sus vínculos con la UE. Theresa May no tenía un mayor interés particular, pues la acción puede dañar aun más su débil posición parlamentaria.

Y Macron tenía su propia línea roja: estar en la vanguardia de cualquier acción en la guerra de Siria. Se expresan aquí los intereses de Francia de estar presente en el escenario de Oriente Próximo, especialmente en Siria donde siempre tuvo intereses especiales, pero también los del nuevo De Gaulle que quiere ser el joven Macron.

Afortunadamente, esta intervención inane parece no haber dejado víctimas civiles ni militares.

 

 

Bombardear Siria o la reputación de Estados Unidos


Otra vez las pruebas opacas cuando no prefabricadas; otra vez los argumentos humanitarios; otra vez los análisis sin fin, los mapas de objetivos y despliegues. Ruido, mucho ruido y me parece que en este caso pocas nueces.

¿Bombardeará Estados Unidos Siria? ¿Es legítima una intervención? ¿Explotaría el polvorín de Oriente Próximo en caso de bombardeo? Muchas preguntas para que las responda alguien no experto como yo, pero no me resisto a dejaros mi reflexión.

Legitimidad

Una intervención unilateral de Estados Unidos, sólo o en una coalición ad hoc (eso que en la jerga intervencionista se llama coalición de voluntarios) no está respaldada por el derecho internacional.

Podría tener tres fundamentos. Uno, que el régimen sirio estuviera poniendo en peligro la paz internacional y entonces la intervención caería dentro del capítulo VII de la Carta de ONU y tendría que estar autorizada por el Consejo de Seguridad. Nadie plantea que exista ese supuesto.

Dos, basada en la obligación de proteger. Es claro que el régimen sirio está cometiendo actos criminales contra su propio pueblo que justificarían una intervención, pero ésta tendría que ser proporcionada y dirigida específicamente a proteger a los civiles y estar aprobada por el Consejo de Seguridad. Desde luego que un bombardeo con misiles de crucero en absoluto va a terminar con las masacres y no hay ninguna posibilidad de que sea aprobada por el Consejo de Seguridad, una instancia todo lo oligárquica que se quiera, pero la única legitimada en nuestro muy imperfecto derecho internacional.

Y tres, y más específico, como una respuesta por la violación de la Convención contra la Armas Químicas. Este tratado no prevé ninguna represalia militar en caso de violación, por lo que no habría más fundamento que los que enumerado como uno o dos.

El lenguaje a veces es transparente. Tanto desde Washington como desde París se ha hablado de represalia. En definitiva, potencias que quieren arrogarse el papel de policías del mundo que nadie les ha conferido.

Habría no obstante, un argumento moral a favor de la intervención, si aún no cumpliendo los requerimientos del derecho internacional un ataque pudiera poner fin a los crímenes contra la población. Los argumentos morales son siempre reversibles y susceptibles de utilizar a conveniencia y, por tanto, no conducen en el mejor de los casos más que a la tiranía benévola. Pero es que dadas las características de este conflicto ninguna intervención -limitada o amplia- puede parar la carnicería, más bien al contrario.

Y todo ello sin olvidar cómo Estados Unidos miró para otro lado cuando su entonces aliado Sadam Husein gaseó a los kurdos de Halabja o los soldados iraníes.

Las pruebas ¿A quién beneficia el bombardeo químico?

Estados Unidos dice tener como pruebas del uso de gas sarín contra la población civil muestras biológicas del personal sanitario que atendió a los civiles. En cuanto al origen del ataque, alega observaciones de satélite sobre el emplazamiento de los combatientes. Y en lo demás, se remite a pruebas recabadas por los servicios secretos que no se pueden revelar por motivos de seguridad. En esta ocasión nos han evitado un espectáculo como el de Colin Power con sus vídeos en la ONU. Lo de Francia es todavía más ingenuo: sus pruebas son los vídeos que circulan desde el primer momento con cadáveres y personas con convulsiones.

Que existió un ataque con gas tóxico a posiciones controladas por los rebeldes con concentración de población civil parece fuera de duda. Pero los detalles sólo pueden establecerlos equipos independientes como los de la ONU. Y como en Irak, Estados Unidos no está dispuesto a someterse a esa verificación independiente.

Es cierto que los inspectores de la ONU en ningún caso establecerán el origen del ataque. Aquí surgen distintos relatos a modo de novela policíaca: ¿a quién favorece el bombardeo?.

Para Estados Unidos, es claro que Asad quiere desafiar a la comunidad internacional para ver hasta donde puede llegar en el uso de estas armas en la limpieza de focos de resistencia. Para Putin es absurdo que cuando el régimen sirio está consiguiendo llevar la iniciativa militar vaya a caer en esta trampa. Un stringer de una periodista de AP asegura haber recogido testimonios entre los rebeldes que aseguran que la munición química fue entregada por el ministro de defensa saudí a los rebeldes y que a estos les explotó por inexperiencia.

Y hay quien, por fin, asegura que todo es una provocación de Asad para ser bombardeado y desatar una conflagración en todo Oriente Próximo, que es por cierto lo que éste ha dicho en una entrevista para el diario Le Figaro. La lógica apunta a esta última hipótesis, pero ¿quién sabe? como ocurre tantas veces todo puede deberse a una cadena de errores e incompetencias de unos u otros.

Bombardeará Estados Unidos. Sí, por su reputación

Estados Unidos bombardeará Siria porque se juega su reputación como potencia.

La reputación  era para la Monarquía Hispánica el correlato público de la honra y muchas de sus actuaciones (sobre todo en su decadencia) se llevaron a cabo no tanto por defender la fe católica o por razones estratégicas, sino por mantener la reputación, sin la que una potencia no es nada. Hoy la reputación se llama credibilidad.

El secretario de estado, John Kerry, lo dijo paladinamente: Estados Unidos se juega su credibilidad. Barack Obama estableció una línea roja, el uso de armas químicas cuando tal línea parecía lejana y ahora se ve en la necesidad de hacer efectiva su amenaza.

¿Por qué estableció esa línea? En la administración Obama hay una facción (Susan Rice es una de sus más destacadas figuras) partidaria de que la defensa de los derechos humanos en el mundo es un interés esencial de Estados Unidos. El Obama presidente, cauto y precavido por naturaleza, se encuadra más en la corriente realista, pero como en el caso de esta línea roja autoimpuesta, hace concesiones, más retóricas que efectivas, a los idealistas.

El interés estratégico de Estados Unidos es que el régimen de Asad no se desplome caóticamente, lo que entregaría gran parte del país a grupos yihadistas afiliados a Al Qaeda. Castigar, debilitar a Asad sí, derrocarlo, al menos ahora, sin un alternativa unida y confiable para Estados Unidos, no. No faltan informaciones que aseguran que los yihadistas temen que en realidad se termine por bombardear sus posiciones.

Con el apoyo ya de los líderes demócratas y republicanos Obama seguramente ordenará un bombardeo limitado la próxima semana.  En cuanto al pequeño François, dispuesto a emular al pequeño Nicolas en la recuperación de la grandeur mezclada con argumentos humanitarios, puede que le siga, pero no parece que por eso vaya a mejorar su popularidad interna. No contará Obama en este caso con el primo británico, después de ser Cameron derrotado en el parlamento (¡eso es un parlamento!)

¿Polvorín o laberinto?

Si Estados Unidos bombardea -ha dicho Asad- el polvorín de Oriente Próximo estallará. Una conflagración general no es 100% descartable, pero es que en realidad esa guerra ya se libra en una multiplicidad de conflictos enlazados, donde los actores intercambian aliados.

Leo estos días Jerusalén: la biografía, de Simon Sebag Montefiore, y muchas de las luchas por la Ciudad Santa, con sus guerras, alianzas, tratados y equilibrios de poder entre imperios parecen referirse al día de hoy. Oriente Próximo es la bisagra del mundo, un laberinto de luchas estratégicas, pero no un polvorín que pueda estallar con una chispa ni siquiera con un misil de crucero.

Hay una guerra por la implantación del islam político como fuerza predominante en las transiciones democráticas árabes. Turquía, los Hermanos Musulmanes y Catar son en este caso los aliados, mientras que Arabia Saudí es enemiga de cualquier forma de democracia, aunque la fuerza predominante sea islámica. El golpe de estado de Egipto ha supuesto un paso atrás gigantesco en la adaptación del islam a la democracia. El famoso discurso de Obama en El Cairo que era el engarce para que Estados Unidos aceptara al islam político ya no tiene ningún valor, tras el apoyo de Washington al golpe. En esta batalla son ganadores Arabia Saudí, los salafistas y los yihadistas (enemigos por cierto de la Casa de Saud).

Otra guerra evidente es entre chiíes y sunníes, que se libra en Siria, Líbano e Irak. No son guerras de religión, sino de poder. Se trata de que una comunidad u otra controle los resortes del estado y de la economía. Las dictaduras árabes -como el Imperio Otomano- garantizaban un precario equilibrio, imprescindible sobre todo para las comunidades minoritarias (cristianos, kurdos, drusos). Ahora las dos grandes comunidades islámicas luchan por la preponderancia, al tiempo que funcionan como agentes de la coalición sunní (monarquías del Golfo, Arabia Saudí) o (los chiíes) de irán.

Hay una guerra por la hegemonía regional. Turquía, Arabia Saudí, Catar e Irán son los actores de este conflicto. Cada uno usa sus peones más poderosos. Turquía su diplomacia y su integración en el mundo occidental, su desarrollo económico. Catar una diplomacia de chequera y de apoyo a los Hermanos Musulmanes y grupos yihadistas. Arabia Saudí su peso religioso y su apoyo a todas las formas de islam más conservador y retrogrado. Irán, su enorme potencial, su posición estratégica, su guía sobre todos los chiíes.

Otra manifestación de esta guerra global es el conflicto palestino-israelí. El interés estratégico de Israel es tener vecinos débiles, pero estables. Mejor un Asad debilitado que una Siria yihadista. Las conversaciones con los palestinos puestas en marcha por Kerry serán una vez más un elemento cosmético para no ceder ni un milímetro de tierra.

En Siria se cruzan ahora todos estos conflictos -más la rivalidad Estados Unidos-Rusia. El régimen de los Asad ha sido una dictadura, pero su legitimidad se basó en garantizar el equilibrio entre comunidades, sin perjuicio de los privilegios de la propia, los alauís. Asad sigue contando con el apoyo de las comunidades minoritarias. Por eso y por la existencia de un estado organizado y unas fuerzas armadas fieles y entrenadas en la lucha insurgente en el Líbano Asad ha resistido y en los últimos tiempos con ayuda de Hezbolá está logrando una cierta ventaja militar.

Ni Asad ni sus enemigos pueden ganar la guerra. Sólo una negociación puede poner fin  a la carnicería. Pero para ello es necesario que las potencias implicadas en este conflicto global acepten que sus intereses estarán mejor servidos por una Siria unida.

 

La guerra de Malí ¿un nuevo Afganistán? ¿una nueva Somalia?


Francia se ha lanzado a una operación militar en Malí cuyos objetivos no parecen bien definidos y cuyas consecuencias son inciertas. Las intervenciones occidentales en Afganistán y antes en Somalia han sido grandes fiascos, que ni han estabilizado los países, ni resuelto sus déficits de desarrollo humano ni siquiera logrado el dominio estratégico de las potencias occidentales. La situación en Malí tiene muchos paralelismos.

 

LA INTERVENCIÓN FRANCESA

Fuente: El País

Los cazas francesas empezaron por atacar a las columnas de jihadistas que tomaron Konna y amenzaban Sévaré, base de las tropas de Francia, Senegal y Nigeria y desde donde, por carretar asfaltada, podían alcanzar Bamako en un rápido movimiento.

Luego han bombardeado bases de la milicias islamistas al norte, en la zona controlada por éstas desde el pasado marzo. Por tanto, los objetivos estratégicos parecen más amplios que los de evitar la caída de Bamako. El alto mando francés tampoco ha puesto un plazo a la intervención

El derribo de un helicóptero y la muerte de su piloto, y, sobre todo, el avance este lunes 14 de los salafistas, que han conquistado de Diabali, a 400 kilómetros de Bamako, parece indicar que ni siquiera esta primera parte de la operación, neutralizar la ofensiva jihadista, está siendo fácil. Mucho menos lo será reconquistar las ciudades del norte y no digamos ya controlar el vasto territorio desértico. Los salafistas prometen una guerra larga.

Francia se ha lanzado a la operación porque ha visto en peligro sus intereses estratégicos. La caída de Bamako hubiera generado un caos general en el centro de África y puesto en peligro la reputación de la expotencia colonial. Por otro lado, como se ha recordado, los yacimientos de uranio de Niger -vitales para las nucleares francesas- están más cerca de Gao que de Bamako.

Los militares franceses ha bautizado a la intervención como Operación Serval. Como se encargan de recordar los periódicos argelinos, que califican de neocolonial la intervención, el serval es un pequeño felino africano, que orina hasta 30 veces al día para marcar su territorio. Francia está marcando territorio, pero ¿a qué coste?

Hollande, el blandito, ha cruzado su Rubicón. Por el momento, (casi) toda Francia le sigue, pero ¿por cuánto tiempo?. Las televisiones francesas han caído en tromba sobre Bamako, pero no ofrecen más imágenes que el desembarco de tropas. El mando francés no ha incrustado todavía periodistas entre sus tropas; la situacion parece bastante fuera de control.

¿CÓMO SE HA LLEGADO AQUÍ?

No es extraño que la alianza de fuerzas salafistas que dominan desde marzo el norte de Malí hayan lanzado una ofensiva contra el sur; dese hace meses se les anuncia una operación multinacional (con base en tropas de los países de África occidental) para reconquistar el territorio. La mejor defensa es un buen ataque.

Es conocido que la alianza de Al Qaeda en el Magreb Islámico (de origen argelino), los tuaregs del Movimiento de Liberación de Azawad (MNLA), un movimiento salfista Ansar Dine y un grupo terrorista dedicado a los secuestros, MUJAO (BBC – Mali crisis: Who’s) lograron el control del norte del país con gran facilidad, coincidiendo con un golpe de estado en Bamako llevado a cabo por los mandos medios del ejército.

Desde entonces, estos grupos, sunníes wahabistas frente al sufismo mayoritario en el sur, han impuesto su interpretación fanática del islam, una reedición de los talibanes en el Sahel.

Hay, sin embargo algunos factores que vale la pena recordar:

– El retorno de los combatientes de Libia. Los grupos salafista vivían del secuestro, pero no tenían capacidad militar. Tras la caída de Gadafi retornan mercenario tuaregs, con experiencia militar y potente armamento. Son ellos los que engrosan tanto las filas del MLNA como de Ansar Dine, sin cuyo empuje no hubiera habido ofensiva militar la pasada primavera.

– El fracaso de la estrategia antiterrorista norteamericana. The New York Times revela que los instructores norteamericanos formaron durante años a las tropas de élite del ejército de Malí, todos tuaregs, que a las primeras de cambio se pasaron con armas y bagajes al enemigo. El titular de la información es bien significativo: los bombardeos franceses suplantan la estrategia prudente de Estados Unidos. Y es que el Sahel ha sido el escenario de un discreto, pero robusto programa contraterrerorista de Estados Unidos, superado ahora por la situación de guerra abierta.

– El MLNA, los tuaregs más políticos y menos religiosos, fueron expulsados del territorio bajo control de los rebeldes salafistas. El estado tuareg de Azawad quedó convertido en una versión del califato salafista. Los tuaregs de Malí y de los países vecinos siguen siendo la clave para la estabilidad de la región.

LOS RIESGOS

Philippe Leymarie plantea en Le Monde Diplomatique las incógnitas que pesan sobre la guerra. Ya me he referido a la indefinición estratégica, pero del análisis de Leymarie destaco:

Interpretación abusiva de la resolución 2025 del Consejo de Seguridad, que establecía una negociación política antes de dar luz verde a una intervención militar.

Francia puede recibir apoyos logísticos de sus aliados, pero ni Estados Unidos ni ningún país europeo está dispuesto a mandar tropas a combatir al desierto. Una fuerza africana está lejos de ser operativa -en los planes anteriores a estos nuevos desarrollos estaba previsto que lo fuera de septiembre de 2013. Y como las guerras no se ganan desde el aire les toca a los soldados franceses luchar en la arena.

– Con su beligerante actitud en Libia, Siria y ahora Malí, Francia se situa como primer objetivo del yihadismo internacional. Sin descartar una acción terrorista en suelo metropolitano, lo más probable son ataques a sus (importantes) intereses en el Sahel.

¿UN NUEVO AFGANISTÁN? ¿UNA NUEVA SOMALIA?

La constitución de un estado yihadista en Mali era, sin duda, un riesgo para la estabilidad de la zona y para toda Europa.  Pero parece que no se han aprendido las lecciones de estos conflictos, dice Alain Gresh en Le Monde Diplomatique: ninguna intervención militar exterior ha consolidado un estado.

La intervención militar corre el riesgo de dispersar a estos grupos por una región sin fronteras y con débiles estados. Se perdió mucho tiempo y ni se negoció con los tuaregs del MNLA, ni se logró el consenso en Bamako ni se puso en pie una fuerza africana seria que hubiera disuadido a los yihadistas de atacar el sur. Ahora todo parece demasiado tarde.

Libia: violación de la resolución 1973


En su momento me pronuncié a favor de la Resolución 1973. Creía y creo que era una medida legítima para detener una matanza inminente en Bengasi.

Pero los términos de la resolución hace mucho que se sobrepasaron. La Resolución no permite el bombardeo sistemático de todas las instalaciones militares de Gadafi ni su destrucción es imprescindible para el mandato de proteger a los civiles.

Como ocurriera en la guerra de Kosovo, la OTAN (o los países de la OTAN que bombardean) parecen haberse quedado sin objetivos. De ahí que cada nuevo bombardeo entrañe más riesgo para los civiles. Recuerdo como en Novisad la gente se quejaba de haber sufrido un castigo desproporcionado en sus infrestructuras (con el puente sobre el Danubio destrozado), «nosotros, que eramos los más contrarios a Milosevic» -se lamentaban poco después de terminar la guerra. No creo que muchos habitantes de Tripoli estén precisamente contentos con bombardeos que cada vez tienen más riesgo para los civiles.

La guerra ha carecido de objetivos claros y de preparación adecuada. ¡Han estado a punto de quedarse sin munición!

Y ahora sabemos que los franceses (la guerra de Sarkozy) están armando a las tribus beduinas para que ataquen Trípoli desde el sur. Esta acción claramente viola la Resolución 1973. Están plantando, además, las semillas de una Somalia en el Mediterráneo.

Magnífica la actuación del Tribunal Penal Internacional. Pero ¿por qué no se abren otras causas contra criminales internacionales, independiente de que puedan ser puestos o no a disposición del Tribunal?

Con el país dividido, pésimas condiciones humanitarias en ambos bandos, con el peligro de una inflitración yihadista, una salida negociada puede ser la solución menos mala. Crisis Group propone un alto el fuego inmediato, despliegue de fuerzas internacionales de interposición y apertura de negociaciones entre ambos bandos.

Y ¿qué pasa con Gadafi? Imposible ahora garantizarle inmunidad. No sé quien desatará este nudo gordiano.

 

Otras entradas sobre Libia:

Los relatos de la guerra de Libia

Libia: objetivos difusos y daños colaterales

¿Declararía Vd. la guerra a Gadafi?

 

Los relatos de la guerra de Libia


¿Intervención humanitaria? ¿Guerra legal y limitada? ¿Guerra imperialista? Distintos relatos compiten para explicarnos lo que está ocurriendo en Libia. Todos tienen una parte de verdad, todos tienen puntos débiles y fuertes. Ninguno debe ser asumido acríticamente.

Encuadre y relato

Si no le interesan los fundamentos de las batallas propagandistas, puede leer más adelante los relatos que manejamos para explicar los acontecimientos de Libia, pero conviene entender sus mecanismos generales.

No es lo mismo escribir en el titulo de esta entrada «guerra» o «intervención humanitaria». Usando una u otra expresión, estoy haciendo ya un primer encuadre de la información, una interpretación de los hechos calificándolos con unas u otras palabras, que nunca son neutras.

El encuadre, el enfoque, es una forma de construir la realidad. La noción de framing es una de las corrientes dominantes en las ciencias sociales. En el terreno de la comunicación, los estudiosos se esfuerzan por desentrañar que enfoques se han utilizado para convertir un acontecimiento en noticia. Hay que decir que los periodistas necesitan de estos enfoques para explicarse y explicar el mundo (véanse algunos casos de framing analizados en este blog). Sin categorías previas, ni entendemos ni podemos vehicular un mensaje comprensible. Etiquetar, tematizar… son algunas de las técnicas aplicadas cada día en el trabajo informativo. Manipulación es forzar una determinada interpretación. Pero aunque se sea honesto en ese ejercicio de enfocar los acontecimientos, se corre el riesgo de aplicar estereotipos de forma rutinaria y acrítica. Ya se sabe,  «no dejes que la realidad te arruine un buen titular.»

Cuando estamos ante un proceso informativo de gran magnitud, los encuadres y enfoque se engarzan en un relato más amplio. «Innumerable son los relatos del mundo…» -constataba Barthes (1981) en un famoso artículo que se considera como el origen de la narratología. Para Barthes, el relato es una de las grandes categoría de conocimiento que usamos para comprender y ordenar el mundo. Todos participamos de grandes relatos antropológicos que nos enraízan en nuestra realidad. Pero el relato también se construye por el marketing comercial y político para manipular las conductas de consumidores y ciudadanos. Christian Salmon ha estudiado la actual industria del storytelling (Península, 2007).

Se trata de que el sujeto se sienta parte de una historia, con un papel en un relato que interpreta la realidad y que, por tanto, puede determinar su conducta. Los gabinetes de comunicación e imagen, los spin doctors, construyen esta narrativa controlando la relevancia informativa de los hechos, subrayando unos aspectos sobre otros, buscando conectar con los intereses, anhelos y miedos de las audiencias. No es, por supuesto, un ejercicio determinista. El ciudadano consciente y crítico puede desmontar estos relatos simplemente buscando sus incoherencias. Pero no siempre es tarea fácil, porque los relatos construidos se basan en hechos, en verdades, si bien que parciales.

Hechos y propaganda

Los relatos más burdos que piden adhesión ciega son propaganda. Decir, como Gadafi, que los que están en su contra sus jóvenes drogados por Al Qaeda no es más que propaganda delirante, que dudo que tenga la más mínima credibilidad en la propia Libia.

Nunca conocemos (o no de modo inmediato,  a pesar de WiliLeaks) todos los hechos; nunca lo que ocurre es unívoco; menos aún es posible establecer las motivaciones últimas de los que intervienen en el proceso. Por eso al final se seleccionan y organizan los hechos para crear relatos desde la perspectiva de cada cual.

No sería fácil ponernos de acuerdo en los hechos contrastados. Intentaré ser los más aséptico posible.

Protestas contra Gadafi estallan en las principales libias. El régimen las reprime, pero se ve desbordado en las ciudades del este, donde pronto pierde el control y las calles son tomadas por ciudadanos armados, sin una aparente organización. Es imposible establecer el número de víctimas de la represión como tal, pero no puede ser muy elevado. No se confirman informaciones de que Gadafi bombardeara barrios insurrectos. El mayor número de víctimas se producen durante los primeros días en los combates para tomar los reductos en los que resisten los gadafistas en Bengasi y otras ciudades. A partir de ahí, comienzan los primeros combates de una guerra civil: de un lado unidades de élite y mercenarios; de otro, civiles desorganizados, algunos policías, militares. Gadafi somete a cerco a ciudades como Misrata, donde han podido morir muchos civiles. Después de algunos reveses, Gadafi reconquista territorio. Cuando se encuentra a las puertas de Bengasi, la resolución 1973 autoriza una acción militar para proteger a los civiles, con dos elementos sustanciales, exclusión aérea y embargo de armas. Ataques de Francia, Estados Unidos y Reino Unido destruyen las defensa antiáerea y atacan artillería y blindados gubernamentales. Gadafi se retira de Bengasi y el contrataque de los rebeldes los lleva hasta Sirte, cuna de Gadafi, pero son incapaces de aprovechar la ventaja de la supremacía aérea.

La intervención humanitaria

El relato. Las protestas en Libia forman parte de la «revolución árabe». Gadafi las ha reprimido cometiendo crímenes contra la humanidad. Gadafi ataca a la población civil y puede cometer un genocidio. La intervención es legal y legítima. Es una intervención humanitaria, no una guerra porque no se pretende derrocar a Gadafi, sino proteger a los civiles y abrir pasillos humantarios.

Los autores del relato. Medios gubernamentales occidentales antes de los ataques. Algunas ongs. Activistas libios y árabes.

Puntos débiles. Imposible constatación de los crímenes de Gadafi. Las protestas no enfrentaron a las masas con fuerzas represivas, como en Egipto o Túnez, sino que de las protestas pacíficas se pasó casi de inmediato a los combates. ¿Por qué esa intervención selectiva? ¿Por qué en Libia y no en Baréin, Yemen o Siria? ¿Por qué no en Costa de Marfil, el lugar donde más peligro hay de que se desate una carnicería? No es una intervención quirúrgica, sino el desarrollo de operaciones a gran escala.

La guerra legal, legítima y limitada

Hoy es el relato dominante, pero sus autores ya empiezan a corregirlo para pasar a una más amplia implicación.

El relato. La exclusión aérea, el bloqueo naval y el ataque a la artillería y blindados de Gadafi son acciones de guerra. Pero esta guerra no es la guerra de Irak. Es una guerra limitada ylegal (resolución 1973), legítima (pretende proteger a los civiles), limitada y oporturna (porque ha evitado que la toma de Bengasi desencadenara la venganza sanguinaria de Gadafi). No se pretende derrocar a Gadafi. Los libios tienen que decidir libremente su futuro y esta guerra limitada es la mejor ayuda. Además de la legalidad de la ONU, la intervención reúne un amplio consenso internacional, con la presencia de países árabes en la coalición.

Puntos débiles. Los mismos de la intervención humanitaria. Se recuerda por sus críticos que los mismos que anatematizan hoy a Gadafi ayer le abrazaron y le vendieron las armas que usa contra su pueblos. La objección más importante es que las operaciones ya rebasan los límites de la resolución de la ONU. No se ataca sólo a concentraciones que disparan contra ciudades, sino que la aviación de la coalición se ha convertido en la punta de lanza de los rebeldes, con  el empleo por parte de Estados Unidos de sus bombarderos más potentes. Como ni siquiera así los rebeldes son capaces de darle la vuelta a la guerra, la coalición habla ya abiertamente de armar a los insurgentes. La presencia de países árabes en la coalición  se limita a Catar y a Emiratos Árabes Unidos, dos países que mediante el Consejo de Cooperación del Golfo han intervenido en Baréin para reprimir las protestas. Por su parte, los «realistas» advierten que la falta de unos objetivos claros en cualquier intervención militar lleva al fracaso.

Los autores del relato. L0s estados mayores mediáticos de los países intervinientes y los medios dominantes. En los países europeos los medios han asumido sin demasiadas críticas la posición de sus gobiernos. En Estados Unidos, se percibe que sus intereses estratégicos no están en juego y los medios más conservadores aprovechan para poner en cuestión la nueva doctrina multilateralista de Obama (Estados Unidos no puede ser el policía del mundo, pero tiene que movilizar al mayor número posible de países para ejercer la «responsabilidad de proteger» allí donde sea factible).

Puntos débiles. La intervención se ha realizado conforme a intereses electoralistas, especialmente de Sarkozy. Los rebeldes también han podido cometer crímenes de guerra y pueden abrir la puerta a Al Qaeda. Se están sobrepasando los límites de la resolución 1973 con ataques indiscriminados contra las fuerza de Gadafi. La operación camina a un apoyo a los rebeldes con armas y asistencia, que violaría la resolución. La coalición parece dispuesta a seguir adelante sin una nueva resolución, haciendo una interpretación abusiva de la 1973. La guerra puede convertirse en un nuevo Irak o Afganistán, desestabilizando todo el Sahel.

No existe la guerra justa

El relato. Ninguna guerra puede imponer los derechos humanos y la democracia. La guerra no trae sino más males. En los bombardeos pueden estar muriendo más civiles. Además, las bombas y misiles llevan uranio empobrecido que causará cáncer y enfermedades entre los libios. Hay que hablar y negociar para lograr un acuerdo que salvaguarde los derechos de todos.

Los autores. Aunque hay una corriente profunda pacifista en opiniones públicas como la española, sólo algunos intelectuales han defendido esta postura, como Federico Mayor Zaragoza.

Puntos débiles. Es imposible dialogar con Gadafi. La inacción sólo conduce al genocidio, como en Sarajevo, Srebrenica o Ruanda.

La guerra imperialista

El relato. Esta es una guerra más por el petróleo. No ha existido una revuelta popular por la democracia, como en Túnez o Egipto, sino una pelea por los beneficios del petróleo. Gadafi planeaba nacionalizar el petróleo y repartir sus beneficios entre todos los libios, a lo que se opuso la Asamblea Popular y ha llevado a un intento de golpe fallido por parte de una burocracia privilegiada opuesta a este reparto igualitario. Los gobiernos occidentales han lanzado la guerra para que sus compañías se apropien del petróleo y lo presentan como una acción humanitaria. Las televisiones nos lavan el cerebro (Julia Anguita). Gadafi no era sino un pelele de los intereses occidentales, que ahora prescinden de él. Gadafi era el carcelero de los africanos que intentaban entrar en la Unión Europea.

Los autores. Izquierda Unida y los movimientos alternativos. Es dominante en estos ámbitos. Chávez y Daniel Ortega («los enemigos de mis enemigos son mis amigos», «cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon  las tuyas a remojar»)

Puntos débiles. Nueva versión de la teoría conspirativa. Parece ignorar que las compañías petrolíferas ya hacían magníficos negocios en Libia. Ignora la necesidad de proteger a los civiles. Cierran los ojos al baño de sangre que podría llevar a cabo Gadafi (sintomático su comparación con Franco y la entrada «liberadora» en Madrid). Subestima a los anhelos de dignidad que expresa la revuelta. Supone rechazar todo el desarrollo reciente del derecho humanitario.

((A los que habéis llegado hasta el final de este larga entrada, demasiado extensa, gracias. Me gustaría retomar los comentarios sobre «metaperiodismo», pero no puedo sustraerme a comentar estos cambios históricos.))

Libia: objetivos difusos y daños colaterales


Objetivos legales

Llevamos tres días de guerra en Libia y la intervención de la coalición occidental muestra ya sus debilidades y contradicciones. Falta de una comando militar claro, contradicciones en los objetivos y desmarque de la Liga Árabe apuntan a que la situación puede degenerar e ir más allá de una «intervención humanitaria».

Con todas las dudas que puedan existir, la legitimidad de esta guerra está vinculada al estricto cumplimiento de los objetivos de la Resolución 1973 que es su base legal. Y estos objetivos son la protección de los civiles, el establecimiento de una zona de exclusión aérea, la prohibición de vuelos, el embargo de armas y la congelación de fondos.

No es objetivo el derrocamientos de Gadafi, ni mucho menos su asesinato, como han afirmado los ministros de Defensa y Exteriores británicos, luego corregidos por sus portavoces. No lo es el bombardeo del complejo Bab al-Aziziya, centro de poder del dictador.

Entran, en cambio dentro de los objetivos de la Resolución, el bombardeo de los radares y defensas antiaéreas, operación imprescindible para impone la zona de exclusión aérea. Llama la atención que la Liga Árabe se muestre contraria a esas operaciones contra la defensa antiaérea. ¿Qué pensaban que significaba pedir una zona de exclusión aérea?.

Son también objetivos la artillería o tanques que pudieran disparar contra la población civil.

En la fase en que nos encontramos, los únicos objetivos militares en vigor al amparo de la Resolución serían la vigilancia para impedir el ataque a zonas habitadas y el bloqueo marítimo para impedir la llegada de armas. Desde luego, la coalición no está autorizada a destrozar, paso a paso, bombardeo a bombardeo, todas las capacidades militares y las infraestructuras estratégicas, como se hizo con Serbia en 1999, cuando la OTAN prácticamente se quedó sin objetivos después de tres meses de bombardeos.

¿Qué pasa si Gadafi no se hunde, pero ya no es un peligro para las poblaciones fuera de su control? Pues que la virtualidad de la Resolución habrá terminado. Para ir más allá de acuerdo con el derecho internacional esta «coalición de voluntarios» necesitaría una nueva cobertura legal, impensable de conseguir en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Dice Ramón Lobo que las resoluciones son artefactos jurídicos expresamente ambiguos que dan margen de maniobra para la diplomacia y la guerra. Pero lo que no van a conseguir los gobierno es el apoyo de las opiniones públicas si la guerra se empatana, los bombardeos causan bajas civiles o es necesario una implicación más directa en la guerra civil-tribal de Libia. Los «ingenuos humanistaristas» que hubiéramos votado a favor de la Resolución 1973 en el Consejo de Seguridad daríamos un paso atrás, aunque no creo que ésto preocupara a unos gobiernos metidos de lleno en la guerra.

La opción más probable, apoyar a los rebeldes con asesoramiento, información y armas, no tiene cobertura legal; más aún, vulneraría la Resolución en cuanto que supondría violar expresamente el embargo de armas. Hoy Ed Miliband, el líder laborista, ha invocado en los Comunes el paralelismo con la política de no intervención franco-británica que hundió a la República española. Otra vez el dilema moral…

… Y daños colaterales

Si una operación formalmente concebida para proteger civiles mata civiles su legitimidad desaparece.

No sé si el término pudo utilizarse antes, pero el caso es que fue durante la Guerra del Golfo de 1991 cuando se extendió su uso. A daños colaterales quedaban reducidas las víctimas civiles. El relato era que las armas «inteligentes» norteamericanas tenían una precisión quirúrgica y que sólo se dirigían contra objetivos militares. Era la guerra de los «videojuegos». Si morían civiles era porque, o bien el Sadam los había colocado allí como escudos humanos o por un insólito error tecnológico.

Lo cierto es que la precisión no era, ni entonces ni ahora, tanta. Y más cierto que algunos bombardeos se fijaron expresamente sobre objetivos civiles. Es el caso del refugio de al-Amiriya, de Bagdad, bombardeado la noche del 13 de febrero de 1991 con un misil perforante. La bola de fuego fulminó instantáneamente a 403 personas. Los norteamericanos sostuvieron que ocultaba un centro de mando y control, pero nadie encontró rastro de tales instalaciones. Probablemente, los mandos militares tenían alguna información de que en él podría ocultarse Sadam Husein o su familia. Por tanto, nada de daños colaterales, sino directamente crímenes de guerra.

Otro tanto ocurrió con el ataque a la televisión serbia en Belgrado en 1999. La OTAN atacó el edificio alegando que sus emisiones incitaban al odio y a la limpieza étnica. Murieron los técnicos que de madrugada mantenían la emisión. Sus familiares siempre han sostenido que el Milosevic conocía el ataque, pero que no ordenó la evacuación del edificio para ganar una baza propagandística.

Ambos casos me han venido a la memoria ante el bombardeo el complejo de Bab al-Aziziya. Para la coalición se atacaba un centro de mando y control. Para el portavoz de Gadafi, un edificio administrativo rodeado de civiles.

Una vez más, la guerra de propaganda a costa de la vida de civiles.

(PS. Con su estilo vitriólico Robert Fisk se añade al coro de voces críticas con su crónica Los peligros de la «intervención humanitaria» en Libia. Las crónicas de Fisk para The Independent pueden seguirse en español en La Jornada)

¿Declararía Vd. la guerra a Gadafi?


¿Qué habría votado Vd. la pasada noche de estar sentado en la mesa circular del Consejo de Seguridad de la ONU?

¿Habría votado a favor de la Resolución 1973 (2011) (texto y debate), lo más parecido a una declaración de guerra al régimen de Gadafi?

Ninguno nos vemos en ese dilema moral, porque no somos los ciudadanos sino los estados los que votan en el Consejo de Seguridad. Y no lo hacen principalmente en función de criterios éticos (aunque a veces así lo pretendan) sino conforme a la «razón de estado», estos es, de acuerdo a los intereses estratégicos nacionales (o peor, del gobierno de turno).

En ese ejercicio hipótetico del derecho de voto, yo hubiera aprobado la resolución. Con todas las dudas del mund0. ¿Será efectiva la posible intervención para proteger a los civiles? ¿no llega demasiado tarde? ¿no será dar una patada a un avispero? ¿no estaremos haciendo el juego a los que ayer (como Sarkozy) abrazaban al tirano? ¿no será intervenir a favor de una facción que termine por cometer tantos crímenes como Gadafi? ¿no será otra guerra por el petróleo? ¿no causará más víctimas civiles que las que se quiere evitar? ¿por qué Gadafi y no otro tirano?…

Sin respuesta clara para cada una de estas preguntas, en conciencia hubiera votado sí. Porque si algo así se hubiera hecho en Bosnia la guerra no hubiera durado tanto. Porque si no ese payaso cruel de Gadafi lanzará una represión sangrienta después de su triunfo en una breve guerra civil -esclaredora su propia comparación con Franco y la entrada en Madrid. Porque en caso contrario el derecho internacional volverá a ser papel mojado.

 

El contenido de la Resolución

La decisión del Consejo se fundamenta en el Capítulo VII de la Carta de las Naciones Unidas, esto es, justifica la acción internacional que limita la soberanía  de un estado en el peligro que la conducta de su gobierno entraña para la paz internacional. Se invoca, pues, la legitimación más enérgica, y no se pone en acción el nuevo mecanismo de la «responsabilidad de proteger«, aunque el espíritu del acuerdo sea proteger a la población civil. La aplicación del Capítulo VII implica el uso de «cualquier medio» incluidos los militares para llevar a cabo lo que la Resolución ordena. La intervención será, así legal, creo (con todas esas dudas) que legitima, pero no estoy seguro si oportuna.

¿Qué pretende la Resolución? ¿Cuáles son sus objetivos?

Pide un inmediato alto el fuego y el cese de los ataques y abusos contra civiles, exigencias todas ellas que afectan tanto a Gadafi como a los rebeldes, pues estos también pueden haber cometido crímenes (como advirtió el fiscal del Tribunal Penal Internacional, Moreno Ocampo).

Exige a las autoridades libias (las únicas reconocidas internacionalmente) que respeten el derecho internacional, especialmente los derechos, el derecho humanitario, protejan a su población y no impidan la asistencia humanitaria.

Y como tercer objetivo establece la acción diplomática que conduzca a un diálogo para dar satisfacción a las legítimas demandas de la población.

Para alcanzar estos fines, autoriza a tomas medidas en los siguientes campos:

Protección de los civiles de las áreas pobladas, incluido (expresamente) Bengasi.

Zona de exclusión áerea sobre todo el espacio aéreo libio, excluidos los de ayuda humanitaria y evacuación de extranjero.

– Reforzamiento del embargo de armas y congelación de fondos.

Prohibición de vuelos para cualquier aparato matriculado en Libia.

¿Quién puede imponer estas medidas? En principio, cualquier estado miembro, pero la Resolución específica que cualquier acción se notificará al Secretario General, se podrá realizar directamente a través de medios nacionales o en el marco de una organización regional (léase OTAN) y en coordinación con la Liga Árabe.

 

Las posiciones en el Consejo

Son significativas las cinco abstenciones. Dos de los miembros permanente, Rusia y China, opuestos por principio a cualquier limitación de la soberanía nacional y temerosos de que algún día estos precedentes puedan invocarse en su contra, han dado finalmente luz verde (¿a cambio de que concesiones?). Brasil e India, los líderes de los emergentes, deseosos siempre de marcar distancias con respecto a las iniciativas de los grandes. Y una abstención llamativa, Alemania. Su embajador, pese a manifestarse a favor de los objetivos de la Resoluciómn, mostró su temor a la pérdida de vidas a gran escala y a la posible extensión del conflicto a toda la región. ¿Habrán jugado algún papel los intereses electorales de Merkel? Desde luego, en el caso de Francia, Sarkozy estaría muy satisfecho si Gadafi no pudiera mostrar los supuestos documentos que probarían la financiación de la campaña del inquilino del Elíseo.

 

Las consecuencias de la Resolución

Decía al principio que la Resolución es lo más parecido a una declaración de guerra a Gadafi. Para hacer efectiva la prohibición de vuelos sobre el espacio aéreo libio hay que «neutralizar» (eufemismo de atacar) las defensas aérea libias. Proteger a la población de Bengasi puede suponer bombardear o atacar con misiles la artillería o los tanques de Gadafi. Aplicar el embargo de armas supone imponer un bloqueo naval.

Para ello, Estados Unidos puede actuar unilateralmente, pero lo más probable es que la intervención sea realizada por la OTAN, con el mayor protagonismo posible de los europeos. En el Mediterráneo se han ido ya acumulando fuerzas navales durantes las tres últimas semana.

Las críticas de los «realistas» señalan faltan de objetivos claros en la intervención. El cauto Obama ha arrastrado los pies antes de dar este paso. Las acciones de guerra anteriormente descritas pueden debilitar y terminar con Gadafi, pero también pueden convertir el conflicto en una guerra de guerrillas, un escenario ideal para Gadafi, que podría seguir recibiendo ayuda a través de un desierto incontrolable ayuda de Argelia o Siria. No es desdeñable la objección alemana de una extensión del conflicto al Sahel,  que sería imán para combatientes yihadistas. Toda una pesadilla.

También puede ocurrir que la situación quede en tablas y Gadafi controle una parte del país. Convertido en un paria internacional, pero sobrevivirá, ya lo logró durante 20 años. Y, quién sabe, quizá dentro de 10 años las capitales europeas pongan de nuevo la alfombra roja, pero ahora a su hijo  «occidental», Saif el Islam.

¿Intervenir en Libia?


¿Cómo parar la carnicería en Libia? La posibilidad de intervención militar se discute en las cancillerías y estados mayores, está en el orden del día de las organizaciones internacionales y se debate en los medios. Una intervención inmediata, con respaldo de la ONU, es más que improbable, pero en una situación de guerra civil la intervención terminará produciéndose con el apoyo a uno y otro bando.

* En la columna de la derecha encontrarás una encuesta sobre este tema

El fiasco de las intervenciones humanitarias

No ha habido operación militar en la historia más publicitada que el desembarco de los marines en Somalia en la navidad de 1992. El Consejo de Seguridad había autorizado una limitada operación militar para repartir alimentos a una población víctima del caos que siguió al derrocamiento de Siad Barre.

Ya que nada se hacía en los Balcanes, Butros Gali y un saliente presidente Bush padre se pusieron de acuerdo para salvar la cara con una intervención «humanitaria» en el Cuerno de África. En pocos meses, los norteamericanos eran una facción más de la guerra de clanes somalí. Las imágenes del piloto del Black Hawk arrastrado por las turbas fue un trauma para los norteamericanos y una de las razones por las que Clinton cerró los ojos al genocidio de Ruanda.

La presencia en Bosnia de cascos azules de la ONU para proteger el envío de ayuda humanitaria (y luego ciertas zonas civiles) fue una misión peligrosa, heroica a veces, pero ineficaz e hipócrita (alimentar a quién en el siguiente minuto podía morir por los disparos de un francotirador o un obus). Pasaron muchos meses de diplomacia fallida y decena de miles de muertos civiles para que la OTAN aplicase una especie de prohibición de vuelos a los serbobosnios y bombardeara sus polvorines, en un gesto más de advertencia que de acción militar decisiva. En el campo de batalla pesó más la ofensiva de los croatas (Operación Tormenta) armados por Alemania.

Cuando paramilitares serbios lanzaron una campaña de limpieza étnica en Kosovo comenzó el baile diplomático, acompañado de amenazas de Estados Unidos y sus aliados. Al final, la OTAN tuvo que intervenir para salvar su reputación, amenazada por el desafío de Milosevic. La campaña de bombardeos sobre Serbia y Kosovo no fue autorizada por el Consejo de Seguridad de la ONU. La intervención paró un genocidio, pero permitió gravísimos crímenes contra los civiles serbios. Hoy, al frente del gobierno de Kosovo se encuentra el jefe de la mafia que pudo desarrollar una campaña de asesinatos de prisioneros para traficar con sus órganos.

Condiciones para una intervención legítima

Conforme a la Carta de la ONU cuando un estado pone en peligro la paz internacional, la comunidad internacional puede intervenir dejando en suspenso el principio de soberanía. El Consejo de Seguridad puede advertir, sancionar y ordenar una operación militar, en el marco del Capítulo VII de la Carta.

¿Cuándo se pone en peligro la paz? ¿Sólo cuándo se amenaza a los vecinos? ¿O también cuándo se esclaviza y masacra a los nacionales? El concepto clásico de amenaza a la paz se ha ampliado en los últimos años con el de responsabilidad de proteger. Todo gobernante tiene la responsabilidad de proteger a su población frente a la violencia generalizada, la limpieza étnica, crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra o  genocidio. Si no lo hace, la comunidad internacional tendrá que asumir en sus lugar esa responsabilidad, limitando la soberanía nacional para detener proteger a la población.

El concepto, promovido por un grupo de diplomáticos occidentales reunidos en torno al exministro de exteriores canadiense Garreth Evans en Crisis Group, es cuestionado por aquellos que temen que bajo la capa de este principio se legitime la intervención neocolonial de las grandes potencias. Pese al escaso entusiasmo de Rusia y China, el principio fue aprobado por la Cumbre Mundial de 2005 y convertido en vinculante por una resolución del Consejo de Seguridad de 2006.

Los principios que rigen una intervención que invoque este principio son Causa Justa, Intención Acertada, Último Recurso, Medios Proporcionales, Perspectivas Razonables y Autoridad Apropiada. Sin desmenuzar cada uno de ellos resulta claro que sólo pueden considerarse legítimas aquellas medidas que sean autorizadas por el Consejo de Seguridad.

La reacción internacional

En el caso de Libia el Consejo de Seguridad ha actuado con mayor celeridad y consenso de lo que es habitual en una crisis de estas características. La adopción por una unanimidad de una serie de sanciones, como la congelación de fondos y, sobre todo, el envío del caso al Tribunal Penal Internacional no tienen precedentes.

Estas medidas pueden tener efectos a largo plazo en el caso de un régimen que viole sistemáticamente los derechos humanos, pero son de una eficacia muy limitada en situaciones de urgencia.

Estados Unidos ha esgrimido como amenaza fundamental la prohibición de vuelos militares o imposición de una zona de exclusión área. Se justificaría en los bombardeos de Gadafi a la población civil. El Secretario de Defensa, Robert Gates, advirtió que su imposición sería una acción de guerra, que requeriría el bombardeo de los radares libios, lo que pareció enfriar el entusiasmo de los intervencionistas. Luego el presidente Obama circunscribió la intervención a que fuera necesaria para proteger la entrega de ayuda humanitaria -un clásico que nos retrotrae a la guerra de Bosnia.

El caso libio

Libia ha caído en una guerra civil. Ninguno de los dos bandos parece en condiciones de resolver de modo inmediato el conflicto. No estamos ya en una situación de dictadura represiva (a la que Estados Unidos y los europeos dieron su bendición a partir del 2000), sino en una guerra abierta y, por tanto, cualquier intervención supone la toma de partido y convertirse, de una manera u otra, en contendiente.

Rusia y China vetarán en el Consejo de Seguridad medidas como la exclusión aérea. Estados Unidos y la OTAN tendrán que andar solos si lo desean ese camino, pero esa intervención ya no sería legal y es muy discutible que tuviera por si misma un peso en la guerra. En cualquier caso, su ejecución militar no puede ser inmediata.

Los enemigos de Gadafi no quieren un cuerpo expedicionario extranjero. Obama y sus aliados bastante tienen con Afganistán. El fantasma de Somalia, exagerado por los Gadafi, no deja de ser un peligro real. Nadie quiere -por ahora- un desembarco de marines.

¿No habrá entonces intervención? La intervención puede estar desarrollándose ya. Es muy probable que los rebeldes estén recibiendo algún tipo de asistencia militar occidental. Gadafi estará movilizando todos sus recursos para atraer a mercenarios y apoyos tuaregs. Si el conflicto se estanca, quien controle el petróleo tendrá a buen seguro el apoyo de las compañías internacionales.

No habrá una operación de paz de la ONU, pero, como en toda guerra civil, las grandes potencias lucharán por intermediación de los bandos combatientes. Y si Gadafi consiguiera apagar a sangre y fuego la rebelión, Libia (y los libios, de cualquier color o tribu) volverían a ser unos parias, pero el gas y el petróleo volverían a fluir a nuestros coches y calefacciones.

(Otras entradas sobre la responsabilidad de proteger. Ver la llamada de alerta de la International Coalition for the Responsabiliy to Protect.)

Texto adoptado por la Asamblea General en la Cumbre Mundial de 2005