
Madrid, 14 de abril de 1931 – Alfonso Sánchez Portela
España se acostó monárquica y se levantó republicana. El 14 de abril de 1931 las masas recogieron el poder constituyente en la calle. Las candidaturas republicanas habían vencido en las grandes ciudades en aquellas elecciones municipales del domingo 12 de abril. Allfonso XIII entendió el mensaje y se marchó -«no se ha marchao, que le hemos hechao», decían las gentes en las calles.
Cuando la multitud empezó a concentrarse en la Puerta del Sol el 13 de abril el capitán al mando de la Guardia Civil se negó a sacar las tropas a la calle porque sus hombres no iban a obedecerle. La legitimidad monárquico-constitucional había quedado seriamente dañada por el apoyo del rey a la Dictadura de Primo de Rivera. El Comité Revolucionario toma el poder. El general Sanjurjo, director de la Guardia Civil, se cuadra ante Miguel Maura.
Un cambio de legitimidad convierte al poder en constituyente, esto es, con la capacidad suficiente para delimitar las grandes líneas de la convivencia política y social plasmadas en una nueva constitución. La legitimidad cambia la mayor parte de las veces por una revolución (más o menos violenta, más o menos pacífica) o más raramente por un proceso de consenso entre las fuerzas políticas.
Ese consenso constitucional se produjo en la España de la Transición. Sin una ruptura formal con el orden anterior se llegó a una legitimidad democrática a lo largo de un tortuoso camino que desembocó en la Constitución de 1978. Desde luego que ese proceso no fue una hoja de ruta pensada por Juan Carlos de Borbón y ejecutada por Adolfo Suárez. Fue un proceso de negociación política a muchas bandas que no se hubiera producido sin la presión popular en la calle.
En una revolución el poder constituyente puede imponer una constitución. Eso en teoría, porque en la práctica entre las fuerzas revolucionarias suele haber pluralidad de criterios e intereses y muchas veces la discusión de la constitución fragmenta el concurso social que trajo la revolución. En cualquier caso, una constitución impuesta por una parte de la sociedad (más o menos mayoritaria) al resto sólo puede mantenerse por la fuerza o se disuelve en una sucesión de conflictos que termina por traer otra legitimidad.
Una constitución requiere un consenso tan mayoritario como para que no queden fuera más que fuerzas marginales, enemigas acérrimas de la nueva legitimidad. El poder constituyente se convierte en poder constituido con la proclamación de la constitución, pero para preservar el sistema logrado mediante pactos es necesario que el poder constituido (gobierno, parlamento) no puedan cambiar mediante un proceso legislativo ordinario la norma fundamental.
Todas las constituciones formales tienen alguna forma de blindaje. El problema es que si el blindaje es muy riguroso («constituciones rígidas») la reforma resulta casi imposible y, por tanto, en lugar de su puesta al día la única alternativa es abrir un nuevo proceso constituyente… pero para eso hace falta una ruptura y un cambio de legitimidad.
Los constituyentes del 78 establecieron (Título X) un proceso de reforma muy rígido, que exige siempre el acuerdo de las fuerzas parlamentarias mayoritarias (3/5 de las cámaras) y un mecanismo reforzado para la revisión total o una parcial que afecte a la definición del Estado, los derechos fundamentales y libertades públicas y la Corona: disolución de las Cortes por mayoría de 2/3, elecciones a cortes constituyentes, aprobación por mayoría de 2/3 y referendum. Podría decirse que, en este paquete, si para unos se garantizaba que no se tocaran los derechos fundamentales, para otros, a cambio, se blindaba la monarquía.
Y en esta encrucijada nos encontramos. La legitimidad de 1978 se ha visto erosionada. La ruptura del pacto social ha dejado en la cuneta a gran parte de nuestra sociedad. Con nocturnidad y alevosía PP y PSOE se pusieronde acuerdo para modificar el art. 135, en teoría una norma de regulación de los presupuestos públicos, pero que, en la práctica al someter la política fiscal al dogma del déficit cero, supone la desnaturalización del estado social y democrático consagrado en el art. 1. La partitocracia ha arruinado la vida democrática.
La abdicación de Juan Carlos plantea de nuevo la cuestión de la forma de gobierno. La sociedad española está dividida por líneas ideológicas que hunden sus raíces en República y la Guerra y fragmentada por la crisis, con riesgo para la cohesión social. Por eso la causa republicana aglutina no sólo a los republicanos sino a muchos de los que llevan años defendiendo en la calle el estado social. Puede ser un proyecto ilusionante, pero también un espejismo: ¿y si detrás de la fachada de una república el edificio siguiera teniendo los mismos problemas estructurales?.
Las encuestas dicen que una mayoría está a favor de un referendum para decidir entre monarquía y república. En principio podría recurrirse al referendum consultivo del art. 92, pero constitucionalmente sería más que dudoso, en cuanto que lo que se pregunta atañe a una de las instituciones protegidas por el procedimiento de reforma reforzada. Pero imaginemos que se convoca tal referendum y gana la opción republicana. Evidentemente, entonces no tendría ningún sentido poner en marcha una reforma constitucional: estaríamos ante una nueva legitimidad y se abríría un proceso constituyente. ¿Habría consenso para desarrollarlo?.
Otro tanto pueede ocurrir con la consulta catalana. El próximo 9 de noviembre en Cataluña puede haber otra legitimidad. La proclamación unilateral de independencia resultaría imparable. ¿Habría consenso interno en Cataluña? ¿Lo habría en el resto de España para negociar la separación e iniciar nuestro propio proceso constituyente?.
Me temo que a la vista de resultados electorales y encuestas en España es muy difícil alcanzar un consenso para regenerar el sistema político. ¿Podría hacernos reaccionar un trauma grave y repentino como la separación de Cataluña?
De lo único que estoy seguro es que no hay soluciones milagrosoas; que ni un rey ni un presidente de la república pueden en un régimen parlamentario liderar esa regeneración. Por eso me preocupan artículos como el de Josep Colomer que en la práctica aboga por una reedición del 23-F con Felipe VI al frente.
martes, 10 Jun 14 a las 4:14 pm
Hola Rafa, creo que todo tu argumento (no tus sentimientos, que comparto) descansa en la rigidez de la Constitución y en la amplitud de la demanda de cambio. No estoy seguro de que con una norma menos rígida (¿más inestable?) nos hubiera ido o nos fuera mejor. Tampoco estoy seguro de la amplitud de la demanda social, tan cruzada de malestar por el despojo, de soluciones inestables y populistas, de oportunismo. Quizás ese cruce fue el del 31, pero tanto en ese caso, como en el de ausencia de poder por muerte del dictador, lo que quedaba atrás no era un régimen democrático que hubiera dado sus frutos. Espero respuesta. Germinal.
martes, 10 Jun 14 a las 5:08 pm
La rigidez de la Constitución del 78 era obligada por venir del difícil acuerdo del que venía. Era una garantía para todos de que un gobierno con mayoría absoluta pudiera cambiarla a su placer. En principio, la rigidez no habría sido negativa si las fuerzas políticas hubieran mostrado más sentido de estado. Es evidente que después de más de 30 años hay que, por ejemplo, incorporar derechos de nueva generación, adaptarla a la pertencia a la UE y a la existencia de un nuevo espacio público vitrtual. Por no hablar de la estructura territorial, la construcción constitucional que peor ha funcionado. Pero PP y PSOE sólo han sido capaces de ponerse de acuerdo en la malhadada reforma del art. 135. Creo que ahora hay una demanda importante de reforma consitucional por parte de los que se consideran excluídos social o políticamente, pero me parece que, como latinos, seguimos creyendo en el poder milagroso de las normas. La reforma de la Constitución debe ser el punto de llegada de una verdadera regeneración más que punto de partida. Creo que muchos de los que abogan por el cambio constitucional no son verdaderamente conscientes del verdadero equilibrio de fuerzas. Si se abre el melón ¿mantendremos los derechos conquistados hace cuatro décadas? Pero como digo en el texto creo que se avecina un trauma constitucional, el referedum y la secesión de Cataluña, que puede poner fin al régimen del 78.
jueves, 12 Jun 14 a las 1:07 pm
Sí, así es. Me detengo en lo de las fuerzas políticas: si hubieran mostrado más sentido de Estado y los votantes se lo hubiéramos exigido. Ahora cosechan ese rechazo, no desde la madurez democrática sino desde el populismo y la desesperación. Algunos terminaremos (tú, además por profesión), como Pipaón.
jueves, 12 Jun 14 a las 7:28 pm
Me pillas. No recuerdo más Pipaón que un personaje de los Episodios Nacionales…
domingo, 15 Jun 14 a las 5:07 pm
Ese mismo. Siento la tardanza.