
No encontraba estos días un rato para escribir algo sobre lo que está ocurriendo en Grecia. No soy ningún experto, pero le tengo cariño y respeto al país, más áspero de lo que muchos piensan desde una visión idílica de lo mediterráneo.
Visité como turista por primera vez Grecia -toda la Grecia peninsular y unas cuantas islas- en 1976. El país acababa de salir de la dictadura de los coroneles y había pasado a la tutela democrática-autoritaria de Karamanlis. En plena transición española, muchas veían en esa democracia autoritaria helena un modelo para España. Hasta una revista de humor llegó a acuñar el mote de Fragamanlis para la eterna esperanza blanca de la derecha, Manuel Fraga Iribarne. Aquella Grecia era mucho más rural y pobre que nuestra España, que ya es decir. Era un país auténtico, poco maleado por el turismo (salvo en Atenas y en alguna isla). Llegué, como tantos, con el arquetipo de la Grecia clásica y me encontré un país, mediterráneo sí, pero oriental también, «turco», y que me perdonen los griegos.
Volví como periodista en 2004 para dar la visión social y política de los Juegos Olímpicos. El país había cambiado y Atenas se había convertido, al menos en su centro, en una capital más, con sus franquicias y cadenas de moda. Los Juegos se vivían con orgullo -el orgullo de los que se consideraban padres de las olimpiadas y la democracia- pero sin excesivo entusiasmo y con un punto de resignación. Francesç Sorli fue meficaz guía y el facilitador de las entrevistas. Después he regresado de nuevo como turista.
De los análisis de estos días me quedo con el de Luis Prados en El País. Posiblemente esa explosión de ira sea un síntoma de un nihilismo de jóvenes que se sienten excluidos del bienestar que conquistaron sus padres, un mal de muchas sociedades europeas y no una enfermedad propiamente griega. Pero para poner el fenómeno en su contexto enumeraré algunas peculiaridades griegas.
El despilfarro de la ventaja europea. Grecia es el único miembro veterano de la Unión Europea que no ha mejorado con respecto a los socios más ricos o, que por decirlo de otra manera, se ha empobrecido relativamente. Cuando ingresó estaba más cerca de la media de la renta europea que antes de la incorporación de los países del este. Quizá la palabra no sea despilfarro: no ha sido tanto un problema de corrupción (más importante en Italia) como de capacidad de gestión, burocracia y potencialidades del país.
Una burocracia asfixiante y prepotente. En ningún país europeo he encontrado tantas cortapisas para el trabajo informativo como en Grecia. Todos los griegos se quejan de la burocracia, pero la mayoría la respetan y les parece un mal imprescindible.
Clientelismo y política endogámica. La burocracia es muchas veces el brazo ejecutor del clientelismo y el caciquismo, presente no sólo en el campo, sino también en las ciudades. Las grandes familias han dominado la política en la monaquía y en la república. El primer ministro es sobrino del viejo Karamanlis. La ministra de exteriores, Dora Bakoyani, ex alcadesa de Atenas, viuda de un político asesinado por un grupúsculo terrorista, es hija de Misotakis, primer ministro conservador en la década de los 90. Y qué decir de la saga Papandreu, con dos caudillos y un tercer vástago con poco carisma (Por cierto, Evangelos Venizelos, uno de los pesos pesados del PASOK, no es descendiente del gran Elefterios Venizelos, uno de los padres de la Grecia moderna, como estos días se ha dicho).
La mala digestión de los juegos. Como pasó en España, a la fiesta olímpica siguió la recesión, no tan acusada como en España, porque aunque se afrontaron infraestructuras imprescindibles (por ejemplo, el puente Río-Antirio que une el Peloponeso con el resto de la península helénica) el esfuerzo inversor no fue tan alto como en España.
Una sociedad familiar. Como en España, Italia o Portugal, la familia sigue siendo la espina dorsal de Grecia. Sólo así puede explicarse que los niveles de paro juvenil no bajen de más del 20%.
La fractura política. La durísima guerra civil (de la que fuera de Grecia poco se sabe) y la dictadura dejaron heridas hoy cerradas, pero también fracturas políticas derecha-izquierda tan profundas o más que las españolas. La izquierda (el Partido Comunista y la coalición Sinaspimos) suman más de un 15%. La izquierda tiene una gran capacidad de movilizar a unas bases enérgicas, pero, desde luego no violentas. El Partido Comunista no aceptó nunca el eurocomunismo. Si vale la anécdota, cuando al final de una entrevista y ya fuera de cámara, le pregunté a un miembro de la ejecutivo por el número de sus afiliados me respondió que esa era una cuestión secreta. En Grecia han pervivido grupúsculos terroristas cuya objetivo preferente han sido ciudadanos o intereses norteamericanos. Además, las revueltas estudiantiles han sido una constante.
La hipertrofia de Atenas. Muchos turistas se quejan de una Atenas que les parece destartalada. Aparte de las impresionantes ruinas clásicas y el centro oficial, falsamente neoclásico, Atenas es una ciudad de aluvión, casi improvisada para dar acogida en los 20 y los 30 a los refugiados huidos de Anatolia y en los 50 y 60 a los inmigrantes del campo. No puede decirse que sea una ciudad amable para sus propios habitantes, aunque las obras de los Juegos suavizaron algunos de los perfiles urbanos más duros. Pero lo más importante es que demográficamente, Atenas, con más de 3 millones, supone entre un 25 y 30% de la población total de Grecia, una situación que no se da en ningún otro país europeo. En los últimos 10 años han llegado inmigrantes de Oriente Medio y, sobre todo, albaneses. Es sabido que griegos y albaneses se desprecian mutuamente, así que no han sido pocos los problemas (menores) de convivencia.
Grecia puede ser como los limones, un poco ácida, pero al final refrescante. Los disturbios pueden quedar en nada o propiciar la caída del agotado gobierno Karamanlis. Pero los problemas no se resuelven con un simple cambio de gobierno.
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