La imagen de los refugiados


«Idomeni es la zona cero de la humanidad. En Idomeni la Unión Europea ha firmado su acta de defunción». Oído en La SER a un miembro de Payasos en Rebeldía en Idomeni

No se puede decir mejor. En esa zona cero los refugiados están sufriendo un proceso de deshumanización. No sólo sufren las condiciones materiales; poco a poco se hunden en el barro material y en la miseria moral.

Salvando las (gigantescas) distancias, el proceso es semejante al que media entre las imágenes de familias correctamente vestidas que, cargadas de maletas, van a subir a los trenes nazis y los espectros humanos liberados de los campos de la muerte

El cierre de la ruta de los Balcanes busca evitar la llegada de los refugiados a Alemania y Austria y una imagen que los gobiernos de la región puedan vender a sus opiniones públicas: hemos parado la avalancha.

Hay otra imagen que, querida o no, emerge. Esos seres sucios, tirados en el barro junto a hogueras, que pelean por la comida que les lanzan las ONGs no son como nosotros, son sucios, desordenados… empiezan a dejar de ser humanos. ¿Cómo vamos a ponernos en su lugar, cómo permitirlos pasar para que ensucien nuestros inmaculados pueblos y ciudades?

Desde que la crisis empezó el pasado verano, la imagen que los medios han trasladado de los refugiados ha oscilado entre dos estereotipos: alguien como nosotros que en medio de la adversidad merece nuestra solidaridad; o, por el contrario, el otro, peligroso para nuestras costumbres, nuestra libertad, nuestra economía y nuestra limpieza.

Cuando en el verano caminaban por las carreteras de los Balcanes la imagen transmitida fue principalmente positiva. Las televisiones emitían soudbites en buen inglés de jóvenes profesionales que mostraban su deseo de integración.

En septiembre, la imagen del niño Aylan Kurdi nos llevó al pico de la solidaridad. Tan pequeño, tan inocente, tan cuidadosamente vestido sobre la arena de la playa. La gente aplaudía a los refugiados cuando llegaban a Alemania.

Con los atentados de París se apuntó que alguno de los terroristas tenía un falso pasaporte sirio y que había entrado a la UE por Turquía. La malahadada nochevieja de Colonia convenció a muchos de que esos otros eran un terrible peligro, incapaces de convivir y respetar a las mujeres. Nada importaba que los agresores fueran magrebíes que no habían entrado en Alemania como refugiados. Por cierto, no conozco una investigación en profundidad de los medios alemanes de lo que realmente pasó aquella noche, más allá del hecho cierto de que hubo decenas de mujeres agredidas.

Donald Tusk, ese liberal polaco que preside el Consejo Europeo (¿qué fue de la Comisión?) cambió el enfoque. «No sois refugiados, sois inmigrantes ilegales. No os queremos en Europa».

Cuando el otro día vi en televisión al artista Ai Weiwei haciendo fotos por Idomeni pensé prejuiciosamente  que el chino iba a convertir el campo de la infamia en un espectáculo. Me equivoqué. Weiwei ha creado  un poderoso icono, una imagen de la globalización que revela más de lo que muestra. Una delicada joven siria bajo la lluvia tocando el piano en medio del barro. En su fragilidad los refugiados vuelven a ser seres humanos.

 

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Esto es un Golpe


Desde ayer me amarga la hiel en la boca. El trágala a Grecia es para mi la desconexión sentimental de un proyecto moderadamente utópico en el que una vez creí.

La Europa que quería construir unas instituciones en torno a la cooperación y la solidaridad ya no es más que un sindicato de acreedores.

Merkel ha disparado el tiro que terminará por destruir la economía y la sociedad griegas, pero – en la imagen de los cinco economistas que la pidieron estar a la altura de sus responsabilidades históricas– la bala será letal para Europa en su conjunto.

Sin una quita, Grecia no podrá pagar la deuda. Las medidas ahora impuestas agravarán la recesión y el porcentaje de la deuda sobre el PIB subirá a cifras estratosféricas. Como decía Varufakis, este nuevo rescate no es sino seguir suministrando droga al adicto. Esa masa de deuda que, como acredores, estamos asumiendo todos los ciudadanos del euro (una deuda que antes era de los bancos y ahora es de Grecia) llegará un momento en que, como todas las burbujas, se pinche.

A Grecia se le exigen leyes draconianas en tres días. A cambio, una vaga promesa de alargar los plazos y un plan de inversiones de 35.000 m. de euros. ¿De dónde saldrán? ¿Del plan Junker que no es si no otra pompa de jabón? ¿Invertir un euro de dinero público para que los inversores aporten 34?

Alemania debiera saber que las humillaciones se vuelven contra quienes las imponen. La deuda de Versalles era impagable y trajo sufrimiento y humillación a los alemanes. Y llegó Hitler. Puede que el viento se lleve a Syriza para traer a Amanecer Dorado. Aún así, Grecia no invadirá ningún país. Pero formará una coalición con los Le Pen, los Farage, los Wilders, los Orban… los patriotas auténticos de aquí o allá para llevar a nuestros pueblos a una nueva época de fascismos.

Felices tertulianos. Los griegos son unos vagos que no pagan impuestos. Tsipras un peligroso radical que ha llevado el castigo merecido a su arrogancia. Me sube la bilis. Solidaridad europea con Grecia, dicen con descaro.

Creíamos que transferíamos soberanía a unas instituciones democráticas, pero en realidad la entregábamos a un conjunto de tecnócratas gestores de los intereses del capital financiero.

Varufakis explica cómo para Grecia no era una opción factible abandonar el euro, el Grexit, pero como sí lo es para Schauble.

El Reino Unido no aportará una libra al rescate y se prepara para el Brexit como chantaje para conseguir reducir la Unión a un simple mercado. Las políticas comunes se renacionalizan, la libertad de movimientos de las personas corre peligro.

¿Puede enderezarse Europa? Los optimistas sostienen que la cesión de soberanía monetaria exigirá también entregar la soberanía fiscal. ¿Una política fiscal común para la solidaridad o para destruir lo que queda del estado del bienestar?

Hoy no veo futuro en Europa. Pero fuera hace mucho frío.

(Puedes leer también mi Confesión desencatada de un español aspirante a europeo)

La deuda griega: entre el plan Brady y Ceausescu


La crisis de la deuda externa

A comienzos de este siglo muchas ongs en Europa y Estados Unidos batallaban por el perdón de la deuda de los países más pobres (Jubilee Debt Campaign, Red Ciudadana por la Abolición de la Deuda Externa).

La deuda se había convertido, después de 20 años, en una carga insoportable que hacía inviable el desarrollo de estos países. Algún logro consiguieron estas campañas. En junio 2005, mientras se cocía la Gran Recesión, los ministros de Finanzas del G-8 acordaron un programa de alivio para los 20 países más endeudados, que básicamente consistía en condonaciones parciales a cambio de inversiones de los gobiernos respectivos en los Objetivos del Milenio.

Era el penúltimo episodio de un proceso que arranca en los 60, con préstamos de instituciones internacionales para grandes infraestructuras, y explota en los 70 con el exceso de liquidez originada por los petrodólares, que los bancos occidentales prestaron con prodigalidad y que financiaron a todos los tiranos bendecidos por Washington y el despilfarro de los ricos de los países del Sur. (Global Issues: Causas de la crisis)

Con la subida de tipos de interés la deuda se hizo impagable. Cuando México estuvo a un paso del impago a comienzos de los 80 el sistema financiero internacional se puso al borde del colapso. La cuerda se apretó todo lo que se pudo, pero al final el plan Brady (wikipedia) vino a reconocer que la deuda era impagable en su totalidad. Aunque redujo su cuantía y aumentó los plazos, mantuvo las condiciones de mercado. En realidad, el alivio fue más para los bancos acreedores que para los países deudores.

Pocos de los que Europa y Estados Unidos luchaban hace poco por la condonación de la deuda podían adivinar que en unos pocos años sus países se verían atenazados por una deuda pública (en gran medida fruto de conversión de la deuda privada en pública vía refinanciación de los bancos) que ponían en peligro el estado del bienestar.

El Plan Brady fue una soga suave, que mantuvo a los deudores en un estado de postración. En América Latina dio lugar a la década perdida. Pero había otras soluciones más drásticas, el pago de toda la deuda, y en un caso esta alternativa se llevó al extremo.

Ceausescu: pagar la deuda caiga quien caiga

Nicolae Ceausescu era en los 70 recibido en las capitales de Occidente como un dirigente nacionalista que osaba desafiar al Kremlin. Tuvo, así, acceso al crédito. Cuando llegó la crisis de la deuda, el conducator rumano decidió cortar por lo sano y devolver hasta el último dólar de los 9.000 millones que debía. Rumanía, un país agrícola, se volcó en la exportación de su producción y las importaciones se cortaron drásticamente. Los campesinos cayeron en una miseria absoluta, las fábricas se paralizaron, los cortes de luz y calefacción fueron cotidianos… pero la deuda se terminó de pagar en 1989, unos meses antes de la caída del tirano.

En Grecia la troika (Comisión UE, BCE, FMI) se mueve entre la solución Ceausescu y el plan Brady. De lo que no cabe duda es que no se trata de «rescatar» a Grecia, sino a los bancos frances y alemanes.

Por cierto, Ceausescu llevó el déficit cero a la Constitución, pero eso sí, sometió la reforma a referendum, que ganó por el noventaitantos por ciento.

(Referencia de Reinhart y Rogoff al método Ceausescu)

Y como complemento, Debtcracy, el documental realizado con donaciones de público.

 

La ira griega


No encontraba estos días un rato para escribir algo sobre lo que está ocurriendo en Grecia. No soy ningún experto, pero le tengo cariño y respeto al país, más áspero de lo que muchos piensan desde una visión idílica de lo mediterráneo.

Visité como turista por primera vez Grecia -toda la Grecia peninsular y unas cuantas islas- en 1976. El país acababa de salir de la dictadura de los coroneles y había pasado a la tutela democrática-autoritaria de Karamanlis. En plena transición española, muchas veían en esa democracia autoritaria helena un modelo para España. Hasta una revista de humor llegó a acuñar el mote de Fragamanlis para la eterna esperanza blanca de la derecha, Manuel Fraga Iribarne. Aquella Grecia era mucho más rural y pobre que nuestra España, que ya es decir. Era un país auténtico, poco maleado por el turismo (salvo en Atenas y en alguna isla). Llegué, como tantos, con el arquetipo de la Grecia clásica y me encontré un país, mediterráneo sí, pero oriental también, «turco», y que me perdonen los griegos.

Volví como periodista en 2004 para dar la visión social y política de los Juegos Olímpicos. El país había cambiado y Atenas se había convertido, al menos en su centro, en una capital más, con sus franquicias y cadenas de moda. Los Juegos se vivían con orgullo -el orgullo de los que se consideraban padres de las olimpiadas y la democracia- pero sin excesivo entusiasmo y con un punto de resignación. Francesç Sorli fue meficaz guía y el facilitador de las entrevistas. Después he regresado de nuevo como turista.

De los análisis de estos días me quedo con el de Luis Prados en El País. Posiblemente esa explosión de ira sea un síntoma de un nihilismo de jóvenes que se sienten excluidos del bienestar que conquistaron sus padres, un mal de muchas sociedades europeas y no una enfermedad propiamente griega. Pero para poner el fenómeno en su contexto enumeraré algunas peculiaridades griegas.

El despilfarro de la ventaja europea. Grecia es el único miembro veterano de la Unión Europea que no ha mejorado  con respecto a los socios más ricos o, que por decirlo de otra manera, se ha empobrecido relativamente. Cuando ingresó estaba más cerca de la media de la renta europea que antes de la incorporación de los países del este. Quizá la palabra no sea despilfarro: no ha sido tanto un problema de corrupción (más importante en Italia) como de capacidad de gestión, burocracia y potencialidades del país.

Una burocracia asfixiante y prepotente. En ningún país europeo he encontrado tantas cortapisas para el trabajo informativo como en Grecia. Todos los griegos se quejan de la burocracia, pero la mayoría la respetan y les parece un mal imprescindible.

Clientelismo y política endogámica. La burocracia es muchas veces el brazo ejecutor del clientelismo y el caciquismo, presente no sólo en el campo, sino también en las ciudades. Las grandes familias han dominado la política en la monaquía y en la república. El primer ministro es sobrino del viejo Karamanlis. La ministra de exteriores, Dora Bakoyani, ex alcadesa de Atenas, viuda de un político asesinado por un grupúsculo terrorista, es hija de Misotakis, primer ministro conservador en la década de los 90. Y qué decir de la saga Papandreu, con dos caudillos y un tercer vástago con poco carisma (Por cierto, Evangelos Venizelos, uno de los pesos pesados del PASOK, no es descendiente del gran Elefterios Venizelos, uno de los padres de la Grecia moderna, como estos días se ha dicho).

La mala digestión de los juegos. Como pasó en España, a la fiesta olímpica siguió la recesión, no tan acusada como en España, porque aunque se afrontaron infraestructuras imprescindibles (por ejemplo, el puente Río-Antirio que une el Peloponeso con el resto de la península helénica) el esfuerzo inversor no fue tan alto como en España.

Una sociedad familiar. Como en España, Italia o Portugal, la familia sigue siendo la espina dorsal de Grecia. Sólo así puede explicarse que los niveles de paro juvenil no bajen de más del 20%.

La fractura política. La durísima guerra civil (de la que fuera de Grecia poco se sabe) y la dictadura dejaron heridas hoy cerradas, pero también fracturas políticas derecha-izquierda tan profundas o más que las españolas. La izquierda (el Partido Comunista y la coalición Sinaspimos) suman más de un 15%. La izquierda tiene una gran capacidad de movilizar a unas bases enérgicas, pero, desde luego no violentas. El Partido Comunista no aceptó nunca el eurocomunismo. Si vale la anécdota, cuando al final de una entrevista y  ya fuera de cámara, le pregunté a un miembro de la ejecutivo por el número de sus afiliados me respondió que esa era una cuestión secreta. En Grecia han pervivido grupúsculos terroristas cuya objetivo preferente han sido ciudadanos o intereses norteamericanos. Además, las revueltas estudiantiles han sido una constante.

La hipertrofia de Atenas. Muchos turistas se quejan de una Atenas que les parece destartalada. Aparte de las impresionantes ruinas clásicas y el centro oficial, falsamente neoclásico, Atenas es una ciudad de aluvión, casi improvisada para dar acogida en los 20 y los 30 a los refugiados huidos de Anatolia y en los 50 y 60 a los inmigrantes del campo. No puede decirse que sea una ciudad amable para sus propios habitantes, aunque las obras de los Juegos suavizaron algunos de los perfiles urbanos más duros. Pero lo más importante es que demográficamente, Atenas, con más de 3 millones, supone entre un 25 y 30% de la población total de Grecia, una situación que no se da en ningún otro país europeo. En los últimos 10 años han llegado inmigrantes de Oriente Medio y, sobre todo, albaneses. Es sabido que griegos y albaneses se desprecian mutuamente, así que no han sido pocos los problemas (menores) de convivencia.

Grecia puede ser como los limones, un poco ácida, pero al final refrescante. Los disturbios pueden quedar en nada o propiciar la caída del agotado gobierno Karamanlis. Pero los problemas no se resuelven con un simple cambio de gobierno.

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