Hace poco más de un año, el 8 de abril, en plena crisis de los alimentos (¿se acuerda alguien de las subidas de precios y de los desabastecimientos de cereales?) una foto de Robert Zoellick, mostrando en una rueda de prensa un pan me sugirió una entrada en este blog Imágenes de la globalización. 3504 vistas ha tenido esa entrada, la más visitada de este blog.
Cada día, miles de personas escriben en Google «imágenes», «globalización» (o «imajenes», «globalisasion») y el buscador remite a una decenas esta página, seguramente porque, de forma inadvertida, tuve el acierto de utilizar como título un gran argumento de búsqueda. Muchos de los que llegan a la página quedarán decepcionados, porque seguramente buscan un elenco de imágenes que reflejen las distintas manifestaciones de la interdependencia mundial que hemos dado en llamar globalización. Así que, para compensar la decepción doy comienzo a una serie de «imágenes de la globalización». No siempre las imágenes más representativas están disponibles, así que utilizaré fotos para también las imágenes que la propia palabra crea. Empiezo con un tema de actualidad: piratas en el Índico.
PIRATAS DEL SIGLO XXI

Las aguas del Océano Índico en el Cuerno de África, salida del Mar Rojo, es una de las regiones marítimas más navegadas. Petroleros, mercantes siguen la ruta del Mediterráneo hacia la India o el sureste asiático. También pesqueros de altura, como los atuneros españoles, faenan en una aguas muy ricas. Y de repente, irrumpen los piratas, como si de una novela de Salgari se tratara (¿leen nuestros adolescentes a Salgari?). Para los españoles la primera irrupción informativa del fenómeno fue el secuestro del Playa de Bakío, liberado tras pagar cuantioso rescate.
Los piratas ponen en peligro dos manifestaciones de la globalización: el comercio mundial y la pesca intensiva. Incluso los piratatas ponen como excusa el expolio de sus mares por los pesqueros españoles, japoneses o coreanos. Pero para que la industria del secuestro funcione son necesarias también algunas herramientas propias de la globalización. Los piratas viajan a bordo de frágiles embarcaciones y usan viejos kalasnikov, pero se han dotado de comunicaciones por satélite, que les permiten coordinarse y localizar a sus presas. Sin embargo, la herramienta más sofisticada no son las telecomunicaciones sino la ingeniería financiera. Despachos de abogados de Londres llevan la voz cantante en las negociaciones y los rescates son colocados en cuentas en paraísos fiscales, desde lo que se hace llegar luego una parte en metálico.



La respuesta de la llamada «comunidad internacional», esto es de los países con intereses globales o específicos (como España, para proteger a sus pesqueros) ha sido enviar una flota a una zona marítima inmensa. En esta reedición de la diplomacia de las cañoneras, la OTAN ha mandado un contingente, en el que cada navío aplica sus leyes nacionales para afrontar el desafío. No existe ninguna autoridad o tribunal internacional para luchar contra la piratería. Una vez más, faltan las instituciones para gobernar la globalización.


¿DE DÓNDE SALEN LOS PIRATAS?

Los informaciones nos hablan de Somalia como un estado fallido. Es cierto, pero no nos explican cómo se ha llegado a esta situación. Los piratas no son más que los miembros de algunos subclanes que han convertido la piratería en una industria. Somalia está fragmentada en territorios con distintas características y distinto pasado colonial. En ausencia de una autoridad política (nacional, regional, ni siquiera local) las únicas leyes son las tradicionales que vinculan y oponen a una compleja estructura social de clanes, subclanes y familias.
El origen último está en el colonialismo (francés, inglés, italiano) y la causa más próxima la guerra fría. El dictador Siad Barre quiso implantar el socialismo científico. Fue derrocado en 1991. Desde entonces, el caos. A partir de ese momento, Somalia irrumpe periódicamente en el flujo de la información global.
A finales del 91 la lucha de todos contra todos desató en toda Somalia, pero especialmente en su capital Mogadiscio eso que desde entonces viene llamándose emergencia humanitaria. Falta de alimentos provocada por los combates, sí, pero también por la imposición del Banco Mundial de que se privatizaran los servicios veterinarios. Somalia que exportaba camellos y ganado ovino a Arabia Saudí ve morir a sus ganados.

En el otoño del 91 una coalición internacional acaba de ganar la Guerra del Golfo. Por entonces nos contaban que la Historia había terminado, así que Bush padre, a punto de dejar la presidencia, quiere demostrar que existe un nuevo orden mundial y pone en marcha, con la aquiesciencia de Butros Gali, la operación Restaurar la Esperanza. Como parar la carnicería en la antigua Yugoslavia parecía imposible, ¿qué mejor que lanzar una operación para pacificar un pequeño país sin ejército?

El desembarco en las playas de Mogadiscio de los marines se escenifica como un evento mediático. Hay más cámaras que soldados… Es la operación militar-humanitaria perfecta para las fechas navideñas, la primera manifestación de la ingerencia humanitaria. Pero pronto esas fuerzas internacionales toman partido en contra de uno de los señores de la guerra, Mohamed Aideed. Las calles de Mogadiscio se convierten en trampas mortales. Un helicóptero Black Hawk es derribado y su piloto arrastrado por la multitud. Las imágenes causan un trauma en Estados Unidos. El episodio marcará la primera presidencia de Clinton y su inhibición en Bosnia y Ruanda. Black Hawk se convirtio en película, es hoy uno de los videojuegos más populares. Imágenes de televisión, cine y virtuales que fueron una de las fuentes que alimentaron el revanchismo norteamericano que buscaba desquitarse en Irak.


Durante una década, Somalia se cuece en su propia barbarie, sin apenas atención del resto del mundo. Las ONGs, la globalización del humanitarismo, trabajan en muy difíciles condiciones.

Todo vuelve a cambiar a partir del 11-S. Los servicios secretos occidentales creen ver que Somalia puede ser la alternativa para el santuario que Al Qaeda ha perdido en Afganistán. Hay una semejanza. Al igual que en Afganistán los estudiantes islámicos, los talibanes, habían conseguido implantar un orden terrible (pero orden al fin y al cabo), en Somalia, las milicias de una coalición de tribunales islámicos locales van poco a poco controlando Mogadiscio.

¿Cómo combatir el peligro islámico? Alentando la intervención de Etiopía. En principio, el ejército etíope parece vencer a las milicias islámicas, pero pronto el magma somalí enguye a los invasores. Etiopía terminará por retirarse.


Las milicias islamistas vuelven a Mogadiscio, pero los occidentales parecen haber aprendido la lección y deciden confiar en un nuevo presidente, que promete poner orden y terminar con los piratas. Dicen que es «islamista moderado». Vaya… El caso es que una conferencia de donantes le ha prometido 165 millones de euros. ¿Adivinan quién será el mayor pagano? Sí, la Unión Europea.
¿Cuál será el próximo capítulo, la próxima imagen de esta historia de globalización?
(Otras entradas de la serie Imágenes de la globalización: La nueva gripe, Refugiados, Sri Lanka, Pakistán)
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...