Esto es un Golpe


Desde ayer me amarga la hiel en la boca. El trágala a Grecia es para mi la desconexión sentimental de un proyecto moderadamente utópico en el que una vez creí.

La Europa que quería construir unas instituciones en torno a la cooperación y la solidaridad ya no es más que un sindicato de acreedores.

Merkel ha disparado el tiro que terminará por destruir la economía y la sociedad griegas, pero – en la imagen de los cinco economistas que la pidieron estar a la altura de sus responsabilidades históricas– la bala será letal para Europa en su conjunto.

Sin una quita, Grecia no podrá pagar la deuda. Las medidas ahora impuestas agravarán la recesión y el porcentaje de la deuda sobre el PIB subirá a cifras estratosféricas. Como decía Varufakis, este nuevo rescate no es sino seguir suministrando droga al adicto. Esa masa de deuda que, como acredores, estamos asumiendo todos los ciudadanos del euro (una deuda que antes era de los bancos y ahora es de Grecia) llegará un momento en que, como todas las burbujas, se pinche.

A Grecia se le exigen leyes draconianas en tres días. A cambio, una vaga promesa de alargar los plazos y un plan de inversiones de 35.000 m. de euros. ¿De dónde saldrán? ¿Del plan Junker que no es si no otra pompa de jabón? ¿Invertir un euro de dinero público para que los inversores aporten 34?

Alemania debiera saber que las humillaciones se vuelven contra quienes las imponen. La deuda de Versalles era impagable y trajo sufrimiento y humillación a los alemanes. Y llegó Hitler. Puede que el viento se lleve a Syriza para traer a Amanecer Dorado. Aún así, Grecia no invadirá ningún país. Pero formará una coalición con los Le Pen, los Farage, los Wilders, los Orban… los patriotas auténticos de aquí o allá para llevar a nuestros pueblos a una nueva época de fascismos.

Felices tertulianos. Los griegos son unos vagos que no pagan impuestos. Tsipras un peligroso radical que ha llevado el castigo merecido a su arrogancia. Me sube la bilis. Solidaridad europea con Grecia, dicen con descaro.

Creíamos que transferíamos soberanía a unas instituciones democráticas, pero en realidad la entregábamos a un conjunto de tecnócratas gestores de los intereses del capital financiero.

Varufakis explica cómo para Grecia no era una opción factible abandonar el euro, el Grexit, pero como sí lo es para Schauble.

El Reino Unido no aportará una libra al rescate y se prepara para el Brexit como chantaje para conseguir reducir la Unión a un simple mercado. Las políticas comunes se renacionalizan, la libertad de movimientos de las personas corre peligro.

¿Puede enderezarse Europa? Los optimistas sostienen que la cesión de soberanía monetaria exigirá también entregar la soberanía fiscal. ¿Una política fiscal común para la solidaridad o para destruir lo que queda del estado del bienestar?

Hoy no veo futuro en Europa. Pero fuera hace mucho frío.

(Puedes leer también mi Confesión desencatada de un español aspirante a europeo)

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2011: el año en que se rompió el pacto social y democrático


La Cumbre de Bruselas de los días pasados ha alumbrado un mecanismo intergubernamental de transferencia de la soberanía fiscal para salvar el euro. No sabemos si el euro sobrevirá, pero estamos casi seguros de que entraremos en una nueva profunda recesión. Con ser eso malo lo terrible es que el acuerdo de 26 países europeos da la estocada final al maltrecho pacto social sobre el que se ha basado la Europa democrática de los últimos sesenta años.

La Europa que salió de la II Guerra Mundial se construyó sobre un respeto a los derechos civiles y políticos (con algunas limitaciones en el contexto de la Guerra Fría) y el desarrollo de los derechos sociales y económicos a través de los servicios públicos. La Constitución española asumió ese modelo en su fórmula más avanzada, justo en vísperas de la contrarrevolución conservadora, que durante treinta años ha ido desmontando pieza a pieza el estado social.

La integración europea -en una tensión permanente entre lo confederal y lo federal- ha aportado un enorme progreso económico, una homogeneización burocrática, una mayor aproximación entre los pueblos. Pero también ha sido vehículo de esa degradación del Estado Social y Democrático de Derecho. La dimensión social nunca pasó de la ilusión, mientras que por la vía de la regulación del mercado único la Unión Europea ha sido la coartada para implantar el neoliberalismo económico.

La crisis ha sido la gran oportunidad para dar la vuelta definitiva a la tortilla. La llamada «reglad de oro» de la estabilidad fiscal, exigida por Alemania y que ahora vendrá impuesta por el futuro tratado intergubernamental, so capa de tratarse de un mecanismo técnico, subvierte la naturaleza social del Estado, ahora incapaz de utilizar la política fiscal para poner sus recursos al servicio de los derechos de los ciudadanos. España ya ha sido pionera en esta rendición para congraciarse, sin mucho éxito, con los mercados.

Los estados europeos ya entregaron su política monetaria al Banco Central Europeo. Ahora van a transferir su política fiscal a un directorio de los gobierno, encargando la vigilancia a la Comisión Europea (nombrada por los gobiernos) y con una serie de mecanismos automáticos de sanciones. Se rompe así una regla esencial de cualquier democracia. «sin representación no hay impuestos».

En esta Europa las decisiones no las van a tomar los ciudadanos a través de sus representantes, ni siquiera los gobiernos mediante acuerdos intergubernamentales. Las tomarán tecnócratas conectados con las instituciones financieras, supuestamente independientes, pero altamente ideologizados y vinculados a los intereses de los bancos de inversión de los que han salido.

Hace poco Lula decía que «Europa es un patrimonio democrático que la humanidad debe preservar». Suena a especie en vías de extinción. ¿Pueden en estas condiciones los prepotentes mandatarios europeos pedir a China que respete el medio ambiente y trate mejor a sus trabajadores? No, ahora es China quien nos da lecciones y nos exige que desmontemos el estado del bienestar para prestarnos ese dinero imprescindible para la supervivencia del euro.

Durante tres décadas muchos nos hemos podido sentir plenamente identificados con nuestra Constitución, pese a sus deficiencias y las concesiones que exigió la Transición. Hoy ya no siento esa identificación. No me voy a echar al monte y seguiré defendiendo todo lo que tiene de valioso, pero ya no es la Constitución de 1978.

Ayer se cumplía el 63º aniversario de la Declaración de Derechos Humanos y el 50º del nacimiento de Amnistía Internacional. Si miramos para atrás veremos cuanto se ha avanzado en el respeto de los derechos civiles y políticos, en la lucha contra la impunidad. Pero del mismo modo en que los derechos sociales sin derechos políticos son dádivas graciosas que manipulan gobiernos demagógicos, sin derechos sociales la ciudadanía pierde la base para ejercer los derechos políticos. Queda la esperanza de que ante nuevos desafíos se encontrarán nuevas respuestas. El movimiento de los indignados es un primer atisbo de buscar otra forma de hacer política.

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