La entrega de Ucrania


Reunión de Putin y Trump en la cumbre del G20, en Hamburgo en julio de 2017. A la salida Trump desacreditó la versión de sus servicios secretos, según la cual, Rusia había intentado influir en las elecciones. Dijo que la negativa de Putin le parecía más creíble.

No sabemos los detalles de la conversación telefónica de 90 minutos, de hace una semana. Pero por las manifestaciones de sus representantes en Europa parece que lo que han pactado ambos presidentes es entregar Ucrania a Rusia, que Moscú consolide sus conquistas territoriales en Ucrania. Ahora las conversaciones en Ryad darán forma a ese acuerdo telefónico (sin participación ni de Ucrania ni de la UE) y sin que se negocie a partir de los intereses legítimos de ambas partes (véanse elementos para la paz en Ucrania).

El pacto de Múnich de nuestra generación. por su contenido y por el lugar donde han ido conociéndose algunos de sus datos (En la Conferencia de Seguridad de Múnich).

No parece exagerado comparar el acuerdo Trump-Putin con el Pacto de Múnich. En septiembre de 1939 se reunieron en Múnich Hitler, Mussolini y los primeros ministros de Francia y Reino Unido, Daladier y Chamberlain para decidir la suerte de los Sudetes, una región checa de mayoría germano parlante. Francia y Reino Unido pensaban que entregando esta región a Hitler evitaban la guerra con Alemania.

Cuando aterrizó en Londres un exultante Chamberlain proclamó que había logrado la «paz para una generación». El apaciguamiento no sirvió más que para Hitler se creciera y siguiera con su rearme. En marzo del 39 invadió Checoslovaquia. Francia y Alemania no hicieron nada y el 1 de septiembre del 39 Hitler atacó a Polonia y Reino Unido y Francia no tuvieron más remedio que declarar la guerra a Alemania.

Es el momento de recordar que Europa no provocó la invasión de Putin a Ucrania. Juan González lo explica en este hilo de Twitter.

La prevista entrevista entre Trump y Putin puede ser una reedición de la conferencia de Yalta, porque además de entregar Ucrania podrá servir para repartirse esferas de influencia: Eurasia para Rusia; Oriente Próximo e Indo Pacífico para EEUU y por supuesto también su tradicional patio trasero (América Latina); África quedaría como un territorio en disputa entre China, Europa y Rusia. Ni que decir que este reparto sin contar con China sería inestable y fuente de conflictos.

¿Qué vas a conseguir en una negociación si de entrada ya das a la otra parte sus máximas reivindicaciones? En el futuro de Ucrania, los europeos no tendrán ningún papel más que pagar la reconstrucción, pero EEUU ya se reserva una parte importante del pastel de lo que quede de Ucrania, un alto porcentaje en la explotación de las tierras raras. (No descartaría que Trump reservara para sus empresas un lucrativo papel en la reconstrucción mil millonaria, pagada por los europeos).

Consecuencias de la entrega de Ucrania:

  • Ambos bandos están exhaustos. La diferencia es que Rusia tiene más capacidad de reclutamiento y la vida de sus soldados cuenta poco.
  • Más que un acuerdo de paz será un alto el fuego. Rusia y Ucrania (si sigue existiendo) volverán a la guerra en cuanto se recuperen. Ucrania no puede aceptar que un 45% de su territorio le sea arrebatado.(Crimea, el Donbás y parte de Jersón, Jarkov y Zaporiya). Rusia puede lanzar nuevas operaciones militares para hacerse con toda Ucrania, un Estado que consideran artificial por ser parte esencial de la Santa Rusia.
  • En lugar de un nuevo ataque militar contra Ucrania, es más probable es que Putin promueva una rebelión contra Zelensky, en un país desangrado y frustrado, para instalar un gobierno títere en Kiev.
  • Las fronteras dejarán de ser sagradas. A partir de esa victoria, Putin amenazara a toda Europa, sobre todo a los territorio menos integrados y divididos como Moldavia o Georgia. Aumentará su influencia en lo Balcanes orientales, que se alejarán de Bruselas.
  • Las democracias europeas se verán hostigadas por la alianza de extrema derecha de Putin y Trump.
  • No podría descartarse tampoco una operación militar contra el corredor de Suwalski, que une Lituania con Polonia. Si se cortara este corredor, el enclave ruso de Kaliningrado podría unirse con Bielorrusia, el estado vasallo de Rusia.
  • Europa se queda sola, EEUU deja de ser aliado, para convertirse en adversario comercial y político, que interfiere para fomentar a la extrema derecha. Europa tendrá que rearmarse, ahora estará entre la presión de Rusia y EEUU. China ya se ofrece como socio fiable.
  • La OTAN está virtualmente muerta. Construir un ejército europeo tendrá un enorme coste, tanto si se financia nacionalmente, como mancomunadamente por la UE. En esta opción «cañones en lugar de mantequilla» padecerán los servicios públicos y las clases populares. Crecerá el malestar social.
  • La adquisición de armamento favorecerá a EEUU. La industria europea no está en condiciones de rivalizar, pero en lugar de buscar armas ultra sofisticadas Europa debiera desarrollar armas defensivas más sencillas (Una lección militar de la guerra de Ucrania es la importancia de los drones, relativamente baratos, comparados con los cazabombombarderos)
  • EEUU pierde su reputación de gran potencia. Deja de ser un aliado fiable. Europa tiene que buscar nuevas alianzas con Brasil, la India, Sudáfrica, Canadá o Australia. China es una autocracia rival en lo ideológico y en lo comercial, pero con la que podrían encontrarse áreas de cooperación, como, por ejemplo, la lucha contra el calentamiento global.
  • Putin dejará de ser un paria internacional y su dictadura será más fuerte.

POST SCRIPTUM

Añado aquí un relato muy distinto, el de mi amigo Javier Sáenz, convencido de que la OTAN es responsable de la guerra por sus provocaciones a la seguridad de Rusia. Puede verse en este enlace «el acercamiento USA-Rusia y la patética Europa». No estoy de acuerdo, pero tiene que haber pluralidad de puntos de vista.

Reputación y líneas rojas en Siria


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Otra vez el espectáculo de los misiles. El rayo hendiendo el cielo. La retórica de los de los cohetes inteligentes, de la precisión quirúgica. Una vez más el dedo que oculta la luna a la que apunta.

La operación  de Estados Unidos y sus aliados británicos y franceses ni tiene por objetivo terminar con el uso de las armas químicas, ni cambia el equilibrio estratégico de la guerra, favorable a Assad y sus valedores, Rusia e Irán. La razón última es preservar la reputación de los dirigentes y los países.

Antes unas reflexiones sobre el ataque químico en Duma y la legitimidad de la intervención.

¿Existió un ataque químico contra la población civil en Duma el pasado 6 de abril? Salvo, teorías conspirativas, propaladas por medios de la órbita del Kremlin, que sostienen que todo fue un montaje en vídeo, parece fuera de duda que los civiles sufrieron las consecuencias de un ataque con cloro y posiblemente sarín.

¿Quién fue responsable del ataque? No hay respuesta fiable hasta que la misión de la Organización contra la Proliferación de las Armas Químicas (OPCW) pueda realizar su inspección sobre el terreno. No caben más que hipótesis:

  1. Fue el Ejército de Assad el que bombardeó con armas químicas. La ventaja táctica obtenida sería irrelevante, porque el mismo resultado podía obtenerse con bombardeos convencionales, pero en cambio, con la guerra orientada a su favor, el ataque podría desatar, como así ha sido, una intervención. Desde luego, poca ventaja táctica para tanto riesgo estratégico. Por supuesto a Assad le trae sin cuidado la opinión pública de Europa y Estados Unidos, pero es un personaje racional, así que más que un desafío podría haberse tratado de una decisión sobre el terreno de algún mando militar.
  2. Las bombas de Assad volaron un almacén de sustancias químicas que se encontraba en poder de los rebeldes, que todavía controlaban una pequeña parte de Duma.
  3. Fueron los propios rebeldes los que hicieron explotar el almacén y orquestaron la consiguiente operación de propaganda.

Sin un informe experto e independiente no sabemos lo que ocurrió. Lo que está claro es que las supuestas pruebas que dice poseer Francia no existen. Caso contrario se mostrarían, aunque fueran un montaje tan poco afortunados como aquellos vídeos que mostró Powell ante el Consejo de Seguridad de la ONU, en las vísperas de la invasión de Irak.

Sin ese informe y sin una resolución del Consejo de Seguridad la acción es claramente ilegal. Pero hay quien -sostiene- que es éticamente legítimo ante el bloqueo del Consejo de Seguridad, porque un ataque químico viola las convenciones internacionales y sobrepasa los límites -la linea roja– de la decencia. Para que ello fuera así, primero, la responsabilidad del régimen sirio tendría que estar probada. Segundo, ser proporcionada y eficaz para evitar ulteriores usos de las armas químicas. Y, tercero, exigiría que se hubiera respondido con la misma decisión a gravísimas violaciones de las leyes de la guerra perpetradas por el ejército sirio, como, por ejemplo, el bombardeo desde helicópteros con bidones explosivos.  Eso sin hablar las muertes civiles ocasionadas por los bombardeso rusos y norteamericanos. No, la intervención ni fue legal, ni está legitimada éticamente.

Las líneas rojas no son éticas, son de reputación. Como ya he explicado en otras entradas, a menudo una gran potencia tiene que desarrollar una acción arriesgada que ni siquiera sirve a sus intereses estratégicos para demostrar que su poder es efectivo. La reputación era una idea fuerza de la política imperial de los Austrias. El cálculo erróneo de las potencias centrales al servicio de su reputación llevó a la Gran Guerra.

La principal línea roja en este caso es la de la reputación imperial de Estados Unidos. Rusia e Irán están siendo los vencedores estratégicos de esta guerra y el ataque con misiles no es más que una llamada escenográfica de atención, un aviso de que de esa victoria no pueden extraerse otras consecuencias más allá de Siria. Todo parece indicar que han sido los propios militares los que han impuesto la contención. Las previas declaraciones del Secretario de Estado Mattis, advirtiendo de los riesgos de desestabilización internacional, fueron significativas.

Claro que Donald Trump tenía su propia línea roja, no dar marcha atrás donde su antecesor reculó. En 2013 Obama también estableció la línea roja del empleo de armas químicas. Pero después, a pesar de poner en juego su credibilidad, adoptó una posición pragmática, negoció con Putin y logró un acuerdo multilateral que hizo posible la destrucción del arsenal químico (o buena parte de él) de Assad. Burlarse de Obama (una de sus obsesiones) lanzando «bonitos e inteligentes misiles» era una tentación muy fuere para Trump, pero los militares le refrenaron.

Para el Reino Unido la línea roja era mostrar que seguía siendo el aliado preferente de Washington, ahora, justamente cuando se prepara para romper sus vínculos con la UE. Theresa May no tenía un mayor interés particular, pues la acción puede dañar aun más su débil posición parlamentaria.

Y Macron tenía su propia línea roja: estar en la vanguardia de cualquier acción en la guerra de Siria. Se expresan aquí los intereses de Francia de estar presente en el escenario de Oriente Próximo, especialmente en Siria donde siempre tuvo intereses especiales, pero también los del nuevo De Gaulle que quiere ser el joven Macron.

Afortunadamente, esta intervención inane parece no haber dejado víctimas civiles ni militares.

 

 

Bombardear Siria o la reputación de Estados Unidos


Otra vez las pruebas opacas cuando no prefabricadas; otra vez los argumentos humanitarios; otra vez los análisis sin fin, los mapas de objetivos y despliegues. Ruido, mucho ruido y me parece que en este caso pocas nueces.

¿Bombardeará Estados Unidos Siria? ¿Es legítima una intervención? ¿Explotaría el polvorín de Oriente Próximo en caso de bombardeo? Muchas preguntas para que las responda alguien no experto como yo, pero no me resisto a dejaros mi reflexión.

Legitimidad

Una intervención unilateral de Estados Unidos, sólo o en una coalición ad hoc (eso que en la jerga intervencionista se llama coalición de voluntarios) no está respaldada por el derecho internacional.

Podría tener tres fundamentos. Uno, que el régimen sirio estuviera poniendo en peligro la paz internacional y entonces la intervención caería dentro del capítulo VII de la Carta de ONU y tendría que estar autorizada por el Consejo de Seguridad. Nadie plantea que exista ese supuesto.

Dos, basada en la obligación de proteger. Es claro que el régimen sirio está cometiendo actos criminales contra su propio pueblo que justificarían una intervención, pero ésta tendría que ser proporcionada y dirigida específicamente a proteger a los civiles y estar aprobada por el Consejo de Seguridad. Desde luego que un bombardeo con misiles de crucero en absoluto va a terminar con las masacres y no hay ninguna posibilidad de que sea aprobada por el Consejo de Seguridad, una instancia todo lo oligárquica que se quiera, pero la única legitimada en nuestro muy imperfecto derecho internacional.

Y tres, y más específico, como una respuesta por la violación de la Convención contra la Armas Químicas. Este tratado no prevé ninguna represalia militar en caso de violación, por lo que no habría más fundamento que los que enumerado como uno o dos.

El lenguaje a veces es transparente. Tanto desde Washington como desde París se ha hablado de represalia. En definitiva, potencias que quieren arrogarse el papel de policías del mundo que nadie les ha conferido.

Habría no obstante, un argumento moral a favor de la intervención, si aún no cumpliendo los requerimientos del derecho internacional un ataque pudiera poner fin a los crímenes contra la población. Los argumentos morales son siempre reversibles y susceptibles de utilizar a conveniencia y, por tanto, no conducen en el mejor de los casos más que a la tiranía benévola. Pero es que dadas las características de este conflicto ninguna intervención -limitada o amplia- puede parar la carnicería, más bien al contrario.

Y todo ello sin olvidar cómo Estados Unidos miró para otro lado cuando su entonces aliado Sadam Husein gaseó a los kurdos de Halabja o los soldados iraníes.

Las pruebas ¿A quién beneficia el bombardeo químico?

Estados Unidos dice tener como pruebas del uso de gas sarín contra la población civil muestras biológicas del personal sanitario que atendió a los civiles. En cuanto al origen del ataque, alega observaciones de satélite sobre el emplazamiento de los combatientes. Y en lo demás, se remite a pruebas recabadas por los servicios secretos que no se pueden revelar por motivos de seguridad. En esta ocasión nos han evitado un espectáculo como el de Colin Power con sus vídeos en la ONU. Lo de Francia es todavía más ingenuo: sus pruebas son los vídeos que circulan desde el primer momento con cadáveres y personas con convulsiones.

Que existió un ataque con gas tóxico a posiciones controladas por los rebeldes con concentración de población civil parece fuera de duda. Pero los detalles sólo pueden establecerlos equipos independientes como los de la ONU. Y como en Irak, Estados Unidos no está dispuesto a someterse a esa verificación independiente.

Es cierto que los inspectores de la ONU en ningún caso establecerán el origen del ataque. Aquí surgen distintos relatos a modo de novela policíaca: ¿a quién favorece el bombardeo?.

Para Estados Unidos, es claro que Asad quiere desafiar a la comunidad internacional para ver hasta donde puede llegar en el uso de estas armas en la limpieza de focos de resistencia. Para Putin es absurdo que cuando el régimen sirio está consiguiendo llevar la iniciativa militar vaya a caer en esta trampa. Un stringer de una periodista de AP asegura haber recogido testimonios entre los rebeldes que aseguran que la munición química fue entregada por el ministro de defensa saudí a los rebeldes y que a estos les explotó por inexperiencia.

Y hay quien, por fin, asegura que todo es una provocación de Asad para ser bombardeado y desatar una conflagración en todo Oriente Próximo, que es por cierto lo que éste ha dicho en una entrevista para el diario Le Figaro. La lógica apunta a esta última hipótesis, pero ¿quién sabe? como ocurre tantas veces todo puede deberse a una cadena de errores e incompetencias de unos u otros.

Bombardeará Estados Unidos. Sí, por su reputación

Estados Unidos bombardeará Siria porque se juega su reputación como potencia.

La reputación  era para la Monarquía Hispánica el correlato público de la honra y muchas de sus actuaciones (sobre todo en su decadencia) se llevaron a cabo no tanto por defender la fe católica o por razones estratégicas, sino por mantener la reputación, sin la que una potencia no es nada. Hoy la reputación se llama credibilidad.

El secretario de estado, John Kerry, lo dijo paladinamente: Estados Unidos se juega su credibilidad. Barack Obama estableció una línea roja, el uso de armas químicas cuando tal línea parecía lejana y ahora se ve en la necesidad de hacer efectiva su amenaza.

¿Por qué estableció esa línea? En la administración Obama hay una facción (Susan Rice es una de sus más destacadas figuras) partidaria de que la defensa de los derechos humanos en el mundo es un interés esencial de Estados Unidos. El Obama presidente, cauto y precavido por naturaleza, se encuadra más en la corriente realista, pero como en el caso de esta línea roja autoimpuesta, hace concesiones, más retóricas que efectivas, a los idealistas.

El interés estratégico de Estados Unidos es que el régimen de Asad no se desplome caóticamente, lo que entregaría gran parte del país a grupos yihadistas afiliados a Al Qaeda. Castigar, debilitar a Asad sí, derrocarlo, al menos ahora, sin un alternativa unida y confiable para Estados Unidos, no. No faltan informaciones que aseguran que los yihadistas temen que en realidad se termine por bombardear sus posiciones.

Con el apoyo ya de los líderes demócratas y republicanos Obama seguramente ordenará un bombardeo limitado la próxima semana.  En cuanto al pequeño François, dispuesto a emular al pequeño Nicolas en la recuperación de la grandeur mezclada con argumentos humanitarios, puede que le siga, pero no parece que por eso vaya a mejorar su popularidad interna. No contará Obama en este caso con el primo británico, después de ser Cameron derrotado en el parlamento (¡eso es un parlamento!)

¿Polvorín o laberinto?

Si Estados Unidos bombardea -ha dicho Asad- el polvorín de Oriente Próximo estallará. Una conflagración general no es 100% descartable, pero es que en realidad esa guerra ya se libra en una multiplicidad de conflictos enlazados, donde los actores intercambian aliados.

Leo estos días Jerusalén: la biografía, de Simon Sebag Montefiore, y muchas de las luchas por la Ciudad Santa, con sus guerras, alianzas, tratados y equilibrios de poder entre imperios parecen referirse al día de hoy. Oriente Próximo es la bisagra del mundo, un laberinto de luchas estratégicas, pero no un polvorín que pueda estallar con una chispa ni siquiera con un misil de crucero.

Hay una guerra por la implantación del islam político como fuerza predominante en las transiciones democráticas árabes. Turquía, los Hermanos Musulmanes y Catar son en este caso los aliados, mientras que Arabia Saudí es enemiga de cualquier forma de democracia, aunque la fuerza predominante sea islámica. El golpe de estado de Egipto ha supuesto un paso atrás gigantesco en la adaptación del islam a la democracia. El famoso discurso de Obama en El Cairo que era el engarce para que Estados Unidos aceptara al islam político ya no tiene ningún valor, tras el apoyo de Washington al golpe. En esta batalla son ganadores Arabia Saudí, los salafistas y los yihadistas (enemigos por cierto de la Casa de Saud).

Otra guerra evidente es entre chiíes y sunníes, que se libra en Siria, Líbano e Irak. No son guerras de religión, sino de poder. Se trata de que una comunidad u otra controle los resortes del estado y de la economía. Las dictaduras árabes -como el Imperio Otomano- garantizaban un precario equilibrio, imprescindible sobre todo para las comunidades minoritarias (cristianos, kurdos, drusos). Ahora las dos grandes comunidades islámicas luchan por la preponderancia, al tiempo que funcionan como agentes de la coalición sunní (monarquías del Golfo, Arabia Saudí) o (los chiíes) de irán.

Hay una guerra por la hegemonía regional. Turquía, Arabia Saudí, Catar e Irán son los actores de este conflicto. Cada uno usa sus peones más poderosos. Turquía su diplomacia y su integración en el mundo occidental, su desarrollo económico. Catar una diplomacia de chequera y de apoyo a los Hermanos Musulmanes y grupos yihadistas. Arabia Saudí su peso religioso y su apoyo a todas las formas de islam más conservador y retrogrado. Irán, su enorme potencial, su posición estratégica, su guía sobre todos los chiíes.

Otra manifestación de esta guerra global es el conflicto palestino-israelí. El interés estratégico de Israel es tener vecinos débiles, pero estables. Mejor un Asad debilitado que una Siria yihadista. Las conversaciones con los palestinos puestas en marcha por Kerry serán una vez más un elemento cosmético para no ceder ni un milímetro de tierra.

En Siria se cruzan ahora todos estos conflictos -más la rivalidad Estados Unidos-Rusia. El régimen de los Asad ha sido una dictadura, pero su legitimidad se basó en garantizar el equilibrio entre comunidades, sin perjuicio de los privilegios de la propia, los alauís. Asad sigue contando con el apoyo de las comunidades minoritarias. Por eso y por la existencia de un estado organizado y unas fuerzas armadas fieles y entrenadas en la lucha insurgente en el Líbano Asad ha resistido y en los últimos tiempos con ayuda de Hezbolá está logrando una cierta ventaja militar.

Ni Asad ni sus enemigos pueden ganar la guerra. Sólo una negociación puede poner fin  a la carnicería. Pero para ello es necesario que las potencias implicadas en este conflicto global acepten que sus intereses estarán mejor servidos por una Siria unida.

 

Cuestión de reputación


Mientras disfrutaba de unos días de vacaciones era un espectador más del gran espectáculo global de los Juegos, desarrollado en paralelo con la guerra en el Caúcaso. Los Juegos, la ceremonia del capitalismo global revistida de unos abstractos valores de fraternidad y sana competencia. Los Juegos, consagración de la gran potencia del mundo global, China. Y en el Caúcaso una guerra más por un pedazo de territorio, como viene haciendo la humanidad desde sus orígenes. Más limpieza étnica de un lado y de otro, más muerte y miseria y una partida estratégica por la energía.

A veces conviene volver a los clásicos para entender las cosas. En la España del Siglo de Oro y de la decadencia que le siguió, la preservación de la honra, que gobernaba las acciones personales y familiares, tenía un correlato público en el concepto de reputación. Una potencia tenía que mantener su reputación si quería ser respetada por las demás. Y así, si las guerras en Europa son iniciadas por Carlos V por defender su primacía imperial y defender el catolicismo, suys sucesores, sobre todo Felipe III y Felipe IV, actuaron ya más por defender la reputación del Imperio Hispánico que por razones estratégicas más profundas. Véase a este respecto El Conde Duque de Olivares de J.H. Elliot.

En el Caúcaso, Rusia ha reafirmado su reputación y Estados Unidos la ha perdido. Saakashvili inició la guerra en plena tregua olímpica, convencido que sería un paseo militar resuelto en unas horas. Un paso suicida que recuerda al de Sadam Hussein al invadir Irak. Pero la resistencia de los micilianos de Osetia del Norte fue suficiente para permitir la rápida reacción de Rusia. Rusia ha demostrado a los pueblos caucásicos y, en general, a todas la minorías del antiguo espacio soviético, que quien se coloca bajo la protección del nuevo imperio reconstruido por Putin no será dejado a su suerte. Y Estados Unidos ha quedado en evidencia dejando a Georgia sin más apoyo que algunas invectivas contra Rusia con el lenguaje de la guerra fría.

Rusia tuvo que aceptar que Estados Unidos y sus aliados sobrepasarán una línea roja incorporando a las repúblicas bálticas a la OTAN. Era la Rusia debilitada de los 90. La Rusia de Putin no podía aceptar el ingreso de Georgia en la Alianza Atlántica. A los aliados europeos no les hacía demasiado felices este previsto ingreso, pero en la pasada cumbre de la organización aceptaron el plan para la adhesión. ¿Se hubiera atrevido Rusia a desarrollar esta operación con Georgia en la Alianza? Mejor no pensar en ese escenario…

En las guerras del siglo XX y el XXI las grandes víctimas son los civiles. Ahora Rusia y Georgia se acusan mutuamente de genocidio. Genocidio es una acción sistemática para exterminar a un grupo humano. No parece que ni unos ni otros hayan cometido genocidio. Pero posblemente unos y otros hayan cometido crímenes contra la humanidad.

Y, ahora Rusia está en condiciones de aplicar los mismos principios que la OTAN ha aplicado en Kosovo y reconocerá la independencia de Abjasia y Osetia del Sur.