El cierre salvaje de la radiotelevisión pública valenciana es un síntoma más de una grave patología de nuestra democracia: el entendimiento de la comunicación como propaganda y de los medios públicos como propiedad privada del partido gobernante.
En este blog se ha defendido reiteradamente el servicio público audiovisual (véase la etiqueta servicio público). Ahora quiero sólo explicitar brevemente mi posición en torno a algunas cuestiones suscitadas en estos dos últimos días en los debates en las redes sociales.
Los trabajadores de RTVV: ni héroes ni villanos
A raíz de un primer tuit de Iolanda Màrmol y de las denuncias realizadas por los trabajadores en su programación en directo, las redes sociales reaccionaron: ¡mentirosos! ¿por qué lo denunciáis ahora que perdéis vuestro puesto de trabajo y no antes? ¿dónde estaba vuestra ética profesional?
Me parece una reacción un poco injusta. Los trabajadores denunciaron la manipulación, primero a través del consejo de redacción, luego, cuando la empresa lo abolió, a través de comités antimanipulación y siempre a través de los sindicatos y sus representantes. Julià Álvaro y Iolanda Màrmol hacen autocrítica. La resistencia hubiera podido ser mayor o concretarse en gestos más visibles para el público. Pero los periodistas no pueden ser todos los días héroes.
Ni héroes ni villanos. No tienen que ser héroes, porque tiene que haber cauces internos (consejos de redacción) y externos (organizaciones profesionales, órganos de autocontrol) que puedan recoger sus denuncias y protegerlos de represalias. Quien tuvo miedo y no hizo una resistencia enérgica no puede ser considerado un villano, porque el heroísmo no le era exigible.
Lamentablemente, también hubo bastantes villanos en la RTVV, lacayos del poder traídos desde las gabinetes de comunicación para hacer propaganda. Y algunos, ahora, al verse en la calle muerden la mano que les dio de comer.
Pero no echemos todo el peso sobre los hombros de los trabajadores. A sus denuncias se sumaron estudios académicos, como la tesis de Yolanda Verdú, que demostraban la manipulación. Pero los valencianos siguieron dando mayoría absoluta al PP de Gürtel.
No hay servicio público sin público
Ciertamente, un servicio público sin público, sin audiencia, no tiene sentido. Que Nou tenga un 4% es un fracaso sin paliativos, no tanto en comparación con un glorioso 20% de los buenos tiempos, sino con el 8 ó el 10% actual de otras autonómicas. Este fiasco es fruto del descrédito por la manipulación informativa y de una programación sin calidad.
Pero cuidado con los índices de audiencia. Las audiencias masivas se han fragmentado y seguirán fragmentándose. ¿Dónde está el límite de la viabilidad?
En las privadas está muy claro, en la rentabilidad económica. Una televisión puede ser rentable con un 1 ó un 2% de audiencia. En las públicas el criterio tiene que ser la rentabilidad social: no cuántos nos ven o nos oyen puntualmente, sino a qué públicos damos servicio y qué servicio les damos.
Los servicios públicos audiovisuales tiene que conjugar el servicio a las audiencias masivas (y para ello sus programaciones tienen que ser atractivas y sus informativos creíbles) con el servicio a públicos minoritarios y la entrega personalizada de contenidos de calidad. Y hoy es posible con un esquema de un canal generalista, complementado con canales especializados y potentes servicios en línea.
Las televisiones públicas autonómicas tienen sentido
Sin comunicación de masas no hay sociedad. Las televisiones autonómicas eran necesarias para consolidar una esfera pública de las regiones y nacionalidades españolas e incluso diría que hoy son más necesarias que hace 20 años en razón de la desaparición de otros medios regionales y locales. Sin duda están doblemente justificadas en aquellas comunidades con lengua propia.
Nuestro estado autonómico ha carecido de mecanismos de cooperación. Las radiotelevisiones autonómicas no han sido una excepción a esa falta de cooperación. En lugar de optar por el modelo alemán (potentes organismo regionales federados en una cadena naciona), cada comunidad autónoma ha implantado su propio organismo, con una débil cooperación a través de la FORTA.
Los de primera generación, los de las comunidades más grandes, copiaron el viejo modelo mastodóntico y manipulador de la RTVE del Estatuto de 1980.Y pretendieron ser cadenas nacionales, olvidando muchas veces lo local, creando cadenas especializadas difícilmente justificables desde su misión al servicio de una población regional.
Luego, las redacciones fueron engrosándose por capas al servicio del manipulador de turno. En el caso de RTVV, a los trabajadores originarios, que habían ganado una oposición, se fueron sumando los Zaplana, los de Camps, los de Fabra… (No hay nada peor que trabajar por una redacción controlada por un partido dividido).
Las de la segunda generación se han basado en una externalización para dar de comer a las productoras (tantas veces creadas ad hoc) de los amiguetes. Poco fundamento público puede tener delegar los informativos en empresas privadas, como permitió el PP con el cambio de la ley.
Llegados a este punto es necesario replantear un servicio público imprescindible. No hay peor demagogia que la de Fabra: no se trata de elegir entre colegios, hospitales o un servicio público audiovisual. Si hoy no se pueden mantener todos ellos ha sido por la dilapidación y el robo, del que alguien tiene que hacerse responsable, pero no porque no sea esencial en el siglo XXI una comunicación que garantice la cohesión social.
(Dejo aquí el enlace a la emisión en directo de Canal Nou – Ya veremos cuánto aguantan)
PS. Colaboración en El País «Está en juego la cohesión social»