El testimonio del niño que Mladic acarició


Me preguntaba en otra entrada anterior que habría sido del niño que acariciaba Mladic. Como es lógico, no fui el único periodista en preguntarme lo mismo. Algún colega, seguramente un periodista local, le buscó, hizo el reportaje y a través de las agencias llegó a la Redacción de TVE, que hizo una digna pieza con este material (por cierto, no le hubiera venido mal un paso propio).

Se llamaba Izurin. Salió a por un poco de pan y chocolate cuando llegaron los soldados serbios. Era más niño de lo que aparentaba. Sólo tenía 8 años, pero decía tener 12. No sabía que se estaba jugando la vida, porque bien podría haber sido seleccionado en la fila de los hombres, destinado al sacrificio. Pero la salvo y hoy nos cuenta su historia.

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La esperada detención de Mladic


Perfil de Mladic por José Antonio Guardiola

Recordar para que no vuelva a ocurrir

Ayer estábamos en Segovia (en las Jornadas de Periodismo en lo Global) un grupo de periodistas para los que la guerra de Bosnia sigue siendo un hito personal y profesional. Dimos la noticia de la detención de Ratko Mladic a uno jóvenes alumnos, muchos de los cuales no habían nacido el 11 y 12 de julio de 1995, los días en que las tropas a las órdenes de Ratko Mladic consumaron el genocidio ante los ojos del mundo.

Quizá tendríamos que haberles explicado mejor aquella infamia porque a muchos ese nombre eslavo no les diría nada.  Supongo que la botella de champán que Javier Bauluz descorchó tuvo la suficiente caraga simbólica para que comprendieran que no era un noticia más. Vaya para estos jóvenes mi personal reflexión.

¿Qué habrá sido del niño de la cobaya?

No he encontrado la foto, pero en el vídeo que encabeza esta entrada puede verse la secuencia. El 11 de julio, Mladic ha tomado el enclave de Srebrenica después de un cruel asedio. A la entrada del pueblo, en la antigua fábrica de Potocari, centenares de civiles, las mayor parte mujeres y niños, han buscado la protección del contingente de 400 cascos azules holandeses.

«No os preocupeís, no os pasará nada» – tranquiliza el general, mientras acaricia a un niño que en su regazo tiene un conejito, una cobaya blanca (este detalle no aparece en el plano del vídeo). Aquel muchacho rubio tenía unos 12 años y tengo su cara grabada .

Al día siguiente llegan unos camiones y los soldados serbobosnios separan a mujeres y niños por un lado, a los hombres, por otro. Mujeres y niños comienzan su vida de refugiados. Los hombres, hasta 8.000, son masacrados. Las cámaras también captaron aquella macabra selección.Los criminales no se privaron de grabar las matanzas en vídeos domésticos que apararecieron hace un par de años.

¿Aquel chico acariciado por Mladid sería considerado un niño o un adulto? Su suerte dependería del juicio inapelable de algún suboficial. Si fue considerado adulto, moriría en alguna cuneta y puede que sus restos todavía no hayan sido recuperados, o descansen en el cementerio conmemorativo en que se ha convertido Potocari. Si se salvó porque todavía parecía un niño, tendrá 26 o 27 años, habrá intentado reconstruir su vida y puede que vuelva el 11 de julio de cada año para rendir homenaje a un padre o a un hermano masacrado.

Aquel niño se había refugiado en Srebrenica porque la ONU había declarado el pueblo zona protegida; porque el general Morillon, comandate francés de los cascos azules les había prometido «no os dejaremos solos»; porque allí estaban 400 soldados holadeses para protegerlos; porque todas las cámaras apuntaban a Srebrenica… Y delante de todos, con los cascos azules atados de pies y manos por unas normas de enfrentamiento, dedicados a protegerse a si mismos, Mladic cometió el crimen.

Aquel niño merece justicia.

Nunca más

Nunca más militares carismáticos, salvadores de la patria.

Eso es lo que fue Mladic para muchos serbios y serbobosnios, el salvador de una patria en peligro. El hombre con lo que hay que tener, capaz de combatir codo a codo con sus soldados. El hombre sin miedo ni compasión, pero capaz de acariciar a un niño o repartir chocolatinas. El hombre entregado. No un politocastro como Karadzic. Un militar de una pieza. Por eso muchos le protegieron. Por eso los servicios de seguridad de Serbia le ocultaron.

Para ser un criminal no hay que ser un monstruo psicológico. Basta con ser un funcionario obediente o, como en este caso, el defensor de los «nuestros» contra los «otros». Hoy el monstruo, el carnicero, es un anciano enfermo, pero la justicia tiene que hacer su labor, que no es venganza, sino más allá del castigo de las conductas, el reproche de los valores que inspiraron esas conductas.

Serbia se libera de su carga, pero Europa tiene todavía que asumir su culpa.

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