Ayer La Dos emitió «Al sur de la frontera», la película en la que Oliver Stone realiza el panegírico de Hugo Chávez y el bolivarianismo. Y digo «película», porque aunque las técnicas son las del documental (de una factura, por cierto, un poco chapucera) Stone se monta su propia «película». No es un documental sesgado, es una obra militante, propaganda si se quiere de brocha gorda.
En un trabajo periodístico, aún en el caso de que se tome partido por las víctimas no pueden faltar todas las voces. Lo que no sería admisible en un reportaje o en un documental periodístico puede ser legítimo en este tipo de obras. En este caso, me parece más un ajuste de cuentas de Stone con su propio país y una cierta fascinación por los «hombres fuertes» (Chávez, Castro) que el director norteamericano no oculta.
Creo que Chávez ha creado un caudillismo democrático, en el que la división de poderes queda seriamente dañada y que terminará por pasar factura a su país. A mi desde luego no me gustan los grandes hombres que fascinan a Stone, esa exaltación de la energía en movimiento. En los distintos líderes del bloque bolivariano hay luces y sombras (por cierto ¿por qué no aparece Daniel Ortega?). No hay sombras en «Al sur de la frontera».
Pero si hago esta entrada es porque encontré en la película algunos logros notables:
– Terrible la propaganda de los informativos norteamericanos. Quien no nos obedezca como un vasallo fiel es nuestro enemigo. ¡Cuánta ignorancia y manipulación! ¡Cuánto desprecio hacia sus vecinos del Sur! Sólo por la denuncia de esta manipulación que realiza Stone la película debiera ser analizada en las facultades de Periodismo.
– Una perla que explica los liderazgos bolivarianos. Cristina Kirchner observa: «Es la primera vez en la Historia que el rostro de sus líderes se parece al de sus pueblos».
Otra perla, ésta de Lula : «Es la primera vez que los pobres están siendo tratados como seres humanos en América Latina».
Creo que Lula y Cristina tienen razón. Pero eso no puede significar carta blanca para los líderes de la izquierda y el centro izquierda. Por que destruir la «democracia formal» significa volver a tratar a los pueblos como menores de edad sin discernimiento.