Ha comenzado hoy la Cumbre del Hambre en Roma. Todos discuten quién es el culpable de la crisis y con gran hipocresia señalan con el dedo hacia otro lado.
En el último medio siglo, el mundo había vivido una serie de crisis alimentarias, siempre localizadas en países subdesarrollados o en conflicto. Muchas de estas crisis locales estaban motivadas por políticas nefastas; políticas impuestas externamente, como en Somalia a comienzos de los 90, donde los organismos internacionales impusieron desmontar un sistema público de sanidad animal, vital en un país ganadero; o, políticas internas, como las desastrosas confiscaciones de tierras en Zimbabwe. El mundo reaccionaba con ayuda de emergencia, la mayor parte consistente en volcar en el pais en emergencia los excedentes de los países ricos. Cada nueva emergencia incapacitaba más al país receptor para producir sus propios alimentos porque los agricultores locales.
El mundo también está acostumbrado a afrontar crisis financieras globales desde hace tres lustros: la crisis asiática, la del «tequila», la punto.com etc. En unos casos fueron causa del pinchazo de una burbuja financiera inmobiliaria; en otros, como en la crisis asiática, nuevamente imposición de eerróneas políticas.
Ahora, una crisis financiera global coincide con la primera crisis global más allá de la economía financiera: la crisis de la energía, la crisis de los alimentos. Las tres se interrelacionan, pero la que tiene un más largo recorrido es la alimentaria.
Las causas son muchas. Costes disparados por el alza del petróleo, influencia de los biocombustibles, políticas proteccionistas de los países ricos, especulación. Pero sobre todas ellas impera el aumento a largo plazo de la demanda, propiciada, sobre todo, por los cambios alimentarios en China e India.
Resulta fácil echar la culpa a los especuladores, como ha hecho hoy Sarkozy en Roma. Ante esta declaración de «su» presidente, Le Monde ha consultado a un grupo de expertos. Su conclusión es que los mercados financieros desarrollados a partir de las materias primas son opacos y que los capitales huidos de la crisis inmobiliaria han amplificado las subidas de las materias primas. Uno de los expertos, Philippe Chalmin, sostiene que la especulación no es más que la espuma de la ola, pero que la ola -la demanda creciente- no se detendrá aunque pierda la espuma. Por su parte, The Economist («Explaining the price of oil») niega que la subida desbocada del precio del petróleo se deba a una burbuja financiera, insistiendo en que los precios de las materias primas son independientes de los precios de los productos financieros derivados. Sea como sea, todo el mundo exige transparencia y regulación en los mercados de derivados.
Pero la cuestión sigue siendo como afrontar la demanda creciente de alimentos de forma sostenible. Le Monde («Comme produire plus et vite», esclarecedores gráficos) revisa las previsiones: de aquí a 2050 la superficie cultivada debiera de doblarse. Las posiblidades de las distintas regiones son diversas. En el caso de Europa, la Política Agraria Común (PAC) ha venido reduciendo cultivos y subvencionando a terrtenientes y a un modelo de agricultura intensiva. Será difícil recuperar el agro español envejecido.
¿Aguantará el planeta todas nuestras demandas?
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