La otra Serbia


En cada elección celebrada en Serbia desde la caída de Milosevic hace 8 años entre un 40% y 45% de los votos va las formaciones nacional-populistas, ancladas en el victimismo nacionalista. De ese bloque, la fuerza hegemónica es el Partido Radical, con su líder histórico, Vojislav Seselj (acusado en La Haya de crímenes de guerra), se lleva un 30%, correspondiendo el resto al Partido Socialista de Milosevic, en franco declive. En ese electorado nacionalista cabe encuadrar buena parte de los votos obtenidos por el Partido Democrático de Serbia, de Vojislav Kostunica. En la primera vuelta de las elecciones del domingo el candidato del Partido Radical, Tomislav Nikolic, rozó el 40%, quedándose a 4 puntos el actual presidente, Boris Tadic, del Partido Democrático, el líder que intenta llevar a su país a Europa sin herir demasiado el maltrecho orgullo de los serbios.

La mayor parte de los analistas serbios -como se hace eco en su crónica en El País Ramón Lobo– consideran que, en estas condiciones Kostunica conserva su poder como árbitro del futuro, orientando los votos (un 7’6%) del que fue su candidato, Velimir Ilic, hacia Tadic. Otra es la visión del eslavista Eric Gordy en Open Democracy. Para este profesor, Nikolic no tiene capacidad de atraer más votos y los votos de Ilic irán hacia Tadic, o se abstendrán, de modo que Kostunica tiene poca capacidad de influir en el resultado de la segunda vuelta. Lo más interesante del análisis del profesor Gordy es su observación de que la existencia del Partido Radical ha impedido que los dos grandes partidos serbios actuales se definan conforme a criterios homologables: como conservador, el Partido Democratico de Serbia de Kostunica; como liberal, el Partido Democrático de Tadic.

Pero lo que más interesante me parece de la votación del domingo es el aumento de la participación, un 61%, que parece romper una tendencia de apatía política. Y vuelvo al principio de este comentario. El votante anclado en los mitos de la Gran Serbia, incapaz de reconocer los crímenes cometidos en el nombre de la Patria, ha sido fiel al Partido Radical. Las víctimas de la limpieza étnica en otras repúblicas es yugoslavas, los refugiados de Bosnia y Kosovo, también han votado por los radicales. Y muchos de los perdedores económicos de una transición caótica y sin decisión. En cambio, el electorado urbano, deseoso de mirar al futuro y no al pasado, no ha encontrado incentivos para votar a partidos formalmente europeistas, inmersos en batallas bizantinas e incapaces de romper radicalmente con el pasado. Tampoco ha ayudado la posición dubitativa de Europa. Parte de ese electorado ha vuelto el domingo a las urnas.

Para que esa otra Serbia sin ataduras con el pasado se reafirme sería necesario que la independencia de Kosovo no se imponga a Serbia como un trágala. Que la Unión Europea ofrezca financiación y apoyo para el proceso de integración. Que no se abandone la exigencia de entrega del criminal Mladic, porque es de justicia y porque la tolerancia en este asunto no hace más dar alas a los nacionalistas. Y que el electorado exija a sus políticas que abandonen de una vez por todas el victimismo y las eternos relatos conspirativos, tan caros en los Balcanes.

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