Revolución árabe: la fina línea entre la opresión y la libertad


Mubarak advirtió el viernes a los egipcios, en el que puede ser su último discurso, que hay «una fina línea entre la libertad y el caos». En realidad, quería decir «yo o el caos».

En entradas anteriores, reflexioné sobre las posibilidades de la transición en un  país, Túnez, en el que la revuelta de la calle ha derrocado a la cabeza de un régimen opresivo, pero donde queda un largo e incierto camino para llegar a la democracia.

Hoy, me sitúo en un momento anterior, en el que se encuentra Egipto, en esa sutil línea que separa una autocracia opresiva y la libertad.

En el punto de partida existe un régimen que anula los derechos humanos, especialmente los políticos, que se sustenta sobre la represión y un partido único o hegemónico, aunque intente ganar legitimidad con un relato mítico (en el caso de Mubarak el aviador invicto que garantiza la estabilidad y la prosperidad) y satisfaciendo las necesidades sociales básicas. Con el paso del tiempo, el relato legitimador se difumina en la medida en la que se degrada el nivel de vida de las clases populares y, sobre todo, de las clases medias.

El apoyo exterior no es un factor despreciable. En este caso Mubarak ha contado con el apoyo de Europa y, sobre todo de Estados Unidos, con un mil millones dólares anuales de ayuda militar durante un cuarto de siglo.

Cualquier intento de desafiar al régimen es reprimido con todo el poder judicial y policial. Todos tienen miedo y la oposición se debilita después de cada ola represiva.

Pero un día la gente, todavía con mucho miedo, se atreve a salir a la calle a pedir que se vaya el tirano. En el caso de Egipto, hay rabia por el alza de precios de los alimentos, por la corrupción, por el fraude en las elección y, de modo especial, indignación porque Mubarak quiera investir como sucesor a su hijo Gamal en las previstas elecciones presidenciales. Pero el factor decisivo es ver lo logrado en la calle por los tunecinos. Si ellos lo han consegudo ¿por qué no los egipcios?.

Y entonces empieza un desafío en la calle que siempre es sangriento. El autócrata aplica la represión de rigor. Pero mientras las protestas crecen y las calles se llenan de jóvenes, mujeres, profesionales… se ve en el dilema de ordenar un baño de sangre total. Es entonces cuando los gobiernos que le apoyaron cuando era fuerte le piden hipócritamente que se contenga.

La partida se juega en la calle. ¿Quieren los policías morir matando? ¿Se arriesgarán su jefes a ser objeto de la ira de la multitud o del nuevo gobierno si la revolución triunfa? ¿Tomará el lugar represor de la policía el ejército? Y en ese momento un policía o un soldado pone en la bocacha del fusil un clavel o un pañuelo verde y la multitud le aupa y le aclama. Y entonces la represión ya no es posible.

En Egipto se está cruzando esa línea sutil, pero Mubarak se aferra al poder. Tiene más agallas y controla mejor los resortes que Ben Ali. Pero sobre todo los que le apoyaron, Washington y Tel Aviv, no pueden consentir una salida que no garantice sus intereses. Hay que encontrar una alternativa ¿Puede ser Omar Suleiman, el todopoderoso jefe de los servicios secretos, el que garantice un status quo con Israel? ¿O puede ser Baradei con su Nobel de la Paz, un líder diplomático, occidentalizado, pero poco capaz de aglutinar a la oposición?.

Con respecto a la actitud de Estados Unidos, viene a cuento la frase de Kennedy (que recuerda Jean-Paul Marthoz) en relación a la dictadura de Trujillo: «Hay tres posibilidades, en orden decreciente de preferencia. Un régimen democrático decente, una continuación del régimen de Trujillo o un régimen castrista. Deberíamos favorecer la primera, pero no podemos renunciar a la segunda si no estamos seguros de evitar la tercera.

Hoy el equivalente a un régimen castrista no sería tanto un régimen islamista, como un régimen, religioso o laico, que no guarde las espaldas a Israel. Aunque no se trataría de mantener a Mubarak como de buscar esa otra alternativa segura.

Todavía ayer oí a Jaime Peñafiel quejarse de que Carter hubiera dejado caer a un «personaje histórico» como el Sha de Irán. Carter invocó su política de derechos humanos para no sostener a Reza Palevi y Somoza («nuestro hijo de puta»), pero la línea se había cruzado y ni un baño de sangre hubiera mantenido a esos dictadores, que durante décadas fueron los «guardianes de Occidente».

Hoy pasa lo mismo. Aunque Obama quisiera mantener a Mubarak no podría. Pero cruzada la línea de la opresión, antes de llegar a la libertad, puede pasarse por un periodo de caos. Eso es lo que desea cualquier régimen que se tambalea y eso es lo que tiene que evitar una sociedad que quiera libertad.

Y superado el caos queda luego un largo camino a una libertad institucionalizada en una democracia… una batalla que se da tanto en la calle como en los despachos.

«Tuitear» el consejo de ministros de Túnez ¿transparencia o banalidad?


Vuelvo a preguntarme a cuenta de la revolución de Túnez si todo debe ser sabido y conocido en el acto.

Slim Amamou es un bloguero que ha pasado prácticamente de la cárcel al gobierno de Túnez. Su notoriedad le ha llevado a la Secretaría de Estado de Juventud y Deportes. A pesar de ello, su Twitter original (@slim_amamou) sigue censurado y ha tenido que abrir una nueva cuenta  (@slim404), desde la que ayer «tuiteó» o retransmitió el primer consejo de ministros del gobierno de transición. (La noticia puede verse en el El Mundo y La Vanguardia).

Me imagino la cara de los viejos dinosaurios del régimen cuando su joven colega tuiteba desde un ordenador o un teléfono inteligente. Visto así es divertido y la información suministrada es, desde luego, significativa de lo caótica que es la transición. Pero ¿se puede trabajar seriamente en tales condiciones sabiendo que nuestras palabras van a ser reproducidas más o menos fielmente o filtradas con mayor o menor intención?

Un consejo de ministros es órgano colegiado que debe tomar decisiones previa deliberación. No se hace política tuiteando desde su mesa, si acaso, política espectáculo.

Twitter «remedia», es decir, reproduce, adapta y fusiona funciones de otros medios; «remedia» el cable de las agencias; «remedia» la retransmisión en directo de la televisión. Es hoy una herramienta informativa de primera magnitud, que nos permite conocer de la mano de protagonistas y testigos lo que está ocurriendo en este momento.

Se puede «tuitear» un partido de fútbol, una sesión parlamentaria y todo lo que es por esencia público y tiene un proceso de desarrollo. Cuanto más azaroso sea este proceso, más interés tendrá tuitearlo.

Cuando se trata de una sesión de trabajo no pública, el tuiteo lo único que hace es que los pavos reales luzcan sus plumas. Véase la reunión de internautas y creadores. Además, el «tuit» es un eco que distorsiona la misma discusión que está siendo retransmitida. «Acabas de tuitear algo que no he dicho…».

Más que transparencia, saber que Salim Amamou se va a poner corbata para complacer a su colega el ministro de justicia me parece una banalidad. Y anunciar por su propia cuenta en Twitter que se levanta el estado de alerta lo juzgo una temeridad.

Túnez: más tareas para la transición


Los más viejos se acordarán de aquel día  de 1977 en que el gran cangrejo del yugo y las flechas fue descolgado del edificio de la calle Alcalá 32, sede de la Secretaría General del Movimiento. Si uno se fija todavía se puede apreciar una tenue huella en la fachada (¿Será un símbolo de la sutil impregnación de nuestra democracia por el franquismo?).

Los símbolos del régimen tunecino a la basura - Fuente Nawaat

Los tunecinos han retirado por su cuenta los símbolos del partido único, el RCD, a su alcance, como este rótulo de una calle que conmemora una de sus fechas fundacionales. Pero ahora exigen la separación entre el partido y el Estado; una comisión que separe bienes y edificios, restituya a los funcionarios adscritos al partido a sus empleos públicos y la destitución de los directivos de la radiotelevisión pública pertenecientes al partido.

La Unión Constitucional Democrática, el RDC, el partido fundado por Burguiba, se había convertido en un partido único de hecho. Con dos millones de militantes, la afiliación resultaba imprescindible para cualquier empleo público. Seguramente, el partido se adaptará a la situación, con una nueva dirección y un abrazo formal a la democracia. Es más probable que se convierta en Alianza Popular que en UCD.

El nuevo gobierno, en el que los viejos ministros de Ben Alí controlan los resortes básicos del poder ha causado general insatisfacción en Túnez. En la entrada de ayer sobre la transición tunecina olvidaba que el gran motor de una transición donde los representantes del antiguo régimen no han sido defenestrados (en definitiva, una transición, no una revolución) es la presión popular continuada.

En España, la punta de lanza de esta presión fueron el Partido Comunista, CC.OO, UGT y en menor medida otros partidos y grupos de izquierda, con una no desdeñable capacidad de movilización. En Túnez no sé si la UGTT puede realizar esa función, pero desde luego no creo que la movilización catalizada por las redes sociales pueda mantener la presión si no surgen nuevas organizaciones.

Y obviamente otro de las tareas pendientes es la amnistía, que ya ha prometido el primer ministro Ganouchi, pero que sin movilización popular puede ser más que la condición para la liberación de presos y el retorno de los refugiados una carta de impunidad para los violadores de los derechos humanos.

Difícil transición en Túnez


 

La imagen que no olvidaremos nunca… Con este titular acompaña el Nawaat.org (el blog esencial para seguir la revuelta en Túnez) esta imagen en la que un oficial del ejército saluda al cortej0 fúnebre de una de las víctimas de la represión. Todo un símbolo del cambio que vive el país. Ben Alí ha renunciado a un baño de sangre, pero el seguramente el ejército no le hubiera seguido si hubiera dado la orden de la represión indiscriminada.

El discurso televisivo de anoche, el segundo en 23 en el poder, no ha aquietado los ánimos. En el momento que escribo, mediodía en España, la multitud grita en las calles de la capital «Fuera Ben Ali». Nadie sabe lo que va a pasar y puede que esta entrada esté ya desfasado cuando se escribe. Pero me atrevo a aventurar algunos escenarios basados en situaciones semejantes.

Escenario rumano. Una camarilla del régimen se hace con el poder en las próximas horas, detiene a Ben Alí y a algunos de sus próximos y monta un juicio sumarísmo.

Escenario tunecino. Del mismo modo que mediante un golpe palaciego Ben Alí derrocó a Burguiba, ahora el ministro del Interior o el jefe del ejército toman el poder. Si Ben Alí mantuvo a Burguiba en un  confinamiento domiciliario hasta la muerte del anciano, este nuevo hombre fuerte pondría a Ben Alí en un avión camino de París.

Escenario democrático. Ben Alí huye y los militares entregan el poder a un comité cívico-militar, con presencia de la UGTT, el sindicato tunecino, la única institución independiente con capacidad organizativa.

Escenario continuista. Ben Alí sigue siendo formalmente presidente hasta el agotamiento de su mandato, pero el poder lo ejerce un nuevo hombre fuerte como primer ministro. Ben Alí se garantizaría imnunidad para él y su familia.

El más probable es el «escenario tunecino». En cualquiera de los casos, se desembocaría en unas elecciones; inmediatas y limpias en el «escenario democrático»; a corto plazo en el «escenario rumano»; a medio plazo en los otros escenarios. Lo más probable, por tanto, es que se abra un periodo de transición hasta las elecciones.

Los países europeos, especialmente los mediterráneos, que han apoyado por activa o por pasiva a Ben Alí, tendrían que exigir un proceso limpio que condujera a esos comicios y servir de apoyo a la sociedad civil para que construyera distintas alternativas políticas.

¿Será ingenuo soñar con un Túnez convertido en un ejemplo de democracia árabe laica?

 

Túnez, la rabia de los universitarios


Guardo una imagen en la memoria. Grupos de niños con sus babis azules de camino a las escuelas por los arcenes de todas las carreteras de Túnez.

La educación fue una prioridad para el Túnez de Burguiba mantenida en más de medio siglo de independencia. Como en la España de Franco, acceder a la Universidad era una garantía de futuro. Pero en un país inserto en la economía internacional el Estado ya no puede absorber a los licenciados. Hasta un 37% de universitarios se encuentran en paro, leo en Le Monde.(Como en España, pero aquí hay másters, Erasmus, botellón y padres tolerantes y -ahora en serio-más posibilidades a largo plazo en una sociedad abierta)

No por casualidad el detonante de las revueltas ha sido la inmolación de un titulado convertido en vendedor callejero de frutas, maltratado por la policía. Frustración juvenil y brutalidad policial son dos claves de esta revuelta. Es todo un símbolo que Ben Alí haya cerrado escuelas y universidades.

Puede que los disturbios hayan dejado ya 35 o 50 muertos, pero su eco mediático es muy moderado. Y lo mismo en la Red y eso que raperos y blogueros se han convertido en las voces de esta juventud airada. La única reacción ha venido de Anonymus que ha atacado con éxito las web gubernamentales. Si en vez de Túnez se tratara de Irán no se hablaría de otra cosa en los medios y en el ciberespacio. Por cierto,¿dónde están los enviados especiales de los grandes medios españoles? ¿Es que Túnez no existe?

No, no existe más que para sus vecinos y los gobiernos del otro lado del Mediterráneo temen tanto su desestabilización que prefieren cerrar los ojos a lo que está ocurriendo.

Túnez es un país pequeño, sin petróleo ni alto valor estratégico. Estable, relativamente próspero y menos desigual que otros países del Magreb, la impresión de cualquier viajero es la de un país amable, una especie de Uruguay del Magreb, un triunfo del nacionalismo laico del padre de la patria, Burguiba

Pero tras la fachada se encuentra un régimen autoritario y personal, el de Ben Ali, sin apenas oposición, con un partido único de hecho, una legislación antiterrorista que sirve de pretexto para cualquier violación de los derechos humanos y una corrupción generalizada.

En el Magreb, las revueltas de la calle por la carestía de alimentos tumbaron en los 80 el régimen del FLN argelino. Otras veces, como en Fez en los 90 se ahogaron en la represión. La explosión de Túnez tiene sus características propias, en parte ligadas a la globalización:

– Con el coste de los alimentos disparados, en un nuevo episodio de la Gran Recesión, el margen del gobierno es pequeño para bajar el precio de los productos básicos. La promesa de Ben Ali de crear 300.000 empleos para jóvenes parece una burla.

– Las televisiones árabes globales y la Red han hecho inútil el control de la información. La corrupción de «la familia» Ben Ali es bien conocida por los tunecinos, pero los cables del Departamento de Estado no han hecho más que confirmarla.

– La revuelta se ha producido sobre todo en el centro del país, en las regiones menos favorecidas por el desarrollo turístico. La capital, Túnez, no se ha visto hasta ahora afectada de modo importante.

– Al mismo tiempo han estallado una revuelta semejante en Argelia, que ya parece apagada. La diferencia es que estas explosiones son recurrentes en Argelia, y por tanto, suponen un custionamiento menos radical del régimen, donde esta situación no tiene precedentes ( Ver «Ce qui différencie l’Algérie de la Tunisie» – L’Express). Sin embargo, al no tratarse, por ejemplo, de protestas por un fraude electoral, no aparece en el horizonte una alternativa real de cambio de régimen.

Ben Alí ha apostado por ahogar las protestas en sangre. ¿Le pondrán los «países amigos» el límite?

(Véase también «Le réveil tunisien» en Le Monde Diplomatique)