
Esta entrada no pretende responder a las cuestiones abiertas por la guerra arancelaria desatada por Trump. No soy economista ni adivino. Pretendo, simplemente, explicar lo que ha significado la globalización. Y razonar porque Trump puede haberla dejada herida de muerte.
Primero unas experiencias personales.
En primer viaje a Estados Unidos, en 1975, para realizar un reportaje biográfico del sociólogo Juan Linz (para el programa Nuestros Cerebros de Fuera) me llamó la atención que en el área semi urbana-semi rural en que vivía, cerca de New Haven (Universidad de Yale) proliferaban los Volvo, pero nuestro sociólogo tenía un Chrysler. Hablando de las peculiaridades de EEUU, Linz me dijo que los profesores apostaban por la seguridad de los Volvo, pero él prefería un vehículo nacional, con una tecnología fiable, probada y más asequible; el obrero norteamericano se sentía orgulloso del producto que fabricaba y los volvos y otros vehículos europeos se veían como el capricho de una élite.
Veinte años después volví a EEUU para seleccionar un sistema de gestión informática de una redacción de televisión. Mi interlocutor estadounidense tenía un Honda. Los coches japoneses -me dijo- son mejores y más baratos y gastan menos. No se había deslocalizado la industria, pero se había sustituido el producto por otro más competitivo y en el proceso se habrían perdido puestos de trabajo y el orgullo de los trabajadores, al que 20 años antes se refería Linz.
Mi primer televisor fue Phillips (b/n) y el segundo Grundig (color) ambas marcas europeas y duraron bastantes años. Cuando quise sustituir el Grundig por una pantalla plana y más grande dudaba entre un Sony y un Samsung; el vendedor me dijo, siempre mejor un japonés que un coreano. Ahora mi televisor es Samsung.
Mi última experiencia. Viajando por los países del este y centro de Europa, que iban a ingresar en la UE, era visibles por toda Europa las ruinas industriales de empresas cerradas por ineficientes.. En el bloque soviético no había competencia entre empresas o países, sino una especialización en la producción. Así, por ejemplo, en la hoy disputada Kromatorsk, en la guerra de Ucrania, se fabricaban entonces los misiles balísticos. En Polonia visité una fábrica de Roca (un proceso de deslocalización, visto desde España; una inversión desde la perspectiva polaca). Uno de los trabajadores era un antiguo minero; se ganaba menos -me dijo-pero era más seguro y confortable que el carbón.
Con estos ejemplos vemos como en la globalización los productos menos competitivos nacionales se ven sustituidos por otros más competitivos extranjeros, con pérdidas de puestos de trabajo y daños para las comunidades locales; y cómo países con una tecnología limitada (Corea) superan pronto a otros más avanzados (europeos y Japón. Y como una deslocalización dañina para el país de origen es beneficiosa para el de recepción. La globalización no hubiera sido posible sin el abaratamiento del transporte en grandes buques portacontenedores. Si sumamos los procesos de automatización y robotización tenemos masivas pérdidas de puestos de trabajo y peores condiciones de trabajo.
La producción está integrada en cadenas que abarcan a todos los países, buscando que cada componente se fabrique allí donde hay una ventaja competitiva.
La ventaja puede ser tener un gran mercado interior y una unidad normativa (UE); un gran mercado interior y una mano de obra barata (China) o una tecnología punta, generada por la inversión estatal y desarrollada por empresas muy ágiles (EEUU). El sistema de ciencia pública de EEUU que llevó al hombre a la luna y puso las bases de internet y que ahora Trump y Musk (uno de sus beneficiarios) parece dispuestos a destruir.
En una globalización humana los destinatarios últimos tendría que exigir en cada paso de la cadena el cumplimiento de requisitos medioambientales y derechos humanos. En caso contrario, la cadena se romperá por los eslabones más frágiles. Si Trump vuelve a las energías fósiles, la UE puede adquirir una nueva ventaja competitiva desarrollando energías limpias.
En cada paso se incrementa el valor; los ganadores son los que mayor valor añaden a la cadena. El problema de este sistema de largas cadenas de suministros es que es muy difícil lograr una autonomía en productos básicos, como demostró la pandemia. Antes del caos mercantil ya se hablaba de desacople para que cada país pueda adquirir una autonomía estratégica, sin descartar medidas proteccionistas, siempre en el marco de unas reglas. Será muy difícil reconstruir el sistema después de la guerra comercial desatada por Trump.
La globalización solo puede funcionar en un sistema de libre mercado, con aranceles cero 0 y acuerdos comerciales entre bloques y un órgano de arbitraje la Organización Mundial del Comercio (OMC), por cierto, bloqueada por EEUU desde el primer mandato de Trump. El proteccionismo no solo es más ineficiente desde el punto de vita económica; además el proteccionismo aumenta la posibilidad de guerra por razones comerciales. La primera guerra mundial fue un conflicto entre el Imperio Británico (librecambista) y los imperios centrales (proteccionistas). Al fracaso de las conversaciones comerciales entre EEUU y Japón siguió el ataque a Pearl Harbour.
En esta globalización, Estado Unidos ha sido el suministrador de tecnología, China la fábrica de productos baratos y la UE la potencia normativa, más preocupada por la calidad de vida que por la competitividad de sus productos. Una división del trabajo que puede cambiar pronto. Como razona T. Friedmanen el texto recogido más abajo, China está batiendo en tecnología a EEUU y Europa; de modo que los chinos pueden aportar la tecnología y estadounidenses y europeos realizar las tareas de menor mayor añadido.
En la izquierda siempre se ha presentado a la globalización como el origen de todos los males. Es cierto que ha empobrecido a las clases trabajadoras y medias del Norte, pero también ha sacado de la miseria más absoluta a millones de desheredados del Sur. El problema es que la eficiencia aportada por este sistema solo se han trasladado a las cuentas de resultados de las multinacionales y no al bienestar de los que la han hecho posible ni en el Sur ni el Norte. Para eso hay que cambiar la teoría dominante neoliberal y dar a los estados medios para luchar contra los dientitos modos de elusión fiscal y poder ofrecer los bienes públicos que no suministra la globalización.
Son muchos los elementos en un equilibrio inestable roto por Trump. Y será difícil reconstruirlo. Puede que en lugar a un sistema de libre comercio puro se construya uno de acuerdo entre bloques. Pero. reitero, no soy adivino.
ALGUNAS LECTURAS
Thomas Friedman«: el futuro de la globalización «Acabo de ver el futuro y no estaba en EEUU» New YorkTimes, 3 de abril de 2025.
Juan Torres López «Y si lo de Trump no es una simple locura personal» 4 de abril 2025.
Daniel Fuentes Castro «No es el comercio, es el capital» El Pais, 3 de abril de 2025.
Nacho Álvarez «Europa ante el abismo arancelario» El País, 8 de abril de 2025


lunes, 05 May 25 a las 5:42 pm
[…] mi anterior entrada sobre el fin de la Globalización puede que diera una visión muy positiva de la globalización, que quiero matizar aquí. La […]