Vivienda y pluriempleo, regreso a la vieja miseria.


Primera escena de «Historia de una escalera» en su estreno en el Teatro Español en 1949.

Vivienda

El teatro de Buero Vallejo fue un revulsivo en las décadas negras del franquismo. Le puso en órbita su obra «Historia de una escalera», después de ganar el Premio Lope de Vega. Aunque una de las recompensas del premio era el estreno de la obra en el Teatro Español, las autoridades intentaron impedirlo, un signo del carácter subversivo que apreciaban en el desesperanzado y, aparentemente, sencillo drama.

A lo largo de tres generaciones y treinta años, Buero muestra los anhelos de superación de la miseria, concentrada en la hacinación en una vieja corrala, con sus amores y miserias. El autor da una lección de como fiándolo todo al individualismo no se sale de la escalera ni se conquista la dignidad. Solo un cambio social puede liberar.

Los primeros años del franquismo y hasta los 60. la vivienda era un bien inalcanzable. Quedaba algo del parque, que había sobrevivido a la contienda, como la corrala de la obra, pero sus condiciones de habitabilidad eran penosas. También pisos viejos, alquilados al amparo de la la Ley de Arrendamientos Urbanos de 1964, los llamados alquileres de renta antigua, a los que los caseros no podían subir los alquileres para no agravar la escasez de vivienda. En determinadas condiciones, los arrendatarios podían comprar el piso a un precio tasado.

La Ley de Arrendamientos Urbanos y los alquileres antiguos duraron hasta que en los 80 se los cargó Boyer, en el primer gobierno socialista para «dinamizar el mercado». Y de aquellos polvos muchos de estos lodos.

Lo de vivir en una habitación también era entones frecuente, pero no se trataba de compartir un piso con otros estudiantes o compatriotas emigrantes. Entonces era normal alquilar habitación con o sin derecho a cocina, frecuentemente a ancianas sin pensión o con una muy exigua.

De ahí el argumento de la película «El Pisito» de 1958, de la que al final inserto un pequeño vídeo. El inquilino de una habitación se casa con su decrépita casera esperando heredar el piso (en esta comedia negra la esposa exige que se la trate como tal). Hoy los jóvenes sin vivienda tienen infinidad de posibilidades de vivir experiencias de intimidad y relaciones sexuales. Entonces imperaba la represión sexual. Recomiendo visionar el tristísimo baile agarrao de López Vázquez y Mercedes Vecino en las Cuevas de Sésamo

A partir de los 60, el régimen edifica nuevos barrios en la periferia para acoger la inmigración interior que desarrolla la industrialización. Nacen así barrios como San Blas, El Pilar o la Elipa, a base de viviendas de protección social ,del Instituto Nacional de la Vivienda (todavía se ven en muchos portales la placa del INV con el «cangrejo» de falange, edificado por los grades constructores del régimen. Con lo que Banús ganó con el popular barrio de El Pilar, creó el enclave de lujo de Puerto Banús.

Era más fácil acceder a la vivienda protegida si se eras funcionario, por eso, el enterrador se casa con la hija del verdugo («El Verdugo»- Berlanga) Será en muchos de esos barrios de viviendas protegidas donde en los 60 prenda la resistencia contra el franquismo. Desgraciadamente, esos pisos pisos protegidos pasaron al mercado, lo que impidió el mantenimiento de un parque público de vivienda.

Los que llegaban y no tenían nada ocupaban un trozo de campo y por la noche levantaban una chabola, que no se podía tirar por la mañana, si debajo del techo había una familia. Estos barrios marginales se convirtieron en núcleos de resistencia antifranquista y en los 80 mediante cooperativas se construyeron barrios muy dignos,

Hoy pensar en comprar parece una utopía. En los último tiempos, incluso el alquiler de un piso completo se ha puesto imposible. Queda alquilar una habitación, pero ya nadie se acuerda del derecho a cocina, siempre queda el recurso de pedir comida basura por Globo.

Pluriempleo

En los 60 y en los 70, el pluriempleo era un fenómeno común. Como ahora era difícil llegar a final de mes. Pero había una gran diferencia, entre los trabajadores del naciente sector fabril y el resto.

Los trabajadores de las fábricas tenían salarios un poco mejores que la media; pero estaban sometidos a muy duras condiciones de trabajo y larguísimas jornadas, alargada con horas extras obligatorias, pero no pagadas. De manera que no tenían mucha oportunidad de pluriempleo.

Así que eran sus mujeres las que completaban los ingresos familiares con trabajos en el domicilio, en general relacionados con la costura. Falta un gran homenaje a esas madres que cosían en casa o ayudaban en la tienda familiar, como ha reivindicado Eduard Sola en sus recientes discursos.

Para los que era fácil el pluriempleo era para los trabajadores menos productivos. Era frecuente ser conserje por la mañana en un ministerio y cobrador de autobús por la tarde o vigilante de obra por la noche y así se iba tirando con varios sueldos miserables.

Hoy el pluriempleo lo sufren sobre todo las trabajadoras del sector de cuidados -la mayoría trabajadoras inmigrantes- de las que depende que muchos mujeres u hombres puedan ser trabajadores productivos. Los jóvenes, más que víctimas del pluriempleo lo son de la precariedad o de esa forma de explotación que, eufemísticamente, se llama empleo de plataforma.

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