Reviso todos los días Le Figaro para una investigación sobre cooperación al desarrollo. Hoy me he encontrado con un nuevo diseño, que ya se anunciaba en la edición del sábado.
Los cambios formales más destacado son la adopción del color en todas las páginas, gracias a la apertura de una nueva imprenta cerca de París, y la adopción del formato berlinés, más estrecho que el anterior. El diseño es más ligero, con gran presencia de la infografía.
El cambio formal está al servicio de un cambio de concepción. Le Figaro, siguiendo la tendencia de otros muchos periódicos, es hoy más revista diaria y menos diario. Lo reconocía el sábado su director Étienne Mougeotte: la competencia de los medios electrónicos y digitales deja poco espacio para la noticia y exige más análisis. Le Figaro crea una nueva sección, con un título tan francés como Décryptage, también en la línea de superar la clásica división en secciones temáticas.
Estos cambios se notan en los contenidos. De las 42 páginas de la semana pásada, se pasa a 51, pero de una media de 120 piezas informativas se baja a 73. Menos informaciones, más desarrolladas, páginas tratadas como imágenes y 13 páginas de publicidad completa (varias dobles páginas y la contraportada). Le Figaro inmediatamente anterior no dedicaba demasiada atención a la política nacional, con más espacio para las entrevistas con prohombres de la gubernamental UMP que a las noticias. Mantenía, en cambio, un extenso cuadernillo diario de economía, negocios y empresas, que era uno su punto fuerte. Ahora las páginas de economía se reducen y se descargan de información. Hoy se abren con una entrevista con el director general de la multinacional farmacéutica Sanofi-Avantis. Se reducen también las piezas de información internacional y sociedad y aumenta ligeramente el espacio dedicado a gente, tendencias y estilo.
Me quedo con las palabras de un viejo perioidista Phillipe Labro, que en la edición de hoy rememora la ruidosa redacción de Le Soir, dirigida por Pierre Lazareff, y que concluye:
«Nada reemplaza a una escritura vigorosa, desprovista de artificialidad, que verifica los hechos en las fuente y captura lo nuevo, sabiendo que la información no es un cheque en blanco para la arrogancia ni para herir a los otros».
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