¿El «mayo» de Bolonia?


Desde hace una semana, un grupo de estudiantes de la Universidad Complutense mantienen un encierro en el hall de la Facultad de Filosofía contra la reforma de los planes de estudio propiciada por el llamado proceso de Bolonia. Cuando el Rector, Carlos Berzosa, pasaba por allí para una conferencia sobre los maestros en la II República, se produjo un agrio intercambio con los encerrados (véase el correspondiente vídeo). Del incidente salió el compromiso de celebrar un debate público, que tuvo lugar el viernes y donde el propio Rector mostró sus acuerdos y discrepancias con la reforma que se avecina.

Bolonia, la ciudad en la que los ministros de educación europeos pusieron en marcha este proceso, es sinónimo de Espacio Europeo de Educación Superior. Se trata, resumidamente, de homologar los estudios universitarios europeos, para lograr el pleno reconocimiento de títulos y la movilidad de titulados y estudiantes en la Europa de los 27. Para esa homologación se ha tomado como modelo el anglosajón, más pragmático, más volcado hacia la empresa y con más recursos que el latino.

Sin ser ningún especialista en la materia daré algunas opiniones sobre este cambio.

Sin duda es positiva esa homologación y las posibilidades de movilidad que comporta, la cuestión es cómo se haga. Los estudios universitarios se parten en tres ciclos: grado, masters y doctorado. Después de mucha batalla, los grados serán de cuatro años (frente a los tres de la mayoría de los países europeos) y los masters de dos. Tienen razón los estudiantes cuando critican que para alcanzar los conocimientos que antes se obtenían en la licenciatura, ahora habrá que cursar grado y master, esto es, en total, 6 años. Y además, los precios de las matrículas subirán, sobre todo en los masters. Toda la reforma se hace con el lema de hacer una Universidad más competitiva. Los alumnos y muchos profesores critican este concepto y denuncian que las universidades se van a acomodar a las necesidades de las empresas. No digo que conceptualmente no tengan razón, pero en la práctica me parece que la Universidad va a seguir siendo tan endogámica como siempre. El hecho de que en los dos primeros años del Grado hayan de colocarse 10 asignaturas de las materias básicas de la rama de conocimiento a la que pertenecen los estudios, no hace más que convertir a los grados en una programación de la enseñanza secundaria. Prácticamente, los alumnos no entrarán en materia hasta el tercer curso del Grado.

Lo más positivo de Bolonia es cambiar el concepto de enseñanza universitaria, de una transmisión jerárquica de conocimientos (instrumentada en la clase magistral) a un aprendizaje basado en el trabajo personal y de grupo y tutelado por el profesor. De hecho el crédito europeo ya no son de clase recibidas, sino horas de trabajo del alumno. Pero ¿es posible aplicar este modelo con grupos de 140 alumnos? Evidentemente, no. Son interesantes las conclusiones de los grupos pilotos a los que se ha aplicado la reforma. Los profesores no creen que la nueva metodología pueda aplicarse a grupos de más de 25 alumnos y se quejan de que todo su trabajo como guías del aprendizaje del alumno no se encuentre reconocido ni computado. Y los alumnos ¡piden más clases magistrales!… Que profundo ha calado entre todos la pereza mental.

La Universidad además, ahora, pasa a depender del nuevo ministerio de Innovación. Lo que seguramente redundará en privilegiar más la investigación que la docencia. A este paso, no habrá docentes, porque esa es una actividad despreciada.

Este proceso de reforma es paradigmático del déficit democrático de la Unión Europea. Los técnicos preparan proyectos, que los ministros negocian hasta lograr complicados equlibrios. Luego vuelven a sus países con un paquete debajo del brazo, que sólo cabe adaptar a las peculiaridades nacionales. Ya no hay lugar para el debate democrático nacional, sólo caben explicaciones, programas de adaptación, paños calientes y luchas por situaciones de poder en el nuevo marco (como ocurrió en la determinación del catálogo de carreras y cómo está pasando ahora con la redacción de los nuevos planes).

Pero a lo que iba el título. ¿Pueden estas protestas universitarias terminar desembocando en un nuevo «mayo», 40 años después? Hay quien, como Libertad Digital, parece estar deseando esa explosión, en parte como la tumba de Zapatero, en parte para dar una batalla ideológica a los odiados valores de mayo del 68, fuente de todos los males -Sarko dixit.

La quimera de mayo está ahí y los alumnos parecen dispuestos a asumirla. Traigo aquí la cita de Edgar Morin, en una entrevista sobre mayo del 68 (Martí Font en Babelia):

P. ¿Qué queda de Mayo del 68?

R. Para empezar, el acontecimiento fue totalmente olvidado, escondido, por varias generaciones. Es ahora, con esta enorme conmemoración mediática, cuando la historia resurge. No sé lo que piensa la juventud de lo que pasó entonces, pero hay un fenómeno francés muy particular que los políticos no acaban de entender. La juventud pasa de fases estudiosas, aparentemente despolitizadas, en las que se diría que se ocupan exclusivamente de sí mismos, de sus estudios, a despertar bruscamente con una explosión, a menudo provocada por un proyecto de reformas, de hecho, de minirreformas secundarias y estúpidas, que sirve de detonador a una revuelta estudiantil. Lo que es interesante es que una vez que ha comenzado la revuelta proporciona un placer maravilloso a sus protagonistas, porque les permite desafiar a la autoridad, a la policía. Entonces las autoridades les hacen caso, les reciben en los palacios, y cuando el ministro cede y les dice: de acuerdo, vamos a satisfacer vuestras reivindicaciones, entonces contestan: no, no. Queremos más. Y toman la calle y desafían al mundo adulto y se emborrachan de felicidad. Luego la revuelta se descompone porque, por un lado, un cierto número de elementos activistas intentan controlar el movimiento y se pelean entre ellos, y el tiempo pasa y el movimiento se deshace. Pero lo importante es que cada uno de estos episodios consigue que los jóvenes se politicen, entren en la polis, en la sociedad política, en el juego de la cosa pública. Un proceso muy saludable para la sociedad francesa.

Esperemos, con el viejo profesor, que la actual contestación, propicie un verdadero debate, sirva para enderezar algunos rumbos y suponga para muchos de estos jóvenes su bautizo político, en el sentido más noble de la política.

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