
En la hora de la muerte de Berlusconi (DEP) recupero el apelativo de la película de Nanni Moretti. Espero que no se considere irrespetuoso.
Hay muchas perspectivas para analizar en esta figura, que ha marcado la política italiana la tres últimas décadas: desde sus relaciones con la mafia, la política espectáculo y el surgimiento del populismo de derechas. Pero ninguna de estas facetas se entendería sin tener en cuenta su imperio mediático. Ayer hablaba de la televisión basura en España y hoy traigo aquí la mención de un estudio académico (quizá no muy concluyente) que relaciona pérdida de capacidades cognitivas con el mayor acceso a las televisiones de Berlusconi.
De lo que quiero hablar es de cómo se generó este poder mediático.
A finales de los 70 las leyes italianas garantizaban el monopolio de la RAI. Empezaron, no obstante, a surgir emisoras locales de televisión que lo desafiaban, televisiones que se autodenominaron «televisiones libres». En un conjunto de históricas sentencias, el Tribunal Constitucional, invocando la libertad de prensa e información las legalizó, siempre que se mantuvieran el ámbito local y no formaran cadena nacional.
Berlusconi había montado una televisión por cable en la urbanización que había construido en Milán. A partir de ahí fue adquiriendo decenas de «televisiones libres» y las conectó en un cadena nacional, Rete 5, el embrión de Mediaset. No era el único que había incumplido la prohibición de conectar en cadena, pero la suya reunía 3/4 partes de la audiencia.
De modo, que del reconocimiento de lo que entonces se llamó «libertad de antena» y una mirada de televisiones se pasó a un oligopolio de una RAI, cada vez más debilitada, y una RETE 5, cada vez más poderosa y pronto vinculada y al servicio del primer ministro.
En definitiva, de cómo la libertad sin regulación conduce a limitar el pluralismo.


