La llama de la protesta


REUTERS/Patrick Kovarik/PoolLondres, París… La antorcha olímpica prosigue su regreso a Pekín en medio de las protestas. Exilados tibetanos y simpatizantes con su causa han interrumpido en ambas capitales el desfile. En París, al boicot se han sumado miembros de Reporteros Sin Fronteras. En algunos puntos del recorrido han aparecido chinos en apoyo del gobierno de Pekín y a punto se ha estado del enfrentamiento entre unos y otros manifestantes… Es previsible que incidentes semejantes se repitan en San Francisco y Camberra.

El periplo de la antorcha olímpica se ha convertido en un calvario para el gobierno de Pekín. Ningún acontecimiento tan global como los Juegos Olímpicos y, global, por tanto las protestas relacionadas. El barón de Coubertin quiso recrear el espíritu de paz sagrada de la Hélade desde planteamientos aristocráticos. Pero, como nos recuerda la BBC, casi desde su nacimiento y en la mayor parte de sus ediciones, los Juegos han estado bajo una doble tensión: la de los gobiernos organizadores, que han querido convertir su celebración en una baza propagandística; y la de los boicots políticos convocados por movimientos o estados. La más evidente utilización propagandística, la de los nazis en la Olimpiada del 36 en Berlín; el boicot más sonado, el encabezado por Estados Unidos y sus aliados a los Juegos de Moscú del 80. Los Juegos han desatado protestas internas, como las de los estudiantes en México en 1968, ahogadas en sangre; han sido también objetivo terrorista, en Munich, en 1972. Desde Barcelona en 1992 los Juegos han sido, sobre todo, la fiesta del capitalismo global, adobado con rivalidades nacionales. El «espíritu olímpico» se ha quedado en simple camaredería en el seno de los equipos -y eso cuando la hay.

Pekín vio en los Juegos la gran oportunidad para mostrar la potencia de la nueva China. Como en todas partes, se han afrontado nuevas infraestructuras, en este caso más gigantescas y realizadas en menos tiempo. Pero lo que los dirigentes chinos quizá no calcularon era su capacidad para gestionar la propia imagen del acontecimiento. De fronteras para dentro, la propaganda funciona; pero de fronteras para fuera la cosa es muy distinta. No se puede controlar la información ni se saben emplear los recursos más sofisticados de las relaciones públicas (la «propaganda por otros medios»).

La sesión olímpica empezó con la revuelta en el Tibet, que Pekín quiere reducir a una conspiración del Dalai Lama. El Tibet es el primer imán de las protestas. Pekín se enfrenta con una fuerza global: no tanto la de los grupos de tibetanos dispersos por el mundo, como la de la comunidad de los seguidores occidentales de laxas versiones del budismo -Richard Gere y compañía. Otra fuerz global es Falung Gong, poco presente estos días, pero que, sin duda, aparecerá en un momento u otro. Las ongs suponen otro vector global. Reporteros Sin Fronteras se ha destacado en su feudo de París, pero todas las grandes organizaciones de derechos humanos exigen cambios a Pekín

Nadie plantea el boicot a los Juegos, pero sí a la ceremonia de apertura. La última en apuntarse ha sido Hillay Clinton. La mayor parte de los gobierno saben que se juegan mucho en sus relaciones con China y miran para otro lado -véase la cara de póker de Gordon Brown ante la antorcha. Lo cual no quiere decir que en Washington no se estén divirtiendo y azuzando las protestas.

Para que las protestas internacionales influyeran en cambios reales en China el país tendría que ser una sociedad de opinión pública, y sólo parcialmente lo es. En el frente interno los dirigentes comunistas pueden estar más o menos tranquilos. Pero el objetivo de entronizar a China como paradigma de la globalización más avanzada puede no haberse alcanzado cuando la antorcha se apague a mediados de agosto.