De mero incidente ha calificado Sarkozy el no irlandés. El mensaje que llega de las cancillerías y de las instituciones europeas es «aquí no ha pasado nada, seguimos adelante». Se espera ahora encontrar, entre todos, una «fórmula creativa» para que Irlanda se incorpore al Tratado. Veremos si el «no» no termina por contagiar a Reino Unido y República Checa, campeones del euroescepticismo. Pero aunque el proceso de ratificación siga adelante y el Tratado termine entrando en vigor con 27 miembros, la Unión habrá dado un paso atrás. El «no» ha vuelto a poner de manifiesto el déficit democrático de la Unión. Tres miembros (Francia, Dinamarcay ahora Irlanda) han rechazado las normas básicas propuestas para la Unión, bien en forma de Tratado Constitucional, bien en forma de Tratado de Lisboa. Con lo cual se traslada el mensaje a las poblaciones de que su opinión finalmente cuenta poco. Y la Unión se desprestigia y se enroca en su dimensión más intergubernamental y burocrática.
El «no» ha tenido sus razones internas. Curtin y Ryan en Open Democracy analizan algunas: voto de castigo ante la crisis económica, desconfianza frente a la clase política tras los escándalos que llevaron a dimitir al primer ministro Ahern, desconocimiento del texto, bloqueo del sistema parlamentario irlandés… Es cierto también que el referendum es en nuestras sociedades complejas, más un instrumento de populismo que de democracia, como razona George Schöpfling, también en Open Democracy. Pero aunque el instrumento sea manipulable, no puede ignorarse la voluntad que a través de él se manifiesta.
El fallido Tratado Constitucional tuvo su origen en una Convención de notables, elegidos por las instituciones europeas y los estados. Es hora ya de plantear un verdadero proceso constitucional. Que los ciudadanos elijan una asamblea constituyente que elabore una verdadera constitución. Desde luego, mejor que nada, que se aplique el Tratado de Lisboa, porque la otra alternativa es la pura intergubernamentalidad. Proponer en estas condiciones una modificación y una modificación sustancial parece condenado al fracaso. Pero es la única salida: primero reforzar el demos europeo con listas comunes a todos los países al Parlamento y, después, cuando este sistema se consolide, elegir del mismo modo una asamblea o convención constituyente que elabore una verdadera constitución: esto es, una norma que defina el modelo europeo, político, social e institucional.
Soñar es gratis.
La Unión Europea se la juega otra vez a una carta. De los 27, sólo Irlanda someterá el tratado de Lisboa a referendum, salvo que los jueces británicos obliguen también al gobierno de Brown a convocar una consulta popular. Los irlandeses tienen una especial relación con la Unión Europea. Son, sin duda, el país que más beneficios ha obtenido de su adhesión, pero en su seno hay fuertes corrientes anticomunitarias, especialmente la del neutralismo, una de las señas de identidad del EIRE, corrientes que ya tumbaron en un primer referendum el non nato Tratado Constitucional, aprobado finalmente en una segunda consulta. En esta ocasión, ningún otro estado se ha atrevido a someter a referendum un texto que es un verdadero galimatías jurídico, que tiene todos los inconvenientes de la Constitución y ninguna de sus ventajas.
