Ahora que ha muerto después de una larga enfermedad se multiplicarán las semblanzas y elogios a Vidal Beneyto. Pero lo cierto es que en sus últimos años se convirtió en un incordio para esa burguesía ilustrada de la que había salido. Como «cosas de Pepín»se descalificaba su defensa del movimiento altermundista y la crítica radical del capitalismo. No es que el sociólogo se hubiera radicalizado, es que su entorno había girada hace muchos años a la derecha.
No le conocí personalmente, pero era uno de nuestros invitados frecuentes en El Mundo en 24 Horas de TVE. Paco Audije, entonces corresponsal en París, le pedía una entrevista ya sobre la política francesa, ya sobre la globalización, ya sobre medios de comunicación y el siempre respondía encantado. Y he de decir que en las entrevistas era más claro y didáctico que en sus tribunas y artículos de opinión, sobrecargados de aparato crítico casi si como de artículos académicos se trataran.
Vidal Beneyto fue uno de los grandes teóricos de la escuela de la «construcción de la realidad por los medios». Más de uno de sus artículos de opinión he recomendado a mis alumnos.
En nuestra tertulia de Los Descartes pensamos en invitarle, pero su enfermedad le tenía apartado de Madrid. También sé que Carmen Rivas también hubiera querido entrevistarle para su Observatorio de Medios de Comunicación y Sociedad. No ha podido ser.
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viernes, 19 Mar 10 a las 8:44 pm
Era apasionado y entrañable, pero también un fino teórico de la comunicación, un viejo activista que seguía teniendo la mente clara. Yo lo veía también como analista rápido con la palabra y el pensamiento y, desde luego, como el hombre de izquierda. Un hombre de izquierdas que lo seguía siendo sin pedir perdón a nadie.
Para mí era emocionante encontrarme con él y hablar de los medios de comunicación, de las redacciones de prensa o de política internacional. También de la transición española. Creo que era el tema del que más le gustaba hablar conmigo.
Le interesaba mucho mi perspectiva: la de una persona más joven que había vivido los años finales del franquismo en un suburbio de Madrid, donde, en la calle, el activismo de izquierdas pareció ocupar el terreno diario. Abría los ojos para preguntarme mi punto de vista.
Tenía siempre un discurso lleno de lógica y muy decidido; pero se expresaba -a la vez- con una gran modestia al hablar conmigo. Había un gran respeto en su forma de dialogar. Y yo me sentía como el antiguo soldado raso que trata de saber qué pasó durante aquella vieja batalla por la mente de uno de los generales que estuvieron entonces en el Estado Mayor de la guerra perdida. Todo esto después de haber apagado la cámara… Creo que él se burlaría un poco de mi metáfora militar.
Pero todo esto era después de haberle entrevistado (en su casa, en la UNESCO, en cualquier otro foro de la cultura de París o de la política «extraparlamentaria»). Antes de la entrevista, hablábamos de las preguntas, del tema, del por qué yo le proponía hablar de aquello, para qué programa, etcétera. Siempre se interesaba por las tensiones internas de la redacción de TVE o por la vitalidad del periodismo, sometido o libre. Nunca parecía aceptar que una batalla polítca estuviera perdida sin más.
Una vez me llamó para preguntarme si podía contar conmigo –tenía una lista hecha- para crear un grupo de denuncia, que formarían distintos ciudadanos europeos, y que lucharía y denunciaría los mecanismos de los especuladores financieros. Le dije que sí, pero le advertí que yo era un ignorante en la materia.
La última vez que estuve con él llevaba unas muletas y estaba muy delgado, pero el tratamiento no le había afectado en lo fundamental: su mente seguía intacta. Él me respondía a mí llamándome «profesor» cuando yo le llamaba a él así. Pero eso formaba parte también de su ironía más elegante. Ante otros, me consta, se refería a mí, como “un amigo”. Y entonces este periodista de a pie, militante de a pie, soldado raso, estaba muy orgulloso de tener a aquel brillante general como amigo.
Hace un año hablamos otra vez porque yo quería que fuera el invitado especial en la apertura del Congreso de la Federación Europea de Periodistas en Bulgaria. Le dije que podía hablar en francés, inglés o alemán. Él me dijo que lo haría en francés, pero que pasaría después al alemán. Después no pudo ir por motivos de salud. Volvimos a hablar por algo parecido en Holanda, pero esa vez fui yo el que no pudo acudir.
Y hace un mes le pregunté a Sonia Soriano, la hija del fundador de la Librairie Espagnole de París. Vivían cerca y él fue amigo del padre de Sonia, de Antonio Soriano. Supe que estaba en el hospital y muy enfermo. Llamé a su casa, en la rue Jean Ferrandi, no lejos de Montparnasse, pero no contestó nadie.
Ya no podré, pensar en algo, en alguna actividad, en la que pueda volver a encontrarme con él. Pero seguiré pensando en el profesor, en el amigo y en el “general” que no pedía disculpas por las batallas perdidas. PACO AUDIJE
lunes, 22 Mar 10 a las 8:35 am
Este sí que es un recuerdo sentido y no los que se han publicado en «su casa», El País.