2017, un año oscuro


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Toma de posesión de Donald Trump – 20 de enero de 2017

Veo el año que termina como un año oscuro, un tiempo borrascoso, con enormes nubes negras. Algunas apenas empiezan a descargar -Trump- otras parecen haber quedado en suspenso -la ultraderecha europea- pero la borrasca sigue ahí, amenazante.

Escuchaba mientras conducía aquella tarde del 20 de enero el discurso de toma de posesión de Trump y me embargaba una sensación de desasiego.

Que discurso tan oscuro -pensé. Ciertamente, muchas de sus frases, en otro contexto y dichas por otro, podrían suscitar esperanza. «Recordaremos este día como el día en el que la gente volvió a tener el contro de su gobierno». Pero no, el mensaje último, subyacente, era el de una retroutopía, una vuelta a un pasado idílico, a costa de los otros, de los derechos, de los intereses, de las vidas de los otros, de los que no son como nosotros.

No pude por menos de recordar este discurso cuando hace unas semanas vi el Joven Papa, la serie de Sorrentino, donde un joven cardenal norteamericano llegado al papado casi por casualidad quiere retrotraer a la Iglesia Católica a la intolerancia, el fanatismo, a los tiempos oscuros. Sus discursos, al pueblo de Roma, a los cardenales, tienen como eje conceptual la oscuridad. Sorrentino construye una poderosa metáfora de nuestros tiempos.

Trump ha abandonado el acuerdo del cambio climático, ignorado el derecho internacional (abandono de la UNESCO, traslado embajada a Jerusalén), hace la vida imposible a los inmigrantes sin papeles, y traslada el dinero de los pobres al bolsillo de los millonarios con una reforma fiscal, que, no nos engañemos, hubiera hecho también otro presidente republicano. Ha cumplido una mínima parte de sus promesas, y aunque el sistema de pesos y contrapesos estadoundense le frena, me parece que lo peor está por llegar.

Si repasamos el perfil de los líderes de la escena mundial, el panorama es desolador.

Putin, el hombre fuerte y sinuoso, no solo el nuevo zar, sino la referencia para grupos alternativos de extrema derecha o extrema izquierda, y patrón de la internacional del regreso a los valores tradicionales. Jugador arriesgado en el ajedrez geopolítico, al que se le supone más cabeza y control que a Trump.

Xi Jingping, el gobernante que más poder ha acumulado en China desde Mao. Paradojas de este tiempo oscuro, ahora resulta el paladín de la mundialización, del librecambio, de un mundo interconectado, pero en el que los derechos humanos no tienen lugar. Es el líder más previsible.

Kim Jong-un, heredero caprichoso y mal criado, como Trump, con el botón nuclear y con menos controles que Trump. Las nuevas sanciones empobrecerán, sin duda, aún más a Corea del Norte. ¿Le moderarán? Me temo que no, que en 2018 hablaremos bastante de Corea del Norte.

¿Qué decir de otro joven heredero, MBS, Mohamed bin Salman, con su agresiva política exterior y su modernización interior, cambios para que nada cambie? Otros antes vistos como modernizadores, Erdogan y Bashar el Assad, ahí siguen. Uno ha convertido a Turquía en el modelo de las pseudo democracias autoritarias, y el otro emerge de la carnicería que desató.

Para colmo, este año se nos ha caído del pedestal, The Lady, Aung San Suu Kyi, la señora que encarnaba la lucha por la libertad y la democracia en Myanmar, pero que ha sido incapaz de levantar la voz en favor de los rohingyás, la última minoría objeto de genocidio.

Macron quiere presentarse como el nuevo líder de cosmopolitismo liberal. Parte de sus propuestas no son más que nuevas fórmulas del fracasado mantra neoliberal. Y Francia, que con él quiere recuperar la grandeur, carece del peso de antaño para impulsar iniciativas como el liderazgo contra el cambio climático. Sin una Merkel, engolfada en la pequeña administración de su casa, Macron no será más que un fugaz fuego artificial.

En Europa se ha frenado la marea ultraderechista en Francia o eh Holanda, pero no en Austria. Ahí está agazapada, en todas partes. Y lo peor, sus propuestas contra la inmigración han permeado ya las políticas de muchos gobiernos europeos.

En España, 2017 ha sido el año de la ruptura de la conviencia y el consenso constitucional. En Cataluña la sociedad se ha dividido en dos bloques antagónicos y la convivencia se ha resentido. En el resto de España, la cuestión catalana tapa el resto de los problemas y propicia el resurgimiento del españolismo ultranacionalista. Todos sabemos que habrá que reformar la Constitución para permitir que de un modo u otro Cataluña vote si quiere ser o no un país independiente, pero ningun partido quiere arriesgar buscando una fórmula que le haga perder votos.

Mientras discutimos de fronteras y banderas, el mundo real se virtualiza, las relaciones laborales se uberizan, prometiendo colaboración y creatividad y trayendo, en cambio, más precariedad, inseguridad y pobreza. La robotización y la inteligencia artificial amenaza ya a los trabajos intelectuales. Vamos a una selva sin normas, donde los grandes depredaradores son las benéficas tecnológicas, y los jóvenes creativos apuestan por convertirse en pequeños depredadores a la sombra de los grandes.

El año que termina puede ser el del principio del fin de Internet como la red en que todos somos iguales. La derogación de la neutralidad de la Red por parte de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) significa que los operadores de telecomunicaciones estadounidenses podrán favorecer la velocidad de unos contenidos frente a otros.

En principio, es una derrota para las tecnológicas, pero que duda cabe que llegarán a acuerdos con las telecos. El problema lo tendrá el pequeño blog, la página de la pequeña empresa u organización, el activista youtuber. Internet nunca fue el libre mercado de ideas, pero a partir de ahora lo será aún menos. Mientras tanto, los algoritmos nos mantienen en nuestra burbuja para confirmarnos en nuestras fobias y filias.

La rebelión de las mujeres contra el acoso sexual es uno de los cambios más positivos de 2017. Pero también muestra uno de los fenómenos más preocupantes de nuestro tiempo, las redes sociales como espacio de indignación irreflexivo. Nada de multitudes inteligentes, en su lugar, turbas estúpidas.

Perdonad esta oscura reflexión ¿No hay nada positivo? Por supuesto que sí. La lucha de pequeños grupos en todo el mundo por la justicia, los derechos humanos, la igualdad. No suelen tener visiblidad, pero estos hombres y mujeres son las que sostienen el mundo y los que pueden hacer que 2018 sea menos oscuro que 2017.

Feliz 2018 a todos.

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Publicado en General, Globalización. Etiquetas: . 2 Comments »

2 respuestas to “2017, un año oscuro”

  1. Fernando Montemuro Says:

    son de obama lo que creen en la golbalizacion es buena , el mundo cambio basta de mentiras , , los medios creen todabia que la gente lo ve como una biblia , saludos

  2. El mejor y el peor de los tiempos | Periodismo Global: la otra mirada Says:

    […] 2019, pero no quería recaer en un pesimismo, por otra parte más que justificado. Por supuesto, 2018 ha sido un año tan oscuro como 2017 y muchas de esas nubes negras amenazantes han descargado terribles tormentas. El lobo -el odio, el […]


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