El arte y la cultura en la era de la globalización


Una vez más, Francisco Rodríguez Pastoriza, me permite reproducir su colaboración en los Sábados del Faro de Vigo (pdf), desde la que semanalmente otea las novedades en el mundo de la cultura. Como en otras ocasiones, enfrenta dos obras que son dos puntos de vista, a veces opuestos, a veces convergentes sobre un mismo fenómeno cultural.

En este trabajo enfrenta dos obras, una de la Lipovetsky y Serroy, que acuñan el concepto de cultura-mundo, y la otra la de Fumaroli, una crítica feroz a la inanidad del arte fruto de esa cultura mundo.

Me quedo con este párrafo:

«El mercado ha colonizado los modos de vida, los métodos por los que se rigen las sociedades (cada vez se hace más evidente que estamos gobernados por los mercados más que por los gobiernos) y ha impuesto una cultura que se caracteriza por la sobreabundancia (supermultiplicación de opciones, segmentación extrema de mercados, renovación acelerada de productos), el consumo bulímico y, a través de los cibermedia, la contracción del espacio y el tiempo: el planeta se ha convertido en un microuniverso de acceso instantáneo

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EL ARTE Y LA CULTURA EN LA ERA DE LA GLOBALIZACIÓN

La cultura-mundo es la expresión-tipo de la producción cultural contemporánea

Francisco R. Pastoriza (*)

Durante el siglo XX hubo tres grandes fracturas con el viejo mundo anterior, que explican la aparición de la cultura actual. La primera, en los años iniciales del siglo, fue la ruptura de las vanguardias con los códigos del clasicismo y el arte burgués, que dio lugar a la aparición del arte contemporáneo. La segunda llegó con la revolución de Mayo del 68, que resquebrajó las normas de la vida cotidiana, los valores en los que se asentaba la burguesía y las relaciones entre los sexos. La tercera fractura, la económica, se inició en los años setenta con los procesos de desregulación en todos los ámbitos. Todas estas convulsiones han llevado a la cultura a una nueva situación.

Gilles Lipovetsky y Jean Serroy han bautizado como cultura-mundo (La cultura-mundo. Respuesta a una sociedad desorientada. Anagrama) el episodio que muestra el estado actual de la cultura en la era de la globalización, una cultura en función de los cuatro valores universales del futuro: el hipercapitalismo, la hipertecnología, el hiperindividualismo y el hiperconsumo.

El hipercapitalismo ha traído la inseguridad colectiva (en forma de crisis) e individual (el paro) y su principal consecuencia para la cultura ha sido la de su homogeneización. La hipertecnología, junto a los enormes progresos que ha supuesto, ha creado ciberdependencia y ansiedad por la novedad. El hiperindividualismo ha traído cambios en los modelos consumistas: de los productos familiares (el coche, el electrodoméstico, el televisor) se ha pasado a los personales (el ordenador, el teléfono móvil, el videojuego). Pero es el hiperconsumo, omnipresente, tentacular e ilimitado, el protagonista de la nueva cultura, el que ha desencadenado un proceso de desorientación con una superoferta imposible de controlar que desemboca en compras compulsivas y endeudamientos y transforma al consumidor en un ser cada vez menos dueño de sí mismo (y a quienes no pueden serlo, en presas de frustración y de fracaso). La cultura-mundo, inseparable ya de la industria cultural, muestra actualmente una vocación planetaria, extendida instantáneamente a través de los cibermedios. Este nuevo modelo de la actual sociedad del hiperconsumo se caracteriza por el triunfo del mercado en todos los ámbitos. El mercado ha colonizado los modos de vida, los métodos por los que se rigen las sociedades (cada vez se hace más evidente que estamos gobernados por los mercados más que por los gobiernos) y ha impuesto una cultura que se caracteriza por la sobreabundancia (supermultiplicación de opciones, segmentación extrema de mercados, renovación acelerada de productos), el consumo bulímico y, a través de los cibermedia, la contracción del espacio y el tiempo: el planeta se ha convertido en un microuniverso de acceso instantáneo.

La nueva cultura ha desvanecido más que ninguna otra los límites entre la alta cultura y la cultura comercial, las fronteras que separaban el cultivo del espíritu de la banalidad con la que hoy se rellena el ocio de los ciudadanos. Una cultura en la que lo  comercial es reconocido como cultural, mientras que manifestaciones auténticamente culturales como el arte y la literatura se han insertado en el comercio y sólo obedecen a las reglas de la economía. A diferencia de los clásicos, los artistas y escritores de hoy tienen como objetivo ganar dinero y ser célebres. Buscan más la popularidad mediática que la gloria inmortal porque es la celebridad lo que hace subir la cotización de sus obras. Lo que parecía que debía escapar al mercantilismo (el mundo de la creación y la belleza), se hace cada vez más comercial y mediático, sustentado por las estrategias del espectáculo y la seducción. La nueva cultura llega envuelta, además, en la retórica de la simplicidad, no exige apenas esfuerzo para ser comprendida. Ha nacido para divertir, para proporcionar una evasión fácil.

La cultura ha adquirido mayor protagonismo cuando se ha revelado como una de las producciones más rentables de todas las economías (en EE.UU, la más rentable), hasta el punto de ser uno de los objetivos prioritarios de las industrias nacionales. En este sentido, la cultura-mundo ha venido a liquidar definitivamente el viejo antagonismo entre cultura y economía. Como añadido, el maridaje entre la hipertecnología y el liberalismo económico ha dado como resultado un productivismo desenfrenado y una comercialización ilimitada de productos culturales de consumo, lo que ha hecho saltar las alarmas de las economías más débiles y las ha llevado a elaborar normas para protegerse de la colonización de los productos culturales extranjeros. Europa tuvo que aprobar leyes, primero de excepción cultural y más tarde de diversidad cultural, para frenar la invasión de productos audiovisuales norteamericanos comercializados a través de viejas y nuevas pantallas.

LA PANTALLIZACIÓN DE LA CULTURA

El cine se reveló desde los primeros años del siglo XX como el producto cultural de masas de mayor impacto. Trajo consigo el nacimiento del star-system, que transformaba en estrellas a simples seres humanos cuyos valores eran los de la belleza y la seducción. El star-system se trasladó con el tiempo a otros ámbitos menos glamourosos, como la política (Che Guevara), la ciencia (Einstein), el humanismo (Ghandi), el deporte (Pelé), hasta que en la actualidad ningún ámbito escapa a su dominio: la cultura de hoy está en gran parte alimentada por el vedettismo. Las industrias de mayores ingresos están ligadas a un nombre propio conocido: Michael Jackson, Madonna, Brad Pitt, Vargas Llosa, Plácido Domingo, Miquel Barceló, Naomi Campbell. Incluso ha nacido una nueva clase de vedette, el famoso, cuyo único mérito es ser conocido durante un tiempo, aunque sea para nada. Su aportación ha sido la falta de respeto por la intimidad propia y la transgresión de la ajena. Ha dado lugar a una prensa especializada poblada por profesionales del chisme, papparazzis y videorazzis, y ha llegado a su culminación con la televisión, la otra gran pantalla del siglo XX. Concebida para el entretenimiento y la distracción, la televisión sin embargo se reveló como referente dominante al transformar el mundo en información, hasta el punto de decidir que lo que no aparece en la televisión no existe. En los últimos años del siglo hace su aparición la tercera gran pantalla, la del ordenador, que multiplica su impacto cuando se convierte en soporte de internet. Después, las otras pantallas, las del GPS, la blackberry, la videovigilancia, la tableta, el teléfono multifunción… un mundo de pantallas cada vez más móviles, interconectado a través de internet, que ha desregulado el espacio-tiempo de la cultura.

La nueva cultura ha traído consigo desorientación, incertidumbre, desconcierto. La confusión ha venido a sustituir a la certeza dogmática que proporcionaban la religión y las grandes ideologías de la Historia, mientras el poder de los intelectuales ha sido desplazado por el poder de los medios.

¿HAY LUGAR PARA LA ESPERANZA?

Para Lipovetsky y Serroy la cultura-mundo significa cultura universal, globalización de la cultura, pero no abolición de la diversidad cultural. Alegan que es una realidad que en un mundo cada vez más globalizado se reivindique con más fuerza, por ejemplo, la legitimación de la idea de nación, con la multiplicación de nacionalismos regionales, identitarios y lingüísticos y la multiplicación de países: la ONU estaba formada por 51 países en 1945; en 2008 eran ya 192. Da la impresión de que cuanto más se globaliza el mundo más importancia adquieren los particularismos, y las lenguas propias se reafirman y se revitalizan frente a la expansión de un idioma inglés funcionarizado. Frente a la todopoderosa producción norteamericana de telefilmes, los culebrones venezolanos y brasileños tienen un elevado índice de aceptación en todo el  mundo, y el manga japonés está presente en todas las televisiones europeas y americanas. Hay un temor extendido a que se arrebate a los pueblos sus identidades y por eso los países quieren vender su diferencia, aquello que los identifica. Junto a la globalización se extiende un modelo de heterogeneización, diversidad e hibridación que enriquece las culturas, fortalece la identidad cultural de los pueblos y contribuye a su creatividad y renovación, por eso cada vez se impone con más fuerza el término glocalización, mezcla de lo global y lo local, combinación de lo universal y lo particular.  La cultura-mundo, ciertamente acarrea males pero al mismo tiempo dispone de un inmenso potencial, como lo demuestra el interés por la multiculturalidad. Una buena razón para la reflexión, después de que recientemente Angela Merkel en Alemania y David Cameron en Gran Bretaña hayan dado por fracasado el multiculturalismo en sus respectivos países.

PARÍS-NUEVA YORK. EL ARTE EN LA GLOBALIZACIÓN

En el último capítulo de París-Nueva York-París. Viaje al mundo de las artes y de las imágenes (Acantilado), el reciente libro de Marc Fumaroli, este intelectual francés arremete precisamente contra los postulados del libro de Lipovetsky y Serroy, que considera generalidades aterradoras inclinadas hacia la ciencia ficción, y propone el rechazo total de esa cultura hipermoderna, a la que califica de fundamentalista. Fumaroli se acerca en este ensayo al arte del último siglo a través de sus profundos conocimientos de la historia y de la cultura del pasado, y en algunos aspectos coincide sin embargo con los análisis de LIpovetsky, como cuando asegura que el único arte visual que ha seguido vivo después de haber devorado a todos los demás es la publicidad fotográfica de la era digital, o que la ideología dominante actualmente es la del consumismo en una economía planetaria.

CONTRA EL ARTE CONTEMPORÁNEO

La crítica más destacable del libro de Marc Fumaroli se centra en el Arte contemporáneo, devorado por el marketing y convertido en un engranaje más de la producción industrial y comercial. A través del concepto de otium y de sus diversos sentidos a través de la historia, hasta devenir en el actual entertainment de la industria de la comunicación y el consumo, Fumaroli traza un panorama donde el Arte contemporáneo,  rama de esa industria global del entertainment, se ha ido instalando en el lugar hegemónico del mercado mundial. Lanzado en Nueva York a finales de los años 50 del pasado siglo, el Arte contemporáneo vino a liquidar las enriquecedoras aportaciones del expresionismo abstracto de Pollock, de Rothko, de De Kooning y Newman, cuando se trata únicamente, dice Fumaroli, de una versión industrial y bursátil de un dadaísmo aburguesado, una mercancía comercial con la etiqueta arte, un mero sector del mercado. Los “confusos garabatos” de Cy Twombly pintarrajeados de churretones, los juguetes sofisticados de Jeff Koons, los “horrores” de Louise Bourgeois, las “farsas y engañifas” del arte pop… son para Fumaroli artefactos producidos por “plásticos”, denominación que da a estos artistas: personas que han colgado los hábitos de todas las artes con el fin de subvertirlas todas a un tiempo sin saber dibujar, ni pintar, ni esculpir, ni bailar, ni cantar… inversión caricaturesca del hombre desalienado de Marx y de su empleo del tiempo libre. Lo dramático es que autoridades e instituciones fomenten su presencia y cedan sedes como el Louvre, la capilla de La Sorbona o el Palais Bourbon para sus instalaciones y exposiciones, facilitando la transferencia al museo de los contenidos del supermercado. Gracias a este tipo de actitudes, el fenómeno de Andy Warhol y su Factory, el de los Young British Artists de Saatchi, como el tiburón en formol de Damien Hirst, la cama deshecha de Tracey Emin y compañía, los cadáveres humanos disecados de von Hagens, los escándalos del Piss Christ de Andrés Serrano (un crucifijo sumergido en orina) y los pájaros y ratas embalsamadas de Jan Fabre (meando y cagando, se ve que no tienen remedio!. p.684) se han instalado en el mundo del arte como los sucesores de Van Gogh, los Leonardos de la cultura global, cuando, dice Fumaroli, no son más que el capricho de una ínfima minoría de multimillonarios. El autor critica que en el Arte contemporáneo se trata de ver quién llega más lejos en la instalación efímera de desperdicios, de inmundicias, de abyecciones, de fotografías escatológicas… cuya posesión sólo se puede permitir la clientela millonaria de los nuevos ricos de la economía global. Un arte sin arte a remolque de las industrias de la publicidad y de la cultura-entretenimiento, impostura globalizada del antiarte y de la contracultura, subproducto del gran comercio del lujo, de cuya posesión se enorgullecen los banqueros y los magnates y que ha venido a suplantar los valores creativos de los auténticos artistas. Arte contemporáneo, señala Fumaroli, plenamente en concordancia con el mundo actual de la globalización, de la deslocalización y de los flujos migratorios, mientras las obras maestras del “arte antiguo” enterradas en sus museos, no dicen ya nada a las masas en movimiento de hoy.frpastoriza@wanadoo.es

(*) Profesor de Información cultural de la Universidad Complutense de Madrid

8 respuestas to “El arte y la cultura en la era de la globalización”

  1. Lecturas recomendadas | FrikiLink Says:

    […] inglés) y dos reflexiones: una sobre la calidad y originalidad, claves para Google y otra sobre la era de la globalización. Esta entrada fue publicada en Sin categorizar. Guarda el enlace permanente. ← […]

  2. Jhon Bar Says:

    Hola, estoy en proceso de tesis y necesito el libro La cultura-mundo que se menciona en este Blog, un favor muy grande ¿alguien me lo podría facilitar por PDF? me servirá de mucho. Gracias 😉

  3. LA GLOBALIZACIÓN EN EL ARTE: | Says:

    […] en un artículo de: Francisco Rodríguez Pastoriza. Profesor de información cultural de la Universidad Complutense de Madrid. “El arte y la […]

  4. LA GLOBALIZACIÓN EN EL ARTE: | Says:

    […] en un artículo de: Francisco Rodríguez Pastoriza. Profesor de información cultural de la Universidad Complutense de Madrid. “El arte y la […]

  5. LA GLOBALIZACIÓN EN EL ARTE: - Milartienda Says:

    […] en un artículo de: Francisco Rodríguez Pastoriza. Profesor de información cultural de la Universidad Complutense de Madrid. “El arte y la […]


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